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viernes, 20 de noviembre de 2015

Discurso de clausura del Sínodo-7 (Análisis crítico)


Y continúa diciendo el papa Francisco:

Significa haber afirmado que la Iglesia es Iglesia de los pobres de espíritu y de los pecadores en busca de perdón, y no sólo de los justos y de los santos, o mejor dicho, de los justos y de los santos cuando se sienten pobres y pecadores.

Esto siempre ha sido así. La Iglesia ha acogido a todos aquellos que han reconocido sus pecados y se han dolido de ellos, con un profundo arrepentimiento. Es a esos a los que busca Jesús: "Yo no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores" (Mt 9, 9), es decir, a todos ... pues todos somos pecadores. 

Tan solo los fariseos de entonces, aquellos que se quedaban en la letra de la Ley, fueron condenados por Jesús, no por su actuación externa que, en teoría, podría considerarse buena ["ayuno dos veces por semana, pago los diezmos de todo lo que poseo" (Lc 18, 12)] sino porque "hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres" (Mt 23, 5) y, sobre todo, porque "confiaban en sí mismos, teniéndose por justos y despreciaban a los demás" (Lc 18, 9). La Ley de Moisés, en cierto modo, sobrecargada de preceptos, propiciaba este modo -erróneo- de comportamiento. 

No así la Ley de Jesús: no son comparables. Quien cumple con la Ley de Jesús jamás se considerará a sí mismo como justo, porque sabe muy bien que "nadie es bueno sino sólo Dios" (Lc 18, 19) ... y es muy consciente de que nada tiene de sí mismo que no haya recibido antes de parte de Dios. No juzgará a los demás, porque él mismo se sabe pecador ... lo cual no es óbice para que cumpla con los mandamientos

Cuando el joven rico le preguntó a Jesús qué es lo que debía de hacer para heredar la vida eterna, la respuesta que recibió fue: "Ya sabes los mandamientos: No adulterarás, no matarás, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre" (Lc 18, 20). Jesús no condenó a los fariseos por cumplir los mandamientos sino por su hipocresía y su falta de caridad, aunque en realidad sí había un mandamiento que no cumplían: el más importante de todos, cual es el del amor a Dios y al prójimo. De todos modos, no debemos de olvidar que en el cumplimiento fiel de los mandamientos va ya implícito ese amor. Así, por poner un ejemplo, el que adultera está fallando en el amor: en el amor a su esposa o a su esposo, en el amor a sus hijos, si los tiene ... e incluso en el amor a sí mismo; y, por supuesto, en el amor a Dios, al actuar contra la voluntad de Dios.

Si el cumplimiento de los mandamientos es un requisito -y un mandato explícito de Dios- para poder entrar en el Reino de los Cielos, puesto que es así como se hace patente el amor que se dice tener a Dios y al prójimo ... carece de sentido y es absurdo que, precisamente a aquellos cristianos que son fieles a Dios y se esfuerzan en cumplir sus mandamientos se les considere, por ese mismo hecho, como hipócritas y como fariseos. Quien tal cosa haga, aun cuando fuese el mismo Papa, como es el caso -por desgracia- habría entendido muy mal el Mensaje de Jesús.

Si ante el caso de los homosexuales, por ejemplo, el papa Francisco, considerando que eso es misericordia, dice: ¿Quién soy yo para juzgarlos? [y estamos hablando, nada menos que de una conducta moralmente desordenada y opuesta a la ley natural y a la ley de Dios, ante la cual ni siquiera se pronuncia] ... ¿cómo se entiende, entonces, que sí juzgue [y que no use, al menos, de la misma misericordia de la que hizo alarde con los homosexuales] a aquellos cuyo único "pecado" ha consistido en seguir siendo fieles a las enseñanzas de la Iglesia de siempre, tachándolos de "corazones cerrados" y de "piedras muertas" que arrojan a otros, de fariseos que se han sentado en la cátedra de Moisés? 

Los que son fieles a la Tradición se limitan sencillamente a cumplir con la obligación que tienen de transmitir a este mundo, como Palabra de Dios que es y que no les pertenece, el depósito de la fe que han recibido de los Apóstoles, el cual no tienen derecho a manipular ni a escamotear, so pretexto de adaptarse a los tiempos. Son los tiempos los que han de adaptarse a la Palabra de Dios. Increíblemente, por actuar así, son perseguidos -y no por el mundo, lo que es comprensible- sino por el mismo santo Padre: ¿cómo es posible entender esto? Desde luego, si hay algo claro es que el concepto de misericordia (en este caso, una misericordia selectiva) no ha sido bien entendido por el papa Francisco (al menos no la misericordia tal como ésta debe ser entendida, tal y como la practicaba Jesucristo, quien exigía el arrepentimiento por parte de aquellos con quienes practicaba esa misericordia).

Por eso se impone el tener las ideas claras y el llamar a las cosas por su nombre. Se impone no el adoctrinamiento, sino el dar doctrina, pues son infinidad los cristianos que no conocen su fe. Y entre las cosas que deben de quedar muy claras se encuentra el hecho(de sentido común, por otra parte) de que el pecador no es justificado, sin más, porque sí. Ha pecado, pero puesto que hay que ser misericordioso, pues como si no hubiera pecado ... Eso atenta contra la razón, además de atentar contra la fe. El que comete pecado es esclavo del pecado (Jn 8,34). El pecado es algo muy serio: "Cristo se entregó a Sí mismo por nuestros pecados, para librarnos de este mundo perverso" (Gal 1, 4). "Cristo padeció, una vez para siempre, por los pecados, el Justo por los injustos, para llevaros a Dios" (1 Pet 3, 18)

Según san Pablo,  el pecado es un misterio de iniquidad (2 Tes 2, 7) y es causa de todos los males. Si el mismo Dios se encarnó en la Persona del Hijo, haciéndose hombre en Jesucristo, para librarnos del pecado, padeciendo por unos pecados que no había cometido, es lo justo que nosotros padezcamos por unos pecados que sí que hemos cometido ... y esto supone, lo primero de todo, el reconocimiento de que se ha pecado: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1, 8).

Ese es el primer paso para obtener el perdón. Un paso muy importante, pues de no darlo, nuestros pecados no nos serán perdonados. Dios no nos perdonará si no queremos ser perdonados. Con la venida de Jesucristo esto, que antes era imposible, ahora ya no lo es. Pero se requiere de nuestra colaboración, sin la cual Dios se encuentra indefenso para salvarnos. En cambio, "si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonar nuestros pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros" (1 Jn 1, 9-10)

El pecado debe de ser combatido, porque nos separa de Dios. Y por eso la vida del cristiano sobre la tierra es milicia. San Pablo decía: "He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe" (2 Tim 4, 7). Y el autor de la carta a los cristianos hebreos les exhortaba diciendo: "Todavía no habéis resistido hasta la sangre en vuestra lucha contra el pecado" (Heb 12, 4). Si ponemos de nuestra parte, Dios hará el resto, pero quiere ver nuestra buena voluntad, nuestro deseo de pertenecerle a Él únicamente, nuestro amor hacia Él, en definitiva. Nosotros le importamos a Él y Él quiere ver en nosotros una correspondencia al Amor que nos tiene ... ¡Y entonces es cuando aplicará su Misericordia y perdonará nuestros pecados! 

De manera que nunca, en ningún caso, es justificado el pecador que cínicamente persiste en su pecado ... Los que así proceden no son pobres sino soberbios

Por eso cuando se habla de Iglesia de puertas abiertas hay que andar con mucho tino en esta afirmación, que puede dar lugar a confusiones. La Iglesia no puede abrir sus puertas a los herejes declarados como tales: luteranos, anglicanos, etc, ..., (por más que se les llame hermanos separados) como tampoco puede abrir sus puertas a los homosexuales ni a los divorciados vueltos a casar (que son, en realidad, adúlteros). Y al actuar así no se la puede tachar de sectaria o de que no practica la comprensión ni la misericordia. Al contrario: tal modo de proceder está en conformidad con la voluntad de Dios que "no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva" (Ez 18, 32). Porque eso sí: Dios salva siempre, pero sólo a quien desea ser salvado.

Dios respeta nuestra libertad: "Si el impío se convierte de todos los pecados que cometió, si guarda todos mis preceptos y obra justicia y derecho, ciertamente vivirá, no morirá. No le será recordado ninguno de los delitos que cometió" (Ez 18, 21-22). En ese sentido se dice que Dios es misericordioso. Pero es de notar el modo y manera en que lo es, que es el que se corresponde con la verdadera misericordia la cual nunca está reñida con la verdad sino que la supone y la exige.

Esto es, precisamente, lo que ocurrió en el encuentro de Jesús con la mujer adúltera, a la que querían apedrear. Jesús no aprobaba el adulterio de la mujer. Lo que había hecho estaba mal. Pero la mujer estaba compungida por su mala acción. Por eso Jesús no la condenó sino que tuvo piedad y misericordia de ella; sin embargo, cuando la despidió la conminó, diciéndole: "Vete y no peques más" (Jn 8, 11). No le dijo: Continúa haciendo lo que haces, que no pasa nada. Yo siempre te perdono, hagas lo que hagas ... pero no se lo dijo, porque amaba a esta mujer y no podía engañarla ni darle a entender que estaba bien lo que estaba muy mal. Misericordia y Verdad: siempre unidas.

La expresión de que la Iglesia abre sus puertas a todos es, a mi entender, ambigua ... en tanto en cuanto puede dar lugar a interpretaciones erróneas. Por supuesto que las puertas de la Iglesia están abiertas a todos ... PERO no pueden atravesar esas puertas aquellos que manifiestamente declaren que no quieren saber nada de Jesucristo (Islam, Judíos) o que no crean en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía (luteranos, anglicanos, ...) o no se arrepientan de sus pecados sino que los consideren como señal de progreso (divorciados vueltos a casar, homosexuales, ...). Para ellos están cerradas. Y en esto conviene ser muy claros como lo era Jesús y lo eran los Apóstoles y san Pablo ...  como lo han sido siempre todos los santos: compresivos y amando al pecador, pero combativos y odiando el pecado, que tanto daño hace.

Bien entendido que no es que la Iglesia les cierre las puertas a estas personas, sino que son ellos mismos quienes, con su actitud y su comportamiento, se impiden a sí mismos dicho paso ...

Si no quieren saber nada con Jesucristo, como verdadero Dios y verdadero hombre, si no están dispuestos a creer en los dogmas fundamentales de la fe cristiana, si su vida personal es tal que, actuando contra la ley natural y los mandamientos de la Ley de Dios, no sólo no se arrepienten de su conducta sino que, cínicamente, la justifican, etc...

En todos estos casos, ¿qué sentido tiene que quieran acercarse a una Iglesia a la que realmente odian, puesto que les recrimina su conducta? Si la Iglesia los admitiera en su seno estaría yendo en contra de la voluntad de su Fundador y perdería su propia identidad. Ya no sería la Iglesia de Jesucristo, la que Él fundó. Estaríamos ante una "nueva Iglesia" entendida no como Iglesia renovada que "comprende" a todos, sino ante una "Iglesia nueva", en el sentido de una "Iglesia diferente" a la Iglesia de siempre. En otras palabras, para ser claros: no estaríamos ante la verdadera Iglesia, ante la Iglesia fundada por Jesucristo ... Estaríamos ante ... otra cosa: nos habrían robado a nuestra madre la Iglesia, nos habrían robado a Cristo.

Si tal ocurriera nada tendría de extraño que se produjera un cisma en el seno de la Iglesia, pues la verdadera Iglesia habría sido traicionada por aquellos mismos que dicen ser sus representantes. Por supuesto que la Iglesia no desaparecerá. Las palabras de Jesús no pueden dejar de cumplirse: "El Cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24, 35). "Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18). Todo lo cual es cierto.

Ahora bien: de producirse tal colapso, la auténtica Iglesia, la verdadera (que no sería la oficial) quedaría reducida a su mínima expresión, a una situación catacumbal, que podría llevar a muchos cristianos al desaliento. Y si siempre ha sido cierto que los cristianos deben de poner su confianza en Dios ... es ahora, más que nunca, cuando esta confianza en las palabras de Jesús ha de ser total y absoluta, desechando todo temor: "No temas, mi pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros el Reino" (Lc 12, 32). Y sí. Debemos de tener miedo, pero no a cualquiera: "No temais a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed, sobre todo, al que puede arrojar el alma y el cuerpo en el Infierno" (Mt 10, 28). 

Los verdaderos cristianos, aquellos que pretendan seguir siendo fieles a la enseñanza multisecular de la Iglesia serán perseguidos por los que detentan el poder en la Iglesia oficial, en la Iglesia establecida. No debemos olvidar, sin embargo, que esta persecución ya nos fue anunciada por Jesús, por lo que no tenemos por qué asustarnos ni debe, por ello, desfallecer nuestra fe: "Esto os lo he dicho para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas [en este caso, de la Iglesia]; más aún: se acerca la hora en la que quien os dé muerte piense que así sirve a Dios" (Jn 16, 1-2). 

La situación por la que está atravesando la Iglesia en la actualidad es muy grave ... ante lo cual no podemos cerrar los ojos. Hacerlo sería cobardía y sería  avergonzarse de Jesucristo. Como católicos que somos, por la gracia de Dios, no tenemos derecho al desaliento. Tenemos la certeza de que Dios, que nos ha metido en este tinglado nos sacará también de él. En realidad es el Único que puede hacerlo. 

Lo hará -no nos cabe de ello la menor duda- aunque no nos lo merezcamos. El cómo lo hará es algo que se nos escapa. Pero que lo hará es seguro ... lo hará porque Él sí que es realmente misericordioso. Y no puede consentir que se pierda ninguno de los que el Padre le ha dado: Padre Santo, guarda en tu Nombre a los que me has dado, para que sean Uno como Nosotros.  (Jn 17, 11b). Esa es la esperanza que nos queda.

(Continuará)

jueves, 19 de noviembre de 2015

Discurso de clausura del Sínodo -6 (Análisis crítico)



Pero sigamos analizando las palabras del santo Padre: según él los "corazones cerrados" "se esconden detrás de las enseñanzas de la Iglesia" ... "o detrás de las buenas intenciones para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas".

Ignoro exactamente a lo que se refiere el papa Francisco. Puedo colegir, dado el tema que está en estudio en este Sínodo, y teniendo en cuenta los resultados de la "relazione finale" que en su mente se encuentran aquéllos que se han divorciado y se han vuelto a casar por lo civil: situaciones ciertamente difíciles y de gran sufrimiento en todos los que, de alguna manera, están implicados, bien sean los esposos (cada uno de ellos, sea o no culpable) o bien los hijos (si los hay) ... Sin embargo, la solución no se encuentra (¡no puede encontrarse!) en ser "comprensivos"  hasta el extremo de cambiar la ley de Cristo: falsa comprensión la que prescinde de la ley Divina

Eso implicaría, entre otras cosas, admitir, más o menos de modo consciente, que Dios manda imposibles, lo que es una herejía (Jansenismo, si no me falla la memoria). Y supondría, además, que mantenerse unidos un hombre y una mujer en matrimonio indisoluble sería lo correcto ... únicamente para algunas personas privilegiadas que, por lo que sea, son capaces de hacerle frente a las situaciones difíciles que se presentan a lo largo de su vida matrimonial. 
Y -dicen- que, si bien es cierto que es estupendo y deseable que haya personas así, capaces de vivir su matrimonio en fidelidad hasta la muerte ... sin embargo, tal enfoque del matrimonio no debe exigirse a todos los que se casan. 

La Iglesia, que es Madre -continúan diciendo- tiene que comprender que hay situaciones límite que hacen necesaria la separación ... Bueno, esto siempre ha sido así: cuando, por las razones que sean, la convivencia entre los esposos se hace imposible, la Iglesia tiene previsto para estos casos la separación ... con vistas a una posible reconciliación ulterior ... (la cual podrá darse o no), bien entendido que nunca, bajo ningún concepto, ninguno de los que se ha separado, puede volver a casarse otra vez con una nueva persona; de hacerlo incurriría en adulterio. 

Evidentemente, estamos situados en la esfera de lo sobrenatural. Y entender estas cosas no sólo es difícil sino imposible. Es necesario el auxilio de la gracia divina. Y éste requiere de la fe por parte del que está casado. Si se pierde la fe entonces es cuando vienen los problemas ... aunque "el problema gordo", por así decirlo, consiste en no llamar a las cosas por su nombre. 


Las personas que se encuentran en esta situación de gran dificultad deben de ser ayudados. Es una obligación de caridad el hacerlo; lo es para un cristiano ... pero mucho más aún para un sacerdote. Y toda ayuda que lleve a engañar al otro, so pretexto de compasión, es una falsa ayuda y una falsa compasión

Es lo propio que los que se encuentran en tales situaciones de extrema necesidad acudan a la Iglesia en demanda de comprensión. Y es habitual que argumenten del siguiente modo: 
Si su matrimonio ha fracasado, ¿acaso no tienen derecho a rehacer su vida en un nuevo matrimonio?¿Por qué no pueden casarse con otra persona? Puede que se nos parta el corazón, pero si hay algo claro es que ni siquiera la Iglesia tiene potestad para conceder tal dispensa. El "nuevo matrimonio", de darse,  no sería tal, sino adulterio. Y esto no porque lo diga la Iglesia, sino porque lo dijo Jesucristo: "Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre" (Mt 19, 6). 

Ésta es la ley de Cristo acerca de la indisolubilidad del matrimonio ... una ley que no está pensada para personas especiales, sino para cualquier hombre y cualquier mujer que se unan libremente en matrimonio. 


Jesucristo sabía perfectamente, cuando dio esta Ley, que se presentarían situaciones especialmente graves entre los esposos, algunas de ellas muy difíciles de superar ... ¡pero no imposibles! Decía san Agustín: "Dios no manda cosas imposibles sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y a pedir lo que no puedas ... y te ayuda para que puedas"

Con el sacramento del matrimonio los esposos reciben lo que se llama gracia de estado, la cual les proporciona -a ambos- la suficiente fortaleza para poder mantenerser fieles mutuamente, hasta que la muerte los separe, en medio de todo tipo de dificultades, dificultades que necesariamente les van a surgir, tanto en su vida en pareja, como con relación a los hijos, etc ... 

Y esto es así para todos los matrimonios. No hay, en este sentido, matrimonios privilegiados. Lo que sí hay, por desgracia, es falta de fe. Y sin fe es imposible mantener esta fidelidad


Y aquí no sirve lo de "nadar y guardar la ropa"; es decir, olvidarse de la fe y mantenese fieles. Si se actúa así no se están poniendo los medios adecuados y el matrimonio, normalmente -y lógicamente- suele acabar mal en estos casos. Pero el problema ya no es de Dios, que "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 4), sino que es nuestro por falta de docilidad a sus leyes.

Es importante tener presente, en la mente y en el corazón, que por difícil que sea la fidelidad entre los esposos, ésta es posible: Dios siempre concede su gracia a quien se la pide, de manera que lo que puede parecer imposible -y lo es, humanamente hablando- junto a Él se transforma en posible.


... Y es que, por más vueltas que le demos, el amor verdadero (en este caso, el amor entre los esposos) va unido necesariamente a la Cruz.  El amor y la cruz, en la presente vida, son inseparables. Y si no lo entendemos de esta manera es que aún no hemos descubierto aquello en lo que consiste el verdadero amor: la falsa misericordia, aquella que considera que el primer matrimonio no es válido, no es tal misericordia, por la sencilla razón de que va en contra de la ley de Dios

¿Acaso no es Dios misericordioso? ¿Podemos encontrar a alguien que sea más bueno o más misericordioso que Él? Ciertamente que no. Pues si eso es así, como lo es y, sin embargo, Dios ha impuesto esa ley, por muy incomprensible que nos resulte, sus razones tendrá. 


Si hay algo claro -y de esto no debemos de tener la menor duda- es que las leyes divinas no son inventos de Dios para fastidiarnos. Otra cosa diferente es que no entendamos, con frecuencia, el porqué de lo que ocurre o por qué las cosas tienen que ser de una deteminada manera y no de otra. Pero eso es otro punto a considerar:  tampoco la Virgen María -¡y era su propia madre!- entendía muchas de las cosas que hacía su Hijo  ... pero no se rebelaba sino que "las guardaba en su corazón" (Lc 2, 19). 

Y esa ha de ser también nuestra actitud con relación a los designios divinos cuando nos encontremos con que hay infinidad de cosas que no entendemos: aceptarlas primero ... y meditarlas después, con la confianza completamente puesta en Él, sabiendo que todo cuanto nos pida y nos ocurra es para nuestro bien, para nuestro auténtico bien ... a menos que queramos ser más que Dios. 

¿Acaso nuestro modo de entender la misericordia y la comprensión es más conforme con la realidad que el modo que tiene Dios de entender esta realidad? ¿Acaso quiere Dios que seamos unos desgraciados? La respuesta no puede ser sino negativa. Dios nos quiere felices, ya en esta vida. De manera que el problema no es de Dios, sino nuestro. Y lo que tenemos que hacer es cambiar nuestro chip de la felicidad

Dios nunca es obsoleto. Es perennemente actual. Sus leyes son eternas y valen para siempre, no son sólo para el pasado. Y mediante el cumplimiento de estas leyes, por amor, podemos alcanzar la máxima cota de felicidad que es posible conseguir en el presente eón: separarnos de su Ley es lo que nos hace desgraciados e infelices ... y no sólo para este mundo.

Todo lo cual está en consonancia con las palabras que leemos  en la Biblia (y esto ya en el Antiguo Testamento): "¿Acaso me agrada la muerte del impío -oráculo del Señor- y no que se convierta de sus caminos y viva?" (Ez 18, 23). "Yo no quiero la muerte del que muere -oráculo del Señor Dios- Convertíos y vivid" (Ez 18, 32)



(Continuará)

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Discurso de Clausura del Sínodo - 5 (Análisis crítico)



Continúa diciendo el santo Padre en su discurso de clausura del Sínodo, hablando de lo que éste [el Sínodo] ha supuesto para la Iglesia:

- Significa -dice- haber puesto al descubierto los corazones cerrados

Una nueva ambigüedad, porque ¿a quiénes se refiere exactamente el papa Francisco cuando habla de corazones cerrados?

Si algo claro deberíamos de tener los cristianos es, entre otras cosas, que nuestro corazón ha de estar abierto al bien y a la verdad, es decir, a todo lo que conduce al hombre a Dios. Pero también debe de estar cerrado al error y al pecado, pues el pecado nos destruye, nos aparta de Aquél que es nuestro bien, nos aleja de Dios. Así se expresaba san Agustín: "Es preciso odiar el pecado y amar al pecador"


De ahí la importancia y la necesidad de la claridad y del rigor al expresarse para no confundir a la gente; la expresión "corazón cerrado" que parece tener una connotación negativa, va a depender de cómo se entienda tal expresión así como de aquéllos a quienes va dirigida: hay que entenderla a la luz del contexto en el que fue dicha.  

Escuchemos, pues, la frase completa. Así dice el papa Francisco hablando de lo que ha supuesto el Sínodo de la familia: 


Significa haber puesto al descubierto  los corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso detrás de las enseñanzas de la Iglesia o detrás de las buenas intenciones para sentarse en la cátedra de Moisés ...

Sinceramente -es mi opinión- no creo que el Sínodo haya significado esto a lo que el papa Francisco se refiere; o mejor dicho, a la interpretación que él da a la expresión "corazones cerrados", la cual atribuye, tal y como suena, a "aquellos que se esconden detrás de las enseñanzas de la Iglesia" ... "para sentarse en la cátedra de Moisés". En otras palabras, a los cardenales del Sínodo ... pero no a todos: tan solo a aquellos que se mantienen fieles a lo que dijo Jesucristo. Ésos son los de corazón cerrado ... luego los de corazón abierto serían el resto de cardenales, aquellos que están con las corrientes modernistas y están "deseando" que se produzca un cambio en la doctrina de la Iglesia. 


No puedo evitar que acudan a mi mente las palabras de Jesús cuando dijo: "Sin duda me aplicaréis aquel proverbio: 'Médico, cúrate a tí mismo' " (Lc 4, 23) ... puesto que el Papa está precisamente en lo más alto de la cátedra de Moisés a la que él mismo alude. Pero en fin. 

Vamos a ver. Pensemos un poco ... y no nos dejemos llevar por prejuicios. Las enseñanzas de la Iglesia, en cuanto a la moral, se refieren al cumplimiento de los mandamientos de la Ley de Dios ... un cumplimiento que se hace (o se debe de hacer) por Amor. No se puede dar por sentado, así sin más, que todo el que cumple los mandamientos de la Ley de Dios es un hipócrita que sólo piensa en sí mismo. Eso constituye un juicio temerario. Y, en principio, es de suponer que quien cumple los mandamientos no lo hace de modo hipócrita. Que tal situación pueda darse, y que de hecho se haya dado -y se dé- en algunos casos, es la excepción que confirma la regla.

Y la regla consiste en hacer realidad en la propia vida las palabras de Jesús, quien siempre habla claro. Sus Palabras nunca nos confunden: "Si alguno me ama, guardará mi Palabra" (Jn 14, 23). "Quien acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama" (Jn 14, 21). "Si me amáis, observaréis mis mandamientos" (Jn 14, 15). Y así en infinidad de citas bíblicas, todas en el mismo sentido. El cumplimiento de los mandamientos, en el Nuevo Testamento, va siempre unido al Amor a Dios, manifestado, como siempre, en Jesucristo.

Estas palabras, como digo, no son mías; fueron pronunciadas por Jesucristo y son, por lo tanto, Palabra de Dios ... no son de un Dios legalista, precisamente, sino de un Dios que es Amor (1 Jn 4, 8). Su autor es el Espíritu Santo. El que cumple los mandamientos de la Ley de Dios no es un fariseo ni un hipócrita ni tiene el corazón cerrado, sino que los cumple, precisamente, porque ama a Jesucristo, porque ama a Dios y, en consecuencia, ama a sus hermanos: "Si alguno dice: 'Amo a Dios' y aborrece a su hermano, es un embustero; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve" (1 Jn 4, 20).

Con relación al prójimo, éstos son los mandamientos de Dios, que aparecen en la Biblia: "Honrarás a tu padre y a tu madre (...). No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No dirás falso testimonio contra tu prójimo. No desearás la mujer de tu prójimo" (Ex 20, 12-17; Dt 5, 17, 21). Si una persona ama a otra, cumplirá estos mandamientos. Y eso no la convierte en un "corazón cerrado". Es justo lo contrario. El que así actúa tiene su corazón abierto, abierto al amor: al amor de Dios y al amor al prójimo, pues ambos -si son auténticos- se dan siempre juntos.

Es cierto que a lo largo de la historia de la Iglesia nos hemos encontrado-y seguimos encontrándonos- con personas, católicos sólo de nombre, que se han aprovechado de la Palabra de Dios y que han tenido un corazón duro, quedándose en la pura letra, siendo así que "la letra mata" (2 Cor 3, 6b) y que sólo "el Espíritu da vida" (2 Cor 3, 6c) ...; pero hay que hacer honor a la verdad y reconocer que se ha tratado -y se trata- de casos aislados de personas que han actuado mal y en contra de la voluntad de Dios. 


La mayoría de los Jerarcas (al menos hasta hace cincuenta años; y también ahora muchos de ellos) actuó conforme a la voluntad de Dios; esa es la razón por la que la Iglesia aún se mantiene. Y es que no se puede juzgar al todo por la parte. No se puede juzgar al conjunto de la Iglesia por unos cuantos miembros de ella ... máxime teniendo en cuenta que tales miembros, al proceder malamente están, por eso mismo (de alguna manera) fuera de la Iglesia a la que dicen representar.

Limitándome tan solo a razonar ... y si mi razón aún me sigue funcionando, en estas palabras del santo Padre lo que yo veo es que es él quien está juzgando -y no precisamente con misericordia- a todos esos a quienes atribuye un "corazón cerrado" ... (además, está juzgando intenciones, que no hechos. Y las intenciones sólo las conoce Dios) y lo peor de todo es que la razón por la que los juzga así es nada menos que por atenerse a las enseñanzas de la Iglesia (dando por hecho que se esconden detrás de ellas y que son, por lo tanto, unos hipócritas).


Podría concluirse, aunque no necesariamente (pero desde luego, da pie para ello) que, puesto que los que se apoyan en las Enseñanzas de la Iglesia tienen los corazones cerrados ... entonces resultaría que tendrán los corazones abiertos justo aquéllos que no sigan esas enseñanzas, lo que sería un completo dislate ... Por supuesto que eso no lo ha dicho el Papa ... pero ha dejado la puerta abierta (¡nunca mejor dicho!) a esta interpretación ... que casi se deduce de sus palabras. 

La Iglesia debe de ser una Iglesia de puertas abiertas; lo cual, bien entendido, es cierto. Pero se trata de abrir la puerta en la que está Cristo y no cualquier puerta; y no a cualquiera: "He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz y abre la puerta, Yo entraré a él y cenaré con él. Y él cenará conmigo" (Ap 3, 20). Jesucristo es la única Puerta, cuyas llaves encomendó a la Iglesia. Por eso fuera de la Iglesia no hay salvación posible. Y de ahí la importancia de decir siempre la verdad, con claridad, a la gente, para que no se confundan de puerta y busquen en otros lugares lo que sólo se encuentra en el seno de la Iglesia Católica de siempre, aquella que transmite con fidelidad las enseñanzas recibidas de Jesucristo y de sus Apóstoles.

¡Me resulta difícil digerir que estas palabras hayan salido de la boca de un Papa, pues está asociando la enseñanza de la Iglesia a los corazones cerrados, lo cual es del todo falso!. Pero ahí están. Y no vale mirar para otro lado, como si no hubiesen sido dichas, porque -de hacerlo- eso nos situaría en la mentira y nos alejaría de Dios. Según Pedro y los Apóstoles "es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech 5, 29). Pues bien: Entre lo que dice el papa Francisco [al menos en esta ocasión; en otra ocasión dirá otra cosa diferente, de modo que la confusión está servida] y lo que dicen tanto Jesucristo, por una parte, como Pedro y el resto de los Apóstoles, por otra, yo me quedo con estos últimos.

Sólo cumpliendo la ley de Cristo, que es una ley de amor, los corazones se expanden realmente, aunque ello suponga siempre la cruz como condición "sine qua non". Una falsa misericordia degenera en sentimentalismo y no es eso lo que Dios quiere. Recordemos: Misericordia y Verdad. Nunca la una sin la otra: "La misericordia y la fidelidad se encontrarán. La justicia y la paz se besarán" (Sal 85, 11). 



(Continuará)

Un cáliz católico para la cena luterana (Denzinger-Bergoglio)


¡LA SITUACIÓN ES MUCHÍSIMO MÁS GRAVE DE LO QUE PENSAMOS!



“No echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen con sus patas y después se revuelvan para destrozaros” (Mt 6, 7) Una imagen vale más que mil palabras. Si ya quedamos estupefactos cuando Francisco recibió con toda naturalidad la cruz blasfema de líder cocalero de Bolivia –no me ofendió, llegó a afirmar– , la verdad es que ahora no sabemos qué decir.

Desde el comienzo de su pontificado Francisco ha tenido como prioridad número uno el ecumenismo con las iglesias cristianas. Es la continuidad de su trayectoria como cardenal de Buenos Aires. Más allá de la doctrina, sus ideas se reflejan en gestos cada vez más elocuentes:


Pues bien, si sabemos por el decreto “Apostolicae curae et caritatis” que los anglicanos ya no tienen la sucesión apostólica y sus ordenaciones son inválidas. ¿Qué pensar cuando se inclinó y pidió la bendición a Justin Welby, “primado” de Canterbury? ¿Se olvidó que por ese decreto de León XIII “las ordenaciones hechas en rito anglicano han sido y son absolutamente inválidas y totalmente nulas” (Denzinger-Hünermann 3319)? Pedirle la bendición a ese personaje, además de algo ridículo sin sentido, vale tanto cuanto pedirla a cualquier particular hereje… En su día publicamos un estudio sobre el tema.


¿Y cuando saludó cordialmente a la “estimada hermana” obispa luterana? ¿Fue para ir acostumbrando a los católicos para esas nuevas realidades eclesiales? Parecería que sí por sus amables palabras, afirmando que se sentía “hermano en la fe” con ella: ver estudio sobre el asunto.

Pues bien. Ahora Francisco da un paso más. Teniendo como marco las celebraciones conjuntas entre católicos y luteranos de los 500 años de la reforma protestante¿qué tenemos que celebrar los católicos?– Francisco visitó la comunidad evangélica luterana de Roma acompañado de su querido cardenal Kasper. Después de comportarse como lo haría cualquier párroco en casa propia, terminó la visita dejando un regalo-símbolo impresionante: un cáliz para la celebración eucarística.

Muchas son las hipótesis que podemos levantar. De cualquier forma, dada la importancia del gesto, no podemos ignorarlo. ¿Qué pretendió con ese regalo? Todos sabemos que el luteranismo niega el carácter sacrifical de la Misa. Para Lutero “la misa no es un sacrificio, ni ofrenda a Dios, es un don de Dios que debe ser recibido con fe y hacimiento de gracias”

Así las cosas, ¿qué pretendía Francisco decir con este gesto? ¿Qué sus “cenas” son tan válidas como las misas católicas? ¿Qué su culto es agradable a Dios? ¿Promover sus “cenas” con el objeto más sagrado del culto católico, de forma que un fiel católico pueda sentir que cumple sus deberes religiosos asistiendo a ellas?

¿Que los sacerdotes católicos y los pastores luteranos hacemos lo mismo? ...  Quién regala un cáliz… ¿qué podrá hacer más tarde?

Como sacerdotes de Cristo queremos elevar a Dios un acto de reparación por la terrible ofensa realizada contra la Sangre Preciosa de Cristo, pues el gesto es quizá de los más graves y profundos que hemos podido presenciar hasta el momento

Sabemos que para Francisco las diversas religiones cristianas son simples lados de un mismo “poliedro” como ya vimos en anterior estudio. La católica sería tan sólo uno más. Y es lo que confirman las gravísimas palabras que dijo a continuación, al respecto de la presencia real, como creída por católicos o luteranos:


“¿Cuál es la diferencia? Son las explicaciones, las interpretaciones … la vida es más grande que las explicaciones y las interpretaciones” (VIS, 16 de noviembre de 2015).

Poner el dogma católico a la altura de “explicaciones e interpretaciones” es como decir que la enseñanza ya dos veces milenaria de la Iglesia Católica no pasa de una mera hipótesis de estudio. ¿Será su acompañante, el Cardenal Kasper, quién le lanzó esta “genial” idea para el discurso? No tenemos seguridad, porque según Francisco la unidad de los cristianos no será hecha por los teólogos y, por lo tanto, no es problema de doctrina. Aunque tal vez Kasper sea la excepción a la regla … 

De cualquier forma, idea de Francisco o de Kasper, el carácter doctrinal de esta grave afirmación exigirá un estudio más reposado, que esperamos poder publicar cuanto antes

Veamos el vídeo de este cordial encuentro entre protestantes y -según ellos mismos dijeron- “el obispo de los Luteranos” (Aleteia):



Pero lo más grave es que el gesto indica que esta vez se han traspasado límites antes inimaginables … ¿Pensará Francisco que los católicos somos ciegos delante de este tipo de gestos? 

Seguro que conseguirá el aplauso unánime de los luteranos, del mismo modo que le aplauden los homosexuales, divorciados y comunistas. Pero ¿y los católicos fieles al Magisterio? Quousque tandem abutere, Francisce, patientia nostra?

martes, 17 de noviembre de 2015

DE DIOS NADIE SE BURLA ( Escrito por P. Alfonso Gálvez)

PUBLICADO EN ESCRITOS DEL P. ALFONSO


Cuando el espíritu impuro ha salido de un hombre, vaga por lugares áridos en busca de descanso, pero no lo encuentra. Entonces dice: Volveré a mi casa, de donde salí. Y al llegar la encuentra vacía, bien barrida y ordenada.
Entonces va, toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrando se instalan allí. Con lo que la situación final de aquel hombre es peor que la primera.





La frase que el artículo lleva por título es del Apóstol San Pablo y está contenida en la Carta que escribió a los Gálatas[1].  Y puesto que pertenece a la Biblia es la misma Palabra de Dios, según creencia de los católicos de siempre y de los pocos que aún permanecen en la Fe. Podría traducirse en traducción libre, aunque no por eso menos exacta, como De Mí no se ríe nadie.

En cuanto al texto de cabecera, es una transcripción de palabras del mismo Jesucristo contenidas en el Evangelio de San Mateo[2]. Muy elocuentes por cierto y bastante actuales, como ahora veremos. Aunque, por otra parte, sea bien sabido que este tipo de afirmaciones no tienen ahora mucho sentido, después de que la Iglesia modernista ha decidido que la Biblia ya no tiene valor objetivo, puesto que ha de ser interpretada según el momento histórico y la mentalidad del hombre moderno. Incluso avanzando más todavía, hasta pretende que las palabras de Jesucristo deben ser entendidas de acuerdo con los avances de la ciencia moderna y las investigaciones de los teólogos, tanto protestantes como católicos modernistas; los cuales, si bien es cierto que no ponen precisamente su confianza en nada que se refiera a contenidos sobrenaturales, se encuentran sin embargo acordes con los avances de una Antropología y de una Psicología absolutamente humanísticas que rechazan como anticientífica toda idea de Dios.

De todos modos, y habida cuenta de los acontecimientos actuales, tal vez valdría la pena considerar las enseñanzas de Jesucristo y llevar a cabo su confrontación con los sucesos que están conmocionando al mundo, y de un modo especial a Europa. Siempre podría suceder encontrar en ellas una referencia que tal vez sirviera de clave que explicara las últimas razones de la situación actual.

Según el texto aludido, cuando un espíritu inmundo sale de un hombre vaga por lugares áridos buscando descanso. Al no hallarlo, decide volver a la casa de donde había salido para encontrarla ahora vacía, barrida y ordenada. Busca entonces otros siete espíritus peores que él y ocupan de nuevo el lugar; resultando que la situación de aquel hombre es ahora peor que la primera. Y añade Jesucristo unas palabras muy esclarecedoras: Lo mismo le sucederá a esta generación perversa.

Por supuesto que Jesucristo se refiere a un espíritu inmundo. Pero es evidente que tal acotación se puede generalizar y extender a situaciones con circunstancias similares. La afirmación final del texto, en la que Jesucristo asegura que eso es precisamente lo que sucederá a esta generación perversa, da un sentido más general a sus palabras y justifica esta interpretación.

Con respecto a los atentados terroristas de París ---y desgraciadamente, con los que les sucederán después--- se están dando, como siempre muchas interpretaciones y demasiadas explicaciones. Los medios de información internacional no se han visto en otra, como suele decirse, y en cuanto a los políticos, no encuentran tiempo suficiente para prorrumpir en torrentes de palabras indignadas y de declaraciones altisonantes. Y tal como suele suceder en estas circunstancias, ni las explicaciones alcanzan jamás el fondo de la cuestión, ni los políticos tienen la menor intención de llevar a cabo acciones y reacciones que sean verdaderamente eficaces.

El Presidente de la República francesa, señor Hollande, decía públicamente, a las pocas horas de producirse la horrible masacre de París, que los terroristas buscaban difundir el miedo. Lo cual es tan cierto como insuficiente. Un adagio ya antiguo hablaba de tomar el rábano por las hojas, que es lo que sucede cuando se adelanta una explicación que, por ser puramente superficial y no descender a las verdaderas razones, casi se convierte en falsa. Difundir el miedo, por supuesto; pero ¿por qué y para qué? Supóngase el caso de un pobre enfermo, aquejado de un grave cáncer terminal de hígado que lo devora y que es visitado por un médico; el cual lo examina y lo ausculta y al fin dictamina su diagnóstico: lo que le ocurre a este enfermo ---dice--- es que le duele el vientre; sin más. Pero ¿por qué siente el enfermo tan tremendos dolores?, seguramente alguien preguntaría. ¿Y qué es lo que pretenden los terroristas al crear una situación de pánico?

Y la respuesta no es difícil: Destruir Europa y con ella a todo el Occidente postcristiano. Y de nuevo la pregunta: ¿Por qué desea el Islam acabar con el Occidente postcristiano? Ante todo, porque el Mundo musulmán sigue creyendo ---equivocadamente, por cierto--- que el Occidente continúa siendo cristiano. Y se trata precisamente de destruir hasta las raíces todo vestigio de la civilización cristiana. Todos quienes no crean en Alá y en Mahoma su profeta deben ser destruidos y eliminados por completo; así el Corán, así todos sus seguidores, y así es como se predica todos los días en las mezquitas de todo el Mundo. Aunque todo esto, dicho de este modo, suene a escándalo y nadie se atreva a reconocerlo de esta manera; que por algo existe el miedo, y para eso proporciona el lenguaje toneladas de eufemismos y posibilidades de jugar con las palabras a fin de fabricar falacias a discreción..., para engaño de los ingenuos.

Europa arrojó por la borda todas sus creencias cristianas en las cuales se fundamentó siempre su vida y su existencia. La Constitución de la Unión Europea, puesta por escrito por los mismos políticos franceses y aprobada por todos los gobernantes europeos, es masónica, atea y anticristiana. Los principios formulados por la Revolución Francesa ---Libertad, Igualdad y Fraternidad --- tan universalmente aclamados como creencia inconmovible e irrefutable, incluso han sido actualmente consagrados y convertidos en dogma por la actual Iglesia Católica, que los ha acogido con entusiasmo. Sin que importe para nada que el mundo no conozca la verdadera libertad ---aparte de oír hablar constantemente de ella---, ni mucho menos la auténtica igualdad ni por supuesto lo que significa la fraternidad. Por otra parte, la Iglesia ha proclamado la primacía de la conciencia individual, la cual no puede ser coaccionada por nada ni por nadie, poniendo así en cuestión cualquier sentido de heteronomía[3]
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Europa ha renunciado y renegado de todas sus creencias cristianas, siendo lo más admirable el hecho de que la misma Iglesia se haya apresurado a vaciar la Casa de toda clase de dogmas, creencias tradicionales, moral evangélica, sacramentos, culto a los santos, liturgia, etc., etc.

Nada tiene de extraño, según dice el Daily Mail, que precisamente en los momentos en los cuales fue atacada y se produjo la tremenda masacre en la Discoteca de París, fue cuando se comenzaba a interpretar por la banda que dirigía el concierto, coreado por toda la concurrencia, la canción Besa al Diablo; exactamente la misma que llega a decir que Amaré al Diablo y canto su canción.

De manera que Europa se encuentra sin principios con los que defenderse. Y una nación que carece de principios, por muchos armamentos y ejércitos que posea, está irremediablemente perdida. Porque efectivamente la Casa se encuentra tan radicalmente vacía que todo lo que la sustentaba como sus fundamentos ha sido enteramente barrido. Es enteramente lógico, por lo tanto, que llegue el enemigo y no encuentre obstáculo alguno para apoderarse de ella.

Y puestos a profundizar en toda la verdad, el problema no consiste meramente en que Europa haya renegado de Dios y arrojado por la borda todos sus principios cristianos. La realidad es más grave todavía, puesto que se ha vuelto a sus propios ídolos y se ha puesto a adorarlos. Por supuesto que el Islam también tiene sus propios ídolos, como es Mahoma y como el falso Alá que algunos se empeñan en decir que es el mismo Dios Cristiano (el Islam considera el dogma de la Trinidad como blasfemia; a propósito de lo cual conviene recordar que, según el Apóstol San Juan, quien niega a Jesucristo se confiesa como el mismo Anticristo). Alguien dirá que tampoco al Catolicismo le faltan sus ídolos: la Madre Teresa de Calcuta rezaba y adoraba a Buda, cosa que también hizo el mismo Papa Juan Pablo II en Asís; aunque nadie se atreverá a defender que ni la Madre Teresa ni Juan Pablo II creían en Buda, sino que simplemente se limitaban a creer en lo que tal culto podía suponer para ellos en beneficio de la caridad (o de la filantropía, según se empeñan los expertos en decir que la Madre Teresa amaba a los pobres por ellos mismos, y no a través de Jesucristo) o de la Evangelización (Juan Pablo II). Pero el ídolo al cual se ha convertido la Sociedad Occidental, secundada de algún modo por la misma Iglesia, es sin duda alguna el peor y el más peligroso de todos: en cuanto que el hombre moderno se ha deificado a sí mismo y solamente cree en sí mismo. De ahí el culto a la conciencia individual como regla suprema y la conversión en Religión puramente natural lo que siempre había sido la verdadera Religión Sobrenatural y cristiana, fundada y predicada por Jesucristo.

Y es efectivamente el culto a sí mismo por parte del hombre es el peor de los pecados. En cuanto que es una emulación del mismo pecado cometido por Satanás antes de la creación del mundo, cuando quiso erigirse a sí mismo como único Dios, por encima del verdadero. Con lo cual recibió el mayor castigo que puede concebirse para la soberbia y el más temido por parte de quien la sufre, cual es su conversión en payaso, que es exactamente lo mismo que hacer el ridículo. Tal fue lo que ocurrió con el Engreído Supremo quien, para su absoluta vergüenza, se convirtió para siempre en el Payaso Eterno, digno de todas las burlas y desprecios los cuales durarán para siempre. ¿No podría ocurrir con la nueva Iglesia modernista, con sus intentos de centralizar y resumirlo todo en el hombre que es en lo que algunos quieren convertir la Iglesia Católica, que al fin se acabe transformando también en la más Gigantesca Payasada hasta ahora imaginada y edificada por el hombre?

De ahí que todas las alarmas despertadas en Europa, coreadas por tantas declaraciones de Gobernantes, políticos y Jerarcas prometiendo tan sonadas medidas, aunque ninguna de ellas referente a lo que habría de conducir a las verdaderas soluciones, no son otra cosa que el croar de las ranas en una noche de verano. Al que nadie inteligente se molesta en escuchar, y si por alguien con sentido común es oído bien que se apresura a volver la cabeza, mostrando el mismo interés y aparentando la misma la misma indiferencia que merecerían lo que es absolutamente inane.

Mientras tanto, Cardenales y Obispos de la Iglesia, siempre inclinados a creer que es su obligación la de practicar el buenismo ---otro eufemismo que sustituye al vocablo más chabacano de la tontuna--- seguirán proclamando que hay que practicar la misericordia, la comprensión y, por supuesto, la acogida; que así como deben evitarse los sentimientos de venganza y nada soluciona la violencia, deben en cambio facilitarse el diálogo y abrirse vías de acercamiento, etc. etc. A muchos de ellos parecería cuadrarles como anillo al dedo lo que decía el Profeta Jeremías: Pariter insipientes et fatui sunt; doctrina vanitatis eorum lignum est [4].



[1] Ga 6:7.

[2] Mt 12: 43--45.

[3] Algunas declaraciones del Concilio Vaticano II poseen la suficiente ambigüedad como para ser interpretadas en el sentido de una completa autonomía por parte del individuo. La libertad religiosa ---dice la Declaración Dignitatis Humanae, uno de los puntos doctrinales clave de esta cuestión--- consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público (Número 2). Porque la verdad debe buscarse de modo apropiado a la dignidad de la persona humana y a su naturaleza social (Número 3).

[4] Jer 10:8

El terrorismo sí tiene religión: la del Islam

Nuevo video de Eulogio López, el director de Hispanidad, acompañado de un artículo del mismo autor.

Duración 1:57 minutos

El obispo de Mosul sí sabe lo que es el Islam: incompatible con el cristianismo

El obispo de Mosul sí sabe lo que es el islam: incompatible con el cristianismo
  • Estamos ante una guerra de religión. Lo que significa que la religión es uno de los elementos que mueven a la humanidad.
  • Sólo se ofrece la vida por un modelo de vida.
  • Si lo prefieren, sólo se ofrece la vida por la convicción sobre lo que ocurre más allá de la vida, por mi origen y mi destino.
  • Como conclusión, la del obispo de Mosul, que sí conoce el Islam, advertía contra los musulmanes.
  • Ojo que no tienen vuestros mismos valores, que incluso hoy, teñidos, de relativismo occidental, siguen siendo valores cristianos.
  • Y el señor obispo no es racista pero sí conoce el islam: lo ha sufrido.
Por cierto, el gran Forges vuelve a hundirse en la frivolidad del tópico al rebufo de los atentados de París y las guerras de religión hablando de una guerra de religión. Si la religión provocaguerra es que la religión es importante, algo por lo que un hombre puede ofrecer su vida. Por la religión un hombre puede convertirse en mártir o en asesino. De lo cual no se deduce que todas las religiones sean malas sino que todas son relevantes.
Significa, por de pronto, que en contra de lo que reza el lugar común, el hombre no se mueve por intereses económicos o sexuales (el famoso triángulo vital de los escépticos: estómago, bolsillo y el otro) sino por su convicciones más profundas. Sólo se ofrece la vida por un modelo de vida. Si lo prefieren, sólo se ofrece la vida por la convicción sobre lo que ocurre más allá de la vida, por mi origen y mi destino.
Luego hay credos buenos y credos malos. Es decir, credos ciertos y credos falsos.
Eulogio López

lunes, 16 de noviembre de 2015

Discurso de Clausura del Sínodo - 4 (Análisis crítico)



Jesucristo era misericordioso. Esto es una realidad que nadie puede poner en duda ... pero no admitió en ningún caso el adulterio, no admitió excepciones. ¿Cabe pensar, entonces, que Jesucristo era un piedra muerta? ... Va a ser que no. Como hemos visto sí que era piedra y piedra de escándalo. Toda su vida lo fue. Pero era una piedra viva. El escándalo al que alude la Biblia cuando habla de Jesús se refiere al escándalo de la cruz: "Cristo crucificado es escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1 Cor 1, 23-24).

Tenemos miedo del sufrimiento y de la cruz. Eso no debe de sorprendernos. Forma parte de nuestra naturaleza. Nadie desea sufrir. Ese deseo sería patológico. Y a Jesús le ocurre igual que a nosotros, pues era realmente hombre: "Padre, si es posible, aparta de Mí este cáliz" (Lc 22, 42a). Jesucristo no era un masoquista, sino que era un hombre normal, era uno de nosotros "en todo semejante a nosotros menos en el pecado" (Heb 4, 15). 


Éste, el pecado, fue la causa que motivó lo que hizo Jesús, movido por su amor a nosotros. El "misterio de iniquidad" (2 Tes 2, 7) que es el pecado sólo podía vencerse mediante otro misterio: el misterio del Amor de Dios: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom 5, 20) ... con la particularidad de que tal amor, en esta vida, va unido siempre al sacrificio de la propia vida: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Así nos amó Jesús, con el mayor amor posible, un amor que le llevó a dar su vida "literalmente" por nosotros, para hacer posible nuestra salvación: "Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13, 1). 


Jesús nos enseñó a amar, nos enseñó aquello en lo que consiste el verdadero amor, y nos lo enseñó haciéndolo realidad en su propia vida. Para ello "se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2, 8). Jesús dio su vida por nosotros y la dio porque quiso: "Nadie me la quita [mi vida], sino que Yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para volver a tomarla. Éste es el mandato que de mi Padre he recibido" (Jn 10, 18). 


Es cierto que esa era la voluntad de su Padre: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra" (Jn 4, 34), pero era también su propia voluntad: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10, 30). "Felipe, el que me ve a Mí ve al Padre" (Jn 14, 9). Las citas pueden multiplicarse. 


Sólo así es posible entender, en la medida en la que esto es posible aquí en este mundo, esas misteriosas palabras que pronunció Jesús: "Con un bautismo he de ser bautizado, ¡y cómo me siento urgido hasta que se realice" (Lc 12, 50). 


El bautismo era su muerte en la cruz, a la que alude en la noche del huerto de los olivos en su conversación con su Padre. Dice el evangelista san Lucas que Jesús "sudó como gotas de sangre que caían en tierra" (Lc 22, 40). Pero lo definitivo, en realidad, pese a lo horroroso de su sufrimiento (pues realmente sufrió al ser verdaderamente un hombre como nosotros) fue su firme resolución, más allá de toda duda, cuando le dice a su Padre: "Que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42 b). 


La Voluntad del Padre y la del Hijo eran una sola, pues ambos eran Uno. Y esa Voluntad amorosa y recíproca del Hijo para con el Padre y del Padre para con el Hijo, era también una Persona: la Persona del Espíritu Santo, que es el Corazón mismo de Dios. 


El Amor Trinitario de Dios hecho realidad viviente en Jesucristo en su Diálogo amoroso con el Padre. Un amor que, a su vez, espera ser correspondido por nosotros de igual manera. Y una correspondencia que, de darse, hará posible nuestra salvación, pues ésta, aunque sólo en Jesús puede tener lugar requiere de nuestra colaboración, como ocurre en todo amor verdadero entre dos personas.


Y así resulta que, si queremos salvarnos, esto será posible sólo en la medida en la que nos unamos a la cruz de Cristo (esa unión es la que da la medida de nuestro amor). Actuando así alcanzaremos la felicidad, ya en esta vida (en la medida en la que eso es posible) y luego -y sobre todo-, de modo defintivo, en el Cielo, junto al Señor.

El pecado es una realidad introducida en el mundo por el pecado de Adán (pecado original): "En Adán todos pecamos" (1 Cor 15, 22). Nuestra naturaleza es una naturaleza caída. Pero ahora, con la venida de Jesús al mundo y con su muerte en la cruz, el pecado ha sido destruido. Unidos a Él por el bautismo, que nos abre el camino a la gracia, somos hechos capaces de vencer el pecado. 


Pero esa unión con Jesús debe de ir desarrollándose a lo largo de nuestra existencia. Y este desarrollo, que es manifestación de amor, conlleva el compartir su propia vida ... o sea, conlleva el compartir su cruz, como una realidad viva que debe de ser asumida si es que de veras queremos al Señor. Y esto no es triste pues "su yugo es suave y su carga es ligera" (Mt 11, 30)


Definitivamente los cristianos que imitando a Jesús, saben que ello sólo es posible en el misterio de la Cruz -digo-, todos los que así procedan no son, en absoluto esas piedras muertas a las que alude el papa Francisco... 


Un caso particular de Cruz es el que se refiere a la vida matrimonial:  "Serán dos una sola carne;  de modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto lo que Dios ha unido no lo separe el hombre" (Mc 10, 8-9). 


Las dificultades que, antes o después, siempre surgen en el seno de todos los matrimonios, deben de ir superándose. En ellas es donde el amor entre los esposos se purifica y se hace más fuerte y menos interesado. Y los pastores (los sacerdotes) deben de ayudar a los fieles en ese proceso amoroso. Así lo hicieron los primeros cristianos y así ha procedido siempre la Iglesia, a lo largo de su historia milenaria. 


Bajo capa de misericordia no se puede engañar al creyente: ¿Qué misericordia es ésta que, diciendo que ayuda, lo que hace, en realidad, es condenar a las personas? "Os lo aseguro: todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8, 34). Estas palabras son de Jesucristo. Y Él es la Verdad. No se puede engañar a la gente diciéndole que su conducta es buena cuando no lo es. Eso es una falsa misericordia; o sea, no es misericordia ... al menos no lo es tal y como Dios entiende esa palabra, que es el único modo correcto de entenderla, pues las cosas son lo que Dios piensa acerca de ellas, no lo que nosotros pensamos. 


El que ha pecado debe de reconocer su pecado como tal pecado y entonces, arrepentido de corazón, poner todos los medios a su alcance, con la seguridad de que Dios lo quiere y lo va a perdonar, sin ningún género de duda. Dios no desea otra cosa que nuestra salvación. Pero ésta no se alcanza si no se actúa conforme a la verdad de las cosas. La misericordia, como venimos diciendo ya tantas veces, sólo es posible en la verdad ... o no es misericordia.


(Continuará)