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martes, 8 de diciembre de 2015

Carta abierta a Su Santidad el Papa Francisco (o la misericordia de enseñar al que no sabe) Parte 1ª


El Papa abre la puerta santa de la Basílica de San Pedro



Santo Padre:


Me dirijo a Su Santidad con todo el respeto que me merece por ser el Vicario de Cristo en la Tierra. Y lo hago para expresarle mi preocupación sobre un punto concreto: la falta de conocimiento de la propia Doctrina que tienen los católicos. Una verdadera Pastoral católica debe de pasar por la formación de los fieles en su propia fe, pues ¿cómo van a defender éstos una fe que desconocen porque nadie se la ha enseñado?

Dado que se aproximan las elecciones generales en España y que los tiempos son malos, aprovecho también esta carta para pedirle que exhorte oportunamente a todos los fieles católicos que componen la Iglesia Universal en lo que se refiere al voto político. Que sepan, como su Santidad sabe muy bien, que un católico queda excomulgado ipso facto si vota a partidos* que promueven o defienden el aborto, como viene expresado en el Código de Derecho Canónico núm 1398 y en el Catecismo de la Iglesia católica núm 2272, pues votando a esos partidos se hace cómplice de un crimen execrable cual es la muerte de niños inocentes en el seno de su madre, pecado gravísimo que atenta contra el quinto mandamiento: "No matarás" (Ex 20, 13)

* [Observación: Véase un enlace posterior en el que se matiza esta idea de colaboración al aborto y en donde se aclara que, en realidad, propiamente hablando, no puede hablarse de excomunión en los casos de votación a partidos abortistas; conclusión a la que he llegado posteriormente tras haber consultado con un experto en Derecho Canónico. Nota: Sigue siendo cierta la idea de la complicidad en el crimen y el consiguiente problema de conciencia del votante; pero ahora sin la excomunión]
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Como cristiano y perteneciente a la Iglesia Católica, por la gracia de Dios, estoy preocupado por la deriva que está tomando últimamente la Iglesia. Vienen a mi memoria las palabras de Nuestro Señor Jesús cuando al ver a las muchedumbres, se llenó de compasión hacia ellos, porque estaban cansados y abatidos, como ovejas sin pastor (Mt 9,36).

Hoy reina la confusión por doquier en el seno de la misma Iglesia. Son muchos los católicos que piensan según el mundo, con criterios contrarios a las enseñanzas de la Iglesia de siempre, católicos que han dejado de serlo, pues su pensamiento y sus hechos denotan, a las claras, que han perdido la fe.

Y esta crisis de fe se da incluso en algunas de las más altas instancias de la Jerarquía Eclesiástica: falsos pastores disfrazados de ovejas, pero que por dentro son lobos rapaces ( Mt 7, 15). Estos tales confunden a muchos fieles, enseñando doctrinas que son preceptos humanos (Mt 15, 9), y lo hacen con apariencia de piedad pero, en realidad, han renegado de su Espíritu (2 Tim 3,5) porque son asalariados y no les importan las ovejas. (Jn 10, 13).

Afortunadamente tenemos a nuestro alcance las palabras de Jesús, en cuya boca no se halló nunca engaño (1 Pet 2, 22), unas palabras que son Espíritu y Vida (Jn 6, 63) y que nos orientan de modo tal que es imposible que seamos engañados y que descarriemos en nuestro camino hacia Él, si procedemos conforme a lo que esas palabras que nos han llegado a través del Nuevo Testamento y de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia.

Necesitamos que alguien nos recuerde que hagamos uso del sentido común, es decir, de aquellas verdades elementales que el mundo de hoy ha olvidado, para que podamos discernir bien aquello que nos conviene, teniendo en cuenta que el mismo Jesús tuvo que hacerlo cuando dijo aquello de: "por sus frutos los conoceréis" (Mt 7, 20) ... pues es en los frutos donde se autentifican las palabras: Todo árbol bueno da frutos buenos, y el árbol malo da frutos malos (Mt 7, 17). Si el fruto que observamos es malo, es señal cierta e inequívoca de que el árbol que lo ha producido es malo. Y todo árbol que no da fruto bueno es cortado y arrojado al fuego (Mt 7, 19).

El fruto bueno, el único fruto que es aceptable al Padre, proviene de nuestra unión con Jesús: El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí nada podéis hacer (Jn 15,5). En esto es glorificado mi Padre: en que deis mucho fruto y seáis mis discípulos (Jn 15,8). San Pablo, en su carta a los colosenses, les exhortaba diciendo: Vigilad para que nadie os seduzca por medio de vanas filosofías y falacias, fundadas en la tradición de los hombres y en los elementos del mundo, pero no en Cristo (Col 2, 8).

Son muchas las advertencias que encontramos en las Sagradas Escrituras para ser capaces de discernir entre el bien y el mal y poder salir fácilmente de la confusión. El Apóstol Pablo, por ejemplo, en su carta a los gálatas, les dice: Hay algunos que os inquietan y quieren cambiar el Evangelio de Cristo. Pero aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciásemos un evangelio diferente del que os hemos predicado, ¡sea anatema! (Gal 1, 7-8). Y poco más adelante: Os hago saber, hermanos, que el Evangelio que yo os he anunciado no es algo humano; pues yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo (Gal 1, 11-12). De lo que os escribo Dios es testigo de que no miento (Gal 1, 20).

Hoy, más que nunca, los obispos y los sacerdotes necesitan que se les recuerden las palabras que el apóstol Pablo dirigió a su discípulo Timoteo: Guarda el depósito. Evita las novedades profanas y las contradicciones de la falsa ciencia, pues algunos que la profesaban perdieron la fe (1 Tim 6, 20-21). O también lo que San Juan evangelista escribía en su primera epístola: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos a propósito del Verbo de la vida (...) os lo anunciamos (1 Jn 1, 1. 3), previniendo a los cristianos contra el error: Carísimos, no creáis a cualquier espíritu; antes bien, examinad si los espíritus son de Dios, porque se han presentado en el mundo muchos falsos profetas (1 Jn 4, 1), con un criterio que es infalible: Todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios; ése es el espíritu del Anticristo, de quien habéis oido que va a venir, y ya está en el mundo (1 Jn 4, 3). Debido a la perenne actualidad de las Sagradas Escrituras, estas palabras del apóstol san Juan poseen, a día de hoy, una actualidad aún mayor que cuando fueron pronunciadas.

Son muchos los que niegan hoy la historicidad de los Evangelios ... y esto no sólo los ateos sino incluso bastantes miembros de la Jerarquía, que se encuentran, como caballo de Troya, introducidos en el seno de la misma Iglesia.

Influenciados por la herejía modernista, que fue condenada, en la Encíclica Pascendi, por el papa San Pío X, como la suma de todas las herejías, estos nuevos modernistas, al igual que aquéllos, niegan todo lo sobrenatural: son puramente "racionalistas" altamente influenciados por las filosofías idealistas, en particular la del filósofo Kant (con su falsa teoría de la moral autónoma) a las que conceden un valor absoluto y dogmático, del cual carecen.

Cualquier persona, con un mínimo de cultura sabe que, entre todos los escritos antiguos, los Evangelios son los mejor conservados ... y se presentan como reportajes históricos, que es lo que son y no otra cosa: Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos ... eso es lo que os anunciamos (1 Jn 1,1), esto es, a Jesucristo.

Los evangelistas cuentan la historia de un hombre que vivió entre ellos durante tres años, que hizo gran cantidad de milagros de todo tipo, que murió crucificado y que resucitó al tercer día ... y en quien se cumplieron todas las profecías del Antiguo Testamento sobre el Mesías esperado por los judíos. Estos evangelistas, hombres rudos, de vida al aire libre y acostumbrados al trabajo duro, eran poco propensos a las alucinaciones y a las leyendas o los mitos. Ninguno de sus enemigos negó esos milagros, cosa fácil si se hubiese tratado de puras leyendas. Por otra parte, ¿es posible acusar de mentirosos a los evangelistas? Si hay testigos dignos de fe son, desde luego, los que están dispuestos a morir como mártires de la verdad histórica que proclaman.

Siendo esto así, sin embargo, los modernistas proclaman a todos los vientos que la Religión católica, a la que odian, es una ideología de mitos. Estas ideas circulan por el mundo y ¡ay de aquél que se oponga a ellas! Todas las verdades contenidas en la Sagrada Escritura son consideradas, por ellos, como puros mitos, pero no como realidades. Y, en el caso de que "admitan" que Jesús existió, niegan el carácter de real a todo lo que no comprenden de lo que los Evangelios cuentan sobre Él, es decir, a lo sobrenatural.

Pretenden eliminar del Cristianismo aquello en lo que consiste su esencia y sin lo cual no existiría, cual es su carácter de Misterio. Todos los Misterios son considerados como mitos. Y así, por ejemplo, niegan el Pecado original y la necesidad de la Redención. Establecida esa premisa, sin ningún fundamento, ya no tendría ningún sentido que Dios se hubiera hecho hombre. Por eso niegan también el Misterio de la Encarnación, fundamento de la vida cristiana ... un Misterio que nos ha dado a conocer hasta qué extremo nos ama realmente Dios.

Y si lo anterior se niega ya ningún otro misterio tendría sentido: que Dios sea Uno en Esencia y Trino en Personas (Misterio de la Santísima Trinidad), que María se haya conservado Virgen, antes del parto, en el parto y después del parto (Virginidad de María) los Milagros de Jesús, su Resurrección de entre los muertos y su Ascensión a los Cielos, la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, el valor sacrificial de la Santa Misa, la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos, la existencia del Cielo y del Infierno, etc ...Todo esto serían cuentos chinos.

En teoría, un cristiano católico bien formado sabe que las Sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia son las fuentes de las que tiene que beber para no ser engañado y poder así mantenerse fiela a la verdadera Iglesia de Jesucristo, la que Él fundó: no puede dejar de lado o deponer los principios de la Doctrina secular de la Iglesia, la Doctrina de siempre, esa Doctrina que jamás puede ser cambiada: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24, 35)

Desgraciadamente el desconocimiento de su fe por parte de los católicos ha ido en aumento ... y de un modo particular, a partir de la fecha de clausura del Concilio Vaticano II, el 8 de diciembre de 1965, cuyo cincuenta aniversario celebramos hoy.

Apelando al año Jubilar de la Misericordia y teniendo en cuenta que la primera de las obras de misericordia es la de "enseñar al que no sabe", acudo a Su Santidad, suplicándole más que pidiéndole que instruya a sus fieles en el conocimiento de su Doctrina. Ésta es la mayor obra de misericordia que Dios espera ... que los pobres sean evangelizados. 


No le pido a Dios otra cosa: se hace necesaria la Evangelización del pueblo cristiano, no la proclamada "nueva evangelización", de tintes modernistas, que oculta el rostro de Cristo, y oculta a la verdadera Iglesia, sino la auténtica evangelización, aquélla que proviene de Cristo, quien fue el fundador de la Iglesia. Esa Evangelización ha sido olvidada y los fieles católicos desconocen, en su inmensa mayoría, la riqueza de la religión católica, la única Religión verdadera y la que puede iluminar al mundo, pues en ella se revela y se hace patente el propio Jesucristo, cuyas palabras son de perenne actualidad.

Sabiendo, como sé, que el Papa es el Vicario y el representante de Cristo en la Tierra, por eso mismo, acudo a Su Santidad, consciente de que tal es la misión que Dios le ha deparado: la de "guardar el depósito recibido" (1 Tim 6, 20) y darlo a conocer a todos, íntegramente, sin falsear ni cambiar su contenido... como hoy pretenden ciertos eclesiásticos de pensamiento progresista que se han instalado, de hecho, en la Iglesia Jerárquica; y que amenazan con destruirla, desde dentro: ¡No lo consienta! ¡Ésta es la mayor obra de misericordia que Su Santidad puede hacer para con el pobre pueblo cristiano que se está muriendo de inanición por ignorancia de la riqueza del contenido profundo de su fe!

Hoy en día -como siempre lo ha sido- la Pastoral católica tiene que pasar por el conocimiento de la Doctrina católica. Ambas van de la mano. Y nunca puede darse entre ellas ningún tipo de contradicción, si son bien entendidas. Si una Pastoral prescinde de la Doctrina deja de ser una auténtica Pastoral y se transforma en otra cosa. Jesucristo vino para salvarnos del pecado, que es la causa principal de todos los males. La causa de los males que el mundo padece no se encuentra ni en la pobreza, ni en el desempleo, ni en la corrupción o en la trata de blancas. Todo eso son auténticos males y desastres, pero no son la raíz del mal. Ésta se encuentra en el pecado del hombre: soberbia, avaricia, codicia, lujuria, envidia, rencor, etc... consecuencia todos estos males del olvido y del rechazo de Dios. Esta idea es fundamental y esencial en la Doctrina y en la Pastoral católicas, pero es algo que no se le predica a la gente que, por eso mismo, andan como "ovejas sin pastor" (Mt 9, 36).

En cualquier caso, los cristianos tenemos la seguridad de que Dios no permitirá que sea engañado aquel que no quiera ser engañado, aquellas personas de buena voluntad que busquen sinceramente la verdad. Sólo serán engañados los que han hecho su opción por la mentira y no quieren comprometerse a vivir según las exigencias propias de la vida cristiana; aquéllos que, por comodidad, no quieren complicarse la vida ... Éstos, aunque se llamen católicos, no lo son, pues no piensan según Cristo sino que se rigen por los criterios del mundo: un católico así es una contradicción y un imposible metafísico. Y pongo un ejemplo. Si alguien dice: yo creo lo que quiero y practico lo que me da la gana; no me importa que eso vaya en contra de las enseñanzas de la Iglesia, de la moral, de la ley natural, de la ley divina, ... y, además, que conste que soy católico ... Y si no lo soy es igual, pues Dios es misericordioso ...

Grave error! Si alguien procediera de ese modo sería un farsante ... y en modo alguno sería católico, por más que se empeñara en afirmar lo contrario. En el fondo, él "sabe" perfectamente que no lo es, por más que intente engañarse a sí mismo. Y en cuanto a la misericordia de Dios, que es infinita, ésta va siempre ligada a la verdad y a la justicia. Dios no podrá ejercer su misericordia ni podrá perdonar a aquellos que hayan optado por la mentira y que no deseen saber nada de Él. El Amor de Dios le ha conducido a darnos libertad ... pero, por eso mismo, le ha atado las manos; de manera que no puede obligar a nadie a que lo ame: el respeto exquisito por nuestra libertad -libertad real que Él nos ha dado- se lo prohíbe.

Y es que su Amor hacia nosotros quiere ser un verdadero amor, con las características propias de éste que, como se sabe, son, entre otras, su carácter de libertad (¡el amor no puede imponerse!) y la reciprocidad de amor mutuo entre los que se aman. No existe el amor unilateral. De ahí que de nada sirve la misericoridia de Dios a aquél que nada quiere de Dios.

Es por eso, Su Santidad -yo, al menos, así lo creo- que la mayor obra de misericordia que se podría ejercer en este año del Jubileo de la Misericordia, que comienza hoy, 8 de diciembre de 2015, sería la de evangelizar en la Verdad de Jesucristo a todos los que han sido bautizados y desconocen su fe, que son la inmensa mayoría de los cristianos: "Jesucristo que es el mismo ayer y hoy y lo será siempre" (Heb 13, 8). No son las estructuras sino el corazón del hombre el que debe de ser cambiado: "Porque del interior del corazón de los hombres proceden las malas intenciones, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, maldades, engaños, deshonestidad, envidia, blasfemia, soberbia, insensatez. Todas estas cosas provienen del interior y hacen impuro al hombre" (Mc 7, 21-23)

(Continúa y acaba)