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miércoles, 24 de junio de 2020

Iglesia y masonería: las dos ciudades (Alberto Bárcena)




Conferencia de D. Alberto Bárcena Pérez, Doctor en Historia, Profesor de Doctrina Social de la Iglesia, de Historia de las Civilizaciones, de Historia de España y de Historia Contemporánea. Profesor de referencia en la Universidad CEU San Pablo (Madrid). Salón de actos de la Parroquia de la Asunción de Nuestra Señora, en Torrelodones (Madrid) 2018.

Puede verse y escucharse en el siguiente link de Youtube:

El excelente discurso de una diputada de Vox contra el «hembrismo» del PSOE


El Congreso ha debatido hoy una proposición no de ley del PSOE que intentaba criminalizar a quienes discrepan de la ideología de género.

El significado del concepto ‘violencia de género’ y su perversa finalidad política
¿Igualdad? Ella le da un puñetazo y una patada: 3 meses de prisión; él le da una torta: 6 meses

En su habitual manipulación del lenguaje, los socialistas decían querer “combatir el negacionismo de la violencia de género”, un término con el que vienen demonizando a los varones y con el que incluso han creado una legislación injusta que discrimina penalmente a los hombres por su sexo


La réplica por parte de VOX la han recibido de parte de Macarena Olona, que ha recordado que “el hombre no viola, viola un violador; el hombre no mata, mata un asesino; el hombre no maltrata, maltrata un maltratador; el hombre no humilla, humilla un cobarde”

Aquí podéis ver su magnífica intervención (enlazo a Youtube)

¿Puede Viganò reabrir el ‘diálogo’ acerca del Vaticano II?



La última carta de Viganò ha provocado una mayor controversia que la generada por sus comunicaciones más recientes, especialmente por cuanto tiene lugar días después de la ampliamente divulgada carta al Presidente Trump y a la cual este respondió favorablemente en un tweet. Sorprendentemente, al menos un miembro de la “corriente dominante” del episcopado ha hecho una declaración en la que no se dedica simplemente a vilipendiar a Viganò. Desde el principio, ad hominem attacks (ataques a la persona), calumnias, y violentos ensayos han sido las respuestas emitidas por la “Iglesia de acompañamiento” a las acusaciones cuidadosamente documentadas de Viganò. En pocas palabras, todo menos diálogo. Ciertamente, los papas y obispos conciliares han buscado y dialogado con heréticos, judíos, musulmanes, e incluso brujas, pero han rechazado, en su gran mayoría, dialogar con su propio rebaño acerca de los tópicos más resaltantes que afectan esta crisis total: los documentos del Vaticano II. Ésta es una discusión que debe tener lugar y hay que agradecerle a Su Excelencia el haberla colocado en el primer plano del debate.

Por décadas ha habido dos partes enfrentadas dominando el episcopado: la supuesta “Liberal” y la “Conservadora”, las cuales conformaron una parte victoriosa en el Concilio. La primera está representada por la revista Concilium y la escuela de pensamiento de Boloña, en tanto que la segunda estuvo representada por la revista Communio e incluyó luminarias y Papas tales como Juan Pablo II y Benedicto XVI. Pero la curiosa unidad entre ambas consiste en esto: las dos defienden el Concilio de manera cuasi incondicional. Efectivamente, los prelados liberales fueron todos promovidos de rango por los Conservadores -como es el caso del infame Cardinal Martini quien se enfrentó duramente contra Humanae Vitae y promovió las mujeres “sacerdote”, convirtiéndose en el modelo de su devoto, Jorge Bergoglio (quien lo citó favorablemente en su último discurso de Navidad).

Estas partes están en desacuerdo acerca de la naturaleza del Vaticano II, pero se mantienen unidas en condenar al ostracismo y denigrar de una tercera parte en el episcopado: los tradicionalistas. Este grupo era conocido como el Coetus Internationalis Patrum en el Concilio, y tuvo como figuras destacadas al Arzobispo Lefebvre y al Obispo De Castro Mayer. Entretanto, se ha ido creando un grupo creciente de estudiosos por laicos preocupados por el Vaticano II y la Nueva Misa, quienes han sido también ignorados por la academia católica prevaleciente. Todavía busco en vano una defensa extensa del Vaticano II proveniente del lado Conservador de una erudición comparable a la de Sire, De Mattei, o Ferrara.

Y es así como una de las amargas ironías del Concilio, el intento por “democratizar” la Iglesia contra el “clericalismo, ha causado el abandono del arca de salvación por millones; otros han permanecido, pero se les ha despojado de su herencia como católicos, y unos más han sido dejados abandonados en la búsqueda de un diálogo real. Esta es la razón por la que las palabras del Arzobispo Viganò en su última carta aportan un alivio calurosamente acogido por tantos que han sido silenciados en su búsqueda de respuestas. Como Skojec bien señala: los “tradicionalistas han lamentado con frecuencia que incluso nuestros “héroes” dentro de la Iglesia son apologetas conciliares, sin excepción.´´ En cierto modo, podemos tolerar que haya un apologeta para una cosa, en tanto cuanto sea capaz de conducir un debate honesto acerca de esa cosa. Pero el Vaticano II es algo acerca de lo cual las dos partes dominantes, antes mencionadas, han intentado silenciar todo debate.

Nos queda solo esperar y orar–al tiempo que hacemos nuestra parte con verdad y caridad –de que este debate será finalmente abierto por Viganò de una manera que era prácticamente imposible en los días de Lefebvre contra Pablo VI y Juan Pablo II. En aquellos días, el movimiento tradicional había sido casi totalmente excluido y la reputación de la Iglesia oficial era grandemente admirada. En nuestros días, la crítica tradicional ha crecido únicamente gracias a una exoneración oficial del propio pontífice (quien observó la juventud del movimiento), en tanto que la reputación de la Iglesia ha sido destrozada por las revelaciones de las obras del maligno en el Vaticano y en el episcopado. En este contexto, ofrezco mi propia contribución al debate en una de las áreas fundamentales que Viganò aborda.

Los documentos y sus frutos

Viganò plantea una serie de observaciones que se deben considerar seriamente (de manera crítica incluso) como puntos fundamentales del debate. Una importante observación general se refiere a los frutos del Concilio como algo totalmente distinto a los de cualquier concilio precedente:
Si lo examinamos más de cerca, nunca en la historia de la Iglesia se presentó un Concilio a sí mismo como un evento histórico de magnitud tal que lo hacía diferente a cualquier otro concilio: nunca se habló de un “espíritu del Concilio de Nicea” o del “espíritu del Concilio de Trento”, así como tampoco nunca hubo una era “posconciliar” después del Letrán IV o del Vaticano I.
Si por “espíritu” de un concilio entendemos lo que señala la escuela de pensamiento de Boloña, que ve al concilio como meramente un paso hacia adelante en dirección a una mayor evolución del dogma, podemos ciertamente darle la razón en este punto. Incluso, podemos observar que Juan Pablo II creía en una cierta versión de este “espíritu” al afirmar en su primer sermón como pontífice:
[Como] el Concilio no está circunscrito únicamente a los documentos, ni tampoco ha sido completado por las formas de aplicarlo desarrolladas en estos años posconciliares. En consecuencia, es correcto considerar que estamos obligados por el deber primario de profundizar de manera diligente la implementación de los decretos y normas directrices de ese mismo Sínodo Universal. Esto indudablemente lo haremos de un modo que sea a la vez prudente y estimulante. Nos abocaremos, en particular, que florezca, ante todo, una mentalidad adecuada. Es decir, es necesario más que nada que las actitudes estén al unísono con el Concilio, de modo que en la práctica se hagan aquellas cosas que fueron ordenadas por él, y que aquellas otras que yacen ocultas en él o -como usualmente se dice- están “implícitas” se hagan explícitas a la luz de los experimentos realizados desde entonces y las exigencias de las circunstancias cambiantes. Dicho en breves palabras, es necesario que las semillas fértiles de los Padres del Sínodo Ecuménico, nutridas por la palabra de Dios, sembradas en tierra buena (cf. Mt 13: 8, 23) — es decir, las enseñanzas y deliberaciones pastorales importantes sean llevadas a su madurez del modo que es característico al movimiento y a la vida.[1]
Sin lugar a dudas, Juan Pablo II afirmaba que la oración interreligiosa de Asís era la expresión visible del Vaticano II.[2] Esto concuerda precisamente con la crítica que hace Viganò quien conecta los puntos entre sí hacia adelante con el ídolo de la Pachamama y la blasfemia de Abu Dhabi: “Si la pachamama se puede adorar en una iglesia, se lo debemos a Dignitatis Humanae[.] … Si la Declaración de Abu Dhabi fue firmada se lo debemos a Nostra Aetate.” El propio Juan Pablo II vio su labor en términos de llevar adelante lo que estaba “implícito” en los mismos documentos, lo que socava las aseveraciones de Benedicto XVI al criticar los malos frutos del Concilio como provenientes de los medios de comunicación o de una equivocada hermenéutica, y no del propio Concilio.

De aquí surge la crítica primordial de Viganò a los frutos del Concilio a nivel dogmático:
Entre otras cosas, este Concilio ha demostrado ser el único que ha causado tantos problemas de interpretación y tantas contradicciones con respecto al Magisterio precedente, pues no existe ningún otro concilio –desde el Concilio de Jerusalén hasta el Vaticano I– que no haya estado en perfecta armonía con la totalidad del Magisterio o que necesite de tanta interpretación.
Los defensores Conservadores del Concilio aseveran (correctamente) que cada concilio es seguido de un periodo de caos y turbulencia y, en tal sentido, podemos citar el tan famoso Concilio de Nicea como una excelente muestra de ello. Pero note la diferencia: cada uno de los concilios anteriores articulaba una clara doctrina contra la herejía, y el caos que surgía era instigado por aquellos heréticos que eran condenados o por los poderes políticos que buscaban obstruir el concilio o llegar a un acuerdo con los heréticos. Es claro que la causa de este caos se podía atribuir no a las palabras mismas del concilio, sino más bien a la desobediencia de los fieles a los decretos definitivos.

Empero, podemos notar dos muy importantes excepciones a esta aseveración general de Vigano: Constanza y Vaticano I. Ambos concilios fueron concilios de emergencia que intentaron resolver el problema de los papas cismáticos (en el caso de Constanza) y la designación de obispos por el Estado y las revoluciones republicanas (en el caso del Vaticano I). Como consecuencia de muchos factores históricos, estos concilios fueron o bien parcialmente abrogados (como fue el caso de Constanza) o incompletos (como ocurrió con Vaticano I).

Particularmente, en lo que concierne al Vaticano I, podemos limitar la aseveración de Viganò acerca de los concilios previos. Aquí podemos observar que un cierto “espíritu de Vaticano I” emergió bajo la forma de un positivismo papal absoluto –contrario, sin embargo, al texto de Pastor Aeternus –-el cual se convirtió en el precursor del positivismo extremo de Pablo VI. A pesar de los esfuerzos oficiales en contrario, el Vaticano I dejó sin respuesta muchas cuestiones acerca de la naturaleza de la Tradición en relación con el poder del papa. Estas debilidades de ese periodo posconciliar fueron explotadas por los herejes del Vaticano II para crear la situación que tenemos hoy en día, en donde papas y obispos esperan una obediencia ciega ante declaraciones contradictorias. Cuando los fieles buscan respuestas y diálogo, y una articulación de la hermenéutica de continuidad, la única respuesta de los obispos es ordenar obediencia. Y esto es el sumun del clericalismo porque se niega a explicar y a enseñar -lo que constituye el significado mismo del término “Magisterio”- y esperan una fe ciega ante la aseveración de “continuidad”.

Esta es la realidad que Viganò dice haberse dado cuenta finalmente:
Confieso con serenidad y sin ánimo de controversia: yo fui uno de los tantos quien, a pesar de las muchas perplejidades y temores que han probado ser, hoy en día, absolutamente legítimas, confió en la autoridad de la Jerarquía con obediencia incondicional. En realidad, pienso que mucha gente, yo mismo incluido, no consideró inicialmente la posibilidad de que podía haber un conflicto entre la obediencia a una orden de la Jerarquía y la fidelidad a la Iglesia misma. Lo que hizo tangible esta antinatural, e incluso diría perversa, separación entre la Jerarquía y la Iglesia, entre la obediencia y la fidelidad, ha sido ciertamente este reciente Pontificado
Este es el lado esperanzador del pontificado de Francisco: ha provocado un despertar entre todos los defensores Conservadores del Vaticano II – el mismo Viganò inclusive. Ha forzado a los pocos obispos ortodoxos y valientes a articular y condenar plenamente las verdades y errores de nuestro tiempo. Sobre todo, ha sacado a relucir el reconocimiento de la verdadera doctrina del Concilio Vaticano Primero que el Venerable Pío IX intentó sin éxito generar durante ese periodo posconciliar, al darle su aprobación a la siguiente clara interpretación del Vaticano I:
En modo alguno depende del capricho del Papa y de su buen gusto, hacer de tal o cual doctrina el objeto de una definición dogmática: está atado y limitado por la revelación divina y por las verdades que esa revelación contiene; está atado y limitado por los Credos que ya existen, y por las definiciones precedentes de la Iglesia; está atado y limitado por la ley divina y por la constitución de la Iglesia.[3]
Los esfuerzos del movimiento tradicionalista se pueden reducir a estas palabras. Ellas simplemente afirman que incluso el Papa e incluso un concilio ecuménico están “limitados” por lo que los ha precedido: la Tradición y las tradiciones. En síntesis, es la frase de Ripperger: la Tradición retiene una fuerza vinculante, obligatoria.

Timothy Flanders 


[2] Al presentar a la iglesia católica llevando de la mano a los hermanos cristianos y a todos estos que se unen de la mano con los hermanos de otras religiones, la Jornada en Asís fue como una expresión visible de estas afirmaciones del Concilio Vaticano II. Juan Pablo II, Discurso ante la Curia Romana, dic. 22, 1986

[3] Esta fue la Instrucción Pastoral Conjunta emitida por los obispos suizos y aprobada y elogiada por Pío IX. Dom. Cuthbert Butler, El Concilio Vaticano (Newman Press, 1962), 464

martes, 23 de junio de 2020

SACERDOTES, SEGLARES Y EL PROPIO ESTADO DEBEN AYUDAR A LA IGLESIA EN SU LUCHA CONTRA EL COMUNISMO (5 de 5)



V. MINISTROS Y AUXILIARES DE ESTA OBRA SOCIAL DE LA IGLESIA 

Los sacerdotes 

64.  (...) Si el sacerdote no va al obrero y al necesitado para prevenirlo o para desengañarlo de todo prejuicio y de toda teoría falsa, ese obrero y ese necesitado llegarán a ser fácil presa de los apóstoles del comunismo. 

65. (...) toda obra, por muy hermosa y buena que sea, debe ceder necesariamente el puesto a la vital necesidad de salvar las bases mismas de la fe y de la civilización cristianas. Por esta razón, los sacerdotes, en sus parroquias, conságrense naturalmente, en primer lugar, al ordinario cuidado y gobierno de los fieles, pero después deben necesariamente reservar la mejor y la mayor parte de sus fuerzas y de su actividad para recuperar para Cristo y para la Iglesia las masas trabajadoras y para lograr que queden de nuevo saturadas del espíritu cristiano las asociaciones y los pueblos que han abandonado a la Iglesia. (...) Es éste un hecho que hemos visto comprobado en Roma y en otras grandes ciudades, donde en las nuevas iglesias que van surgiendo en los barrios periféricos se van reuniendo celosas comunidades parroquiales y se operan verdaderos milagros de conversión en poblaciones que antes eran hostiles a la religión por el solo hecho de no conocerla. 

66. Pero el medio más eficaz de apostolado entre las muchedumbres de los necesitados y de los humildes es el ejemplo del sacerdote que está adornado de todas las virtudes sacerdotales, que hemos descrito en nuestra encíclica Ad catholici sacerdoti [22]; en la materia presente es necesario de modo muy especial que el sacerdote sea un vivo ejemplo eminente de humildad, pobreza y desinterés que lo conviertan a los ojos de los fieles en copia exacta de aquel divino Maestro que pudo afirmar de sí con absoluta certeza: Las raposas tienen cuevas, y las aves del cielo, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza (Mt 8,20).(...)

Llamamiento a los obreros católicos 

73. Una palabra especialmente paterna queremos dirigir aquí a nuestros queridos obreros católicos, jóvenes o adultos, los cuales, como premio de su heroica fidelidad en estos tiempos tan difíciles, han recibido una noble y ardua misión.
Bajo la dirección de sus obispos y de sus sacerdotes, deben trabajar para traer de nuevo a la Iglesia y a Dios inmensas multitudes de trabajadores que, exacerbados por una injusta incomprensión o por el olvido de la dignidad a que tenían derecho, se han alejado, desgraciadamente, de Dios. 
Demuestren los obreros católicos, con su ejemplo y con sus palabras, a estos hermanos de trabajo extraviados que la Iglesia es una tierna madre para todos aquellos que trabajan o sufren y que jamás ha faltado ni faltará a su sagrado deber materno de defender a sus hijos. Y como esta misión que el obrero católico debe cumplir en las minas, en las fábricas, en los talleres y en todos los centros de trabajo, exige a veces grandes sacrificios, recuerden los obreros católicos que el Salvador del mundo ha dado no sólo ejemplo de trabajo, sino también ejemplo de sacrificio. (...)

Deberes del Estado cristiano 

Ayudar a la Iglesia 

78. Hemos expuesto hasta ahora, venerables hermanos, la misión positiva, de orden doctrinal y práctico a la vez, que la Iglesia ha recibido como propia en virtud del mandato a ella confiado por Cristo, su autor y apoyo, de cristianizar la sociedad humana, y, en nuestros tiempos, de combatir y desbaratar los esfuerzos del comunismo, y hemos dirigido, en virtud de esta misión, un llamamiento a todas y a cada una de las clases sociales. 

79. Pero con esta misión de la Iglesia es necesario que colabore positivamente el Estado cristiano, prestando a la Iglesia su auxilio en este campo, auxilio que, si bien consiste en los medios externos que son propios del Estado, repercute necesariamente y en primer lugar sobre el bien de las almas. 

80. Por esta razón, los gobiernos deben poner sumo cuidado en impedir que la criminal propaganda atea, destructora nata de todos los fundamentos del orden social, penetre en sus pueblos; porque no puede haber autoridad alguna estable sobre la tierra si se niega la autoridad de Dios, ni puede tener firmeza un juramento si se suprime el nombre de Dios vivo. (...)

Libertad de la Iglesia 

83. Pero, al mismo tiempo, el Estado debe dejar a la Iglesia en plena libertad para que ésta realice su divina misión sobre las almas, si quiere colaborar de esta manera en la salvación de los pueblos de la terrible tormenta de la hora presente (...)
Cuando se excluye la religión de los centros de enseñanza, de la educación de la juventud, de la moral de la vida pública, y se permite el escarnio de los representantes del cristianismo y de los sagrados ritos de éste, ¿no se fomenta, acaso, el materialismo, del que nacen los principios y las instituciones propias del comunismo? 
Ni la fuerza humana mejor organizada ni los más altos y nobles ideales terrenos pueden dominar los movimientos desordenados de este carácter, que hunden sus raíces precisamente en la excesiva codicia de los bienes de esta vida. 

84. Nos confiamos en que los que actualmente dirigen el destino de las naciones, por poco que adviertan el peligro extremo que amenaza hoy a los pueblos, comprenderán cada vez mejor la grave obligación que sobre ellos pesa de no impedir a la Iglesia el cumplimiento de su misión; obligación robustecida por el hecho de que la Iglesia, al procurar a los hombres la consecución de la felicidad eterna, trabaja también inseparablemente por la verdadera felicidad temporal de los hombres. 

Paterno llamamiento a los extraviados 

85. Pero Nos no podemos terminar esta encíclica sin dirigir una palabra a aquellos hijos nuestros que están ya contagiados, o por lo menos amenazados de contagio, por la epidemia del comunismo. Les exhortamos vivamente a que oigan la voz del Padre, que los ama, y rogamos al Señor que los ilumine para que abandonen el resbaladizo camino que los lleva a una inmensa y catastrófica ruina, y reconozcan también ellos que el único Salvador es Jesucristo Nuestro Señor, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos (Hech 4,12). 


CONCLUSIÓN 

San José, modelo y patrono 

86. Finalmente, para acelerar la paz de Cristo en el reino de Cristo [25], por todos tan deseada, ponemos la actividad de la Iglesia católica contra el comunismo ateo bajo la égida del poderoso Patrono de la Iglesia, San José. (...)

88. Nos, levantando la mirada, vigorizada por la virtud de la fe, creemos ya ver los nuevos cielos y la nueva tierra de que habla nuestro primer antecesor, San Pedro. Y mientras las promesas de los falsos profetas de un paraíso terrestre se disipan entre crímenes sangrientos y dolorosos, resuena desde el cielo con alegría profunda la gran profecía apocalíptica del Redentor del mundo: He aquí que hago nuevas todas las cosas (Ap 21,5). 

No nos queda otra cosa, venerables hermanos, que elevar nuestras manos paternas y hacer descender sobre vosotros, sobre vuestro clero y pueblo, sobre la gran familia católica, la bendición apostólica. 

Dado en Roma, junto a San Pedro, en la fiesta de San José, Patrono de la Iglesia universal, el día 19 de marzo de 1937, año decimosexto de nuestro pontificado. 

PÍO PP XI 


Notas 


[1] Pío IX, Encl. Qui pluribus, 9 de noviembre de 1846 (Acta Pii IX, vol.I, p.13). Cf. Syllabus c.4: ASS 3 (1865) 170. 

[2] León XIII, Encl. Quod Apostolicis muneris, 28 de diciembre de 1924: AAS 9 (1878) 369-376. 

[3] Pío XI, Aloc Nostis qua, 18 de diciembre de 1924: AAS 16 (1924) 494-495. 

[4] 8 de mayo de 1928: AAS 20 (1928) 165-178. 

[5] 15 de mayo de 1931: AAS 23 (1931) 177-228. 

[6] 3 de mayo de 1932: AAS 24 (1932) 177-194. 

[7] 29 de septiembre de 1932: AAS 24 (1932) 331-332. 

[8] 3 de junio de 1933: AAS 25 (1937) 261-274. 

[9] 12 de mayo de 1936: AAS 29 (1937) 130-144. 

[10] Discurso a los españoles prófugos con motivo de la guerra civil, 14 de septiembre de 1936, sobre las lecciones de la guerra española: AAS 28 (1936) 374-381. 

[11] AAS 29 (1937) 5-9. 

[12] Enc. Casti connubii, 31 de diciembre de 1930: AAS 22 (1930) 567. 

[13] Enc. Divini illius Magistri, 31 de diciembre de 1929: AAS 22 (1930), p. 49-86. 

[14] Enc. Casti connubii, 31 de diciembre de 1930: AAS 22 (1930), p.539-592. 

[15] Enc. Rerum novarum, 15 de mayo de 1891 (Acta Leonis XIII, vol. IV, p.177-209). 

[16] Enc. Quadragesimo anno, 15 de mayo de 1931: AAS 23 (1931), p.177-288. 

[17] Enc. Diuturnum illud, 20 de junio de 1881 (Acta Leonis XIII, vol. I, p.210-222) 

[18] Enc. Immortale Dei, 1 de noviembre de 18856, (Acta Leonis XIII, vol. II, p.146-168) 

[19] M. T. Cicerón, De officiis I, 42. 

[20] AAS 28 (1936) 421-424. 

[21] Enc. Quadragesimo anno, 15 de mayo de 1931: AAS 23 (1931) 2002. 

[22] 20 de diciembre de 1935: AAS 28 (1936) 5-53. 

[23] Enc. Caritate Christi, 3 de mayo de 1932: AAS 24 (1932) 184. 

[24] Enc. Caritate Christi, 3 de mayo de 1932: AAS 24 (1932) 184. 

[25] Cf. Ubi arcano, 23 de septiembre de 1922: AAS (1922) 691. 

FIN

EL COMUNISMO ES INTRÍNSECAMENTE MALO. SE VENCE MEDIANTE LA ORACIÓN Y LA PENITENCIA (4 de 5)




Precaverse contra las insidias que usa el comunismo 

58. Aunque ya hemos insistido sobre estos puntos en nuestra alocución de 12 de mayo del año pasado, juzgamos, sin embargo, necesario, venerados hermanos, volver a llamar vuestra atención sobre ellos de modo particular. Al principio, el comunismo se manifestó tal cual era en toda su criminal perversidad; pero pronto advirtió que de esta manera alejaba de sí a los pueblos, y por esto ha cambiado de táctica y procura ahora atraerse las muchedumbres con diversos engaños, ocultando sus verdaderos intentos bajo el rótulo de ideas que son en sí mismas buenas y atrayentes

59. Por ejemplo, viendo el deseo de paz que tienen todos los hombres, los jefes del comunismo aparentan ser los más celosos defensores y propagandistas del movimiento por la paz mundial; pero, al mismo tiempo, por una parte, excitan a los pueblos a la lucha civil para suprimir las clases sociales, lucha que hace correr ríos de sangre, y, por otra parte, sintiendo que su paz interna carece de garantías sólidas, recurren a un acopio ilimitado de armamentos. De la misma manera, con diversos nombres que carecen de todo significado comunista, fundan asociaciones y publican periódicos cuya única finalidad es la de hacer posible la penetración de sus ideas en medios sociales que, de otro modo, no les serian fácilmente accesibles; más todavía, procuran infiltrarse insensiblemente hasta en las mismas asociaciones abiertamente católicas o religiosas. (...) Hay incluso quienes, apoyándose en algunas ligeras modificaciones introducidas recientemente en la legislación soviética, piensan que el comunismo está a punto de abandonar su programa de lucha abierta contra Dios. 

60. Procurad, venerables hermanos, con sumo cuidado que los fieles no se dejen engañar. El comunismo es intrínsecamente malo, y no se puede admitir que colaboren con el comunismo, en terreno alguno, los que quieren salvar de la ruina la civilización cristiana. (...)

Oración y penitencia 

61. Pero si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan sus centinelas (Sal 126,1).Por esto os exhortamos con insistencia, venerables hermanos, para que en vuestras diócesis promováis e intensifiquéis del modo más eficaz posible el espíritu de oración y el espíritu de mortificación. 

62. Cuando los apóstoles preguntaron al Salvador por qué no habían podido librar del espíritu maligno a un endemoniado, les respondió el Señor: Esta especie [de demonios] no puede ser lanzada sino por la oración el ayuno (Mt 17,20). Tampoco podrá ser vencido el mal que hoy atormenta a la humanidad si no se acude a una santa e insistente cruzada universal de oración y penitencia; por esto recomendamos singularmente a las Ordenes contemplativas, masculinas y femeninas, que redoblen sus súplicas y sus sacrificios para lograr del cielo una poderosa ayuda a la Iglesia en sus luchas presentes, poniendo para ello como intercesora a la inmaculada Madre de Dios, la cual, así como un día aplastó la cabeza de la antigua serpiente, así también es hoy la defensa segura y el invencible Auxilium Christianorum. 

PATRONES Y OBREROS. JUSTICIA Y CARIDAD. ENSEÑANZA SOCIAL DE LA IGLESIA FRENTE AL COMUNISMO (3 de 5)


Renovación de la vida cristiana 

Remedio fundamental 

41. Como en todos los períodos más borrascosos de la historia de la Iglesia, así también hoy el remedio fundamental, base de todos los demás remedios, es una sincera renovación de la vida privada y de la vida pública según los principios del Evangelio en todos aquellos que se glorían de pertenecer al redil de Cristo, para que sean realmente de esta manera la sal de la tierra que preserve a la sociedad humana de la total corrupción moral. 

43. (...) Quien no ajusta sinceramente su vida práctica a la fe que profesa, no podrá mantenerse a salvo durante mucho tiempo hoy, cuando sopla tan fuerte el viento de la lucha y de la persecución, sino que se verá arrastrado miserablemente por este nuevo diluvio que amenaza al mundo; y así, mientras prepara su propia ruina, expondrá también al ludibrio [desprecio, mofa, escarnio] el honor del cristianismo. 

Despego de los bienes terrenos 


44. (...) Todos los cristianos, ricos y pobres, deben tener siempre fija su mirada en el cielo, recordando que no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la futura (Heb 13,14). Los ricos no deben poner su felicidad en las riquezas de la tierra ni enderezar sus mejores esfuerzos a conseguirlas, sino que, considerándose como simples administradores de las riquezas, que han de dar estrecha cuenta de ellas al supremo dueño, deben usar de ellas como de preciosos medios que Dios les otorgó para ejercer la virtud, y no dejar de distribuir a los pobres los bienes superfluos, según el precepto evangélico (cf. Lc 11,41) (...)

45. Los pobres, por su parte, en medio de sus esfuerzos, guiados por las leyes de la caridad y de la justicia, para proveerse de lo necesario y para mejorar su condición social, deben, también ellos, permanecer siempre pobres de espíritu (Mt 5,3), estimando más los bienes espirituales que los goces terrenos. Tengan además siempre presente que nunca se conseguirá hacer desaparecer del mundo las miserias, los dolores y las tribulaciones, a los que están sujetos también los que exteriormente aparecen como más afortunados. La paciencia es, pues, necesaria para todos; esa paciencia que mantiene firme el espíritu, confiado en las divinas promesas de una eterna felicidad. Tened, pues, paciencia, hermanos —os decimos también con el apóstol Santiago—, hasta la venida del Señor. Ved cómo el labrador, con la esperanza de los frutos preciosos de la tierra, aguarda con paciencia las lluvias tempranas y las tardías. Aguardad también vosotros con paciencia, fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cercana (St 5,7-8).Sólo así se cumplirá la consoladora promesa del Señor:

Bienaventurados los pobres

(...) No es éste un consuelo vano, como las promesas de los comunistas, sino que son palabras de vida eterna, que encierran la suprema realidad de la vida y que se realizan plenamente aquí en la tierra y después en la eternidad. ¡Cuántos pobres, confiados en estas palabras y en la esperanza del reino de los cielos proclamado ya como propiedad suya en el Evangelio, porque vuestro es el reino de los cielos (Lc 6.20)—, hallan en su pobreza una felicidad que tantos ricos no pueden encontrar en sus riquezas, por estar siempre inquietos y siempre agitados por la codicia de mayores aumentos. 

Caridad cristiana 


46. Más importante aún para remediar el mal de que tratamos es el precepto de la caridad que tiende, por su misma naturaleza, a realizar este propósito. Nos nos referimos a esa caridad cristiana, paciente y benigna (1Cor 13,4), que evita toda ostentación y todo aire de envilecedor proteccionismo del prójimo; esa caridad que desde los mismos comienzos del cristianismo ganó para Cristo a los más pobres de entre los pobres, los esclavos. (...) Cuanto más experimenten en sí mismos los obreros y los pobres lo que el espíritu de caridad, animado por la virtud de Cristo, hace por ellos, tanto más se despojarán del prejuicio de que la Iglesia ha perdido su eficacia y de que está de parte de quienes explotan el trabajo del obrero. 

47. Pero cuando vemos, por una parte, a una innumerable muchedumbre de necesitados que, por diversas causas, ajenas totalmente a su voluntad, se hallan oprimidos realmente por una extremada miseria, y vemos, por otra, a tantos hombres que, sin moderación alguna, gastan enormes sumas en diversiones y cosas totalmente inútiles, no podemos menos de reconocer, con un inmenso dolor, que no sólo no se respeta como es debido la justicia, sino que, además, no se ha profundizado suficientemente en las exigencias que el precepto de la caridad cristiana impone al cristiano en su vida diaria. 

48. Queremos, por tanto, venerables hermanos, que se exponga sin descanso, de palabra y por escrito, este divino precepto, precioso distintivo dejado por Cristo a sus verdaderos discípulos; este precepto, que nos enseña a ver en los que sufren al mismo Jesús en persona y que nos manda amar a todos los hombres como a nuestros hermanos con el mismo amor con que el divino Salvador nos ha amado; es decir, hasta el sacrificio de nuestros bienes y, si es necesario, aun de la propia vida. Mediten todos con frecuencia aquellas palabras, consoladoras por una parte, pero terribles por otra, de la sentencia final que pronunciará el juez supremo en el día del juicio final: Venid, benditos de mi Padre..., porque luce hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber... En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis (Mt 25,34-40). Y, por el contrario: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno..., porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber... En verdad os digo que, cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo no lo hicisteis (Mt 25, 41-45). 

49. Para asegurar, por tanto, la vida eterna y para socorrer eficazmente a los necesitados, es absolutamente necesario volver a un tenor de vida más modesto; es necesario renunciar a los placeres, muchas veces pecaminosos, que el mundo ofrece hoy día con tanta abundancia; es necesario, finalmente, olvidarse de sí mismo por amor al prójimo. (...)

Deberes de estricta justicia 


50. Pero la caridad no puede atribuirse este nombre si no respeta las exigencias de la justicia, porque, como enseña el Apóstol, quien ama al prójimo ha cumplido la ley. El mismo Apóstol explica a continuación la razón de este hecho: pues «no adulterarás, no matarás, no robarás...», y cualquier otro precepto en esta sentencia se resume: «Amarás al prójimo como a tí mismo» (Rom 13,8-9) . Si, pues, según el Apóstol, todos los deberes, incluso los más estrictamente obligatorios, como el no matar y el no robar, se reducen a este único precepto supremo de la verdadera caridad, una caridad que prive al obrero del salario al que tiene estricto derecho no es caridad, sino nombre vano y mero simulacro de caridad. No es justo tampoco que el obrero reciba como limosna lo que se le debe por estricta obligación de justicia; y es totalmente ilícita la  pretensión de eludir con pequeñas dádivas de misericordia las grandes obligaciones impuestas por la justicia. La caridad y la justicia imponen sus deberes específicos, los cuales, si bien con frecuencia coinciden en la identidad del objeto, son, sin embargo, distintos por su esencia; y los obreros, por razón de su propia dignidad, exigen enérgicamente, con todo derecho y razón, el reconocimiento por todos de estos deberes a que están obligados con respecto a ellos los demás ciudadanos. 

51. Por esta razón, Nos nos dirigimos de un modo muy particular a vosotros, patronos e industriales cristianos, cuya tarea es a menudo tan difícil, porque habéis recibido la herencia de los errores de un régimen económico injusto que ha ejercido su ruinoso influjo sobre tantas generaciones; tened clara conciencia de vuestra responsabilidad. Es un hecho lamentable, pero cierto: la conducta práctica de ciertos católicos ha contribuido no poco a la pérdida de confianza de los trabajadores en la religión de Jesucristo. No quisieron estos católicos comprender que la caridad cristiana exige el reconocimiento de ciertos derechos debidos al obrero, derechos que la Iglesia ha reconocido y declarado explícitamente como obligatorios. ¿Cómo calificar la conducta de ciertos católicos, que en algunas partes consiguieron impedir la lectura de nuestra encíclica Quadragesimo Anno en sus iglesias patronales? ¿Cómo juzgar la actitud de ciertos industriales católicos, que se han mostrado hasta hoy enemigos declarados de un movimiento obrero recomendado por Nos mismo? ¿No es acaso lamentable que el derecho de propiedad, reconocido por la Iglesia, haya sido usurpado para defraudar al obrero de su justo salario y de sus derechos sociales? 

Justicia social 

52. Porque es un hecho cierto que, al lado de la justicia conmutativa, hay que afirmar la existencia de la justicia social, que impone deberes específicos a los que ni los patronos ni los obreros pueden sustraerse. Y es precisamente propio de la justicia social exigir de los individuos todo lo que es necesario para el bien común. Ahora bien: así como en un organismo viviente no se atiende suficientemente a la totalidad del organismo si no se da a cada parte y a cada miembro lo que éstos necesitan para ejercer sus funciones propias, de la misma manera no se puede atender suficientemente a la constitución equilibrada del organismo social y al bien de toda la sociedad si no se da a cada parte y a cada miembro, es decir, a los hombres, dotados de la dignidad de persona, todos los medios que necesitan para cumplir su función social particular. El cumplimiento, por tanto, de los deberes propios de la justicia social tendrá como efecto una intensa actividad que, nacida en el seno de la vida económica, madurará en la tranquilidad del orden y demostrará la entera salud del Estado, de la misma manera que la salud del cuerpo humano se reconoce externamente en la actividad inalterada y, al mismo tiempo, plena y fructuosa de todo el organismo. 

53. Pero no se cumplirán suficientemente las exigencias de la justicia social si los obreros no tienen asegurado su propio sustento y el de sus familias con un salario proporcionado a esta doble condición; si no se les facilita la ocasión ele adquirir un modesto patrimonio que evite así la plaga del actual pauperismo universal; si no se toman, finalmente, precauciones acertadas en su favor, por medio de los seguros públicos o privados, para el tiempo de la vejez, de la enfermedad o del paro forzoso. 

En esta materia conviene repetir lo que hemos dicho en nuestra encíclica Quadragesimo Anno: «La economía social estará sólidamente constituida y alcanzará sus fines sólo cuando a todos y a cada uno se provea de todos los bienes que las riquezas y subsidios naturales, la técnica y la constitución social de la economía pueden producir. Esos bienes deben ser suficientemente abundantes para satisfacer las necesidades y honestas comodidades y elevar a los hombres a aquella condición de vida más feliz que, administrada prudentemente, no sólo no impide la virtud, sino que la favorece en gran número» [21]

54. Y si, como sucede cada día con mayor frecuencia, en el régimen de salario los particulares no pueden satisfacer las obligaciones de la justicia, si no es con la exclusiva condición previa de que todos ellos convengan en practicarla conjuntamente mediante instituciones que unan entre sí a los patronos —para evitar entre éstos una concurrencia de precios incompatible con los derechos de los trabajadores—, es deber de los empresarios y patronos en estas situaciones sostener y promover las instituciones necesarias que constituyan el medio normal para poder cumplir los deberes de la justicia. Pero también los trabajadores deben tener siempre presente sus obligaciones de caridad y de justicia para con los patronos, y deben convencerse de que de esta manera pondrán a salvo con mayor eficacia sus propios intereses. (...)

Estudio y difusión de la doctrina social 

56. (...) Si el modo de proceder de algunos católicos ha dejado qué desear en el campo económico y social, la causa de este defecto ha sido con frecuencia la insuficiente consideración de las enseñanzas dadas por los Sumos Pontífices en esta materia. Por esto es sumamente necesario que en todas las clases sociales se promueva una más intensa formación en las ciencias sociales, adaptada en su medida personal al diverso grado de cultura intelectual; y es sumamente necesario también que se procure con toda solicitud e industria la difusión más amplia posible de las enseñanzas de la Iglesia aun entre la clase obrera. 
Que las enseñanzas sociales de la Iglesia católica iluminen con la plenitud de su luz a todos los espíritus y muevan las voluntades de todos a seguirlas y aplicarlas como norma segura de vida que impulse al cumplimiento concienzudo de los múltiples deberes sociales. (...)

57. A esta renovación de la moral cristiana puede contribuir extraordinariamente la propagación de la prensa católica. La prensa católica debe, en primer lugar, fomentar el conocimiento más amplio cada día de la doctrina social de la Iglesia, de un modo variado y atrayente; debe, en segundo lugar, denunciar con exactitud, pero también con la debida extensión, la actividad de los enemigos y señalar los medios de lucha que han demostrado ser más eficaces por la experiencia repetida en muchas naciones; debe, por último, proponer útiles sugerencias para poner en guardia a los lectores contra los astutos engaños con que los comunistas han intentado y sabido atraerse incluso a hombres de buena fe. 

El cardenal George Pell publicará su diario de presidiario (Carlos Esteban)



“Este diario revela al cardenal Pell que conozco y que todos los fieles deberían conocer”, ha declarado a la agencia CNA el jesuita padre Joseph Fessio, de la editora Ignatius Press, que publicará el diario que el prelado australiano, recientemente liberado, llevó durante sus meses de prisión.

Pell, añade Fessio, “proclamaba a Cristo y la doctrina moral de la Iglesia sin miedo y con plena conciencia de lo que podría costarle. Y pagó el precio con buen humor y, como Cristo, con amor por sus enemigos.

Ignatius Press espera lanzar el libro para la primavera de 2021 en versión abreviada -el diario real de Pell ocupa un millar de páginas en su versión íntegra- o un primer volumen del mismo.

“Ya he leído la primera mitad del diario y es extraordinario”, añade Fessio. “Creo que se va a convertir en un clásico de espiritualidad”.

A principios del pasado abril el Tribunal Supremo australiano halló en revisión a Pell inocente de los cargos de pederastia de las que había sido declarado culpable en un juicio previo que le ha costado pasar en prisión trece meses y diez días. 

Las acusaciones de pederastia contra Pell se remontan a 2015, cuando una de las víctimas denunció ante la Policía de Victoria que había sufrido abusos sexuales en dos ocasiones por parte del prelado, poco después de que fuera nombrado arzobispo de Melbourne en 1996. Tuvo, para comparecer ante los tribunales australianos, que interrumpir su tarea en Roma, donde ocupaba un puesto en el estratégico Consejo de Cardenales que asesora al Papa y, sobre todo, acababa de descubrir, como responsable de las finanzas vaticanas, un colosal agujero en las cuentas de la Santa Sede.

El juicio se llevó a cabo en medio de una furibunda campaña mediática anticlerical, y pese a que el abogado defensor probó la imposibilidad física de los hechos alegados, el jurado lo halló culpable basado solo en el testimonio del denunciante.

A Pell se le prohibió incluso dar misa en la prisión, y un primer juicio en apelación llegó al mismo veredicto que el primero. El caso ha provocado fuertes críticas a la justicia australiana por parte de juristas de todo el mundo anglosajón.

Carlos Esteban

lunes, 22 de junio de 2020

Trump, un cuervo blanco


El año 2020 es un año raro. Estamos rodeados de rarezas que se tornan desconcertantes y nos confunden. A veces nos alegramos por lo que nos parece ver entre la niebla; y a veces nos desanimamos. Pareciera que nos hemos adentrado un poco más en esa “tierra de sombras” que nos hablaba Tolkien y que dio origen al nombre de este blog.



En el artículo anterior comentamos la rareza de un arzobispo pronunciándose públicamente contra el concilio Vaticano II. La pandemia ha convertido a las ciudades y al mundo en paisajes raros e impensados hace apenas unos meses. El asesinato por parte de la policía de un ciudadano americano de raza negra —hecho bastante frecuente en Estados Unidos—, ha producido extrañamente una reacción en cadena en buena parte del mundo que ha terminado con la decapitación de estatuas de Cristobal Colón. Todo muy raro.

Hay un denominador común que se repite incansablemente en todos los medios de comunicación y que repiten incansablemente políticos y gente seria de toda laya. Me refiero al ataque permanente a Donald Trump y, en menor medida, a otros gobiernos tildados de “populistas”, vocablo resignificado y que sirve para embolsar allí a todos los indeseables.

Y aquí es necesario ser asépticos y armarnos de rigor y honestidad intelectual: más allá de los cuestionamientos o incluso rechazo que muchos podemos tener hacia Estados Unidos, hacia el pavo del Día de Acción de Gracias y hacia las hamburguesas, lo cierto es que el presidente Trump está siendo atacado por los enemigos del orden cristiano, incluido el papa Francisco.

Sería una inferencia lógica ilegítima concluir con la identificación de Trump con el cristianismo, pero sería también ilegítimo e intelectualmente deshonesto arrumbarlo con los enemigos, aduciendo que es parte de lo mismo. Los hechos demuestran que no lo es, y una buena enumeración de las razones las da Mons. Viganò en la carta que le dirigió hace algunos días.

No se trata de convertir a Trump en un príncipe cristiano; sería fácil enumerar todos los motivos por los que ciertamente no lo es. Sin embargo, sería fácil también encontrar que esos mismos motivos engalanaron a muchas figuras de la historia a las que tenemos por príncipes cristianos, y sabemos perdonárselo. Podríamos citar infinidad de ejemplos, pero me ciño a uno. Carlomagno fue uno de los grandes hombres que más hizo por el establecimiento de la cristiandad. Es una figura fascinante y la estudié durante varios años. De él cuenta su biógrafo y amigo Eginhardo: “… se casó con la hija de Desiderio, rey de los longobardos, y al cabo de un año la repudió sin que se sepa bien el motivo exacto. Entonces tomó en matrimonio a Hildegarda, con la que tuvo tres hijos […]. Tuvo también otras tres hijas […], las dos primeras de su esposa Fastrada […] y ls tercera de cierta concubina cuyo nombre no me viene ahora a la memoria. [Tras la muerte de su tercera esposa Liutgarda] tuvo cuatro concubinas…” (Vida de Carlomagno c. 18, Gredos, Madrid, 1999, 82-83). Advierto que no estoy diciendo que Trump es el nuevo Carlomagno; ni siquiera los estoy comparando. Estoy apelando a la honestidad intelectual y a la justicia. Trump es adúltero, frívolo y mundano como lo fueron muchos de nuestros príncipes cristianos.

Insisto: no afirmo que Trump sea una príncipe cristiano; digo que Trump es el único gobernante actual (podríamos añadir a Andrzej Duda de Polonia) que defiende pública y activamente principios cristianos.

Hace un par de meses, el semanario The Economist, propiedad de la familia Rothschild, publicó un artículo en el que se afirmaba que Trump es, para el Nuevo Orden Mundial, un peligro mayor que el terrorismo, el jihadismo, el comunismo chino o la hostilidad norcoreana (pueden leer una síntesis y reflexión sobre el artículo aquí). Es sintomático: los adalides del establecimiento del Nuevo Orden Mundial dirigen su fuerzas contra Trump, en el año en que éste puede renovar su presidencia. ¿Se tratará solamente de una guerra entre malos y super-malos? Es una posibilidad, pero también hay otra, y es que Trump sea una suerte de “cuervo blanco”, un cuervo raro que podría liderar un movimiento de restauración de algunos valores desechados por la sociedad actual. Y al respecto hay varios datos pequeños pero significativos. Por ejemplo, la semana pasada Trump anunció que retiraría de Alemania diez mil soldados de la guarnición de treinta y cinco mil que USA tiene apostados en ese país desde fines de la Segunda Guerra Mundial. A los alemanes no solamente les molestó esta medida de desprecio (las fuerzas americanas en Europa son parte de la garantía de defensa de la Otan) sino sobre todo, que esos soldados serán probablemente destinados a Polonia, “un país ideológicamente cercano a Trump”, según acusa la Deutsche Welle.

La semana pasada, Francesco Agnoli publicó en el blog de Marco Tosatti un análisis muy interesante que sintetizo a continuación:

En 1991, George Bush, presidente republicano, desató la primera Guerra del Golfo contra Saddam Hussein. Al hacerlo, hablaba de un “Nuevo Orden Mundial” que estaba emergiendo, liderado por Estados Unidos como potencia hegemónica. Sólo la iglesia católica tomó partido contra esta guerra, denunciando, además de las víctimas, la desestabilización del mundo islámico.

Como sabemos, las guerras del golfo no lograron su objetivo, más bien todo lo contrario. Estados Unidos reveló su incapacidad para doblegar y controlar a Irak. Se empantanaron en Medio Oriente y generaron lo contrario de lo que se esperaba de ellos: después de las dos guerras el “Nuevo Orden Mundial” se alejaba.



En 2016 ocurrió lo inesperado: la batalla por la presidencia de Estados Unidos parecía ser una vez más entre demócratas y republicanos, es decir, entre dos caras de la misma moneda. Pero apareció Donald Trump, quien primero ganó las internas, y luego derrotó a Hillary Clinton, la punta de lanza del sueño mundialista. Los primeros que no podían creer este triunfo fueron los mismos republicanos (como Bush o Romney).

Trump tiene muchos pecados a los ojos del “estado profundo”, democrático y republicano: en primer lugar ha puesto fin a las guerras interminables, a la lucha contra el eje del mal desatado por Bush y la consiguiente réplica terrorista del extremismo islámico.

Trump sigue siendo un estadounidense, con el patriotismo algo nacionalista que nos molesta, pero ha comprendido que el sueño de un mundo dominado por los EE.UU. ya no se puede perseguir, y que en todo caso no son las guerras las que lo generan. Donald prefiere tratar de mantener la supremacía económica, con guerras aduaneras, guerras económicas, pero no más millones de muertes.

Esta visión antiglobalista y antiintervencionista de Trump es, para los defensores del Nuevo Orden Mundial, completamente errónea. Ellos necesitan a Estados Unidos e Inglaterra para unificar el mundo, pero ni a Trump ni Boris Johnson les interesa esa agenda.

Por lo tanto, hay que derrotar a Trump para reabrir al expansionismo militar americano y para ajustar cuentas con la Rusia de Putin, que ha vuelto a ser una superpotencia, al menos desde el punto de vista geopolítico.

Fracasada la acusación de apoyo ruso a Trump, había que buscar otra cosa. Y así, a pesar de que afroamericanos muertos por la policía ha habido, y en abundancia, bajo presidencias pasadas, incluida la de Obama, la muerte de Floyd se ha convertido en culpa de Trump.

El “Nuevo Orden Mundial” está, en este momento, por muchas razones, bastante lejos. Hay muchos obstáculos fuera (China y Rusia, por ejemplo, no son tan fáciles de dominar), pero el problema está, en primer lugar, dentro: Donald Trump y Boris Johnson están ocupados en otros asuntos. ¡Debemos eliminarlos para empezar de nuevo con el proceso interrumpido!

Trump ha sido el Presidente que no se limitó a las declaraciones pro-vida: no sólo se expuso públicamente al participar de la marcha por la vida, sino que nombró a jueces pro-vida y se metió en una lucha muy dura con la empresa multinacional de abortos Planned Parenthood.

Se trata de un presidente que, sin estar libre de defectos, obviamente, ha elegido estar a favor de la vida en todos los sentidos. Cuatro años de presidencia sin una verdadera guerra es una novedad que los católicos, incluido el Papa Francisco, deberían notar.

Hasta aquí la síntesis en que se relatan hechos. La defensa de valores tradicionales como la vida, como la existencia de Dios, como la necesidad de la oración y la finalización de guerras injustas, la ha hecho Donald Trump. Mal que nos pese, no ha venido de los presidentes católicos de la América española. Quizás sea momento de abrir los ojos, dejar de lado las ideologías y aceptar la realidad.
The Wanderer

EL DIARIO DEL CARDENAL PELL



Otra noticia interesante de hoy es que el Cardenal George Pell publicará su diario de prisión reflexionando sobre la vida en reclusión en régimen de aislamiento, la Iglesia Católica, la política y los deportes. Probablemente será publicado en la primavera del año 2021. El editor prevé editar entre tres y cuatro volúmenes, espera que el diario se convierta en un «clásico espiritual. Estábamos esperando algo, porque tanto silencio no es normal en el apaleado cardenal Pell.