Santa Catalina de Siena fue una de las almas más amorosas del Pontificado Romano en virtud de su plena comprensión del sublime poder de las Llaves Supremas.
Por eso elevaba con frecuencia fervientes oraciones al trono del Altísimo por el feliz estado de la Cátedra de San Pedro y Vicario de Cristo.
Entre estas altas expresiones de una de las almas más elegidas del género humano hemos elegido la que derramó en Génova en el otoño de 1377 para que Gregorio XI permaneciera firme en su propósito de restaurar la Sede Apostólica en Roma.
Oh Padre todopoderoso, Dios eterno… Vuestro Vicario debe alegrarse bien, haciendo vuestra voluntad y siguiendo la justicia de Cristo Jesús, que sangró, abrió y disolvió su santísimo cuerpo por nosotros y dio su sangre para lavar nuestros pecados y redimir nuestra salvación con su inefable misericordia. Y le dio las llaves a tu Vicario para atar y desatar nuestras almas, para que pudiera hacer tu voluntad y seguir tus pasos.
Por lo que ruego fervientemente a vuestra santísima clemencia que le purifique de tal y tal manera, que su corazón arda con santo deseo de recuperar sus miembros perdidos, para que los recupere con el auxilio de vuestro altísimo poder.
Y si su tardanza, oh eterno amor, te desagrada, castiga por ello mi cuerpo, que te ofrezco y te devuelvo, para que lo aflijas con azotes y lo destruyas, según tu juicio. Señor mío, he pecado: ten misericordia de mí.
Vos, Dios eterno, amáis vuestra obra con gracia y clemencia inefables, y por eso enviáis a vuestro Vicario a recuperarla, que está pereciendo: por lo cual yo, indigno y miserable pecador, os doy gracias.
Oh bondad infinita y caridad inestimable, Dios verdadero, que el hombre, hijo de Adán, a quien redimiste por solo amor con la muerte de tu Hijo Unigénito, se avergüence de no hacer tu voluntad, ya que no deseas otra cosa que nuestra santificación.
Concede, oh Dios eterno, que por divina caridad te hiciste hombre, y por amor te uniste a nosotros, y que ya envías a tu Vicario para administrarnos las gracias espirituales de nuestra santificación y la recuperación de los hijos perdidos, que haga sólo tu voluntad: no escuche los consejos de la carne, que juzga según el sentido y el amor propio, y que no se asuste ante ninguna adversidad.
de Las obras de Santa Catalina de Siena , vol. III, Roma, 1866 - Fuente