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domingo, 14 de octubre de 2018

Por qué no necesitamos (y no deberíamos) llamar «santo» a Pablo VI (con un comentario personal al principio)



Es un artículo muy bueno, aunque está en inglés y es algo largo. Espero que lo traduzcan pronto al español. Mientras tanto, puede hacerse uso del traductor de Google: yo lo he hecho y, aunque no suele ser lo habitual, sin embargo, la traducción que he encontrado es bastante buena, dentro de lo que se le puede pedir a un traductor, y se entiende bien lo esencial de lo que el autor pretende comunicar ... 

[A la mañana siguiente he visto que la traducción se encuentra ya en Adelante la Fe. Pinchar aquí. No obstante, sigo manteniendo el original inglés en esta entrada, por si algún lector prefiere el inglés]

... ¡Y es que el papa Pablo VI, aunque, según ley, sea canonizado, ello no obliga, ni mucho menos, a tenerle devoción, pues su vida no fue ejemplar, en aspectos muy importantes; y fue muy grande el daño que hizo a la Iglesia, bajo las influencias modernistas: habría que leer el artículo para entender por qué dice esto su autor. 

Siendo eso así, sin embargo, Francisco lo canonizará hoy, 14 de octubre de 2018. Y, además, va a hacerlo de forma acelerada, sin haber realizado la correspondiente investigación que es necesaria para ello ...del mismo modo que canonizó al papa Juan XXIII (para quien sólo fue necesario un «milagro») y a Juan Pablo II (a quien vemos besando el Corán, como si fuese un libro sagrado) el mismo día (27 de abril de 2014)

Queda claro que Francisco pretende canonizar el Concilio Vaticano II, canonizando a todos los Papas post-conciliares, como si así hubiera que decir amén a todo cuanto se dice en los documentos de dicho Concilio, cuando algunos de éstos son de muy dudosa ortodoxia, por no decir claramente heterodoxos, en determinados puntos, en particular, aquellos que se refieren al Ecumenismo, el diálogo interreligioso, la libertad religiosa y la colegialidad ... aunque hay más.

Afortunadamente, las canonizaciones no son infalibles ... en el sentido de que la Iglesia no obliga a creer en ellas como si se tratase de dogmas de fe. Antes del Concilio Vaticano II, existía la figura del «abogado del diablo» y la santidad se concedía a muy pocos, y las exigencias para que alguien fuese declarado «santo» eran muy grandes. No así ahora, en que se canoniza a cualquiera; y rápidamente ... con lo que la devoción a los santos va de capa caída, ha disminuido enormemente y la figura del santo se ha devaluado.

En la época en la que nos ha tocado vivir, tenemos que rezar con una fe más grande que nunca: pedirle al Señor, con fuerza, que nos la conceda; y ayudar a los demás católicos, nuestros hermanos en la fe, a no dejarse engañar por los falsos profetas que aparecen con piel de oveja ... ¡porque dirán muchas verdades, ciertamente ... pero acompañadas de muchas mentiras ... de manera que el pueblo cristiano quede confundido y vaya perdiendo la fe, objetivo que están consiguiendo, pues eso es justo lo que está ocurriendo. 

La apostasía, a nivel mundial, se está generalizando. Queda claro que necesitamos de una intervención divina, la cual tendrá lugar, con toda seguridad ... aunque no sabemos ni cómo ni cuándo. Pero Dios no puede abandonar a su Iglesia, la cual, pese a todo, sigue siendo «Una, Santa, Católica y Apostólica» según rezamos en el Credo.

Mientras tanto, no podemos hacer otra cosa que redoblar nuestra oración y acudir a la Virgen María, Madre de la Iglesia (Iglesia que es el Cuerpo Místico de Cristo: dogma de fe) y, por lo tanto, madre nuestra, debido a nuestra Unión con Jesucristo mediante el Espíritu Santo que recibimos, sin merecimiento alguno por nuestra parte, cuando fuimos bautizados.

Recordemos que María fue bienaventurada precisamente porque creyó, en todo momento, aun cuando no comprendiera los designios de Dios: «Dichosa tú, que has creído que se cumplirá las cosas que se te han dicho de parte del Señor» (Lc, 1:45), le dijo su prima Isabel, cuando el niño saltó de gozo en su seno, en cuanto oyó el saludo de María, que venía a visitarla . 

Y así también a nosotros se nos da la posibilidad de ser bienaventurados, ya desde ahora: «Bienaventurados los que, sin ver, creyeron» (Jn 20, 29), le dijo Jesús a Tomás, debido a su incredulidad; porque, en definitiva, como bien dijo san Juan: «Ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe» (1 Jn 5, 4) 


José Martí
NOTA1: Un buen complemento a este artículo es el escrito por el padre Ángel David Martín Rubio (éste está en español) en Adelante la Fe, titulado «Pablo VI y España: una perspectiva histórica» 

NOTA 2: Según el cardenal McCarry (dicho en 2013), Francisco cambiará la Iglesia en 5 años (estamos en 2018), como puede verse en el siguiente vídeo, de 6 minutos de duración, el cual he colocado también en otra entrada posterior. Dicho vídeo está en inglés subtitulado:



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Many who have studied the life and pontificate of Pope Paul VI are convinced that he was far from exemplary in his conduct as pastor; that he not only did not possess heroic virtue, but lacked certain key virtues; that his promulgation of a titanic liturgical reform was incompatible with his papal office of handing on that which he had received; that he offers us a portrait of failed governance and tradition betrayed. In short, for us, it is impossible to accept that a pope such as this could ever be canonized. Not surprisingly, then, we are vexed about Pope Francis’s “canonization” of Giovanni Battista Montini on Sunday, October 14, 2018 and have grave doubts in conscience about its validity or credibility.
But are we allowed to have such doubts? Surely (people will say), canonization is an infallible exercise of the papal magisterium and therefore binding on all – indeed, the very language used in the ceremony indicates that! – therefore we must accept that Paul VI is a saint in Heaven, honor him and imitate him, and embrace all that he did and taught as pope.
Not so fast. In reality, the situation is more complicated. In this tempestuous time, it is just as well that we know the complexity of it, rather than seeking refuge in naïve simplifications. In this article, I will cover seven topics: (1) The status of canonizations, (2) The purpose of canonizations, (3) The process of canonization, (4) What is objectionable in Paul VI?, (5) What is admirable in Paul VI?, (6) The limits of canonization’s meaning, and (7) Practical consequences.
  1. The status of canonizations
While historically the majority of theologians have defended the view of the infallibility of canonizations – especially neoscholastic theologians who tend to be extreme ultramontanists [1] – the Church herself has, in fact, never taught this as binding doctrine [2]. The exact status of canonizations remains a legitimate subject of theological debate, and it is all the more debatable given the changing expectations, procedures, and motivations for the act of canonization itself (points to which I shall return).
The infallibility of canonizations is not taught by the Church, nor is it necessarily implied by any de fide doctrine of the Faith. Catholics are therefore not required to believe it as a matter of faith and may even, for serious reasons, doubt or question the truthfulness of a certain canonization. This conclusion is rigorously established and defended in John Lamont’s “The Authority of Canonisations” (Rorate Caeli, August 24, 2018), which, in my opinion, in the best treatment of the subject yet published and well worth reading in full, especially by those who are troubled in conscience about this question [3].
  1. The purpose of canonizations
Traditionally, canonization is not merely a recognition that a certain individual is in Heaven; it is the recognition that this man  lived a life of such heroic virtue (above all, the theological virtues of faith, hope, and charity), had fulfilled in so exemplary a fashion the duties of his state in life (and this would include, for a cleric, the duties of his office), and had so practiced asceticism as befits a soldier of Christ that public veneration (including liturgical) should be offered to him by the universal Church, and his example deserves to be followed as a model to imitate (cf. 1 Cor 11:1) [4]. We can see all of these features shining in the “classic” saints, to whom there is much popular devotion.
In recent pontificates, we have seen a shift take place in why individuals – at least, certain individuals – are canonized. Donald Prudlo observes:
As an historian of sainthood, my greatest hesitation with the current process stems from the canonizations done by John Paul II himself. While his laudable intention was to provide models of holiness drawn from all cultures and states in life, he tended to divorce canonization from its original and fundamental purpose. This was to have an official, public, and formal recognition of an existing cult of the Christian faithful, one that had been confirmed by the divine testimony of miracles. Cult precedes canonization; it was not meant to be the other way around. We are in danger then of using canonization as a tool to promote interests and movements, rather than being a recognition and approval of an extant cultus. [5]
Prudlo is making the obvious point that beatification and canonization are supposed to be responses of the Church to a strong popular devotion shown to a particular individual, whose heavenly intercession God has endorsed, so to speak, by working several demonstrable miracles. It is not supposed to be the Vatican rubber-stamping particular individuals the Vatican happens to want to promote. There is no serious cultus of Paul VI, nor has there ever been, and it is doubtful that papal fiat can create a cultus ex nihilo.
In reality, we see that Pope Francis has carried to its extreme the “politicization” of the process, whereby the individual to be beatified or canonized is instrumentalized for an agenda. As Fr. Hunwicke points out:
There has been, in some quarters, an uneasy suspicion for some time that canonisations have turned into a way of setting a seal upon the ‘policies’ of some popes. If these ‘policies’ are themselves a matter of divisive discussion and debate, then the promotion of the idea that canonisations are infallible becomes itself an additional element in the conflict. Canonisation, you will remind me, does not, theologically, imply approval of everything a Saint has done or said. Not formally, indeed. But the suspicion among some is that, de facto and humanly, such can seem to be its aim. This is confirmed by a prevailing assumption on all sides that the canonisations of the ‘Conciliar Popes’ does bear some sort of meaning or message.
Similarly, Fr. “Pio Pace” writes:
We must dare say it: by canonizing all Vatican II popes, it is Vatican II that is canonized. But, likewise, canonization itself is devalued when it becomes a sort of medal thrown on top of a casket. Maybe a council that was “pastoral” and not dogmatic is deserving of canonizations that are “pastoral” and not dogmatic. [6]
Most keenly, Prof. Roberto de Mattei observes:
For the papolater, the pope is not the vicar of Christ on Earth, who has the duty of handing on the doctrine he has received, but is a successor of Christ who perfects the doctrine of his predecessors, adapting it to the changing of the times. The doctrine of the Gospel is in perpetual evolution, because it coincides with the magisterium of the reigning pontiff. The “living” magisterium substitutes [for] the perennial Magisterium, expressed by pastoral teaching which changes daily, and has its regula fidei (rule of faith) in the subject of the authority and not in the object of the transmitted truth.
A consequence of papolatry is the pretext of canonizing all and each of the popes of the past, so that retroactively, each word of theirs, every act of governing is “infallibilized.” However, this concerns only the popes following Vatican II and not those who preceded that Council.
At this point arises the question: the golden era of the history of the Church is the Middle Ages, and yet the only medieval popes canonized by the Church are Gregory VII and Celestine V. In the twelfth and thirteenth centuries, there were great popes, but none of these were canonized. For seven hundred years, between the fourteenth and twentieth centuries, only Saint Pius V and Saint Pius X were canonized. Were all the others unworthy popes and sinners? Certainly not. But heroism in the governing of the Church is an exception, not the rule, and if all the popes were saints, then nobody is a saint. Sanctity is such an exception that it loses meaning when it becomes the rule. [7]
This last paragraph is particularly worth emphasizing: it should cause the deepest astonishment and skepticism to note that while the Church had canonized exactly two popes from a 700-year period [8], in recent years, she has “canonized” three popes from a period of scarcely over 50 years – a half-century that magically coincides with the preparation, execution, and aftermath of that most magical of all Councils, Vatican II. Must be that “new Pentecost” effect. If this is not enough to make a cynic of someone, I’m not sure what would be [9].
  1. The process of canonization
In order to expedite the making of saints, John Paul II introduced many significant changes in the canonization process that had been stably in place since the work of Prosper Lambertini (1734-1738), who later became Pope Benedict XIV (1740-1758). This process was based, in turn, on norms going back to Pope Urban VIII (1623-1644). It was none other than Paul VI who, in this area as in so many others, initiated a simplification of the procedures in 1969, a process John Paul II completed in 1983.
Studying a comparison of the old process and the new process is illuminating. A comparative chart has been provided at the Unam Sanctam Catholicam site. After noting the obvious fact that the old process is considerably more involved and thorough, Unam Sanctam proffers this evaluation:
The difference between the old and new procedures is not in their length, but in their character.In the pre-1969 procedure, you will note the care with which the integrity of the process itself is safeguarded. The Sacred Congregation must attest to the validity of the methodology used by the diocesan tribunals. The Promotor Fidei must sign off on the canonical form of every act of the Postulator and the Congregation. The validity of the inquiries into the candidate’s miracles [is] scrutinized. There is a very strict attention to form and methodology in the pre-1969 procedure which is simply lacking in the post-1983 system. … Essentially, while the modern canonization procedure maintains the nuts-n’-bolts of the pre-1969 system, the aspect of “checks and balances” that characterized the pre-1969 procedure is weakened. The rigid oversight is missing in the [modern] system. [10]
The role of the promotor fidei, the so-called “devil’s advocate,” was massively reduced. In the old system, this person’s crucial role was:
… to prevent any rash decisions concerning miracles or virtues of the candidates for the honours of the altar. All documents of beatification and canonization processes must be submitted to his examination, and the difficulties and doubts he raises over the virtues and miracles are laid before the congregation and must be satisfactorily answered before any further steps can be taken in the processes. It is his duty to suggest natural explanations for alleged miracles, and even to bring forward human and selfish motives for deeds that have been accounted heroic virtues[.] … His duty requires him to prepare in writing all possible arguments, even at times seemingly slight, against the raising of any one to the honours of the altar. The interest and honour of the Church are concerned in preventing any one from receiving those honours whose death is not juridically proved to have been “precious in the sight of God.” [11]
This paragraph bears repeated reading. Rash decisions concerning miracles or virtues…all documents must be submitted…apparent virtues must be argued against…the Church’s interest and honor must be defended at all costs…
The loosening up of the process, together with the chaos that often seems to reign in the Vatican in its free-wheeling postconciliar years, has meant that nothing comparable to the above stringent “devil’s advocate” role has been seen since 1983 (and, arguably, since 1969, when instability was first introduced into the process).
Among other things, it was taken for granted that all of the documentary archives associated with a proposed blessed or saint should be reviewed carefully for doctrinal, moral, and psychological issues that might be red flags.
Here I must share some disturbing information. A person who works at the Vatican in the Congregation for the Causes of Saints told me personally that orders were received from “on high” that the canonization process for Paul VI should be sped along as quickly as possible – and that, as a result, the Congregation did not examine all of the documents by or about Paul VI housed in the Vatican archives. This glaring lacuna is all the more grave when we recall that Paul VI was accused of being an active homosexual, a charge that was taken seriously enough to be denied [12]. It is also grave because of his involvement in secret negotiations with communists and his endorsement of “Ostpolitik,” under which many injustices were committed [13]. One would think a desire for transparent truth about every aspect of Montini would have led to an exhaustive examination of the relevant documents. However, this was purposefully bypassed. It goes without saying that this lack of due diligence, all by itself, is sufficient to cast into doubt the legitimacy of the canonization.
Arguably the worst change to the process is the number of miracles required. In the old system, two miracles were required for both beatification and canonization – that is, a total of four investigated and certified miracles. The point of this requirement is to give the Church sufficient moral certainty of God’s “approval” of the proposed blessed or saint by the evidence of His exercise of power at the intercession of this individual. Moreover, the miracles traditionally had to be outstanding in their clarity – that is, admitting of no possible natural or scientific explanation.
The new system cuts the number of miracles in half, which, one might say, also cuts the moral certainty in half – and, as many have observed, the miracles put forward often seem to be lightweight, leaving one scratching one’s head: was that really a miracle, or was it just an extremely improbable event? The two miracles for Paul VI (one may read about them here) are, to be frank, underwhelming. I mean, it’s lovely that two babies were “healed” or “protected” in the way described, but that we are dealing with a naturally inexplicable supernatural intervention by the force of Paul VI’s prayers is not patently obvious. Four miracles that were all robust, like the restoration of sight to the blind or the raising of the dead, would carry a great deal more conviction.
With the greatly increasing number of canonizations; the removal of half of the number of miracles required (which are sometimes even waived [14]); the lack of a robust advocatus diaboli role; and, at times, the rushed manner in which documentation is examined or at times passed over (as, apparently, has been the case with Paul VI), it seems to me not only that it has become impossible to claim that today’s canonizations always require our consent, but also that there may be canonizations about which one would have an obligation to withhold assent.
  1. What is objectionable in Paul VI?
Beyond the general consideration of the status of canonizations, the purpose that should animate them, and the procedures by which they are securely or insecurely conducted, we must also consider the particular merits of the case at hand. Why, specifically, do traditional Catholics object to the canonization of Paul VI?
During his pontificate, Montini presented a lack of heroic virtue in shouldering his solemn responsibilities as shepherd of the universal flock. Instead, he displayed a habitual incapacity for effective discipline, as he wavered between extreme indulgence and extreme sharpness (e.g., rarely punishing the most obnoxiously heretical theologians but treating Archbishop Lefebvre as if he were worse than Martin Luther or empowering Annibale Bugnini with continual papal access and support throughout the course of the liturgical reform, then suddenly banishing him to Iran). The contradictory signals he gave – encouraging modernism, then curtailing it; intervening in controversial matters and then withdrawing, back and forth, like Hamlet (a character to whom he compared himself in a private note from 1978), only compounded the confusion and anarchy of the period. What was needed was a pilot with a steady hand in the midst of the storm, not a self-doubting soft modernist suffering an existential crisis.
Particularly glaring problem areas include the liturgical reform, where Paul VI gave ample evidence of operating under rationalist Pistoian principles incompatible with Catholicism and of gross negligence in reviewing materials. (There seem to have been quite a number of things he signed off on without being familiar with their details.) His Ostpolik dealings with communists, including his disobedience to Pius XII, are well known. Although Paul VI reached the right conclusion on birth control, the manner in which he failed to respond to the media barrage connected with the Pontifical Commission on Birth Control, failed to discipline dissenters from Humanae Vitae, and even allowed to be marginalized those who upheld the papal teaching all conspired to undermine that teaching’s effectiveness. The irrational harshness of his dealings with traditional Catholics was shameful, as when he turned down the petition of a large group of over 6,000 Spanish priests [15] who wished to continue celebrating the immemorial Roman Rite of St. Gregory and St. Pius V (while later granting this permission to priests in England and Wales – once more showing the stuff out of which Hamlets are made). He abused his papal authority by discarding what should have been revered and by treating as forbidden what could never be forbidden.
The pope has a solemn obligation to uphold and defend the traditions and rites of the Church; he has no moral authority to modify them past recognition. No pope in the 2,000-year history of the Catholic Church ever came close to modifying more traditions and rites, and more extensively, than Paul VI did. This alone should make him forever suspicious in the eyes of any orthodox believer. Either this pope was the great liberator who delivered the Church from centuries, perhaps over a millennium, of bondage to harmful forms of worship – in which case the Holy Spirit had fallen asleep on the job and the Protestants were correct all along that the true Church of Christ had disappeared or gone “underground” – or he was the great destroyer who tore down what Divine Providence had lovingly built up and sold the Church into a slavery to intellectual fashion more humiliating than the physical bondage suffered by the Israelites.
Paul VI did not helplessly watch the Church’s “autodemolition” (his own term for the collapse after the Council); he did not merely preside over the single greatest exodus of Catholic laity, clergy, and religious since the Protestant Revolt. He aided and abetted this internal devastation by his own actions. By pushing ahead at breakneck speed a radical liturgical and institutional “reform” that left nothing untouched, he multiplied a hundredfold the destabilizing forces at work in the 1960s. Anyone who enjoyed the functionality of reason would have been able to see that it was dangerous, not to mention impious, to change so much, so fast. But no: Paul VI was a willing votary of the ideology of modernization, a high priest of progress, who boldly went where none of his predecessors had ever gone before.
Ironically, it is none other than Pope Francis, the willful canonizer of Paul VI, who has demonstrated past all doubt the self-destructive trajectory of postconciliar Catholicism, when its own tendencies are acted on without restraint (rather as Theodore McCarrick acted on his own tendencies without restraint).
Many Catholics are rightfully anxious about Pope Francis. But what he has done in the past five years is arguably small potatoes compared with what Paul VI had the audacity to do: substituting a new liturgy for the ancient Roman Mass and sacramental rites, causing the biggest internal rupture the Catholic Church has ever suffered. This was the equivalent of dropping an atomic bomb on the People of God, which either wiped out their faith or caused cancers by its radiation. It was the very negation of paternity, of the papacy’s fatherly function of conserving and passing on the family heritage. Everything that has happened after Paul VI is no more than an echo of this violation of the sacred temple. Once the most holy thing is profaned, nothing else is safe; nothing else is stable.
At this point, someone may object: “Okay, so what if Paul VI wasn’t very good at being pope? Surely he could still have been a holy man on the inside. He was living in a tempestuous period, when everyone was confused, and he was doing his very best. We should admire his intentions and his great desires, even if we might criticize in retrospect certain decisions and actions. Sanctity isn’t a blanket approval of everything a person says or does.”
The problem with this objection is that it fails to recognize that how a Catholic lives out his primary vocation in life is part and parcel of his sanctity. How a bishop of the Church – and all the more, a pope – exercises his ecclesiastical office is not incidental, but essential to his sanctity (or lack thereof). Imagine it this way: could we canonize a man who, in spite of beating his wife and neglecting his children, was dutiful in attending daily Mass, praying the Rosary, and giving alms to the poor? It would be absurd, because we would rightly say: “A married man with children has to be holy as a husband and father, not in spite of being a husband and father.” It is no less absurd to say: “Such-and-such a pope was negligent, irresponsible, indecisive, rash, and revolutionary in his papal decisions, but his heart was in the right place, and he was always striving for the glory of God and the salvation of men.” A pope is a saint because he “poped” well. He showed heroic faith, hope, charity, prudence, justice, fortitude, temperance, etc. in his very activity of governing the Church. this cannot be reasonably maintained for Paul VI.
If we are supposed to venerate Paul VI, then inconsistency, ambiguity, pusillanimity, injustice, reckless change, negligence, indecisiveness, false signaling, despondency, wishful thinking, irritability, scorn, and contempt for tradition are not merely virtues, but virtues one can exercise to such a heroic degree that they are actually sources of sanctifying grace, deserving of general admiration, veneration, and emulation. Sorry, I’m having none of it. Such things have always been, and will always be, vices. Montini was a terrible ruler of the Church, and if the virtuous fulfillment of one’s responsibilities in one’s state in life is constitutive of sanctity, we may conclude that it is impossible to imagine a worse role model for any ruler than Montini.
To read more about the flaws of Paul VI as pope, the following are recommended:
  1. What is admirable in Paul VI?
Do traditionally-minded Catholics admire Paul VI for anything? Yes, of course. We would be foolish not to acknowledge the good he did. But that good is not sufficient to cancel out the many and serious problems discussed in the preceding section. Indeed, the history of Montini’s pontificate is as vivid a demonstration as one could wish to have of the difference between the person and the office. In the case of saintly popes, the grace of office seems to take up and enfold the person and transform him into a luminous icon of St. Peter and of Christ. In the case of bad popes or mediocre popes, the grace of office is something that occasionally flares up, that comes out of hiding in emergency situations, but does not transform the incumbent in the same way. The latter is what we see with Paul VI, as an editorial at Rorate Caeli astutely expressed it (with my emphasis):
Pope Paul VI is described by most historians as a kind of tragic figure, trying to control the whirlwind of events surrounding him, but unable to do much. It is probably because of this, because it seemed that Montini often bent to the opinions of the world, because it seemed that he frequently accepted the fabricated notions and texts which committees of false sages delivered to him (with very small modifications), that the moments in which he did not bend shine so clearly with the simple brightness of Peter. The Nota Prævia to Lumen Gentium, the vigorous defense of the traditional Eucharistic doctrines (in Mysterium Fidei) and of the teachings on Indulgences (in Indulgentiarum Doctrina), the Credo of the People of God are pillars which remain standing in a crumbling edifice, signs of supernatural protection. Amidst the moral collapse of the 1960s, and against the commission set up by his predecessor to reexamine the matter, Peter spoke though [Pope] Paul in Humanæ Vitae: “it is never lawful, even for the gravest reasons, to do evil that good may come of it.”
If such good actions and teachings had been habitual, normal, and characteristic of Paul VI, and had been imbued with the panoply of Christian virtues St. Thomas discusses in the Second Part of the Summa, and on top of this, a popular cultus had arisen around a beloved pontiff, culminating in many indisputable miracles, then – and only then – would we have had reason to elevate Paul VI to the altars.
Here is is worthwhile to point out that time will show, as we have already begun to see, that the good for which Paul VI was responsible is not at all the point of his canonization. In fact, all of the things listed above as “good moments” are contrary to the prevailing trends of the Bergoglio party. We are therefore ringside witnesses of the most cynical case of “promoveatur ut amoveatur” ever seen in Church history – that is, promoting someone to another, usually more distant position in order to remove them from their current more influential position. I have argued this point here.
  1. The limits of canonization’s meaning
There is, as usual, a divine irony in all of this. Even if the canonization of Paul VI turns out to have been legitimate – one may have one’s serious doubts, obviously, but one cannot rule out this possibility altogether – it would not, strictly speaking, accomplish what its political proponents intend by it. They intend that by canonizing Paul VI, they effectively canonize his entire Vatican II program and, above all, the liturgical reform. But, as Shawn Tribe of the Liturgical Arts Journal noted:
Anyone who would try to use the canonization of Paul VI to seriously propose that therefore all of the ecclesial and liturgical reforms that took place around his pontificate are therefore canonized and cannot be questioned (let alone reformed/rescinded) is either being intentionally and deceitfully manipulative or is woefully misinformed and uncatechized. Personal sanctity does not equate to infallibility; saints are often found at cross purposes with other saints; not every utterance/policy/decision/opinion of a saint stands the test of time nor the eventual judgement of the Church, nor is it dogmatic – not to mention that the Conciliar and liturgical reforms are not the personal possession of Paul VI but rather of a whole host of people and figures.
Gregory DiPippo extends the same argument at New Liturgical Movement:
The canonization of a Saint does not change the facts of his earthly life. It does not rectify the mistakes he may have made, whether knowingly or unknowingly. It does not change his failures into successes, whether they came about through his fault or that of others. …
[T]he intrinsic merits or demerits of the post-Conciliar reform, and its status as a success or a failure, will not change in any way, shape or form if Pope Paul VI is indeed canonized. No one can honestly say otherwise, and no one has the right to criticize, attack, silence or call for the silencing of other Catholics if they contest that reform. If that reform went beyond the spirit and the letter of what Vatican II asked for in Sacrosanctum Concilium, as its own creators openly bragged that it did; if it was based on bad scholarship and a significant degree of basic incompetence, leading to the many changes now known to be mistakes; if it failed utterly to bring about the flourishing of liturgical piety that the Fathers of Vatican II desired, none of these things will change if Paul VI is canonized. Just as the canonizations of Pius V and X, and the future canonization of XII, did not place their liturgical reforms beyond question or debate, the canonization of Paul VI will not put anything about his reform beyond debate, and no one has any right to say otherwise.
  1. Practical consequences
Given the foregoing, what are the practical consequences for clergy, religious, and laity who doubt the validity of this canonization?
This topic may deserve a separate fuller treatment, but briefly, I would say that anyone with such a doubt or difficulty should not pray to Paul VI, should not invoke him publicly in prayer, should not respond to such invocation, should not offer a Mass in his honor or attend a Mass in his honor, and should not comply with or financially support efforts to promote his artificial “cultus.” On the contrary, it would be advisable to remain silent and, if circumstances permit and prudence dictates, to help other Catholics to see the real problems this canonization raises, as well as other beatifications and canonizations that may have run afoul of Catholic principles.
We are all obliged to pray for the salvation of the Holy Father and for the liberty and exaltation of our Holy Mother the Church on Earth. This intention would implicitly include a petition that the papacy, the Roman Curia, the Congregation for the Causes of Saints, and the very process of beatification and canonization all be reformed in due season, so that they may better serve the needs of Christ’s faithful and give glory to Almighty God, who is “wondrous in His saints” (Ps 67:36).

NOTES
[1] For example, arguing that all papal disciplinary acts that bear on the entire church must be inerrant and certainly favoring the common good – a position that one might have defended earlier in history, but which, at the present moment, is nothing less than grossly risible.
[2] It is therefore harmful when popularizers write things like this: “Beatification requires one attested miracle and allows the beatified person to be venerated by his local church. Canonization requires two attested miracles and allows veneration of the saint by the universal Church. Canonization is an infallible statement by the Church that the saint is in heaven” (https://www.catholic.com/qa/what-is-the-difference-between-saints-and-blesseds). This is to state too much, unless some qualifications are added.
[3] In order not to make my own article unduly long, I will not summarize his argument here, but merely note that it responds fully and amply to the objections usually raised by proponents of the infallibility of canonizations. Inter alia, Lamont refutes the claim that the use of certain Latin terms in the rite of canonization adequately establishes its infallible nature. Additional worthwhile treatments of the subject include this and this.
[4] For example: “A canonization … is a formal papal decree that the candidate was holy and is now in heaven with God; the decree allows public remembrance of the saint at liturgies throughout the church. It also means that churches can be dedicated to the person without special Vatican permission. … ‘In addition to reassuring us that the servant of God lives in heaven in communion with God, miracles are the divine confirmation of the judgment expressed by church authorities about the virtuous life’ lived by the candidate, Pope Benedict said in a speech to members of the Congregation for Saints’ Causes in 2006” (http://www.catholicnews.com/services/englishnews/2011/holy-confusion-beatification-canonization-are-different.cfm, emphases added).
[5] Cited by Christopher Ferrara in “The Canonization Crisis.”
[6] https://rorate-caeli.blogspot.com/2018/02/guest-note-paul-vi-pastoral.html. Fr. Hunwicke similarly noted prior to the event: “As if he has not yet created enough divisions within the Church Militant, Pope Francis intends this month to perform the highly divisive act of canonising Blessed Paul VI. Even he, judging from what he said in giving this information to the Clergy of the City, can see that this canonisation business has become a silly giggle: ‘And Benedict and I are on the waiting list,’ he quipped. Delightfully humorous. A very witty joke. Very drole, Sovereign Pontiff. I share the views of many, however, that the joke is a bad one, in as far as this projected canonisation is fundamentally a political action to be linked with the apparent conviction of Pope Francis that he himself is the champion and beneficiary of Bl Paul’s work at Vatican II and afterwards.”
[8] This is surely not for lack of many heroic individuals in that 700-year period – but, as we have said, if there was no popular cultus yielding indisputable miracles, the Church was not going to go rifling through the archives to find whatever candidates for honors she could find and push their causes.
[9] I might add that our skepticism should extend to the canonization of John Paul II as well, since his own governance of the Church was severely problematic in many ways. I have noted some of these in my recent article “RIP Vatican II Catholicism (1962–2018).” See also “The Pennsylvania Truth: John XXIII, Paul VI, and John Paul II were no saints.
[11] From the article “Promotor Fidei” in the old Catholic Encyclopedia. To learn more about the “devil’s advocate,” read this informative article.
[12] Wikipedia capably summarizes the basic information: “Roger Peyrefitte, who had already written in two of his books that Paul VI had a longtime homosexual relationship, repeated his charges in a magazine interview with a French gay magazine that, when reprinted in Italian, brought the rumors to a wider public and caused an uproar. He said that the pope was a hypocrite who had a longtime sexual relationship with a movie actor. Widespread rumors identified the actor as Paolo Carlini, who had a small part in the Audrey Hepburn film Roman Holiday (1953). In a brief address to a crowd of approximately 20,000 in St. Peters Square on 18 April, Paul VI called the charges ‘horrible and slanderous insinuations’ and appealed for prayers on his behalf. … The charges have resurfaced periodically. In 1994, Franco Bellegrandi, a former Vatican honour chamberlain and correspondent for the Vatican newspaper L’Osservatore Romano, alleged that Paul VI had been blackmailed and had promoted other gay men to positions of power within the Vatican. In 2006, the newspaper L’Espresso confirmed the blackmail story based on the private papers of police commander General Giorgio Manes. It reported that Italian Prime Minister Aldo Moro had been asked to help.” As incredible as such a story may seem, we are more inclined to believe it today because of the indisputable evidence we have of Pope Francis promoting homosexuals to positions of power within the Vatican.
[13] See George Weigel on Ostpolitik. Again, we see that Bergoglio is simply following in Montini’s footsteps by his negotiations and compromises with Communist China.
[14] Or redefined: see this revealing article by John Thavis. Pope Francis waived the requirement of a second miracle for the “canonization” of John XXIII. Thus, incredibly, a pope who does not stand out for notable sanctity and whose cultus was never particularly strong or widespread was elevated to the honors of the altar on the basis of one miracle. We can see in this a fine example of the crass abuse of pontifical power that Francis depends on for his ideological consolidation.
[15] Namely, the “Hermandad Sacerdotal Española de San Antonio Mª Claret y San Juan de Ávila,” which was formed by the “Hermandad Sacerdotal Espanola,” founded in 1969 by Spanish priests to defend Tradition in the face of the changes in the Church, and another similar group, based in Catalonia, called “Asociación de Sacerdotes y Religiosos de San Antonio Maria Claret.” They sent a letter to the Vatican in 1969 petitioning the continued use of the old Roman missal – and Paul VI refused them flatly. Unfortunately, as Spanish and Italian traditionalism was characterized by absolute obedience to Rome, the Novus Ordo was thereafter accepted without cavil, and to this day tradition has difficulty making inroads into either of these cultural spheres.
Peter Kwasniewski

La destrucción de los Monasterios femeninos



La destrucción de los Monasterios femeninos está en marcha. Desde que fue publicada la Constitución Apostólica Vultum Dei quaerere  del 29 de junio de 2016, Correspondencia Romana ha denunciado el programa de “sovietización” de los Monasterios.

Ahora fue dado un nuevo paso con la instrucción Cor Orans sobre la vida contemplativa femenina del 1 de abril de 2018, que constituye una aplicación del documento anteriormente citado. Pocos, con excepción del vaticanista Aldo Maria Valli que dedicó un artículo al tema en su blog, han advertido la gravedad del peligro.

Conviene recordar que la Iglesia siempre alentó la vida contemplativa de religiosos y religiosas. La separación del mundo de la vida religiosa constituye un estado de vida perfecto y es necesaria al Cuerpo Místico de Cristo como manifestación de la propia santidad y como fuente permanente de gracia.

Una de las principales características de la comunidad monástica fue su estructura jurídica. Conforme la Tradición de la Iglesia los monasterios femeninos son, sui juris, casas autónomas e independientes con relación a su propio régimen interno.
La única forma de dependencia que tienen es la del Obispo o, en algunos casos, del superior de la rama masculina de la misma orden. Dicha configuración refleja el proprium de cada monasterio, que es la separación de la sociedad profana. Monje quiere decir “solo”: soledad y oración son los pilares sobre los cuales vive cada monasterio.

El régimen de clausura significa, sin embargo, una separación del mundo, no de la sociedad, que las monjas sustentan con su oración y penitencia. Por ello Pío XII explica, en la Encíclica Sacra Virginitas del 25 de marzo de 1954, que la renuncia al mundo de las monjas, protegida por la clausura, no equivale a una deserción social, sino que permite así prestar un servicio más amplio a la Iglesia y a la sociedad.

El mismo Pío XII, en la Constitución Apostólica Sponsa Christi del 21 de noviembre de 1950, previó el nacimiento de Federaciones de monasterios, como un instrumento para ayudar a la vida de algunas comunidades monásticas que, a raíz de la guerra, se encontraban aisladas y en dificultades materiales. La experiencia no se reveló feliz y sugirió el abandono de estas estructuras que, sin embargo, bajo el Pontificado del Papa Francisco, se han multiplicado y asestaron un golpe mortal a los monasterios femeninos.

La nueva disciplina prevista por la instrucción Cor Orans quiere suprimir toda forma de autonomía jurídica, para crear macro-comunidades presentadas como “estructuras de comunión“. Nacieron una serie de organismos burocráticos y engorrosos que la Instrucción pontificia enumera puntillosamente.

Está la Federación de monasterios para que «al compartir el mismo carisma los monasterios federados superen el aislamiento y promuevan la observancia regular y la vida contemplativa» (n. 7); la «Asociación de monasterios»  para que,  «compartiendo el mismo carisma, los monasterios asociados colaboren entre ellos»  (n. 8); la Cumbre de monasterios «con el fin de promover la vida contemplativa y favorecer la colaboración entre los monasterios en contextos geográficos o lingüísticos particulares»  ( n. 9): la «Confederación» , como “una estructura de conexión entre Federaciones de monasterios para el estudio de temas relacionados con la vida contemplativa según el mismo carisma, para dar una orientación unitaria y una cierta coordinación a la actividad de cada Federación” (n. 10); la «Comisión Internacional» , como “órgano centralizado de servicio y de estudio en beneficio de las monjas de un mismo Instituto (…) para el estudio de temas relacionados con la vida contemplativa según el mismo carisma” (n. 11). Tenemos finalmente la «Congregación monástica»  [que es] “una estructura de gobierno (…) de varios monasterios autónomos del mismo Instituto, bajo la autoridad de una Presidenta, que es Superiora (…) y de un capítulo general, que en la Congregación monástica es la suprema autoridad” (n. 12). Respecto a la Asamblea Federal, así dice el n. 133: 
«La comunión que existe entre los monasterios se hace visible en la Asamblea federal, signo de unidad en la caridad, que tiene principalmente la tarea de tutelar entre los monasterios federados el patrimonio carismático del Instituto y promover una adecuada renovación que esté en armonía con el mismo, excepto que ninguna Federación de monasterios de monjas o Confederación de Federaciones represente a todo el Instituto».
La pertenencia a este organismo burocrático es obligatoria. En las disposiciones finales de Cor Orans se precisa que 
«las disposiciones de la Constitución Apostólica Vultum Dei quaerere para todos los monasterios sobre la obligación de entrar en una Federación de monasterios se aplica también a otra estructura de comunión como la Asociación de monasterios o la Conferencia de monasterios.“
Con la obligación de pertenecer a esta estructura los monasterios pierden, de facto si bien no de iure, su propia autonomía y confluyen en una masa anónima de macro-comunidad en cuyo interior se organizan cursos de formación, debates, reuniones de aggiornamento, momentos de confrontación, que verán a las monjas entrar y salir de los monasterios para vivir en una situación de perenne inestabilidad psicológica y material.

Toda comunidad está llamada a elaborar un programa de formación permanente sistemática e integral, que abarca toda la existencia de la persona. Las hermanas tienen necesidad de «formación permanente» para cultivar «la capacidad espiritual, doctrinal y profesional, la actualización y la maduración de la contemplativa, de tal modo que pueda realizar de forma cada vez más adecuada su servicio al monasterio, a la Iglesia y al mundo» (n. 236).

Toda monja «se verá animada a asumir la responsabilidad del propio crecimiento humano, cristiano y carismático a través del proyecto de vida personal, del diálogo con las hermanas de la comunidad monástica, y en particular con la Superiora mayor» (n. 237).

La responsabilidad por la formación le corresponde a la Superiora Mayor que, 
«promueve la formación permanente de la comunidad mediante el Capítulo conventual, los días de retiro, ejercicios espirituales anuales, encuentros para compartir la Palabra de Dios, revisiones de vida periódicas, recreaciones en común, jornadas de estudio, diálogo personal con las hermanas y encuentros fraternos.» (n. 238).
Para asegurar esta formación, de hecho es abolida la misma clausura papal, porque es concedido el permiso de entrar en el monasterio a quienes por sus competencias son necesarios para la formación de las monjas (n. 203), es decir, para crear el caos en el interior de la comunidad.

Las palabras clave son «superen el aislamiento» (n. 7), la «transmisión del carisma (…) en una fidelidad dinámica» (n. 70), «el valor irrenunciable de la comunión» (n. 86). Donde estos elementos faltaren, los monasterios pueden ser suprimidos. En aquellos que sobrevivan debe ser destruida la atmósfera de paz, recogimiento y orden que hasta ahora ha reinado. Quien vive en los monasterios y quien aspira a entrar es advertido.

Hubo un tiempo en que las monjas anhelaban el reconocimiento canónico diocesano y después el pontificio, como suprema garantía de la estabilidad de su propia vida en común. 

Hoy, quien aspira a la vida contemplativa y no quiere perder la propia vocación, será mejor que se oriente hacia la constitución de asociaciones religiosas de hecho, independientes de la autoridad eclesiástica, evitando solicitar el reconocimiento canónico que representaría el fin de la propia vida espiritual.

Verónica Rasponi

sábado, 13 de octubre de 2018

Los sacerdotes que se esfuerzan en ser fieles



(Germinans Germinabit)- A lo largo de este pasado verano hemos sido constantemente acribillados por informaciones y declaraciones sobre los escándalos sexuales del clero en muchos lugares del mundo y el correspondiente encubrimiento por parte de sus responsables jerárquicos. Y todo esto hasta la náusea.

No recuerdo haber escuchado a ningún obispo defender a sus sacerdotes fieles, ni rendirles ningún tipo de homenaje. No se subraya su valentía en medio de un mundo invadido por el erotismo; tantas veces solos frente a feligreses indiferentes y muchas veces críticos, poco animados y a menudo nada ayudados por sus obispos. 

Yo mismo me he sentido decepcionado y triste por la Carta al Pueblo de Dios del Papa Francisco del 20 de agosto, donde no se hace ninguna mención a los sacerdotes fieles: ni saludarlos ni animarlos; y sin recomendar a los obispos el apoyarles y rodearles de afecto. Ni una sola palabra. Sin excusar ningún acto de esta naturaleza, a mi entender hubiera sido oportuno situarlos en el contexto de inmoralidad de las sociedades materialistas y consumistas de Europa y Norteamérica. Y por supuesto, estigmatizar lo que hoy en día ocurre con la pornografía accesible desde la más temprana edad por internet; porque el veneno que está matando a la Iglesia es el mismo que bebe el mundo, pero en dosis mucho más crecidas. Y hubiera sido bien fácil referirse al contexto.

En el interior de la Iglesia hubiera sido útil hacer examen de conciencia y reconocer la culpa de lo que durante decenios ha sucedido con las absoluciones colectivas, donde no se confiesan los propios pecados y no se recibe la absolución personal; una praxis que está vigente y al orden del día en muchas diócesis. Muchos sacerdotes y catequistas no creen en la posibilidad de cometer con plena conciencia y voluntad un pecado mortal (al que no llaman ya así, sino únicamente pecado grave; sin detallar de qué tipo de gravedad se trata y a qué conduce esa gravedad). De hecho, la mayoría de éstos no creen que un solo pecado mortal pueda conducirnos al infierno, que el infierno sea eterno, o que aparte de los demonios haya nadie más ahí dentro.

Se ha abolido de facto el temor de Dios, se han abolido las penas debidas al pecado, y nos hemos engolfado en la exaltación obsesiva de la misericordia de Dios que cubre todos los pecados (rozando la justificación por la Fe de Lutero y de los méritos de Cristo que nos cubren…) Estamos sufriendo la falta de predicación sobre los novísimos, cosa que ya lamentaba san Juan Pablo II.

Una inmensa mayoría de seminaristas y sacerdotes han crecido en ese clima y han fondeado en esa ciénaga moral. Los pastores no han reaccionado, más bien han dejado que cada cual hiciera lo que quisiese: laissez faire, laissez passer. Eso sí, siendo celosos únicamente en hacer una sola cosa: la revolución en la Iglesia, y sobre todo tábula rasa con el pasado. Es que en el mundo son los amigos de la Revolución los que tienen el monopolio de los medios, los que presumen de superioridad moral, los que tienen el monopolio cultural, los que tienen condicionado el poder y las leyes. Y eso se les ha pegado a muchísimos cardenales, obispos, religiosos y religiosas y sacerdotes rasos. Revolución de la Fe y de su expresión popular: la liturgia. Revolución de las costumbres y la moral. ¡Y ahora vemos los frutos!

No me duelen prendas en afirmar que la reforma litúrgica, tal y como se ha desarrollado, ha debilitado la identidad sacerdotal de los curas. El Novus Ordo ha desdibujado la noción de sacrificio. La traducción en lenguas vernáculas de los libros litúrgicos en algunas lenguas ha acentuado aún más esa debilidad. Fue para rectificar esas traducciones tendenciosas y malsanas, ¡tan creativas!, que Juan Pablo II pidió en 2001 que fuesen revisadas y conformes al texto latino original. Dieciséis años se ha tardado en hacer la del Misal en lengua española. El plazo concedido a las Conferencias Episcopales y Superiores Generales fue solo de cinco. Es que los señores obispos no lo consideraron importante. Se dedicaron a otras cosas que, pareciendo en su momento muy importantes, acabaron resultando totalmente estériles.

Tampoco ha ayudado la proliferación de las concelebraciones, sin más justificación que la comodidad y la facilidad. Fuera de la Misa Crismal y algunos grandes encuentros y peregrinaciones, a mi entender es innecesaria y perjudicial para la vida de piedad sacerdotal: diluyen la acción del sacerdote en su identificación con Cristo-Sacerdote que perpetúa su sacrificio ofrecido a Dios Padre por la expiación de los pecados.

El altar cara al pueblo donde el sacerdote tiene como horizonte los bancos, tantas veces vacíos, o el portal de entrada con sus idas y venidas, no es la perspectiva ideal para la misa. La cruz del altar, las imágenes, los hermosos retablos y vidrieras sí que lo son. Todo le habla de Dios, de la Fe sin distracción ni dispersión. Especialmente después de la liturgia de la Palabra, a partir del ofertorio: como estaba previsto por la reforma conciliar antes de que fuese pervertida. Como nos lo recuerdan diversos textos del cardenal Ratzinger incluso antes de convertirse en Papa, pero también como tal. La identidad sacerdotal está diluida en la clericalización de los laicos que invaden el presbiterio, banalizando las funciones sacras, de lo que ya advertía en 2004 la instrucción Redemptionis Sacramentum.

A todo eso yo añado el abandono de la vestimenta eclesiástica (sotana, hábito o clergyman): abandono condenado por la Congregación del Clero en 1994 y vuelto de nuevo a recordar en el 2013. Aunque hay que reconocer que con los vientos que soplan, es verdaderamente heroico ir por la calle identificado como sacerdote. La dirección espiritual para sacerdotes es no solo inusual, sino una rara excepción. Con el ocaso de muchas congregaciones religiosas especializadas en ello, es muy difícil encontrar buenos directores de conciencia con adecuada preparación y experiencia.

El Oficio Divino ha sido reducido a la mínima expresión y únicamente han quedado como obligatorias las Laudes y las Vísperas. Los himnos litúrgicos en castellano son insípidos y no son conformes en su traducción a los latinos. Ha desaparecido la vida detrás de la rejilla del confesionario para sustituirla por el trato detrás de una mesa o cara a cara sentados en butacones, perdiéndose sacerdote y fiel en los meandros de la psicología.

La tan celebrada revolución ha traído también un trato inapropiado con las personas: con una familiaridad inapropiada entre sacerdotes y laicos. ¿Y la salud? ¿Quién se preocupa de la salud de los sacerdotes? ¡Cuántas negligencias en su adecuada alimentación!

Todo esto se junta a la tensión permanente a la que los sacerdotes están sometidos: mucha responsabilidad pastoral, críticas incesantes, rarísimos agradecimientos, aislamiento de sus colegas y de las autoridades, aún más avaras en sus muestras de amistad y de respaldo anímico.

Hace unos días un sacerdote de 38 años se suicidó en Rouen (Francia) en su parroquia. Conozco otro que ha muerto este verano con 48 años de edad, víctima de una crisis cardíaca, agotado por las pruebas de la vida y el casi abandono de sus superiores. Parece que los sacerdotes resultan molestos para muchos … por más que los reclamemos a menudo porque escasean cada vez más.

Es cierto que hay sacerdotes indignos (dejando aparte los malignos) que han traicionado sus promesas: que no rezan, que no se confiesan, que no recitan el oficio, que no celebran la misa diaria, que no rezan el rosario, que no se dedican a las almas, a instruirlas y procurar su salvación. Razón de más para ayudar, apoyar y amar a aquellos que vemos en peligro y a los que se esfuerzan en ser fieles.

La vorágine informativa nos ha arrastrado a pensar únicamente en los sacerdotes malvados; porque la intención de los medios, dominados por eso que tan ampulosamente llaman “progreso”, era que a fuerza de machacar con los mismos escándalos, se fijase en las masas (los medios son para manejar a las masas) la ecuación sacerdote = escándalo = indignidad; usurpando de este modo la realidad mucho más poderosa de los buenos sacerdotes. El concepto de bondad es inherente al concepto de sacerdote. La maldad en él es una rarísima excepción. Ésa es la realidad. Pero la situación nos ha empujado a pensar que al sacerdote no le quedan más que las dos opciones extremas: o criminal o heroico mártir. En efecto, hoy se ha puesto muy difícil ser sencillamente un buen sacerdote, sin heroísmos.

Buen martirio están sufriendo en efecto los buenos sacerdotes, que siguen dando testimonio de su fe y de su ministerio (ésa es la sustancia del martýrion), aunque los señalen por causa de los sacerdotes criminales. Pero gracias sean dadas a Dios porque son muchísimos más los sacerdotes mártires que los sacerdotes criminales.

Y es bueno que empiece a circular este discurso en la Iglesia, en lugar de la falsa moneda que sobre los sacerdotes nos han endosado nuestros enemigos.

Mn. Francesc M. Espinar Comas
Párroco del Fondo de Santa Coloma de Gramenet

Francisco y las malas compañías (Carlos Esteban)


Decía Chesterton que al católico, al entrar en la Iglesia, se le pide que se quite el sombrero, no la cabeza. Pero cada vez son más mis hermanos católicos que nos conminan a que nos deshagamos, no ya de la cabeza, sino de los mismos ojos, y que siguiendo la extraña aritmética del jesuita padre Spadaro, sumemos dos más dos y nos salga cinco.

Quizá sea algo jesuita, teniendo, como tenemos, el primer Papa surgido de la compañía. Decretaba su fundador, San Ignacio, que la obediencia al superior debe ser como la de un cuerpo muerto y afirmar que lo blanco era negro si así lo disponía quien tiene autoridadQuizá por eso no soy jesuita, o tal vez la instrucción resulta tan contraria a la naturaleza humana que la propia compañía ha destacado en los pasados pontificados más por su rebeldía que por su obediencia

También, después de todo, se suponía que los jesuitas no debían aspirar a ningún cargo eclesiástico, ni siquiera a la dignidad de Monseñor, y ahí los tenemos, cubriendo la dignidad más alta de la Iglesia.

Viene todo esto a cuento de que, contra lo que puedan creer quienes no nos conocen, nada nos gustaría más a quienes hacemos Infovaticana que no ver lo que vemos ni sacar la conclusiones inevitables.

A cuenta de McCarrick y Viganò estamos viendo un cambio de estrategia en el Vaticano bastante triste: distraer la atención hacia Juan Pablo II. ¿Quién, después de todo, le nombró arzobispo de Washington y cardenal de la Iglesia? Karol Wojtyla fue proclamado santo por Francisco, pero es evidente que resultó muy desafortunado en muchos de sus nombramientos, aunque es un poco desconcertante desviar culpas hacia alguien que Francisco ha canonizado para diluir la hipotética culpa del propio Francisco.
En cualquier caso es un cargo válido, y no voy a prescindir ni de los ojos ni de la cabeza para constatarlo. Pero lo peor que puede decir de Juan Pablo II, en ese sentido, es que sus nombramientos fueron buenos y malos, y que se rodeó de hombres buenos y menos buenos.

En Francisco, en cambio, hay que hacer una pirueta mental imposible para no advertir que sus nombramientos son casi invariablemente desastrosos, y apuntan en una preocupante dirección. La constancia en rodearse de clérigos implicados en casos turbios o famosos por sus opiniones heterodoxas hace difícil achacarla a un caso de mala suerte.

Lo de McCarrick es casi una anécdota, una gota en el mar, y si algo ha hecho difícil no creer en el testimonio de Viganò es que el historial pontificio de Francisco hace ver extraordinariamente plausible su veracidad. De hecho, ha sido más confirmada que desmentida por las fuentes vaticanas, desde el silencio empecinado del Santo Padre a la desconcertante carta de Ouellet, en la que admite el cargo principal.

Uno de los ‘mandatos’ implícitos de Francisco al ser elegido Papa era la reforma en profundidad de la Curia romana y, a tal efecto, al principio de su pontificado, eligió un equipo de nueve cardenales para que le asistieran en ese empeño. Cinco años después, la reforma no ha avanzado un milímetro, pero el C9 se ha convertido en una especie de ‘junta’ que gobierna por encima y al margen de las congregaciones.

Y entre estos ‘HOMBRES DEL PAPA’  está el coordinador del equipo, apodado ‘el vicepapa’, el cardenal hondureño Óscar Rodríguez Maradiaga, del que existe un voluminoso dossier con sus enjuagues financieros en los que desaparecieron millones de dólares, que nombró mano derecha a un obispo auxiliar acusado de abusos a seminaristas -de forma lo bastante creíble como para haber sido destituido- y que llama ‘mentirosos’ a seminaristas que se han atrevido a denunciar el clima de ‘tiranía gay’ que reina en el seminario mayor de Tegucigalpa.

También tenemos -¿o teníamos? es difícil saber- en el consejo a Pell, que lleva ya años en su Australia natal ‘con licencia’ para responder en juicio penal de un caso de abusos a menores. A Pell se le puso al frente de las finanzas vaticanas, y en su ausencia, en lugar de elegir formalmente a otro, Francisco ha dejado que haga y deshaga en el IOR Monseñor Ricca, conocido por sus indiscreciones homoeróticas repetidas. Este fue el monseñor cuyo caso llevó al Papa a su celebérrima pregunta-afirmación: “¿quién soy yo para juzgar?”, tan celebrada en el mundillo LGBT.

Está el chileno Errazuriz. Cardenal chileno. Chile, donde toda la cúpula está llamada a declarar por el ministerio fiscal del país a cuenta del encubrimiento masivo de curas pedófilos. En Chile, por cierto, Francisco también dio muestras de sus curioso criterios de elección de prelados cuando se empeñó, contra el criterio del propio episcopado, en nombrar obispo de Osorno a Juan Barros, acusado de complicidad pasiva con Karadima. Fue la ocasión en la que Francisco llamó a las víctimas que protestaban contra el nombramiento “calumniadores”, aunque al final la presión pública le forzó a aceptar la tercera renuncia presentada por Barros.

Otro hombre fuerte del C9 es el cardenal Marx, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana que, por su cuenta y riesgo, hizo votar en asamblea que los cónyuges protestantes de fieles católicos podían recibir la comunión en determinadas circunstancias, a lo que el Papa dijo primero que sí, luego que no y luego que depende.

Lo del Papa con los alemanes es cosa curiosa por demás. A poco de ser nombrado aconsejó la lectura de otro de sus teólogos de cabecera, el cardenal Walter Kasper, para quien “los dogmas nunca han dejado asentada definitivamente cuestión alguna”, entre otras opiniones de ortodoxia más que cuestionable.

Digo que es curioso no porque sea la alemana una de las jerarquías eclesiales más ‘avanzadas’ y críticas con la tradición eclesiástica, sino porque Francisco ha hecho famosas dos peticiones, dos deseos -una Iglesia pobre para los pobres y la atención a las periferias- y no hay Iglesia nacional a la que parezca más cercano que la alemana, entre las más ricas -como sociedad y como culto- y, desde luego, no especialmente tercermundista.

De los obispos americanos ‘apadrinados’ por McCarrick y elegidos por Francisco -Farrell, Tobin, Wuerl, Cupic- podríamos considerar al Papa meramente ingenuo o confiado. Si no fuera porque a Farrell -auxiliar de McCarrick en Washington, con quien vivió durante seis años en la misma casa- le ha nombrado, ni más ni menos que, prefecto para el megadicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, lo que suena casi a perfecto ejemplo de humor negro. A Tobin y a Cupich -ya saben, el hombre que cada vez que abre la boca sube el pan- les ha convocado para el presente sínodo, aunque el primero -“Nighty night, baby. I love you”- se ha excusado de asistir, queremos creer que por vergüenza torera.

Y llegamos al asunto que mantenemos en portada, de la pluma del gran vaticanista del National Catholic Register, Edward Pentin: LOS HOMBRES SELECCIONADOS PARA ELABORAR EL DOCUMENTO FINAL DEL SÍNODO AHORA EN MARCHA. Tampoco es que importe mucho: Baldisseri -otra ‘creación’ cardenalicia de Francisco- ya ha venido a reconocer indirectamente que el texto está redactado, y que los obispos y toda su cháchara aportarán, como mucho, puntualizaciones.

Podríamos seguir y seguir, desde el homosexualista jesuita Padre James Martin, estrella del pasado Encuentro Mundial de las Familias, partidario de cambiar en el Catecismo de la Iglesia Católica la expresión “intrínsicamente desordenado” -en referencia a la homosexualidad- por “diferentemente ordenado”; hasta el padre Thomas Rosica, asesor de la Oficina de Prensa vaticana en lengua inglesa, que recientemente aseguró que con Francisco la Iglesia entraba en “una nueva fase” -otra-, y que este Papa podía permitirse contradecir la Tradición porque estaba por encima de ella y de la Escritura.

Seguir pretendiendo que “todo está bien”, que el único problema de la Iglesia está en quienes la ‘atacan’ y que todo lo que nos choque de las actitudes de Francisco es porque “no lo hemos entendido bien” empieza a ser, muy seriamente, dejarse la cabeza en la puerta de la Iglesia para entrar en ella.

Carlos Esteban

viernes, 12 de octubre de 2018

Noticias varias 11 de octubre de 2018



ONE PETER FIVE

On Deposing Popes: A Historical Review

An Open Letter to Traditionalist Sympathizers

Phil Lawler’s Scorching Response to Cardinal Oullet (Steve Skojec)

LIFE SITE NEWS

Source: Vatican cardinal was at drug-fueled homosexual party, and Pope knows it

Planned Parenthood looking to hire director to destroy future pro-life judges

Sínodo sobre la Juventud: Declaraciones locas y de las otras

Estas personas “redactarán” el Documento final [ya redactado] del Sínodo

Cardenal Becciu: Benedicto XVI “no está tan ágil como hace unos pocos meses”

INFOVATICANA

La comisión que redactará el documento final del Sínodo no augura nada bueno

Osoro y Blázquez le montan el lío al Gobierno con el cadáver de Franco

El SILENCIO del VATICANO ante el Testimonio Viganò, según SPECOLA (10) Efectos de la carta de Ouellet; Cocopalmerio estaba



- Importante y largo artículo del Nacional Catholic Register con firma del Padre Raymond J. de Souza que resume y analiza de modo magistral el efecto de la respuesta del cardenal Ouellet al testimonio de Viganò. Lo citamos, a pesar de no ser italiano, por su importancia como fuente de otros artículos y por su repercusión en el mundo americano. 

El punto fundamental es que confirma el testimonio de Viganò

Las restricciones a McCarrick eran conocidas. 
La información sobre las graves acusaciones ha sufrido obstrucciones. 
Las recomendaciones de las diversas congregaciones romanas han sido ignoradas.
Se trasluce una gran recriminación y rencor hacía Viganò. 
La carta de Ouellet es un ejemplo de clericalismo. 

Un repaso verdaderamente aplastante o lo que por ahora sabemos y de una finura intelectual difícil de encontrar en estos tiempos de confusión general.

- La presencia de homosexuales activísimos, en todos los sentidos, se confirma una vez más con la acusación de que el cardenal Cocopalmeiro estaba presente en la famosa orgía, con sexo homosexual y drogas en el palacio del Santo Oficio, interrumpida por la gendarmería vaticana, presencia que -evidentemente- fue ocultada y protegida, en este caso, por lo civil, ya que sucede en territorio Vaticano, y por lo canónico

Era un secreto a voces, y no es el único secreto a voces que, por primera vez, vemos publicado. Si se aplica la tan predicada transparencia encontrarán explicación evidente tantas cosas sucedidas en los últimos decenios y que muestran una red de corrupción, con tintes sórdidos y barriobajeros, en el estado pontificio

Estamos ante otro cardenal que puede dejar de serlo y es el primero de la curia. Hemos defendido que la cloaca máxima sigue estando en Roma y mientras ésta no se limpie a fondo seguirá produciendo los frutos que son propios a su naturaleza.

Specola

Gran escándalo: un jesuita, anteriormente «piadoso", se convierte en homosexual.


Duración 3:28 minutos

Gran escándalo: un jesuita, anteriormente «piadoso», se hace homosexual.

En la actualidad, un gran escándalo está sacudiendo a la antigua Iglesia Católica en Alemania. El Vaticano no confirmó al padre jesuita Ansgar Wucherpfennig como rector del Colegio de Teología Jesuita Sankt Georgen en Frankfurt, el lugar donde el Papa Francisco intentó en 1986 escribir una tesis doctoral. Wucherpfennig fue rechazado porque bendice a las parejas homosexuales y duda de la enseñanza bíblica sobre la homosexualidadEl obispo local de Limburgo, Georg Bätzing, está de su lado, al igual que los medios oligarcas. Bätzing dijo a los medios que él espera que el Vaticano capitule. Y de hecho, un funcionario de prensa del Vaticano ahora ha declarado que el proceso de escrutinio para Wucherpfennig está "todavía en curso".

Wucherpfennig invoca a Francisco

Al hablar con la televisión estatal alemana, Wucherpfennig justificó su mala conducta homosexual con las conocidas declaraciones del Papa Francisco sobre los 
homosexuales.En el mismo programa, su Provincial, el padre Johannes Siebner, acusó al Vaticano de una relación tensa con la homosexualidadLlamó a la Iglesia a aceptar concubinatos gay que, según la Iglesia, son un pecado mortal.

Wucherpfennig era "diferente"

Hace solo ocho años, en 2010, Wucherpfenning escribió un largo artículo en el muy piadoso boletín "Triunfo del corazón" publicado por el neoconservador "Family of Mary" y dio testimonio de su - cita - "conversión". Habló sobre su familia católica y su tío sacerdote. Cuando era niño, quería ser sacerdote, pero en su juventud, se sentía más atraído por la música y el teatro. Pero durante su tiempo en el ejército alemán, frente a los compinches bebedores y la falta de valores, volvió a interesarse por la teología.

No tiene un buen recuerdo de Saint Georgen

Según su relato, cuando estudiaba teología en St. Georgen, Wucherpfennig estuvo más expuesto a lo que él llamó la «crisis de los 80» y los «experimentos litúrgicos modernos»  que -cita -«a las fuentes de la fe, entre las que mencionó, en 2010, el Santo Sacrificio de la Misa, la adoración, la alabanza y la veneración a Nuestra Señora» . Admitió que, en ese momento, rezaba sólo un poco. Se volvió «cansado y triste» y estuvo a punto de dejar el sacerdocioWucherpfennig superó esta crisis al consagrarse a Nuestra Señora, según San Luis María Grignion de Montford. A través de la adoración, el rosario y la Biblia, encontró la fuerza "para vivir sobre todo en la castidad"Ocho años más tarde, está dedicando su vida sacerdotal a conducir a los homosexuales al infierno.

INGLÉS

Huge Scandal: Formerly “Pious” Jesuit Turns Homosexualist

Presently, a huge scandal is shaking the former Catholic Church in Germany. The Vatican did not confirm Jesuit Father Ansgar Wucherpfennig as the rector of the Jesuit Theological College Sankt Georgen in Frankfurt, the place where Pope Francis attempted in 1986 to write a doctoral thesis. Wucherpfennig was refused because he blesses gay couples and doubts the biblical teaching on homosexuality. Local Limburg bishop Georg Bätzing is on his side, and so are the oligarch media. Bätzing told the media that he expects the Vatican to capitulate. And indeed, a Vatican press officer has now declared that the scrutiny process for Wucherpfennig is “still ongoing”.

Wucherpfennig invokes Francis

Talking to the German state TV, Wucherpfennig justified his homosexualist misconduct with Pope Francis’ known homosexualist statements. In the same program, his Provincial, Father Johannes Siebner, accused the Vatican of an uptight relationship with homosexuality. He called for the Church to accept gay concubinages which, according to the Church, are a mortal sin.

Wucherpfennig Used to Be “Different”

Only eight years ago, back in 2010, Wucherpfenning wrote a long article in the very pious newsletter "Triumph of the Heart" published by the neo-conservative "Family of Mary" and gave witness about his - quote - "conversion". He spoke about his Catholic family and his priest uncle. As a child, he wanted to become a priest, but in his youth, he was more attracted to music and theatre. But during his time in the German army, in the face of drinking cronies and a lack of values, he became again interested in theology.

No good memory of Saint Georgen

According to his account, when studying theology in St. Georgen, Wucherpfennig was more exposed to what he then called the "crisis of the 80s" and “modern liturgical experiments” than to the – quote – “sources of faith” among which he listed in 2010 the "Sacred Sacrifice of Mass", adoration, praise and the veneration of Our Lady. He admitted that, at the time, he prayed only a little. He became "tired and sad" and was about to leave the priesthood. Wucherpfennig overcame this crisis by consecrating himself to Our Lady according to Saint Louis Maria Grignion of Montford. Through adoration, the rosary and the Bible, he found the power - quote – “to live above all in chastity". Eight years later, he is dedicating his priestly life to leading homosexuals to hell.

Francisco llega a nueva bajeza: designa a un zorro para cuidar a las gallinas



El papa Francisco sabía que el cardenal pro-homosexual Francesco Coccopalmerio estuvo presente en el 2017 en la fiesta de homosexuales y drogas que había organizado su secretario, monseñor Luigi Capozzi.

Pero él le consultó sobre la posibilidad de aplicar sanciones canónicas al arzobispo Viganò, porque éste reveló la existencia de un lobby pro-homosexual en el Vaticano, el cual encubre los abusos homosexuales de prelados liberales y del cual Francisco es una parte.

En noviembre de 2014 Coccopalmerio afirmó que el papa Francisco “podría estar en peligro, porque algunos tienen la intención de eliminarlo”. Posteriormente fue un opositor a las reformas de Pell respecto a las finanzas vaticanas. En septiembre de 2015, sirvió de instrumento para la introducción de la aceleración de las declaraciones de nulidad matrimoniales, las cuales son un divorcio de hecho. En agosto de 2018 expresó su apoyo a dar la Santa Comunión a los no-católicos.



INGLÉS


Pope Francis knew that pro-gay Cardinal Francesco Coccopalmerio was present at the 2017 gay and drug party of his secretary, Monsignore Luigi Capozzi.

Nevertheless he consulted him about inflicting canonical sanctions on Archbishop Viganò because Viganò revealed the existence of a pro-gay lobby in the Vatican that covers up homosexual abuses of liberal prelates and of which Francis is a part.

In November 2014 Coccopalmerio claimed that Pope Francis “could be in danger because some may have the intention to eliminate him.” Later was an opponent of Cardinal Pells reform of the Vatican finances. In September 2015 Coccopalmerio was instrumental in introducing a speed-up of the declaration of nullity of marriage that is a de-fact-divorce. In August 2018 he expressed support for giving Holy Communion to Non-Catholics.



miércoles, 10 de octubre de 2018

La carta del cardenal Ouellet confirma los mismos problemas que ha identificado Viganò (Peter Kwasniewski)



La respuesta del cardenal Ouellet al arzobispo Viganò es claramente un documento muy serio que intenta responder a las revelaciones y alegaciones de éste. Tanto el eminente cargo que ocupa el autor como la gravedad de su contenido obligan a quienes investigan la verdad sobre el asunto a tomárselo muy en serio, como parte de los numerosos documentos generados por la causa relativa a McCarrick.

Pero si el prefecto de la Congregación para los Obispos (que es, por tanto, la persona de quien han dependido el nombramiento en los últimos años de algunos de los prelados liberales más polémicos) cree que con su carta va a conseguir dar carpetazo a lo que ha expuesto Viganò, se equivoca. En la carta dice tres cosas que dan que pensar.

- Para empezar, aunque Ouellet acusa, en esencia, a Viganò de pasarse de negativo, en ningún momento invoca ninguna autoridad superior en que apoyar lo que afirma. Quiero decir que, al contrario que Viganò, no dice que la conciencia le obligue ante Dios ni jura ante Dios que lo que afirma sea cierto. Se diría que para Ouellet la norma rectora es: «Fíense de mí, que soy un personaje importante. Tengo acceso al Papa. Cuanto digo yo es verdad, y todo lo que dice Viganò es mentira».

Pues lo siento, pero con tantas pruebas de mentiras y encubrimientos por parte de la jerarquía eclesiástica, nadie le va a creer si pide que acepten su palabra. Si alguien, aunque fuera la más alta autoridad de la Iglesia, dijera: «El Sínodo de la Familia se llevó a cabo con total transparencia, legitimidad y colaboración», ¿sería creíble? Desde luego que no. La Verdad plantea exigencias aen nuestro razonamiento humano.

Más concretamente, existiendo ya motivos más que sobrados para desconfiar de la manera en que se ocupa el Papa Francisco de éste y otros asuntos disciplinarios y de doctrina, decir cosas como «el Santo Padre me ha garantizado», o «me ha autorizado para decir esto» y «se encargará de se investiguen a fondo todos los documentos» es tan poco convincente como decir que los cardenales Wuerl y Tobin digan que no sabían que hubiera graves problemas con su antecesor McCarrick. ¿De verdad esperan que las personas inteligentes se van a tragar algo así? Observar que tantos católicos teman y hasta cuenten (repito, no sin fundamento) con que las pruebas documentales incriminatorias sean o hayan sido destruida manifiesta la lamentable crisis de confianza generada por el presente pontificado. ¡Lo cual vendrá muy bien para que las investigaciones no saquen nada a la luz!

- Segundo, si hay quienes han criticado la carta de Viganò por expresar una desmesurada desconfianza y falta de respeto al papa Francisco, desgraciadamente la carta de Ouellet también se pasa de servil y hasta incurre en papolatría. Socava su credibilidad cuando dice que el Santo Padre es un auténtico Mesías que se ha esforzado desinteresadamente y con pureza angelical por servir al Reino de Dios: «Un pastor insigne, un padre compasivo y firme, un carisma profético para la Iglesia y el mundo».

Por supuesto que queremos seguir en comunión con el sucesor de San Pedro. Y en la carta de Viganò no hay nada que indique que repudie a dicho sucesor ni que desee cortar la comunión con él. Pero, ¿es que quieren que nos postremos de rodillas y lamamos las botas del pescador? Ouellet tira piedras a su propio tejado haciendo ver que, para él, el Papa no puede hacer nada malo (al menos nada grave) sino que, al contrario, es el profeta que nos ha dado Dios para nuestros tiempos. Ojalá fuera así, pero no se puede dar por sentado como si fuera una especie de axioma geométrico.

En este sentido, nos deja estupefactos que Ouellet afirme que  «su interpretación de Amoris laetitia» –o sea, una interpretación que facilita la administración de la comunión a quienes viven objetivamente en adulterio, contraviniendo la ley de Dios– «se inscribe en esta fidelidad a la tradición viva, de la que Francisco nos ha dado ejemplo con la reciente modificación del Catecismo de la Iglesia sobre la cuestión de la pena de muerte».

Una vez más, Eminencia, y con el debido respeto, nadie puede dispensar a los católicos de la grave obligación que tienen ante Dios de atenerse a la Tradición establecida y fijada de la Iglesia, no digamos ya las Sagradas Escrituras y el Magisterio ordinario universal, todos los cuales miden, acotan y regulan la llamada tradición viva; ya se trate del divorciarse y volverse a casar, la legitimidad de la pena de muerte o cualquier otra cuestión. La expresión «reforma misionera», cargada de implicaciones, en la última frase de Ouellet es otra señal de que su pensamiento va por el lado de la hermenéutica de la ruptura y la discontinuidad. A los católicos alarmados por las novedades de este pontificado, afirmaciones tan generalizadoras no nos van a motivar a desechar mansamente nuestras objeciones.

- Y tercero, en la carta de Ouellet falta curiosamente, y se podría decir que de un modo siniestro, una admisión verdaderamente creíble de los atroces daños perpetrados en la Iglesia por McCarrick y otros de su calaña. Afirma:
¿Cómo es posible que este hombre de Iglesia, cuya incoherencia se conoce hoy, haya sido promovido varias veces hasta ocupar las muy altas funciones de arzobispo de Washington y de cardenal? Yo mismo estoy muy sorprendido de esto, y reconozco fallos en el proceso de selección que se ha llevado a cabo en su caso.
«Incoherencia» es una palabra tan taimada como inadmisible. ¿Y por qué no llamarlo «conducta maliciosa»? Dice estar «muy sorprendido». Lo desafío a mirar a la cara a una víctima de abusos y decirle: «Estoy muy sorprendo de que le haya pasado algo así. Algo habrá fallado en el proceso de selección». Un discurso algo más sincero habría contribuido mucho a proporcionarle a Ouellet una base en que apoyarse, pero está tan resuelto a aplastar a Viganò que se olvida de la gravedad de los asuntos por los que, para empezar, está indignado Viganò.

Hablando en plata: nadie que lea la carta de Ouellet puede creer que a ese hombre le preocupa el alcance de la corrupción moral homosexual en la jerarquía, que la reconozca y vea sus consecuencias en la crisis, ni que él o sus asociados en el Vaticano tengan intención de erradicarla. Por el contrario, si se lee entre líneas, se tiene la impresión de que el único que ha hecho algo muy grave es el propio Viganò.

Como señaló Edward Pentin, en ningún momento se refiere Ouellet en su carta a Viganò como obispo. El Prefecto llega a instarlo a «volver a encontrar la comunión» con el Papa. Con eso da a entender que a Viganò ya lo han despojado de su dignidad episcopal y excomulgado, o están a punto de hacerlo. Teniendo en cuenta que rara vez se administran sanciones tan severas, ni siquiera a prelados que han incurrido en una monstruosa corrupción moral, el mensaje que se transmite es que no puede haber delito más grave que el de enfrentarse al Papa Dictador.

En total, el cardenal Ouellet ha conseguido dos cosas con su carta
En primer lugar, ha proporcionado a los católicos progresistas y conservadores la excusa ideal para desacreditar y desestimar el testimonio de Viganò. Por consiguiente, todo lo que éste diga de cierto encontrará más dificultades para ser aceptado e impulsar unas reformas que ya se hacen esperar. En segundo lugar, y paradójicamente, habrá reforzado la convicción de muchos de que, precisamente, ha sido una adulación ciega de los jerarcas de la Iglesia lo que nos ha metido en la boca del lobo de la actual crisis de los abusos.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

Peter Kwasniewski

Cupich: “No es nuestra política negar la comunión a los ‘matrimonios’ gays” (Carlos Esteban)



En una entrevista concedida a una televisión local, el cardenal Blase Cupich, Arzobispo de Chicago, ha declarado que no es “política” de su diócesis negar la comunión a los miembros de una pareja homosexual casada según la ley civil.

Si algo bueno puede decirse del cardenal Blase Cupich, elevado a la archidiócesis de Chicago por Francisco, gracias a los buenos oficios del arzobispo emérito de Washington, Theodore McCarrick, es que no es un hombre taimado. En una entrevista concedida este miércoles al programa Chicago Tonight de la cadena WTTW, el purpurado reconoció llanamente que en su diócesis no era práctica negar la comunión a los integrantes de ‘matrimonios’ homosexuales.

Hace falta una enorme ingenuidad -o una arrogancia ilimitada- para suponer que una diócesis católica puede imponer ‘políticas’ de este tipo a gusto del obispo de turno. Ha habido dos sínodos de la familia y una exhortación papal -Amoris Laetitia-, que a su vez ha provocado los Dubia de cuatro cardenales, una Correctio filialis de más de medio centenar de pensadores e incontables comentarios y polémicas, todo, precisamente, para dilucidar en qué condiciones podría darse la comunión a los divorciados vueltos a casar, precisamente porque quien se divorcia de su mujer o su marido y se casa con otra u otro, comete adulterio.

Y el adulterio es un pecado mortal, y comulgar en pecado mortal es sacrílego, y el sacerdote que conoce a ciencia cierta que quien se acerca a comulgar está en una situación pública y notoria de pecado mortal tiene la obligación de negarle la absolución.

Las disquisiciones para salvar la doctrina en este caso son alambicadas y abstrusas, acaloradamente discutidas, y han provocado una implícita división en el seno de la Iglesia. Pero para Cupich no hay problema: no es ‘política’ en su diócesis negar la comunión a una persona que vive no solo en una institución que la Iglesia condena tajantemente, sino en una situación de pecado de sodomía, uno de los cuatro tipos de pecado que, según la Escritura, “invocan la ira de Dios”.

De hecho, las desconcertantes palabras de Cupich venían como respuesta a un comentario del entrevistador sobre la actitud del obispo de Springfield, Illinois, Thomas Paprocki, que el pasado junio había decretado que se negara no solo la comunión, sino también los ritos funerarios a quienes entraran en uno de esos llamados “matrimonios” de personas del mismo sexo.

Paprocki no hacía sino ajustarse a la doctrina, citando en su decreto las Escrituras y el Código de Derecho Canónico, al tiempo que recordaba que la institución civil de un “matrimonio” homosexual, impuesto como derecho constitucional por el Tribunal Supremo durante la Administración Obama, suponía una ruptura con milenios de reconocimiento jurídico de la unión marital como una, sólo posible entre un hombre y una mujer.

En cuanto a la oportunidad de su decreto, Paprocki reconocía tener “una responsabilidad como obispo de guiar al pueblo de Dios confiado a mi cargo con caridad pero sin comprometer la verdad”.

Ya con motivo del reconocimiento del ‘matrimonio paritario’, Cupich declaró en su día en el Chicago Tribune que es “mucho más fácil juzgar lo que hace la gente en blanco o negro. Lo importante en todo esto a medida que avanzamos es reconocer que las vidas de la gente son muy complicadas. Hay circunstancias atenuantes, psicológicas, su propia historia personal, quizá incluso biológica. No es una cuestión de hacer olvidar cuál es el ideal”.

Ya tenemos esa manzana de la discordia: la presentación de la indisolubilidad matrimonial entre hombre y mujer, ordenada por Dios desde el principio y aclarada de forma inequívoca por Cristo, no como una realidad que todos los casados deben cumplir y que millones han cumplido y cumplen, sino como un “ideal”, con respecto al cual lo otro es ‘peor’, pero no necesariamente malo.

Creo que tampoco debe extrañar a nadie que un prelado, seleccionado a dedo por un depredador sexual que abusó del primer niño que había bautizado, cuando éste tenía solo 11 años, no resulte un prodigio de ortodoxia, pero tampoco hace falta ser teólogo, basta con ser un católico del montón, para advertir que la declaración de Cupich es una desgracia escandalosa que rompe radicalmente con lo que ha sido siempre doctrina inmutable de la Iglesia.

Quizá por eso, cuando CNSNews se dirigió al sucesor de los apóstoles al frente de la diócesis de Chicago para preguntarle si estaba de acuerdo con la definición que hace el Catecismo de la Iglesia Católica sobre la homosexualidad como “intrínsicamente desordenada”, el prelado optase por el ‘no comment’.


Carlos Esteban

El SILENCIO del VATICANO ante el Testimonio Viganò, según SPECOLA (9): Sobre la carta de Marc Ouellet y otros



La aparición fantasmal del Papa Francisco con la ya famosa ‘férula bicorna’ ha desatado todos los demonios y el invisible Viganó se hace más presente que nunca. 

Del Sínodo nada. El Papa alienta a rezar el rosario en este su mes. En el sínodo no lo vemos entre las actividades propuestas. Pero lo que hoy desata todos los comentarios es el comunicado de prensa sobre los ‘recientes sucesos’ y la carta del prefecto de la congregación de obispos Marc Oullet dirigida al desaparecido Viganò

Estamos entrado en una espiral de confusión que no hace sino empeorar las cosas y no aclarar nada. Si quitamos la hojarasca y la literatura sin contenido llegamos a la conclusión que el Papa ha ordenado investigar, no tanto a McCarrick, sino a los investigadores de McCarrick. Se intenta saber qué ha sucedido en la maraña curial y quién sabía o no sobre el caso. 

Lo de Oullet , uno de los principales conocedores al tener acceso directo al archivo de su congregación, suena a disculpa no pedida. El defiende su actuación y, quizás sin pretenderlo, confirma muchos de los puntos de testimonio Viganó.

Se habla de golpe del Vaticano pero con disparos de fogueo. De como se negocia en oriente pero se es incapaz de poner orden es casa que cada día está más revuelta. Se dice que se investigará sobre McCarrick, veremos

Se vuelve a los buenos deseos y se nos dice que la pedofilia ya no será tolerada. El tiempo de las palabras ha pasado y, por fuertes y bellas que sean, han perdido todo su valor al faltar la necesaria compañía de los hechos.

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OULLET: FUERTE EN LA FORMA FLOJO EN EL CONTENIDO (9 de octubre)

Estamos viviendo las consecuencias lógicas del testimonio Viganò. Las viejas tácticas de control informativo ya no sirven y lo que está sucediendo lo demuestra. Los medios están interesados en el tema de los abusos y no sobre el Sínodo

La óptica está cambiando en un sentido que consideramos muy positivo. Es un verdadero escándalo que suceda uno solo de los horribles crímenes con menores. Es espantoso el descubrir la hipocresía y doble vida de tantos jerarcas que, por decenios, nos han querido imponer verdaderas aberraciones. Es inquietante descubrir cómo se ha extendido en el seno de la Iglesia una verdadera mafia lavanda que nos invade hasta los tuétanos. 

Hasta ahora nos hemos visto sumergidos en acusaciones genéricas en donde la inmensa mayoría de sacerdotes se ven salpicados por cosas que seguro no han ni imaginado. Sufrimos una perplejidad universal, por silencio de miles de obispos que parece que se han olvidado de su función de pastores.

Pero algo está cambiando. Los casos de abusos siguen su proceso en la justicia civil que, con todas las limitaciones que queramos poner, es la que está haciendo algo. Los procesos canónicos están desaparecidos y ya nadie confía. Se aplican castigos ‘ejemplares’ cuando, ante las evidencias públicas y publicadas, no queda otro remedio. Los abusadores están rindiendo cuentas ante la justicia terrena y confiemos en un cambio de vida antes de llegar a la divina.

Lo que está cambiando es que somos mucho más conscientes de que el verdadero problema ha sido y es la cadena de encubrimiento que, de no ser corregida con urgencia, está convirtiendo a la Iglesia Católica en un secta en la que se pide fidelidad personal y sometimiento a la autoridad superior. Esto ya no es tolerable y la ‘omerta’ ha estallado por los aires

La fidelidad es a la Sagrada Escritura y a la Tradición y todo lo demás no es católico. En la milenaria historia de la iglesia son puestos como ejemplos los mártires y los santos. Los papas, los obispos, los sacerdotes , los laicos son ejemplos en la iglesia si son santos y no al contrario. El sacerdocio, el episcopado, no da la santidad aunque la exige y reclama por su naturaleza. 

En otros tiempos era más fácil cubrir las vergüenzas o que estas quedaran en un ámbito mucho más reducido.  Hoy esto ya no es posible. El buscar culpables abstractos es una vieja táctica que no funciona. 
Podemos repartir culpas al ‘gran acusador’, ‘al clericalismo’, al ‘abuso de poder’, al ‘demonio’; y todo esto queda en un modo de eludir las responsabilidades personales que existen y muy claras.
Las noticias de hoy denotan este caos en el que vivimos y que nadie parece querer aclarar. La carta de Oullet parece contradecir la regla de conducta del cuarto general de la Compañía de Jesús, Claudio Acquaviva: “fortiter in re, suaviter in modo”. Estamos en los tiempos de dureza en las formas y contenido más que flojo.


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VIGANÒ SIGUE PRESENTE (10 de octubre)

Del testimonio Viganò no tenemos muchas novedades, pero sí muchas referencias que sobrevuelan sobre el Sínodo y sobre todas la intervenciones oficiales y oficiosas del Vaticano y de los padres sinodales. 

Los desmentidos generales están dando paso a la confirmación de los hechos porque, al fin, de hechos hablamos. Esto parece un historia infinita que no puede terminar con el silencio que todo parece confirmar.

Specola