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viernes, 11 de julio de 2014

La Religión católica es la verdadera (2 de 2)


Y visto lo visto, yo me pregunto: ¿Por qué esa FIJEZA desde el Concilio Vaticano II hasta ahora, en cuestiones que, mal entendidas, pueden resultar incluso heréticas, como son el "ecumenismo" y el "diálogo interreligioso", entre otras?

El único sentido que tiene el ecumenismo, bien entendido, es que "los que no creen vuelvan al redil de la única Iglesia verdadera, que es la Iglesia Católica". Sería necesario, en mi opinión, escoger bien los términos usados para no inducir a confusión o error al pueblo cristiano que se sigue manteniendo fiel a las enseñanzas de Jesucristo. Y así -pienso- habría que dejar de hablar tanto de ecumenismo (¡parece que no hay otro tema!) y cambiar esa palabra por la de catolicidad (por ejemplo) o algo parecido. ¿Por qué? Pues porque podría ocurrir -y es lo que está sucediendo- que un católico llegara a pensar que lo mismo da una religión que otra; al fin y al cabo, todos se van a salvar, cada uno en su religión; o incluso aunque no profese ninguna. Decir y enseñar estas cosas es antievangélico, no es conforme a las enseñanzas de Jesús quien dijo a sus discípulos: "Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que Yo os he mandado" (Mt 28, 19-20). "Quien crea y sea bautizado, se salvará; pero quien no crea, se condenará" (Mc 15,16).

Pero, en fin: continúo con el
e-mail que le dirigí a este amigo mío. Es lo que está escrito en letra Times. La primera parte del mismo ya se escribió y puede releerse pinchando aquí (de antemano, adelanto que puede haber ligeros cambios con relación al original, tales como señalar alguna cita bíblica, que había dicho de memoria o bien modificar la forma de alguna expresión. Por lo demás, todo ha quedado prácticamente igual:

Fíjate -le dije- en lo que dice san Pablo sobre las relaciones con los paganos: "No os unzáis a un mismo yugo con los infieles. Porque, ¿qué tiene que ver la justicia con la iniquidad? ¿O qué tienen de común la luz y las tinieblas? ¿Y qué armonía cabe entre Cristo y Belial? ¿O qué parte tiene el creyente con el infiel? ¿Y cómo es compatible el templo de Dios con los ídolos? Porque vosotros sois el templo de Dios vivo" (2 Cor 6, 14-16). Lo que dije en esa entrada del blog a la que te refieres no es una opinión mía personal, pues lo que escribí fue haciendo siempre uso de la palabra de Dios, interpretada correctamente, esto es, según el sentir de la Iglesia de veinte siglos, no según la opinión personal de algunos papas que, al no hablar ex cathedra, pueden equivocarse; y que, de hecho y por desgracia, se equivocan cuando contradicen aquello que es intocable en la Iglesia. 




El fundador de la Iglesia es Jesucristo y la misión de Pedro y de sus sucesores, los papas, es la de "confirmar a sus hermanos en la fe" (Lc 22, 32) y la de "guardar el depósito revelado" (1 Tim 6,20), "sin añadir ni quitar nada" (Ap 22,18-19).

Acerca de la Iglesia católica tenemos dos opciones: o es falsa o es verdadera. Si la Iglesia católica es la verdadera, entonces las demás no pueden serlo. Y si Dios nos ha concedido la gracia de la fe -único modo de adquirir esa seguridad- debemos estarle agradecidos, y pedirle que nos la aumente, porque cada día se hace más difícil mantenerse fiel en el mundo en que vivimos. No es soberbia ni presunción el estar absolutamente convencidos de estar en la verdad, porque este convencimiento no nos viene de nosotros, sino de Dios, que se fija precisamente en quienes menos se lo merecen: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido" (Mt 12,25). Dios ha escogido el desecho del mundo para confundir a los sabios y para que así se vea que la gloria es sólo suya y no nuestra.

Debe quedar bien claro que aquí no se está considerando a los demás como inferiores a nosotros; ni se está diciendo que sólo nosotros nos vamos a salvar y ellos no ... ¡En absoluto! ... Con relación a la salvación de cada persona concreta sólo Dios conoce todos los datos y las circunstancias de esa persona. Y el amor de Dios, que le llevó a entregar a su propio Hijo para que pudiéramos salvarnos, debería darnos bastante en qué pensar, y hacerlo en términos altamente positivos, pues "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2,4). Dios es mucho más bueno e infinitamente más bondadoso que pudiera serlo la madre Teresa de Calcuta. No es ése el problema.

El problema radica en la incompatibilidad entre contrarios. Si el que dice que Jesucristo es Dios está en la verdad, todo aquel que lo niega está en la mentira. Así de sencillo. ¿Qué "diálogo" cabe entre esas dos posiciones? Según el sentido común ... ¡ninguno!. Según lo políticamente correcto (tal como se entiende hoy el diálogo) parece que sí se puede dar ... pero ahí no existe verdadero diálogo; se trata de farsas y de montajes ... y eso no tiene nada que ver con la Verdad: ésta se encuentra sólo en Jesucristo y en su verdadera Iglesia, que es la Católica.


(Hasta aquí el e-mail)


Qué bueno y deseable sería que Dios nos concediera una gran fe en la Iglesia -en la Iglesia de siempre, la de veinte siglos de historia- y que diera luz a nuestra mente y fortaleza a nuestro corazón para no dejarnos engañar, no ya por el mundo - que es enemigo natural de la Iglesia - sino por aquellos malos pastores que pretenden destruir la Iglesia desde dentro, enseñando doctrinas que son meramente humanas


Jesús nos previene contra ellos y les llama hipócritas: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan como doctrina preceptos de hombres" (Mt 15, 8-9). Y san Juan, hablando de los falsos hermanos: "De los nuestros proceden, pero no eran de los nuestros, porque si hubieran sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros; así fue para que se manifestase que no todos son de los nuestros" (1 Jn 2,19). Y continúa diciendo más adelante: "¿Quién es mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Éste es el Anticristo, que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo también posee al Padre" (1 Jn 2, 22-23) "Lo que habéis oído desde el principio, eso permanezca en vosotros. Si permanece en vosotros lo que oísteis desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre" (1 Jn 2, 24). "Esto os he escrito respecto de los que tratan de engañaros" (1 Jn 2,26).

Todas estas ideas -y muchas más- podemos descubrirlas mediante la lectura meditada del Nuevo Testamento. El que se deje seducir -y sea engañado- será porque así lo ha decidido. La única voz que nos interesa es la del Buen Pastor, esto es, la voz de Jesús, en quien tenemos que permanecer si queremos salvarnos. Y no lo olvidemos: "Si alguien [no importa quien sea, aunque fuese un ángel del cielo o el mismísimo sucesor de Pedro] os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema!" (Gal 1,9). Por otra parte, no debemos preocuparnos, porque sólo será engañado aquel que quiera ser engañado, aquél que haya optado en su corazón por el camino fácil y el rechazo de Dios.


jueves, 10 de julio de 2014

La Religión Católica es la verdadera (1 de 2)

Por razones que no hacen al caso he estado algunos días sin escribir en el blog. En su momento, con relación al tema que nos ocupa, escribí una serie de prolegómenos a modo de conocimientos previos (convenientes, cuando no necesarios) para entender mejor la respuesta que di a un amigo mío cuando me dijo por e-mail (con cierta sorpresa, extrañándose de lo que yo había dicho en una entrada anterior): "... el hecho de que la Iglesia católica no pueda establecer ningún diálogo con otras religiones, por ser ella la única verdadera (¿?). En la primera entrada de los prolegómenos  aparece básicamente la primera parte de la contestación que le di,; al introducir nuevas ideas en sucesivas entradas, la carta se quedó a medio, por así decirlo. Espero ahora concluir lo que me faltó por escribir.

Sucede, sin embargo, que cuando he intentado -de nuevo- responder a la pregunta de por qué la Religión católica es la verdadera, me he percatado de que dar una respuesta -lo más completa posible- era una tarea bastante ardua, que requeriría de muchas entradas en este blog. Así que, aun cuando tengo en mi mente el hacerlo, voy a hacer uso tan solo de dos entradas. En ésta haré algunos matices que creo que son importantes y en la siguiente me limitaré -con algún ligero retoque- a escribir, sin más, la segunda parte de la contestación que le di a mi amigo por e-mail: ciertamente es más corta, y soy consciente de que queda incompleta; pero, por otra parte, pienso que por muchos estudios que se hagan al respecto, siempre quedarán cosas por decir, como no puede ser de otro modo, máxime en el presente caso en el que nos estamos refiriendo a las Sagradas Escrituras. Pero es que, además, aun cuando se tuviera todo el conocimiento posible, no valdría de nada si no se tiene fe. Ésta es la condición fundamental - la fe - sin la cual es imposible tener la seguridad absoluta de que, en efecto, la Religión Católica es la verdadera.

De ahí que, cuando proclamamos el Credo en la Santa Misa, decimos: "CREO en la Iglesia" ...  pues la Iglesia es verdaderamente un misterio, sólo accesible -en la medida en la que esto es posible en esta vida- a aquellos que -ayudados por la gracia, que nunca faltará a quien la pida sinceramente- se han dejado penetrar por las palabras de Jesús y que, como hacía nuestra Madre, la Virgen María, las meditan continuamente -y sin cansancio- en su corazón.

La pregunta que me hace mi amigo está relacionada con el "diálogo" con las demás religiones, un "diálogo" al que ya me he referido . Tal "diálogo" es imposible si supone, por parte de la Iglesia -como parece que es el caso- el que ésta ceda en verdades fundamentales. Como decía otro amigo mío: "¡Eso es imposible ... y, además, no puede ser! ... porque entonces la Iglesia perdería su propia identidad... En otras palabras, se destruiría a sí misma y desaparecería, puesto que el Mensaje recibido por su Fundador habría sido adulterado, tergiversado y cambiado ... Lo que quedara -si es que se pudiera decir que habría quedado algo- no sería ya la Palabra de Dios -que es Verdad, Espíritu y Vida -, sino palabras vacuas de hombres de inteligencia corrompida ... o sea, ¡absolutamente nada! ... sólo mentira y confusión.


Como digo, caer en la cuenta de que la Religión Católica es la verdadera sólo es posible mediante la fe. La misión que Jesucristo dio a sus apóstoles, poco antes de subir a los cielos, fue muy clara: "Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar TODO cuanto os he mandado" (Mt 28, 19-20b). Es preciso, pues, anunciar el mensaje de Jesucristo a todas las gentes. Se trata de un mandato expreso: Dios ha venido al mundo, en Jesucristo, para que el mundo se salve por Él, creyendo en Él, pues "en ningún otro hay salvación" (Hch 4,12). 


Así nos lo cuenta el autor de la carta a los Hebreos: En diversos momentos y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En estos últimos días nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien instituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo también el Universo. Él, que es resplandor de su Gloria e impronta de su sustancia y que sustenta todas las cosas con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó en los cielos a la diestra de la Majestad (Heb 1, 1-3).

De modo que lo primero que debemos de tener muy claro, en la mente y en el corazón, es que Jesucristo, que se hizo realmente uno de nosotros y que, por lo tanto, es verdadero hombre, también es verdadero Dios, el Único Dios: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30). "Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí; y si no, creed por las obras mismas" (Jn 14,10). La obra fundamental, en la que se hace patente la divinidad de Jesucristo es su Resurrección:  "Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que durmieron" (1 Cor 15,20).  Por eso nos fatigamos y luchamos con la esperanza puesta en el Señor, "pues Dios no es injusto para olvidarse de vuestras obras y del amor que habéis mostrado a su Nombre en el servicio que prestasteis y prestáis a los santos" (Heb 7,10). ¿Qué sentido tendría, si no, nuestra lucha, si todo acabase con la muerte? Y esa es la razón por la que - así lo dice San Pablo- "si sólo para esta vida tenemos puesta la esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres(1 Cor 15,19). De modo tal que "si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos" (1 Cor 15,32)
[la expresión citada en rojo es del profeta Isaías: (Is 22,13)]. Decía el famoso escritor ruso Fédor Dostoyevski que "si Dios no existe, todo está permitido". Y así es: las mayores aberraciones -de todo tipo- en la historia de la humanidad se han dado, precisamente, en el mundo pagano y ateo que se ha erigido a sí mismo como Dios (las más recientes las tenemos en los campos de concentración nazi y en los gulags comunistas, por citar algún ejemplo que todos conocen) ... ¡y es preocupante que el mundo actual va camino de la apostasía universal!

Dando por sentado como un DATO HISTÓRICO CIERTO, la divinidad de Jesucristo (dato apoyado por infinidad de testimonios escritos de personas dignas de toda confianza); conociendo, además, que  "Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y por los siglos" (Heb 13,8), puesto que es Dios; y sabiendo, por lo tanto, que "todo se hizo por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho" (Jn 1,3), sólo resta admitir -lo que es de sentido común- que sus palabras poseen siempre actualidad y son válidas para todos los tiempos y todos los lugares. Y en concreto, son válidas para hoy, que es lo que, en este momento, nos interesa. El contenido de la fe está dado ya, de una vez por todas y para siempre. Y nadie (y al decir nadie quiero decir NADIE) puede cambiarlo. En palabras del apóstol Pablo: "Aunque nosotros o un ángel del cielo, [¡o el mismo Papa! -diría yo] os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!" (Gal 1,8), es decir, ¡maldito!. 


Sólo Jesucristo, que es Dios, puede decir con verdad: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis Palabras no pasarán" (Mt 11,35).  Y sólo de su divina boca han podido surgir estas sublimes y maravillosas palabras: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí(Jn 14,6). "Mis Palabras son Espíritu y Vida" (Jn 6,63). Todas estas frases no se entienden si Jesucristo no es Dios ... a menos que sea un farsante, pero está demostrado que no es así ... Su Resurrección de entre los muertos es la prueba más concluyente de su Divinidad.


La Iglesia cumple bien con su misión en la medida en que anuncia FIELMENTE -sin corromper- el mensaje que ha recibido de su Maestro y Fundador. Debemos de tener en cuenta que el mensaje recibido es un don, un regalo recibido por Dios y no tenemos derecho a apropiarnos de él ni a modificarlo; no es algo privado, ni puede reducirse a la conciencia personal de cada uno:  "Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar TODO cuanto os he mandado" (Mt 28, 19-20b). Se trata de una exigencia: "Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis" (Mt 10,8). La predicación es una obligación, en especial para los pastores: "¡Ay de mí si no evangelizara!" (1 Cor 9, 16). Se trata, además, de un mandato explícito: "Te ordeno, en presencia de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que ante Poncio Pilato dio testimonio confesando la verdad, que conserves el mandamiento sin tacha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (1 Tim 6, 13-14). Y así en multitud de ocasiones: "Ten por norma la sana doctrina que oíste de mí, con la fe y la caridad, que están en Cristo Jesús. Guarda el buen depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros" (2 Tim 1, 13-14), etc.



La Iglesia Católica, instituida por Jesucristo, tiene que dar testimonio de Él, sin avergonzarse de sus palabras y predicando íntegro el Mensaje. Es cierto que "las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella" (Mt 16,18), pero eso no nos exime de la responsabilidad que tenemos de "consolar a cuantos están afligidos con el consuelo con el que nosotros mismos somos consolados por Dios" (2 Cor1,4). En ese sentido somos imprescindibles para Dios. Él cuenta con nosotros para realizar SU obra en el mundo

Al ser Dios el autor de la Verdad Revelada, contenida en las Sagradas Escrituras, en particular en el Nuevo Testamento, sus palabras siempre son actuales, como ya se ha dicho. Y hoy más que nunca. El mundo necesita oír el Mensaje auténtico que viene sólo de Dios, manifestado en Jesucristo... ¡pero no lo oye! ... Se necesitan buenos pastores que hablen al pueblo cristiano de Jesucristo... Sin embargo, Jesucristo es cada vez menos conocido ... entre otras cosas, porque no abundan esos buenos pastores; más bien, con demasiada frecuencia, nos encontramos con malos pastores (lobos disfrazados de ovejas) que predican un mensaje que no es la Palabra de Dios, sino que es mundano.
[Y, por desgracia, muchas veces, lo hacen impunemente, sin ser amonestados por sus superiores] 

Hacen falta pastores como Jesús quien "al ver a las muchedumbres, se llenó de compasión hacia ellos, porque estaban cansados y abatidos, como ovejas sin pastor" (Mt 9,36). El mundo está necesitado de buenos pastores. ¿Qué podemos hacer? Como siempre, el Señor no nos deja solos y nos da la respuesta precisa en el momento preciso: "Entonces dijo a sus discípulos: 'La mies es mucha, pero los obreros pocos. ROGAD, por tanto, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies' " (Mt 9,37). ¿Por qué la oración es el remedio? Pues porque el que ora posee la misma fuerza de Dios. Es Dios quien actúa y quien pone solución a todo, pero aunque conoce todas nuestras necesidades quiere que le pidamos, que contemos con Él y hablemos con Él, como un amigo habla con otro amigo; en este caso, se trata de hablar con el Amigo (con mayúscula), que siempre está disponible y nos escucha, dándonos siempre aquello que necesitamos, aunque no coincida con lo que le pedimos: "Bien sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis" (Mt 6,8). Y tenemos la seguridad de que nos concederá siempre lo que más nos conviene. 

Él no se olvida de nosotros, aunque bien es verdad aquello que decía el profeta Isaías, refiriéndose a Dios: "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos" (Is 55,8). Lo que nosotros pensamos que es lo mejor no siempre es así; y al revés. De ahí la necesidad de la confianza en la Providencia:  "Así que no andéis buscando qué comer ni qué beber, y no estéis ansiosos. Porque son las gentes del mundo las que se afanan por estas cosas. Bien sabe vuestro Padre que las necesitáis. Buscad ante todo su Reino que esas otras cosas se os darán por añadidura" (Lc 12, 29-31). Y también: "Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden?" (Lc 11,13)

Dada la tremenda actualidad de la palabra de Dios, cuyo seguimiento es el único camino que existe para alcanzar la felicidad -la felicidad verdadera, se entiende-, es de urgencia vital que la Iglesia no capitule ante el mundo: es el mundo el que debe abrirse a la Palabra de Dios, manifestada en Jesucristo, Nuestro Señor y, de ese modo, encontrar la paz (la paz de Cristo, no la que da el mundo). Cualquier otro camino que se siga está abocado al más rotundo fracaso. Ahí están las palabras del Señor: "¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!" (Lc 6,26). Y las del apóstol Santiago: "¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemiga de Dios? Por tanto, quien desee hacerse amigo del mundo se convierte en enemigo de Dios" (Sant 4,4)



(Continuará)

lunes, 7 de julio de 2014

¡¡Possumus!! (de Fray Gerundio)


Aunque él no lo sabe, esta expresión latina significa lo mismo que el nombre de la formación política liderada con tanta desenvoltura por Pablo Iglesias. Como tampoco sabe –menos aún–, que fue pronunciada hace ya veinte siglos por dos de los apóstoles más encumbrados de Jesucristo: nada menos que Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo. Siento mucho quitarle el protagonismo a este nuevo Salvador de la Humanidad. Aparte de que Obama con su ya famoso ¡Yes, we can! también ensombreció la aureola del nuevo mesías. Claro que hay algunas diferencias semánticas entre la frase pronunciada por el neo-diputado y la expresión apostólica. Como siempre ocurre. Y es que nadie puede descubrir el Mediterráneo sin que otro haya llegado primero.

Para estos parlamentarios cogidos por sorpresa (porque ni se olían que podrían salir elegidos), su ¡Podemos! significa que son capaces de cargarse el Sistema y todo lo que se les ponga por delante, pero desde dentro del propio Sistema y utilizando las ventajas del propio Sistema. Se quejan de la corrupción de las Instituciones, de las injusticias sociales, de los desequilibrios económicos y de la casta política. Y por eso mismo, se introducen en el seno de las Instituciones, del Sistema Económico y del Poder Político, se meten de lleno en la casta política para destruirlas desde ahí. Vamos, como si uno se prostituyera y se alojara en un burdel, para desde ahí destruir la prostitución, mientras cobra por los servicios prestados y goza de los privilegios de la casta del burdel… aunque la palabra casta no se suele utilizar mucho en un prostíbulo.

Muchos de mis novicios modernistas, andan estos meses descabezados y deslumbrados, por las palabras mitineras del nuevo Pablo Iglesias del siglo XXI. Les he dicho que tienen que estudiar un poquitín de historia, especialmente la más cercana a nosotros, para poder vislumbrar en estos libertadores, la figura de siempre: la de dictadorzuelos de salón, que acaban convirtiendo sus propuestas de reforma económica en la más absoluta de las pobrezas y miserias que jamás pudiera imaginarse. Por eso son sus ídolos los nuevos tiranos de la nueva izquierda, que han empobrecido países enteros y han acabado con las libertades más elementales.

Yo tengo ya muchos años y veo en los ojos de este neo-eurodiputado una ambición ilimitada que –de tanta sed–, no puede disimular las ganas de beber. Ya quisiera verse ungido como Presidente de España (del Gobierno o de la República, da igual) dictando normas y promulgando decretos que acabaran con todo el Sistema, menos con el palo y el euro que deben quedar bajo sus pies, para no caerse. He visto esos ojos de ambición en sus primeras palabras en el Europarlamento (criticando al Europarlamento), en las tertulias, en las entrevistas, en los insultos cuando se ve acorralado, en la demagogia verbal bien aprendida en sus negados contactos con el chavismo, o en sus archinegadas conversaciones con el terrorismo y cómo no, en su ya primera propuesta de amordazamiento de la prensa adversa y de todo aquel que no esté dispuesto a claudicar ante él.

Pero lo que más me ha llamado la atención (aunque ya lo esperaba, claro está) es que una de sus primeras declaraciones ha sido dejar claro ante el mundo que le escucha arrobado, que él es pobre, que ama la pobreza y que todo lo que hace, lo hace en pobreza: no sé cuántos miles de euros no irán a parar a sus bolsillos, los privilegios los ha eliminado, no se alojan en los hoteles del centro de Bruselas, sino que comparten habitación cinco eurodiputados en un hostalete de las carreteras más alejadas de la ciudad. Claro que luego tendrán que llamar a un taxi para que los lleve al Centro. Pero bueno, eso es otro tema. Y mientras canta la pobreza como si fuera un juglar del Languedoc o un trovador medieval, las revistas se lo rifan, las cadenas televisivas se lo disputan, los partidos de izquierda que habían llegado antes que él lo intentan imitar, la derecha se acompleja y justifica y todos, todos, todos…. lo adoran. Y él, se siente cómodísimo, siendo el pobre del año.

No sé por qué –les he dicho a mis novicios–, esta música me suena y este populismo de pobreza que rechaza todo lo establecido hasta ahora, me resulta familiar.

Cuando Santiago y Juan gritaron con entusiasmo ¡Podemos!, estaban justamente en el polo contrario al que acabamos de describir. Lo decían contestando a la pregunta que les hizo el Señor: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? Querían decir con ello que nada ni nadie les podría separar de su fidelidad a la persona de Jesucristo.

Este grito no pretendió acabar con los Sistemas entonces vigentes, sino con el pecado. Y por eso, andando el tiempo, estos dos discípulos darían la vida anunciando la buena nueva y la doctrina. No tuvieron que pensar en hacerse centuriones para derrocar desde dentro al Imperio Romano, ni en introducirse en la casta de los fariseos para acabar con el Sanedrín; tampoco tuvieron que dar ruedas de prensa para declararse pobres ante la humanidad. Sencillamente lucharon contra la corrupción del pecado en sus mismas vidas. Como el Señor mismo, que se entregó y vertió Su Sangre para destruir el pecado y redimirnos.

Esto le decía yo a los novicios, porque les veo ensimismados con todo lo que suena a destrucción del Sistema, en un alarde de anarquismo eclesial, que pretende acabar con todo, en lugar de luchar contra la verdadera corrupción, que si no me equivoco el mismo Jesucristo la personificaba en el pecado. Por eso les decía a los fariseos que ellos eran hijos del Diablo, porque eran esclavos del pecado. La promoción del derrumbe de la Ley Natural en todas sus formas y expresiones, no preocupa a los populistas de turno, mientras que sí que andan obsesionados por la ecología o la utilización de los recursos naturales. Qué paradoja.

Así que al final les he dado un consejo de oro: Muchos tenéis que espabilaros, queridos hermanos. Santiago evangelizó España y supo sembrar la fe profunda y consistente que luego evangelizó América, y que dio tantos mártires y santos. 


Aquellos chicos del ¡podemos! de entonces, no eran los del podemos de hoy. Ni en la política, ni en la Iglesia
Fray Gerundio

sábado, 28 de junio de 2014

La Iglesia católica es la verdadera: Prolegómenos (5); Amor y "dependencia"

(véase nota de aclaración al final de este post)





Recordemos de nuevo lo que aparece ya en el Antiguo Testamento: "Dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gen 1,26). Esa fue la intención de Dios al crearnos, pues añade: "Y vio Dios todo lo que había hecho; y he aquí que era muy bueno" (Gen 1,31). Y situados en el Nuevo Testamento leemos lo que Pablo escribe a Timoteo:  "Todo lo creado por Dios es bueno y no hay que rechazar nada si se toma con agradecimiento" (1 Tim 4, 4). Y también: "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? (1 Cor 6,19) Dios está satisfecho de su obra y, en particular, de su obra más preciada y hermosa, que es el hombre que, no sólo ha sido creado, sino que, estando perdido, ha sido redimido por la sangre de Cristo: "Habéis sido comprados mediante un precio. Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo" (1 Cor 6,20).  De este modo, el ser humano, hombre o mujer, llega a ser tanto más "él mismo" cuanto más se parece a Dios, su Creador, a cuya imagen ha sido creado ... pero, sobre todo, cuanto más se parece a Jesucristo, en quien Dios se ha manifestado de un modo definitivo para que, en su humanidad podamos amarlo, amando también en Él su divinidad, pues no se entienden la una sin la otra.

De aquí se deriva la importancia de conocer cada día más y mejor al Señor, para poder así conformarnos con Él. Es muy importante que cobremos conciencia de que en la medida en que nos alejemos de Dios, manifestado en Jesucristo, en esa misma medida perdemos nuestra propia identidad. Lo que nos hace ser más "nosotros mismos", lo que nos embellece, es el acercamiento a Dios. La proximidad de Dios deja su impronta en nuestro ser que se hace, de este modo, luminoso. Es necesario abrir bien los ojos, despertar de nuestro sueño para darnos cuenta de la verdad de nuestra existencia, que se queda vacía si no dejamos que Jesucristo entre en nuestra vida. 


Cuando, haciendo uso del libre albedrío que Él nos dio al crearnos, elegimos estar "atados a Él", esta atadura nos libera: "Tomad sobre vosotros Mi yugo ... porque Mi yugo es suave y Mi carga es ligera" (Mt 11, 29-30), porque vemos las cosas con la propia mirada de Jesucristo; es decir, las vemos como son en realidad. Y entonces -si Dios nos lo concede- se nos pueden aplicar estas hermosas y maravillosas palabras de nuestro Maestro, cuando decía: "Si tu ojo es puro todo tu cuerpo estará iluminado" (Lc 11, 34).  


No es la "independencia" o la "autonomía", entendidas como ausencia de ataduras, lo que nos va a hacer "libres". Pensar así es estar en la mentira y no ver la realidad tal y como es. Cuando alguien elige algo, de alguna manera queda atado a aquello que elige. En ese sentido toda elección supone una pérdida de "libertad", o sea, una pérdida de "autonomía"... lo que es cierto, pero es incompleto ... Absolutamente hablando hay, efectivamente, una esclavitud con relación al objeto elegido cuando elegimos lo que nos perjudica (desde un punto de vista objetivo, aunque subjetivamente pensemos haber elegido lo mejor). 
La consecuencia de la elección, en estos casos, no sólo no produce una  mayor "autonomía" en nosotros sino que nos hace más esclavos. Los casos más llamativos, aunque no los únicos, son el sexo y las drogas; y, por supuesto el dinero, el poder, la fama, etc... Enferma el cuerpo y enferma también el alma: enferma la persona entera que comete pecado, según las palabras de Jesús que nunca fallan: "Todo el que comete pecado esclavo es del pecado" (Jn 8,34). 


En cambio, el que se deja elegir por Jesús, y no le pone obstáculos, aunque también queda ligado a Él .... se trata, sin embargo, de una ligadura de amor, una ligadura que se desea intensamente; y de la que no se quiere prescindir bajo ningún concepto, porque sabemos que sin ella seríamos verdaderamente desgraciados. Este sentimiento se corresponde con el verdadero amor. La opción por Jesús es la opción por la verdad, pues Él es la Verdad (Jn 14, 6); y es la opción por la libertad, pues sólo la verdad puede hacernos libres (Jn 8, 32). Si optamos por Jesús es porque lo amamos, lo que sólo es posible si tenemos su Espíritu; y ya sabemos que ... "donde está el Espíritu del Señor hay libertad" (2 Cor 3,17) 




La gran verdad de la vida, lo único que nos puede hacer felices, porque  para eso hemos sido creados, es el amor. Pero el amor entendido como Dios lo entiende, empezando por caer en la cuenta de algo tan simple como que el amor es siempre cosa de dos: se ama a alguien y se es amado por él.  El amor no piensa en sí mismo, no es egoísta. El que ama está dispuesto a todo por la persona amada. Sin ella su vida pierde el norte y se queda solo y triste. El que ama no desea ser "independiente", sino que estriba su felicidad en su dependencia de la persona amada. En el amor no hay servidumbre del uno hacia el otro; y aunque cada uno procura hacer la voluntad del otro y no la suya propia, esto no le hace ser esclavo (en el sentido peyorativo de esta palabra) porque eso es, precisamente, lo que desea, lo que quiereLibremente desea esa "atadura", ese "yugo". Nada teme más que quedarse solo: "Si uno cae su compañero lo levanta, pero ¡ay del que está solo y se cae! No tiene a nadie que lo levante" (Ec 4,10)


Necesitamos de los demás, aunque sea sólo para amarlos y para ser amados por ellos; eso está inscrito en nuestra naturaleza como seres creados por Dios a su imagen y semejanza (Gen 1,26) un Dios que es todo Amor (1 Jn 4,8). Hemos sido creados para amar y para ser amados. Cuando se entiende así la vida, entonces la mirada se aclara y todo encaja, todo adquiere su verdadera consistencia y es valorado en su verdadera dimensión. Aprendemos a ver las cosas y a las personas como lo que son, que es como Dios las ve"Y vio Dios que todo era muy bueno" (Gen 1,31). Y al hablar de Dios no hablamos de una idea subjetiva de Dios, donde cada uno puede tener la que le parezca. Al hablar de Dios estamos hablando del 
único y verdadero Dios quien, en la Persona del Hijo, se ha hecho un hombre como nosotros, sin dejar de ser Dios. Estamos hablando de Jesucristo


La Verdad que tanto anhelamos todos los hombres, hace referencia siempre al Amor de Dios, pero este Amor sólo se puede encontrar en Jesucristo. El caer en la cuenta de esto es fundamental, porque no sólo nos va en en ello el sentido de nuestra vida terrena, sino que, además, está en juego nuestra salvación eterna:  "En ningún otro hay salvación" (Hech 4,12). San Juan habla con toda claridad y con expresiones terminantes, que no admiten ningún tipo de ambigüedad (justo todo lo contrario de lo que hoy suele ocurrir): "¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ése es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre; el que confiesa al Hijo tiene también al Padre" (1 Jn 2, 22-23)


Aunque se utilice la palabra amor cuando se habla de la relación entre las personas que se quieren, es importantísimo tener las ideas claras: ¡si ese amor -hacia los demás- no proviene, no es consecuencia del amor y de la amistad con Jesús, entonces no cabe hablar de amor auténtico! pues "en esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: en que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos" (1 Jn 5,2). Se podría hablar, tal vez, de filantropía, de "solidaridad", etc... Sin embargo, ése no es el amor que Jesucristo vino a traernos, ése no es el amor cristiano. Estará todo lo bien que se quiera- yo no lo pongo en duda- ... ¡pero se trata de algo muy diferente!


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NOTA: El posible lector que haya sido capaz de llegar hasta aquí estará preguntándose -y con razón- qué relación existe entre el título de estas entradas y lo que yo escribo en ellas. Entono el "mea culpa" (¡a mí me ocurriría lo mismo si estuviera en su lugar!). Me veo, por lo tanto, en la obligación de explicar por qué he procedido así pues ... ¡no era ésta mi intención inicial! ... y a darle una "solución":


Al poco de empezar a escribir, se me pasó por la mente la siguiente pregunta:  ¿Cómo voy a hablar -y a explicar- que la Iglesia Católica es la verdadera si primeramente no tengo claro qué se entiende por verdad? De modo que (para ordenar -yo mismo- mis ideas) se me ocurrió decir algo primero sobre los conceptos de verdad, libertad, autoridad, diálogo, autonomía, amor, etc... porque, visto cómo está el mundo y visto que el sentido común escasea bastante, podría fácilmente ocurrir que el lector diera a mis palabras un sentido diferente de aquel que yo pretendo transmitirle. Así que pensé que, antes de comenzar el tema, propiamente dicho, al que titulé "La Iglesia Católica es la verdadera", era conveniente explicar primero el sentido con que utilizo determinados términos. Y ésta y no otra es la razón por la que he cambiado el título, siendo el nuevo título "La Iglesia católica es la verdadera: Prolegómenos" (sólo para las cinco primeras entradas). En la próxima entrada y siguientes, continuaremos con el título inicial, procurando ir ya directamente al grano, sin más rodeos ... ¡Bueno, eso espero! En las cuatro entradas anteriores pondré un link especial para dirigir así al lector a esta nota de aclaración. Siento haber sido motivo de confusión para algunos ... aunque espero que lo comprendan después de esta explicación. Gracias.


(Continuará)

viernes, 27 de junio de 2014

No juzguéis y no seréis juzgados (por Fray Gerundio)


[Al artículo original se accede pinchando aquí]

Esta enjundiosa sentencia ["No juzguéis y no seréis juzgados"] fue pronunciada por el Señor. Aparece concretamente en el evangelio de san Mateo -capítulo 7-, y también en otros evangelistas. Parece evidente que con ella nos quiere decir Jesús que no nos precipitemos en juzgar a los demás porque, al fin y al cabo, todos vamos a terminar siendo juzgados por Dios. Y en la misma medida que seamos jueces exigentes y abruptos con el prójimo, nos estamos labrando el que Dios lo sea también con nosotros. Paralelamente dejó dicho también el Maestro: "Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6,36). Me parece que hasta un niño de catequesis (de las de antes), puede entender esto con toda claridad.

La teología moral de siempre (no la de ahora, que lo pone todo en duda), nos decía al hablar del octavo mandamiento, que los juicios temerarios son aquellos que se emiten sin el suficiente fundamento, queriendo voluntariamente hacer daño, o bien teniendo la imprudencia y la excesiva ligereza por consejeras. Son pecado grave contra la justicia. Y nos dice Santo Tomás, que más vale engañarse muchas veces teniendo un buen concepto de un hombre malo, que hacerlo pensando mal de un hombre bueno (S. Th. II-II, 60, 4 ad 1).

Sobre algo de esto ha predicado el Papa esta semana. A propósito del pasaje de la pajita en el ojo ajeno o la viga en el propio, ha hecho un discurso de los suyos sobre el tema en cuestión. Pero habría que hacer algunas aclaraciones, siempre necesarias en el batiburrillo dialéctico de Francisco, dicho sea con todos los respetos. No sé si esto le suele pasar porque no estudia (dicen algunos que nunca estudió), o porque predica según le va insuflando “el espíritu”, pero claro está que, con tanta homilía espontánea en Santa Marta, es difícil tener la precisión del Aquinate. Aun así, se puede vislumbrar por dónde van los tiros.

Veamos algunas de las felices expresiones [del Papa], entresacadas del texto del noticioso vaticano:

Por eso, quien juzga se equivoca, simplemente porque toma un lugar que no es para él. Pero no sólo se equivoca, también se confunde (…) Confunde la realidad, es un fantasioso. Y quien juzga acaba derrotado, termina mal, porque la misma medida será usada para juzgarlo a él.

Jesús, delante del Padre, ¡nunca acusa! Al contrario: ¡defiende! Es el primer Paráclito. Después nos envía al segundo, que es el Espíritu Santo. Él es el defensor: está delante del Padre para defendernos de las acusaciones. ¿Y quién es el acusador?

En la Biblia, se llama ‘acusador’ al demonio, a Satanás. Jesús juzgará, sí: al final del mundo, pero mientras tanto intercede, defiende…En definitiva, quien juzga es un imitador del Príncipe de este mundo, que va siempre detrás de las personas para acusarlas delante del Padre.


Aparte de que me hace cierta gracia esta definición de primer paráclito y segundo paráclito, tan modernista ella (Raymond Brown la espetó en sus libros), he de confesar que mis neuronas frailunas no alcanzan a comprender estas palabras, que rezuman una vez más ambigüedad y falta de claridad doctrinal, rozando la falsedad -si es que se analiza el texto con cuidado-.

Todo el mundo sabe que un juicio verdadero es el que coincide con la realidad objetiva. Tan fácil como esto. Y la realidad objetiva del pecado la pone el pecado mismo, que ha sido además declarado como tal por Dios. Si yo veo a Pepito robando y digo: “Pepito está robando”, no estoy haciendo ningún juicio temerario, sino que estoy exponiendo un hecho que se puede ver. Vamos, lo que siempre se expresó en el castellano clásico diciendo pillar a uno con las manos en la masa. Entonces, puedo decir con toda tranquilidad y veracidad: “El que roba está en pecado, porque está transgrediendo el séptimo mandamiento”.

De modo similar, si la homosexualidad ha sido condenada como pecado en la Sagrada Escritura, el que comete ese pecado objetivamente, el que se enorgullece de ese pecado públicamente, el que practica ese pecado ante todos y se jacta de ello, es pecador. Si lo acuso de pecador, no estoy faltando a la caridad. Por supuesto que no habrá que juzgar de sus intenciones, porque esas solamente las conoce Dios, pero habrá que denunciar como pecado esas acciones concretas.

Cualquiera podría hacer esto, aunque es evidente que no a todo el mundo le corresponde la labor de denuncia sistemática del pecado. Lo tendrá que hacer de modo especial el Pastor de almas, si es que quiere llevarlas a buenos pastos y no darles gato por liebre. Y no digamos en el caso del Papa, que se supone que es Pastor de toda la Cristiandad (no sólo de Roma), y tiene el mandato específico de confirmar en la fe a sus hermanos (Lc 22,32). El Papa no podrá decir en público que Fulanito es homosexual. Por prudencia y caridad. Pero sí que podrá –y deberá– denunciar que la homosexualidad es pecado. Y que todo el que esté en esa situación está en pecado y debe arrepentirse y dejar de pasear sus vergüenzas en el Orgullo Gay de turno.

Resulta extraño que diga el Papa que Jesucristo no acusa, cuando el mismo Señor se propone como acusador de todos aquellos que le nieguen delante de los hombres: "A quien me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante mi Padre que está en los cielos" (Mt 11,33). Lógico: Por que el que niega a Jesucristo delante de los hombres lo está negando objetivamente, y el mismo Señor no hace distingos de si tenía o no buena voluntad al negarle.

Resulta extraño que diga el Papa que no podemos acusar de ninguna de las maneras, cuando vemos que el mismo San Pablo dice a los Corintios esta frase tan singular:

"Os escribí en mi carta que no tuvieseis trato con los fornicarios. Pero no me refería, ciertamente, a los fornicarios de este mundo, o a los avaros o a los ladrones, o a los idólatras, porque entonces tendríais que salir de este mundo. Lo que os escribí es que no os mezclaseis con ninguno que, llamándose hermano, fuese fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho o ladrón; con ese tal, ni siquiera toméis bocado. Pues ¿por qué voy yo a juzgar a los de fuera? ¿No es a los de dentro a quienes habéis de juzgar? A los fuera los juzgará Dios. Echad de entre vosotros al malvado" (1 Cor. 5, 9-13)

Claro que San Pablo no había leído al cardenal Kasper. Ni parece que tenía excesiva misericordia. Aunque me cuesta creer que el Apóstol de los Gentiles sea un imitador del Príncipe de este mundo, si atendemos a lo que dice Francisco.

De todos modos, en modo alguno me encaja que el Santo Padre utilice con tanta misericordia la ausencia de juicio para los homosexuales –¿quién soy yo para juzgar a un homosexual si tiene buena voluntad?– … … y al mismo tiempo juzgue con tanta violencia –incluso verbal–, a los mafiosos. Véanlo si no, en las palabras pronunciadas en el viaje a Calabria esta misma semana:

“Los que en su vida tienen el camino del mal, como son los mafiosos, no están en comunión con Dios, ¡están excomulgados!”

Uno de mis novicios, entusiasmado con estas acusaciones del Papa a los mafiosos, me quiso tomar el pelo diciendo que si yo estaba de acuerdo con ellas. Yo le respondí: ¿Y quién soy yo para juzgar a un mafioso, si tiene buena voluntad y busca a Dios? De hecho, muchos mafiosos seguro que colaboran en las obras de la Iglesia y bautizan a sus hijos, y se relacionan con cardenales, y reciben condecoraciones de la Iglesia. Justamente como los homosexuales de las parroquias gays de California o de Nueva York… ¿Por qué no condenar a unos y, extrañamente, por el contrario, sí condenar a otros? ¿No puede ser que haya cierto populismo y cierto oportunismo en estas diferentes actitudes?

Definitivamente, no lo entiendo. Yo creo que el Papa debe condenar tanto a homosexuales como a mafiosos. De no ser así, se expone a que su magisterio doctrinal quede al albur de las simpatías personales. Y si es que quiere repartir misericordina, entonces que la reparta para todos.


Mafioso "de buena voluntad"

jueves, 26 de junio de 2014

La Iglesia Católica es la verdadera: Prolegómenos (4); Pecado y "libertad"

[Antes de proceder a la lectura de esta entrada (obsérvese que ha cambiado el nombre que inicialmente tenía) sería conveniente leer la aclaración correspondiente. Ésta puede leerse pinchando aquí]


Y, sin embargo, "si alguno piensa ser algo, siendo nada, se engaña a sí mismo" (Gal 6,3), pues "nuestra capacidad viene de Dios" (2 Cor 3,5). Nadie puede vanagloriarse de sí mismo porque podría oír cómo el apóstol Pablo le recrimina: "¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?" (1 Cor 4,7). "El que se gloría, que se gloríe en el Señor" (2 Cor 10,17). Hagamos un poco de historia para situarnos luego, de nuevo, en el momento actual. Y veremos que, en el fondo, no hay tanta diferencia entre lo que ocurrió entonces y lo que está ocurriendo ahora, aunque hoy la culpa es mayor: "Si no hubiera venido ni les hubiera hablado -decía Jesús- , no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado" (Jn 15,22). Repasemos brevemente nuestros orígenes.
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Cuando Dios creó al hombre "lo colocó en el jardín del Edén para que lo trabajara y lo guardara; y el Señor Dios impuso al hombre este mandamiento: De todos los árboles del jardín podrás comer; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás" (Gen 2, 15-17). Luego creó a la mujer. "Ambos estaban desnudos, el hombre y su mujer, y no sentían vergüenza" (Gen 2,25).  Y los bendijo y les dijo: "Creced y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que reptan por la tierra" (Gen 1,28)

La situación del ser humano, antes del pecado, era realmente buena: gozaba de inocencia y de la amistad de Dios, en cuya presencia vivía, pues todos los días "se paseaba por el jardín a la hora de la brisa" (Gen 3,8); esta situación se hubiera transmitido a toda su descendencia. [Obsérvese, de paso, que la misión de trabajar es connatural al hombre: el trabajo no fue un castigo de Dios (sólo la pena que, a partir de entonces -no antes-, fue inherente al trabajo). También lo es la misión de procrear, transformándose así, hombre y mujer, en colaboradores de Dios en la hermosa tarea de traer nuevos seres humanos a este mundo. ¡Todo todo esto ocurrió antes del pecado! ... de modo que ni el trabajo ni la procreación son castigos de Dios sino realidades inherentes a la naturaleza del ser humano]




Sin embargo, tanto la mujer como el hombre se dejaron engañar. Echaron en olvido el mandato de Dios, y se dejaron seducir por el Diablo, que en forma de serpiente, los predispuso contra Dios: "No moriréis en modo alguno; es que Dios sabe que el día que comáis de él [del fruto del árbol que está en medio del jardín] se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal" (Gen 3, 5). 


Hicieron caso de la serpiente y desoyeron la voz de su Creador  y amigo. Prefirieron la "libertad" antes que estar sometidos a ningún tipo de mandato por parte de Dios: la propuesta de la serpiente les pareció "apetitosa": si desobedecían a Dios, entonces serían ellos mismos  los que decidirían lo que estaba bien y lo que estaba mal, sin que hubiese una autoridad exterior a ellos (aunque fuese su Creador y su Señor) que les advirtiera acerca de lo bueno y de lo malo. A sabiendas de que estaban siendo engañados hicieron caso a la serpiente, es decir, al Diablo. Conocemos las consecuencias: el pecado original se transmitió a toda su descendenciaTodos nacemos con este pecado, que no es un pecado personal [en el caso de Adán y Eva sí lo fue] puesto que no somos responsables de él: nosotros no lo cometimos ... pero sí lo hemos heredado:  "Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte; y así la muerte ha pasado a todos los hombrespor cuanto [en Adán] todos pecaron..." (Rom 5,12). 


En Adán estaba representada toda la humanidad que existía en aquel tiempo, reducida a dos personas: nuestros primeros padres. Su pecado personal, que les acarreó la muerte, se transmitió a toda su descendencia, que nace en pecado [pecado original, pecado de naturaleza, no personal] y que sufre también sus consecuencias, entre ellas el dolor y la  muerte. Por este pecado las puertas del Cielo están cerradas para nosotros, cuando nacemos; este pecado imposibilita la visión de Dios. Como sabemos, con la venida de Jesucristo, nuevo Adán, tenemos -de nuevo- la posibilidad de ver a Dios y de salvarnosEL REMEDIO [para ser librados de ese pecado y poder formar parte de la gran familia de los hijos de Dios; y convertirnos en miembros de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, con posibilidad de salvarnos] ES EL BAUTISMO. Por eso es tan importante que los niños sean bautizados cuanto antes, pues de morir sin bautizar irían al Limbo, un lugar en donde serían felices, pero sólo con una felicidad natural. Les habríamos privado, por nuestra negligencia, de la visión de Dios (Sobre el limbo ya he hablado en este blog).


En la raíz, en el origen de cualquier pecado personal hay siempre, de una manera u otra, un pecado de soberbia. Si lo pensamos, cada vez que pecamos tenemos tendencia a justificar nuestras acciones. ¿y esto por qué? Pues porque, en el fondo, lo que se busca, al pecar, es "liberarse" de la autoridad de Dios.  Ésta es considerada como una ataque a nuestra "libertad". 


Así les ocurrió a nuestros primeros padres: "pensaron" que si le hacían caso a la "serpiente" llegarían a ser, no solo iguales a Dios, sino incluso más que Dios; pues, en adelante, serían ellos (y no Dios, cuyo lugar ocuparían) los que decidirían lo que está bien y lo que está mal: afán de poder, de dominio, de ser "ellos mismos", sin que nadie les diga lo que tienen que hacer:  la autoridad  es considerada como algo que "oprime"; y ellos quieren ser "libres" y no estar oprimidos.  El engaño que permitieron, al ceder a la tentación y pecar, fue tremendo: hasta tal punto llegaron a creer que eso era así, que transmitieron esa creencia -ese engaño- a toda su descendencia; y sigue siendo así en la actualidad: en el origen de todo pecado está el rechazo a Dios, a quien se considera como un opresor de nuestra conciencia, y a quien, por lo tanto, hay que eliminar de la faz de la tierra. Un objetivo diabólico, como se puede ver. 

Aunque, claro está: "De Dios nadie se burla. Y lo que el hombre siembre eso mismo cosechará" (Gal 6,7). Si hay algo que estamos comprobando a diario, en nuestro propio cuerpo, es que "todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8,34). Esa aparente "libertad" (nacida de la mentira 'libremente' consentida) nos esclavizaSÓLO LA VERDAD LIBERA. Pero no cualquier verdad, sino una verdad muy concreta. Oigamos a Jesús: "Si permanecéis en mi palabra seréis en verdad discípulos míos; y conoceréis la verdad; y la verdad os hará libres" (Jn 8, 31-32). 




Con bastante frecuencia se nos pasa por la mente la famosa frase de Pilato: "¿Y qué es la verdad?" (Jn 18,38). Pero conocemos muy bien la respuesta a esa pregunta; una respuesta que, como siempre, proviene de Jesús:  "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6). Por lo tanto, la verdad a la que Jesús se refiere es Él mismo. [No es una verdad matemática ni conceptual: es una Persona]. Si le tenemos a Él estamos en la verdad y [junto a Él -y en Él-] somos auténticamente libres. Y lo somos porque si Él está en nosotros, es que su Espíritu está en nosotros, pues "donde está el Espíritu del Señor hay libertad" (2 Cor 3,17). El Espíritu de Jesucristo, como sabemos, es el Espíritu Santo, ese Gran Desconocido que se identifica con el Amor que Padre e Hijo se tienen mutuamente en el seno de la Trinidad; y del que somos hechos partícipes, por pura gracia. "El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado" 

(Rom 5, 5) 

De donde la Verdad se nos revela como Amor en Jesucristo. Y eso es lo único que produce en nosotros la verdadera liberación, que es la liberación del pecado y la unión con Dios. La libertad se nos ha dado para que lo elijamos a Él sin ningún tipo de coacción. Pero esa libertad alcanza su perfección cuando la elección que hacemos viene motivada por el Amor, cuando no concebimos nuestra vida si no es unidos a Jesucristo, mediante su Espíritu. 

No es el egoísmo sino el amor, y el amor entendido como Dios lo entiende,  lo único que nos puede liberar de verdad. Todo lo que nos aparte de Jesucristo (verdadero Dios y verdadero hombre) nos aparta de la Verdad, nos aparta de una vida con sentido, nos aparta del amor y nos hace desgraciados, porque el pecado siempre esclaviza, por más que se crea libre quien lo comete. Éste es el gran engaño del Diablo, el "Príncipe de este mundo" (Jn 12,31), que está consiguiendo su propósito de que los hombres renieguen de Dios y se transformen en unos auténticos monstruos. 



(Continuará)

lunes, 23 de junio de 2014

La Iglesia Católica es la verdadera: Prolegómenos (3) Verdad y libertad

[Antes de proceder a la lectura de esta entrada (obsérvese que ha cambiado el nombre que inicialmente tenía) sería conveniente leer la aclaración correspondiente. Ésta puede leerse pinchando aquí]

Continuemos con nuestro razonamiento: en primer lugar, hemos dicho que la verdad acerca de las cosas no depende de que las comprendamos o no. Lo real se nos impone. Y esto lo queramos o no, lo comprendamos o no. Esta realidad puede ser evidente, puede ser demostrada científicamente o puede que, aun siendo razonable, se encuentre en un ámbito tal que, no siendo contradictoria en sí misma, supere todas nuestras posibilidades de razonamiento: en este último caso nos adentramos en lo sobrenatural, en el terreno del misterio. En los tres casos considerados hay algo en común: la realidad. El hombre no crea la realidad, sino que está sometido a ella. Y este sometimiento a lo real, cuando se admite libremente, nos hace libres, porque nos sitúa en la verdad (no importando ya si ésta es o no evidente, si se puede o no se puede demostrar; o incluso si no hay manera humana de demostrarla y sólo se puede acceder a ella a través de la fe). 



El amor a la verdad es la actitud normal en un hombre normal (normalidad que, todo hay que decirlo, no abunda demasiado).  El que ama la mentira (y son muchos los que entran en este grupo "anormal") sólo se dejará conducir por sus propios intereses. Asentirá a lo que le interese y negará lo que no le interese. La opción por la mentira lleva al hombre a negar incluso lo que es evidente.  Y no tendrá ningún problema en negar aquello que haya sido demostrado científicamente, si tal demostración, por lo que sea, contraría sus "intereses" (lo hemos podido ver en el caso del aborto). Y, por supuesto, ... negará siempre, y esto de modo sistemático, todo aquello que perciba como sobrenatural. Admitirlo equivaldría a admitir una autoridad por encima de él, lo que sería un atentado a su "libertad".  

El hombre de hoy no está por la labor de que nadie le diga o le recuerde lo que es bueno y lo que no lo es: nadie tiene derecho a decidir por él acerca de la bondad o la maldad de las cosas. Sólo él puede decidirlo, conforme a su conciencia. Y lo que decida siempre será "lo correcto". Dios, por lo tanto, aparece como una amenaza a su "libertad". Esa es la razón última por la que el hombre quiere desterrar a Dios del horizonte proclamándose dios a sí mismo: Dios ha muerto y el hombre ha ocupado su lugar. ¡No hay otro dios que el propio hombre!  Volvemos de nuevo a la vieja tentación del  "Seréis como dioses" (Gen 3,5), que vuelve a surgir hoy con una fuerza insospechada.

(Continuará)

La Iglesia católica es la verdadera: Prolegómenos (2); verdad y soberbia

[Antes de proceder a la lectura de esta entrada (obsérvese que ha cambiado el nombre que inicialmente tenía) sería conveniente leer la aclaración correspondiente. Ésta puede leerse pinchando aquí]



La fe no es evidente para nadie, ni es algo que podamos conseguir con nuestras solas fuerzas, a base de razonamientos o de posesión de conocimientos.  Es un puro Don de Dios ... pero Dios [que nos ha manifestado su Amor de un modo pleno en su Hijo], nos la concederá si se la pedimos ... y lo hará sin tardar, porque lo está deseando, mucho más que nosotros. De modo que todos podemos jugar con ventaja ... si queremos.  Si no tenemos fe es porque no ponemos de nuestra parte, o sea, porque no queremos, puesto que la voluntad de Dios es muy clara, en este sentido


Pues bien: si a alguiencomo digo, por pura gracia, se le ha concedido el don de la fe, entonces la seguridad que posee es infinitamente superior a la que pueden proporcionarle la ciencia o incluso la misma evidencia"La fe es una convicción de las cosas que se esperan, argumento de las realidades que no se ven" (Heb 11,1). 


Antes de continuar, es necesario no olvidar que si algo es verdad lo seguirá siendo independientemente de que lo comprendamos o no, independientemente de lo que opinemos o dejemos de opinar


Eso por una parte. Y por otra, debemos de tener muy claro que, por desgracia, el hombre es capaz de negar incluso lo que es evidente para todos (y por muy demostrado que esté). Esto no es un invento mío. Pondré sólo un ejemplo de gran actualidad. Reflexionemos sobre la siguiente afirmación: "El aborto es un crimen". Cualquier persona, en su sano juicio, sabe que se trata de una verdad evidente por sí misma (esto siempre se ha sabido y es de sentido común). Pero, por si alguien aún tuviera alguna duda, está demostrado científicamente que hay vida humana real desde el momento mismo de la concepción. Muy bien: pues aun así, hay muchas personas que niegan esa afirmación ...  y dicen que el aborto no es ningún crimen ... ¡y no sólo no es ningún crimen, sino que, según estas personas, el aborto es un derecho que tiene la mujer! ... [¿derecho a matar al hijo de sus entrañas?] y se quedan tan panchos: argumentan de modo irracional [en un atentado a la propia razón], queriendo justificar lo injustificable sin ningún tipo de argumento plausible ni lógico: el único "argumento" es su propio egoísmo y lo que llaman "atentado contra la "libertad" de las mujeres que desean abortar" [¿"libertad" para matar?]  ... ¡Parece que eso les tiene sin cuidado! ... O sea, que no tienen ningún argumento racional, porque no lo hay. Por increíble que esto parezca es, sin embargo, lo que está sucediendo: a los hechos me remito. ¿Cómo explicar, si no, la existencia de un lobby pro-abortista?


¿Existe algún modo de entender esta barbaridad? ... Si algo está claro es que la defensa del aborto es algo irracional, bárbaro y cruel; y no es, en absoluto, "razonable". No tiene una explicación "humana". Porque, ¿cómo es posible defender un crimen -asesinato de una criatura humana inocente e indefensa- y quedarse como si nada? La defensa del aborto, que hoy se está produciendo por doquier, es estremecedora y la gente vive tan tranquila ...  ¡Es verdad que ha sido engañada, pero también lo es que se ha dejado engañar: ambas cosas! 


El verdadero problema tiene una profundidad tal que se nos escapa, pues de lo que se trata [por lo que parece y por lo que se ve, para el que quiera ver] es de la consecución del siguiente OBJETIVOnada ni nadie, ni siquiera los hechos evidentes y demostrados, puede estar por encima de la "libertad" del hombre que es quien decide, como un nuevo dios (como el único dios, pues no hay otro) lo que es y lo que no es, lo que está bien y lo que no lo está.  En el caso concreto del aborto, no hay más que cambiarle el nombre. En adelante no se va a llamar aborto sino "interrupción voluntaria del embarazo" (IVE). No se mata a nadie. Lo que lleva dentro una mujer embarazada no es ninguna persona humana, etc... Mentiras y mentiras, repetidas hasta la saciedad. Debido al gran poder de los mass-media y del Sistema -un Sistema que se opone a Dios- se está llegando a una situación en la que todo aquello que siempre ha sido considerado como aberrante (¡porque lo es!) se está viendo ya como algo "normal".  Y quien disienta de ello es considerado como un retrógrado, que se opone al progreso. Al imperar la mentira (¡ya sabemos quien es el padre de la mentira y de todos los mentirosos!), la gente está llegando hasta unos extremos inimaginables de maldad y de perversidad

Me viene a la mente la conocida máxima atribuida a Lenin, comunista ruso que murió hace noventa años, en 1924, responsable de la muerte de millones de personas (junto con Stalin): "Si los hechos están en nuestra contra ... peor para los hechos".  ¡Tremendo misterio de iniquidad es éste del pecado, que nos lleva a querer cambiar la realidad tal como ha sido creada por Dios y sustituirla por la que nosotros nos vayamos forjando! La soberbia del ser humano, que no permite que nadie (ni siquiera Dios, y Dios menos que nadie, porque él ha decidido que Dios no existe) le diga cómo son las cosas.  La Historia es maestra de vida[aunque, por desgracia, apenas se conoce la historia y lo poco que se conoce suele estar, con muchísima frecuencia, falseado]. Y los hechos son los hechos, por más que se los niegue o se los ignore ... como lo muestra la Historia. Pero quien sale perdiendo siempre, cuando se prefiere la mentira, es el ser humano... ¡No, no es peor para los hechos ... es peor para nosotros, cuando negamos los hechos! El que niega la verdad se aparta de la luz, porque no quiere que se conozca el mal que hace. La consecuencia es que no aprende de sus errores y queda sumido en la miseria, arrastrando consigo  a muchos otros. La mentira, consentida y promovida, daña y conduce siempre a la autodestrucción, de modo inevitable ... es cuestión de tiempo ... y, además, de poco tiempo.  



(Continuará)