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miércoles, 19 de septiembre de 2018

Vuelve el Gran Acusador a las homilías de Francisco (Carlos Esteban)



Lo del Papa con las homilías en Santa Marta desde que, publicado el Informe Viganò, volvió de Irlanda empieza a ser francamente desasosegante.

La primera fue aquella en la que, indirectamente, se atribuyó un ‘silencio crístico’ ante las acusaciones en absoluto inverosímiles que el arzobispo en paradero desconocido vertía contra él, un silencio que desconcertó a sus habituales apologetas, especialmente cuando días después anunció que preparaba una respuesta documentada.

Luego vino la del Gran Acusador, con una insólita interpretación del Libro de Job en la que identificaba a quienes denunciaban los pecados de otros -nombró, en concreto, a los obispos- de aliados de Satanás, en una referencia muy escasamente velada a quienes solo unos días antes, en su carta al pueblo de Dios había animado a denunciar.

Su interpretación se aleja, ciertamente, de los autores cristianos clásicos, para los que el Gran Acusador se valía de mentiras para difamar al justo; en las palabras del Pontífice, en cambio, su gran pecado es contar la verdad oculta “solo para escandalizar”. Hasta los teólogos más estrictos con el escándalo han insistido en que la verdad está por encima de la necesidad del escándalo, cuyo culpable no sería tanto el que denuncia como el que perpetra el acto escandaloso.

Y en la última vuelve a la carga con el mismo personaje y, por tanto, el mismo ‘leit motiv’: “Cuando la gente lo insultaba, aquel Viernes Santo, y gritaba “crucifíquenlo”, él permanecia en silencio porque tenía compasión de aquellas personas engañadas por los poderosos del dinero, del poder…”, predicó el lunes. “Él estaba en silencio. Rezaba. El pastor, en los momentos difíciles, en los momentos en que se desata el diablo, donde el pastor es acusado, pero acusado por el Gran Acusador a través de tanta gente, tantos poderosos; sufre, ofrece vida y ora”.

El Evangelio que correspondía a la misa de ayer era el episodio de la viuda de Naín, cuya reciente pérdida conmueve a Jesús, que resucita a su hijo. Lo que les acabo de transcribir, convendrán conmigo, es difícil de aplicar, por decirlo suave, a este pasaje. De hecho, parece una homilía de Viernes Santo insólitamente centrada en ese silencio de Jesús.

¿Qué significa todo esto? Aparentemente, que el Santo Padre está sirviéndose de las homilías de las misas en Santa Marta para defender su posición y atacar a sus críticos, identificándose a sí mismo con Jesús y a sus detractores, con Satanás, venga o no a cuento con las lecturas del día.

Es preocupante por un número de razones. La primera sería la cuestionable impresión que da el Sumo Pontífice convirtiendo sus batallas personales en motivo central de las alocuciones piadosas dirigidas, idealmente, a edificar en la fe a sus oyentes. Por otra parte, la insistencia en este mismo mensaje durante varios días seguidos parece indicar una obsesión que, desde fuera, no parece demasiado saludable.

Incluso si se acepta su peculiarísima tesis de que denunciar el mal en hombres de autoridad en la Iglesia es hacerle el juego al Diablo, no parece tampoco un asunto que merezca tan insistente repetición, siendo así que la Escritura ofrece tantos aspectos diferentes sobre los que los cristianos debemos ser recordados por nuestros pastores.

Carlos Esteban