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miércoles, 26 de septiembre de 2018

El Papa prohibió que se le preguntase sobre el asunto Viganò en el avión (Carlos Esteban)



Después de confesar a los jóvenes estonios su deseo de una Iglesia transparente, comunicativa e ‘interactiva’, en el viaje de vuelta el Papa Francisco vetó las preguntas sobre su silencio ante el Informe Viganò.

Los periodistas -por llamarlos de alguna manera- cumplieron la orden, y Su Santidad pudo charlar de lo que quería, con su habitual lenguaje tan cercano como impreciso. Uno se acuerda de la célebre instrucción paradójica: “¡No pienses en un elefante!”. Todo el mundo en ese avión - y fuera de ese avión - estaba pensando justamente en aquello que ni siquiera se podía mencionar, lo que volvió todo el encuentro en una charla banal.

Habló del acuerdo con el Gobierno chino para decir que se hacía responsable, y que él tendría la última palabra en la elección de obispos. Bien, todavía el acuerdo es secreto y provisional; habrá que esperar a ver qué sorpresas esconde.

Pero, con la vista en el Sínodo de los Jóvenes que -contra la opinión de no pocos - se iniciará el próximo día 3 de octubre, me interesa centrarme en un comentario que hizo como respuesta a una de las preguntas que, bajo su aspecto inane, esconde cuestiones conceptuales importantes que me hacen temer lo peor sobre la reunión episcopal.

“Los jóvenes están escandalizados por la hipocresía de los adultos, están escandalizados por las guerras, están escandalizados por la falta de coherencia, están escandalizados por la corrupción, y la corrupción es donde entra el abuso sexual”.
¿Los jóvenes? ... ¿Los adultos no están escandalizados por nada de eso?

El lenguaje recuerda poderosamente a esa sentimentalización absurda de la juventud que sufrimos desde, al menos, Mayo del 68, esa que hace parecer a los seres humanos que aún no han alcanzado la madurez como una especie animal diferente y, aparentemente, libres de las consecuencias del pecado original.

Escuchando a Su Santidad se diría que no ha tratado con un joven desde hace mucho o en toda su vida, si de verdad piensa que no pueden ser -y son, con frecuencia- hipócritas e incoherentes, perfectamente capaces de dejarse corromper e incluso de llamar a la guerra. ¿Se trata solo de una reliquia del Mayo Francés en la mente del Papa, o es más bien un intento de captar la benevolencia de los jóvenes, con tan desmedidos halagos con vistas al Sínodo?
Otro aspecto importante de esa frase es lo que suele denominarse “echar balones fuera”. Sí, los jóvenes pueden estar escandalizados de todas esas cosas que hacemos los adultos y de las que ellos, al parecer, están milagrosamente inmunes. 
Pero hoy, y en lo que más de cerca afecta al Papa, el escándalo no se refiere a los “adultos” en general, sino a las autoridades eclesiásticas en particular; y, ya que estamos, el escándalo del que mejor podría responder Su Santidad no son “las guerras” -¿ha habido algún momento en la historia sin ellas?-, sino el encubrimiento de abusos abrumadoramente homosexuales por parte de obispos y supuestamente, mientras no lo desmienta, del propio Pontífice.

Y el último acto de prestidigitación verbal es ese colar los abusos sexuales como parte de la corrupción. Ciertamente, ‘corrupción’ es una palabra de significado amplio que describe el proceso por el que se pudren las cosas. Pero en el lenguaje periodístico, en el vocabulario de la actualidad, hace referencia a la corrupción económica, preferentemente.

Desde su algo tardía Carta al Pueblo de Dios como reacción a los escándalos, Francisco ha hecho verdaderos juegos malabares para culpar de los escándalos a cualquier cosa menos a la evidente
Entonces fue el clericalismo; ahora es la corrupción. 

¿Hay alguna razón para que le cueste tanto hablar de castidad en referencia a evidentes pecados contra la castidad, o de homosexualidad cuando la abrumadora mayoría de los casos denuncian una abrumadora penetración de redes gays en el clero?
Carlos Esteban