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miércoles, 19 de octubre de 2011

SEGUNDA CARTA A MARIANO RAJOY (II)

Hoy se ataca todo lo que recuerda a Jesucristo. Aunque parezca increíble, se está incitando, "desde la legalidad", al odio contra los cristianos y contra la Iglesia, poniéndole todo tipo de pegas, y saltándose la Constitución impunemente, aunque esto de la Constitución es algo a lo que ya estamos acostumbrados; y ya no nos escandalizamos. De hecho, el propio Tribunal Constitucional parece que tiene como misión el cargarse la Constitución, porque sus sentencias se las traen, lo que tiene bastante sentido, por otra parte, puesto que se trata de un Tribunal completamente politizado y, por lo tanto, sin sentido.

 Por otra parte, al fin y al cabo, la Constitución está formada por una serie de normas inventadas por los hombres, de modo que puede cambiarse si así se estima oportuno.

Lo lamentable, entre otras cosas, de la Constitución actual que tenemos en España es que se ha redactado con tal ambigüedad que permite afirmar cosas completamente opuestas basándose en ella. Hay muchísimos ejemplos que corroboran esto que digo. Por poner sólo uno: en la Constitución se habla de laicidad del Estado, pero tal laicidad no existe. Lo que sí hay, de hecho, es un laicismo agresivo y violento contra los cristianos. De modo que la Constitución se la saltan a la torera... y no pasa nada.

Lo más grave es lo que sigue: todos conocemos que Jesucristo predicó  y vivió en su propia vida el mandamiento del amor. Ese es el mensaje cristiano por excelencia: "Dios es amor" (1 Jn 4,8)  Pues bien: al combatir a Dios, al Dios cristiano manifestado en Jesucristo, se está combatiendo el Amor. Y esto es una realidad como la copa de un pino.

Fíjese usted que todas las reivindicaciones que se hacen, todas sin excepción, conllevan una cierta carga de odio: 

- odio al niño que va a nacer (aborto o la píldora del día después)
- odio al anciano que nos complica la existencia (eutanasia)
- odio al niño a quien se le miente con la EpC y se le priva del conocimiento de lo bello y de lo verdadero, como si no fuera una persona sino un “animalito” con el que se puede experimentar 
- odio a la familia, como expresión máxima de amor entre un hombre y una mujer, abiertos a la vida (ahí tenemos el divorcio “express”, ante la más mínima contrariedad, o el llamado "matrimonio" gay, que es una aberración contra la naturaleza)
-odio a las personas que piensen de modo diferente (totalitarismo encubierto con la palabra democracia), etc…

Podría añadirse la corrupción de los políticos, la inclusión de ETA en los ayuntamientos, bajo el nombre de Bildu y muchas otras cosas por el estilo. El denominador común para todas estas barbaridades es la ausencia de Amor, como ya he dicho, bien, porque en el fondo viene a ser lo mismo, la pérdida del sentido del pecado.

Así es. Y tiene, además, su "lógica". El hombre ha decidido que Dios no existe. Dado que el pecado es una aversión a Dios para volverse a las criaturas, no puede haber pecado si no hay Dios. ¿Cómo se va a ofender a alguien que no tiene existencia y que es, sencillamente, producto de la imaginación de algunos? Con este planteamiento de relativismo ético absoluto, la moral no existe tampoco: cada uno se fabrica la suya. Pues cada persona decide qué es lo bueno y qué es lo malo, lo que no deja de ser mera palabrería porque lo bueno para uno es malo para otro y viceversa. Consecuencia: la gente no se entiende. El amor es también otra palabra más, la cual es entendida de modo diferente por las diferentes personas.

Como puede verse, se trata de auténticos disparates, de verdaderas locuras elevadas algunas incluso a rango de ciencia , por absurdo que pueda parecer (pues lo es) a cualquier persona con un mínimo de sentido común: aquellas personas, que las hay todavía, que siguen llamando "al pan pan y al vino vino".

La tan deseada expulsión de Dios de la sociedad, por parte de los socialistas, está produciendo, como vemos, resultados funestos: funestos para cada persona individualmente considerada; y funestos para la sociedad en su conjunto, desde cualquier punto de vista que se mire, también el económico.

Un buen político debe de tener en cuenta estas consideraciones porque está en juego el bien común de la sociedad. Y, si bien es cierto que hay que crear empleo y salir de la situación económica y financiera tan desgraciada en la que nos encontramos, esa gestión no dejaría de ser un mero “parche” si no se atacara la raíz de los males que han provocado dicha situación.

Insisto: supongamos que usted realiza una buena gestión y consigue que haya más empleo y que disminuya el déficit y que aumente la confianza de la gente para invertir, de modo que la economía salga a flote y no nos hundamos del todo. Todo eso estaría muy bien, más que bien, y sería de agradecer. Por supuesto que sí. Sin lugar a dudas. Nadie, en su sano juicio, pondría esto en duda, en el hipotético caso de que se produjera: todo el mundo desea tener un empleo y mejorar su situación económica. En eso todos coincidimos. No hay que hacer ningún acto de fe.

Y, sin embargo, el auténtico problema, o mejor dicho, la raíz de todos estos problemas que tenemos, es la que debe de ser atacada directamente: una sociedad que no ataque la raíz de los males que padece es una sociedad que no se sostiene; y que, tarde o temprano, más bien temprano que tarde, acabará en la bancarrota.

La solución pasa por mejorar a las personas, que son las que construyen la sociedad: valorarlas, decirles siempre la verdad, proporcionarles una educación de calidad, en todas las áreas del saber, etc... Y como consecuencia... entonces también la economía del país irá a mejor, porque si la gente mejora, la sociedad mejora, en todos los sentidos. Además, es importante predicar con el ejemplo: No se puede  exigir a los ciudadanos que cumplan con su deber si los políticos que los representan no cumplen con el suyo.
(Continuará)