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jueves, 19 de marzo de 2020

Feliz San José (P. Jared Hood)



¡Feliz día de San José! No hay duda que desde el cielo nos cuida y protege como padre solícito que es, protector y proveedor.

Tantos rasgos tan admirables y tantas virtudes tan necesitadas de ser imitadas por nosotros encontramos en este gran hombre. Es un santo que también se nos hace muy asequible, y nos deja sin la excusa de pensar que es inalcanzable por ser el mismo Hijo de Dios o la Llena de Gracia.

Era un hombre silencioso. Así hemos de colegir, al menos, por la ausencia absoluta de palabras suyas en las Escrituras. El papel que desempeñó en la vida de Jesucristo fue enorme, pero queda San José silenciosamente en el trasfondo. Pero gracias a su silencio, fue un hombre que era capaz de escuchar a Dios. Esta es la parte de la oración que tenemos una gran tendencia a olvidar: escuchar. Pero para escuchar, hay que callar tanto la boca como la mente. El ruido de nuestras preocupaciones, el estruendo de los quehaceres, el estrépito de nuestros miedos, iras, e incluso nuestros sueños, todos han de quedar silenciados. Para esto hace falta práctica, mucha práctica. Tal dominio sobre el silencio tenía San José que era capaz de reconocer la voz del ángel en sus sueños. Fue capaz de entender con claridad lo que Dios le quiso decir. Sabía que no era él que buscaba su propio interés, poniéndolo en boca de Dios. En el silencio le venía tal claridad.

Ese silencio característico le hizo un hombre no dado a precipitarse. Tenía la serenidad suficiente para enterarse de que María estaba encinta y no reaccionar pronto y mal. Otro hombre, menos sereno, al encontrarse con tal contrariedad (o algo menor, como una mancha en la camisa o un conductor imprudente que nos complica la vida) se hubiera lanzado al grito al aire libre, lleno de ira e indignación. La serenidad y templanza de San José le dio la capacidad de evaluar la situación, y así tuvo el Ángel tiempo de explicarle la situación y calmar su miedo. San José era un hombre que tenía dominio de sí, y así él dominaba la situación. Hacía falta un hombre así para llevar adelante tal Familia en momentos tan difíciles. Menos mal que San José no se precipitó a poner el grito en el cielo, bajo el pretexto de la justicia, ya que la consecuencia hubiera sido que la Virgen hubiera terminado lapidada.

Y gracias a esta serenidad, San José era un hombre prudente. Sabía evaluar las situaciones y actuar en consecuencia bajo la iluminación del Espíritu Santo. El miedo, como tal, es una reacción que tenemos ante una situación peligrosa. No es un mal en sí. Gracias al miedo podemos dar la importancia debida a las situaciones peligrosas para ponerles el remedio adecuado. ¡Menuda herramienta que nos dio Dios con el miedo! Pero ese miedo nunca nos ha de dominar, ni debemos deshacernos de él sin prestarle la atención debida. San José, con una dosis adecuada de miedo, en su silencio acostumbrado, escuchó, de nuevo la voz del Señor que le dijo que huyera para salvar la vida del Niño. Bastante valentía hace falta para cumplir con lo que uno tiene que hacer en el momento adecuado. Si San José despreciara el peligro, hubiera muerto el Niño, degollado con los Santos Inocentes. Si San José fuera un cobarde, no le hubiera hecho falta la notificación celestial de que lo correcto era largarse a Egipto para preservar la vida del Pequeño. Ya hubiera puesto pies en polvorosa antes del mensaje venido de Arriba.

Mucho podemos aprender de este grandísimo santo: silencio verdadero (por dentro y por fuera), serenidad para no dejarse dominar por las pasiones, templanza, prudencia, valentía verdadera, y un largo etcétera.

Os deseo a todos un día de San José muy feliz y a todos los papás, un feliz día del padre.

P. Jared Hood