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jueves, 7 de julio de 2016

CIUDADES HERMANADAS: SODOMA - MADRID (2 de 4) ( Padre Alfonso Gálvez)



Sin embargo, por lo que hace concretamente al silencio, no dejan de aparecer algunos problemas que quizá convenga solucionar. Ante todo hay que tener en cuenta que el silencio, que parece ser una realidad en los espacios siderales, no existe como tal en la convivencia humana. Se suele decir, por ejemplo y no sin cierta razón, que el silencio es un suceso que tiene por virtud quedar roto en el momento mismo en el que se habla de él. Y en efecto, puesto que es enteramente cierto que entre los humanos el silencio habla por sí solo, ya que siempre es expresivo de una manera o de otra. Por poner un caso concreto a considerar, es un hecho que ante los actos celebrados con motivo del Orgullo Gay ha parecido bastante elocuente el silencio de las Autoridades eclesiásticas diocesanas y, sobre todo, el de la Conferencia Episcopal. En cuanto a las primeras, algunos han querido ver una explicación de la actitud silenciosa adoptada por el Arzobispo. Pues después de haber afirmado el Prelado, a propósito de unas declaraciones del Cardenal de Valencia en contra de los homosexuales, que el Cardenal tenía derecho a sostener lo que él piensa con respecto a su Diócesis, algunos se han sentido movidos a decir, de modo enteramente injustificado, que tales declaraciones respondían a que el Arzobispo pensaba otra cosa con respecto a la suya.

Lo que prueba que el silencio como tal tropieza con el hecho indiscutible de que siempre es interpretado, de una forma o de otra. Los antiguos filósofos y moralistas solían utilizar un adagio, valedero tanto en Derecho como en Moral, según el cual qui tacet consentire videtur. Que significa algo así como quien calla parece estar de acuerdo, y que el lenguaje popular expresa en forma más llana diciendo que quien calla otorga. El mismo Derecho moderno concede valor a lo que llama el silencio administrativo; y así sucesivamente.

Una prueba de que el silencio como tal no existe en la convivencia humana lo tenemos en la misma actitud de la Iglesia ante la doctrina de los homosexuales. A una primera y tradicional actitud de repulsa contra la homosexualidad, que era un rechazo que se decía conforme con la Ley divina, las corrientes progresistas introdujeron la nueva actitud del silencio..., a la cual ha seguido, ya en la actualidad, la del arrodillamiento y la petición de perdón. Los antiguos católicos se hubieran escandalizado, o mejor no lo hubieran creído en modo alguno, que la Iglesia llegara a pedir perdón por haber combatido a la homosexualidad, e incluso a perseguir a sus propios ministros que se oponen a ella. Sin embargo tales son los hechos.[2]

Y es que, como prueban la sociología y la psicología, el silencio en el trato entre los hombres no es sino otra forma de expresión que incluso a veces es más elocuente que el habla. De ahí el fenómeno actual de la postura de arrodillamiento, puesto que el ser humano está obligado, lo quiera o no, a permanecer en actitud genuflexa como criatura que es: cuando se niega a estarlo ante Dios, acaba necesariamente postrándose ante el Diablo. Como puede verse probado en el quehacer diario de la vida humana, en la que los hombres que renegaron de Dios terminaron siempre adorando a otros dioses baales. Incluso dentro de la misma Iglesia puede observarse el fenómeno: la Iglesia del culto al hombre, que es la que ha suplantado a la Iglesia del culto a Dios, después de haber perdido la fe en la Presencia real eucarística se niega a arrodillarse ante la Eucaristía en las funciones del culto, como puede comprobarse tanto en las actitudes de las Altas Jerarquías como en las de los mismos fieles en la Misa. Lo que viene a ser en último término, se diga o no se diga, una postura de postración ante el Diablo.

El triunfalismo del Orgullo Gay tropieza sin embargo todavía con otros importantes problemas. Las personas homosexuales tienen derecho a sentirse orgullosas, tanto de sus sentimientos como de su comportamiento. Aunque conviene tener en cuenta, sin embargo, que el orgullo —entendido el término en su mejor acepción— significa en todo caso la legítima satisfacción por actos que se consideran meritorios, laudables dignos de elogio, de aprobación y de aplauso, que son cualidades que los homosexuales no dudan en otorgar a su conducta. Y desde un punto de vista pagano no pueden ponerse objeciones a tal argumentación. Sin embargo, aun manteniéndose dentro de ese campo de pensamiento, es necesario reconocer que a tales cualidades aún les falta otra a la que es imposible dar de lado: la ausencia de connotaciones negativas; como sucede en el deporte, en el que todos los méritos son anulados cuando se demuestra la existencia del dopaje. Y es en este sentido en el que la homosexualidad tiene todavía la necesidad de desterrar de sus actos un sentimiento anejo bastante difícil de borrar: el ridículo. El cual es casi imposible de evitar ante la contemplación —o la simple imaginación— de dos hombres besándose o practicando el coito anal. Cualquiera que se vea ante la imagen de dos hombres practicando la sodomía —uno en actitud activa y, lo que es todavía peor, otro en actitud pasiva—, puede sentirse inclinado a ser víctima de la risa provocada por la contemplación de lo que puede parecer ridículo (el mismo sentimiento que se produce al contemplar las evoluciones de los payasos en el circo).

El Orgullo Gay defiende legítimamente su postura y apela a las leyes de libertad de pensamiento y de expresión. Claro está que por la misma razón, y en atención a las mismas leyes, está obligado a respetar a quienes piensan que la homosexualidad les suscita los mismos sentimientos que producen el ridículo o la risa, cuando no además el de la compasión. Y con esto hemos llegado al punto álgido de las objeciones que pueden ser esgrimidas contra el Orgullo y que están todavía por resolver.

Todo el mundo conoce el tremendo poder de presión desplegado por el Lobby Gay contra quienes son contrarios a sus ideas. El cual es ejercido de muchos modos y desde todos los ámbitos de Poder, pero que incluso se convierte a menudo en verdadera persecución contra todos los que el Lobby considera que no comparten sus doctrinas. 

Pero ha de tenerse en cuenta, sin embargo, que desde hace mucho tiempo se ha venido acusando a la Iglesia, incluso sin vacilar en aportar falsedades históricas de todo tipo, de actuaciones de ese orden por parte de la llamada Inquisición. Por más que nadie las haya demostrado con suficiencia y seriedad histórica hasta ahora, y puesto que los procedimientos de la Inquisición, a poco que se examine la Historia sin apasionamiento, se convierten en nimiedades comparados con los del Lobby. El cual goza de unos poderes de difusión y de coacción ante la Sociedad —amparado como está por todos los Poderes Públicos, por todas las Instituciones (incluida la Iglesia) y por todos los llamados mass media— tal como jamás hubieran podido soñar los frailes inquisidores españoles de los siglos XVI y XVII —aun en el caso inimaginable de que hubieran querido utilizarlos—. Con lo cual el Lobby Gay, tal vez sin pretenderlo, lleva a cabo un increíble alarde y una patente demostración de ser enemigo de la Libertad. La misma que predica a los cuatro vientos pero que él tiene buen cuidado de no practicar. Como decía el coronel Wainwright Purdy III de La Casa de Te de la Luna de Agosto cuando clamaba: ¡El Ejército Americano ha venido a Okinawa a implantar la democracia, no a practicarla![3]

(Continúa)

CIUDADES HERMANADAS: SODOMA - MADRID (1 de 4) (Padre Alfonso Gálvez)

ORIGINAL COMPLETO  aquí

La Historia es Maestra de la Vida es una frase contenida en uno de los tratados de Cicerón de donde, a lo largo de la Historia, pasó a formar parte del acervo cultural de la Humanidad. La frase ha corrido un destino semejante al de esos libros llamativos colocados en un lugar visible de la biblioteca a fin de ser vistos por los visitantes, pero a los cuales nadie lee nunca. Tal como sucede con la observación de Cicerón, que ha sido reconocida por todos por su exactitud y agudeza pero a la que pocas veces se ha visto que alguien eche mano de ella para obtener lecciones. El Papa Juan XXIII, evocando seguramente la intuición ciceroniana, escribió una Encíclica referida a la Iglesia a la que puso el nombre de Mater et Magistra, la cual fue escrita oportunamente en el momento justo en el que la Iglesia dejaba de ser a la vez Madre y Maestra.

Una vez que ha sido reconocida la oportunidad y la ingeniosidad de la frase, no tiene nada de particular que alguien trate de aplicarla a diversas situaciones de la Historia en las que se dan circunstancias semejantes. Como sucede precisamente con las ciudades de Sodoma y Madrid. Aunque advertimos de antemano que nadie tiene porqué llamarse a escándalo. Pues, si bien es cierto que Sodoma es una Ciudad ya bastante antigua: se le atribuyen varios miles de años y la historia de su destrucción está narrada en los capítulos 18 y 19 del Génesis. Pero aquí no aludimos ahora a su destrucción por un castigo divino, sino a la situación en la que se encontraba anteriormente a ese suceso. La cual nadie podrá negar que es bastante similar a la situación actual de la ciudad de Madrid.


Aunque es seguro que serán muchos los que protesten y digan lo contrario, es muy difícil negar que la equiparación entre ambas ciudades —Sodoma y Madrid— es sobradamente justa. Madrid es una ciudad de algo más de tres millones de habitantes,[1] mientras que el desfile del Orgullo Gay, celebrado el pasado día tres de este mismo mes, reunió a un millón de partidarios o integrantes del Orgullo. [Se habla incluso de un millón y medio, aunque 300.000 vendrían de fuera de España] Donde es preciso reconocer que un tercio de los habitantes de la ciudad es una cifra más que considerable. Más aún si se tiene en cuenta que iban capitaneados por la alcaldesa de la ciudad y sus principales representantes, además de encabezados por todos los partidos políticos con carrozas incluidas; a excepción de uno de ellos, todo hay que decirlo, el cual había sido castigado a no asistir al desfile por el Orgullo y dando lugar a que hiciera un bonito papel con sus llantos, berridos y humildes súplicas con los cuales se arrastró para implorar que se le permitiera asistir. También es de notar que el evento fue aplaudido y jaleado por toda la prensa nacional, cuya casi totalidad tiene su sede precisamente en Madrid. Ni tampoco es de olvidar el silencio y la pasividad de toda la población madrileña, con respecto a la cual no se conoce ninguna protesta que al menos haya sido proclamada en voz alta.

Según la narración del Génesis, Dios se hubiera conformado con la existencia al menos de diez justos en la ciudad de Sodoma para no castigarla. Los cuales por lo visto tampoco fueron hallados, y de ahí el castigo. Por supuesto que sería altamente injusto y falso suponer que todos los habitantes varones de Madrid fueran sodomitas y todas las mujeres lesbianas. Cosa más que sabida y que siempre se tiene en cuenta cuando se trata de calificar a una ciudad. Que Ginebra sea considerada la ciudad de Calvino no quiere decir que todos sus habitantes sean o hayan sido calvinistas; como el hecho de que Detroit sea considerada la ciudad del motor no quiere decir que todos los que habitan en ella sean automovilistas o tengan algo que ver con las grandes compañías General Motors, la Ford o la Chrysler; y algo se podría decir de Chicago, la ciudad de Al Capone, lo que de ningún modo significa que sus habitantes participen de algún modo del gansterismo.

Sutilezas aparte y puestos a hablar en serio, es imposible dejar de reconocer que un millón de participantes, conducidos y animados por sus autoridades, impulsados y encabezados por todos los partidos políticos, con la promesa oficial de que en el año próximo Madrid será declarada la Capital Mundial del Orgullo Gay, a lo que hay que sumar la pasividad y el silencio del resto de la población..., es un acontecimiento que debe ser considerado seriamente.

Sin embargo, por lo que hace concretamente al silencio, no dejan de aparecer algunos problemas que quizá convenga solucionar. Ante todo hay que tener en cuenta que el silencio, que parece ser una realidad en los espacios siderales, no existe como tal en la convivencia humana. Se suele decir, por ejemplo y no sin cierta razón, que el silencio es un suceso que tiene por virtud quedar roto en el momento mismo en el que se habla de él. Y en efecto, puesto que es enteramente cierto que entre los humanos el silencio habla por sí solo, ya que siempre es expresivo de una manera o de otra. Por poner un caso concreto a considerar, es un hecho que ante los actos celebrados con motivo del Orgullo Gay ha parecido bastante elocuente el silencio de las Autoridades eclesiásticas diocesanas y, sobre todo, el de la Conferencia Episcopal. En cuanto a las primeras, algunos han querido ver una explicación de la actitud silenciosa adoptada por el Arzobispo. Pues después de haber afirmado el Prelado, a propósito de unas declaraciones del Cardenal de Valencia en contra de los homosexuales, que el Cardenal tenía derecho a sostener lo que él piensa con respecto a su Diócesis, algunos se han sentido movidos a decir, de modo enteramente injustificado, que tales declaraciones respondían a que el Arzobispo pensaba otra cosa con respecto a la suya. 

Lo que prueba que el silencio como tal tropieza con el hecho indiscutible de que siempre es interpretado, de una forma o de otra. Los antiguos filósofos y moralistas solían utilizar un adagio, valedero tanto en Derecho como en Moral, según el cual qui tacet consentire videtur. Que significa algo así como quien calla parece estar de acuerdo, y que el lenguaje popular expresa en forma más llana diciendo que quien calla otorga. El mismo Derecho moderno concede valor a lo que llama el silencio administrativo; y así sucesivamente.

(Continúa)

El celibato sacerdotal ¿es conveniente o necesario?

Parte de un estudio sobre las razones teológicas del celibato para los sacerdotes, tomado de Adelante la Fe. Si se quiere profundizar un poco más en la historia del celibato puede leerse lo que dice al respecto el cardenal Walter Brandmüller, pinchando aquí. En el Denzinger-Bergoglio puede leerse un artículo en el que se habla también de la visión que tiene el papa Francisco sobre el celibato
La crisis actual del Sacerdocio
El Sacerdocio de Cristo, como nos es revelado por la Tradición y por la S. Escritura, es un misterio de nuestra fe . El Verbo, encarnándose, ha ungido y consagrado la naturaleza humana de Cristo haciéndolo Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza. Para adherirse, el hombre debe abrirse a una visión sobrenatural y someter, mediante la virtud de la fe, la razón humana a un modo de pensar trascendente.
En tiempos de fe viva, Cristo-Sacerdote constituye en la conciencia de todos el centro vivo de la vida de fe personal y comunitaria mientras en tiempos de decadencia de la fe la figura de Cristo-Sacerdote se desvanece y no está ya en el centro de la vida cristiana.
En los tiempos de fe viva no se hace difícil al sacerdote reconocerse en Cristo, identificarse con él, ver y vivir la esencia de su sacerdocio en íntima unión con el de Cristo-Sacerdote, ver en él la única fuente y el modelo insustituible de su sacerdocio. 
En una atmósfera de racionalismo, que elimina cada vez más de la mente del hombre lo sobrenatural, en un tiempo de materialismo que hace desvanecerse cada vez más lo espiritual, se hace cada vez más difícil para el sacerdote resistir. La identidad trascendente y espiritual de su sacerdocio es velada cada vez más y se apaga si él no se esfuerza por profundizarla y mantenerla viva en una íntima unión de vida con Cristo.
Esta situación crítica hace hoy más que nunca indispensable para el sacerdote la ayuda de una ascética y de una mística que le descubran a tiempo los peligros que amenazan a su sacerdocio y que le muestren la necesidad y los medios que su fidelidad sacerdotal requiere.
La actual crisis de identidad del sacerdocio católico se manifiesta con toda claridad a través de la renuncia de miles de sacerdotes a su ministerio, a través de una profunda secularización de otros muchos, que permanecen en un servicio sólo formal; y también a través de la penuria de vocaciones causada por el rechazo a seguir la llamada. 
Por tanto, es necesario mantener firmemente que la Ordenación sagrada crea una unión orgánica sobrenatural con Cristo y que el carácter que el Orden sagrado imprime para siempre eleva al ordenado a órgano de las funciones sacerdotales de Cristo: Sacerdos alter Christus.
San Pablo escribe a los Corintios: “Es preciso que los hombres nos consideren como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios el hombre nos considere ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios” (1 Cor 4, 1) Y también : “Somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios mismo os exhortara a través de nosotros. Os suplicamos en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios” (2 Cor 5, 20)
He aquí el fundamento escriturístico de la identificación del sacerdote con Cristo.
Los motivos del celibato sacerdotal
De la síntesis hecha por san Raimundo de Peñafort se desprende también con certeza que el verdadero motivo de la continencia clerical era, por aquel tiempo, no tanto la pureza cultual del ministro del altar sino la eficacia de la oración mediadora del ministro sagrado, que provenía de su total dedicación a Dios. En general, la posibilidad libre de rezar y la completa libertad para el propio ministerio y para el servicio de la Iglesia aparecen ya claramente como los verdaderos motivos de la continencia completa.
Cristo nos es mostrado, en la carta a los Efesios (5, 23-32), como Esposo de la Iglesia; y la Iglesia como única esposa de Cristo. Por esto el sacerdote es llamado a ser imagen viva de Jesucristo, Esposo de la Iglesia. Es llamado, por tanto, en su vida espiritual a revivir el amor de Cristo esposo respecto a la Iglesia esposa. El sacerdote no vive, por esto, sin amor esponsal: tiene como esposa a la Iglesia. Su vida debe ser iluminada y orientada también por este modo de comportarse esponsal que le exige ser, por tanto, testigo del amor esponsal de Cristo, capaz de amar a la gente con corazón nuevo, grande y puro, con auténtico desprendimiento de sí mismo, con dedicación plena, continua y fiel, y junto con una especie de “celo” (cfr. 2 Cor 11, 2), con una ternura que se reviste incluso de matices de afecto materno, capaz de hacerse cargo de los “dolores de parto” hasta que “Cristo” sea formado en los fieles: "Hijitos míos, por quienes sufro, de nuevo, dolores de parto, hasta que Cristo se forme en vosotros" (cfr. Gal., 4, 19).
(...) El sacerdocio de la Iglesia Católica aparece así como un misterio que está, a su vez, inmerso en el misterio de la Iglesia de Cristo. Todo problema concerniente al sacerdocio y, sobre todo, al grave, grande y siempre actual problema del celibato no puede y no puede ser visto y resuelto con consideraciones y motivaciones puramente antropológicas, psicológicas, sociológicas y, en general, profanas y terrenas. Este problema no se puede resolver con categorías puramente disciplinarias. Toda manifestación de la vida y de la actividad del sacerdote, su naturaleza y su identidad postulan antes que nada una justificación teológica. Ésta, para el celibato ministerial, se puede obtener de la historia y de la reflexión teológica basada en la Revelación. 
Además el sacerdocio del Nuevo Testamento no es un concepto funcional como el del Antiguo Testamento, sino un concepto ontológico, del cual sólo puede derivar el actuar adecuado según el axioma: agere sequitur esse, o sea la acción es guiada por el ser [sigue al ser].
Frente a esta teología del sacerdocio neotestamentario que ha sido confirmada y profundizada por el Magisterio oficial de la Iglesia, nos debemos preguntar si las razones a favor del celibato  militan sólo por una “conveniencia” de dicho celibato o si, más bien, es realmente necesario e irrenunciable. 
Sólo si se responde correctamente a esta pregunta se puede responder también a la otra, esto es: ¿Puede la Iglesia Católica decidir un día el modificar la obligación del celibato o incluso el abolirlo del todo?.
Para no correr riesgos con la respuesta a esta pregunta, debemos partir del hecho de que el sacerdocio católico no ha sido fundado por el Fundador de la Iglesia sobre el hombre que se transforma y cambia, sino sobre el misterio inmutable de la Iglesia y de Cristo mismo.
Según el Aquinate (S. Th., III, q. 22, a. 1) el verdadero sacerdote es mediador entre Dios y los hombres y comunica las cosas divinas a los hombres y las cosas humanas a Dios. Después del pecado original, la mediación sacerdotal es reparadora y se concentra en el Sacrificio expiatorio. Por tanto, el sacerdote es un mediador escogido por Dios, que ofrece a Dios un Sacrificio como reconocimiento de su omnipotencia y en expiación por los pecados humanos, procurando así la pacificación entre Dios y el hombre.
Cristo es sacerdote no por vocación atribuida, sino por la Unión hipostática. Por tanto, Él nace sacerdote cuando el Verbo se hace carne: no se convierte en tal. La función de mediador no es propia de la divinidad de Cristo sino de su humanidad, ya que mediar conlleva inferioridad respecto a Dios. Por tanto, el sujeto del sacerdocio es la humanidad de Cristo (S. Th., III, q. 22, a. 3, ad 1um), pero Su humanidad no puede subsistir independientemente de la Persona divina que la ha asumido. Además Cristo es sacerdote y víctima al mismo tiempo (S. Th., III, q. 22, a. 2) ya que mediante la Encarnación Él es un mediador capaz de sufrir por su humanidad y capaz de satisfacer infinitamente por su divinidad
El acto sacerdotal por esencia es el sacrificio de la cruz vuelto a actuar hasta el fin del mundo por el Sacrificio de la Misa. El sacerdote, mediante el Orden sagrado, participa realmente del sacerdocio de Cristo y ofrece el Sacrificio de la Misa, que sobrepasa infinitamente todos los holocaustos del Antiguo Testamento (S. Th., III, qq. 46-48). El debe imitar a Cristo en el Amor con el cual Cristo se ha ofrecido al Padre para aplicar a los hombres de todos los tiempos las gracias que brotan del Sacrificio del Calvario.
El Orden sagrado es una configuración real y ontológica del sacerdote a Cristo “Sacerdote y Víctima”
Los fieles no son sacerdotes ministerialmente, pero son objeto de los cuidados de los sacerdotes, que han recibido la sagrada Ordenación. El Sacrificio de la Misa es ofrecido a Dios por el sacerdote ordenado y los fieles pueden unirse místicamente a él para hacer llegar a Dios la Misa como adoración, agradecimiento, expiación de los pecados, satisfacción de la pena debida a la culpa y para pedir todas las gracias de orden espiritual y material.
El modernismo se equivoca queriendo equiparar, en una especie de democracia litúrgica, los fieles al sacerdote ordenado sacramentalmente. Los fieles, a través de la mediación de los sacerdotes ordenados, tienden a Dios y, por esto, entre sacerdotes y fieles laicos no hay equiparación, ni siquiera oposición, sino subordinación jerárquica.
Se entiende así el porqué esencial del celibato eclesiástico, que “vivit in carne praeter carnem” (S. Jerónimo), es el culmen del camino de perfección, que el hombre no puede alcanzar con sus solas fuerzas naturales, y hace al sacerdote libre para dedicarse exclusivamente a la misión de salvar a las almas haciendo sus oraciones más cercanas a Dios, Espíritu purísimo.
Alphonsus

lunes, 4 de julio de 2016

Lemaître, sacerdote (científico y tomista)


Georges Lemaître, Físico y sacerdote, inventor del Big Bang

El 20 de Junio se celebró el cincuenta aniversario de la muerte de Georges Lemaître (17 Julio 1894 - 20 de Junio de 1966), sacerdote belga, astrónomo y profesor de Física en la Universidad católica de Lovaina. Fue el primero en proponer la teoría de la expansión del Universo (mal atribuida a Edwin Hubble); y propuso también lo que luego se llamaría la teoría del Big Bang sobre el Origen del Universo, a la cual él llamó hipótesis del huevo cósmico. Toda esta información se puede leer pinchando aquí.

[En abril de 2011 yo escribí, en este mismo blog, una entrada sobre ciencia y religión y, posteriormente, en el 2013, cuatro entradas sobre la relación existente entre ciencia y verdad (aquí, aquí, aquí y aquí)]

En Gloria TV podemos ver y escuchar lo que se dice de Lemaître. 


Siempre ha habido prejuicios contra la religión en el ámbito de lo científico. Y, sin embargo, son eso: prejuicios. Grandes y eminentes científicos, como Lemaître, así lo ponen de manifiesto. No hay ningún tipo de incompatibilidad entre Ciencia y Religión (hablo, naturalmente, de religión católica, con su base filosófica tomada de santo Tomás de Aquino).

Lemaître -se puede leer en Wikipedia- estaba convencido de que Ciencia y Religión son dos caminos diferentes y complementarios que convergen en la verdad. Al cabo de los años, declaraba en una entrevista concedida al periódico estadounidense The New York Times: "Yo me interesaba por la verdad desde el punto de vista de la salvación y desde el punto de vista de la certeza científica. Me parecía que los dos caminos conducen a la verdad, y decidí seguir ambos. Nada en mi vida profesional, ni en lo que he encontrado en la Ciencia y en la Religión, me ha inducido jamás a cambiar de opinión".

En 1965, un año antes de morir en Lovaina, Lemaître tuvo conocimiento del descubrimiento de la radiación de fondo de microondas cósmicas, la cual constituía una prueba de la validez de su teoría. Una gran satisfacción.

José Martí