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sábado, 21 de abril de 2018

Conversando con Jesús: Reflexionando: "Nacer de nuevo. El Espíritu Santo. Divinidad de Jesucristo" [14 de 22] (José Martí)



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Estoy muy lejos, Señor, de hacer realidad en mi vida lo que decía el autor de la carta a los Hebreos:  "Todavía no habéis resistido hasta derramar sangre en vuestra lucha contra el pecado" (Heb 12, 4). Y creo que se me pueden aplicar  las palabras contenidas en el libro del Apocalipsis, en la primera carta a la Iglesia de Éfeso"Conozco tus obras, tu fatiga y tu paciencia ... y que sufriste por mi Nombre sin desfallecer. Pero tengo contra tí que has perdido la caridad que tenías al principio. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, arrepiéntete y practica las obras de antes" (Ap 2, 4-5). 

Y éste, Señor, a mi entender, es mi auténtico problema, mi único problema, en verdad: haber perdido el ímpetu de mi primer amor, de mi primer encuentro contigo, deslizándome, muchas veces, por la pendiente de la tibieza o de la cobardía. Y
 sin embargo, tengo la solución en mi mano. No tengo más que escuchar tus consejos y ponerlos en práctica. Primero,  recordar la causa que me ha llevado a caer; segundo:  arrepentirme con todo mi corazón, por haber caído. Y tercero, volver a practicar las obras de antes.

Se trata de una labor difícil, pero no imposible.  Simplemente, tendría que comenzar por poner en práctica lo que decía el apóstol san Juan:  "Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonar nuestros pecados y purificarnos de toda injusticia" (1 Jn 1, 9). Y, luego (o tal vez, lo primero) poner en Tí toda mi confianza tal y como hacía san Pablo, cuando dijo:  "Sé muy bien de quién me he fiado" (2 Tim 1, 12). 

Sé que no consentirás que se pierda ninguno de los que el Padre te ha encomendado: "Padre, quiero que los que me diste estén también conmigo, donde Yo estoy" (Jn 17, 24) ... "para que el Amor con que Tú me amaste esté en ellos y Yo en ellos" (Jn 17, 26). 

Y esa es la razón por la que estoy seguro de que puedo recobrar, incluso aumentado, el ímpetu de mi primer amor ... ciertamente ayudado por tu Gracia, con la cual cuento. Sin ella, esta labor sería imposible.

Y no se trata de un tema baladí, sino que es esencial. Tus palabras son muy claras y, como siempre, no dan lugar nunca a equívocos:   "Quien no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios" (Jn 3, 4). 

Nacer de nuevo. Al igual que Nicodemo, yo también te pregunto: "¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar de nuevo en el seno de su madre y nacer?" (Jn 3, 4) ... aunque, ante esa objeción, me encuentro con la misma respuesta que ya le diste a él: "Te lo aseguro: quien no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios" (Jn 3, 5). Y más adelante:  "No te extrañes de que te diga: 'Os es preciso nacer de nuevo'" (Jn 3, 7). 

Nacer de nuevo es "nacer del agua y del Espíritu". El Espíritu al que Jesús se refiere es el Espíritu Santo, que recibimos en el bautismo. 

[El agua es el signo sensible utilizado mediante el cual se concede al bautizado la gracia santificante, es decir, la presencia del Espíritu Santo en su alma, que borra su pecado de origen; éste desaparece, como si nunca hubiera existido]. 

El bautizado es una nueva criatura ... porque se trata de un auténtico nacimiento. Se podría hablar, en cierto modo, de una "nueva creación" (no sé si utilizo correctamente el lenguaje, pero en cualquier caso, lo que sí es cierto es que se produce un cambio sustancial, un paso del no-ser al ser). Antes de ser bautizado nos encontrábamos, tan solo, (nada más y nada menos) ante una criatura humana, dotada de inteligencia y de voluntad. Pero después del bautismo, esa criatura humana, que sigue siéndolo, ha pasado a ser, también, hijo de Dios ... ¡pues antes no lo era! . Mediante el bautismo, el niño -si se trata de un niño- nace a la vida de la gracia y "participa" realmente de la naturaleza divina. Dios mismo vive en él.  Así lo decía san Pablo a los cristianos de Corinto: "¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" (1 Cor 3, 16). 


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El Espíritu de Dios es el Espíritu Santo: Espíritu del Padre y Espíritu del Hijo, un único y mismo Espíritu, que es el "corazón" mismo de Dios, por expresar de algún modo lo que -en sí mismo- es inexpresable. No existen palabras humanas capaces de abarcar esta realidad que nos sobrepasa.

Su presencia en nosotros nos hace capaces de lo sobrenatural [sin ella no lo seríamos] hasta el punto, como digo,  de hacernos partícipes de la misma naturaleza divina y "realmente" hijos de Dios (hijos en el Hijo). 

Esta filiación divina del cristiano -y sólo del cristiano- en estado de graciaes un puro Don inmerecido (nadie lo puede exigir por el mero hecho de ser una persona humana), y es real

[Lo sobrenatural es siempre gratuito y no exigible por nuestra naturaleza. Dios lo da a quien quiere; y no es injusto si no se lo da a todos]

Por otra parte, como dice san Juan,  "a Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, Él mismo es quien lo ha dado a conocer"  (Jn 1, 18). Y en otra parte afirma que "el Verbo se hizo carne. Y habitó entre nosotros, y nosotros vimos su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1, 14). Esta afirmación de san Juan la desarrolla después en el comienzo de su primera carta (cfr 1 Jn 1-4)

Dios es espíritu y, como tal espíritu, es inaccesible al hombre, el cual necesita de los sentidos para conocer ... pero se "encarnó" en la Persona del Hijo, tomando sobre Sí nuestra naturaleza humana y haciéndola realmente suya. Nació de una mujer: la Virgen María. Y le pusieron por nombre Jesús, el cual es, por lo tanto, un verdadero hombre, siendo -al mismo tiempo- verdadero Dios: la segunda Persona de la Santísima Trinidad.

En Jesucristo podemos "ver" realmente a Dios"Felipe, el que me ve a Mí, ve al Padre" (Jn 14, 9), lo que antes era imposible.

El Espíritu Santo es, pues, el Espíritu de Jesucristo (además de serlo igualmente del Padre): 
"En esto conoceréis el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo vino en carne, es de Dios; pero el espíritu que no confiese a Jesús, no es de Dios; ése es el Anticristo, el cual oísteis que viene; y ahora ya está en el mundo" (1 Jn 4, 2-3). 
San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, hablando de Jesucristo, dice: 
"En ningún otro hay salvación, pues ningún otro Nombre hay bajo el cielo dado a los hombres por el que podamos salvarnos"  (Hch 4,12). 
En la Santa Misa podemos escuchar: 
"Por Cristo, con Él y en Él, a Tí, Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria. Por los siglos de los siglos". 
Y Jesús era muy claro:  "Nadie va al Padre sino por Mí" (Jn 14, 6). Lo que coincide con lo que, en otro lugar, dice san Juan:
"Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo también posee al Padre" (1 Jn 2, 23). 

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Es la misma Vida de Cristo la que se le comunica a un ser humano cuando es bautizado. Se produce realmente un nuevo nacimiento. "Es preciso al hombre nacer de nuevo" ( Jn 3, 7). Por el bautismo pasa a ser verdadero hijo de Dios.  

El cristiano -y sólo el cristiano, como digo- ES hijo de Dios (participa de la Divinidad de Dios por su unión con Jesucristo, al recibir el Espíritu Santo, cuando el agua es derramada sobre su cabeza, bien por un sacerdote o bien por cualquier persona cuya intención consista en querer hacer lo que hace la Iglesia al bautizar, la cual tiene en cuenta la voluntad de Dios que "quiere que todos los hombres se salven" (1 Tim 2, 4) así como la necesidad del bautismo para la salvación ... pues tal es el mandato de Jesucristo, quien dijo a sus apóstoles, poco antes de su ascensión a los cielos: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. Quien crea y sea bautizado, se salvará; pero quien no crea, se condenará" (Mc 16, 15-16)


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Continuando con la idea inicial de este post de que es preciso "nacer de nuevo" y recuperar el "ímpetu de amor" de los comienzos  añado unas pocas citas más, que considero importantes para que nos ayuden a valorar hasta qué extremo somos queridos por Dios. El número de citas sería interminable. Basten éstas, de momento: 

"Si uno está en Cristo, es nueva criatura. Lo antiguo pasó; todo se ha hecho nuevo" (2 Cor 5, 17).  
"Nada vale, ni la circuncisión ni la incircunsición, sino la nueva criatura" (Gal 6, 15). 
"Despojaros, respecto de vuestra vida anterior, del hombre viejo, que se corrompe según los deseos del error,  para  renovaros en el espíritu de vuestra mente, y revestiros del   hombre nuevo, que ha sido creado, según Dios, en la justicia y santidad de la verdad" (Ef 4, 22-24). 
Y en el Apocalipsis: "Vi también un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y ya no hay mar" (Ap 21, 1). "Y dijo el que estaba sentado sobre el trono: 'Mira, he aquí que hago nuevas todas las cosas'. Y añadió: 'Escribe: estas palabras son dignas de crédito y verdaderas'" (Ap 21, 5). 
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El trasfondo de todo lo escrito se puede reducir, básicamente, a una respuesta de amor. Cuando Tú, Señor, le dices a la esposa del Cantar:  "Aparta de mí tus ojos que me matan de amor" (Cant 6, 5) ¿qué puedo hacer yo sino contestar del mismo modo en el que ella lo hizo?:  "Mi amado es para mí y yo para Él" (Cant 2, 16) y también: "Yo soy para mi amado y a mí tienden todos sus anhelos" (Cant 7, 11). 

Tengo la seguridad de que Dios nunca me pedirá nada que yo no pueda cumplir, siempre que ponga los medios adecuados para ello, como son, entre otros, la práctica de la oración y los sacramentos. Entonces Él me concederá la gracia que necesito para hacer posible mi victoria sobre el pecado, la cual sólo puede tener lugar permaneciendo en Él (Jn 15, 5). 

Concédeme, Señor, tu Espíritu, para que sea capaz de darte esa respuesta generosa, en totalidad que Tú esperas que dé. Que sea consciente de que "sin Tí nada puedo hacer" (Jn 15, 5), pero también de que "todo lo puedo en Aquél que me conforta" (Fil 4, 13), es decir, si Tú estás conmigo. Sólo si me concedes tu Espíritu podré decir, con san Pablo: "Para mí la vida es Cristo" (Fil 1, 21) y decirlo con verdad.

Esto mismo que te pido para mí (tu Espíritu) lo pido también para todos los cristianos que te siguen e intentan serte fieles

Eso es lo único que nos puede dar esa felicidad que todos ansiamos y a la que llegaremos, de un modo pleno y completo, al término de nuestra vida terrena, cuando podamos verte "cara a cara" (1 Cor 13, 12). Ése es nuestro deseo.

De todos modos, en esta tierra, podemos tener ya ciertas primicias de esa alegría que Tú nos tienes reservada; y esto lo sabemos por la seguridad que nos da la fe, esa fe que Tú nos concederás si te la pedimos con humildad y confianzaEntonces percibiremos en nuestro corazón -como reales- esas palabras que dijiste a tus primeros discípulos y que nos dices también ahora a nosotros: "Si estas cosas entendéis, seréis dichosos si las ponéis en práctica" (Jn 13, 17)


Continuará