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domingo, 8 de diciembre de 2019

La poesía olvidada: introducción al libro



Duración 13:50 minutos


La lectura atenta y reposada de buena poesía es también un camino para llegar al conocimiento y al amor de Dios. El libro, cuya portada se ve en la carátula del vídeo, puede adquirirse en la librería González-Palencia, en Murcia (Tfno: 968242829) o bien a través de la web, en la dirección:


Pienso que sería un buen regalo de Navidad.
José Martí

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INTRODUCCIÓN AL LIBRO "LA POESÍA OLVIDADA"

Es realmente difícil imaginar hasta qué punto nos quiere el Señor y somos importantes para Él. No nos lo acabamos de creer del todo, por más que digamos otra cosa:"Como azucena entre espinas es mi amada entre las doncellas ..." (Ca 2,1). "¡Levántate ya, amada mía, hermosa mía, y ven! Que ya se ha pasado el invierno y han cesado las lluvias ..." (Ca 2, 10-11). "Paloma mía, que anidas en las hendiduras de las rocas, en las grietas de las peñas escarpadas, dame a ver tu rostro, hazme oír tu voz. Que tu voz es dulce y encantador tu rostro"(Ca 2,14).

Estas bellas palabras del Cantar de los Cantares son pronunciadas por el Esposo y dirigidas a la esposa: el Esposo del libro del Cantar, en lectura cristiana de la Biblia, se refiere a Jesucristo. Y cuando se habla de la esposa, cada cristiano puede verse reflejado en ella; y considerar que esas palabras están dirigidas por el Señor a él mismo ... como si cada uno fuese único: 
"Es única mi paloma, ..." (Ca 6,9) dice el Esposo. Y la esposa, hablando del Esposo: "...hacia mí tienden todos sus anhelos" (Ca, 6,11b)

El Cantar es el libro bíblico en el que más se pone de manifiesto, de modo poético pero real, el tipo de amor que Dios quiere tener con cada una de las personas humanas que somos y que Él ha creado. Y sólo puede entenderse plenamente a la luz del Nuevo Testamento, pues Dios se ha manifestado como Amor en la Persona de su Hijo hecho hombre, es decir, en Jesucristo. La unión con Jesucristo, por medio de su Espíritu, es la que hará posible que lleguemos a entender algo de lo que se escribe en ese libro del Cantar:
"¡Ábreme, hermana mía, amada mía, inmaculada mía! Que está mi cabeza cubierta de rocío y mis cabellos de la escarcha de la noche" (Ca 5,2)

¿Cómo es posible que de ese modo nos quiera el Señor? Misterio de los misterios, para el que no podremos encontrar ninguna explicación y que ha producido -y sigue produciendo- enormes quebraderos de cabeza en multitud de personas. Un ejemplo lo encontramos en la siguiente estrofa de un soneto de Lope de Vega (1562-1635) refiriéndose, precisamente, a ese versículo del Cantar:
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que, a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?

Es el mismo Jesús, en el Apocalipsis, quien nos dice: "He aquí que estoy a la puerta y llamo: Si alguno escucha mi voz y abre la puerta, Yo entraré a él, y cenaré con él y él cenará conmigo" (Ap 3,20). Nos lo podemos imaginar: Jesús llamando a la puerta de nuestro corazón (el de cada uno), pidiéndonos permiso para entrar y diciéndonos como en susurros: "¿Sabes que me importas mucho? ¿Sabes que he dado mi Vida por tí? ¿Quieres abrirme tu corazón? ¿Quieres dejarme que te quiera?". 

Nos parece estar escuchando las palabras de Marta a María, su hermana, diciéndole en secreto: "El Maestro está ahí y te llama(Jn 11,28b), como dirigidas a nosotros mismos. Esta llamada de Jesús es para ahora mismo, para este instante en el que estoy aquí escribiendo (o leyendo). Nos interpela directamente, llama a la puerta de nuestro corazón. Debemos estar muy atentos para poder escuchar su voz. Y tener una total disponibilidad para lo que Él nos pida ... empezando por abrirle la puerta de nuestro corazón, de manera que Él pueda entrar en nuestra vida y transformarla. Y es entonces cuando podrá decirnos eso de Voy a cenar contigo y tú vas a cenar conmigo, indicando así la relación de intimidad que Jesús desea tener con cada uno: no nos dirá vamos a cenar juntos sino Yo contigo y tú conmigo.

Dado que una característica esencial en el amor es la perfecta libertad de los que se aman (de ambos y no de uno solo) ... Dios, que nos ama y que es soberanamente libre, nos ha creado “libres” para que nosotros, a su vez, podamos amarle a Él ... el amor no puede imponerse o no sería amor. Y puesto que, además, el amor sólo se da entre iguales, Él mismo ha tomado sobre sí nuestra naturaleza humana y se ha hecho hombre, realmente hombre, uno de nosotros; de no ser así no podría habernos dicho, como lo hizo: Ya no os llamo siervos, sino amigos ...” (Jn, 15, 15). 

La llamada es clara, por parte de Dios. No así la respuesta por nuestra parte. Ésta sería imposible si Dios mismo no nos diera su Espíritu, para que podamos responderle como conviene. Sabemos, sin embargo, que el Señor no nos va a pedir nada que no podamos cumplir y que contamos siempre con su ayuda. Las palabras de Jesús son consoladoras. Así, por ejemplo, al despedirse de sus discípulos, en el sermón de la última cena, antes de morir, les dice: “
Cuando me haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré conmigo, para que donde Yo estoy, estéis también vosotros” (Jn 14, 3).  Ése es su deseo: que donde Él esté estemos también nosotros. Y si de veras lo amamos también ése será nuestro deseo: estar donde Él esté.  Es verdad que no lo vemos sensiblemente mientras caminamos en esta vida, en la que vivimos de la fe … ¡pero la fe es Luz! A través de la fe podemos percibirlo incluso mejor que con los sentidos, pues sus Palabras son Espíritu y Vida, y resuenan con fuerza en nuestros oídos: "Ésta es la victoria que vence al mundo: vuestra fe" (1 Jn 5,4b). "En el mundo habéis de tener tribulación. Pero tened confianza. Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33). “Si me pedís algo en mi Nombre, Yo lo haré” (Jn 14, 14). 

Es fundamental que haya, por nuestra parte, una búsqueda incansable, continua e ilusionada, que pase a través de todo tipo de obstáculos, una búsqueda que durará todo el tiempo de nuestra vida, que es justo el tiempo que tenemos para demostrarle al Señor que le queremos. Merece la pena cualquier esfuerzo, en este sentido.
  
Las "poesías" que siguen tratan, precisamente, de la búsqueda de Dios: pienso que queda suficientemente claro que cuando digo Dios estoy pensando en Jesucristo.

A Dios se le va encontrando poco a poco: primero en las cosas, en la naturaleza (las rosas, el mar, el viento, el perfume, las estrellas, etc.); luego en el sufrimiento, un sufrimiento que es propio del que está enamorado y no acaba de encontrar a Aquél que es el objeto de su amor (de ahí esa búsqueda ansiosa, las preguntas a las criaturas, el moverse en la oscuridad por senderos angostos, los viajes, los suspiros, el no darse tregua, el cortar las ataduras que impiden el encuentro en totalidad con el amado, etc.); y finalmente en el propio corazón (donde tiene lugar la lucha más fuerte, la prueba más difícil, para que sólo Él cuente, más que ninguna otra cosa, por muy buena que fuera, que no sea Él).

lo único que hace que este viaje de la vida merezca la pena es el encanto de su Mirada, esa Mirada en la que se descubre la maravillosa realidad de la vida, una realidad que este mundo está tan empeñado en ocultar: la de que Dios está enamorado de cada uno de nosotros, de un modo personal y único. Dios está enamorado de mí; yo le importo y, por eso, soy valioso.  Y en su Mirada, a veces ligeramente percibida, siempre descubro comprensión, misericordia, cariño, amistad y alegría. Sólo junto a Él es hermosa la vida. Todos los problemas se relativizan cuando se cae en la cuenta de que “sólo una cosa es necesaria” (Lc 10, 41) y cuando se vive con la certeza de que no estamos solos: “Sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20)

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Nota 2: También puede leerse en el siguiente enlace de este blog: