BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



sábado, 25 de octubre de 2014

¿Fundamentalismo cristiano? 2ª parte (8) [Fidelidad]



Si se desea acceder al Índice de esta primera parte sobre Fundamentalismo cristiano, hacer clic aquí

En su momento, Benedicto XVI habló de la "hermenéutica de la continuidad" para expresar así que la doctrina actual de la Iglesia seguía siendo la misma, antes y después del Concilio Vaticano II, pero lo que observamos que se está produciendo, realmente, es una "hermenéutica de ruptura" con la Tradición anterior.



Se utilizan una serie de expresiones ambiguas, impropias de la Iglesia, que pueden confundir y dar lugar a diferentes interpretaciones. Se ponen en tela de juicio determinados puntos de la doctrina de la Iglesia, que no pueden ser cambiados, pues son doctrina revelada.  Para poder realizar el cambio se los presenta como "avances pastorales en la "misericordia" hacia las personas, cuando  ni son avances [sino auténticos retrocesos en la comprensión de lo que es la doctrina católica] ni son pastorales [pues una pastoral que no respete la doctrina no es una verdadera pastoral] ni ejercitan la misericordia con los pecadores [no, al menos, la misericordia de la que Jesús habla en el Evangelio, que es la verdadera misericordia, la cual va siempre acompañada de la verdad y de la justicia; así como del reconocimiento de su pecado por parte del pecador]

Los que así proceden no son verdaderos pastores sino ladrones y salteadores, a quienes no les importan las ovejas (Jn 10, 8). Ahí están las palabras del Señor que son las únicas que nos pueden salvar y a las que tenemos que acudir siempre: "Yo soy la puerta [de las ovejas]; si alguno entra por Mí se salvará, y entrará y saldrá, y encontrará pastos" (Jn 10, 9). No hay otro camino para entrar en el redil si no es a través de Jesucristo y con Jesucristo.

Se utiliza hoy mucho la palabra "misericordia" como si se tratara de un nuevo descubrimiento: la "misericordina" es la pastilla eficaz para solucionar todos los problemas. Por supuesto que Dios es infinitamente Misericordioso"Dios es rico en misericordia" (Ef 2,4), pero también es infinitamente Justo. [En Dios, Misericordia y Justicia, Misericordia y Verdad son una misma cosa, pues Dios es Simple].
"Os escribo esto, hijitos -dice san Juan- para que no pequéis. Pero si alguno peca [verdad del pecado, que merece castigo, en justicia], tenemos un abogado ante el Padre, Jesucristo, el Justo. Él es propiciación por nuestros pecados, [misericordia ejercida por Dios cuando se reconocen los propios pecados, como tales pecados, ante Él, siguiéndose de ahí un auténtico arrepentimiento por haberlos cometido y una gran confianza en Dios, que nos dará su gracia para seguir luchando por serle fieles] pero no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo" (1 Jn 2, 1-2) [Todos deberían tener acceso al Mensaje salvador de Jesús, y para ello el Maestro nos necesita].

Porque así es:  el Mensaje de Jesús debería llegar al mayor número posible de personas, pero -eso sí-  sin falsear dicho Mensaje, como Palabra de Dios que es, para transmitirlo íntegramente de generación en generación hasta el final de los tiempos. Es una nota esencial de la verdadera Iglesia la fidelidad al depósito recibido. ¿Por qué queremos inventar una nueva doctrina diferente a la que ya hay y, además, seguir llamándole Iglesia Católica? Esto es algo diabólico. Si tal cosa se hiciera podemos tener la absoluta seguridad de que ya no estaríamos ante la Palabra de Dios, sino que eso sería ... ¡otra cosa!. 

La división que se está produciendo en la Iglesia entre conservadores (tradicionalistas) y progresistas (influidos por la herejía modernista) es realmente escandalosa (a mí me recuerda un poco lo que sucede entre los políticos, como si en la Iglesia se pudiera ser de izquierdas o de derechas. A este respecto, considero desafortunada la expresión del santo Padre cuando dijo aquello de "yo no he sido nunca de derechas". Esas palabras, de izquierda y derecha, no tienen -o no deberían de tener- ningún sentido en el seno de la Iglesia Católica. Desde luego no es ése el deseo de Cristo, quien cuando rogó a su Padre por sus discípulos le pidió: "Que todos sean uno: como tú, Padre, en Mí y Yo en Tí, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado(Jn 17, 21).

¡Qué lejos estamos del cumplimiento de esas palabras del Señor, que son las únicas que pueden y deben servir de guía para que la Iglesia se mantenga auténticamente fiel al Mensaje recibido!.  Por esencia la Iglesia tiene que ser conservadora, si se nos permite todavía esa expresión, en el sentido de que debe mantener sin cambio aquello que le ha sido encomendado. De no hacerlo así estaría faltando a su misión: "Timoteo,  guarda el depósito" (1 Tim 6, 20). La obligación de la Iglesia es la de transmitir íntegramente el Mensaje recibido de Jesucristo, que "es el mismo ayer y hoy y lo será siempre" (Heb 13, 8) y que dijo: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Lc 21, 33; Mt 24, 35). 

Otra cosa diferente es lo que llamamos pastoral, que es la manera práctica de hacer llegar esas palabras a todo el mundo. Y aquí sí que es preciso hacer un buen uso de la imaginación, aquí sí que pueden haber distintos enfoques, con vistas a que la gente conozca al Señor y lo quiera, pero siempre desde la fidelidad a la doctrina. Y éste es el gran problema que tiene hoy en día planteada la Iglesia, esa falta de fidelidad a la doctrina de siempre, por una razón que yo entiendo que no puede ser otra sino la pérdida de la fe en Jesucristo como verdadero Dios y como verdadero hombre; y como el Único en quien la salvación es posible. 

Decir, por ejemplo, como dijo el papa Francisco: «los que son cristianos, con la Biblia, y los que son musulmanes, con el Corán», porque «uno solo es DIos: el mismo» ... es un grave error doctrinal, que no se atiene a verdad, desde el momento en que Dios se ha revelado en Jesucristo. Si se cree en Jesucristo, debemos creer en sus palabras. Y lo que le oímos decir es: "Quien no está conmigo, está contra Mí" (Mt 12, 30). "Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre" (1 Jn 2, 23). "Yo soy la Verdad" (Jn 14,6), etc ... Las palabras de Jesús son clarísimas. Y quieren decir lo que dicen. No admiten ninguna otra interpretación que lo que se dice en ellas, tal y como se dice. ¿A quién hacemos caso, entonces? ¿A lo que dice Jesús o a lo que dicen los demás? Esa decisión debemos de tomarla ante Dios, porque lo que está en juego es nada más y nada menos que nuestra salvación o nuestra condenación eterna. Y esto no es ningún invento mío, sino que es doctrina perenne de la Iglesia, que no puede ser modificada ni cambiada por nadie.

Así, pues, la primera regla [-y yo diría que la única, al menos en el momento actual- ] para una auténtica y eficaz pastoral es la de predicar la verdadera doctrina católica, de modo íntegro, porque la gente no conoce al Señor y, por eso mismo, es desgraciada. Esta tarea se impone hoy con más urgencia que nunca. Sin embargo, no sólo no se está actuando en este sentido, sino incluso en sentido contrario, enseñando a la gente "verdades" que no son tales y que, por supuesto, no reflejan fielmente -e incluso traicionan- la Palabra de Dios. Si hubiera que encontrar una respuesta para explicar la situación en la que se encuentra la Iglesia, tal vez habría que acudir al hecho de que muchos de los que tienen que transmitir la fe al pueblo cristiano, ellos mismos la han perdido. Y no se puede enseñar aquello que no se sabe, o mejor -en este caso- aquello que no se vive [estoy hablando en términos generales, porque me consta de que, gracias a Dios, aún quedan pastores fieles al Evangelio y a la Tradición de la Iglesia; así como también fieles católicos que los siguen, porque escuchan en ellos la verdadera palabra de Dios. La pena es que este número es cada vez menor]

Hay, hoy en día, muchísimos católicos [católicos sólo en el sentido de que fueron bautizados al poco de nacer, pero nada más] que no conocen su fe, que no conocen a Jesucristo. Entre otras cosas, aparte de su propia responsabilidad personal ante Dios, que la tienen, porque aquellos que deberían dar a conocer a Jesucristo [comenzando por la más alta Jerarquía dentro de la Iglesia] transmiten una palabra de Dios adulterada, tergiversada e incompleta; o sea, no transmiten la palabra de Dios, pues ésta sólo puede ser bien conocida si se transmite en toda su integridad. Para desdicha del pueblo cristiano esto sólo ocurre en contados casos. 

(Continuará)

¿Fundamentalismo cristiano? 2ª parte (7) [Aggiornamento]



Si se desea acceder al Índice de esta primera parte sobre Fundamentalismo cristiano, hacer clic aquí

Cuando ya estaba perfectamente claro cuál es -y ha sido siempre- la doctrina de la Iglesia, han ido apareciendo a lo largo de la segunda mitad del siglo XX -y continúan apareciendo- una serie de "innovadores" (influidos por las filosofías de Kant y de Hegel, fundamentalmente) que dicen que la Iglesia se ha quedado anticuada y rezagada con respecto al mundo moderno.  

De hecho ese fue uno de los motivos más importantes que llevó al papa Juan XXIII a la celebración del Concilio Vaticano II. [Como sabemos éste tuvo lugar en cuatro sesiones espaciadas en el tiempo, la primera de las cuales fue presidida por el propio Papa Juan XXIII el 11 octubre de 1962. Muerto Juan XXIII, continuaron el resto de sesiones con el siguiente Papa Pablo VI, dándose por concluido dicho Concilio el 8 de diciembre de 1965] . Fue allí cuando se afianzó el término "aggiornamento" -que aún se sigue utilizando- como si en esa palabra se encontrara la síntesis más completa del Vaticano II.  Su significado podría ser el de "puesta al día", o el de "adaptarse a los tiempos modernos"; pero, ¿qué significa eso exactamente? No queda suficientemente claro y se presta a interpretaciones diversas.


Es evidente que cuando el papa Juan XXIII convocó el Concilio con el fin de renovar y "aggiornare" tendría una idea clara de aquello a lo que se refería al usar esa palabra. Básicamente -al menos, así yo lo interpreto- se trataba de que la doctrina católica llegara al mayor número de personas y de modo explícito indicó que el sentido de dicho Concilio era solamente "pastoral"; que la doctrina de la Iglesia estaba clara y que no podía tocarse de ninguna de las maneras. Así se puede leer en el discurso de apertura del Concilio Vaticano II que tuvo lugar el 11 de octubre de 1962: 


El gesto del más reciente y humilde sucesor de San Pedro, que os habla, al convocar esta solemnísima asamblea, se ha propuesto afirmar, una vez más, la continuidad del Magisterio Eclesiástico, para presentarlo en forma excepcional a todos los hombres de nuestro tiempo, teniendo en cuenta las desviaciones, las exigencias y las circunstancias de la edad contemporánea (...) El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz (...)


Es necesario que la Iglesia no se aparte del sacro patrimonio de la Verdad, recibido de los Padres; pero, al mismo tiempo, debe mirar a lo presente, a las nuevas condiciones y formas de vida introducidas en el mundo actual, que han abierto nuevos caminos para el apostolado católico (...). El Concilio Ecuménico XXI  [puesto que han habido veinte concilios a lo largo de la Historia de la Iglesia y éste era el que hacía veintiuno] (...) quiere transmitir pura e íntegra, sin atenuaciones ni deformaciones, la doctrina que durante veinte siglos, a pesar de dificultades y de luchas, se ha convertido en patrimonio común de los hombres; patrimonio que, si no ha sido recibido de buen grado por todos, constituye una riqueza abierta a todos los hombres de la adhesión renovada, serena y tranquila, a todas las enseñanzas de la Iglesia, en su integridad y precisión, tal como resplandecen principalmente en las actas conciliares de Trento y del Vaticano I (...)

Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del "depositum fidei", y otra la manera de formular su expresión; y de ello ha de tenerse gran cuenta —con paciencia, si necesario fuese— ateniéndose a las normas y exigencias de un Magisterio de carácter predominantemente pastoral (...). 
Es motivo de dolor el considerar que la mayor parte del género humano —a pesar de que los hombres todos han sido redimidos por la Sangre de Cristo— no participa aún de esa fuente de gracias divinas que se halla en la Iglesia católica


De modo que lo que no se puede hacer es intentar cambiar la Iglesia de siempre, fundada por Jesucristo, y transformarla en otra "iglesia" distinta (que ya no sería la verdadera Iglesia) con el pretexto de que la Iglesia tiene que ponerse al día, tiene que "aggiornarse": la "pastoral" ha de ser, por lo tanto, diferente de la que había sido hasta ahora.

Todo eso es cierto, bien interpretado, puesto que es misión de la Iglesia que el Mensaje de Jesús llegue a todos los hombres. También ha de pensar en el modo más efectivo de conseguirlo, que de eso se trata cuando se habla de pastoral. Lo que no puede hacerse es cambiar el Mensaje evangélico. Y lo que es aún peor: realizar ese cambio diciendo que no hay tal cambio



Con la excusa de la "nueva pastoral" y de que los cristianos tenemos que estar pendientes de los llamados "signos de los tiempos", lo que de hecho se está haciendo -aunque se quieran cerrar los ojos para no ver- es un cambio en la doctrina. Evidentemente, esto se va a negar; pero los hechos están ahí para que el que quiera ver, que vea.



(Continuará)

miércoles, 22 de octubre de 2014

¿Fundamentalismo cristiano? 2ª parte (6) [Señor del mundo]



Si se desea acceder al Índice de esta primera parte sobre Fundamentalismo cristiano, hacer clic aquí

Conviene recordar, o aprender -si no se sabe- que la fidelidad de un cristiano no es a tal o cual Papa, no es a un Papa concreto, sino al Papado, instituido directamente por Jesucristo, así como también a los dogmas que se han ido definiendo a lo largo de la historia de la Iglesia, verdades que son inalterables por voluntad de su Fundador: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que ates sobre la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desates sobre la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16, 18-19). 


Las palabras de Jesús, como Dios que es, Señor de la Historia, son siempre actuales; no sirven sólo para una determinada época o para un lugar concreto, sino para todos los tiempos y lugares: "Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos" (Heb 13, 8). De igual modo ocurre con los dogmas, como verdades absolutas definidas de una vez para siempre, a lo largo de la Historia de la Iglesia, verdades que no evolucionan ni se tienen que adaptar a los tiempos.



Es lo que ocurre con todos los misterios y verdades de fe, cuyo contenido no depende de la conciencia personal subjetiva de cada uno. O se aceptan y se creen (y si se está bautizado se forma, entonces, parte de la Iglesia) o no se aceptan y no se creen (en cuyo caso no se forma parte de la Iglesia, como Cuerpo Místico de Cristo). Si alguien opta por la segunda opción, debe saber que tiene siempre a su disposición el sacramento de la Penitencia, del que puede hacer uso, [si quiere]; y si se arrepiente sinceramente de su falta de fe ante un sacerdote recibe de éste la absolución, mediante la cual se le perdonan todos los pecados que haya cometido, puesto que el sacerdote actúa "in persona Christi".





[Aunque no venga expresamente al caso, creo que no está de más volver a repetir algunos puntos que pienso que no se tienen lo suficientemente claros. Citaré sólo tres:

1. No tenemos dos sino un solo Papa, que es el papa Francisco. El anterior papa Benedicto XVI ya no es Papa, aunque vista de blanco, se llame Papa emérito y aparezca junto al papa Francisco en algunas ceremonias, para mayor confusión del pueblo cristiano. Dimitió libremente como Papa (así lo expresó personalmente) y, desde ese momento, dejó de ser Papa. Vuelve a ser, otra vez, el cardenal Ratzinger. El Papado es una institución, no es un sacramento. Un sacerdote o un obispo lo es para siempre, puesto que el sacerdocio imprime carácter en el alma del sacerdote. No así la condición de Papa. Esta idea es fundamental. De igual modo que se dice: "Madre no hay más que una", se puede también decir que "Papa no hay más que uno".

2. El papa Francisco es un Papa legítimo, incluso aun cuando hubiesen habido irregularidades en su nombramiento como Papa -tal y como algunos dicen-. De ser así, ese nombramiento tendría que haber sido impugnado en su momento, lo que no se hizo. La sede de Pedro, por lo tanto, no está vacante, como erróneamente piensan los llamados sedevacantistas.

3. No se puede demostrar que estemos ante un Papa hereje. Aunque así fuese -que eso sólo Dios puede saberlo- tal afirmación tendría que ser demostrada de modo inequívoco, puesto que nadie puede juzgar al Papa, al ser la máxima autoridad en la Iglesia. Y eso pese a la infinidad de expresiones "papales" que continuamente aparecen en los medios y que darían pie para pensar así. Dado el lenguaje usado y las circunstancias en que lo ha hecho, el Papa siempre podría argumentar que se ha interpretado mal lo que él dijo; no puede afirmarse, con rotundidad, que estemos en presencia de un papa hereje. Para ello, o bien tendría que ser el propio Papa quien reconociera formal y públicamente su herejía, o bien tendría que expresarse de tal manera que negase alguna verdad de fe, de modo explícito. Si tal evento se produjera  -lo que, evidentemente, no va a ocurrir- sólo entonces ipso facto quedaría depuesto como Papa. ]

(Continuará)

¿Fundamentalismo cristiano? 2ª parte (5) [Señor del mundo]



Si se desea acceder al Índice de esta primera parte sobre Fundamentalismo cristiano, hacer clic aquí

Como acabamos de ver, el Señor habla de la necesidad de la conversión como algo esencial para poder recibir su Mensaje y deja como misión a Pedro y a los apóstoles la de ir por todo el mundo enseñando a las gentes todo cuanto Él les ha enseñado a ellos así como la de bautizarlos para que pasen a formar parte del Reino de Dios, sin esperar nada a cambio: "Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis" (Mt 10, 8). Él es nuestra recompensa: "He aquí que vengo pronto, y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno conforme a sus obras" (Ap 22, 12) 



Aunque las palabras de Jesús son claras, ante posibles interpretaciones erróneas (que, como sabemos por la Historia, siempre han tenido lugar), la Iglesia Jerárquica es -y ha sido siempre- la fiel depositaria del mensaje recibido y de su correcta interpretación. Evidentemente, nos referimos a la Iglesia de siempre, aquella que es Una, Santa, Católica y Apostólica

Ya sabemos que las dos fuentes de la Revelación de las que un católico debe de alimentarse son las Sagradas Escrituras y la Tradición. Ésos son los buenos pastos que las ovejas del rebaño de Cristo esperan de sus pastores Recordemos algunas recomendaciones del apóstol Pablo, en este sentido, cuando le decía a Timoteo:  "Tú persevera en lo que has aprendido y creído, sabiendo de quiénes lo aprendiste, y que desde la infancia conoces las Sagradas Escrituras, que pueden instruirte en orden a la salvación por medio de la fe que está en Cristo Jesús. Pues toda Escritura es divinamente inspirada, y es también útil para enseñar, para rebatir, para corregir, ... (2 Tim 3, 14-16). Y en otra parte añade: "hermanos, manteneos firmes y guardad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de palabra o por carta" (2 Tes 2, 15)

La Iglesia tiene, pues, una doble misión, recibida de Jesucristo. En primer lugar -y esto está recibido como un mandato- debe extenderse por todo el mundo, proclamando el Evangelio a todas las gentes y bautizándolas (Mt 28, 19); por una razón muy sencilla, cual es la de que "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 4), lo que únicamente será posible si lo conocen a Él y lo aman, pues sólo Él ha podido decir: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí(Jn 14, 6). 

La fe no es un asunto privado, algo que deba quedar relegado al campo de los sentimientos personales, ya que afecta a la salvación entera del género humano. Y para esta salvación no es lo mismo profesar una religión u otra, si nos atenemos a las palabras contenidas en el Nuevo Testamento: "Uno solo es Dios y uno solo es también el mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre, que se entregó a sí mismo en redención por todos" (1 Tim 2, 5-6). 

¿Para qué, si no, se hizo hombre el Hijo de Dios? ¿Qué sentido habría tenido su venida al mundo? El mundo cambiará [a mejor] en la medida en que la gente conozca y ame a Jesucristo. Y ésta es una de las misiones de la Iglesia. De ahí las importantes palabras de san Pablo a los romanos: "No os acomodéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, de modo que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios; esto es, lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rom 12, 2)


En segundo lugar, es fundamental que la Palabra de Dios llegue íntegra a los que van a recibirla, sin ser adulterada, tergiversada, escamoteada o modificada; sin añadir y sin quitar nada de lo que en ella se contiene. El autor de las Sagradas Escrituras es el Espíritu Santo, que inspiró a aquellos que las escribieron, de manera tal que no erraran en nada de lo que escribiesen.  No son simples palabras pronunciadas por cualquiera. : "Mis palabras -decía Jesús- son Espíritu y Vida" (Jn 6, 63). "El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán" (Mt 24, 35). 

De ahí la enorme importancia de las traducciones que se hagan de la Sagrada Escritura a los diferentes idiomas: es preciso que transmitan, con la mayor fidelidad posible, los escritos originales para que el mensaje del Jesús que se predique a la gente sea lo más parecido al auténtico mensaje de Jesús. En la medida en la que esto sea así sus efectos serán los esperados, pues "la palabra de Dios es viva y eficaz y más cortante que una espada de doble filo; entra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y descubre los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay ante ella criatura invisible, sino que todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de rendir cuentas" (Heb 4, 12-13)
(Continuará)

martes, 21 de octubre de 2014

No hay confusión cuando todo está claro (P. Alfonso Gálvez)


Como colofón de los acontecimientos que últimamente están sacudiendo a la Iglesia, y por si aún fuera poco, el borrador provisional de las conclusiones de las primeras deliberaciones del Sínodo de la Familia, ha servido de detonante para provocar una conmoción en el mundo católico.

Y tal como sucede cuando se trata de analizar las situaciones difíciles —y más aún cuando se pretende encontrar soluciones—, lo primero que se impone es el uso de la serenidad de juicio. En casos semejantes, el nerviosismo y los sentimientos precipitados son malos consejeros. En éste concretamente, y puesto que se trata de algo tan grave como la situación de la Iglesia y la salvación de las almas, es necesario además echar mano de la Fe, como única garantía de alcanzar la solución adecuada. La cual siempre es clara y siempre está ahí, al alcance de quienes quieran aprovecharse de ella. De ahí el título de este artículo, tal como ahora vamos a tratar de justificarlo.


En atención a la claridad de la exposición, vamos a intentar poner un poco de orden entre la multiforme diversidad del mundo católico de hoy. Hay muchas clases de católicos (creyentes practicantes, creyentes no practicantes, indiferentes o despreocupados, verdaderamente preocupados, tradicionalistas, neocatólicos, progresistas, miembros de reconocidas y poderosas Organizaciones, afiliados a Movimientos carismáticos o Neocatecumenales, etc, etc.), aunque aquí los vamos a reducir a dos grandes grupos: los preocupados por su Iglesia, y aquellos otros que, aunque se llaman o se consideran católicos, les importa un comino lo que suceda en Ella. Con ello conseguiremos dos importantes objetivos: el de fijar con claridad nuestra exposición…, y el de evitar volvernos locos.

Consideremos en primer lugar el grupo más numeroso. El cual, como todo el mundo ya habrá adivinado, es el de los indiferentes. Grupo por lo demás extremadamente curioso, dado que la Humanidad lleva ya siglos mofándose del avestruz (injustamente por cierto, puesto que este animal no hace lo que le atribuyen) por aquello de la teoría del avestruz, por la que todo el mundo anda convencido de que el ave esconde la cabeza cuando ve llegar al cazador, creyendo que de ese modo conjura el peligro. Cuando lo gracioso del caso es que eso es precisamente lo que hacen hoy tantos millones de católicos: mirar para otro lado y aquí no pasa nada.

Sin embargo, también para este grupo —y especialmente para él— vale lo dicho arriba de que todo está claro. Para lo cual, trataremos de explicarnos:

En el Cristianismo (y aquí quedan comprendidos todos los bautizados) no existe la actitud de la indiferencia ante la Fe. O se cree o no se cree. Bajo ningún concepto es admitida la opción de lo que algunos llamarían una vía intermedia o un tertium quid. No hay sino dos únicas salidas: la de la Salvación y la de la Condenación. Y ambas para toda la Eternidad.

Acerca de quién lo haya establecido así, o de quién lo haya afirmado sin posibilidad alguna de ser contradecido…, es nada menos que el mismísimo Jesucristo. No ha sido ningún Papa o Cardenal, ni ningún teólogo famoso, ni filósofo alguno por más que haya sido esclarecido, proclamado y trompeteado. Ha sido Jesucristo, y precisamente Él, quien dijo de Sí mismo que sus palabras no pasarían jamás:

Quien no está conmigo, está contra Mí. Y quien no recoge conmigo, desparrama (Mt 12:30; Lc 11:23).

Claro que siempre existe la posibilidad de no creer, o no hacer caso de tales palabras. Cada cual es libre de apostar por lo que quiera, aunque no estaría de más darse cuenta de lo que está en juego. El Infierno está lleno de infelices que lamentarán para siempre haber sido malos apostadores.

Aquí no vale la indiferencia ni el yo no sabía. Quien no se preocupa de lo que está sucediendo en la Iglesia, posee todos los indicios de estar predestinado a la condenación eterna.

Y ahora vamos brevemente a los del primer grupo: los preocupados por su Iglesia, de los cuales muchos se sienten confundidos, escandalizados, y sin saber qué hacer si acaso las cosas siguen así (o incluso llegan a más, como es bastante probable).

A lo que habría que decir que no hay motivo alguno para sentirse confundidos. Y ni siquiera desorientados ante posibles graves decisiones a tomar, acerca de las cuales es mejor ni siquiera hablar. Pues también aquí las cosas están extremadamente claras:

Ante la gravedad de la situación, algunos han intentado sin éxito concluir que Papa Francisco no es verdadero Papa, puesto que el procedimiento de elección no fue legítimo o al menos no estuvo claro. De lo que han concluido en excentricidades como la del sedevacantismo y demás. Sin embargo está suficientemente claro que el Pontífice actual fue legítima y válidamente elegido, por lo que no caben dudas al respecto. No hay sedevacantismo.

Sin embargo, si la situación llegara a configurarse de tal manera como para ser calificada de especialísima gravedad, hasta el punto de que pudiera considerarse la obligación de declarar al Papa como ilegítimo, tal cosa sólo sería posible en el caso de que el Pontífice incurriera en formal, clara y flagrante herejía. Puesto que cualquier hereje, sea quien sea, queda ipso facto excluido de la Iglesia. Y por lo que hace al Papa, perdería automáticamente toda su jurisdicción. Así pues, sólo en el caso de herejía o de voluntaria renuncia podría un Papa legítimo dejar de ser Papa.

Por supuesto que tal declaración de herejía no sería cosa fácil. Y ningún católico, o grupo particular de católicos, podría declararla por su cuenta. Yo no estoy cualificado para determinar las condiciones que serían necesarias para ello. Pero todo el mundo sabe que el Espíritu Santo vela por su Iglesia y que, en caso de necesidad, es seguro que dispondría de manera que las cosas quedaran suficientemente claras.

Y nadie debe hacerse ilusiones en cuanto a una feliz reposición del Papa Emérito Benedicto XVI. Pues no hay tal Emérito desde el momento en que no hay tal Papa. En la Iglesia no pueden existir dos Papas simultáneamente, lo que supondría atentar contra su misma Constitución, tal como fue dispuesta por su divino Fundador. Benedicto XVI dejó de ser Papa desde el momento en que, libre y voluntariamente (según él mismo expresó), firmó su renuncia. Y no deja de ser penoso y lamentable que persona tan respetable, como quien fue el Papa Benedicto XVI, se preste ahora con su ambiguo comportamiento a engendrar nuevas confusiones entre los fieles.

Pero, y aquí está el punto práctico y verdaderamente importante: ¿Qué hacer en el entretanto, si acaso se quisiera imponer a los católicos amantes de su Fe doctrinas claramente contrarias a ella? La respuesta está clara y ya fue dada con bastante antelación. Hela aquí:

Me sorprende que hayáis abandonado tan pronto al que os llamó por la gracia de Cristo para seguir otro evangelio. Aunque no es que haya otro, sino que hay algunos que os inquietan y quieren cambiar el Evangelio de Cristo. Pero aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciásemos un evangelio diferente del que os hemos predicado, ¡sea anatema! Y como os lo que acabamos de decir, ahora os lo repito: si alguno os anuncia un evangelio diferente del que habéis recibido, ¡sea anatema!

Hasta aquí, San Pablo a los Gálatas (1: 6–9). Pero por si alguien conserva todavía alguna duda, oigamos ahora al Evangelista San Juan:

Todo el que se sale de la doctrina de Cristo, y no permanece en ella, no posee a Dios. Quien permanece en la doctrina, ése posee al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros y no transmite esta doctrina no le recibáis en casa ni le saludéis; pues quien le saluda se hace cómplice de sus malas obras. (Segunda Carta, 9–11).

Y creo que después de esto, nada queda por añadir sino la necesidad de que todo católico, ante la presente situación, se encomiende con confianza a la protección de la Virgen María. En la seguridad de que esa confianza no puede fallar.

Por último, como consigna definitiva que lo resume todo, repitamos lo que solía decir Jesucristo: Quien pueda entender, que entienda.

Padre Alfonso Gálvez

lunes, 20 de octubre de 2014

Pecado y Ley natural desaparecen de un plumazo

El presente artículo es un resumen o extracto de un artículo de Roberto de Mattei, usando prácticamente sus mismas palabras, y resaltando aquellas frases de su artículo que más me ha llamado la atención. El titulo de dicho artículo es "Resistir a la tendencia herética. La Relatio de Erdö borra de golpe el pecado y la ley natural". Puede leerse completo pinchando aquí.

La Relatio post disceptationem redactada por el Cardenal Erdö resume la primera semana de trabajo del Sínodo y lo orienta con sus conclusiones. Con la relación presentada por el Cardenal Péter Erdö el 13 de octubre de 2014 en el Sínodo sobre la familia, la revolución sexual irrumpe oficialmente en la Iglesia, con consecuencias devastadoras en las almas y en la sociedad. Queda borrado el sentido del pecado, abolidas las nociones de bien y de mal, suprimida la ley natural; y archivada toda referencia positiva a los valores, como la virginidad y la castidad


Se afirma, además, un nuevo asombroso principio moral, la “ley de gradualidad”, que permite captar elementos positivos en todas las situaciones hasta ahora definidas por la Iglesia como pecaminosas. El mal y el pecado no existen en cuanto tales. Existen sólo “formas imperfectas de bien” (n.º 18). “Se hace, por lo tanto, necesario un discernimiento espiritual, acerca de las convivencias y de los matrimonios civiles y los divorciados vueltos a casar, compete a la Iglesia reconocer estas semillas del Verbo dispersas más allá de sus confines visibles y sacramentales.” (n.º 20).

El problema de los divorciados vueltos a casar es el pretexto para que pase un principio que echa por tierra dos mil años de moral y de fe católica. Cae todo tipo de condena moral, porque cualquier pecado constituye una forma imperfecta de bien, un modo incompleto de participar en la vida de la Iglesia. Se dice: “Una sensibilidad nueva de la pastoral actual consiste en acoger la realidad positiva de los matrimonios civiles y, reconociendo las debidas diferencias, entre las convivencias” (n.º 36). Se da la vuelta a la doctrina de la Iglesia según la cual la estabilización del pecado, a través del matrimonio civil, constituye un pecado, aún más grave que la unión sexual ocasional y pasajera, porque esta última permite volver más fácilmente a la recta vía.

La nueva pastoral impone no hablar sobre el mal, renunciando a la conversión del pecador y aceptando su statu quo como irreversible. Según ellos ésas son "opciones pastorales valientes” (n.º 40). Parece, por lo visto, que la valentía no está en oponerse al mal, sino en adecuarse a él.

Las palabras fulminantes de San Pablo, según el cual “ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios” (1 Cor 6, 9) pierden sentido para los malabaristas de la nueva moral. Es necesario sustituir la “moral de la prohibición” con la de la misericordia y del diálogo, según la nueva fórmula pastoral en la que “nada se puede condenar”.

Todo este proceso comienza en octubre de 2013, cuando el Papa Francisco, tras haber anunciado la convocación de dos Sínodos sobre la familia, el ordinario y el extraordinario, promueve un “Cuestionario” dirigido a los obispos de todo el mundo. Los sondeos atribuyen a la mayor parte de las personas opiniones anteriormente predeterminadas por los manipuladores del consenso. El cuestionario querido por el Papa Francisco ha abordado los temas más candentes, desde la contracepción a la comunión a los divorciados, de las parejas de hecho a los matrimonios entre homosexuales.

La primera respuesta publicada, el 3 de febrero, fue la de la Conferencia Episcopal alemana (“Il Regno Documenti”, 5 (2014), pp. 162-172). "Las respuestas que las diócesis han enviado dejan entrever cuán grande es la distancia entre los bautizados y la doctrina oficial, sobre todo en lo que concierne la convivencia prematrimonial, el control de la natalidad y la homosexualidad” (p. 172).

Pero esta distancia no se presenta como si fuera, como lo es, un alejamiento de los católicos del Magisterio de la Iglesia, sino como una incapacidad de la Iglesia para comprender y secundar el curso de los tiempos. En su relación al Consistorio del 20 de febrero, el Cardenal Kasper definirá tal distancia como un “abismo”, que la Iglesia tendría que haber colmado, adecuándose a la praxis de la inmoralidad.

Por otra partes, si es verdad que el Papa ha querido que el debate se desarrollase de manera transparente, entonces no se comprende la decisión de mantener tanto el Consistorio extraordinario de febrero como el Sínodo de octubre a puertas cerradas. El único texto que se llegó a conocer, gracias al periódico “Il Foglio”, fue la relación del cardenal Kasper. 


Los vaticanistas más atentos, como Sandro Magister y Marco Tosatti, han subrayado cómo, a diferencia de los anteriores, en este Sínodo se ha prohibido a los padres sinodales intervenir.
Magister ha hablado de un “desdoblamiento entre sínodo real y sínodo virtual, este último construido por los medios de comunicación con la sistemática enfatización de las cosas más queridas por el espíritu del tiempo”. Pero hoy son los mismos textos del Sínodo los que se imponen con su fuerza demoledora, sin posibilidad de tergiversación por parte de los medios, que hasta han manifestado su sorpresa por la potencia explosiva de la Relatio del Cardenal Erdö. Por supuesto que este documento no tiene ningún valor magisterial. Además es lícito dudar de que refleje el pensamiento real de los padres sinodales, pero la Relatio prefigura aquello en lo que va a consistir la Relatio Synodi, el documento conclusivo de la asamblea de los obispos.

En una entrevista con Alessandro Gnocchi publicada en “Il Foglio” del 14 de octubre, el Cardenal Burke afirma que eventuales cambios de la doctrina o de la praxis de la Iglesia por parte del Papa serían inaceptables, “porque el Pontífice es el Vicario de Cristo en la tierra y por lo tanto el primer siervo de la verdad de la fe. Conociendo la enseñanza de Cristo, no veo cómo se pueda desviarse de esa enseñanza con una declaración doctrinal o con una praxis pastoral que ignoren la verdad”

Los obispos y cardenales, y más aún los simples fieles, se encuentran ante un terrible drama de conciencia, más grave que aquel con el que tuvieron que enfrentarse en el siglo XVI los mártires ingleses. Entonces se trataba de desobedecer a la suprema autoridad civil, el rey Enrique VIII, que por un divorcio abrió el cisma con la Iglesia romana, mientras que hoy día la resistencia debe oponerse a la suprema autoridad religiosa en el caso de que se desviara de la enseñanza perenne de la Iglesia.

Y quienes están llamados a desobedecer son precisamente los que más profundamente veneran la institución del Papado. El brazo secular contemporáneo encargado de aplicar la lapidación moral a estos cristianos disidentes está a cargo de los medios de comunicación de masas, que tienen un gran poder, debido a la presión psicológica que ejercen sobre la opinión pública.

El resultado es, muy a menudo, la quiebra psicofísica de las víctimas, la crisis de identidad, así como la pérdida de la vocación y de la fe ... a menos que seamos capaces de ejercitar, con la ayuda de la gracia, la virtud heroica de la fortaleza. Resistir significa, en último término, reafirmar la coherencia integral de la propia vida con la Verdad inmutable, que es Jesucristo.

Roberto de Mattei

domingo, 19 de octubre de 2014

Sínodo y Presencia real de Cristo en la Eucaristía


Este vídeo del padre Santiago Martín dura 16:25 minutos. Merece la pena escucharlo. Hace referencia al Sínodo Extraordinario de la Familia. 

A mi entender, lo más importante es caer en la cuenta de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. ¿Se cree esto? Se trata de una verdad de fe. Y también es de fe que no se puede comulgar en estado de pecado mortal, pues se añadiría, además, un nuevo pecado grave, el de sacrilegio, a los pecados que ya se tienen.

Dice san Pablo unas palabras que, como forman parte de la Sagrada Escritura, son palabra de Dios; su autor es, por lo tanto, el Espíritu Santo: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, por tanto, cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; porque el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11, 27-29)

Misericordia y salvación (y 3)

En el evangelio de san Juan, en el capítulo 8, versículos del 3 al 13, se cuenta el episodio de la mujer adúltera:

"Los escribas y fariseos le llevaron una mujer sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio, le dijeron: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos mandó lapidar a éstas. Tú, ¿qué dices?". Esto lo decían para tentarle y tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: "Aquél de vosotros que esté sin pecado, arrójele la piedra el primero". E inclinándose de nuevo, continuó escribiendo en la tierra. Al oír estas palabras, se fueron marchando uno tras otro, comenzando por los más ancianos, y se quedó solo con la mujer, que estaba delante. Entonces Jesús se incorporó y le dijo: "Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?. Ella contestó: "Ninguno, Señor". Jesús le dijo: "Tampoco Yo te condeno. Vete y no peques más" .


La misericordia del Señor es infinitamente mayor que la que puedan tener todos los Padres sinodales juntos, Papa incluido; pero, a diferencia de ellos, Jesús conjuga la misericordia y la verdad, que no deben contradecirse nunca. Ambas deben de darse: Jesús no condena a la mujer y la perdona (misericordia) pero reconoce -y así se lo hace ver a la mujer- que ha obrado mal (verdad). Por eso, al despedirla, le dice: "Vete y no peques más". (Jn 8, 13). Jesús ama al pecador, pero odia el pecado. 


El pecado nunca tiene justificación. Todos somos pecadores. El problema del mundo actual, entre otros, es que se ha perdido el sentido del pecado. Sin embargo, "si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonar nuestros pecados y purificarnos de toda injusticia" (1 Jn 1, 9-10). 




Siendo Dios misericordioso, como lo es, hay, sin embargo, pecados que no se pueden perdonar: "Al que hable contra el Espíritu Santo no se le perdonará ni en este mundo ni en el venidero" (Mt 12, 32). ¿Qué significa un pecado contra el Espíritu Santo? El Espíritu Santo es el Amor que se profesan el Padre y el Hijo mutuamente. Es, por así decirlo, el corazón mismo de Dios, pues todo Dios es Amor. Una nota esencial del amor es la reciprocidad. Deben darse ambas cosas: amar al otro y ser amado por él, en un mutuo intercambio de amor. 


Estamos hablando ahora del amor divino-humano. Toda falta de amor es, realmente, un pecado, aunque no todo pecado es grave. En realidad, el pecado es siempre una ofensa a Dios, es decir, un rechazo de su Amor, bien sea directamente, si no queremos saber nada con Él y negamos incluso su existencia o le combatimos. O bien, de modo indirecto, haciendo daño a aquellos que Él ama, es decir, ofendiendo a otras personas, pues por todos dio Dios su vida (Redención objetiva) 


Todo pecado lleva a la muerte. Pero Dios está siempre deseoso de perdonarnos porque nos ama y quiere tenernos siempre a su lado: "Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva" (Ez 18, 32).  Ahora bien: es preciso que nos arrepintamos sinceramente de nuestra ofensa a Dios, con la seguridad y la confianza en que "Él es rico en misericordia" (Ef 2, 4) y nos va a perdonar y no va a tener en cuenta nuestros pecados, por grandes que éstos sean, pues "la caridad cubre la multitud de los pecados" (1 Pet 4, 8).  (Redención subjetiva, por la que participamos de la Redención objetiva)


El problema gordo surge cuando rechazamos incluso la idea de pecado, porque hemos decidido que el pecado no existe. Nadie nos puede decir lo que está bien y lo que está mal. Nos convertimos en una especie de "dioses" de nosotros mismos. Ya no es Dios el que decide, sino que somos nosotros. ¿Cómo arrepentirnos de un pecado que decimos no tener? Éste es el pecado de soberbia. Éste es el pecado contra el Espíritu Santo, pues se opone directamente al Amor de Dios y su Supremacía sobre todo lo creado. Éste es el "pecado que no se le perdonará ni en este mundo ni en el venidero" (Mt 12, 32). Ese fue el pecado de Luzbel, que se transformó en Lucifer.


El soberbio no admite ser corregido por nadie. Es su propia "conciencia" lo único que cuenta. No existen verdades absolutas. Cada uno se fabrica su propia "verdad". Ante esta situación, mantenida en el tiempo, a lo largo de toda nuestra existencia, no permitiendo ser ayudados por nadie, pues nadie nos puede juzgar (y Dios menos que nadie, puesto que hemos decidido que no existe) ... Digo, cuando esto sucede... ¡y sucede cada día con mayor frecuencia!, la omnipotencia de Dios se hace débil y nuestra salvación se hace imposible. ¡Es tanto el respeto de Dios por nuestra libertad que jamás nos forzará a que lo amemos! Pero si no lo amamos, ¿cómo podremos estar con Él? ¿Cómo podremos salvarnos? Metafísicamente hablando sería imposible. 


Queda muy claro, desde luego, que los pensamientos de Dios no son los de los hombres ... con la particularidad de que los nuestros no siempre se adecúan a la realidad, mientras que Él nunca se equivoca. Nadie jamás ha podido decir de Sí mismo aquello que dijo Jesús: "Yo soy la Verdad" (Jn 14, 6). Si cayéramos en la cuenta de que Dios nos quiere con locura y desea nuestro bien más que nosotros mismos, si amáramos la verdad y sacudiéramos de nosotros la mentira que nos esclaviza, entonces, con la ayuda de Dios, que no nos faltará, seríamos libres y capaces de responder a Dios con ese "sí" que Él tanto está deseando de oír, aunque sea sin palabras ... sólo con el corazón. No se necesita nada más.


Necesitamos de la Verdad, es decir, de Jesucristo, más que del aire para respirar. Necesitamos acudir siempre a las fuentes, a la Sagrada Escritura y a la Tradición de la Iglesia para no caer en el pecado de soberbia, queriendo fabricar un dios a nuestra medida, un dios sólo para este mundo y con unas reglas conforme a este mundo. 


Hoy saldrán los resultados del Sínodo Extraordinario sobre la familia. Lo que salga del Sínodo nunca podrá contradecir la enseñanza de la Iglesia de siempre, y ésta es muy clara:  "Todo el que repudia a su mujer, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada de su marido, adultera" (Lc 16,18). 


Pero si, por un casual, eso ocurriera, y Dios lo permitiera todo fiel católico debe de tener muy claro que el dogma no puede ser alterado, ni siquiera por el Papa, aunque se aduzcan para ello  "razones pastorales". La pastoral nunca puede contradecir a la doctrina. Decía el cardenal Kasper que no pretende cambiar sino profundizar en la verdad. Todo eso está muy bien, pero ... si la profundización supone llegar a conclusiones que se oponen a lo que la Iglesia ha enseñado durante siglos, no se trataría de una profundización sino de un cambio. No se puede jugar con las palabras y hacernos pasar gato por liebre ... ¡y menos en un caso tan grave como éste al que estamos asistiendo!


La Iglesia, siguiendo las instrucciones de su Maestro, siempre ha ejercido la misericordia con los pecadores. Todos somos pecadores. Pero al mismo tiempo, ha luchado con dureza contra el pecado que tanto daño hace a las personas y que es la verdadera causa de todos los males que existen en el mundo, misterio de iniquidad que hizo necesario que el mismo Dios se hiciera hombre para poder vencerlo mediante otro misterio, aún mayor, cual es el misterio del Amor de Dios por nosotros, de manera que "donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rom 5, 20).


No es la Iglesia la que debe acomodarse al mundo, sino que es el mundo el que debe cambiar su mentalidad, si quiere progresar de un modo efectivo; un progreso que tendrá lugar en la medida en que la gente conozca a Jesucristo como a su Dios y a su amigo que es (ambas cosas) y no olvide que el mensaje de Jesucristo es siempre actual: "Jesucristo es el mismo ayer y hoy y lo será siempre" (Heb 13,8)


jueves, 16 de octubre de 2014

Un Obispo en Solitario (por el padre Alfonso Gálvez)

 El hecho de que un Obispo se atreva nada menos que a defender la Fe y se quede solo, sin nadie que le siga ni le defienda, es cosa ya vieja en la Iglesia. Y no ya que se quede solo, sino que además sea perseguido con saña hasta el exterminio, si fuera posible. La cosa incluso parece que ya se ha hecho tradición en la Iglesia. Desde San Atanasio, en el siglo IV, Obispo de Alejandría y campeón invencible en la lucha contra la herejía arriana, que sin embargo fue llevado a prisión y expulsado hasta cinco veces de su Sede, hasta hoy, la historia se repite.
En nuestros recientes tiempos, todo el mundo conoce el caso de Mons. Rogelio Livieres, Obispo de Ciudad del Este y cuya trayectoria y ejercicio de su Ministerio no vamos a especificar aquí por ser demasiado conocidos. La Conferencia Episcopal del Paraguay fue precisamente el dedo acusador del infeliz Prelado (la vida y milagros de los componentes de la tal Conferencia también son conocidos), señalándolo poco menos que como delincuente.
Con todo, hay algo en este asunto que aún llama más la atención. El Gobierno de la Prelatura del Opus Dei (el Obispo pertenece al Opus Dei) se apresuró a tomar distancias sobre la postura y las declaraciones del Obispo. Las cuales habían consistido en proclamar su actitud de obediencia y exhortar a sus seminaristas a que fueran fieles a la Tradición y se mantuvieran también en esa misma línea de obediencia.
 No podemos saber lo que pensaría el Fundador de la Obra si la contemplara tal como está en estos momentos..., pero podemos suponerlo. Algo que nació bajo tan felices auspicios, hasta el punto de suscitar el entusiasmo de Pío XII, ha descendido ahora a tal situación de servilismo y acercamiento a las Nuevas Doctrinas, que bien podría ser calificada como lastimosa y lamentable. En el mismo sentido, igualmente parece penosa la actitud del Cardenal Cipriani, Arzobispo de Lima y también miembro del Opus Dei. El cual, ante el terremoto recientemente suscitado en la Iglesia por los últimos resultados del Sínodo de la Familia, ante los que tan valientemente han protestado algunos Cardenales, Cipriani, sin embargo, bien conocido por su espíritu conservador y de fidelidad a la Iglesia, está manteniendo un pudoroso silencio. No tendría nada de particular que algunos pensaran que el Cardenal temiera que el Gobierno del Opus Dei también tomara distancias respecto a él; aunque es de esperar que no sea así, a fin de que muchos no tengamos que rectificar el buen juicio que hasta ahora manteníamos con respecto a su persona.
Y con esto llegamos al caso del Obispo de Alcalá, en España. Un gran Obispo, de quien me precio haberlo conocido personalmente y de quien puedo dar fe, por lo tanto, de su fidelidad a la Iglesia y de su grandeza de espíritu.
Pero ha cometido nada menos que el terrible delito de condenar el aborto como lo que es: crimen nefando, abominable ante Dios, condenado por la Iglesia y por cualquier hombre de buena voluntad..., e incluso pingüe negocio para muchos aprovechados. Con lo cual han ocurrido las dos cosas que eran de esperar:
La primera, que toda la jauría de defensores del aborto (aquí una interminable lista) han salido a devorarlo. Acerca de lo cual hemos de reconocer que, al fin y al cabo, están en lo suyo.
La segunda es más extraordinaria todavía, aunque es de reconocer que incluso era todavía más de esperar y además conforme a las costumbres: el silencio más absoluto de la Conferencia Episcopal Española: ¿Acaso es que también están en lo suyo?
Cuando nacieron las Conferencias Episcopales, como uno de los productos del Concilio Vaticano II, muchos alarmistas ya dijeron que no iban a servir sino para coartar la legítima autonomía de los Obispos, fundamentada en la misma Constitución divina de la Iglesia. Parece que el tiempo les ha dado en gran parte la razón, además de que rara vez, o nunca, han emitido documento alguno que dijera algo que valiera la pena. En la Iglesia universal, los fieles hace tiempo que ya se acostumbraron a pasar de ellas.
 En el caso concreto de la Conferencia Episcopal Española, he oído decir a algunos que no podía esperarse de ella nada en favor del Obispo de Alcalá: sería decir algo, y contravenir por lo tanto el voto de silencio que parece haber pronunciado desde su creación. Algunos, más atrevidos, incluso llegan a decir que debe tenerse en cuenta que, de una manera o de otra, directa o indirectamente, la Conferencia ha apoyado siempre al Partido Popular actualmente en el Gobierno de España, y responsable directo del homicidio (asesinato) de miles de niños españoles que nunca han nacido ni que tampoco nacerán; precisamente en un país que ostenta uno de los índices más bajos de natalidad del mundo.
En la Iglesia actual ---la Iglesia de la Apostasía--- se ha hecho cosa corriente que Obispos y Cardenales hagan caso omiso de las Leyes Divinas. Parece que, entre su mala memoria y en que generalmente ignoran la Palabra de Dios contenida en las Escrituras, han olvidado la sentencia inapelable de San Pablo: No os llaméis a engaño; de Dios nadie se ríe (Ga 6:7).
Los españoles participan del estado general de dormición que hoy domina en el mundo occidental. No se dan cuenta de que España, que hace tiempo que olvidó su acendrado y tradicional cristianismo, no solamente está a punto de desaparecer como Nación, sino de desmoronarse por completo y quedar sumergida en la ruina. O en algo peor: esclavizada y en el más fétido de los basureros.



Nota: La carta pastoral completa de Monseñor Reig Pla, obispo de Alcalá de Henares puede leerse pinchando aquí.