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jueves, 18 de julio de 2013

La Hermenéutica de la Contradicción: Pobreza Rica vs. Riqueza Pobre (Fray Gerundio)


Menos mal que San Juan Evangelista nos contó las quejas de Judas Iscariote, acerca del perfume costosísimo que se había comprado para Jesús. El bueno de San Juan no pudo evitar decir lo que pensaba de Judas: “que no le importaban los pobres”. Recuerdo que un maestro mío de Alcalá le llamaba por eso “Judas El Carota”. Y es que a veces hay que precisar mucho en eso de la obsesión por la pobreza y por los pobres.

Un condiscípulo mío –Fray Cotilla de Santa Marta–, comenzó hace unos años a obsesionarse por ser pobre. Estaba, como la santa, “inquieto y nervioso por tantas cosas”. No había modo de conformarlo, porque todo le parecía ostentación y riqueza. Los Superiores le regalaron una escoba y le nombraron barrendero del Convento, pero la escoba le parecía excesivamente lujosa; fue comprándose escobas cada vez más sencillotas (gastando bastante dinero), y al final tuvo que dejar de barrer porque la escoba más pobre que había encontrado, no barría bien. Nada le satisfacía en sus ansias de pobreza.

Hace poco, ante los nuevos cambios eclesiales, abandonó el convento y anda merodeando por Roma. Parece ser que había encontrado pobre trabajo de barrendero pobre (según él mismo gusta decir) en los apartamentos papales, pero no puede trabajar porque allí no hay nadie. De vez en cuando me informa de los dimes y diretes que se comentan por los pasillos. Me comentaba hace días su decepción al ver que por aquellos lares no se vive la pobreza como debe ser, aunque los consejeros publicitarios del ministerio petrino andan como locos buscando noticias de primera plana. Envió al Santo Padre un pliego de sugerencias para poder vivir mejor la pobreza, pero resulta que se lo ha encontrado en la papelera. Por eso me lo ha enviado para que yo lo lea, a ver si me solidarizo con él.

Dice el bueno de Fray Cotilla de Santa Marta que ha visto en Roma con toda claridad que cada vez se puede ser más pobre y que, por tanto, se podría recolectar más dinero para resolver la pobreza, pero a la hora de la verdad nadie mueve un dedo. Resume así algunas de sus propuestas, explicadas claramente en la despreciada carta. Confieso que su lectura me ha dejado atónito. No las transcribo todas porque, como ya he dicho, en eso de la pobreza nada le satisface completamente.

Dice así:

1. No entiendo cómo se puede elegir un Ford Focus como coche oficial. Muchos pobres darían la vida por tener ese vehículo, que para ellos es un verdadero coche de lujo. ¿No sería mejor un vehículo de dos ruedas con sidecar? ¿O una mula?

2.- No entiendo cómo se puede llevar chófer en el Ford Focus. ¿No sería mejor que lo condujera el mismo interesado? ¿No es un signo de riqueza llevar chófer personal? ¿Cuántos coches de otras mejores marcas van en el séquito detrás del Focus? ¿Se van a comprar muchos más Focus para los monseñores de dicho séquito?

3.- No entiendo cómo se puede enviar a Río de Janeiro el papamóvil en un avión especial, porque supongo que eso cuesta mucho dinero. ¿No se podría haber hecho el recorrido en carreta brasileña y nos ahorramos los enormes gastos de un avión, solamente para el papamóvil?

4.- No entiendo por qué no se hace el viaje a la JMJ en avión comercial y en clase turista, para evitar el gastazo que supone ir en avión propio, proporcionado por las fuerzas armadas italianas. ¿No es eso un lujo? Se puede buscar en internet “vuelos baratos a Río de Janeiro”.

5.- No entiendo cómo se ha podido gastar tanto dinero en el escenario tan feo construido para la misa papal. Además de darle al diseñador un certificado de Arte Horrible y el consejo de que se dedique en lo sucesivo a plantar lechugas, ¿cuánto se le ha pagado?

6.- No entiendo por qué no se suprime la JMJ y se recoge todo el dinero de viajes, organización, montaje, seguridad, policía, mantenimiento, servicios… para los pobres de esas favelas que hay por allí, según nos cuentan.

7.- Los jóvenes entusiastas que han organizado su viaje a Río, ¿no habrían dado gustosamente el dinero a estos pobres?

8.- No entiendo por qué se publica la fotografía del dormitorio en el que va a residir el Santo Padre. A cualquier habitante de las susodichas favelas le parecerá un lujo tener una cama con teléfono al lado y con tanto espacio para una sola persona, mientras ellos tiene que hacinarse –en mucho menos espacio–, varias personas y animales domésticos.

9.- No entiendo el gastazo en guardaespaldas alrededor del santo Padre. ¿No sería mejor prescindir de ellos y dar ese dinero a los pobres? ¿Quién va a querer atentar contra el Santo Padre?
…./……

Confieso que al llegar a este punto se ha terminado mi paciencia y he dejado de leer. Mi amigo Fray Cotilla no tiene ni idea de lo que es la pobreza cristiana. El pobre confunde todo y piensa que se puede ser pobre a base de “gestos”, aunque esos gestos acaben con toda una Institución en la que han reinado santos, que no tuvieron en vilo a los periodistas y que vivieron su pobreza al más puro estilo evangélico, pero sin tener que llegar a vulgarizar el Trono.

Por eso he contestado a vuelta de correo a mi antiguo amigo y le he mandado un ejemplar de mi ya famoso libro que lo explica todo: La Hermenéutica de la contradicción. Si lo lee con atención, podrá explicarse mejor los gestos y los antigestos, la pobreza que en realidad es riqueza y la riqueza que en realidad es pobreza. Todo cabe y todo se explica. Todo cuela y todo se entiende. ¡¡Pobre Fray Cotilla!!


Fray Gerundio, 18 de Julio de 2013

martes, 16 de julio de 2013

Consideraciones sobre la Santísima Trinidad

Es de notar que cuando se dice que Dios se ama a Sí mismo como lo más alto que hay, no se puede sacar de ahí la conclusión de que Dios es un ser solitario, a quien nada le importa que no sea Él mismo. Esta manera de razonar sería blasfema o mejor, señal de no haber entendido nada del misterio de Dios, de su intimidad divina.En el Evangelio no hay ninguna expresión en la que se hable de que el Padre se ama a Sí mismo como Padre ni de que el Hijo se ame a Sí mismo como Hijo.

Nada hay en el Hijo que no haga referencia a su Padre: "¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre" (Lc 2,49). "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra" (Jn 4,34). Su Vida entera es un testimonio perfecto de la Vida de su Padre: "Mi Padre vive y Yo vivo por mi Padre" (Jn 6,57). Cuando Jesús decía: "Aún no ha llegado mi hora" (Jn 2,5) se refería a la hora que el Padre le había señalado. Tanto les había hablado a sus discípulos de su Padre que Felipe, en una ocasión, le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta" (Jn 14,8).

Por eso el Padre, desde la nube, manifestó: "Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco. Escuchadle" (Mt 17,5), ya que el Padre tampoco hace referencia a Sí mismo como Padre. El Padre ama al Hijo: sus palabras van siempre referidas a su Hijo; o mejor aún, el Hijo es la Palabra del Padre. En el Hijo el Padre se nos ha revelado a Sí mismo. Nos lo ha dicho todo y nada le ha quedado por decir, como dijo Jesús a Felipe: "El que me ha visto a Mí ve al Padre" (Jn 14,9). Y en otra ocasión: "Yo y el Padre somos Uno" (Jn 10,30).


El Hijo (que es Dios) ama al Padre (que es Dios) y es amado por Él. En ese sentido se puede decir que Dios ama a Dios o que Dios se ama a Sí mismo. Y esta Unión amorosa entre Padre e Hijo, Unión absolutamente Perfecta, es igualmente Dios, sin confundirse ni con el Padre ni con el Hijo. Es la tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, nexus duorum, nexus Patris et Filii, consustancial al Padre y al Hijo, de los cuales procede. Es el mismo y único Dios, pero una Persona diferente.

Dondequiera que esté el Espíritu de Dios ahí está Dios mismo como Trinidad. No es posible hablar del Espíritu Santo sin hablar del Padre y del Hijo. Refiriéndose al Espíritu se dice que "no hablará de Sí mismo, sino que hablará de lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir. Él me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre es mío; por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer" (Jn 16,13).

Esto tiene para nosotros una importancia fundamental, vital, pues "el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5,5). Según San Pablo somos templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en nosotros (1Cor 3,16): "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?" (1 Cor 6,19). El Señor lo decía con gran claridad: "Si alguno me ama guardará mi Palabra. Y mi Padre lo amará. Y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14,23). En este sentido podemos decir, con San Pablo, que "somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos también como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo de bajeza en un cuerpo glorioso como el suyo" (Fil 3, 20-21)

En la primera carta de San Juan podemos leer que "Dios es Amor" (1 Jn 4,8), palabras reveladas acerca de lo que es Dios que sólo el misterio intratrinitario es capaz de explicar plenamente (aun dentro del misterio, que no deja de serlo).

Dios, al revelarse como Uno y Trino, se nos ha revelado como Amor. Y el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, puede ahora comprenderse a si mismo; ahora sabe que ha sido creado por el Amor (que es Dios)... para amar y para ser amado. Esa es su vocación, la vocación de toda persona que viene a este mundo, lo que da sentido a la existencia: sólo el amor y siempre el amor; entendido, claro está, como Dios lo entiende, es decir, como unión de vidas mediante la entrega total, en reciprocidad, de las personas que se aman. Por eso nadie es más plenamente él mismo que cuando ama, cuando vive conforme al Espíritu y a las enseñanzas de Jesús, asemejándose así al Hijo, en quien el Padre ha querido dárnoslo todo.

lunes, 15 de julio de 2013

Consideraciones sobre el pecado (José Martí)

Según Santo Tomás de Aquino dos son las componentes del pecado: aversio a  Deo et conversio ad creaturas (apartamiento de Dios y apego desordenado a las criaturas). Cuando el alma peca se adhiere  a algunas cosas que van contra la luz de la razón o de la ley divina. Y en ese sentido queda manchada (metafóricamente hablando) por el pecado. El alma pierde su esplendor.

Si yo me arrepiento de mis pecados, en lo más hondo de mi corazón; y me propongo con toda firmeza no volver a pecar; y me confieso de ellos con un sacerdote, sé que esos  pecados quedan perdonados, en el sentido de destruidos, aniquilados: no hay mancha del pecado cometido porque ha sido borrada, eliminada.


Para los protestantes, en cambio, el pecado no desaparece. Diríamos simplemente, que Dios mira para otro lado, pero el pecado sigue estando ahí.

Por otra parte, y siguiendo a Santo Tomás, resulta que si yo he pecado en el pasado, ni siquiera Dios puede convertir una acción que tuvo lugar en una acción que no tuvo lugar, pues eso sería una contradicción. Pudiera parecer, entonces, que los protestantes tienen razón. Si ha habido pecado, no se puede decir que no ha habido pecado. Luego el pecado está ahí, no desaparece: ni siquiera Dios mismo puede decir que tal pecado no ha ocurrido.

"Mi" razonamiento para resolver esta cuestión es el siguiente:

Lo primero de todo, debe distinguirse entre la acción de cometer un pecado y el pecado cometido.

Con relación a la acción de pecar, esta bien claro que si ésta ha ocurrido, es imposible afirmar que no ha ocurrido. Ahora bien: la acción de pecar conlleva que la persona que comete esa acción está en pecado. El pecado es un alejamiento de Dios. Jesucristo, con su muerte en la Cruz por Amor, tomó sobre sí el pecado de toda la humanidad destruyendo, en Sí mismo, ese pecado. Se presentó ante su Padre como "pecador", no habiendo Él cometido ningún pecado. 

Toda la humanidad está representada en Cristo. La ofensa del hombre a Dios era infinita y sólo un ser infinito podía repararla. El hombre no lo es, de modo que esta reparación hubiera sido imposible... pero Dios se hace hombre en la Persona de su Hijo y como hombre ofrece el sacrificio agradable a Dios que puede reparar la ofensa cometida, puesto que también es Dios y su sacrificio tiene un valor expiatorio infinito. El hombre (unido a Jesucristo) se puede presentar ahora puro y sin pecado ante el Padre (pues vuelve a ser amigo de Dios y el pecado es enemistad con Dios). 

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[Hago aquí un paréntesis, porque viene a cuento hablar de ello, aunque se trate de otro tema, pues lo considero de una importancia fundamental. Y es que aunque la salvación teóricamente es ya posible para todo hombre, sin embargo sólo en la unión con Jesucristo se hace efectiva esa salvación; unión en la que cada uno tiene que poner de su parte. Dicho de otro modo: La Salvación SE OFRECE a todo hombre, pero éste tiene que aceptarla. Hay una REDENCIÓN OBJETIVA, que está ahí para quien la quiera aceptar. Y hay una REDENCIÓN SUBJETIVA que, si se rechaza, no puede actuar. De ahí la importancia del PRO MULTIS  en la Consagración del vino. La traducción correcta de las palabras de Jesús es: "Ésta es mi sangre de la nueva Alianza que es derramada POR MUCHOS para remisión de los pecados" (Mt 26,28). No dice "por todos los hombres" como puede leerse en algunas traducciones erróneas, pues eso daría lugar a pensar que todos los hombres se salvan, lo sepan o no lo sepan, lo quieran o no lo quieran... No es ésa la Redención cristiana, para la cual Jesús cuenta con nosotros. Al fin y al cabo, se trata de un misterio de Amor; y el amor no puede imponerse; o dejaría de ser amor. El hombre, ahora, tiene la posibilidad de salvarse ... si quiere (antes no tenía esa posibilidad). Esa es la idea correcta acerca de la salvación.]
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Concluyendo: aunque el hombre comete pecados, y éstos han sido cometidos para toda la eternidad; y nunca se podrá decir que no fueron cometidos, sin embargo, a través del bautismo (primero) y de la confesión después (a lo largo de la vida) dichos pecados son realmente perdonados "como si" nunca hubieran existido, pues el hombre sin pecado es una "nueva criatura" en Cristo Jesús (Gal 6,15). Esos pecados han desaparecido verdaderamente, pues no hay en el hombre ningún resquicio de enemistad con Dios. Dios puede mirar al hombre y "verlo" realmente puro (pues es a su propio Hijo a quien ve: misterio del Cuerpo Místico), lo que sería imposible si hubiese pecado en él (1).

De modo que no es que Dios mire para otra parte para no ver el pecado del hombre, sino que realmente cuando mira al hombre (redimido por Jesucristo) lo ve  puro y sin pecado. Dios ve a su Hijo que ha asumido el pecado de toda la humanidad, acepta su sacrificio (actualizado en la Misa constantemente) y perdona a los hombres.

Como he dicho al principio, a esta solución he llegado partiendo de la distinción entre la acción de pecar (como tal acción, que es un hecho que, al haber ocurrido, no se puede decir que no ha ocurrido) y el propio pecado, al que queda esclavizado el hombre que peca: de éste sí que puede ser liberado, si quiere,  y pasar de la enemistad a la amistad con Dios, en Jesucristo.

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(1) En realidad, queda lo que se conoce como reato de culpa. Para entenderlo puede valer el ejemplo de un clavo en la pared. Aunque yo quite el clavo, queda el raspón de la pared; y éste lo tengo que reparar. Pero el clavo ya no existe. En la analogía el clavo sería el pecado, que desaparece, y el raspón en la pared sería el reato de culpa, que se refiere a la obligación de satisfacer por la culpa y repararla, restituyendo a Dios el honor quebrantado, mediante un voluntario abrazarse al dolor, buscado o aceptado, bien durante la vida presente o bien en el purgatorio. Esos sufrimientos, voluntariamente aceptados, además de servir para purificarnos, son importantísimos para unirnos a Jesús y ser, de algún modo, corredentores con Él, en conformidad con lo que decía San Pablo: "Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24)

José Martí

Secuencia de Pentecostés



Ven, Espíritu divino, 
manda tu luz desde el cielo. 
Padre amoroso del pobre; 
don, en tus dones espléndido; 
luz que penetra las almas; 
fuente del mayor consuelo.


Ven, dulce huésped del alma, 
descanso de nuestro esfuerzo, 
tregua en el duro trabajo, 
brisa en las horas de fuego, 
gozo que enjuga las lágrimas 
y reconforta en los duelos.


Entra hasta el fondo del alma, 
divina luz, y enriquécenos. 
Mira el vacío del hombre 
si tú le faltas por dentro; 
mira el poder del pecado 
cuando no envías tu aliento.


Riega la tierra en sequía, 
sana el corazón enfermo, 
lava las manchas, 
infunde calor de vida en el hielo, 
doma el espíritu indómito, 
guía al que tuerce el sendero.


Reparte tus siete dones 
según la fe de tus siervos; 
por tu bondad y tu gracia 
dale al esfuerzo su mérito; 
salva al que busca salvarse 
y danos tu gozo eterno. Amén.



sábado, 13 de julio de 2013

La Santísima Trinidad (Sobre el envío del Espíritu Santo)

Como sabemos, el Padre y el Hijo envían su Espíritu, Espíritu que es de ambos, Espíritu que es el Amor que se profesan mutuamente, el Padre al Hijo y el Hijo al Padre, Espíritu del Padre y Espíritu también del Hijo, conjuntamente, pues procede de ambos: un único Espíritu, el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad. 

Sabemos también que Jesucristo es una Persona Divina (el Hijo) pero poseedor de dos naturalezas (la naturaleza divina y la naturaleza humana), de modo que es verdadero Dios y es verdadero hombre. 

Todo esto es doctrina católica, y es conforme a lo que enseña la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Se trata, además, de un dogma de fe.

Con esta idea "in mente" paso a comentar una frase que he leído en un libro de espiritualidad que es totalmente errónea y que puede llevar a confusión o engaño a quien la lea (si no posee unos mínimos conocimientos de su fe). Decía este autor: Cristo, como hombre, no envía el Espíritu Santo. Lo hace solamente como Dios (¿..?). Esto es radicalmente falso. ¿Acaso hay escisión en Jesús?

Una vez que el Hijo se hizo hombre y tomó nuestra naturaleza humana, es impensable que sólo la naturaleza divina del Hijo nos envíe, junto al Padre, al Espíritu Santo. El Hijo -desde que se hizo hombre y tomó como propia la naturaleza humana- no es pensable ya con sólo su naturaleza divina: "El que me ve a Mí ve al Padre" (Jn 14,9), le responde a Felipe. "¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre? ¿No crees que Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí?" (Jn 14, 9-10). Sabemos que el Padre es espíritu; y por eso "a Dios nadie lo ha visto jamás; Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, Él mismo es quien nos lo ha dado a conocer" (Jn 1,18). Y nos lo ha dado a conocer precisamente porque ha tomado un cuerpo: "Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14). Viendo a Jesús (que es realmente un hombre como nosotros; y por eso podemos verle) estamos viendo su Persona (que es divina, pues el Hijo es Dios) y estamos viendo también al Padre, pues "Yo y el Padre y  somos Uno" (Jn 10, 30).No es posible imaginar a Dios si no es viendo a Jesús: "El que me ve a Mí ve al Padre" (Jn 14,9). Y esto será así "por eternidad de eternidades".

Ahora el Hijo está en el Cielo (junto al Padre); y lo está con su naturaleza humana, con su cuerpo glorioso que conserva para siempre las señales de las llagas de su Pasión. Y  ese Hijo Único de Dios, que es Jesucristo,  es quien nos envía su Espíritu, que es también el Espíritu de su Padre. Este envío no es de la naturaleza divina del Hijo, sino del Hijo tal y como está ahora y para siempre junto a su Padre, o sea, también con su cuerpo. No es el Hijo-Dios el que envía su Espíritu, sino el Hijo Dios-hombre el que nos lo envía (o no sería realmente el Espíritu de Jesús el que recibiríamos)

Desde que el Hijo se hizo realmente hombre, ambas naturalezas, la divina y la humana, son realmente suyas,  (¡también la humana!) en su única Persona divina de Hijo. Esto fue así mientras vivió entre nosotros. Y esto es así también en el Cielo junto al Padre con su cuerpo glorioso. De modo que si nos envía su Espíritu, este Espíritu es el de Cristo completo, como verdadero Dios que es y como verdadero hombre que es, sin escisiones de ningún tipo.

viernes, 12 de julio de 2013

Ascensión del Señor (José Martí)

Entre las muchas advertencias que Jesús dio a sus discípulo en el sermón de despedida de la Última Cena señalamos aquí algunas: "Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí primero" (Jn 15,18). "...Si me persiguieron a Mí también os perseguirán a vosotros" (Jn 15, 20b). "... Más aún: se acerca la hora en la que quien os dé muerte piense que así sirve a Dios. Esto lo harán porque no conocieron a mi Padre ni a Mí tampoco" (Jn 16, 2-3), etc... Y luego: "Por haberos dicho estas cosas, se ha llenado de tristeza vuestro corazón. Pero os digo la verdad: os conviene que me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; en cambio, si me voy os lo enviaré" (Jn 16,6-7). 

Jesús les promete el Espíritu Santo a sus apóstoles e intenta hacerles ver la importancia fundamental que tendrá para ellos la venida del Paráclito: "Tengo todavía muchas cosas que deciros, pero ahora no podéis comprenderlas. Cuando venga Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hasta la verdad completa, pues no hablará por Sí mismo, sino que hablará de lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir. Él me glorificará porque recibirá de lo Mío y os lo anunciará" (Jn 16, 12-14). Y añade: "Todo lo que el Padre tiene es Mío; por eso os dije que recibirá de lo Mío y os lo anunciará" (Jn 16,15). Y en otro lugar: "Cuando venga el Paráclito que Yo os enviaré del Padre, el Espíritu de Verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de Mí" (Jn 15,26)."...Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho" (Jn 14, 26b).

Esa es la misión del Espíritu Santo: conducirnos hasta Jesús y a través de Jesús (y en Jesús) llevarnos también hasta el Padre. Sólo si el Hijo asciende a los Cielos entonces, junto al Padre, podrá enviarnos su Espíritu... si bien es cierto que "...al atardecer de aquel día, el primero de la semana (Jn 20,19)" (o sea, el día que resucitó),  se presentó Jesús en medio de ellos y después de saludarles con la paz  "... sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les son perdonados y a quienes se los retengáis les son retenidos" (Jn 20, 21-23). Hay aquí un adelanto de Pentecostés (en mi opinión) pero que, al parecer, era necesario, porque proviene directamente de Jesucristo, son palabras que salen de su boca, lo cual no ocurrirá en Pentecostés, "en que se les aparecieron lenguas como de fuego, que se distribuían y se posaban sobre cada uno de ellos" (Hech 2, 3). Los apóstoles adquieren así el poder divino de perdonar los pecados, que es el que poseen todos los sucesores de los apóstoles, es decir, el Papa, los obispos y los sacerdotes (y sólo ellos).

Cuando todavía no había muerto, Jesús ya les había dicho a sus discípulos: "Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre" (Jn 16,28). Ahora tal acontecimiento está a punto de producirse: es lo que conocemos como Ascensión del Señor a los Cielos. Es curioso que cuando Jesús resucita de entre los muertos no asciende a los Cielos inmediatamente, sino que permanece aún en la tierra durante cuarenta días con su mismo cuerpo (aunque glorioso) y conservando las señales de su Pasión. Durante ese tiempo se apareció varias veces a sus discípulos para confirmarlos en la fe. El número de veces que se apareció podría ser mayor que el que viene reflejado en los textos evangélicos, pues no todas las cosas están escritas, como dice San Juan al final de su Evangelio:  "Hay, además, otras muchas cosas que hizo Jesús que, si se escribieran una por una, pienso que en el mundo no cabrían los libros que se tendrían que escribir" (Jn 21,25). De hecho en 1 Cor 15, 6-7 se dice que "se apareció a más de quinientos hermanos a la vez´...; después se apareció a Santiago..."; apariciones que no menciona el Evangelio.

Poco antes de ascender a los Cielos dijo a sus discípulos (lo que es un anuncio de Pentecostés): "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la Tierra" (Hech 1,8). "Después de haber dicho esto, y mientras ellos miraban, se elevó y una nube le ocultó a su vista" (Hech 1,9). Sobre la ascensión del Señor hay escrita una oda de Fray Luis de León (1527-1591), que es preciosa y que paso a reflejar aquí:



ODA XVIII 


¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, escuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, ¿te vas al inmortal seguro?

Los antes bienhadados,
y los agora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus sentidos?

¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?

Aqueste mar turbado,
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al viento fiero, airado?
Estando tú encubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto?

¡Ay!, nube, envidiosa
aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas?
¿Dó vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!

miércoles, 10 de julio de 2013

Encíclica Lumen Dei




Para tener acceso al contenido de la Encíclica Lumen Dei haz clic aquí 

“Es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe”, afirma el Papa Francisco en su primera encíclica Lumen Fidei con la que se completa la trilogía dedicada a las virtudes teologales, después de la Deus Caritas es y la Spe salvi, de Benedicto XVI. 


Esta encíclica aparece durante el “Año de la fe” proclamado por Benedicto XVI con ocasión del 50 aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II y de los veinte años del Catecismo de la Iglesia católica.

jueves, 4 de julio de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD: DIOS ESPÍRITU SANTO (y V)

¿Quién nos envía al Espíritu Santo? En la Sagrada Escritura podemos leer: "El Paráclito, el Espíritu Santo que EL PADRE ENVIARÁ en mi Nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho" (Jn 14,26). Pero también leemos: "Cuando venga el Paráclito, que YO OS ENVIARÉ de parte del Padre, ... " (Jn 15, 26a).  

Explícitamente se afirma, por una parte, que el Espíritu Santo es enviado por el Padre (en nombre del Hijo) y con la misión de enseñarnos y recordarnos todas las cosas que el Hijo nos ha dicho; y que es enviado también por el Hijo (de parte del Padre).  Dos son los que envían: el Padre y el Hijo (pero el Hijo no podría enviar al Espíritu Santo si éste no procediera de Él).

 ¿De quién procede, entonces, el Espíritu Santo? Explícitamente, el Espíritu Santo procede del Padre: "...el Espíritu de Verdad, que PROCEDE DEL PADRE..." (Jn 15,26b) pero implícitamente procede también del Hijo: " ...el Espíritu de Verdad... RECIBIRÁ DE LO MÍO y os lo dará a conocer"(Jn 16,14). Por si hubiera alguna duda acerca de lo que significa recibirá de lo mío, dice Jesús: "Todo lo que el Padre tiene es mío" (Jn 16,15), que nos recuerda lo que ya había dicho en otra ocasión: "El Padre y Yo somos uno" (Jn 10,30). De modo que el Espíritu Santo recibe también del Hijo la Naturaleza lo que equivale a decir que PROCEDE DEL HIJO. De ahí la expresión usada en la Iglesia Católica cuando se recita el Credo, hablando del Espíritu Santo: "... que procede del Padre y del Hijo", procedencia que en latín se designa con el término Filioque.

¿A quién pertenece el Espíritu Santo? En diferentes textos se habla del Espíritu del Padre pero también del Espíritu del Hijo (de Cristo, de Jesús): "No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hable en vosotros" (Mt 10,20). "Envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que grita: Abba, Padre" (Ga 4,6). Es decir, el Espíritu Santo es Espíritu del Padre y es Espíritu del Hijo (no sólo del Padre, ni sólo del Hijo). Esta relación de pertenencia, en el seno de la Trinidad, no puede ser sino relación de procedencia u origen.

Con relación al Filioque transcribo lo que se explicita en el Concilio de Florencia (1483), sacado del Catecismo de la Iglesia Católica (1992) nº 246: "El Espíritu Santo tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración... Y porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único, al engendrarlo, a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir del Hijo, Éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente"

El Filioque no niega que el Padre sea fuente y origen de toda la Trinidad, como lo es. Todo lo contrario, aunque hay que entenderlo bien: Al afirmar que el Espíritu Santo procede del Padre (tal como se afirma expresamente en la Biblia) nos estamos refiriendo al Padre, en cuanto que es Padre (o sea, en tanto que tiene un Hijo). La mención de la palabra Padre incluye la realidad del Hijo (o no se llamaría Padre).

Recordemos aquí brevemente el tema que nos ocupa todo el tiempo cual es el de la Santísima Trinidad, cuestión esencial de toda la Teología. El Padre es la fuente, el origen de la Trinidad. Por eso se dice que el Padre no procede de nadie. El Hijo procede del Padre, por generación intelectual, "per viam cognitionis" (es el Verbo, la Palabra, el conocimiento que Dios posee de Sí mismo, que se identifica con Dios mismo, es  Imagen e impronta de la sustancia del Padre). El Espíritu Santo procede de ambos, del Padre y del Hijo, por una única espiración común a ambos, "per viam amore": es el Amor que mutuamente se profesan Padre e Hijo.



Tenemos tres Personas en Dios, completamente distintas en cuanto Personas, pero que poseen la misma Esencia: el Padre es Dios. El Hijo es Dios. El Espíritu Santo es Dios. No son tres dioses. Sólo hay un Dios, un único Dios.

Hay un orden en la Trinidad: Primero es el Padre, como primera Persona, fuente u origen. Segundo es el Hijo, como segunda Persona. Tercero es el Espíritu Santo, como tercera Persona. Se trata de un orden de prelación, pero de un orden real. No es un orden temporal o de importancia: el Hijo no es media hora después que el Padre o menos importante que el Padre. No, no se refiere a eso. El Hijo no es creado por el Padre, pues entonces sería una criatura de Dios y no sería Dios: "Engendrado, no creado". Engendrado, por "generación intelectual",  el Hijo es exactamente la Idea que Dios tiene de Sí mismo: Idea Perfecta, copia exacta del Padre. Imagen viva del Padre (puesto que el Padre vive). No es una idea abstracta. Es una Persona, la segunda Persona de la Trinidad. Es real, tan real como el Padre, y con la misma esencia que el Padre, pero distinto del Padre. Uno es el Padre, Otro es el Hijo.

El Espíritu Santo procede del amor que se tienen, como Personas, el Padre y el Hijo. El amor siempre es interpersonal y recíproco; se ama a otra persona y se es amado por ella; aunque, en este caso, no se trata de dos amores sino de un único amor: el Amor con que el Padre ama al Hijo se identifica con el Amor con el que el Hijo ama al Padre. Y ese único Amor, Amor Perfecto, es una Persona, la tercera Persona de la Trinidad, con la misma esencia que el Padre y el Hijo, pero distinto de ellos: es el Espíritu Santo.

Y, sin embargo, hay un solo Dios, puesto que Dios es Simple, no es compuesto. No hay división en Dios. La esencia divina es poseída por las tres Personas. En el Misterio de Amor intratrinitario, que es Dios, se dan, al mismo tiempo, la máxima distinción y la máxima unidad posibles. Las tres Personas (Padre,  Hijo y Espíritu Santo) son infinitamente diferentes en cuanto Personas, como se ha dicho: el Padre no es el Hijo ni el Hijo es el Padre ni ninguno de Ellos es el Espíritu Santo (máxima distinción). Y, sin embargo, excepto en esa relación de oposición, una sola es la esencia de las Tres Personas, uno sólo es Dios (máxima unidad).

Y ha sido Jesucristo quien nos ha dado la posibilidad de conocer a Dios como Trinidad de Personas, de modo que unidos a Jesucristo por su Espíritu, podemos dirigirnos al Padre, como verdaderos hijos suyos: hijos de Dios en Cristo, hijos en el Hijo, pero verdaderamente hijos: "Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios" (Rom 8,14)

viernes, 28 de junio de 2013

Todos iguales. La hermenéutica de la contradicción (Fray Gerundio)


Desde la época de mis estudios en Salamanca, cuando mi pasión por la Retórica y la Lógica no era compartida por mis doctos profesores, que pensaban erróneamente que yo no era capaz de estudiar ni una sola Tesis filosófica con el menor aprovechamiento, me ha resultado fácil comprender que no es lo mismo el lenguaje vulgar que el lenguaje científico. Ni es lo mismo lo que se expresa en el lenguaje coloquial que lo que se reviste de cierta prosapia, autoridad o solemnidad. Hasta el punto de que si se confunden ambas facetas, es seguro que nos damos un coscorrón –metafóricamente hablando–, de esos que hacen historia.

Atrás quedaron los grandes discursos de los Papas en los que se hablaba con autoridad, elegancia y estilo, con el convencimiento de estar dirigiéndose a muchos millones de cristianos que andaban expectantes: anhelando los pastos que antaño daban los Pastores a las ovejas hambrientas. Ni existe ya este tipo de discursos, ni existe el rigor expositivo, ni la profundidad teológica, ni (al parecer) el deseo consciente de impartir doctrina. Por no existir, ni siquiera existe la Silla desde la que se solían leer.

Ahora se ha recuperado el lenguaje coloquial. Es más “cercano” emplear las expresiones que llegan al pueblo, las que se entienden facilonamente, los términos sencillos y adaptados a los gustos de los oyentes. Y desde una cátedra también sencilla, de andar por casa, sin complicaciones teológicas, según los conceptos de pobreza que hoy se estilan cabe los muros vaticanos.

Claro que en todo esto hay un peligro obvio: al dar prioridad a lo coloquial, aparecen expresiones impropias del lenguaje escrito o del estilo literario. No sería problemático si esto lo llevara a cabo un periodista, un vendedor de aspiradoras o un recaudador de impuestos. Pero si el que lo utiliza está siendo escuchado por millones de personas, el peligro es acuciante; tanto mayor, cuanto mayor sea la responsabilidad del que habla.

Si mi barbero me comenta que la próxima semana habrá datos que provocarán un desplome en la bolsa de Nueva York, la cuestión no pasa de ahí. Hasta puede ser hilarante mantener esta conversación con él. Pero si esto mismo lo dice ante las cámaras el Presidente de la Unión Europea, o el ministro de Finanzas de la misma, o el Presidente de los Estados Unidos, las consecuencias no tienen ninguna gracia: las reacciones del mundo económico internacional, no dejarán de darse con celeridad.

Hace unos días, en plena Audiencia en el Vaticano, el Santo Padre hablaba a los fieles en la Plaza de San Pedro, sobre la igualdad en la Iglesia. Decía, en su lenguaje coloquial, que nadie es mayor que nadie. Ni siquiera el papa: todos somos iguales. Frase tan “popular” como ambigua, arrancaba los aplausos de miles de fieles que estaba allí congregados esperando el ansiado pasto. En realidad aplaudían como ovejas, sin darse cuenta de que esto hay que entenderlo en sus verdaderas proporciones. Vamos, digo yo.

Como soy fraile bien intencionado y bonachón por naturaleza, sé que no es posible que Su Santidad quisiera decir que la Iglesia es una democracia. Digo que es imposible, porque si hubiera querido decir eso, estaría destruyendo automáticamente dos mil años de doctrina y de teología católicas. Y eso no es posible en la boca de un Papa. De ahí mi insistencia en que hay que aplicar siempre en estos casos, la hermenéutica de la contradicción.

Porque es realmente una contradicción decir una cosa y la contraria a la vez y en el mismo sentido. Si todos somos iguales, no hay Jerarquía. Y si hay Jerarquía no todos somos iguales. Si la Iglesia es democrática no es Jerárquica; y si es Jerárquica no es democrática. Así de simple. (Cómo gozarían mis maestros de Lógica si me vieran en este momento).

Yo supongo, sospecho, imagino y espero que el Papa quería decir que ante los ojos de Dios, todos somos iguales. Pues es verdad: todos somos pecadores, todos necesitamos de la ayuda de la Gracia y todos tenemos que dar cuenta a Dios de nuestra vida. Ya lo había dicho el Señor: Si no haceis penitencia, todos igualmente pereceréis. Si esto es así, estamos plenamente de acuerdo.

Pero nótese el matiz populista de la frase. Porque se esconde el verdadero sentido de la cuestión: y es que en la Iglesia no todos somos iguales. No señor. Existe un Sacramento llamado Orden Sacerdotal, que imprime carácter (si no nos ha engañado el catecismo), por el que algunos hombres son ontológicamente configurados con Cristo, cualtitativamente distintos al resto de los bautizados. Incluso el Obispo de Roma, aunque tenga una Comisión de sabios que le hagan de Consejo de Administración. Por eso mismo, el Papa no es igual al resto de los fieles cristianosClaro que no es esto lo que dirá la prensa entusiasta, que se extasía comentando los nuevos aires que soplan en la Iglesia. Los titulares de los periódicos concluirán que todo ha cambiado en este tema, porque en el sermón de turno se dijeron estas frases tan emocionantes.

Pero a mí no me sacan de mis convicciones lógicas. Lo que se dice de forma coloquial, no siempre se puede utilizar en la forma literaria o escrita. Es muy peligroso que quede constancia de ello para el futuro.

Me imagino lo que pensará quien se acerque dentro de 100 años a las Acta Apostolicae Sedis y encuentre las expresiones Dios no es un spray, cara de pepinillos en vinagre o todos somos iguales y otras frases de roman paladino, recogidas como magisterio del Sucesor de Pedro. 

Pero no hay problema: no ocurrirá nada, porque para esa época ya habrá aprendido todo el mundo a a aplicar la hermenéutica de la contradicción.


 Fray Gerundio, 28 de Junio de 2013

domingo, 23 de junio de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD: DIOS ESPÍRITU SANTO (IV)

¿Por qué es tan importante la Persona del Espíritu Santo? Bueno, no tenemos más que fijarnos en la insistencia de Jesús, cuando sus apóstoles se ponen tristes porque Jesús les dice que tiene que irse: "Os digo la verdad: Os conviene que me vaya, pues si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; en cambio, si me voy os lo enviaré" (Jn 16,7). Pero, ¿acaso no nos lo ha dicho todo Jesús? ¿Es que todavía nos queda algo por conocer? Pues parece ser que sí: "Tengo todavía muchas cosas que deciros, pero ahora no podéis comprenderlas" (Jn 16,12). "Cuando venga Aquél, el Espíritu de Verdad, os guiará hacia la Verdad completa, pues no hablará por Sí mismo, sino que hablará de lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir" (Jn 16,13). Y es que, efectivamente, no todo lo que hizo Jesús está en el Evangelio: "Muchos otros signos realizó Jesús en presencia de sus discípulos que no han sido escritos en este libro. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis Vida en su Nombre" (Jn 20, 30-31). Y poco más adelante: "Hay, además, muchas cosas que hizo Jesús, que si se escribieran una por una, pienso que en el mundo no cabrían los libros que se tendrían que escribir" (Jn 21,25).

Ésta es una de las razones por las que necesitamos de la Persona del Espíritu Santo, si queremos llegar a la Verdad completa (Jn 16,13). Mucho se ha escrito sobre esta Persona, pero descubrimos enseguida nuestra incapacidad cuando nos introducimos en este misterio y acabamos sin entender nada y sabiendo muy poco. De ahí el nombre de Gran Desconocido con el que le suelen denominar los teólogos cuando se refieren a Él.  En realidad, más que el estudio para tratar de conocerlo, es necesario abrirle nuestro corazón con humildad en la oración y escuchar con atención lo que Él mismo quiera decirnos de Sí.


Si razonamos un poco, es "relativamente" fácil pensar en la Persona del Padre como Alguien origen de todo, que no procede de nadie. Mucho más fácil lo tenemos (dentro del misterio) si pensamos en la Persona del Hijo, como enviado por el Padre y que procede del Padre, pues se hizo un hombre como nosotros, con un alma humana y un cuerpo humano, y nos amó hasta dar su Vida por todos y cada uno de nosotros. Pero pensar en el Espíritu Santo como Persona nos cuesta bastante más. No nos lo podemos imaginar de ninguna manera.

Y, sin embargo, esta Tercera Persona es tan importante para nosotros que lo es todo. Imposible acercarnos a Dios si no es en el Espíritu Santo: "¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" (1 Cor 3,16) "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?" (1 Cor 6,19) Y todo esto hasta el punto de que "nadie puede decir: 'Jesús es el Señor', sino por el Espíritu Santo" (1 Cor 12,3), pues "el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rom 5,5). Por eso, como nos dice San Pablo, "ya no sois extraños y advenedizos sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios" (Ef 2,19)... "morada de Dios por el Espíritu" (Ef 2,22)

¿Qué ocurriría si preguntáramos al Espíritu Santo que nos hablara de Él mismo? Seguro que nos diría: Yo nunca hablo de Mí. Yo siempre te hablaré de Jesús. Ésa es mi misión: darte a conocer a Jesús. Esto es así. Recordemos las palabras de Jesús: "Cuando venga el Paráclito, que Yo os enviaré del Padre, el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de Mí" (Jn 15,26)... "Él no hablará por Sí mismo, sino que hablará de lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir" (Jn 16,13). O sea, hablará de lo que oiga al Padre y al Hijo. Y a continuación: "Él me glorificará porque recibirá de lo Mío y os lo dará a conocer. Todo lo que el Padre tiene es Mío. Por eso os dije que tomará de lo Mío y os lo anunciará" (Jn 16, 14-15). Al fin y al cabo, como dijo Jesús: "Yo y el Padre somos Uno" ( Jn 10,30) y  "El que me ve a Mí ve al Padre" (Jn 14,9 )

En la primera carta de San Juan se nos dice que "Dios es Amor" (1 Jn 4,9). En realidad, Dios es todo Amor, aunque el Amor en Dios se le atribuye al Espíritu Santo. La frase bíblica que dice que "el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn4, 16b) debe ser completada por esta otra: "El que guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn 3, 24a). Al compararlas se observa que la guarda de sus mandamientos y el permanecer en su amor viene a ser lo mismo. Pero, ¡ojo!: "Éste es su mandamiento: que creamos en el Nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, conforme al mandamiento que nos dio" (1 Jn 3,23).Y continúa: "...por esto conocemos que Dios permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado" (1 Jn 3, 24b).  

Todo amor procede de Dios pero a través del Espíritu Santo, que es el que lo pone en nuestro corazón. Si amamos a Dios y amamos a los hombres y amamos el trabajo, el sacrificio, la alegría, la verdad, la bondad, el bien, la justicia, la belleza, etc..., todo ello se lo debemos al Espíritu Santo. Por eso dijo Jesús: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y Yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre: el Espíritu de Verdad" (Jn 14, 16-17a) "...Ese día conoceréis que Yo estoy en el Padre, y vosotros en Mí y Yo en vosotros." (Jn 14, 20). Las palabras que vienen a continuación son de una profundidad que nos sobrepasa, como corresponde a todo lo que es sobrenatural pero, en este caso, más sobrenatural todavía, si cabe:

"Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14,23). O sea, el Espíritu Santo mora en nosotros, como también el Padre y el Hijo. Somos morada de Dios, templos vivientes de Dios. En la unión íntima con Jesucristo que tiene lugar por su Espíritu, podemos dirigirnos al Padre y el Padre se dirige también a nosotros, pues nuestra unión con el Hijo es también unión con el Padre en un mismo Espíritu. Participamos de la misma naturaleza divina, sin ser nosotros mismos dioses; y esto por pura gracia, sin mérito alguno por nuestra parte. De hecho esta era una de las expresiones de despedida que utilizaba San Pablo con frecuencia, en donde aparece reflejada la trinidad de Personas en Dios: "La gracia del Señor Jesucristo y el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2 Cor 13, 13)

domingo, 9 de junio de 2013

Entrevista al cardenal Bergoglio, antes de ser Papa



En una entrevista exclusiva para Eternal World Television Network, EWTN, la cadena de radio y televisión católica más grande del mundo, el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy Papa Francisco, compartió algunas reflexiones sobre el Año de la Fe, convocado por Benedicto XVI, las virtudes teologales (Fe, Esperanza y Caridad) y la Iglesia en América Latina (su duración es de 14:37 min).

lunes, 3 de junio de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD; DIOS ESPÍRITU SANTO (III)

Pero lo verdaderamente importante es que el Espíritu Santo no es, sencillamente, una fuerza divina que vivifica y santifica. Lo esencial es que se trata de un ser personal: el Espíritu Santo es una persona y una Persona Divina, al igual que lo son el Padre y el Hijo. Esto se puede ver en diversos pasajes del Nuevo Testamento en los que es descrito como "Alguien" distinto del Padre y del Hijo; y que se encuentra, por otra parte, en una relación íntima con ellos. Se trata, pues de "Alguien" -o sea, una persona-, "distinto" -es decir, no es el Padre ni es el Hijo- , y "en relación íntima con el Padre y el Hijo" - tan "íntima" que es Dios mismo. De modo que el mismo y único Dios, además de ser Dios Padre y de ser Dios Hijo, es también Dios Espíritu Santo.

La distinción personal se encuentra expresada con gran claridad en el mandato de bautizar dado por Jesús: "Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). En esta fórmula trinitaria del bautismo, el Espíritu Santo es equiparado al Padre y al Hijo, siendo realmente Dios igual que lo son el Padre y el Hijo. Aparece también en el Bautismo de Jesús: "Cuando Jesús fue bautizado, mientras estaba en oración, se abrió el cielo y bajó el Espíritu Santo sobre Él, en forma corporal, como una paloma. Y se oyó una voz que venía del cielo: Tú eres mi Hijo, el Amado. En Tí me he complacido" (Lc 3, 21-22). (pasaje que aparece, además, en los otros dos sinópticos: Mt 3, 13-17; Mc 1,9-11; también San Juan evangelista hace referencia al descenso del Espíritu sobre Jesús en el Bautismo: "Juan (el bautista) dio testimonio diciendo: He visto al Espíritu que bajaba del Cielo como una paloma y permanecía sobre Él. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar en agua me dijo: 'Sobre el que veas que desciende el Espíritu y permanece sobre Él, ése es quien bautiza en el Espíritu Santo' " (Jn 32,33)


Donde encontramos los textos más explícitos en torno al Espíritu Santo como Persona es en el discurso de despedida de Jesús, en la Última Cena, cuando les promete a sus discípulos la venida del Espíritu Santo: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y Yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre: el Espíritu de Verdad, al que el mundo no puede recibir porque no le ve ni le conoce; vosotros le conocéis porque permanece a vuestro lado y está en vosotros" (Jn 14, 15-17). Y poco más adelante añade: "Os he hablado de todo esto estando con vosotros; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en Mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho" (Jn 14, 25-26)... Y luego: "Cuando venga el Paráclito que Yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de Mí" (Jn 15, 26).

Así pues, según nos dice Jesús, se trata de un Enviado distinto del Hijo ... "que el Padre enviará en Mi Nombre" (Jn 14,26) y también ... "que Yo os enviaré de parte del Padre" (Jn 15,26). Dos son los que envían: el Padre y el Hijo. Uno es el Enviado: el Espíritu Santo. Y además: "Os conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si Yo me voy, os lo enviaré" (Jn 16,7). Más adelante trataré de explicar, en la medida en que Dios me dé a entender, el significado de estas enigmáticas palabras. De momento, y aunque solo sea a grosso modo, parece desprenderse de la lectura de este texto que es condición necesaria para que venga el Espíritu Santo, el que tenga que ser enviado por el Padre y por el Hijo. O, en otras palabras: Sólo si el Hijo (Cristo resucitado) regresa junto al Padre, entonces y sólo entonces, el Espíritu podrá venir a nosotros, porque ambos nos lo enviarán: Uno solo de Ellos no podría hacerlo.

Me viene a la memoria el siguiente párrafo del Evangelio que, de alguna manera, viene a ser una explicación , aunque necesitada de ser profundizada personalmente por cada uno: "En el último día, el más solemne de la fiesta, puesto Jesús en pie exclamó: 'Si alguno tiene sed venga a Mí y beba. Quien cree en Mí, como dice la Escritura, de sus entrañas brotarán ríos de agua viva'. Esto lo dijo refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él. Pues todavía no había sido dado el Espíritu, ya que Jesús aún no había sido glorificado" (Jn 7, 37-39). De ahí que Jesús diga a sus discípulos: "Os conviene que Yo me vaya" (Jn 16,7).

Y para que ellos entiendan mejor el porqué era tan importante que Él se fuera, les dice: "Todavía tengo que deciros muchas cosas, pero no podéis sobrellevarlas ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de la Verdad, Él os guiará hasta la Verdad completa, pues no hablará por Sí Mismo, sino que hablará de lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir. Él me glorificará porque recibirá de lo Mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es Mío. Por eso dije que recibirá de lo Mío y os lo anunciará" (Jn 16, 12-15). Y les habla claramente: "Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre" (Jn 16,28). Y es desde ahí, junto a Su Padre, como podrán ambos enviarnos Su Espíritu.

(Continuará)

domingo, 26 de mayo de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS ESPÍRITU SANTO (II))

En el Nuevo Testamento nos encontramos con textos que hablan del Espíritu, en primer lugar, como una fuerza divina que vivifica. Es el caso en que el ángel le dice a María: "El Espíritu Santo descenderá sobre tí y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1,35).  Y, en San Mateo se puede leer que, antes de que José conviviese con su esposa "se encontró que María había concebido por obra del Espíritu Santo" (Mt 1, 18). Estas expresiones nos recuerdan algunas del Antiguo Testamento, como aquellas en que se dice que "la tiniebla cubría la faz del abismo y el Espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas" (Gen 1,2) o  bien: "El Espíritu del Señor llena la tierra" (Sab  1,7).

En la concepción de Jesús en el vientre de María hay una intervención especial del Espíritu de Dios, de modo que el hijo engendrado por María será llamado, en forma exclusiva y única, Hijo de Dios (Lc 1,35)

Luego se dice que "cuando Jesús fue bautizado  mientras estaba en oración, se abrió el cielo y bajó el Espíritu Santo sobre Él en forma corporal, como una paloma..." (Lc 3,21-22). El Espíritu Santo se encuentra constantemente presente en todo el Nuevo Testamento: "Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto..." (Lc 4,1). Cuando Juan Bautista habla de Jesús les dice a los judíos: "Él os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego" (Mt 3, 11). Pedro, en su predicación a Cornelio, le explica "cómo a Jesús de Nazaret le ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder, y pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él" (Hech 10, 38).

En la sinagoga de Nazaret, cuando Jesús lee el texto de Isaías (Is 61, 1-2), se atribuye a Sí mismo las palabras que pronuncia: "El Espíritu del Señor está sobre Mí, por lo que me ha ungido para evangelizar a los pobres...Y enrollando el libro se lo devolvió al ministro y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en Él. Y comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír" (Lc 4, 18. 20-21). Tenemos también otras palabras del profeta Isaías (Is 42, 1-2), que Jesús se atribuye a Sí mismo: "He aquí a mi Siervo, a quien elegí; mi Amado, en quien se complace mi alma. Pondré mi Espíritu sobre Él y anunciará la justicia a las naciones" (Mt 12, 18). Jesús afirma que actúa con el poder del Espíritu: "Si Yo expulso a los demonios por el Espíritu de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros" (Mt 12-28)



El Espíritu Santo es también fuerza divina que santifica. Por ejemplo, tenemos el caso del Bautista que "estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre" (Lc 1,15). Esto ocurrió también con sus padres: "Isabel quedó llena del Espíritu Santo" (Lc 1,41)  y  Zacarías "quedó lleno del Espíritu Santo" (Lc 1,67). Y lo mismo podemos decir del anciano Simeón de quien se escribe que "el Espíritu Santo estaba en Él" (Lc 2,25). Después de resucitar, una de las veces en que Jesús se apareció a los apóstoles, "sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les son perdonados; y a quienes se los retengáis, les son retenidos" (Jn 20, 22-23).

La historia de la Iglesia primitiva podría describirse como la epopeya del Espíritu Santo, que se manifiesta con mucha frecuencia, como podemos leer en los Hechos de los Apóstoles y en las cartas de San Pablo, especialmente. Así Jesús, poco antes de su Ascención a los cielos, dijo a sus discípulos: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra" (Hech 1,8), lo que ocurrió diez días después, el día de Pentecostés: "Estaban todos reunidos en el mismo lugar. Y sucedió que, de repente, sobrevino del cielo un ruido como de viento huracanado, que invadió toda la casa en la que estaban. Se les aparecieron lenguas como de fuego, que se distribuían y se posaban sobre cada uno de ellos. Y todos se llenaron del Espíritu Santo..." (Hech 2, 1-4).

En el discurso que dio San Pedro entonces, a consecuencia del cual se bautizaron unas tres mil personas, dijo entre otras muchas cosas, hablando de Jesús: "A este Jesús le resucitó Dios, y de eso todos nosotros somos testigos; exaltado, pues, a la diestra de Dios, y recibida del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo derramó según vosotros veis y oís" (Hech 2, 32-33). El poder del Espíritu Santo se manifiesta con muchísima frecuencia en todas las actuaciones de los apóstoles. Por ejemplo, cuando Pedro estaba predicando sobre Jesús, en casa del centurión Cornelio, "que todo el que cree en Él recibe por su Nombre el perdón de los pecados" (Hech 10,43) "...descendió el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban la palabra... Y entonces habló Pedro: ¿Podrá alguien negar el agua del bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros? Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo" (Hech 10, 44.47.48).

Y San Pablo: "¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?" (1 Cor 3,16) "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?" (1 Cor 6, 19). Todos los bautizados han sido santificados por el Espíritu Santo: "Habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre de Jesucristo el Señor y en el Espíritu de nuestro Dios" (1 Cor 6, 11). Y en otra ocasión: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos dado" (Rom 5,5)... "Recibistéis un espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: Abba, Padre. El mismo Espíritu da testimonio junto con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios" (Rom 8, 15-16).

Eso significa que, puesto que no nos pertenecemos, es preciso vivir según el Espíritu y no según la carne: "Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Ahora bien, vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu , si es que el Espíritu habita en vosotros. Si alguien no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es de Cristo" (Rom 8, 8-9). Pero tenemos una gran esperanza, y es que "el Espíritu acude en ayuda de nuestra flaqueza, pues no sabiendo pedir lo que conviene, el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rom 8,26)

sábado, 11 de mayo de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS ESPÍRITU SANTO I)


En todo lo que se ha venido hablando hasta ahora acerca de Dios, el objetivo principal ha sido, y sigue siendo, el de conocerlo, en la medida en la que esto sea posible, a la luz de la fe y de las enseñanzas contenidas en el Nuevo Testamento, tomando siempre como guía aquello que la Iglesia Jerárquica, en comunión con el Santo Padre, considera que es la recta interpretación de la Escritura,  y no olvidando que toda Escritura es divinamente inspirada (2 Tim 3, 16-17) y que cuantas cosas fueron escritas en el pasado, para nuestra enseñanza han sido escritas, con el fin de que  por la paciencia y por el consuelo de las Escrituras, mantengamos la esperanza (Rom 15,4) y plenamente consciente de las palabras que dice Jesús por boca de San Juan, en el Apocalipsis:  si alguien añade algo a esto, Dios enviará sobre él las plagas escritas en este libro; y si alguien substrae alguna palabra a la profecía de este libro, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa que se describen en este libro (Ap 22, 18-19).

Así es que, con la ayuda de Dios, que sé que no me ha de faltar, me propongo continuar hablando del misterio de la Santísima Trinidad, en el mismo sitio en que lo dejé. Y como punto de referencia y de inicio voy a tomar prestadas las palabras que San Pablo dirigió a los corintios, cuando les dijo: "¿Qué hombre conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así también, nadie conoce lo que hay en Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Cor 2,11). Y poco antes: Está escrito que "lo que ni ojo vio, ni oído oyó, ni llegó al corazón del hombre, eso preparó Dios para los que le aman. Pues bien:  A nosotros nos lo ha revelado Dios por su Espíritu, pues el Espíritu lo penetra todo, hasta las profundidades de Dios" (1 Cor 2, 9-10)


Mucho hay escrito sobre el Espíritu de Dios, ya incluso en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, cuando se dice: "El Espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas" (Gen 1,2). El Espíritu se identifica aquí con el viento, que no se considera como una simple fuerza natural sino como una fuerza que se atribuye directamente a Dios: "Dios hizo soplar un viento sobre la Tierra, de manera que las aguas decrecieron" (Gen 8,1). Es digno de mencionar aquí el pasaje de la Biblia en el que Dios se manifiesta a Elías en el monte Horeb, aunque no fue precisamente en el fuerte viento donde se le manifestó: "Un viento fortísimo conmovió la montaña y partió las rocas... pero el Señor no estaba en el viento. Detrás del viento un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Detrás del terremoto, un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Detrás del fuego un susurro de brisa suave. Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto, salió y se detuvo a la puerta de la cueva. Entonces le llegó una voz que decía:- ¿Qué te trae aquí, Elías?" (1 Re 18, 11-13). El viento que procede de Dios no es precisamente un viento impetuoso.

Otro significado de Espíritu, muy relacionado con el anterior, es el de aliento, un aliento que da vida, una vida que procede de Dios. Es el mismo Dios quien infunde su aliento en los vivientes, en particular en el hombre: "El Señor Dios formó al hombre del polvo de la Tierra, insufló en sus narices aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser vivo" (Gen 2, 7). El aliento de vida aparece como aliento de Dios; y su ausencia es causa de muerte: "Les retiras tu aliento y mueren, vuelven al polvo. Pero envías tu Espíritu, y son creados, y renuevas la faz de la tierra" (Sal 104, 29-30). "El Espíritu de Dios me ha creado, el aliento del Omnipotente me ha dado la vida" (Job 33,4)

Pero el Espíritu de Dios va mucho más allá: "Os daré un corazón nuevo y pondré en vuestro corazón un Espíritu nuevo. Arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré mi Espíritu en vuestro interior y haré que caminéis según mis preceptos, y guardaréis y cumpliréis mis normas ... Vosotros seréis mi pueblo y Yo seré vuestro Dios" (Ez 36, 26-28) . Este Espíritu está relacionado también con la sabiduría: "¿Quién podrá conocer tu designio si Tú no le das la sabiduría y envías desde las alturas tu santo Espíritu?" (Sab 9,17). Y de una manera permanente reposará plenamente este Espíritu en el futuro Mesías, es decir, en Jesús, según predice el profeta Isaías, predicción que se hizo realidad, como sabemos: "Sobre Él reposará el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor" (Is 11,2)