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martes, 11 de junio de 2019

Burke, Schneider: Declaración de las verdades (texto completo)



«La Iglesia del Dios vivo, columna y cimiento de la verdad» (1Tim 3,15)
Declaración de las verdades relacionadas con algunos de los errores más comunes en la vida de la Iglesia de nuestro tiempo


Fundamentos de la Fe

1. El sentido correcto de las expresiones tradición viva, Magisterio vivo, hermenéutica de la continuidad y desarrollo de la doctrina incluye la verdad que cada vez que se profundice en el entendimiento del Depósito de la Fe, sin embargo esta profundización no puede ser contraria al sentido que ha expuesto siempre la Iglesia en el mismo dogma, el mismo sentido y el mismo entendimiento (cf. Concilio Vaticano I, Dei Filius, sess. 3, c. 4: «in eodem dogmate, eodem sensu, eademque sententia»).

2. «El significado mismo de las fórmulas dogmáticas es siempre verdadero y coherente consigo mismo dentro de la Iglesia, aunque pueda ser aclarado más y mejor comprendido. Es necesario, por tanto, que los fieles rehúyan la opinión según la cual en principio las fórmulas dogmáticas (o algún tipo de ellas) no pueden manifestar la verdad de modo concreto, sino solamente aproximaciones mudables que la deforman o alteran de algún modo; y que las mismas fórmulas, además, manifiestan solamente de manera indefinida la verdad, la cual debe ser continuamente buscada a través de aquellas aproximaciones.» Así pues, «los que piensan así no escapan al relativismo teológico y falsean el concepto de infalibilidad de la Iglesia que se refiere a la verdad que hay que enseñar y mantener explícitamente» (Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración sobre la doctrina católica acerca de la Iglesia para defenderla de algunos errores actuales, 5).

Credo

3. «El reino de Dios, que ha tenido en la Iglesia de Cristo sus comienzos aquí en la tierra, no es de este mundo (cf. Jn 18,36), cuya figura pasa (cf. 1Cor 7,31), y también que sus crecimientos propios no pueden juzgarse idénticos al progreso de la cultura de la humanidad o de las ciencias o de las artes técnicas, sino que consiste en que se conozcan cada vez más profundamente las riquezas insondables de Cristo, en que se ponga cada vez con mayor constancia la esperanza en los bienes eternos, en que cada vez más ardientemente se responda al amor de Dios; finalmente, en que la gracia y la santidad se difundan cada vez más abundantemente entre los hombres. Pero con el mismo amor es impulsada la Iglesia para interesarse continuamente también por el verdadero bien temporal de los hombres. Porque, mientras no cesa de amonestar a todos sus hijos que no tienen aquí en la tierra ciudad permanente (cf. Heb 13,14), los estimula también, a cada uno según su condición de vida y sus recursos, a que fomenten el desarrollo de la propia ciudad humana, promuevan la justicia, la paz y la concordia fraterna entre los hombres y presten ayuda a sus hermanos, sobre todo a los más pobres y a los más infelices. Por lo cual, la gran solicitud con que la Iglesia, Esposa de Cristo, sigue de cerca las necesidades de los hombres, es decir, sus alegrías y esperanzas, dolores y trabajos, no es otra cosa sino el deseo que la impele vehementemente a estar presente a ellos, ciertamente con la voluntad de iluminar a los hombres con la luz de Cristo, y de congregar y unir a todos en Aquel que es su único Salvador. Pero jamás debe interpretarse esta solicitud como si la Iglesia se acomodase a las cosas de este mundo o se resfriase el ardor con que ella espera a su Señor y el reino eterno.» (Pablo VI, Constitución apostólica Solemni hac liturgia, “Credo del pueblo de Dios”, 27). Es, por tanto, erróneo afirmar que lo que más glorifica a Dios es el progreso de las condiciones terrenas y temporales de la especie humana.

4. Después de la institución de la Nueva y Eterna Alianza en Cristo Jesús, nadie puede salvarse obedeciendo solamente la ley de Moisés, sin fe en Cristo como Dios verdadero y único Salvador de la humanidad (cf. Rm 3,28; Gal 2,16).

5. Ni los musulmanes ni otros que no tengan fe en Jesucristo, Dios y hombre, aunque sean monoteístas, pueden rendir a Dios el mismo culto de adoración que los cristianos; es decir, adoración sobrenatural en Espíritu y en Verdad (cf. Jn 4,24; Ef 2,8) por parte de quienes han recibido Espíritu de filiación (cf. Rm 8,15).

6. Las religiones y formas de espiritualidad que promueven alguna forma de idolatría o panteísmo no pueden considerarse semillas ni frutos del Verbo puesto que son imposturas que impiden la evangelización y la eterna salvación de sus seguidores, como enseñan las Sagradas Escrituras: «El dios de este siglo ha cegado los entendimientos a fin de que no resplandezca para ellos la luz del Evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2Cor 4,4).

7. El verdadero ecumenismo tiene por objetivo que los no católicos se integren a la unidad que la Iglesia Católica posee de modo inquebrantable en virtud de la oración de Cristo, siempre escuchada por el Padre: «para que sean uno» (Jn 17,11), la unidad, la cual profesa la Iglesia en el Símbolo de la Fe: «Creo en la Iglesia una». Por consiguiente, el ecumenismo no puede tener como finalidad legítima la fundación de una Iglesia que aún no existe.

8. El Infierno existe, y quienes están condenados a él a causa de algún pecado mortal del que no se arrepintieron son castigados allí por la justicia divina (cf. Mt 25,46). Conforme a la enseñanza de la Sagrada Escritura, no sólo se condenan por la eternidad los ángeles caídos sino también las almas humanas (cf. 2Tes 1,9; 2Pe 3,7). Es más, los humanos condenados por la eternidad no serán exterminados, porque según la enseñanza infalible de la Iglesia sus almas son inmortales (cf. V Concilio de Letrán, sesión 8.)

9. La religión nacida de la fe en Jesucristo, Hijo encarnado de Dios y único Salvador de la humanidad, es la única religión positivamente querida por Dios. Por tanto, es errónea la opinión según la cual del mismo modo que Dios ha querido que haya diversidad de sexos y de naciones, quiere también que haya diversidad de religiones.

10. «Nuestra religión [la cristiana] instaura efectivamente una relación auténtica y viviente con Dios, cosa que las otras religiones no lograron establecer, por más que tienen, por decirlo así, extendidos sus brazos hacia el cielo» (Pablo VI, exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 53).

11. El don del libre albedrío con que Dios Creador dotó a la persona humana, concede al hombre el derecho natural de elegir únicamente el bien y lo verdadero. Ningún ser humano tiene, por tanto, el derecho natural a ofender a Dios escogiendo el mal moral del pecado o el error religioso de la idolatría, de la blasfemia o una falsa religión.

La Ley de Dios

12. Mediante la gracia de Dios, la persona justificada posee la fortaleza necesaria para cumplir las exigencias objetivas de la ley divina, dado que para los justificados es posible cumplir todos los mandamientos de Dios. Cuando la gracia de Dios justifica al pecador, por su propia naturaleza da lugar a la conversión de todo pecado grave (cf. Concilio de Trento, sesión 6, Decreto sobre la justificación, cap. 11 y 13).

13. «Los fieles están obligados a reconocer y respetar los preceptos morales específicos, declarados y enseñados por la Iglesia en el nombre de Dios, Creador y Señor. El amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables de la observancia de los mandamientos de la Alianza, renovada en la sangre de Jesucristo y en el don del Espíritu Santo» (Juan Pablo II, encíclica Vertitatis splendor, 76). De acuerdo con la enseñanza de la misma encíclica, es errónea la opinión de quienes «creen poder justificar, como moralmente buenas, elecciones deliberadas de comportamientos contrarios a los mandamientos de la ley divina y natural». Por ello, «estas teorías no pueden apelar a la tradición moral católica» (íbid.).

14. Todos los mandamientos de la Ley de Dios son igualmente justos y misericordiosos. Es, por tanto, errónea la opinión de que obedeciendo un mandamiento divino – como, por ejemplo, el sexto mandamiento que prohibe cometer adulterio - una persona puede, en razón de esa misma obediencia, pecar contra Dios, perjudicarse a sí misma moralmente o pecar contra otros.

15. “Ninguna circunstancia, ninguna finalidad, ninguna ley del mundo podrá jamás hacer lícito un acto que es intrínsecamente ilícito, por ser contrario a la Ley de Dios, escrita en el corazón de cada hombre, reconocible por la misma razón, y proclamada por la Iglesia” (Juan Pablo II, encíclica Evangelium vitae, 62). La divina revelación y la ley natural contienen principios morales que incluyen prohibiciones negativas que vedan terminantemente ciertas acciones, por cuanto dichas acciones son siempre gravemente ilegítimas por razón de su objeto. De ahí que sea errónea la opinión de que una buena intención o una buena consecuencia, pueden ser suficientes para justificar la comisión de tales acciones (cf. Concilio de Trento, sesión 6, de iustificatione, c. 15; Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Reconciliatio et Paenitentia, 17; Encíclica Veritatis splendor, 80).

16. La ley natural y la Ley Divina prohíben a la mujer que ha concebido a un niño matar la vida que porta en su seno, ya sea que lo haga ella misma o con ayuda de otros, directa o indirectamente (cf. Juan Pablo II, encíclica Evangelium vitae, 62).

17. Las técnicas de reproducción «son moralmente inaceptables desde el momento en que separan la procreación del contexto integralmente humano del acto conyugal» (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 14).

18. Ningún ser humano puede estar jamás moralmente justificado, ni se le puede permitir desde el punto de vista moral, de quitarse la vida o hacérsela quitar por otros con el fin de escapar el sufrimiento. «La eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal» (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 65).

19. Por mandato divino y por la ley natural, el matrimonio es la unión indisoluble de un hombre y una mujer, ordenada por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole y al amor mutuo (cf. Gn 2,24; Mc 10,7-9; Ef 5,31-32). “Por su índole natural, la institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados por sí mismos a la procreación y a la educación de la prole, con las que se ciñen como con su corona propia” (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 48)

20. Según el derecho natural y el divino, todo ser humano que hace uso voluntario de sus facultades sexuales fuera del matrimonio legítimo peca. Por tanto, es contrario a las Sagradas Escrituras y a la Tradición afirmar que la conciencia es capaz de determinar legítimamente y con acierto que los actos sexuales entre personas que han contraído matrimonio civil pueden en algunos casos considerarse moralmente correctos o hasta ser pedidos e incluso ordenados por Dios, aunque una de ellas o las dos estén casadas sacramentalmente con otra persona (cf. 1Cor 7, 11; Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris consortio, 84).

21. La ley natural y Divina prohibe “toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación.” (Pablo VI, encíclica Humanae vitae,14).

22. Todo marido o esposa que se haya divorciado del cónyuge con quien estaba válidamente casado y contraiga después matrimonio civil con otra persona mientras aún vive su cónyuge legítimo, conviviendo maritalmente con su pareja civil, y que opte por vivir en ese estado con pleno conocimiento de la naturaleza de este acto y pleno consentimiento de la voluntad a este acto, está en pecado mortal y no puede por tanto recibir la gracia santificante ni crecer en la caridad. Por consiguiente, a no ser que tales cristianos convivan como hermano y hermana, no pueden recibir la Sagrada Comunión (cf. Juan Pablo II, exhortación apostólica Familiaris consortio, 84).

23. Dos personas del mismo sexo pecan gravemente cuando se procuran placer venéreo mutuo (cf. Lev 18,22; 20,13; Rm 1,24-28; 1Cor 6,9-10; 1Tim 1,10; Jds 7). Los actos homosexuales “no pueden recibir aprobación en ningún caso” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2357). Así pues, es contraria a la ley natural y a la Divina Revelación la opinión que sostiene que del mismo modo que Dios el Creador ha dado a algunos seres humanos la inclinación natural a sentir deseo sexual hacia las personas del otro sexo, así también el Creador ha dado a otros la inclinación a desear sexualmente a personas del mismo sexo, y que es la voluntad del Criador que en determinadas circunstancias esa tendencia se lleve a efecto.

24. Ni las leyes de los hombres ni ninguna autoridad humana pueden otorgar a dos personas del mismo sexo el derecho a casarse, ni declararlas casadas, ya que ello es contrario al derecho natural y a la ley de Dios. “En el designio del Creador complementariedad de los sexos y fecundidad pertenecen, por lo tanto, a la naturaleza misma de la institución del matrimonio” (Congregación para la doctrina de la fe, Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuals, 3 de junio de 2003, 3).

25. Aquellas uniones que reciben el nombre de matrimonio sin corresponder a la realidad del mismo, no pueden obtener la bendición de la Iglesia, por ser contrarias al derecho natural y divino.

26. Las autoridades civiles no pueden reconocer uniones civiles o legales entre dos personas del mismo sexo que claramente imitan la unión matrimonial, aunque dichas uniones no reciban el nombre de matrimonio, porque fomentarían pecados graves entre sus integrantes y serían motivo de grave escándalo (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales, 3 de junio de 2003).

27. Los sexos masculino y femenino, hombre y mujer, son realidades biológicas, creadas por la sabia voluntad de Dios (cf. Gn 1, 27; Catecismo de la Iglesia Católica, 369). Es, por tanto, una rebelión contra la ley natural y Divina y un pecado grave que un hombre intente convertirse en mujer mutilándose, o que simplemente se declare mujer, o que del mismo modo una mujer trate de convertirse en hombre, o bien afirmar que las autoridades civiles tengan el deber o el derecho de proceder como si tales cosas fuesen o pudieran ser posibles y legítimas (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2297).

28. De conformidad con las Sagradas Escrituras y con la constante Tradición del Magisterio ordinario y universal, la Iglesia no erró al enseñar que las autoridades civiles pueden aplicar legítimamente la pena capital a los malhechores cuando sea verdaderamente necesario para preservar la existencia o mantener el orden justo en la sociedad (cf. Gn 9,6; Jn 19,11; Rm 13,1-7; Inocencio III, Professio fidei Waldensibus praescriptaCatecismo Romano del Concilio de Trento, p. III, 5, n. 4; Pio XII, Discurso a los juristas Católicos, 5 de diciembre de 1954).

29. Toda autoridad en la Tierra y en el Cielo pertenece a Jesucristo; de ahí que las sociedades civiles y cualquier otra asociación de hombres esté sujeta a su realeza, por lo que «el deber de rendir a Dios un culto auténtico corresponde al hombre individual y socialmente considerado» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2105; cf. Pio XI, Encíclica Quas primas, 18-19; 32).

Los sacramentos

30. En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía tiene lugar una maravillosa transformación de toda la sustancia del pan en el Cuerpo de Cristo y de toda la sustancia del vino en su Sangre, transformación que la Iglesia Católica llama muy apropiadamente transubstanciación (cf. IV Concilio de Letrán, cap.1; Concilio de Trento, sesión 13, c.4). «Cualquier interpretación de teólogos que busca alguna inteligencia de este misterio, para que concuerde con la fe católica, debe poner a salvo que, en la misma naturaleza de las cosas, independientemente de nuestro espíritu, el pan y el vino, realizada la consagración, han dejado de existir, de modo que, el adorable cuerpo y sangre de Cristo, después de ella, están verdaderamente presentes delante de nosotros bajo las especies sacramentales del pan y del vino» (Pablo VI, carta apostólica Solemni hac liturgia, “Credo del pueblo de Dios”, 25).

31. Las palabras con las que expresó el Concilio de Trento la fe de la Iglesia en la Sagrada Eucaristía son idóneas para los hombres de todo tiempo y lugar, ya que son «doctrina siempre válida» de la Iglesia (Juan Pablo II, encíclica Ecclesia de Eucharistia, 15).

32. En la Santa Misa se ofrece a la Santísima Trinidad un sacrificio verdadero y propio, y este sacrificio tiene un valor propiciatorio tanto para los hombres que viven en la tierra como para las almas del purgatorio. Es, por lo tanto, errónea la opinión según la cual el Sacrificio de la Misa consistiría simplemente en el hecho de que el pueblo ofrezca un sacrificio espiritual de oración y alabanza, así como la opinión de que la Misa puede o debe definirse solamente como la entrega que hace Cristo de Sí mismo a los fieles como alimento espiritual para ellos (cf. Concilio de Trento, sesión 22, c. 2).

33. «La misa que es celebrada por el sacerdote representando la persona de Cristo, en virtud de la potestad recibida por el sacramento del orden, y que es ofrecida por él en nombre de Cristo y de los miembros de su Cuerpo místico, es realmente el sacrificio del Calvario, que se hace sacramentalmente presente en nuestros altares. Nosotros creemos que, como el pan y el vino consagrados por el Señor en la última Cena se convirtieron en su cuerpo y su sangre, que en seguida iban a ser ofrecidos por nosotros en la cruz, así también el pan y el vino consagrados por el sacerdote se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, sentado gloriosamente en los cielos; y creemos que la presencia misteriosa del Señor bajo la apariencia de aquellas cosas, que continúan apareciendo a nuestros sentidos de la misma manera que antes, es verdadera, real y sustancial» (Pablo VI, Solemni hac liturgia, “Credo del pueblo de Dios”, 24).

34. «Aquella inmolación incruenta con la cual, por medio de las palabras de la consagración, el mismo Cristo se hace presente en estado de víctima sobre el altar, la realiza sólo el sacerdote, en cuanto representa la persona de Cristo, no en cuanto tiene la representación de todos los fieles. (...) Que los fieles ofrezcan el sacrificio por manos del sacerdote es cosa manifiesta, porque el ministro del altar representa la persona de Cristo, como Cabeza que ofrece en nombre de todos los miembros. Pero no se dice que el pueblo ofrezca juntamente con el sacerdote porque los miembros de la Iglesia realicen el rito litúrgico visible de la misma manera que el sacerdote, lo cual es propio exclusivamente del ministro destinado a ello por Dios, sino porque une sus votos de alabanza, de impetración, de expiación y de acción de gracias a los votos o intención del sacerdote, más aún, del mismo Sumo Sacerdote, para que sean ofrecidos a Dios Padre en la misma oblación de la víctima, incluso con el mismo rito externo del sacerdote”. (Pío XII, encíclica Mediator Dei, 112).

35. El sacramento de la Penitencia es el único medio ordinario por el que se pueden absolver los pecados graves cometidos después del Bautismo. Según el derecho divino todos esos pecados deben confesarse según su especie y su número (cf. Concilio de Trento, sesión 14, canon 7).

36. El derecho divino prohíbe al confesor violar el sigilo del sacramento de la penitencia fuere por el motivo que fuere. Ninguna autoridad eclesiástica tiene potestad para dispensarlo del secreto del sacramento, y tampoco las autoridades civiles están facultadas para obligarlo a ello (cf. CIC 1983, can. 1388 § 1; Catecismo de la Iglesia Católica 1467).

37. Por la voluntad de Cristo y por la inmutable tradición de la Iglesia, no se puede administrar el sacramento de la Sagrada Eucaristía a quienes estén objetivamente en estado de grave pecado público, y tampoco se debe dar la absolución sacramental a quienes manifiesten no estar dispuestos a ajustarse a la Ley de Dios, aunque esa falta de disposición corresponda a una sola materia grave (cf. Concilio de Trento, sess. 14, c. 4; Juan Pablo II, Mensaje al Cardinal William W. Baum, 22 de marzo de 1996).

38. Conforme a la constante tradición de la Iglesia, no se puede administrar el sacramento de la Sagrada Eucaristía a quienes nieguen alguna verdad de la fe católica profesando formalmente adhesión a una comunidad cristiana herética o oficialmente cismática (cf. Código del Derecho Canónico 1983, can. 915; 1364).

39. La ley que obliga a los sacerdotes a observar la perfecta continencia mediante el celibato tiene su origen en el ejemplo de Jesucristo y pertenece a una tradición inmemorial y apostólica, según el testimonio constante de los Padres de la Iglesia y de los Romanos Pontífices. Por esta razón, no se debe abolir esta ley en la Iglesia Romana por medio de la innovación de un supuesto celibato opcional de los sacerdotes, ya sea a nivel regional o universal. El testimonio válido y perenne de la Iglesia afirma que la ley de la continencia sacerdotal «no impone ningún precepto nuevo. Dichos preceptos deben observarse, porque algunos los han descuidado por ignorancia y pereza. Con todo, los mencionados preceptos se remontan a los apóstoles y fueron establecidos por los Padres, como está escrito: “Así pues, hermanos, estad firmes y guardad las enseñanzas que habéis recibido, ya de palabra, ya por carta nuestra” (2Tes 2,15). Lo cierto es que muchos, desconociendo los estatutos de nuestros predecesores, han violado con su presunción la castidad de la Iglesia y se han guiado por la voluntad del pueblo, sin temor a los castigos divinos» (Papa Siricio, decretal Cum in unum del año 386).

40. Por voluntad de Cristo y por la divina constitución de la Iglesia, sólo los varones bautizados pueden recibir el sacramento del Orden, ya sea para el episcopado, el sacerdocio o el diaconado (cf. la carta apostólica de Juan Pablo II Ordinatio sacerdotalis, 4). Es más, la afirmación de que sólo un concilio ecuménico puede dirimir esta cuestión es errónea, dado que la autoridad de un concilio ecuménico no es mayor que la del Romano Pontífice (cf. V Concilio de Letrán, sesión 11; Concilio Vaticano I, sesión 4, c.3).

31 de mayo de 2019

Cardenal Raymond Leo Burke, Patrono de la Soberana y Militar Orden de Malta
Cardinal Janis Pujats, Arzobispo emérito de Riga
Tomash Peta, Arzobispo de la arquidiócesis de María Santísima en Astana
Jan Pawel Lenga, Arzobispo-Obispo emérito de Karaganda
Athanasius Schneider, Obispo Auxiliar de la arquidiócesis de María Santísima en Astana

Nota explicativa a la Declaración de las verdades relacionadas con algunos de los errores más comunes en la vida de la Iglesia de nuestro tiempo




La Iglesia actual sufre una de las mayores epidemias espirituales. Es decir, una confusión y desorientación doctrinal de alcance casi universal, que suponen un peligro seriamente contagioso para la salud espiritual y la salvación eterna de numerosas almas. Al mismo tiempo, es preciso reconocer un letargo espiritual generalizado en el ejercicio del Magisterio a diversos niveles de la jerarquía de la Iglesia de hoy. En buena parte, ello obedece a que no se ha observado el deber Apostólico - según lo declarado también por el Concilio Vaticano II – que los obispos deben «con vigilancia, apartar de su grey los errores que la amenazan» (Lumen gentium, 25).

Los tiempos que vivimos se caracterizan por una aguda hambre espiritual de los fieles católicos de todo mundo para que se reafirmen las verdades que han sido oscurecidas, socavadas y negadas por algunos de los más peligrosos errores de nuestra época. Los fieles que padecen esta hambre espiritual se sienten abandonados, y se encuentran por eso en una especie de periferia existencial. Semejante situación requiere con urgencia un remedio concreto. No admite más demora una declaración pública de las verdades que se oponen a dichos errores. Tenemos, por tanto, presentes las siguientes palabras del papa San Gregorio Magno, válidas para todos los tiempos: «No flaquee nuestra lengua para exhortar y, habiendo asumido el cargo de obispo, no nos condene nuestro silencio ante el tribunal del justo Juez (...) La grey que nos ha sido encomendada abandona a Dios, y callamos. Vive en pecado, y no alargamos la mano para corregirla» (Hom. In ev., 17,3.14).

Somos conscientes de la grave responsabilidad que tenemos como obispos católicos conforme a la amonestación de San Pablo, que enseña que Dios dio a su Iglesia «pastores y doctores a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, al estado de varón perfecto, alcanzando la estatura propia del Cristo total, para que ya no seamos niños fluctuantes y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, al antojo de la humana malicia, de la astucia que conduce engañosamente al error. Sino que, andando en la verdad por el amor, en todo crezcamos hacia adentro de Aquel que es la cabeza, Cristo. De Él todo el cuerpo, bien trabado y ligado entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándole en el amor» (Ef 4, 12-16).

Con espíritu de caridad fraterna, publicamos la presente Declaración de verdades a modo de ayuda espiritual concreta para que los obispos, sacerdotes, parroquias, comunidades religiosas, asociaciones de fieles laicos y particulares tengan oportunidad de confesar en privado o en público las verdades que más se niegan o desfiguran en nuestros tiempos. La siguiente exhortación del apóstol San Pablo debe entenderse como dirigida a cada obispo y fiel laico de hoy: «Lucha la buena lucha de la fe; echa mano de la vida eterna, para la cual fuiste llamado, y de la cual hiciste aquella bella confesión delante de muchos testigos. Te ruego, en presencia de Dios que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús –el cual hizo bajo Poncio Pilato la bella confesión-- que guardes tu mandato sin mancha y sin reproche hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo» (1Tim 6,12-14).

Ante la mirada del Divino Juez y en su propia conciencia, todo obispo, sacerdote y fiel laico tiene el deber moral de dar testimonio inequívoco de las verdades que hoy en día se oscurecen, socavan y niegan. Declarando dichas verdades mediante actos públicos y privados se podría iniciar un movimiento de confesión de la Verdad, de defensa y reparación por los pecados generalizados contra la Fe y por los pecados secretos y públicos de apostasía, disimulada o manifiesta, de no pocos clérigos y seglares. Eso sí, hay que tener presente que lo que importa en tal movimiento no es el número de sus miembros, sino la verdad, como afirmó San Gregorio Nacianceno ante la confusión doctrinal generalizada de la crisis arriana, cuando declaró que Dios no se complace en los números (cf. Or. 42,7).

Al dar testimonio de la perenne fe católica, clero y fieles recordarán la verdad de que «la totalidad de los fieles no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando "desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos” presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres» (Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 12).

Los santos y los grandes obispos que vivieron en tiempos de crisis doctrinales pueden interceder por nosotros y guiarnos mediante su enseñanza, como lo hacen las siguientes palabras de San Agustín dirigidas al Papa San Bonifacio I: «Dado que todos los que ejercemos el episcopado compartimos una misma atalaya pastoral (si bien tu vigilas desde una altura superior), hago lo que está en mis manos con respecto a mi pequeña porción del rebaño en la medida en que el Señor se digna concederme autoridad mediante la ayuda de tus oraciones » (Contra ep. pel., 1,2).

La voz unánime de los pastores y los fieles en una precisa declaración de verdades será indudablemente un medio eficaz de ayuda fraternal y filial al Sumo Pontífice en la extraordinaria situación actual de confusión doctrinal generalizada y desorientación que reina en la vida de la Iglesia.

Hacemos esta Declaración con espíritu de caridad cristiana, la cual se manifiesta velando por la salud espiritual de los pastores y los fieles; es decir, de todos los miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, teniendo presentes las siguientes palabras de San Pablo en su Primera Epístola a los Corintios: «Que no haya disensión en el cuerpo, sino que los miembros tengan el mismo cuidado los unos por los otros. Por donde si un miembro sufre, sufren con él todos los miembros; y si un miembro es honrado, se regocijan con él todos los miembros» (1Cor 12, 25-27), y en la carta a los Romanos: «Pues así como tenemos muchos miembros en un solo cuerpo, y no todos los miembros tienen la misma función, del mismo modo los que somos muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, pero en cuanto a cada uno somos recíprocamente miembros. Y tenemos dones diferentes conforme a la gracia que nos fue dada, ya de profecía para hablar según la regla de la fe, ya de ministerio, para servir; ya de enseñar, para la enseñanza; ya de exhortar, para la exhortación. (...) Aborreced lo que es malo, apegaos a lo que es bueno. En el amor a los hermanos sed afectuosos unos con otros; en cuanto al honor, daos preferencia mutuamente. En la solicitud, no seáis perezosos; en el espíritu sed fervientes; para el Señor sed servidores» (Rm 12, 4-11).

Los cardenales y obispos que firman esta “Declaración de verdades” la encomiendan al Corazón Inmaculado de la Madre de Dios bajo la advocación “Salus populi romani” (“Salvación del pueblo romano”) considerando el privilegiado significado espiritual que este ícono tiene para la Iglesia Romana. Que toda la Iglesia Católica, bajo la protección de la Virgen Inmaculada y Madre de Dios, “luche intrépidamente la buena batalla de la fe, persevere firmemente en la doctrina de los apóstoles y proceda seguramente entre las tempestades del mundo hasta llegar a la ciudad celestial" (Prefacio de la misa en honor de la Bienaventurada Virgen María “Salvación del pueblo romano”).

31 de mayo de 2019

Cardenal Raymond Leo Burke, Patrono de la Soberana y Militar Orden de Malta
Cardinal Janis Pujats, Arzobispo emérito de Riga
Tomash Peta, Arzobispo de la arquidiócesis de María Santísima in Astana
Jan Pawel Lenga, Arzobispo-Obispo emérito de Karaganda
Athanasius Schneider, Obispo Auxiliar de la arquidiócesis de María Santísima en Astana

lunes, 10 de junio de 2019

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Caso McCarrick. Había una pregunta, pero Francisco no ha querido oírla

Dos cardenales y tres obispos corrigen a Francisco y responden a los Dubia



Los cardenales Raymond Burke, de 70 años, y Janis Pujats, de 88 años, y tres obispos kazajos -el obispo auxiliar Athanasius Schneider, de 58 años, el arzobispo Tomash Peta, de 67 años, y el arzobispo emérito Jan Pawel Lenga, de 69 años, emitieron el 31 de mayo una “Declaración de Verdades” de 8 páginas”.

Esa declaración fue publicada el 10 de junio en el sitio web NCRegister.com. Éste es otro documento después de una serie de documentos dirigidos al papa Francisco.

El texto contiene la enseñanza católica sobre la Eucaristía, el matrimonio, la homosexualidad, el castigo capital y el celibato clerical.

Esto desafía implícitamente las declaraciones heréticas de Francisco, si bien llama al documento una “ayuda fraternal y filial” para Francisco.

El documento refuta la Declaración de Abu Dhabi de Francisco. Declara que “los musulmanes y otros que carecen de fe en Jesucristo” no pueden adorar a Dios de la misma manera que lo hacen los cristianos, agregando que las religiones que promocionan la idolatría o el panteísmo son “engaños” y “excluyen de la salvación eterna”.

Contradiciendo la entrevista de Scalfari con Francisco, el documento aclara que las almas condenadas al infierno “no serán aniquiladas”.

Dando una respuesta implícita a los Dubia, el documento enfatiza que “ninguna circunstancia”, “ningún propósito”, “ninguna ley cualquiera que sea” puede hacer lícito un acto intrínsicamente ilícito.

El ‘musulmán moderado’ que firmó el pacto con el Papa permite golpear a las esposas (Carlos Esteban)



A condición de que no le rompa ningún hueso, los varones podrán golpear a sus esposas para disciplinarlas en caso de rebeldía, ha decretado el Gran Imán de Al Azhar, tenido por autoridad máxima del Islam suní, que firmó con el Papa en Abu Dhabi el célebre Pacto por la Paz interreligioso.

De pocos viajes ha vuelto tan satisfecho el Santo Padre como del que le llevó a los Emiratos Árabes a principios de este año, de donde volvió con un Documento sobre la Fraternidad Humana firmado con la supuesta máxima autoridad del Islam suní, el Gran Imán de la Mezquita del Al Azhar, Ahmad Al-Tayyib.

De hecho, Su Santidad dedicó su primera alocución en Roma a su vuelta de Abu Dhabi a subrayar la importancia de este pacto interreligioso, que envió en seguida a todas las instituciones educativas católicas y del que sus más fervorosos admiradores dijeron que se estudiaría durante muchas décadas en el futuro. En él se venían a subrayar lo que de común tienen ambas religiones, aunque hubiera que admitir afirmaciones tan dudosas para el historiador como que “las religiones no incitan nunca a la guerra”.

El islam, religión sin clero sacramental, mucho menos un pontífice, es una fe con una estructura ética que a menudo choca fuertemente con la visión occidental, no meramente cristiana. Pero, para tranquilidad de los lectores del pacto, se nos dijo que Al Azhar representaba al islam suní y que, como podía comprobarse en el propio texto fraternal que firmaba, era de tendencia ‘moderada’.

Al Azhar no representa al islam suní, no en el sentido en que el Papa representa la doctrina de la fe católica. Es simplemente, en una religión sin un centro doctrinal, la que se tiene comúnmente como la institución más prestigiosa, sin que eso vincule necesariamente a un solo musulmán.

Pero es que Al Tayyib no ha resultado tan moderado como quisieran verlo los entusiastas del acuerdo. En su día, hace algo más de tres años, ya tuvo que admitir que la pena de muerte es lo prescrito contra quien apostata de la fe islámica. Y por si alguien pudiera pensar que de entonces acá se ha “moderado”, nos enteramos hoy mismo que ha declarado que los esposos pueden golpear a sus mujeres para corregirlas según lo estipula el Corán.

Lo que quizá el Santo Padre no tuvo en cuenta o pasó por alto es que, por alta que sea la autoridad moral de Al Tayyib o de cualquier otro Gran Imán, es absolutamente nula comparada con la que su fe confiere al Corán, palabra increada de Alá hasta el último signo diacrítico, y a los ahadith aceptados.

El Gran Imán lo ha dejado claro al referirse a unos versículos de la «la sura de las mujeres» del Corán. «Los hombres están al cargo de las mujeres en virtud de la preferencia que Alá ha dado a unos sobre otros. (…) Las habrá que sean rectas, obedientes y que guarden, cuando no las vean, aquello que Alá manda guardar. Pero aquellas cuya rebeldía temáis, amonestadlas, no os acostéis con ellas, pegadles; pero si os obedecen, no busquéis ningún medio contra ellas».

Así lo ha resaltado Al Tayyib en unas declaraciones que sólo desde fuera se pueden considerar ‘polémicas’: «Los textos del Corán y las disposiciones de la legislación islámica son válidos en todo momento y lugar». Lo firmado con un sumo sacerdote infiel, en cambio, no lo son necesariamente.


Carlos Esteban

domingo, 9 de junio de 2019

viernes, 7 de junio de 2019

NOTICIAS VARIAS 7 DE JUNIO DE 2019




DIANE MONTAGNA


CATAPULTA


INFOCATÓLICA

Los jueces que revisan la apelación del caso Pell ponen contra las cuerdas a la Fiscalía

Varones católicos polacos rezarán el Rosario ante la Catedral de Kielce el Domingo de Pentecostés

INFOVATICANA

“¿Cómo me voy a oponer a tratar igual que a los demás a dos hombres que se quieren?”

Un cardenal pide que se deje de llamar ‘padre’ a los sacerdotes

El ‘jefe’ de los obispos de EEUU, acusado de encubrir un caso de abuso sexual

Pell apela

SECRETUM MEUM MIHI

“Hebdomada Papae, notitiae vaticanae latine redditae”, boletín radiofónico semanal en latín de Vatican News, ¡no para no...

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Confirmado: Putin será recibido por tercera vez por Francisco © Reuters En el día de ayer la agencia noticiosa argentina...

El cardenal Pell presenta apelación a su condena por abusos sexuales El cardenal George Pell abandona la Corte Suprema d...

Cardenal DiNardo, actual presidente de la Conferencia Episcopal de EEUU, acusado de ignorar un abuso sexual Card. Daniel...

SPECOLA

El Papa Francisco y sus sospechosas devociones : Lourdes, Fátima, Guadalupe, Medjugorje; el martirio de Pell y la cosa nostra Vaticana.

GLORIA TV

George Soros elogia al papa Francisco

La Iglesia debe pedir perdón a los gitanos (Bruno Moreno)


“Este hombre no se entera", señala D. Luisillo Sabihondillo, presidente de la Asociación de Lectores Desencantados. “Precisamente hace tres o cuatro días, el Papa ya pidió perdón a los gitanos. Esto no es un blog ni es nada. ¡Que nos devuelvan el dinero!".
Con todo el respeto hacia don Luis, a quien tanto aprecio, especialmente por su inexistencia, conviene señalar que, como decían los escolásticos, pensar es distinguir. Es cierto que el Papa pidió perdón a los gitanos, pero me atrevo a sugerir que, quizá por provenir de un país donde hay muchos menos gitanos que en España, pidió perdón por lo que no debía y no pidió perdón por lo que la Iglesia, en efecto, debería pedir perdón.
Según leo en los medios, el Papa pidió perdón a los gitanos por las “discriminaciones, de las segregaciones y de los maltratos que han sufrido vuestras comunidades”, por haberlos “mirado de forma equivocada, con la mirada de Caín y no con la de Abel”, haberlos juzgado “de modo temerario, con palabas que hieren, con actitudes que siembran odio y crean distancias”.
Ese tipo de faltas a las que se refiere el Papa son, sin duda, reales. ¿Qué duda cabe? Sin embargo, se trata esencialmente de pecados personales de católicos, por los que no tiene sentido que la Iglesia como tal pida perdón. Igualmente podría haber pedido perdón el Papa a los conductores de autobús, los zurdos, los millonarios, los carteristas o los nazis, todos los cuales, sin ninguna duda, habrán sufrido multitud de pecados cometidos por multitud de católicos, porque, como probablemente sepan los lectores, los católicos somos pecadores.
Lo que corresponde en ese tipo de pecados, ya se hayan cometido contra gitanos, contra autobuseros o, más frecuentemente, contra los familiares, compañeros de trabajo y vecinos más cercanos, es el arrepentimiento, la confesión y, si procede, la restitución y la petición directa de perdón al interesado. En cambio, con respecto a estos pecados, la petición de perdón por alguien que no es directamente culpable de ellos se parece inquietantemente a la oración aquella del fariseo, que decía “gracias, Señor, porque no soy como ese publicano", con el agravante de que, en nuestros tiempos, ni siquiera se trata ya de oración, sino de meros gestos políticamente correcto de cara a la galería.
“Definitivamente, este hombre no se entera", exclama enseguida D. Luisillo. “Primero dice que la Iglesia debe pedir perdón a los gitanos y ahora nos sale con que no tiene sentido que la Iglesia les pida perdón. Está gagá".
Si el Sr. Sabihondillo me lo permite, señalaré que tiene sentido que la Iglesia pida perdón, pero por otras cosas mucho más graves y que la competen mucho más. No puedo hablar sobre el resto de los países, que conozco menos, así que solo me referiré a España. Estoy firmemente convencido de que la Iglesia española debería pedir perdón a los gitanos, porque es culpable de un terrible pecado contra ellos: ha dejado (hemos dejado) que pierdan la fe católica.
Cuando nació mi padre, la inmensa mayoría de los gitanos españoles eran católicos. Cuando nacieron mis hijos, más de la mitad de los gitanos españoles eran ya evangélicos o pentecostales. Por nuestra culpa, han perdido la Misa, el sacerdocio, la intercesión de los santos, la confesión que limpia los pecados, el verdadero conocimiento de la Escritura, la oración por los difuntos, el matrimonio para toda la vida, la liturgia, el culto a nuestra Señora, el rosario y, en fin, toda la Tradición de la Iglesia.
¿Se dice que los gitanos son pobres? Ahora es cuando son verdaderamente pobres, porque han perdido esa inmensa riqueza de la fe. ¿Discriminados? No existe mayor discriminación que estar exilado de la Ciudad de Dios, de Jerusalén la hermosa, la amada del Señor. ¿La mirada de Caín? La más terrible mirada de Caín es aquella que contribuye con su indiferencia a la muerte eterna de sus hermanos. Parece mentira que haya que recordar estas cosas.
En este abandono masivo de la fe han influido, por supuesto, diversas circunstancias históricas y los propios gitanos tendrán la parte de responsabilidad que les corresponda, pero no nos engañemos: a quien mucho se le dio, mucho se le pedirá. La responsabilidad principal es de los encargados de enseñar la fe, de los que tenían y tienen a su cargo las ovejas españolas y, con alguna honrosa excepción, no han hecho nada para conservarlas en el único rebaño del único Pastor. La responsabilidad principal es de aquellos que aguaron y falsificaron la fe, convirtiéndola en cuatro generalidades más o menos progresistas con cariz seudosocial y consiguiendo que tantas ovejas, incluidos casi todos los gitanos, la rechazaran asqueados y acudieran a otras falsificaciones más cercanas al original. Y la responsabilidad, menor quizá pero igualmente real, es la de los católicos españoles que hemos asistido a esta pérdida masiva de la fe por todo un pueblo que vivía entre nosotros, sin hacer prácticamente nada.
Si no se pide perdón por eso, que afecta directamente a la esencia de la misión de la Iglesia, ¿qué sentido tiene pedir perdón por generalidades? Es como si un médico negligente matara a troche y moche a sus pacientes y después se disculpara públicamente porque su tío abuelo no reciclaba los plásticos.
Cuando mis hijos me pregunten que por qué los gitanos no son católicos, tendré que reconocer ante ellos, mirando al suelo y con las mejillas encendidas de vergüenza, que lo eran, pero dejaron de serlo precisamente en mi época. Busqué un hombre que se mantuviera firme en la brecha y no lo encontré.
Que los beatos Ceferino y Emilia rueguen por nosotros. Miserere nobis, Domine, miserere nobis.
Bruno Moreno

Cardenal Kasper: el Papa aceptará sacerdotes casados si los obispos lo piden (Carlos Esteban)




El teólogo favorito del Papa, el cardenal alemán Walter Kasper, ha declarado que Francisco aceptará la ordenación de casados si los obispos se lo piden en el Sínodo de la Amazonía, al tiempo que da por zanjada la polémica sobre el sacerdocio femenino, informa Inés San Martín en Crux.

“Si los obispos acordaran en consentimiento mutuo ordenar a hombres casados -los llamados ‘viri probati’-, opino que el Papa lo aceptaría”, ha asegurado el cardenal alemán Walter Kasper, quizá el teólogo que más ha influido en el presente pontificado. Cosa muy distinta, asegura Kasper, es el asunto del diaconado femenino, que tantos han visto como puerta de atrás para la entrada de las mujeres en el sacerdocio. En este caso, dice Kasper, una innovación así rompería con “milenios de tradición”.

Que el Sínodo de la Amazonía no va tanto de las necesidades evangelizadoras de esta región sudamericana como de buscar el modo de introducir algunas de las innovaciones que interesan sobre todo a la Iglesia alemana es algo que se lleva insinuando desde que se convocó. Aquí el Rin, aunque muy inferior al Amazonas en caudal, lleva más agua.

“El celibato no es un dogma”, nos recuerda Kasper. “No es una práctica inalterable”. Y continúa en línea con lo que ya expresara el propio Santo Padre en una de sus ruedas de prensa en vuelo: “Personalmente, soy muy partidario de mantener el celibato como forma de vida obligatoria con un compromiso a la causa de Jesucristo, pero no excluye que hombres casados puedan ejercer un ministerio sacerdotal en situaciones especiales”. Las excepciones, ya saben, esos casos extremos, discernidos “uno a uno”, que, indefectiblemente, tienden a convertirse en la norma.

“Preferiría dar la vida a cambiar la ley del celibato”, dijo Francisco, citando a Pablo VI. “No estoy de acuerdo con permitir el celibato opcional”.

Pero luego vino el “pero”, esa adversativa que tiende a hacer trizas lo que se ha dicho antes. Y es que en seguida pasó a hablar de la posibilidad de que en lugares “muy, muy remotos” fuera necesario recurrir a hombres casados ordenados a tal efecto. Uno por uno. Discerniendo.

Carlos Esteban

jueves, 6 de junio de 2019

“De una ambigüedad desmedida”. Un teólogo de la Congregación para la Doctrina de la Fe le da un suspenso al papa (Sandro Magister)


Padre Thomas Weinandy

> Todos los artículos de Settimo Cielo en español

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Esa frase nunca habría salido indemne del examen de la Congregación para la Doctrina de la Fe, si el papa Francisco hubiera dejado que la controlaran.

Pero no ha sido así. En el solemne documento sobre la fraternidad humana del 4 de febrero, firmado conjuntamente en Abu Dabi por Francisco y el Gran Imán musulmán de al-Azhar, Ahmed el-Tayeb, figura la siguiente afirmación:
“El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos”.
Nada que objetar al color, sexo, raza y lengua. Pero que Dios también quisiera la diversidad de religión es una tesis nueva y temeraria para la fe católica. Porque entonces ya no valdría lo que el apóstol Pedro, el primer papa, predicaba lleno de Espíritu Santo después del Pentecostés, es decir, “no hay otro nombre por el que nosotros debamos salvarnos” si no es Jesús, ya que su actual sucesor pone al mismo nivel todas las religiones.
Un mes después, en la audiencia general del 3 de abril, de regreso de otro viaje a tierras musulmanas, Marruecos, el papa Francisco intentó arreglar la mala jugada. “No debemos asustarnos de la diferencia” entre las religiones, dijo. “Dios ha querido permitir esta realidad” con la “voluntad permisiva” de la que hablan “los teólogos de la Escolástica”. En todo caso “debemos asustarnos si no trabajamos en la fraternidad, para caminar juntos en la vida”.
Pero tampoco en este caso, aunque el texto de esta audiencia general hubiera sido sometido primero al control de la Congregación para la Doctrina de la Fe, habrían aprobado este parche.

Hemos perdido la cuenta de las veces que el papa Francisco ha rehusado pedir o aceptar la opinión de la Congregación, cuya misión es la de comprobar la fidelidad al dogma.

Si lo hubiera hecho, por ejemplo, con “Amoris laetitia”, la exhortación sobre el matrimonio y el divorcio, la habría escrito de manera menos aventurada, sin provocar esos “dubia” – firmados y publicados por cuatro cardenales – a los que Francisco no ha querido responder, imponiendo el silencio también a la Congregación dirigida entonces por el cardenal Gerhard L. Müller.

Y hoy que se acerca la aprobación del nuevo equipo de la curia vaticana, ya se ha filtrado que la más penalizada será precisamente la Congregación para la Doctrina de la Fe, de cuyo organigrama forma parte también la Comisión teológica internacional, la flor y nata de los teólogos de todo el mundo.

Uno de los treinta teólogos que componen la Comisión no ha querido rendirse y quedarse callado. Y el 2 de junio ha publicado una argumentada declaración de protesta contra la afirmación del documento de Abu Dabi que atribuye la diversidad de las religiones a la voluntad creadora de Dios.

Este teólogo es el estadounidense Thomas G. Weinandy, 72 años, franciscano, cuya dolorida y meditada carta dirigida al papa Francisco en 2017 ya conocen los lectores del blog Settimo Cielo, la cual también se quedó sin respuesta:

> Un teólogo escribe al Papa: Hay caos en la Iglesia y usted es una causa

Aquí tienen la referencia al texto íntegro de su nueva intervención, esta vez bajo la forma de un auténtico ensayo teológico, publicado en “The Catholic World Report”, la revista on line de Ignatius Press, la editorial fundada y presidida por el jesuita Joseph Fessio, antiguo discípulo de Joseph Ratzinger y miembro de su “Schulerkreis”:

> Pope Francis, the uniqueness of Christ, and the will of the Father

El padre Weinandy se toma muy en serio la gravedad del asunto, que presenta de la siguiente manera:

“Pope Francis is noted for his ambiguous statements, but I find the indeterminate meaning contained in the Abu Dhabi statement the most egregious. By implication, it not only devalues the person of Jesus, but it also, and more so, strikes at the very heart of God the Father’s eternal will. Thus, such studied ambiguity undermines the very Gospel itself. Such implicit doctrinal subversion of so foundational a mystery of the faith on the part of Peter’s successor is for me and for many in the Church, particularly the laity, not simply inexcusable, but it most of all evokes profound sadness, for it imperils the supreme love that Jesus rightly deserves and merits.”

“El papa Francisco es conocido por sus afirmaciones ambiguas, pero encuentro que el sentido indeterminado de la afirmación contenida en el documento de Abu Dabi ha superado el límite. Implícitamente no sólo devalúa la persona de Jesús, sino que también, y mucho peor, ataca directamente el corazón de la eterna voluntad de Dios Padre. Por lo tanto, esta estudiada ambigüedad mina desde la raíz la verdad del Evangelio. Esta implícita subversión doctrinal de un misterio de la fe tan fundamental por parte del sucesor de Pedro es para mí y para muchos en la Iglesia, especialmente entre los laicos, no sólo inexcusable, sino que sobre todo provoca una inmensa tristeza, porque pone en peligro el amor supremo que Jesús merece justamente”.

Ya en el año 2000 la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuyo prefecto era Ratzinger, había avisado de lo importante que era desechar tergiversaciones y errores relativos a Jesús como único salvador del mundo. Lo había hecho con la declaración “Dominus Iesus”, con la cual, como dijo su autor y con el pleno acuerdo del papa Juan Pablo II, quería reafirmar precisamente este “elemento irrenunciable de la fe católica” respecto a cualquier otra religión.

Pero, a pesar de esto, o precisamente por esto, la “Dominus Iesus” fue acogida con una ráfaga de críticas, no sólo desde fuera, sino también desde dentro de la Iglesia, incluso por parte de teólogos y cardenales famosos, como Walter Kasper o Carlo Maria Martini.

Y esas críticas son precisamente las que hoy se encuentran recogidas y condensadas en el fragmento del documento de Abu Dabi que el padre Weinandy desaprueba.

Pero aún hay más. Después de remitirse al “Dominus Iesus” y de reconocer su mérito, el padre Weinandy escribe que ni siquiera esa declaración supo llegar al fondo del asunto:

“Because of this inadequacy, missing is the full truth and beauty of who Jesus is; and so, what is not fully appreciated is the manner in which he is the universal Savior and definitive Lord. I want in this essay to make evident what is lacking in ‘Dominus Iesus,’ and in so doing, further nullify any interpretation of the Abu Dhabi document which could affirm, or even suggest , that Jesus and other religious founders are of equal salvific value, and thus that God willed all religions in the same manner as he willed Christianity.”

“A causa de esta insuficiencia se pierden la verdad y la belleza de lo que es Jesús y no se aprecia plenamente el modo en que él es el Salvador universal y Señor definitivo. En este ensayo mío lo que quiero es hacer evidente lo que falta en la ‘Dominus Iesus’ y, de esta forma, invalidar todas las interpretaciones del documento de Abu Dabi que afirmen o, por lo menos, sugieran que Jesús y otros fundadores de religiones tienen el mismo valor salvífico, y que, por lo tanto, Dios quiso todas las religiones del mismo modo en que quiso el cristianismo”.

Por eso es necesario leer el ensayo del padre Weinandy. Que concluye así:

“What I have articulated here may be obvious to all faithful Christians. Nonetheless, given the ambiguity contained within the Abu Dhabi statement that Pope Francis signed, a strong reaffirmation is now necessary. One would like to think (the forever giving him the benefit of the doubt) that Pope Francis unwittingly, and so not consciously aware of the doctrinal implications of his signature, did not intend what the document seems to declare.

“Regardless, no one, not even a pontiff, can undo or override the will of God the Father concerning Jesus his Son. It is God the Father who ‘has highly exalted him and bestowed upon him the name which is above ever name.’ The Father has eternally decreed that at the name of Jesus, and not at the name of Buddha, Mohammed, or the name of any other past, present, or future religious founder, that ‘every knee should bow, in heaven and on earth and under the earth, and every tongue confess that Jesus Christ is Lord.’ To do so is not simply to glorify Jesus, but also ‘to the glory of God the Father’ (Phil. 2:9-11). In his love the Father has given the world Jesus his Son (Jn. 3:16), and ‘there is no other name under heaven given among men by which we must be saved’ (Acts 4:12). In this supreme truth we are to rejoice in gratitude and praise.”

“Lo que he explicado aquí puede resultar obvio a todos los fieles cristianos. Sin embargo, debido a la ambigüedad contenida en el documento de Abu Dhabi firmado por el papa Francisco, es necesaria una enérgica reafirmación. Me gustaría pensar – siempre concediéndole el beneficio de la duda – que el papa Francisco, involuntariamente y por lo tanto sin una plena consciencia de las implicaciones doctrinales de su firma, no quería decir lo que el documento parece declarar.

“En cualquier caso nadie, ni siquiera un pontífice, puede anular o ignorar la voluntad de Dios Padre relativa a su Hijo Jesús. Dios Padre ‘le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre’. 

El Padre estableció eternamente que al nombre de Jesús, y no al nombre de Buda, Mahoma o de cualquier otro pasado, presente o futuro fundador religioso, ‘toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre’ (Filipenses, 2, 9-11). Con su amor el Padre dio al mundo Jesús, su Hijo (Juan 3, 16) y ‘no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos’ (Hechos 4, 12). Debemos alegrarnos en esta suprema verdad con gratitud y oración”.
Sandro Magister

"I'm a traditionalist" - Cardinal Janis Pujats

Duración 2:48 minutos

"I'm a traditionalist and I informed the Pope of this in a letter I sent to him through the Nunciature," Latvian Cardinal Janis Pujats told Polonia Christiana on 4 June. Pujats added that the discipline of the sacraments should be observed in the Church, especially regarding the Sacrament of Matrimony. He pointed out that the Church must not imitate the sins of the world and, for example, bless homosexual couples. Pujats also explained that sexual atheism is more dangerous than Communist atheism.

Pujats criticized that in many churches very few stand in line for confession, but all go to communion. Quote: "I never allowed that in my church." The communion queues introduced after the Council produce a group pressure so that the people feel obliged to go to communion in order not to stand out, the Cardinal explains. Pujats warned that the priests will be held responsible before God for this abuse.

Pujats is critical of the transition from Latin to the national languages because many things have been lost in the process. Many teachings regarding the liturgy, dogmatics or morality were formulated very precisely in Latin over the centuries. These pearls were only translated to a limited extent. After the Council, the professors in the seminars did not take these things very serious and their seminarians cared even less about them.

The Cardinal explained that discipline and order have to prevail in a seminary. The environment in the seminary must be different from that in the world. Otherwise, the candidates for the priesthood enter the seminary as laymen and also leave it as such. Pujats wishes a monastic discipline in the seminary where the best spiritual fathers are educated. Future priests should be holy. Only then we will see positive effects.

NOTICIAS 6 DE JUNIO DE 2019



GLORIA TV

Obispo valiente excomulga prácticamente a dos políticos

Decisión sobre el caso “reservado” del cardenal mártir

Sin diálogo: el Vaticano mata a las Pequeñas Hermanas de María

Gänswein: Religión, comportamiento sexul “no importará” en el Juicio Final

Sacerdote recientemente ordenado apuñalado hasta morir

INFOCATÓLICA


Organizaciones provida promueven el boicot a Netflix por sus amenazas proabortistas contra Georgia

El obispo de Springfield decreta que no pueden comulgar los políticos católicos que votaron leyes abortistas


ADELANTE LA FE

ESI(Educación Sexual Integral): Aportes políticamente incorrectos. La camisa planchada (Antonio Caponnetto)

Selección por José Martí

Obispo de EEUU prohíbe dar la comunión a los políticos abortistas (Carlos Esteban)



Thomas Paprocki, obispo de Springfield, en Illinois, ha decretado que los legisladores del estado no pueden ser admitidos a la Eucaristía por su colaboración en la aprobación de la Ley de Salud Reproductiva de Illinois.

Paprocki ha comunicado a los legisladores católicos que han votado por una ley que promueve el aborto que no deben presentarse a recibir la comunión hasta no haberse arrepentido de su acción y confesado sacramentalmente.

“De acuerdo con el Canon 915 del Código de Derecho Canónico, el presidente del Senado de Illinois, John Cullerton, y el ‘speaker’ de la Cámara, Michael J. Madigan, que han facilitado la aprobación de la Ley Relativa al Aborto de 2017 (Ley de la Cámara 40), así como la Ley de Salud Reproductiva de 2019 (Ley del Senado 25), no serán admitidos a la Sagrada Comunión en la Diócesis de Springfield en Illinois porque han persistido obstinadamente en la promoción del crimen abominable y en el grave pecado del aborto, como se evidencia en la influencia que han ejercido en sus papeles de liderazgo y en sus repetidos votos y pertinaz apoyo político al derecho al aborto durante un prolongado periodo de tiempo”, se lee en el decreto promulgado por el obispo.
“Estas personas sólo podrán ser readmitidas a la Sagrada Comunión después de que se hayan arrepentido sinceramente de estos graves pecados y hayan, además, reparado adecuadamente los daños y el escándalo, o al menos prometan hacerlo, según lo determine mi juicio o el juicio de su obispo diocesano en consulta conmigo o con mi sucesor”, añade el decreto.
La ley a la que hace referencia, aprobada hace solo unos días, habla del aborto como de un “derecho fundamental”.
Carlos Esteban