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martes, 30 de noviembre de 2021

EL LENGUAJE EN LA PANDEMIA (Capitán Ryder)



Es curioso cómo hoy día, en Occidente, cuando todas las Constituciones y leyes principales consagran la libertad de expresión ésta ha quedado reducida a pequeños rincones.

Al ser el poder político y los medios de comunicación uno, o más concretamente, siendo los segundos una prolongación de los primeros, cualquier cuestión que pueda poner en jaque al primero quedará convenientemente apartada del debate público o etiquetada, para marcar al enemigo, y distraer así la atención de aquello que pudiese hacerle rendir cuentas.

Para ello es fundamental el lenguaje, las palabras escogidas para lanzar una idea, despreciar otras sin entrar al fondo del asunto o etiquetar de manera despreciativa a quien ose tener ideas propias.

Era un tema que ya venía de largo, ahí están los mal llamados delitos de odio por lo que puedes ser considerado, por ejemplo, como racista si consideras que todos los ciudadanos son tratados hoy día en igualdad de condiciones independientemente de su raza. Lo mismo si lo haces extensible al hombre y la mujer.

En ambos casos da igual lo que diga la ley, lo que tú percibas y veas, se apelará a una suerte de techos de cristal que impide esa igualdad de trato y se te hará cómplice de esa situación, con posibilidad de ser denunciado, que nadie es capaz de demostrar. De esta manera, esas ideas vagas, gaseosas, se van extendiendo y configurando la sociedad al apartar del debate público cualquier opinión disidente.

Parte de la Iglesia, incluido Francisco, se ha sumado a esta corriente. En USA muchos de los obispos han respaldado las llamadas «políticas de identidad» que no hacen otra cosa que sembrar la cizaña entre vecinos. En el tema de hombres y mujeres Francisco repite por activa y por pasiva el mal trato dado a las mujeres en la Iglesia…hasta que llegó él, por supuesto. Es una de las características más claras de este pontificado, arrastrar a la Iglesia para elevar al «jefe».

Con este panorama la «pandemia» no sería una excepción.

Por eso, allá por febrero de 2020 y cuando algunos advertían que lo que pasaba en Italia podía ser serio fueron tachados de «alarmistas». Entonces no convenía, fueron ridiculizados. Por supuesto, no entraron a discutir, a debatir, qué movía a estas personas a dar la voz de alarma, a escuchar por si podía ser relevante lo que planteaban, no, debían ser borrados del debate, y ridiculizados sus argumentos.

Llegó el confinamiento y periodistas y divulgadores viraron el discurso pero sin dar voz a los que habían advertido de lo que podía venir. Hubiese sido lo propio, pero eso daría voz y credibilidad a gente que, acertando o equivocándose, era libre y podía no seguir el discurso cuando conviniese.

Cuando algunos médicos y científicos empezaron a poner en cuestión la letalidad del virus, las medidas adoptadas, los protocolos médicos implantados etc los mismos políticos y medios que habían negado toda importancia al virus pasaron a llamarles «negacionistas», inicialmente, para imputarles los muertos directamente cuanto más en cuestión ponían el relato oficial.

Cómo en las semanas previas al confinamiento no se dio voz a los disidentes.

En estos casos, y no es algo inocente, se entrevista a un Miguel Bosé de la vida, alguien que con su sola presencia evita sumarse a esas ideas. Se da voz sólo a los que los medios denominan como frikis. Lo más alejado de un debate serio.

Luego llegó la vacunación y aquellos que pusieron en solfa los problemas de una vacunación masiva a toda la población sin separar, entre otras cosas, la situación física de la que partía cada uno, si ya había pasado la enfermedad o no, si la vacuna había pasado los controles adecuados etc, fueron etiquetados como «bebelejías», «antivacunas» o «terraplanistas».

Simplemente, cualquier persona con un poco de sentido crítico estaría alerta cuando aquellos que impiden cualquier debate, que se dedican más a insultar que a dar argumentos o que, tras un error monumental, si nos atenemos al relato oficial, no piden perdón por los juicios que tan alegremente realizaron en su día.

Esta situación se extiende, como ya hemos dicho, a cualquier cuestión que deba ser debatida en sociedad y la opinión minoritaria es aplastada, muchas veces de manera violenta.

La Iglesia, su jerarquía, debería ser más prudente pero ha decidido sumarse alegremente a los fines, que todo el mundo dé por bueno el relato oficial de la pandemia incluida la vacunación obligatoria, y a los medios, la coacción al disidente. Esto, en un mundo en el que tu opinión va a ser siempre la minoritaria te debería llevar a defender precisamente la apertura de espacios para esas opiniones que son pasadas por el rodillo mediático, aunque sólo fuese por puro cálculo. También, lógicamente, por la inmoralidad que supone cualquier debate planteado bajo esos parámetros. Mucho más en la «Iglesia de la misericordia», juas.

También puede ser porque les dé todo igual y esas opiniones minoritarias, matrimonio cristiano, oposición al aborto o a la corrupción de menores etc, ya no vayan a ser defendidas públicamente por ellos, las jerarquías, y sólo haya interés en alzar la voz en aquello que coincide con lo que proclama el mundo: inmigración, ecologismo o feminismo.

Una plácida existencia la de ser obispo cuando el mundo es profundamente anticristiano. Ser obispo hoy está barato.

Capitán Ryder