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martes, 30 de octubre de 2018

“No cabe otra interpretación” (Carlos Esteban) [comentario]



Quienes piensan que lo anodino del texto final hace de este sínodo una asamblea inofensivamente inútil parecen olvidar que en el presente pontificado son los ‘gestos’ posteriores los que determinan el alcance de cualquier documento

Para decepción de la Curia romana, el documento final del sínodo-de-la-juventud-que-era-en-realidad-el-sínodo-de-la-sinodalidad ha pasado absolutamente desapercibido por el mundo, es decir, por los medios de comunicación generalistas, para los que la Iglesia ya sólo tiene interés si hay abusos sexuales o si se perciben grandes pasos en la adaptación de la doctrina a la opinión dominante. Los católicos, en su mayoría, han reaccionado disimulando un bostezo y no pocos, con un suspiro de alivio.

Esta última postura la resume magistralmente el padre Santiago Martín en un reciente análisis que hace del sínodo para Magnificat TV. Se alegra cautelosamente Martín de que los peores augurios sobre el sínodo no se cumplieran y que todo quedara en un texto cuajado de verborrea ambigua que evita el tipo de pronunciamiento claro que haga saltar las alarmas (esta última descripción es mía, no del sacerdote español).

Me atrevo a disentir. Me atrevo, incluso, a presumir que el alivio del Padre Santiago se debe, en buena medida, a que no ha sucedido lo que tantos temíamos, un alejamiento radical de la concepción católica de la homosexualidad, y a que, en su opinión, todo el texto es interpretable en continuidad con la tradición anterior. Es decir, por dar por bueno el nombre con el que se anunció esta asamblea, sínodo de la juventud, cuando en el último momento nos hemos enterado de que era, en realidad, el sínodo de la sinodalidad.

Personalmente creo, por el contrario, que el sínodo es una bomba de relojería, y que nuestra incapacidad para ver todo su alcance se debe a dos factores: no darnos cuenta de que el mensaje del sínodo no está exclusivamente en las palabras del túrgido y aparentemente anodino texto final, sino en todos los gestos, mensajes y formas que se han transmitido a lo largo del proceso entero; y una confianza antihistórica en que las ‘minas verbales’ plantadas a lo largo del documento se desactiven en el desarrollo pastoral, cuando la experiencia nos indica lo contrario.

La dichosa sinodalidad, por ejemplo. Puede significar algo tan inocente y tranquilizador como que Roma ‘escuchará’ con más atención a las iglesias nacionales -no a las diócesis individuales, curiosamente- en las decisiones de gobierno. O algo tan alarmante como que cada iglesia local decida la doctrina, y que nos encontremos con que lo que en Alemania es perfectamente lícito y aun recomendable, en Polonia siga siendo un grave pecado. La sinodalidad, ya lo hemos dicho antes, es el modelo que eligió hace décadas la Iglesia Anglicana, abocándola a la irrelevancia y la extinción a plazo fijo.

Pero nosotros no podemos caer en el error de juzgar la situación por un texto cuya mayor virtud parece ser que no cae en ninguna obvia herejía ni contiene explosivos giros de guion, porque sería olvidar que siempre, y mucho más en este pontificado, los gestos y los hechos importan tanto o más que un montón de frases ambiguas.

Y son todos esos gestos y hechos los que nos llevan a una interpretación del sínodo y su conclusión bastante más ominosa que la que hace el Padre Santiago

Los jóvenes no han sido en este sínodo el objetivo, sino la cla, la Cámpora peronista que se aseguraba de jalear la postura más progresista y mostrar su silente desaprobación a las referencias más tradicionales.

El objetivo real, ahora lo sabemos, era definir la sinodalidad como modo de gobernar la Iglesia, pero también de qué modo iba a funcionar en la práctica esa misma sinodalidad.

¿Por dónde empezar? 

- ¿Por el manipulador y manipulado Instrumentum Laboris presentado por el cardenal Baldesseri, con sus siglas LGTB surgidas de ninguna parte, que se adjuntó obligatoriamente al texto final, dejando a las claras que lo que opinaran los padres sinodales no iba a cambiar nada?

- ¿Por la introducción del verdadero tema del sínodo en el último momento, por un texto preparado por el equipo de redacción en italiano, leído en italiano y que la multitud de obispos que no entienden este idioma tenía que votar fiado de una traducción simultánea que funcionó, según declara Edward Pentin, vaticanista del National Catholic Registar, defectuosamente?

- ¿Por la participación del Papa en alguna sesión y en la redacción del borrador, cuando se supone que se trata de propuestas que los obispos ofrecen al Santo Padre y cuando el propio reglamento lo prohíbe?

El veterano periodista John Allen, cercano como pocos a la Curia, reconoce en Crux que el sínodo estuvo amañado, pero añade que eso no tiene ninguna relevancia: es una reunión convocada por el Papa y es natural que salga de ella lo que quiere el Papa. Es su ‘fiesta’ y puede hacer lo que quiera. De acuerdo, pero, entonces, ¿para qué tener a todos esos obispos perdiendo el tiempo en Roma durante un mes?

Todo, en fin, dibuja un cuadro muy parecido a otros que ya hemos observado a lo largo de los últimos cinco años. Nos recuerda, por ejemplo, poderosamente a esa ‘libertad de interpretación’ que se decretó para el capítulo más ambiguo de la exhortación Amoris Laetitia, el octavo, ese mismo que suscitó las ‘Dudas’ de cuatro cardenales. El Papa se negó a responder a los cardenales e incluso a reconocer la existencia de las Dubia, pero dejó meridianamente claro cuál era la interpretación que favorecía en su carta a los obispos argentinos, en la que escribió: “no hay otra interpretación”. Que luego ordenara incluir la carta en los Acta Apostolica dice volúmenes sobre su forma de actuar.

Con la libertad concedida por la Santa Sede, el episcopado polaco llegó a una interpretación marcadamente diferente, razonando que como el Papa no podía permitir algo sacrílego, sin duda no estaba diciendo que se podía ofrecer la Eucaristía a quienes vivían en flagrante pecado de adulterio. Hasta, naturalmente, que Parolin les hizo llegar el mensaje de que aquel no era un buen camino, que aquello no gustaba demasiado al Santo Padre, y sacaron un documento más en línea con “la única interpretación posible”.
Quien piense, en fin, que la sinodalidad va a suponer una amable y dedicada escucha al parecer de todas las iglesias locales para que sus opiniones sean tenidas en cuenta en pie de igualdad es que no ha estado atento a la película de estos últimos años. 
La escucha, como el discernimiento, van en una sola dirección, la que desee Su Santidad en cada momento, y si algún rígido obispo pelagiano, con cara de pepinillo en vinagre, osa, se atreve a disentir en el futuro, no tardará en caer sobre él el peso de la implacable misericordia papal.
Carlos Esteban

NOTA: Cuando escuché el vídeo del padre Santiago me quedé algo triste. ¿Cómo es posible que este hombre, con lo inteligente que es, hable así de este sínodo, como que no ha pasado nada de lo que se temía? Sí ha pasado ... y mucho. Yo pensaba escribir un artículo como respuesta a ese enfoque del padre Martín, cuyo título sería: «Ambigüedad de ambigüedades: todo es ambigüedad» ... pero en la lectura de este artículo de Carlos Esteban se contiene, en realidad, prácticamente, cuanto pensaba decir ... con otras palabras, claro está. Pero mi idea es la misma. Éste un sínodo modernista (de bombo y platillo y de apariencia) y, por ello mismo, engañoso. Pensado para tener tranquilos a los posibles cardenales que pudieran disentir se han escrito todo tipo de ambigüedades (poniendo muchas trabas a los cardenales, al leer en italiano y no traducir bien; llamando a unos jóvenes que no son representativos, en absoluto, de la juventud real (de hecho sólo se llamó a aquellos que pensaban de modo análogo al Papa). 

Pero al tiempo: luego se desarrollará «pastoralmente»  y veremos cómo se va saliendo de esta ambigüedad. Ya lo vimos con la Amoris Laetitia que tenía su autor oculto, diez años antes de que tal exhortación apareciera, el famoso amigo del papa, Tucho Fernández. Los dos sínodos no sirvieron para nada, porque la conclusión ya estaba escrita. Esta manera de proceder, de tanto postín, fue una farsa. ¿Y qué cabe esperar que vaya a suceder ahora? Habrá, sin duda, otra exhortación apostólica en la que se escribirá lo que Francisco quiere que se escriba. Y punto. Ese ha sido su modo de actuar durante los cinco años y medio de pontificado que lleva. ¿Por qué iba a cambiar? 

Así, pues, que no sea de extrañar que aparezcan otra vez notas a pie de página en la nueva exhortación, si aparece, en donde se defienda la homosexualidad como una forma de amor, tan válida como la que se da en el « matrimonio normal entre un hombre y una mujer en el matrimonio» Y ya se nos está preparando psicológicamente  para el sínodo de la Amazonía, del que cabe esperar que salga, por asuntos pastorales, el posible nombramiento de hombres casados como sacerdotes.
José Martí