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domingo, 29 de julio de 2018

¿A quién iremos, Señor? Sólo tú tienes palabras de vida eterna (José Martí) [3 de 4]

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Es una nota esencial de la verdadera Iglesia la fidelidad al depósito recibido¿Por qué queremos inventar una nueva doctrina diferente a la que ya hay y -además- seguir llamándola Iglesia Católica? Esto es algo diabólico. Si  llegara a producirse, porque Dios lo permitiera, podemos tener la absoluta seguridad de "tal iglesia" no sería la Verdadera Iglesia, ni la Palabra de Dios que escuchásemos sería la auténtica.

De hecho -y como un precedente- según la Carta Apostólica en forma de Motu Proprio “Magnum Principium son ya las distinta Conferencias Episcopales, desde el 1 de octubre de 2017, las que se hacen cargo de las traducciones a las lenguas vernáculas. Esto dará lugar, con total seguridad, a graves problemas de índole teológico y a la desunión de los católicos, en contra del deseo de Jesús: "Que sean uno como nosotros somos uno: Yo en ellos y Tú en Mí, para que sean consumados en la unidad" (Jn 17, 22-23). Si esto ya estaba ocurriendo de hecho, pues hay muchas traducciones de la Biblia, en la actualidad, que no son fieles al original de la Vulgata ... ahora el problema se agravará, con este Motu Proprio que deja manga ancha a esas traducciones. Y la unidad de los católicos, que ya es muy pobre, se irá diluyendo paulatinamente. ¿Por qué? Pues, más que nada, porque en esas traducciones se dará una ambigüedad tal que dará lugar a que se pongan en duda todas o gran parte de las verdades de fe, siendo así que el Contenido de las Sagradas Escrituras ha de ser respetado íntegramente, sin añadir ni quitar nada ... y esto independientemente de los tiempos o lugares en los que se predique el Evangelio.

Se habla mucho de que "la doctrina no se toca", pero los hechos cantan una canción diferente. Hoy se hace mucho hincapié, desde la Jerarquía, en justificar todas las medidas que se están tomando, diciendo que sólo tienen como objetivo la llamada "pastoral", es decir, que de lo que se trata es de conseguir, de un modo más eficaz, que el Evangelio se comprenda mejor y pueda llegar así a todo el mundo. Esta idea, en sí misma -y sin otras consideraciones- es buena ... pero se requiere, para que se produzcan buenos frutos, que vaya siempre por delante -sin ningún tipo de alteración sustancial- la fidelidad a la doctrina de siempre, a la Doctrina multicelular de la Iglesia.

En otras palabras: pueden haber distintos enfoques con respecto a la Evangelización,  pero siempre desde la fidelidad a la Doctrinasólo así se podrá hablar de una buena pastoral; sólo así la gente a quienes les llegue el Mensaje de Jesús estarán realmente unidas en Él, pues todos sabrán a qué atenerse en lo que se refiere al conocimiento de Cristo. Si no hay tal fidelidad, entonces habrá muchos que pensarán que son cristianos  (católicos) cuando en realidad el "dios" que se les predica tiene muy poco que ver con el auténtico Dios, revelado en Jesucristo, quien es verdadero Dios y verdadero hombre. Éste es -a mi entender- el gran problema que tiene hoy en día la Iglesia: la falta de fidelidad a la Doctrina de siempre. Se ha perdido la fe en Jesucristo, el Único en quien es posible la salvación . 

Decir, por ejemplo, como dijo el papa Francisco: 
«los que son cristianos, con la Biblia, y los que son musulmanes, con el Corán», porque «uno solo es DIos: el mismo» ... es un grave error doctrinal, que no se atiene a verdad, desde el momento en que Dios se ha revelado en Jesucristo. Si se cree en Jesucristo, debemos creer en sus palabras, que son éstas: "Quien no está conmigo, está contra Mí" (Mt 12, 30). "Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre" (1 Jn 2, 23). "Yo soy la Verdad" (Jn 14,6), etc ... Las palabras de Jesús son clarísimas. Y lo que quieren decir es lo que dicen. No admiten ninguna otra interpretación que lo que se dice en ellas, tal y como se dice. 


¿A quién hacemos caso, entonces? ¿A lo que dice Jesús y el Magisterio perenne de la Iglesia, el que guarda fielmente el Depósito recibido ...  o a lo que dicen los demás, no importa la categoría eclesial que ostenten? Esa decisión debemos de tomarla ante Dios, porque lo que está en juego es nada más y nada menos que nuestra salvación o nuestra condenación eterna. Y esto no es ningún invento mío, sino que es Doctrina perenne de la Iglesia, que no puede ser modificada ni cambiada por nadie, ni siquiera por ningún Papa, por muy Papa que sea.

La primera regla a seguir (y yo diría que la única, al menos en el momento actual) para que se pueda hablar de una pastoral auténtica y eficaz es la de predicar la Verdadera Doctrina Católica, de modo íntegro ... sin añadidos ni interpretaciones modernistas, tan al uso, que sólo sirven para apartar a la gente de Dios.  El modernismo que, como caballo de Troya, se ha infiltrado en la Iglesia desde hace, al menos, cincuenta años, ha producido sus "frutos venenosos" y está consiguiendo el fin masónico del Nuevo Orden Mundial, en el que el verdadero Dios no cuenta para nada; es más, no existe. Sólo cuenta el hombre.  No hay otra religión posible si no es la "democracia": eso sí, entendida ésta en un sólo sentido, que no es el de la mayoría real verdadera, sino aquel que decidan desde el Poder, un Poder que está bajo el Maligno, que es quien -prácticamente- domina hoy el mundo. Hay infinidad de personas que todavía siguen pensando en esa gran mentira llamada "democracia", por la que sienten "veneración", sin saber exactamente lo que significa. Decirle a alguien que no es demócrata es el mayor "pecado", si es que tiene sentido hoy hablar de pecado.

Lo cierto y verdad es que la gente no conoce al Señor y, por eso mismo, es desgraciada.  Como venimos diciendo, hay infinidad de "pastores" en todo el mundo (y cuyo número va en aumento) que "enseñan" a la gente "verdades" que no son tales y que no reflejan fielmente -e incluso traicionan- la Palabra de Dios. Son falsos pastores, lobos disfrazados con piel de oveja. Serán juzgados por Dios, como lo seremos todos, aunque su responsabilidad es mucho mayor, pues es mayor el daño que hacen a la Iglesia, minándola desde dentro. 

Por eso, si hubiera que encontrar una respuesta para explicar la situación en la que se encuentra hoy la Iglesia, tal vez (y sin tal vez) habría que acudir al hecho de que muchos de los que tienen que transmitir la fe al pueblo cristiano, ellos mismos la han perdido. Y no se puede enseñar aquello que no se sabe, o mejor -en este caso- aquello que no se vive.  

Estoy hablando en términos generales, porque me consta de que, gracias a Dios, aún quedan pastores fieles al Evangelio y a la Tradición de la Iglesia; así como también fieles católicos que los siguen, porque escuchan -y ven- en ellos al mismo Jesús, al buen Pastor.  Una gran pena que este número de fieles vaya siendo cada vez menor ... aunque Dios proveerá, sin duda alguna.


José Martí (continuará)

Mensaje de Amparo Medina, a Legisladores de Argentina, sobre los anticonceptivos y el aborto.


Duración 5:50 minutos

McCarrick Renuncia a su cardenalato – Castigado con la reclusión, la oración y la penitencia



El papa Francisco aceptó la renuncia del cardenal de Washington, Theodore McCarrick, de 88 años, al Colegio de Cardenales, debido a las acusaciones de abuso homosexual.

Al mismo tiempo, Francisco lo suspendió como obispo y le ordenó vivir en reclusión, oración y penitencia “hasta completar el proceso canónico” que todavía no ha comenzado.

McCarrick presentó su carta de renuncia el viernes por la tarde.

El jesuita francés Louis Billot fue el último cardenal al que se le permitió renunciar a su cargo en setiembre de 1927, a causa de las controvertidas acciones de Pío XI contra la Acción Francesa.

Damian Thompson señala que “el cambio histórico” al hacer afrontar a figuras de alto rango de la Iglesia las consecuencias de su acción “tiene que ver más con el New York Times que con un nuevo espíritu de reforma”. Los prelados liberales generalmente se protegen uno al otro.

Los problemas homosexuales no eran un misterio. Antes que Juan Pablo II lo promoviera a Washington, un grupo de laicos viajó a Roma para convencer al Papa que no avanzara con su nombramiento.

El depredador sexual Teddy McCarrick ya no es cardenal de la Iglesia Católica (Carlos Esteban)



Al fin, el Vaticano ha aceptado la renuncia del Cardenal Theodore “Tío Teddy” McCarrick, a quien se expulsa del Colegio de Cardenales. Pero actuar contra un anciano retirado de casi 90 años no puede ser sino un comienzo de una purga mucho mayor.

Anuncia la página oficial de la Santa Sede que el Papa Francisco ha aceptado la dimisión del Cardenal McCarrick, acusado de abusos sexuales a menores hace décadas, de la dignidad de cardenal.

Además, ha ordenado Su Santidad su suspensión de cualquier ministerio público, junto con la obligación de permanecer en una casa a determinar, para dedicarse a una vida de oración y penitencia hasta que un juicio canónico regular determine su responsabilidad frente a las acusaciones.

El nonagenario McCarrick, arzobispo emérito de Washington, llevó una larga carrera en la que compatibilizó una vida de depredador homosexual, ampliamente conocida, con una enorme influencia en los círculos de la jerarquía católica americana, siendo determinante en el nombramiento de varios obispos.

Al fin. Pero un fin que solo puede ser un principio. Pensamos, por ejemplo, en el Cardenal Kevin Farrell, amigo personal de McCarrick, con quien convivió seis años en los que, misteriosamente, no advirtió nada de lo que era un secreto a voces entre sus colegas. Nos planteamos si es el hombre adecuado para presidir un dicastario tan sensible como el de los Laicos, la Familia y la Vida.
Y nos contestamos: No, ni de broma

Carlos Esteban

sábado, 28 de julio de 2018

Humanae vitae: una encíclica valiente pero no profética (Roberto de Mattei)



Reproducimos el texto de una entrevista de Diane Montagna al profesor Roberto de Mattei publicada en el portal canadiense LifeSiteNews el 24 de julio de 2018

El 25 de julio de 1968 Pablo VI publicó la encíclica Humanae vitae. Cincuenta años después, ¿cuál es su juicio histórico de la misma?

Humanae vitae es una encíclica de gran relevancia histórica, porque recuerda que existe una ley natural inmutable en una época en que el punto de referencia de la cultura y de las costumbres era la negación de unos valores que son permanentes a lo largo de la historia.

El documento de Pablo VI fue además una respuesta a la revolución eclesiástica que desde la clausura del Concilio Vaticano II atacaba a la Iglesia desde dentro. Hay que dar las gracias a Pablo VI por no ceder a las tremendas presiones de los medios y los grupos de presión que pretendían modificar las enseñanzas de la Iglesia en este sentido.

Contra lo que muchos afirman, usted sostiene que Humanae vitae no fue un documento profético. ¿Por qué?

En el lenguaje corriente se entiende por profecía la capacidad de prever sucesos futuros a la luz de la razón iluminada por la Gracia. Desde esta perspectiva, en los años del Concilio Vaticano II fueron profetas 500 padres conciliares que exigieron la condena del comunismo previendo que por ser un mal intrínseco se desmoronaría pronto, mientras que no fueron profeta los que se opusieron a dicha condena, convencidos de que el comunismo tenía su lado bueno y duraría siglos. En aquellos mismos años se difundió el mito de la explosión demográfica, y todos hablaban de la necesidad de reducir el número de nacimientos.

No fueron profetas aquellos que, como el cardenal Suenens, pidieron que se autorizara la anticoncepción para limitar los nacimientos, mientras que sí lo fueron padres conciliares como los cardenales Ottaviani y Browne, que se oponían dichas demandas recordando las palabras del Génesis, creced y multiplicaos. El problema que afronta actualmente el Occidente cristiano no es desde luego el de la superpoblación, sino el desplome demógrafico. Humanae vitae no fue una encíclica profética, porque aceptaba el principio de la regulación de nacimientos, bajo la forma de una paternidad responsable, aunque sí fue un documento valiente porque reiteraba la condena de los métodos anticonceptivos y del aborto. En este sentido sí que merece conmemorarla.

Algunos han insinuado que Humanae vitae presenta una nueva doctrina, recordando la inseparabilidad de los dos fines del matrimonio, el procreativo y el unitivo, y colocándolos en pie de igualdad. ¿Está de acuerdo?

La inseparabilidad de los fines del matrimonio es parte de la doctrina de la Iglesia, y Humanae vitae lo recuerda como es debido. Ahora bien, para evitar malinterpretaciones, es importante recordar que hay una jerarquía de los fines. Según la doctrina de la Iglesia, el matrimonio es, por naturaleza, una institución de carácter jurídico-moral, elevada por el cristianismo a la dignidad de sacramento. Su fin principal es la procreación, que no es una mera función biológica ni puede separarse del acto conyugal.

Es más, el matrimonio cristiano tiene por objeto dar hijos a Dios y a la Iglesia para que sean futuros ciudadanos del Cielo. Como enseña Santo Tomás (Summa contra gentiles, 4, 58), el matrimonio hace a los esposos «propagadores y conservadores de la vida espiritual», la cual consiste en engendrar la prole y educarla para el culto divino. Los padres no comunican directamente la vida espiritual a sus hijos, pero deben encargarse de su formación, transmitiéndoles el legado de la fe, empezando por el bautismo. A este objeto, el fin principal de matrimonio supone también la educación de los hijos; obra que, como afirmó Pío XII en un discurso el 19 de mayo de 1956, por su alcance y sus consecuencias sobrepasa ampliamente la de la generación.

¿Qué autoridad magisterial tiene la Humanae vitae?

A fin de atenuar el desencuentro doctrinal con los católicos partidarios del control de natalidad, Pablo VI no quiso dar un carácter definitorio a la encíclica. Pero la condena de la anticoncepción sí puede considerarse un acto infalible del magisterio ordinario, por cuanto reitera lo que siempre se ha enseñado: que todo uso del matrimonio en que se impida por medio de métodos artificiales el acto conyugal de transmitir la vida vulnera la ley natural y constituye una culpa grave. La primacía conyugal de procrear también se puede considerar doctrina infalible del magisterio ordinario, porque, afirmada de modo solemne por Pío XI en Casti connubii, la reiteró Pío XII en su fundamental Discurso a las comadronas del 29 de octubre de 1951.

Pío XII declara sin ambigüedades: «La verdad es que el matrimonio, como institución natural, en virtud de la voluntad del Creador, no tiene como fin primario e íntimo el perfeccionamiento personal de los esposos, sino la procreación y la educación de la nueva vida. Los otros fines, aunque también los haga la Naturaleza, no se encuentran en el mismo grado del primero y mucho menos le son superiores, sino que le están esencialmente subordinados. Esto vale para todo matrimonio, aunque sea infecundo; como de todo ojo se puede decir que está destinado y formado para ver, aunque en casos anormales, por especiales condiciones internas y externas, no llegue nunca a estar en situación de conducir a la percepción visual.».

A este respecto el Papa recuerda que la Santa Sede, en un decreto público del Santo Oficio, «decretó que no podía admitirse la opinión de algunos autores recientes que negaban que el fin primario fuera la procreación y la educación de la prole, o bien enseñan que los fines secundarios no están esencialmente subordinados al primario, sino que son equivalentes e independientes de él» (S.C.S.Officii, 1 de abril de 1944, Acta Apostolica Sedis vol.36, año 1944).

En su artículo, usted pone de relieve que un elemento nuevo que surge del libro de monseñor Marengo es el texto completo del primer borrador de la encíclica de Pablo VI, que llevaba por título De nascendi prolis. Esta encíclica se convirtió más tarde en la Humanae vitae. ¿Nos podría decir algo sobre dicha transformación?

La historia de la Humanae vitae es compleja y turbulenta. Empieza por el rechazo, por parte de los padres conciliares, del esquema preparatorio sobre la familia y el matrimonio redactado por la comisión preparatoria del Concilio y aprobado por Juan XXIII. El principal artífice del cambio de rumbo fue el cardenal Leo-Joseph Suenens, arzobispo de Bruselas, que influyó profundamente en la declaración Gaudium et spes, y dirigió la comisión ad hoc sobre la regulación de nacimientos nombrada por Juan XXIII y ampliada por Pablo VI.

En 1966 esa comisión elaboró un texto en el cual la mayoría de los redactores se declaraba a favor del control de natalidad. Siguieron dos años de polémica y confusión, como confirman los documentos que acaba de publicar monseñor Marengo. Al informe de la mayoría, dado a conocer en 1967 por el National Catholic Report, se contrapone un informe de la minoría que se oponía al empleo de métodos anticonceptivos. Pablo VI nombró entonces un nuevo grupo de estudio, dirigido por su teólogo, monseñor Colombo. Al cabo mucho debate se llegó a la redacción de De nascendi prolis, pero entonces se produjo un giro inesperado, porque los traductores franceses expresaron serias reservas sobre el documento. Pablo VI hizo nuevas modificaciones, y finalmente, el 25 de julio de 1968, se publicó Humanae vitae.

La diferencia entre ambos documentos radicaba en que el primero era de naturaleza más doctrinal y el segundo tenía un carácter más pastoral. Según monseñor Marengo, se percibía «la voluntad de evitar que el empeño de lograr claridad doctrinal se interpretase como rigidez insensible». Aunque se confirmaba la doctrina tradicional de la Iglesia, la doctrina de los fines del matrimonio no se expresaba con suficiente claridad.

Dice usted en su artículo que Juan Pablo recalcó enérgicamente las enseñanzas de Humanae vitae, pero que el concepto de amor conyugal que se difundió durante su pontificado a dado origen a numerosos malentendidos. ¿Podría decirnos algo más a este respecto?

Guardo gratitud a Juan Pablo II por su clara reiteración de los absolutos morales que hizo en Veritatis splendor. Pero la teología del cuerpo de Juan Pablo II, tomada en parte del nuevo Código de Derecho Canónico y del nuevo Catecismo, expresa un concepto del matrimonio centrado casi exclusivamente en el amor conyugal. Al cabo de cincuenta años es necesario tener el valor para hacer una reevaluación objetiva de la cuestión, con la única motivación de la búsqueda de la verdad y del bien de las almas.

Los frutos de la nueva pastoral están a la vista de todos. El control de natalidad goza de amplia difusión en el mundo católico, y se lo justifica con un concepto distorsionado del amor y el matrimonio. Si no se deja sentada la jerarquía de los fines, se corre el riesgo de que suceda precisamente aquello que se quiere evitar, es decir, la tensión, el conflicto y, en definitiva, la separación de los dos fines del matrimonio.

Pero, ¿acaso el vínculo matrimonial no es también símbolo de la unión íntima de Cristo con la Iglesia?

Efectivamente, pero la célebre expresión de San Pablo (Ef. 5, 32) se suele aplicar casi siempre al acto conyugal, aunque el amor conyugal no es sólo amor sensible, sino ante todo amor racional. El amor racional, elevado por la caridad, se convierte en una forma de amor que sobrenatural y santifica el matrimonio. El amor sensible puede degradarse hasta considerar la persona del cónyuge como un objeto de placer. Este peligro se corre tambiénn cuando se pone excesivamente el acento en el carácter esponsalicio del matrimonio.

Es más, refiriéndose a la ilustración de la unión de Cristo con su Iglesia, Pío XII afirmó: «Tanto en el uno como en la otra la donación de sí es total, exclusiva e irrevocable. Tanto en un caso como en otro el esposo es cabeza de la esposa, que le está sujeta como al Señor (cf. íbid., 22-33); tanto en el uno como en la otra la donación mutua se convierte en principio de expansión y fuente de vida» (Discurso a los nuevos esposos, 23 de octubre de 1940).

Hoy en día se pone el acento exclusivamente en la donación recíproca, y se pasa por alto que el hombre es cabeza de la mujer y de la familia, así como Cristo lo es de la Iglesia. La negación implícita de la primacía del marido sobre la mujer es análoga a la negación de la prioridad del fin procreativo sobre el unitivo, lo cual introduce en el seno de la familia una confusión de funciones cuyas consecuencias estamos presenciando actualmente.

ARTÍCULOS DE INTERÉS y NOTICIAS DE ACTUALIDAD



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Por no ser gay friendly un sacerdote es removido de una Universidad escocesa (23 JULIO 2018)

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LA PROMOCIÓN DE LOS DEPREDADORES (Philip Lawler) 24 de julio 2018

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LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO O EL GÉNERO IDEOLÓGICO (Manuel Guerra) 20 julio 2018

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El principal cardenal de Estados Unidos renuncia tras acusaciones de abuso sexual (28 JULIO 2018)

SECRETUM MEUM MIHI


Selección por José Martí

Bergoglio y la "communicatio in sacris" con los protestantes


El 15 de noviembre de 2015, en el templo luterano de Roma, a una mujer protestante que preguntaba si podía comulgar en Misa junto a su marido católico, Bergoglio respondió de modo tan ambiguo que dejaba entender que sí podía (cfr. la web “Settimo cielo”, 25 de mayo de 2018).

Después de dicha respuesta, la mayor parte de los Obispos de Alemania, en febrero de 2018, tomaron la decisión de admitir a la comunión eucarística también a los cónyuges protestantes. Algunos prelados (entre los cuales el cardenal de Colonia, Rainer Woelki) recurrieron a Roma, a la Congregación para la doctrina de la fe. Entonces, Francisco I convocó en Roma una cumbre de prelados vaticanos “expertos en ecumenismo” y de representantes alemanes, tanto del catolicismo como del protestantismo. El 3 de mayo de 2018, la cumbre terminó, por voluntad de Bergoglio, con la orden dada a los Obispos alemanes de “encontrar, en espíritu de comunión eclesial, un resultado, si es posible, unánime”. Pero, como un acuerdo semejante no es posible, dio prácticamente vía libre a todas las posiciones en contraste. Todo es lícito. Como la cuestión es muy grave, el cardenal holandés Willem Jacobus Eijk pidió aclararla y, junto a él, se hizo oír el arzobispo de Filadelfia, Carles J. Chaput (...)

[El artículo completo en Adelante la Fe, 4 julio 2018]

Aportamos aquí sus palabras:

“Quién puede recibir la eucaristía, cuándo y por qué, no son sólo preguntas alemanas. Si, como dijo el Vaticano II, la eucaristía es la fuente y el culmen de nuestra vida de cristianos y el sello de nuestra unidad católica, entonces las respuestas a estas preguntas tienen implicaciones para toda la Iglesia. Se refieren a todos nosotros. Y en esta luz, ofrezco estos puntos de reflexión y de discusión, hablando sencillamente, como uno de tantos obispos diocesanos:
  1. Si la eucaristía es verdaderamente el signo y el instrumento de la unidad eclesial, entonces, si cambiamos las condiciones de la comunión, ¿no redefinimos de hecho quién y qué es la Iglesia?
  2. Se quiera o no, la propuesta alemana hará inevitablemente esto. Es el primer estadio de una apertura de la comunión a todos los protestantes, o a todos los bautizados, ya que, al final, el matrimonio no es la única razón para consentir la comunión para los no católicos.
  3. La comunión presupone una fe y un credo común, incluida la fe sobrenatural en la presencia real de Jesucristo en la eucaristía, junto a los siete sacramentos reconocidos por la tradición perenne de la Iglesia católica. Renegociando esta realidad de hecho, la propuesta alemana adopta una noción protestante de identidad eclesial. El simple bautismo y una fe en Cristo parecen suficientes, no la creencia en el misterio de la fe como es entendido por la tradición católica y por sus concilios. El cónyuge protestante ¿deberá creer en las órdenes sagradas como son entendidos por la Iglesia católica, que los ve lógicamente vinculado a la fe en la consagración del pan y del vino como cuerpo y sangre de Cristo? ¿O están sugiriendo los obispos alemanes que el sacramento de las órdenes sagradas podría no depender de la sucesión apostólica? En tal caso, afrontaremos un error todavía más profundo.
  4. La propuesta alemana rompe el vínculo vital entre la comunión y la confesión sacramental. Presumiblemente, dicha propuesta no implica que los cónyuges protestantes deban ir a confesarse los pecados graves como preludio para la comunión. Pero esto está en contradicción con la práctica perenne y la enseñanza dogmática explícita de la Iglesia católica, del Concilio de Trento y del actual Catecismo de la Iglesia católica, como también del magisterio ordinario. Esto implica, como efecto suyo, una protestantización de la teología católica de los sacramentos.
  5. Si la enseñanza de la Iglesia puede ser ignorada y renegociada, comprendida la enseñanza que ha recibido una definición conciliar (como, en este caso, en Trento), entonces ¿todos los concilios pueden ser históricamente relativizados y renegociados? Muchos protestantes liberales modernos ponen en discusión o rechazan o simplemente ignoran como bagaje histórico la enseñanza sobre la divinidad de Cristo del concilio de Nicea. A los cónyuges protestantes ¿se les exigirá creer en la divinidad de Cristo? Si necesitan creer en la presencia real de Cristo en el sacramento, ¿por qué no deberían compartir la fe católica en las órdenes sagradas o en el sacramento de la penitencia? Si creen en todas estas cosas, ¿por qué no son invitados a hacerse católicos como modo para entrar en una visible y plena comunión?
  6. Si los protestantes son invitados a la comunión católica, ¿los católicos serán todavía excluidos de la comunión protestante? Si es así, ¿por qué deberían ser excluidos? Si no son excluidos, ¿no implica esto que la visión católica sobre las órdenes sagradas y la válida consagración eucarística son, en efecto, falsas, y, si son falsas, que las creencias protestantes son verdaderas? Si la intercomunión no pretende implicar una equivalencia entre las concepciones católica y protestante de la eucaristía, entonces ¿la práctica de la intercomunión separa a los fieles del recto camino? ¿No es este un caso de manual de “causar escándalo”? ¿Y no será visto por muchos como un modo amable de engañar y de esconder enseñanzas arduas, en el contexto de la discusión ecuménica? La unidad no puede construirse sobre un proceso que oculta sistemáticamente la verdad de nuestras diferencias.
La esencia de la propuesta alemana de la intercomunión es que la sagrada comunión pueda ser compartida incluso cuando no existe una verdadera unidad de la Iglesia. Pero esto hiere el corazón mismo de la verdad del sacramento de la eucaristía, porque, por su misma naturaleza, la eucaristía es el cuerpo de Cristo. Y el “cuerpo de Cristo” es tanto la presencia real y sustancial de Cristo bajo las apariencias del pan y del vino, como la misma Iglesia, la comunión de los creyentes unidos a Cristo, la cabeza. Recibir la eucaristía significa anunciar de manera solemne y pública, ante Dios y en la Iglesia, que se está en comunión tanto con Jesús como con la comunidad visible que celebra la eucaristía”.

¿A quién iremos, Señor? Sólo tú tienes palabras de vida eterna (José Martí) [2 de 4]


Ya sabemos que las dos fuentes de la Revelación de las que un católico debe de alimentarse son las Sagradas Escrituras y la Tradición. Ésos son los buenos pastos que las ovejas del rebaño de Cristo esperan de sus pastores Recordemos algunas recomendaciones del apóstol Pablo, en este sentido, cuando le decía a Timoteo:  "Tú persevera en lo que has aprendido y creído, sabiendo de quiénes lo aprendiste, y que desde la infancia conoces las Sagradas Escrituras, que pueden instruirte en orden a la salvación por medio de la fe que está en Cristo Jesús. Pues toda Escritura es divinamente inspirada, y es también útil para enseñar, para rebatir, para corregir, ... (2 Tim 3, 14-16). Y en otra parte añade: "hermanos, manteneos firmes y guardad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de palabra o por carta" (2 Tes 2, 15)

La Iglesia tiene, pues, una doble misión, recibida de Jesucristo. En primer lugar -y esto está recibido como un mandato- debe extenderse por todo el mundo, proclamando el Evangelio a todas las gentes y bautizándolas (Mt 28, 19); por una razón muy sencilla, cual es la de que "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 4), lo que únicamente será posible si lo conocen a Él y lo aman, pues sólo Él ha podido decir: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí(Jn 14, 6). 

Conviene recordar, o aprender -si no se sabe- que la fidelidad de un cristiano no es a tal o cual Papa, no es a un Papa concreto, sino al Papado, instituido directamente por Jesucristo, así como también a los dogmas que se han ido definiendo a lo largo de la historia de la Iglesia, verdades que son inalterables por voluntad de su Fundador: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que ates sobre la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desates sobre la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16, 18-19). 

Las palabras de Jesús, como Dios que es y Señor de la Historia, son siempre actuales; no sirven sólo para una determinada época o para un lugar concreto, sino para todos los tiempos y lugares: "Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos" (Heb 13, 8). De igual modo ocurre con los dogmas, como verdades absolutas definidas de una vez para siempre, a lo largo de la Historia de la Iglesia, verdades que no evolucionan ni se tienen que adaptar a los tiempos.

Recordemos algunos párrafos que pronunció el papa Juan XXIII en el discurso de apertura del Concilio Vaticano II, que tuvo lugar el 11 de octubre de 1962
El gesto del más reciente y humilde sucesor de San Pedro, que os habla, al convocar esta solemnísima asamblea, se ha propuesto afirmar, una vez más, la continuidad del Magisterio Eclesiástico, para presentarlo en forma excepcional a todos los hombres de nuestro tiempo, teniendo en cuenta las desviaciones, las exigencias y las circunstancias de la edad contemporánea (...) El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz (...)
Es necesario que la Iglesia no se aparte del sacro patrimonio de la Verdad, recibido de los Padres; pero, al mismo tiempo, debe mirar a lo presente, a las nuevas condiciones y formas de vida introducidas en el mundo actual, que han abierto nuevos caminos para el apostolado católico (...). 
El Concilio Ecuménico XXI  [puesto que han habido veinte concilios a lo largo de la Historia de la Iglesia y éste era el que hacía veintiuno] (...) quiere transmitir, pura e íntegra, sin atenuaciones ni deformaciones, la doctrina que durante veinte siglos, a pesar de dificultades y de luchas, se ha convertido en patrimonio común de los hombres; patrimonio que, si no ha sido recibido de buen grado por todos, constituye una riqueza abierta a todos los hombres de la adhesión renovada, serena y tranquila, a todas las enseñanzas de la Iglesia, en su integridad y precisión, tal como resplandecen principalmente en las actas conciliares de Trento y del Vaticano I (...)
Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del  "depositum fidei", y otra la manera de formular su expresión; [¡atención al lenguaje, pues puede desfigurar la doctrina, como, de hecho vemos hoy que está ocurriendo!] y de ello ha de tenerse gran cuenta —con paciencia, si necesario fuese— ateniéndose a las normas y exigencias de un Magisterio de carácter predominantemente pastoral (...). Es motivo de dolor el considerar que la mayor parte del género humano —a pesar de que los hombres todos han sido redimidos [¡ojo al dato!] por la Sangre de Cristo— no participa aún de esa fuente de gracias divinas que se halla en la Iglesia católica
Habría que distinguir entre Redención objetiva y Redención subjetiva. Jesucristo murió en rescate por muchos (Mt 20, 28) y no en rescate por todos. Su Poder afecta a todos los hombres de todos los tiempos y lugares de la tierra. Todos pueden ser salvados, pero es preciso que les llegue a todos los hombres el Mensaje de Jesús para que esa salvación objetiva se transforme en salvación subjetiva, que es la verdaderamente eficaz para cada persona

Y esto es misión fundamental de la Iglesia, en cumplimiento del mandato de Jesucristo a sus apóstoles, antes de su ascensión a los Cielos: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. Quien crea y sea bautizado, se salvará; pero quien no crea, se condenará" (Mc 16, 15-16). San Mateo completa este mismo mensaje, cuando dice: "Acercándose Jesús [a sus discípulos] les habló diciendo: "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28, 18-20). 

De manera que no se puede hablar, por ejemplo, de la Evangelización de América "pidiendo perdón" por haberles evangelizado. Nada más hermoso y de más valor podían haber enseñado los misioneros españoles a los indígenas que el conocimiento y el amor a Jesucristo, sin el cual su vida carecía de sentido. Les hicieron un gran bien, difícil de ponderar en toda su magnitud ... Y, sin embargo, la Iglesia actual "se avergüenza"  ... ¡y pide perdón!. Inconcebible, pero cierto. La implantación de la cultura cristiana en el continente americano dio lugar a un abismal progreso de aquella sociedad, cuyas culturas nativas eran bárbaras y homicidas. Con la llegada del Cristianismo eso cambió ... gracias a hombres con una fe total en la Verdad del Mensaje que tenían la obligación de transmitir.

La Iglesia ha de procurar, por todos los medios, que el Mensaje recibido de Jesucristo se difunda por toda la tierra y se vaya transmitiendo de generación en generación, de padres a hijos, en fidelidad al "depósito recibido", de modo que Cristo reine, en todos y cada uno de los corazones y en toda la sociedad, único modo de que ésta se regenere y de que la gente pueda ser feliz en la medida en la que eso es posible, ya en este mundo.

Pero la gente no es feliz ... porque le han robado al Señor y no saben dónde se encuentra. Pues sus pastores se han "abierto" al mundo (sobre todo a partir del Concilio Vaticano II), con una idea de "pastoral" completamente errada ... que omite, entre otras cosas, la Doctrina Católica. La Iglesia, en sus Pastores, tiene la obligación de transmitir, sin error, ni interpretaciones personales, la Doctrina cristiana, contenida en las Sagradas Escrituras y, en particular y de un modo especialísimo, en el Nuevo Testamento. Porque si la gente no conoce a Jesucristo, ¿cómo puede quererlo y enamorarse de Él? 

Sin embargo, con el pretexto de que la Iglesia tiene que acercarse a la gente y abrirse al mundo (el famoso "aggiornamento") lo que, de hecho, se ha producido (aun sin decirlo expresamente) es un cambio radical de la Iglesia de siempre, la que fundó Jesucristo.El nuevo lenguaje "modernista", la nueva "pastoral" ha dado lugar -y esto es algo que no se puede negar, porque se trata de hechos constatables) a una "Nueva Iglesia" que cada día se parece menos a la Iglesia fundada por Jesucristo. Es una Iglesia diferente y relativista, que busca congraciarse con el mundo, presentándole un camino fácil y doblegándose a los dictados de una sociedad paganizada y apóstata, que se ha vuelto de espaldas a Dios. 

En los documentos del Concilio Vaticano II hay algunos que atentan directamente contra la enseñanza de la Iglesia, en particular los concernientes al ecumenismo, a la colegialidad, a la libertad religiosa y al diálogo interreligioso, aunque no sólo esos. Habría que convocar un nuevo Concilio, en el que se aclararan las ideas y en donde se especifique, sin ningún tipo de ambigüedad, qué es lo ortodoxo y lo correcto, qué es lo que se sigue manteniendo fiel a la Tradición y qué es lo que se ha cambiado y es heterodoxo e infiel al Mensaje Evangélico. Deben de extirparse de raíz todas las influencias modernistas, que tanto daño están haciendo a la verdadera Iglesia.

Con la excusa de la "nueva pastoral" y de que los cristianos tenemos que estar pendientes de los llamados "signos de los tiempos", lo que de hecho se está haciendo -aunque se quieran cerrar los ojos para no ver- es un cambio en la doctrina. Evidentemente, esto se va a negar; pero los hechos están ahí para que el que quiera ver, que vea.

Cierto que hay que buscar el mejor modo posible de transmitir el Mensaje de Jesús a toda la gente, mediante una pastoral adecuada a los nuevos tiempos que corren ... pero esto no puede hacerse -y se está haciendo- al precio de cambiar el Mensaje Evangélico por otro que no se parece en nada al original. Ya hay mucha gente que se pregunta: ¿Dónde está la Iglesia católica? Y es que, en efecto, esta nuestra amada Iglesia, ha sido traicionada ... y esta traición está produciéndose en el seno mismo de la Iglesia, en una gran parte de la Jerarquía eclesiástica, lo que es sumamente grave.

Aunque lo peor de todo -con ser ya bastante malo lo anterior- es que este cambio "revolucionario", que se está produciendo en la Iglesia, y que está dando lugar a una "iglesia" diferente; como digo, este cambio se niega. Y se dice y se proclama -haciendo uso de todos los medios de comunicación mundanos- que no existe tal cambio y que la Iglesia es la misma de siempre en lo que respecta a lo esencial del Mensaje de Jesús, lo cual no es que sea una gran mentira, que atenta contra la razón, sino que es diabólico. No hay otra explicación ... ¡Y Dios lo permite! 

Creo que ya va siendo hora de replantearse nuestra fidelidad a la Iglesia y dejar atrás cualquier tipo de indecisión. Ha llegado el momento de la radicalización: "El que no está conmigo, está contra Mí", decía Jesús (Mt 12, 30). ¿A quién le hacemos caso? ¿A lo que dice cualquier sacerdote, obispo,  cardenal o el mismo Papa, cuando lo que dice contradice las enseñanzas del Evangelio ... o, por el contrario, optamos por seguir a Jesucristo y su Mensaje auténtico, aunque ello suponga, hoy en día, una heroicidad especial que nos puede llevar -incluso- a perder nuestra vida? 

Yo, sinceramente, me inclino por la segunda opción, porque es la verdadera. Jesús fue muy claro: "A todo el que me confiese delante de los hombres, Yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue delante de los hombres, Yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos" (Mt 10, 32-33)
 José Martí (continuará)

viernes, 27 de julio de 2018

La gran tribulación (Padre Santiago Martín)


Duración 14:25 minutos

El divorcio de la jerarquía católica (Carlos Esteban)




Del ‘levantamiento’ de los laicos del que hablaba ayer hay ya indicios, o al menos lo hay de esa otra mención que hacía en mi artículo, del creciente divorcio entre los fieles y su jerarquía.

La cúpula católica parece decidida a imponer sobre los fieles, no ya una doctrina teológica, lo que sería justo, sino una tendencia política, lo que es a todas luces abusivo. De hecho, leyendo información sobre la Curia y las distintas conferencias episcopales, se diría que lo segundo les preocupa bastante más que lo primero.

Lo último -o penúltimo-, la portada de Famiglia Cristiana identificando a Salvini -cuyo respaldo popular aumenta por día entre los católicos- con Satanás ha podido ser la gota que colme el vaso, sobre todo cuando coincide con la oleada de escándalos que dibujan una jerarquía inmoral, cobarde, mundana y obsesionada con mantenerse en el machito a toda costa, aun a costa del abuso de los más débiles.

En ese panorama, que los jerarcas quieran dar lecciones sobre dónde está Satanás y lo identifiquen con quien quiere poner coto a la entrada masiva de ilegales ha colmado la indignación de muchos. Quizá sea el momento de enseñar a nuestros pastores que su modo de vida, su influencia y su poder dependen enteramente de nosotros, los laicos, y que si mantienen la actual tendencia a convertir la Iglesia en un trasunto progresista de la ONU, se van a quedar solos.

La prensa generalista ha reaccionado con cierto estupor a la evidente violencia pueril de esa portada, que equivale figurativamente a una excomunión. La idea de fondo es que la política restriccionista del Gobierno Conte es antievangélica. En tal caso, imaginamos que la jerarquía, de la que depende la revista, tendrá una política alternativa a la del Gobierno. ¿Podrían especificarla? El Papa ha insistido mucho en la acogida, sin considerar números ni distinguir entre refugiados e inmigrantes económicos, legales e ilegales, y eso está muy bien para los fieles, a efectos personales, individuales, pero ¿cuál es el plan general?

¿Abolimos directamente las fronteras? Si eso es la política católica, es raro no haberlo oído insinuar nunca hasta ahora. ¿Va a renunciar el Estado Vaticano a su condición de tal? Su Santidad, más recientemente, quizá consciente de la oleada en contra, matizó que sólo se debería acoger a aquellos a los que se pudiera garantizar un empleo.

En cuanto a vivienda, ya vimos, en su día, que ninguna institución lo tiene más fácil que el propio Vaticano, con las 5.000 magníficas propiedades inmobiliarias que controla el APSA y que podría poner a disposición de un número mucho mayor de inmigrantes y lograr, además, eso tan bonito de crear “una Iglesia pobre para los pobres”. Pero no, que en esto de exigir a los demás lo que no se aplican a sí mismos también se parecen a la opinión progresista que están adoptando como política oficial.

Lo último ha sido lo del jesuita Spadaro, director de Civiltà Catolica, bramando contra la idea del Gobierno de reintroducir la cruz en instituciones públicas como seña de identidad. Spadaro clama que la cruz no puede ser NUNCA (las mayúsculas no son mías) un signo identitario, aunque en su misma publicación decían exactamente lo contrario hace algún tiempo.

Naturalmente que la cruz no es sólo ni principalmente un símbolo cultural. Pero es inevitable que sea, también, un símbolo identitario de una civilización, la nuestra, que se ha forjado bajo el signo de la cruz. La diatriba recuerda a la del Cardenal Reinhard Marx, miembro del C9 y presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, cuando el gobierno de su Land natal, Baviera, tomó una decisión similar. 

Y si es extraño, pero quizá explicable, a base de jesuitismo retórico, que un clérigo se oponga a la instauración de la cruz en lugares públicos, el furor con que se ha lanzado a la polémica parece más fruto de una fobia que de un argumento.

Cuando una jerarquía desarrolla más furia e indignación contra la cruz que contra el abuso sexual de jovencitos quizá ha llegado el momento de abrir los ojos y decir “basta”.

Carlos Esteban