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martes, 23 de enero de 2018

Los ‘viri probati’, ¿puerta al fin del celibato eclesiástico? (Carlos Esteban)



El prefecto para el Clero, Beniamino Stella, afirma en una entrevista que “está en estudio la hipótesis de ordenar ancianos casados”, algo que hay que “valorar con atención sin cerrazones ni rigideces”.

El Papa lo dijo en su día: “Debemos reflexionar si los “viri probati” constituyen una oportunidad”. ‘Viri probati’. Apréndanse el latinajo, porque lo van a oír bastante en los próximos meses. La expresión define, en el sentido que nos interesa, a varones de probada virtud y prestigio evangélico que, estando casados, podrían ser ordenados para paliar la carencia de sacerdotes.

Esta es, como adelantamos aquí, la razón por toda esa urgencia del Sínodo de la Amazonía. La región del Amazonas, que abarca varios países iberoamericanos, es enorme pero muy poco poblada por un puñado de tribus indígenas, algunas de las cuales apenas tienen contacto con la civilización. La evangelización de estos indígenas sería la mies que justificaría ordenar a hombres casados como medida excepcional y de emergencia.

Pero todos sabemos cuál es el destino inevitable de todas esas medidas excepcionales y de emergencia, ¿verdad? Y no creo pecar de presuntuoso si colijo que el caso amazónico será, más que un escenario de excepción, un campo de pruebas para acabar ampliando esta enésima reforma a la Iglesia universal, dando fin, a la larga, al celibato eclesiástico.

Hemos vivido algo semejante en el debatido asunto de la comunión de divorciados vueltos a casar, un debate que se inició con dos sínodos consecutivos en los que, en principio, el tema era amplísimo -el matrimonio y la familia-, pero que implícitamente se centraba en la cuestión que tanta tinta está haciendo correr y tantas tensiones ha provocado.

No es una hipótesis aventurada en absoluto; el propio prefecto para el Clero -es decir, quien tendría que aplicar y supervisar la medida-, Beniamino Stella, lo afirma en una entrevista incluida en un libro de reciente publicación, ‘Todos los hombres de Francisco’. “Está en estudio la hipótesis de ordenar ancianos casados”, confirma Stella, algo que hay que “valorar con atención sin cerrazones ni rigideces”.

Naturalmente, Eminencia, ¿quién se arriesga hoy en la Iglesia a ser rígido?.

Y continúa el prefecto para el Clero asegurando que así “se recuperaría una estructura ya existente en la Iglesia desde los orígenes. No se discute el celibato”.

Bueno, en realidad sí se discute, continuamente. Pero entendemos lo que Su Eminencia quiere decir: no se trataría de permitir el matrimonio a los sacerdotes, ni siquiera de ordenar a casados jóvenes, como sucede entre los católicos de rito oriental, sino de ordenar a ancianos casados.

Hay dos cosas en este debate: primero, que la Iglesia no contradice en absoluto su Magisterio con la ordenación de orden casados, a diferencia de lo que sucedería con el sacerdocio femenino (asunto que presuntamente dejó cerrado San Juan Pablo II), que es una práctica habitual en el rito oriental católico y en otros casos particulares.

Y, en segundo lugar, que hay una gravísima crisis de vocaciones sacerdotales en la Iglesia. Faltan curas, ministros de los sacramentos en una Iglesia que vive de los sacramentos. Por citar un representativo botón de muestra, en la Iglesia local del propio Francisco, Argentina, los seminaristas se han reducido a la mitad en 15 años.

Pero es difícil sostener que la crisis vocacional responde a la exigencia del celibato, que lleva siglos con nosotros y ha convivido con épocas de multiplicación masiva de ordenaciones. Y si el celibato no es la causa, su abolición -inicialmente parcial y condicionada- difícilmente puede ser la solución.

Lo que hace temer que estemos ante una debate trucado en el que la conclusión ya está decidida es que la Iglesia alemana lo quiere, y cualquiera puede comprobar el peso que tiene hoy los prelados germánicos en el Vaticano.

Informaba del asunto la web oficial de la Conferencia Episcopal alemana, Katholisch.de, el pasado noviembre. El Cardenal Marx animó a abrir el debate de los ‘viri probati’, y, como afirma el redactor de la noticia en la citada página online, “Francisco ya está hablando del asunto”.

Es difícil hoy creer que una situación con sacerdocios de dos categorías pueda mantenerse mucho tiempo, que el adjetivo ‘anciano’ no vaya a ser interpretado con creciente liberalidad o que, en fin, no se acaben atendiendo a los clamores de “discriminación” por parte de sacerdotes que han colgado los hábitos para casarse.

De modo que lo más realista sería concluir que estamos ante una reforma que, si bien meramente disciplinaria y perfectamente aplicable sin afectar un punto a la doctrina, supondría en la práctica un terremoto eclesial de considerables dimensiones, uno que cambiará, al menos externamente, la práctica católica radicalmente.
Carlos Esteban