EXSURGE, DOMINE
Sandro Magister ha escrito un artículo en el que acusa abiertamente a Mons. Carlo Maria Viganò, arzobispo y Nuncio emérito de EE.UU, de estar al borde del cisma.
Don Sandro sostiene que:
– Viganò se acerca al cisma por mantener que el CVII supone una ruptura con el Magisterio anterior.
– Viganò se acerca al cisma al acusar a Benedicto XVI por sus
“intentos fracasados de corrección de los excesos conciliares invocando
la hermenéutica de la continuidad“
¿Qué se le ocurre a Magister para rebatir a Viganò? Darle la palabra a Benedicto XVI. ¿Cómo? Recordando “su memorable discurso a la curia vaticana en la vigilia de Navidad de 2005“.
Y ya les adelanto que se trata de un discurso en el que junto con el
que pronunció al año siguiente, Benedicto XVI sostiene sobre el CVII
exactamente lo mismo que Mons. Lefebvre. Uno, el Papa alemán, para
reafirmar los cambios. Otro, el arzobispo francés, para condenarlos.
Y, OJO AL DATO, el propio Magister reconoce lo siguiente:
“Efectivamente, es innegable que sobre la libertad religiosa el Concilio Vaticano II marcó una clara discontinuidad, por no decir una ruptura, con la enseñanza ordinaria de la Iglesia del siglo XIX y principios del XX, claramente antiliberal”.
Es decir, Magister reconoce que Viganó tiene razón. Sin reconocerlo, a
la vez, le da la razón a Lefebvre al calificar de ruptura el CVII
respecto al Magisterio anterior. Y reconoce que Benedicto XVI admite tal
hecho pero a la vez pretende que donde hay discontinuidad y ruptura en
realidad hay a la vez continuidad.
Vamos al discurso del papa alemán. Cito:
El concilio Vaticano II, reconociendo y haciendo
suyo, con el decreto sobre la libertad religiosa, un principio esencial
del Estado moderno, recogió de nuevo el patrimonio más profundo
de la Iglesia. Esta puede ser consciente de que con ello se encuentra
en plena sintonía con la enseñanza de Jesús mismo (cf. Mt 22, 21), así como con la Iglesia de los mártires, con los mártires de todos los tiempos.
Benedicto XVI reconoce, pues, que el CVII asume el principio del
estado moderno a la hora de definir la libertad religiosa. Poco después,
ratifica que eso supone una novedad que corrige la enseñanza anterior
de la Iglesia. Y no contento con ello, afirma que esa aparente (sic)
discontinuidad es cosa maravillosa:
El concilio Vaticano II, con la nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y ciertos elementos esenciales del pensamiento moderno, revisó o incluso corrigió algunas decisiones históricas, pero en esta aparente discontinuidad mantuvo y profundizó su íntima naturaleza y su verdadera identidad.
Por si la cosa no había quedado clara en las Navidades del 2005, al año siguiente el papa Benedicto XVI volvió a explicar en qué consistió el Concilio Vaticano II. Y lo hizo de forma aún más contundente:
En el diálogo con el islam, que es preciso intensificar,
debemos tener presente que el mundo musulmán se encuentra hoy con gran
urgencia ante una tarea muy semejante a la que se impuso a los cristianos desde los tiempos de la Ilustración y que el concilio Vaticano II, como fruto de una larga y ardua búsqueda, llevó a soluciones concretas para la Iglesia católica.
Se trata de la actitud que la comunidad de los fieles
debe adoptar ante las convicciones y las exigencias que se afirmaron en
la Ilustración. Por una parte, hay que oponerse a una dictadura de la
razón positivista que excluye a Dios de la vida de la comunidad y de los
ordenamientos públicos, privando así al hombre de sus criterios
específicos de medida. Por otra, es necesario aceptar las
verdaderas conquistas de la Ilustración, los derechos del hombre, y
especialmente la libertad de la fe y de su ejercicio, reconociendo en ellos elementos esenciales también para la autenticidad de la religión.
Como ven ustedes, Benedicto XVI admite que el Concilio Vaticano II
asume el principio de libertad religiosa de la Ilustración y del estado
moderno. Y no contento con ello, afirma que ello supone para la Iglesia
asumir de nuevo -antes no lo hacía- la enseñanza de Jesús, recoger el
testigo de la Iglesia de los mártires y sostener la autenticidad de la
religión.
Llegados a este punto, y antes de seguir, es necesario plantear algunas preguntas y dar las respuestas:
– ¿Es cierto que desde la Ilustración hasta el Concilio Vaticano II
los Papas habían condenado expresamente la libertad religiosa?
Sí. Creo innecesario llenar este artículo de citas pontificias.
– ¿Es cierto que esa condena unánime era de carácter magisterial?
Sí. tanto por la naturaleza de los textos de los Papas como, sobre
todo, porque se basaba en un principio elemental de la fe católica: el
error no tiene derechos. Puede llegar a ser tolerado, ciertamente, pero
derechos… ninguno. Lean ustedes Libertas Praestantissimum de León XIII.
– ¿Ese magisterio pontifico preconciliar versaba sobre una doctrina fundamental para la fe católica?
Sí, porque entra de lleno en la cuestión del Reinado Social de
Cristo. Y si alguien sostiene que la doctrina sobre la soberanía de
Cristo sobre lo espiritual, lo temporal y los individuos y la sociedad
(véase Quas Primas
de Pío XI) es un tema menor y desechable, ya puede ir dejando de
celebrar la Solemnidad de Cristo Rey, lo cual es lo mismo que dejar de
confesar a Cristo. Eso, señores, es apostasía.
Nadie puede negar que el camino indicado por Pío XI..:
Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos
los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades
de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste
que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros
tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables
intentos; y vosotros sabéis, venerables hermanos, que tal impiedad no
maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las
entrañas de la sociedad. Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la
religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y
rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder
civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y
magistrados. Y se avanzó más: hubo algunos de éstos que imaginaron
sustituir la religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos
sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder
pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el
desprecio de Dios.
… no es otro que el camino de apostasía iniciado en la Reforma
protestante y, sobre todo, a partir de la Ilustración. Esa que Benedicto
XVI alaba diciendo que obtuvo grandes logros. Esa cuya doctrina en
materia de libertad religiosa asumió el Concilio Vaticano II.
No es de extrañar que Mons. Athanasius Schneider (¿otro cismático?) relacione el CVII
con el sincretismo de Asís y el sincretista documento de Abu Dhabi, en
el que se afirma que Dios quiere la pluralidad de las religiones.
Pluralidad que vimos actuar a pecho descubierto durante la celebración
pagana en honor a la Pachamama en los jardines del Vaticano en octubre
del año pasado, en pleno Sínodo para la Amazonia.
¿Quién es el cismático, señores míos? ¿Qué creen que le habría pasado
a un obispo anterior al CVII si hubiera dicho que era necesario
reconocer y asumir que la Ilustración había reconquistado la verdadera
doctrina sobre los derechos del hombre y la libertad religiosa?
Amicus Plato, sed magis amica veritas
¡¡Viva Cristo Rey!!
Luis Fernando Pérez Bustamante