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lunes, 18 de diciembre de 2017

Jerarcas timoratos frente a la debacle bergogliana ( por Christopher A. Ferrara)


(...) Durante el año pasado, el Cardenal Burke y algunos otros miembros de la jerarquía han pedido a Francis que "aclare" su intención respecto a AL. Esa aclaración ya se ha dado: Francisco tiene la intención, si fuera posible, de cambiar la enseñanza inmutable de la Iglesia con respecto a una norma moral irrevocable arraigada en la ley divina. Incluso si el intento es nulo y sin efecto ante el hombre y Dios -una ley inmoral no es ley en absoluto-, Francisco claramente quiere imponer su voluntad por mandato, atreverse a invocar el "Magisterio auténtico" para encubrir sus absurdas novedades. Ningún Papa antes que él se ha atrevido a hacer tal cosa.

Entonces ahora debemos preguntarnos: ¿Dónde están los cardenales y los obispos? Con una o dos excepciones nobles (sin embargo inconsistentes), su respuesta a la debacle bergogliana va desde el silencio hasta la complicidad activa, y en el mejor de los casos, retorcerse las manos a causas del estado cada vez más caótico de la Iglesia mientras le ruegan al Papa que "aclare" sus intenciones ya perfectamente claras. En este punto, continuar abogando por una "aclaración" sólo puede dar lugar a una impresión de falsedad, mientras que el silencio continuo sobre el origen papal de esta catástrofe en curso es una reprimenda permanente a todos los jerarcas que saben lo que todos sabemos: que en el epicentro del caos está el Papa más díscolo que la Iglesia ha tenido que soportar.

Continúa la inacción mientras los laicos y algunos buenos sacerdotes han de defender por sí mismos, lo mejor que pueden, la enseñanza constante de la Iglesia contra los abusos de un tirano sentado en la Silla de Pedro cosa que amenaza a los jerarcas con un legado de vergüenza y una terrible rendición de cuentas ante el Juez Justo. El hecho de que (estos jerarcas) no defiendan la Fe enfrentándose a la persona que saben muy bien que la ataca casi a diario, se presta cada vez más a una acusación de pusilanimidad frente a un peligro sin precedentes para la Iglesia y la causa del Evangelio la cual están divinamente encargados de liderar.

El tiempo de la "prudencia" ya pasó. La prudencia ahora da paso a una mera pusilanimidad. El momento de la acción jerárquica es ahora, antes de que el daño a la Iglesia se vuelva irreparable. Los miembros de una jerarquía aparentemente intimidada por la tiranía papal que la Iglesia nunca antes ha visto deben levantarse inmediatamente y dar una valiente respuesta al desafío planteado hace mucho tiempo por Monseñor Klaus Gamber, cuando la crisis eclesial ya monumental estaba todavía en lo que ahora puede ser visto como simplemente una etapa preliminar:

Dijo Gamber: "¿Dónde están los líderes (de la Iglesia) que pueden mostrarnos el camino correcto? ¿Dónde están los obispos lo suficientemente valientes para cortar el crecimiento canceroso de la teología modernista que se ha implantado y se está pudriendo dentro de la celebración de incluso los misterios más sagrados, antes de que el cáncer se propague y cause un daño aún mayor? Lo que necesitamos hoy es un nuevo Atanasio, un nuevo Basilio, obispos como aquellos que en el siglo IV lucharon valientemente contra el arrianismo cuando casi toda la cristiandad había sucumbido a la herejía."

¿No se levantará ninguno de los jerarcas para defender a la Iglesia como "un nuevo Atanasio, un nuevo Basilo"? Incluso los mejores de ellos continúan limitándose a lamentos generalizados en conferencias o entrevistas sobre el estado lamentable de la Iglesia o, como máximo, la "confusión" que Francis ha causado al no "aclarar" precisamente lo que acaba de aclarar. Evitan la absoluta, necesaria, exposición del error, directa y pública en su origen. Ese error amenaza con desbordar a la Iglesia mientras hacen poco más que inquietarse por una situación cuya causa evidente -un imprudente Papa enamorado de sus propias ideas y lleno de desprecio por la Tradición- parecen incapaz de identificar.

Los clérigos y laicos preocupados en todo el mundo católico están haciendo lo que pueden según sus puestos. Pero en medio de esa "batalla final" sobre el matrimonio y la familia de la cual Sor Lucía advirtió al fallecido Cardenal Caffarra a la luz del Tercer Secreto de Fátima, dentro del elemento humano de la Iglesia, sólo los cardenales y los obispos poseen el poder divinamente otorgado para repeler un asalto al matrimonio, a la familia y a la misma integridad de la Fe que ahora, por primera vez en la historia de la Iglesia, está siendo dirigida por un Romano Pontífice.

Este desarrollo innegablemente apocalíptico impone a los jerarcas, primero y principalmente en la Iglesia, el deber de actuar. El verdadero amor a la Iglesia, en realidad, la verdadera caridad hacia el mismo Francisco, requiere de ellos nada menos que lo que se requería de San Pablo cuando el primer Papa cayó en el error y puso en peligro la mismísima misión de la Iglesia: que Pedro sea resistido (Gal. 2:11). Que Nuestra Señora de Fátima interceda para obtener para ellos la gracia de la fortaleza de hacer lo que deben hacer y lo que sólo ellos pueden hacer. Nuestras esperanzas y oraciones están con ellos como los principales instrumentos de la divina providencia en la ecclesia Dei adflicta.

!Nuestra Señora de Fátima, intercede por nosotros!

Christopher A. Ferrara