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miércoles, 15 de mayo de 2019

Parolin y la Guardia Suiza a la puerta de un abortuorio (próximamente en sus pantallas) [Carlos Esteban]

INFOVATICANA


Ya estoy viendo la sobrecogedora escena: el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado vaticano, ataviado con sus más solemnes galas cardenalicias, báculo en mano y acompañado por un pelotón de coloridos guardias suizos, a la puerta de una clínica abortista romana, impidiendo el paso a las mujeres que acuden para deshacerse de los hijos que llevan en su vientre.

O, quizá, para evitar confrontaciones físicas, un comando vaticano enviado en la noche para cortar la luz de uno de estos centros donde se deshacen de inocentes como si extirparan tumores.

Hasta esta misma semana, una imagen así resultaría impensable. Aunque el aborto sea a ojos de cualquier católico un crimen atroz que tiene por víctima a un ser humano por completo inocente y aunque se trate del mayor genocidio silencioso de nuestro siglo, con una cifra de víctimas estremecedora, la Iglesia nunca ha dado su apoyo a las protestas que atenten contra la legalidad.

Pero eso era antes. Con lo que podríamos denominar ‘Doctrina Krajewski’, no solo los fieles laicos, sino incluso el clero hasta la misma cúpula jerárquica romana pueden saltarse las leyes humanas en caso de necesidad. ¿Y puede haber un mayor caso de necesidad que impedir la muerte de un ser humano inocente a manos de un supuesto médico?

A estas alturas ya sabrán que el limosnero apostólico, cardenal Krajewski, rompió personalmente el precinto de la compañía eléctrica de un palacio romano ocupado -u okupado, para que se entienda mejor- para restablecer la corriente en el inmueble, en una acción abiertamente ilegal, con el probable consentimiento del Papa. Su Santidad, por otra parte, ha hecho llover elogios sobre las ONG que tratan de burlar las leyes italianas haciendo las veces de servicios de ferry para los inmigrantes que quieren entrar ilegalmente en el continente, y recientemente ha donado medio millón de dólares del Óbolo de San Pedro a quienes ayudan a los centroamericanos que en caravana amenazan con entrar, también ilegalmente, en territorio de Estados Unidos.

Así que, ¿por qué no llevar esta nueva doctrina a sus últimas consecuencias? Por mal que estén los ‘okupas’ romanos, por muy desesperada que sea la situación de los hondureños decididos a asaltar la frontera estadounidense, es imposible que sea peor que la sentencia de muerte que pesa a hora fijada sobre los niños no nacidos en las clínicas abortistas. Disfrutar de luz eléctrica es menos importante que llegar a ver alguna luz, aunque sea la del sol.

Usted y yo sabemos que esto no va a suceder, que en el caso de las protestas contra el aborto la jerarquía eclesiástica va a seguir respetando escrupulosamente las leyes de los Estados, por inicuas que resulten. Y así, como no tiene sentido racional respetar la ley que mata directamente y no hacerlo con un derecho de propiedad que ocasionalmente podría atentar con una discutible, opinable y cuestionable interpretación de una vaga ‘justicia social’, tendremos, como seres racionales, que buscar explicaciones alternativas. Y, sinceramente, lo que deducimos es más bien desolador.

Porque es evidente que la vulneración de la ley que se considera moralmente lícita e incluso obligada es la que puede aplaudir una tendencia ideológica concreta, la que favorece el Santo Padre con vehemencia digna de mejor causa.

Y es que si estas acciones resultan muy coloridas en prensa, muy fácilmente convertibles en apólogos morales para niños, en historias maniqueas de sencilla moraleja, las cosas son bastante más complejas y la realidad deja al limosnero y a quienes le azuzan en una posición bastante menos halagüeña.

Veamos. La ‘okupación’ no es ese fenómeno de familias sin techo que entran por las buenas en cualquier edificio vacío acuciados por la extrema necesidad y por su cuenta y riesgo. Eso lo sabe cualquier policía. En el caso del palacio de Via Santa Croce in Gerusalemme, la ocupación es obra de los ‘activistas’ de Action. Allí viven 450 personas y también funcionan en el local un restaurante, sala de pruebas, carpintería y fábrica de cerveza artesanal. Todo lo cual, naturalmente, compite deslealmente con los negocios que tienen que atenerse a la ley y pagar alquiler. Por lo demás, según informa Il Messagero, todos los residentes tienen que pagar el alquiler a Action. ¿No podría servir ese dinero, si no para pagar al propietario, al menos para abonar las facturas de la luz?

Se nos olvidaba hablar de la discoteca, con entrada por Via Statilia. Cada fin de semana se organizan ‘raves’ -cobrando, naturalmente- que atraen a jóvenes de la zona y persuaden a los vecinos a permanecer encerrados en sus casas. Por supuesto, las medidas de seguridad obligatorias para cualquier local de estas características brillan por su ausencia: si se es ilegal, se es ilegal.

La ‘okupación’, en Italia como en cualquier lugar de Europa, está controlada por mafias que obtienen excelentes ingresos con este negocio y que, con la acción de Krajewski, cuentan además con la bendición del clero.
Carlos Esteban