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jueves, 2 de abril de 2020

Ni la pandemia detiene los abortorios (Carlos Esteban)



Mientras todos permanecemos encerrados en casa y se interrumpen las actividades ‘no esenciales’ -incluidas las misas-; mientras los hospitales se colapsan y hay que habilitar Ifema u hoteles para convertirlos en hospitales y se necesitan todo tipo de recursos médicos, la clínica abortista Dator anuncia que permanece abierta. Matar niños en el vientre de sus madres sí es absolutamente esencial.

Si uno entra ahora mismo en el sitio web de la Clínica Dator, uno de los emporios españoles del negocio abortista, se encontrará de primeras con una ‘pop up’ que le avisa: “Clínica Dator permanece abierta durante la actual crisis sanitaria por el coronavirus COVID-19. Durante el periodo de la alerta sanitaria COVID 19, nuestro horario asistencial será: lunes a sabado, será de 8:30 a 15:00 horas, domingos cerramos. Agradecemos su comprensión”.

Es decir, que mientras los demás estamos sometidos a un encierro que supone un parón sin precedentes para la economía, que ha cosechado en los últimos datos de empleo un aumento del paro como no se ha conocido en periodo tan corto en nuestra historia reciente, los abortuorios siguen adelante con su negocio de muerte. Son ‘servicios esenciales’.

Tan esenciales, de hecho, que no solo se les permite operar y, por tanto, poner en riesgo de contagio a todos sus trabajadores y ‘clientes’, sino que detraen directamente recursos médicos -desde humanos a instrumental e instalaciones- al esfuerzo contra la pandemia para el que se han habilitado instalaciones bastante peor abastecidas y preparadas, como el recinto ferial de Ifema en Madrid.

Dice muchísimo de las prioridades, no de este Gobierno desastroso que padecemos, sino de nuestro sistema y de nuestra civilización en general. Es, ciertamente, el sacramento intocable de la modernidad.

Carlos Esteban

Cuarentena: una familia católica organiza su tiempo en casa

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Duración. 3 minutos

Qué aprenden los niños con la Misa Tradicional (Peter Kwasniewski)



Con la Misa Tradicional los niños aprenden muchas cosas que probablemente no aprenderán jamás de la Misa moderna de Pablo VI.

1. La Misa es un misterio de fe, un santo sacrificio. El rito antiguo conserva y expresa de la manera más perfectamente posible que en la Misa se hace presente y actualiza el Sacrificio de la Cruz, la inmolación de Nuestro Señor Jesucristo, que realizó y sigue realizando nuestra salvación y la de todo el mundo.

En la Misa Tradicional es relativamente poca la catequesis que hace falta para captar el sentido de los gestos del sacerdote y entender cómo ilustran ese sentido. Basta saber un poco de lo que hizo Jesús en la Última Cena y en el Viernes Santo. Los diversos gestos y las oraciones impactan con una serie de misterios encadenados: mediación, redención, expiación, satisfacción, adoración… El Ofertorio prefigura este sacrificio; el Canon Romano, que muchos siguen en su misal, está impregnado de lenguaje sacrificial; la consagración y la elevación de la Hostia y el cáliz en medio de un silencio atronador, precedidas y seguidas de genuflexión, crean el ambiente para hacer presente el Calvario.

Durante los años en que todavía asistía a las celebraciones del Novus Ordo, descubrí que mis hijos y los de mis amigos no establecían habitualmente esas relaciones. El rito moderno se centraba más en los fieles, se hablaba mucho, y la Comunión no es sino algo accesorio. Lo que menos captaban los sentidos era que esa liturgia es un sacrificio. Lo que se ve es la manipulación de pan y vino sobre una mesa, una comida que evoca la cena pascual. No es que se acalle la dimensión sacrificial; es que en gran medida está ausente. En una Misa dicha en lengua vernácula versus populum como se suele hacer habitualmente, escogiendo siempre la lectura eucarística II, ¿cuánto hay en el texto o en la ceremonia que comunique de forma clara y contundente la realidad del sacrificio? Se podría decir que, como mucho, el Novus Ordo subraya la presencia de Cristo entre nosotros, pero no su sacrificio.

Con gran consternación, descubrí que siempre me tocaba afirmar rotundamente y sin que hubiera una forma palpable de demostrarlo que el Novus Ordo era el sacrificio de la Misa, aunque no lo pareciera, y además faltaba la amplia gama de textos y ceremonias que ponían de relieve la naturaleza sacrificial del acto. Aquello me desagradaba, y me sigue desagradando. Parecía que aquel rito había sido ideado por alguien que no quería que resultara fácil entender que la Misa es la representación incruenta del sacrificio cruento del Calvario. En el Novus Ordo hay que hacer muchos malabares extralitúrgicos, porque de lo contrario no se llega a saber la verdad. Como la liturgia no transmite el mensaje, hay que dedicar más tiempo a explicar, afirmar y esperar que ese frágil fideísmo no abra la puerta a catástrofes como el olvido, el aburrimiento o la herejía.

2. Máxima reverencia al Santísimo Sacramento. Los niños sólo ven al sacerdote tocando y distribuyendo a Nuestro Señor. Si asisten a una Misa solemne, observarán que se trata a la Hostia con tal reverencia que durante todo el Canon un subdiácono sostiene con un humeral una patena vacía [1]. En ningún momento verán a un laico subir al presbiterio y manosear hostias y cálices. La Comunión se administra a fieles arrodillados en postura de adoración, como los Reyes Magos ante el Niño Jesús. Y se recibe en la lengua, de la manera en que sus padres dan de comer a los niños pequeños, y como Dios da de comer el mundo mediante su Providencia. Se coloca una patena bajo el mentón de los fieles arrodillados, y no es raro que el comulgatorio esté cubierto con un paño. Finalizada la Comunión, el celebrante se lava los dedos y lava los vasos sagrados con el máximo cuidado. La liturgia no escatima esfuerzos para proclamar alto y claro la fe de la Iglesia en el milagro de la transustanciación. Como tampoco los escatima para impedir que se desperdicie la más mínima migaja del Cuerpo de Cristo o la menor gota de su Sangre.

3. El sacerdote es mediador entre Dios y los hombres. Mira hacia oriente, en dirección contraria al pueblo. ¿Hacia Quién? Hacia Dios, la Santísima Trinidad, en cuyo honor se realiza el Sacrificio. Al Verbo hecho carne y verdaderamente presente en el altar del Sacrificio. Nos representa ante Dios. Y también representa a Dios venido a nuestro encuentro. Se nota que la misión del sacerdote como mediador es esencialmente distinta de la de los laicos: «Todo Sumo Sacerdote tomado de entre los hombres es constituido en bien de los hombres, en lo concerniente a Dios, para que ofrezca dones y sacrificios por los pecados» (Heb. 5,1). Ante el altar, el sacerdote actúa in persona Christi, representa personalmente al Sumo Sacerdote Eterno que se ofreció a Sí mismo por amor para redimir a la humanidad.

Como se ve, el Rito antiguo distingue claramente entre el sacerdote y los fieles; no los amontona como el rito nuevo, sino que los trata con arreglo a sus distinción ontológica [2]. Por ejemplo:

• El sacerdote reza primero el Confíteor, para sí mismo, y luego los acólitos lo rezan por ellos y por los feligreses.

• En la Misa solemne, el sacerdote es el único que da el tono en el Gloria y el Credo, y sigue luego rezándolos por su cuenta mientras canta el coro o los fieles [3].

• En el Ofertorio, la oración Suscipe, Sancte Pater pone claramente de manifiesto el papel mediador del celebrante, así como su propia naturaleza pecadora al tener que cumplir una función tan elevada: «Recibe, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, esta hostia inmaculada, que yo, indigno siervo tuyo, te ofrezco a Ti, Dios mío, vivo y verdadero, por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias; y por todos los circunstantes; y también por todos los cristianos vivos y difuntos; a fin de que a mí y a ellos aproveche para la salvación y vida eterna. Amén».

• El sacerdote comulga primero para completar el Sacrificio, y luego lo ofrece al pueblo. Dice tres veces «Domine, non sum dignus», y después pueden los acólitos y los fieles rezarlo tres veces [4].

• La oración Placeta tibi al final de la Misa hace destacar nuevamente la función del sacerdote: «Séate agradable, oh Santa Trinidad, el homenaje de tu siervo; y este sacrificio que yo, indigno, he ofrecido a los ojos de tu Majestad te sea aceptable, y a mí y a todos aquellos por quienes lo he ofrecido sea por tu piedad propiciatorio». No es ésa la oración de alguien que simplemente preside la Eucaristía o la asamblea.

4. Las palabras mismas de la Misa son sagradas y sublimes. Esto lo resalta claramente el latín en que se reza la Misa de principio a fin (excepto en la homilía, que no es parte de la liturgia propiamente dicha, sino una explicación de algún aspecto de la liturgia, o del Credo, o de las lecturas, para beneficio de los oyentes). El empleo de una lengua arcaica demuestra sin necesidad de explicación que la liturgia no es algo de todos los días, como daría a entender la utilización de la lengua vernácula [5]. Igualmente, es muy apropiada a gran reverencia que se manifiesta hacia el misal durante toda la celebración litúrgica: se lo coloca sobre atril dorado o un mullido cojín, y los ministros lo trasladan con actitud ceremonial, y hasta acompañado de velas e incienso si la Misa es solemne.

5. La música –y sobre todo el canto– es muy singular y está dedicada a Dios. El efecto que produce una lengua sagrada antigua no puede menos que realzarse cuando los textos litúrgicos se cantan con las sutiles melodías del canto gregoriano, con sus ocho modos y ritmo fluido no métrico, tan diferentes a todo lo demás que pueda haber en el ámbito de la música. El canto gregoriano surgió exclusivamente para el culto divino, y no se presta a ningún otro uso; es exclusiva para Dios. Es el equivalente sonoro del incienso, las casullas y los cálices de oro, que sólo se usan durante el culto. Son cosas que se podrían considerar la guardia de honor y los sirvientes de Cristo, que evocan con mucha eficacia su presencia y nos guían con facilidad a dicha presencia [4].

6. La Misa es algo serio y solemne. La liturgia se centra por entero en el presbiterio, el altar, el sacrificio, el banquete celestial y el Pan de los ángeles. Es una obra ordenada y disciplinada: hay formalidad, armonía en los gestos y las palabras, se concentra uno en la oración. Si alguien interrumpiera al celebrante diciéndole: «¿Por qué no nos echa cuenta? ¿Por qué nos da la espalda y no nos dice adónde va ni cuándo vuelve?», podría responder con las palabras del Niño Jesús en el templo: «¿Cómo es que me buscabais? ¿No sabíais que conviene que Yo esté en lo de mi Padre?» (Lc. 2, 49). Jesús les dijo eso a sus santísimos padres, y los dejó estupefactos. Les recordó que el Reino de Dios está por encima de todo y la gloria que se le debe al Padre, superior a la de todo bien terreno.

7. La fuente de nuestra unidad y comunión está en Cristo, y mana de Él hacia todos nosotros. En vez de que haya un ambiente horizontal y recalcar la horizontalidad, un círculo cerrado de personas que se hacen notar mutuamente de un modo pelagiano, en la Misa Tradicional nos orientamos siempre hacia Dios adorándolo, implorando nuestra salvación, buscando en El nuestra hermandad y nuestra misma identidad. Y ante todo, algo tan novedoso como el estallido simultáneo del darse la paz en el Novus Ordo, que transmite el mensaje subliminal de que la paz entre nosotros brota como un surtidor de la propia comunidad humana de feligreses, no tiene lugar en el Rito Romano solemne, que por el contrario muestra que la pax procede del Cordero de Dios, Jesucristo, verdaderamente presente en el altar como Príncipe de la Paz, que desciende como una cascada desde Dios a través del sacerdote, el diácono y el subdiácono hasta alcanzar a los fieles. Del mismo modo que la Comunión empieza por el sacerdote, luego comulgan los otros ministros, y por último los fieles.

8. Nuestra religión es algo dado, que hemos recibido. Las palabras de la Misa las hemos heredado de la Tradición, representada por el misal que está en el altar; la paz de Cristo la recibimos desde el altar; y la Sagrada Eucaristía nos la da una mano consagrada. La estabilidad e inmutabilidad del rito, junto con su ethos manifiestamente antiguo, transmiten a las claras que la religión cristiana es anterior a nosotros, a nuestras intenciones, esfuerzos y buenas ideas, y que seguirá mucho después de que nosotros hayamos vuelto al polvo. Cuánto mejor no es que los hombres de hoy sean, para variar, en vez de productores, fabricantes e inventores, humildes mendigos llamados por la gracia de la voluntad de Dios a la opípara mesa del Rey? El celestial banquete de bodas ya estaba en pleno apogeo cuando llegamos nosotros, y continuará para siempre con nosotros (quiéralo Dios) o sin nosotros.

9. La Misa trasciende la congregación de los feligreses. Teóricamente, toda Misa celebrada los mil millones de católicos del mundo es el Sacrificio del Calvario. Ahora bien, como la Misa nueva se celebra en cientos de idiomas, con muchos estilos que se contradicen mutuamente, muchas posibles opciones, los estilos locales se sobreponen a la fórmula universal y se puede decir que hay tantas formas de liturgia como parroquias. Esto fomenta una mentalidad provinciana negativa que divide a los católicos en tribus y taifas, al estilo de los millares de sectas protestantes.

De un extremo a otro de la Tierra, la Misa Tradicional en latín se celebra con unas mismas oraciones ancestrales, en un mismo idioma universal y exactamente conforme a unas mismas rúbricas. A medida que los niños crecen y viajan más allá de la localidad en que viven, cualquier Misa en latín a la que asistan en otras ciudades o países les hará entender palpablemente la unidad y universalidad de la Iglesia. Beneficiándose de las diversas culturas, la Misa de siempre trasciende las fronteras y las particularidades de los pueblos. Lo cierto es que este culto divino supranacional nos conecta orgánicamente con todas las generaciones pasadas y venideras hasta el final de los tiempos. Sus frecuentes invocaciones a los santos ángeles (en su mayoría suprimidas en el Novus Ordo) nos ponen en comunión con los sublimes coros celestiales que sirven a Dios en este mundo habitando en una dimensión que trasciende el mundo de los seres de carne y hueso.

10. La Misa es la escuela suprema de oración. Hay que reconocer que para ello es necesaria la ayuda de los padres, pero la liturgia tradicional en latín crea un ambiente ideal para despertar la vida interior del niño y le brinda una oportunidad de estar quieto y en silencio y descubrir el sentido y la eficacia de la adoración y demás actos de oración. Nadie lo ha expresado mejor que el padre Bryan Hougton, escritor inglés cuyo personaje literario Edmund Forrester describe (de manera evidentemente autobiográfica) cómo aprendemos a rezar:

«Yo aprendí las oraciones básicas en el regazo materno, y sigo rezando las mismas cada noche. Pero aprendí a rezar cuando me llevaban los domingos a Misa, aunque no tuviera mucha gana. Allí papá y mamá no eran los mismos. No se hablaban ni miraban. Mamá manoseaba un rosario, mientras papá hojeaba un ejemplar del devocionario Garden of the Soul que ahora usa un sobrino mío. Mi hermana mayor Gertrude, que se hizo monja benedictina, permanecía de rodillas con el cuerpo erguido y los ojos casi siempre cerrados. Si yo miraba a mi alrededor, veía que pasaba lo mismo con mis demás parientes y vecinos. Lo que más me llamaba la atención era que nadie me hacía el más mínimo caso. Si le tiraba de la falda a mi madre, me apartaba suavemente con la mano. Si intentaba treparme a la espalda de mi padre, me tomaba y ponía en suelo. Eso también era extraño; aunque yo llevaba la ropa de los domingos, me dejaban gatear por el suelo en tanto que no hiciera ruido. Un niño como yo se daba perfecta cuenta de que algo importante pasaba.

Ante el altar estaba el padre Gray, un anciano severo del que me escondía en el cuarto de baño cada vez que iba a visitarnos. Cuando oficiaba lucía unas vestiduras coloridas que le daban el aspecto de una mariposa. La mayor parte del tiempo no decía nada; miraba en dirección contraria y hacía tan poco caso de mis padres como de mí.

No creo que fuera demasiado precoz, pero desde luego era bastante pequeño cuando caí en la cuenta de que todas las personas presentes en la iglesia rezaban sin recitar oraciones, igual que yo. Como los niños imitan lo que ven, yo también quería rezar sin rezar. Se lo manifesté a mi hermana Gertrude, y me dijo: «Tú quédate sentado tranquilo y buenecito. Eres muy chico para ponerte de rodillas. Ten también las manos quietas, sobre las piernas. Procura no mirar a los lados, y tener los ojos cerrados si puedes. Luego repite “Jesús” en tu cabeza, despacito pero sin parar. Cuando haya que decir “Señor mío y Dios mío”, te haré una seña para que lo digas conmigo».

Yo diría que, mutatis mutandis, así hemos aprendido todos a rezar. A lo que voy es a que la propia Misa fue nuestra escuela de oración. Allí aprendimos a ser humildes e indiferentes a lo que nos rodeaba, a recogernos y adherirnos a la Divina Presencia. Y era también en Misa donde los fieles sencillos se ejercitaban en la oración a lo largo de la vida. Aunque no supieran mucha teología, rezaban como en muchos casos no lo hacen los propios teólogos. Es más, los más sencillos de entre ellos llegaban a superarme en cuanto a vida de oración y a santidad» [7].

«Dejad a los niños venir a Mí, y no se lo impidáis», dice Nuestro Señor Jesucristo (Mt. 19, 14).

Dejemos que vayan a Él en el tremendo misterio de la Fe, el Sacrificio que une a Dios con el hombre. Dejemos que acudan a su Cuerpo y su Sangre con la mayor reverencia. Que lo contemplen en los ministros a los que ha llamado a ser otros Cristos, para que la obra de Él continúe en las manos de ellos. Que los niños tengan oportunidad de reconocer la santidad por la vista, el oído y el olfato mientras contemplan, escuchan y están en la casa de Dios, y mientras las palabras que han pronunciado y entonado innumerables santos se repiten para deleite del Cielo y fastidio del Infierno. Dejemos que los niños se presenten ante el Señor con solemne alegría para experimentar la paz que sobrepasa todo entendimiento. Dejemos que reciban de Jesús dones en abundancia y, por encima de todo, el de su Cuerpo. Que sepan que se incorporan a la presencia de ejércitos de ángeles que adoran al Cordero degollado desde la creación del mundo.

No se lo impidamos por culpa de una liturgia defectuosa llena de falsedades (como por ejemplo, que no hay mucha diferencia entre la nave y el presbiterio de la iglesia, o entre el sacerdote y los ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión para repartir los divinos misterios). No pongamos obstáculos a los niños tapando o empañando la exclusiva dignidad de las manos del sacerdote, ungidas para tocar algo tan santísimo como el Cuerpo y la Sangre de Cristo. No impidamos que acudan al Señor por culpa de alguna de las costumbres que caracterizan al Novus Ordo, motivadas por una falsa teología que descatequiza y recatequiza a los niños reeducándolos al estilo soviético en un nuevo paradigma del catolicismo.

Lex orandi, lex credendi, lex vivendi. Nuestra manera de orar demuestra y enseña lo que creemos, y ello a su vez moldea nuestra vida a imagen y semejanza de ello. ¿Qué clase de fe profesamos, y cómo vivimos nuestra vida católica? Se nota observando la liturgia.

[1] Antiguamente en la liturgia episcopal el subdiácono sostenía un trozo de la Hostia consagrada. Aun después de caer en desuso esta costumbre, el rito mantuvo el gesto, que nos recuerda la santidad de todo lo que esté relacionado en lo más mínimo con la Sagrada Eucaristía.

[2] Esto contribuye de hecho a la mayor unidad del cuerpo de creyentes. La jerarquía y la unidad son correlativas, no se oponen entre sí, como entiende falsamente la democracia.

[3] En un artículo que publiqué en el blog New Liturgical Movement, Is It Fitting for the Priest to Recite All the Texts of the Mass? he defendido esta práctica, clara influencia de la Misa baja sobre la Misa Solemne, costumbre que la mayoría de los liturgistas abominan.

[4] La forma en que el Novus Ordo combina la comunión del sacerdote con la de los fieles es prueba de la influencia protestante. Como enseña la teología católica, aunque es deseable que comulguen tantos como sea posible (en tanto que estén en gracia y con las debidas disposiciones), sólo es imprescindible que lo haga el sacerdote para que sea válida la celebración. Esto obedece a que el sacerdote, al representar a Cristo, representa a todo el Cuerpo Místico, tanto la Cabeza como los miembros; el sacrificio de la Cruz se efectúa de por sí antes aun de que sus frutos se comuniquen a los miembros individuales de la especie humana.

[5] Estoy hasta la coronilla de que nos digan, como si no lo supiéramos, que los cristianos de rito oriental celebran en su lengua vernácula. Para empezar, esto no es del todo cierto; muchos ritos orientales siguen utilizando total o parcialmente lenguas litúrgicas arcaicas santificadas por siglos de uso constante. Y en segundo lugar, en Oriente siempre ha habido diversidad y adaptación lingüística de una manera totalmente ajena a la tradición occidental, que desde hace 1600 años tiene como única y exclusiva lengua litúrgica el latín. Una de dos: o esa exclusividad lingüística ha sido voluntad de Dios, o es que Iglesia de Roma lleva mucho tiempo confundida, así que mejor nos hacemos ortodoxos. No me cuesta creer que se debe a la voluntad de Dios y que pasar a las lenguas vernáculas en el Rito Romano fue un craso error de clérigos arrogantes y miopes.

[6] Aunque a veces en celebraciones del Novus Ordo se utilizan el latín y el cántico gregoriano, hay que tener presente algo fundamental: la belleza que ante todo nos proporciona la Iglesia es ni más ni menos la belleza del propio rito, que se expande para abarcar e inspirar otras artes. El latín y el canto gregoriano se crearon para arropar el rito tradicional; mejor dicho, como el cuerpo que corresponde al alma; su grandeza está ligada a su esencia.

[vii] Tomado de la novela epistolar Mitre and Crook, publicada por primera vez en 1979

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

martes, 31 de marzo de 2020

NOTICIAS 30 y 31 de marzo de 2020



SPECOLA

Las cárceles y las guerras del Papa Francisco, el pánico reina en el Vaticano, el virus termina con una época, ande yo caliente.

Un Vaticano que se resiste a desaparecer, audiencias del Papa Francisco en palacio, Roma sin obispos, Wanderer y nuestros lectores.

IOTA UNUM


LAS SIETE PALABRAS DE CRISTO EN LA CRUZ, POR CHARLES JOURNET. PADRE, PERDONALOS.

QUE NO TE LA CUENTEN

La confesión por Internet ¿se puede? (P. Javier Olivera)

ADELANTE LA FE


El mundo se sumerge en la confusión

THE WANDERER


La peste, rarezas y previsiones


Selección por José Martí

Coronavirus: menos estampas y más conversiones (Miguel Á.Yáñez)



Desde que empezó toda esta historia del coronavirus, y conforme empeora, no paro de recibir y de ver, hora sí y hora también, todo tipo de mensajes y cadenas del tipo: “reenvíalo, recemos 100.000 ave maría para detener el virus”, “unámonos al papa que va a exponer el Santísimo y su poder detendrá todo”, “a las siete de la tarde recemos a san cucufato, poderoso intercesor en la peste de no sé qué año”, y así, miles y miles.

Que nadie se lo tome como una crítica personal, entiendo y salvo por supuesto la buena intención de quien envía estas cosas, pero, sinceramente, no es éste el mensaje adecuado a lanzar a un mundo pecador hasta la médula, que pareciera que somos ajenos a la culpa del castigo de lo que pasa; como si la solución fuera tomar a la religión y los sacramentales como una especie de “amuleto” a azuzar en estos momentos.

Si usted quiere ayudar al mundo, y a la Iglesia, por favor, divulgue el mensaje que DE VERDAD necesitan oír: CONVERTÍOS, hemos pecado, el mundo y los hombres de iglesia se han corrompido, somos merecedores de cualquier castigo divino, detengamos esto, CONVERTID de verdad vuestras almas, volved a la Fe verdadera, arrepentíos, confesaros y cuando la gracia inunde el mundo, todo se detendrá.

Todo lo demás … puro fetichismo piadoso.
 
Miguel Ángel Yáñez

En ausencia de los sacramentos



Para los que aman al Señor, todo lo que les ocurre es para su bien. Vamos a citarlo en latín para los que necesitan un mantra que ayude a encajar por qué está pasando todo esto: Rm. 8, 28: Omnia cooperantur in bona diligentibus Deum.

¿Pero qué decir de esta decisión de los políticos y de los obispos (no voy a entrar en lo que pienso del problema) de prohibir la asistencia a Misa? ¿Puede ser que Dios utilice esto para nuestro bien?

Y tanto. Primero para nuestra humildad. Muchos que se han quedado en casa por su propia cuenta en tiempos pasados, por sus propias enfermedades, ahora están enrabiados contra los obispos por esta decisión. Entonces, si lo decido yo, está bien, pero si me lo imponen, ¿eso sí que está mal? Si yo aplico lo que juzgo correcto y según el sentido común, con los datos que tengo y por caridad hacia los demás o por mi propio bien, mi decisión es correcta. Pero, como otro tome esa decisión y tenga yo que obedecer… eso ya no es tan fácil de aceptar. Así que primero tenemos algunos que hacer un ejercicio de humildad.

¿Entonces no hay razones para pensar que hubiera sido mejor no quitar el culto público? Según se puede ver aquí http://www.quenotelacuenten.org/2020/03/25/templos-cerrados-y-curas-heroicos-el-precedente-de-la-fiebre-amarilla/, no es la primera vez en la historia que se hace, en contra de lo que muchos han dicho, poniendo el grito en el cielo. Y, como dice en ese artículo, quizá es demasiado pronto para saber si la medida ha sido de provecho o no. La medida de dejar el templo abierto “para dar acceso a unos pocos fieles”, sí sería una mejora, pero no soluciona el problema tal como se ha propuesto. Si la premisa es que no dejar acceso a los fieles es una falta de fe y una manera de sucumbir al miedo… la solución es dejar los templos abiertos de par en par y que acuda todos los que quieran. Si no, al pasar del númerus clausus… ¿qué dirá el resto? ¿No podrían levantar la misma acusación que, hace un momento, estaba en boca de los que sí pudieron entrar a estar presentes en la Santa Misa? Además, de todos los que han dado la voz de alarma por la falta de fe de los obispos, no he leído a ninguno– de los que escriban o hablen de manera equilibrada– que diga que “no haya que tomar las medidas sanitarias pertinentes”. Lo que pasa es que la medida que se ha tomado ha sido, o así parece, muy dura.

Pero volvamos al hecho: no hay Misas con fieles presentes y en muchos sitios el acceso a la confesión se ha quedado como una imposibilidad. No, lamentablemente, una urgencia por enfermedad espiritual seguramente no va a abrir el bloqueo de la guardia civil ni de la policía local. ¿Y Dios puede sacar bien de aquí?

Y tanto. En primer lugar ¿cuándo ha habido una añoranza tan grande por tantas personas de poder ir a Misa y recibir la comunión? ¿Acaso esa distancia, ese deseo, en sí, no tiene ningún valor? ¿Cae sobre oídos sordos de Dios? De muchas maneras puede Dios utilizar esto para despertarnos de la manera rutinaria en que recibíamos la comunión con frecuencia semanal e incluso hacernos ver que si Le echamos tanto de menos en la eucaristía, podíamos hacer un esfuerzo mayor por recibirle más a menudo. Si tanto lo apreciamos… o quizá esta situación haga que muchos lleguen a apreciarlo mucho más.

Como Dios escribe recto con renglones torcidos, cabe imaginar que tanto abuso de la comunión, la comunión en pecado y la comunión en la mano, ha hecho que Dios permita este mal del virus y la consiguiente cerrazón de las iglesias para darnos un momento para pensarnos bien las cosas. Puede dar mucho que hablar el hecho de que las directrices sociales eran no dar la mano porque es el medio de contagio mayor ... y las iglesias particulares urgiendo comulgar en la mano … el que pueda entender, que entienda.

¿Y los que no tienen acceso a la confesión? Hay dos consideraciones muy importantes que hacer. Por un lado, si todos los mecánicos del mundo desaparecieran, ¿acaso no conduciría la gente, que aprecia su coche, con más cuidado? Y por otro, es el momento para que los que somos pecadores decidamos si tiene sentido salir corriendo de la presencia de Dios porque hemos pecado, o más vale que nos apeguemos a Él más que nunca ya que sólo en Él está la salvación. No volveré a entrar en la contrición perfecta, pero el primer paso para lograr esa contrición perfecta es creer en el Amor Inagotable que Dios me tiene. Mirad 1 Jn. 4, 19: “Nosotros amamos a Dios porque Él no amó primero”. Si no se es consciente del primer momento, el amor de Dios, no se llega al segundo: mi amor a Él.

Por supuesto, es terrible que alguien se tenga que ver ante la muerte sin el auxilio de los sacramentos. No creo que haya tragedia peor, salvo la situación de la persona a la que le da lo mismo esa situación. Pero la gracia de Dios no se limita a los sacramentos. Recordemos una definición básica del catecismo olvidado: ¿Cómo nos comunica Dios la gracia? Dios nos comunica la gracias principalmente por medio de los santos sacramentos. Mirad como no dice que son la única manera que tiene Dios de conceder la gracia. La contrición perfecta, la comunión espiritual, y un largo etcétera, nos aseguran que la mano de Dios no se ha retirado de nosotros y no estamos al desamparo total de la gracia.

Todo lo que ocurre a los que aman a Dios es para su bien. De todo aquello que a nosotros nos parece un mal, Dios puede sacar el bien, y así lo hace. Éstos son tiempos para dejarle actuar.
 
Santamisatradicional

domingo, 29 de marzo de 2020

Entrevista de THE REMNANT: monseñor Athanasius Schneider habla de la reacción de la Iglesia al coronavirus (Diana Montagne)



Transcripción de entrevista a monseñor Athanasius Schneider

Diane Montagna: Excelencia, ¿qué impresión tiene en general de la manera en que está reaccionando la Iglesia a la epidemia de coronavirus?

Mi impresión general es que la gran mayoría de los obispos ha reaccionado con precipitación y pánico al prohibir toda Misa pública, y lo que es más incomprensible, cerrando los templos. Los obispos que han obrado así han reaccionado más como burócratas que como pastores. Al centrarse de forma casi exclusiva en las medidas higiénicas han perdido la perspectiva sobrenatural y quitado la prioridad al bien eterno de las almas.

La diócesis de Roma se ha apresurado a suspender todas las misas públicas accediendo a las directrices del Gobierno. Por todo el mundo, los prelados han tomado medidas por el estilo. En cambio, los obispos de Polonia han pedido que se celebren más  misas para que se congreguen menos fieles en cada ocasión. ¿Qué opina de la decisión de suspender las misas públicas para impedir la propagación del virus?

Mientras los supermercados sigan abiertos y accesibles y pueda utilizarse el transporte público, no hay razón verosímil para prohibir que se asista a la Santa Misa en una iglesia. En los templos se pueden garantizar las mismas e incluso mejores medidas higiénicas preventivas, y tomarse otras medidas parecidas. Por ejemplo, antes de cada Misa se podrían desinfectar los bancos y las puertas, y todo el mundo podría desinfectarse las manos al entrar. Podría limitarse el número de asistentes y aumentar la frecuencia de las misas. John Magufuli, presidente de Tanzania, nos da un ejemplo magnífico de lo que es tener una perspectiva sobrenatural de las cosas en tiempo de epidemia. Magufuli, que es católico practicante, dijo el pasado día 22 (domingo de Laetare) en la catedral de San Pablo en Dodoma, capital del país: «A mis correligionarios cristianos, e incluso a los musulmanes, les insisto: no tengan miedo, no dejen de congregarse para alabar y glorificar a Dios. Por esa razón, nuestro Gobierno ha decidido no cerrar las iglesias y mezquitas. Al contrario, deben estar abiertas en todo momento para que se pueda acudir a Dios en busca de refugio. En los templos se puede buscar verdadera sanación, porque allí habita el Dios verdadero. No tengan miedo de alabar a Dios y buscar su rostro en la iglesia».

Y de la Eucaristía, Magufuli expresó estas alentadoras palabras: «El coronavirus no puede sobrevivir en el Cuerpo eucarístico de Cristo, no tarda en consumirse . Por eso, no he tenido el más mínimo miedo al comulgar, porque sé que Jesús está en la Eucaristía; no corro peligro. Es hora de edificar nuestra fe en Dios».

¿Le parece una actitud responsable que un sacerdote celebre una Misa privada con unos pocos fieles presentes, tomando las debidas precauciones?

Lo es, y además meritoria. Sería un verdadero acto pastoral, siempre y cuando el sacerdote tomara las debidas precauciones, claro.

Los sacerdotes se ven en un aprieto. Algunos buenos sacerdotes son objeto de críticas por obedecer las directrices impuestas por sus obispos de suspender las misas públicas (aunque siguen celebrando privadas). Otros se ingenian maneras de confesar sin comprometer la salud de los fieles. ¿Qué aconsejaría a los sacerdotes que para que puedan sacar el mejor fruto de su ministerio en estos momentos?

Los sacerdotes deben tener presente que por encima de todo son pastores de almas inmortales. Deben ser imitadores de Cristo, que dijo: «El buen pastor pone su vida por las ovejas. Mas el mercenario, el que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, viendo venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa;  porque es mercenario y no tiene interés en las ovejas.  Yo soy el pastor bueno, y conozco las mías, y las mías me conocen» (Jn. 10, 11-14). Si un sacerdote observa de modo razonable y juicioso todas las medidas higiénicas, no está obligado a obedecer las directrices de su obispo o de las autoridades suspendiendo la Misa para los fieles. Tales directrices son meras normas humanas; pero la ley suprema de la Iglesia es la salvación de las almas. En una situación así, los sacerdotes tienen que ingeniárselas mucho a fin de facilitar a los fieles, aunque sea un grupo pequeño, la celebración de la Santa Misa y la recepción de los sacramentos. Ésa ha sido siempre la conducta pastoral de todos los sacerdotes confesores y mártires en tiempos de persecución.

¿Hay casos en que sea legítimo desobedecer  a las autoridades, y en concreto a las eclesiásticas, por parte de los sacerdotes (por ejemplo, si le dicen que no vaya a visitar a los enfermos y moribundos?

Si las autoridades eclesiásticas le prohíben a un sacerdote visitar a los enfermos y moribundos, no puede obedecer. Semejante prohibición es un abuso de autoridad. Cristo no confirió a los obispos autoridad para prohibir que se visitara a los enfermos y agonizantes. El verdadero sacerdote hace todo lo que está en sus manos para visitar a un moribundo. Muchos sacerdotes lo han hecho aun a riesgo de su vida, ya fuera en caso de persecución o de epidemias. Se han dado numerosos ejemplos en la historia de la Iglesia. Por ejemplo, San Carlos Borromeo dio la Sagrada Comunión en la lengua y con sus propias manos a personas que estaban muriendo de peste. En nuestros tiempos hemos conocido ejemplos conmovedores y edificantes, en particular en la región de Bérgamo, al norte de Italia, de sacerdotes que se contagiaron y murieron por cuidar de enfermos aquejados de coronavirus. Hace unos día falleció en ese mismo país un sacerdote de 72 años que padecía la enfermedad, y renunció al respirador –sin el cual no podía sobrevivir– para dárselo a un paciente más joven. No visitar a los enfermos y moribundos es una actitud más propia de asalariados que de buenos pastores.

Vuestra Excelencia pasó los primeros años de su vida en la Iglesia clandestina de la Unión Soviética.  ¿Qué aconsejaría a los fieles que no pueden asistir a Misa, y en algunos casos ni siquiera adorar al Santísimo Sacramento por haberse cerrado las iglesias de su diócesis?

Animaría a esos fieles a hacer actos frecuentes de Comunión espiritual. Podrían leer las lecturas del propio y el ordinario de la Misa de cada día y meditar en ellas. Podrían enviar a sus santos ángeles custodios a adorar a Jesús en el Tabernáculo de parte de ellos. Podrían unirse espiritualmente a todos los cristianos encarcelados por su fe, a todos los cristianos enfermos impedidos de ir a Misa, a todos los cristianos que mueren privados de los sacramentos. Dios colmará de gracias esta época de privación temporal de la Santa Misa y el Santísimo Sacramento.

Hace poco la Santa Sede anunció que las celebraciones litúrgicas de Semana Santa y Pascua tendrán lugar sin los fieles presentes. Más tarde especificó que se están estudiando maneras de participar que tengan en cuenta las medidas de seguridad destinadas a impedir la propagación del coronavirus. ¿Qué le parece esta decisión?

En vista de las estrictas prohibiciones de reuniones multitudinarias impuestas por las autoridades italianas, se entiende que el Papa no pueda celebrar los oficios de Semana Santa ante una numerosa congregación de fieles. A mí me parece que podría celebrarlos con toda dignidad y sin abreviarlos, por ejemplo en la Capilla Sixtina (como era costumbre de los pontífices antes del Concilio) con la participación del clero (cardenales, sacerdotes, etc.) y un grupo selecto de fieles que hubiesen tomado previamente las oportunas medidas de higiene. No parece lógico prohibir la bendición del fuego, la del agua y los bautismos en la Vigilia Pascual, como si con esos actos pudiera propagarse virus. El sentido común y la perspectiva sobrenatural han sido superados por un miedo casi patológico.

Excelencia, ¿qué revela la actitud de las autoridades eclesiásticas ante el coronavirus del estado de la Iglesia, y en particular de la jerarquía?

La pérdida de perspectiva espiritual es sintomática. En las últimas décadas, muchos miembros de la jerarquía han estado metidos más que nada en asuntos seculares,  mundanos y temporales, y con ello han perdido de vista las realidades sobrenaturales y eternas. Se les ha nublado la vista con el polvo de ocupaciones mundanas, como dijo en una ocasión San Gregorio Magno (V. Regula pastoralis II, 7). Su manera de reaccionar ante la epidemia ha puesto de manifiesto que dan más importancia a los cuerpos mortales que a las almas inmortales de los hombres, olvidando las palabras de Nuestro Señor: «¿De qué servirá al hombre ganar el mundo entero, y perder su vida?» (Mc. 8,36). Los mismos prelados que ahora tratan de impedir (a veces con medidas desproporcionadas) que se contagie el cuerpo de sus feligreses con un virus material, permiten como si tal cosa que los tóxico virus de enseñanzas y prácticas heréticas se esparzan entre su grey.

Hace poco el cardenal Vincent Nichols dijo que cuando pase la epidemia habrá un hambre renovada de la Eucaristía. ¿Está de acuerdo?

Espero que esas palabras se cumplan en el caso de muchos católicos. Es una experiencia común entre los hombres que la privación prolongada de una realidad importante avive el ansia de ella. Ése es el caso de todos los creen de verdad en la Eucaristía y la aman. Una experiencia así también ayuda a reflexionar más a fondo en el sentido y valor de la Sagrada Eucaristía. Es posible que los católicos que estaban tan acostumbrados al Santísimo que les parecía algo de todos los días experimenten una conversión espiritual y se den cuenta a partir de ahora de que la Sagrada Eucaristía es algo extraordinario y sublime.

El pasado domingo 15 de marzo el papa Francisco acudió a rezar ante la imagen de la Virgen Salus Populi Romani en la basílica de Santa María la Mayor y ante el cristo milagroso de la iglesia de San Marcelo en el Corso. ¿Cree que es importante que los obispos y cardenales realicen actos similares de culto público para poner fin a la epidemia?

El ejemplo del papa Francisco puede animar a muchos prelados a celebrar actos públicos parecidos de fe y oración y a dar muestras concretas de penitencia implorando a Dios que detenga la plaga. Se podría recomendar que los obispos y sacerdotes recorriesen con frecuencia las calles de sus ciudades portando al Santísimo Sacramento en la custodia acompañados por un número reducido de sacerdotes o fieles (uno, dos o tres), dependiendo de las normas que hayan establecido las autoridades civiles. Esas procesiones eucarísticas transmitirían a los fieles y al resto de la ciudadanía el consuelo y la alegría de saber que no están solos en las situaciones difíciles. Que el Señor está verdaderamente con ellos, que la Iglesia es una madre que nunca se ha olvidado de sus hijos ni los ha abandonado. Se podría iniciar una cadena mundial de custodias que llevaran a Jesús-Eucaristía por las calles de todo el planeta. Esas miniprocesiones eucarísticas, aunque el obispo o sacerdote saliera solo llevando al Señor, impetrarán gracias de sanación y conversión física y espiritual.

La epidemia de coronavirus estalló en China poco después del Sínodo para la Amazonía. Algunos periodistas están convencidos de que se trata de un castigo divino por los actos realizados con el ídolo de la Pachamama en el Vaticano, mientras que para otros es un castigo por el acuerdo entre China y el Vaticano. ¿Cree que alguna de las dos opiniones es correcta?

En mi opinión, la epidemia del coronavirus es sin duda una intervención divina para castigar y purificar al mundo pecador, y también a la Iglesia. No debemos olvidar que Nuestro Señor Jesucristo veía las catástrofes físicas como castigos de Dios. Leemos, por ejemplo, lo siguiente: «En aquel momento llegaron algunas personas a traerle la noticia de esos galileos cuya sangre Pilato había mezclado con la de sus sacrificios. Y respondiendoles dilo: “¿Pensáis que estos galileos fueron los más pecadores de todos los galileos, porque han sufrido estas cosas?  Os digo que de ninguna manera, sino que todos pereceréis igualmente si no os arrepentís. O bien aquellos dieciocho, sobre los cuales cayó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén?  Os digo que de ninguna manera sino que todos pereceréis igualmente si no os convertís”» (Lc.13, 1-5).

El culto de que fue objeto el ídolo pagano de la Pachamama al interior del Vaticano con el aval del Papa fue sin duda un grave pecado de infidelidad al Primer Mandamiento del Decálogo, una abominación. Todo intento de restar importancia a ese acto de veneración se derrumba por el peso de la prueba y de la razón. Yo diría que esos actos idolátricos fueron la culminación de una serie de infidelidades en lo que se refiere a guardar el sagrado depósito de la Fe por parte de muchos miembros de los grados más altos de la jerarquía en las últimas décadas. No tengo certeza absoluta de que el brote del coronavirus haya sido castigo de Dios por lo de la Pachamama en el Vaticano, pero no tiene nada de rebuscado entenderlo así. Ya en los primeros tiempos de la Iglesia, Cristo reprendió a los obispos (ángeles) de las iglesias de Pérgamo y Tiatira por su tolerancia de la idolatría y el adulterio. La figura de Jezabel, que sedujo a la iglesia con la idolatría y la fornicación (V. Ap. 2,20) se podría entender también cómo un símbolo del mundo actual con el que juguetean muchos que ocupan altos cargos en la Iglesia.

Estas palabras de Cristo siguen igual de válidas hoy: «He aquí que a ella la arrojo en cama, y a los que adulteren con ella, (los arrojo) en grande tribulación, si no se arrepienten de las obras de ella. Castigaré a sus hijos con la muerte, y conocerán todas las Iglesias que Yo soy el que escudriño entrañas y corazones; y retribuiré a cada uno de vosotros conforme a vuestras obras» (Apoc. 2,22-23). Cristo amenazó con castigos ý exhortó a las iglesias a arrepentirse: «Tengo contra ti algunas pocas cosas, por cuanto tienes allí a quienes han abrazado la doctrina […]para que comiesen de los sacrificios de los ídolos y cometiesen fornicación. Arrepiéntete, pues; que si no, vengo a ti presto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca» (Apoc. 2, 14-16). Estoy convencido de que Cristo les diría lo mismo al papa Francisco y a los otros obispos que consintieron el culto idolátrico a la Pachamama y avalan implícitamente las relaciones sexuales fuera de un matrimonio válido al permitir que los divorciados que se han vuelto a casar reciban la Sagrada Comunión.

Vuestra Excelencia ha citado los Evangelios y el Apocalipsis. ¿La manera en que Dios  dealt  sus hijos en el Antiguo Testamento nos ayuda a entender en alguna medida la situación actual?

A mi modo de ver, la situación que ha creado la epidemia de coronavirus en el seno de la Iglesia es muy singular: se han prohibido las misas públicas en casi todo el mundo. Hasta cierto punto es equivalente a la prohibición del culto cristiano en todo el Imperio Romano durante los tres primeros siglos. Ahora bien, esta situación actual no tiene precedentes, porque en nuestro caso la prohibición del culto público fue decretada por obispos católicos, antes incluso de que las autoridades civiles dictaran disposiciones en ese sentido.

En cierta forma, la situación actual se puede comparar con el cese del sacrificio en el templo de Jerusalén mientras el Pueblo Escogido de Dios soportó la Cautividad de Babilonia. En la Biblia los castigos divinos se consideraban una gracia, como vemos en estos versículos: «Feliz el hombre a quien Dios corrige. No desprecies la corrección del Omnipotente. Él hace la llaga, y la venda; Él hiere y sana con sus manos» (Job 5,17-18). «Yo reprendo y castigo a todos los que amo. Ten, pues, ardor y conviértete» (Apoc.3,19). La única reacción que cabe en tribulaciones, catástrofes, epidemias y situaciones por el estilo –todas ellas instrumentos en manos de la Divina Providencia para despertar a los hombres del sueño del pecado y la indiferencia hacia los mandamientos de Dios y la vida eterna– es la penitencia y una sincera conversión a Dios. En la siguiente oración, el profeta Daniel da a los fieles de todos los tiempos un ejemplo de cuál debe ser su verdadera actitud y de cómo deben desempeñarse y rezar en tiempos difíciles: «Todo Israel ha traspasado tu Ley y se ha apartado para no oír tu voz […] Inclina, Dios mío, tu oído y escucha; abre tus ojos y mira nuestras ruinas, y a la ciudad, sobre la cual ha sido invocado tu Nombre pues derramamos nuestros ruegos ante tu rostro, confiando, no en nuestras justicias, sino en tus grandes misericordias. ¡Escucha, Señor! ¡Perdona, Señor! ¡Presta atención, Señor, y obra! ¡No tardes, por amor de Ti, oh Dios mío!, porque sobre tu ciudad y tu pueblo ha sido invocado tu Nombre» (Dan. 9,11; 18-19).

San Roberto Belarmino escribió: «Son señales ciertas de la venida del Anticristo […] la última y mayor de las persecuciones, y la cesación del completa del sacrificio público» (La profecía de Daniel, p.37-38). ¿Cree que hablaba de lo que sucede ahora? ¿Es éste el comienzo del gran castigo predicho en el libro del Apocalipsis? 

La situación que estamos viviendo nos brinda fundamentos más que razonables para pensar que nos hallamos a las puertas de los tiempos apocalípticos, que comprenderán castigos divinos. Nuestro Señor aludió a la profecía de Daniel: «Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación, predicha por el profeta Daniel, instalada en el lugar santo –el que lee, entiéndalo– …». Dice el Apocalipsis que la Iglesia tendrá que huir por un tiempo al desierto (V. Apoc.12,14). La interrupción casi general del Sacrificio público de la Misa se podría interpretar como una huida a un desierto espiritual. Lo lamentable de esta situación es que muchos integrantes de la jerarquía católica no se dan cuenta de que la situación que vivimos es de tribulación. No la ven como un castigo divino, es decir, como una visita de Dios en el sentido bíblico. Estas palabras del Señor se aplican a muchos sacerdotes en medio de la epidemia física y espiritual que atravesamos: «No conociste el tiempo en que has sido visitada» (Lc.19,44). Este fuego que arde para prueba (cf.1 Pe. 4,12) tienen que tomárselo en serio el Papa y los prelados a fin de que dirijan a toda la Iglesia a una profunda conversión. En caso contrario, se podrá aplicar a esta situación la moraleja de la historia que contaba Sören Kierkegaard: «En un teatro, se produjo un incendio entre bastidores. El payaso salió al escenario para advertir a los espectadores. Éstos creyeron que se trataba de un chiste, y aplaudieron. Lo repitió, y los aplausos fueron más atronadores. Yo creo que será así como acabe el mundo: en medio del aplauso general de los genios a los que le parece una broma».

¿Cuál es el sentido más profundo de todo esto, Excelencia?

Esto de que se hayan interrumpido la Santa Misa y la Sagrada Comunión sacramental es tan grave y tan inaudito que es posible discernir un sentido más profundo detrás de ello. Se ha producido a los cincuenta años de la introducción de la Comunión en la mano (1969) y de la reforma radical del rito de la Misa (1969/1970), que tiene elementos protestatizantes (las oraciones del Ofertorio) y una forma de celebración horizontal e instructiva (momentos en que se permite improvisar, celebración en círculo cerrado y cara a los feligreses). La práctica de recibir la Comunión en la mano desde hace cincuenta años ha traído consigo una profanación –en unos casos intencional y en otros no– del Cuerpo eucarístico de Cristo a unos niveles nunca vistos. Durante más de cincuenta años, el Cuerpo de Cristo ha sido (en la mayoría de los casos intencionadamente) pisoteado por sacerdotes y laicos en las iglesias católicas del mundo entero. El robo de hostias consagradas se ha incrementado igualmente a un ritmo alarmante. El gesto de tomar la Comunión en la propia mano, y con los propios dedos, se parece más que nunca a lo que se hace al comer el alimento mundano. A no pocos católicos, la costumbre de recibir la Comunión en la mano les ha disminuido la fe en la Presencia Real, en la transustanciación y en el carácter sublime de la Hostia consagrada. Con el tiempo, la presencia eucarística de Cristo se ha convertido de modo inconsciente para esos fieles en una especie de pan bendito o simbólico. Ahora ha intervenido el Señor privando a casi todos los fieles de asistir a la Santa Misa y recibir sacramentalmente la Sagrada Comunión.

Justos y pecadores están soportando juntos esta tribulación, ya que en el misterio de la Iglesia están unidos entre sí como miembros de un mismo cuerpo. «Si un miembro sufre, sufren con él todos los miembros» (1 Cor. 12,26). El Papa y los obispos podrían entender la interrupción actual de la Santa Misa pública y la Sagrada Comunión como una reprensión de Dios por los cincuenta años que llevamos de profanaciones y trivializaciones de la Eucaristía, y al mismo tiempo como una exhortación misericordiosa a una auténtica conversión eucarística de toda la Iglesia. Ojalá el Espíritu Santo conmueva al Sumo Pontífice y a los prelados y los inspire a decretar normas litúrgicas concretas para que el culto eucarístico de toda la Iglesia se purifique y vuelva a orientarse al Señor.

Se podría proponer que el Papa realizara en Roma junto los cardenales y los obispos un acto público de reparación por los pecados contra la Sagrada Eucaristía y por los actos de culto de las estatuillas de la Pachamama. En cuanto termine la actual tribulación, el Papa debería decretar unas normas litúrgicas con las que invitara a toda la Iglesia a dirigirse nuevamente al Señor en la manera de celebrar; dicho de otro modo: que el celebrante y los fieles miren en la misma dirección durante la Misa. El Sumo Pontífice debería igualmente prohibir la comunión en la mano, porque la Iglesia no puede seguir tratando impunemente al Santísimo en la Hostia consagrada de una forma tan minimalista y peligrosa.

La siguiente oración de Azarías en el horno de fuego, que rezan los sacerdotes durante el Ofertorio, podría inspirar al Papa y a los obispos para tomar medidas concretas a fin de hacer reparación y restablecer la gloria del Sacrificio Eucarístico y de Jesús Eucaristía: «Recíbenos Tú, contritos de corazón, y con espíritu humillado. Como el holocausto de los carneros y toros, y los millares de gordos corderos. Así sea hoy nuestro sacrificio delante de Ti, para que te sea acepto; pues jamás quedan confundidos los que en Ti confían. Te seguimos ahora de todo corazón, y te tememos, y buscamos tu rostro. No quieras confundirnos; haz con nosotros según la mansedumbre tuya, y según tu grandísima misericordia. Líbranos con tus prodigios, y glorifica, oh Señor, tu Nombre» (Dan.3, 39-43).

(Artículo original. Traducido por Bruno de la Inmaculada)

NOTICIAS VARIAS 27 y 28 de marzo de 2020


SPECOLA

ADELANTE LA FE


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AGENCIA CATÓLICA DE NOTICIAS


Selección por José Martí

Coronavirus: ¿el cisne negro de 2020? (Roberto de Mattei)



El cisne negro (Cygnus attratus) es un ave rara originaria de Australia que recibe su nombre de la coloración de su plumaje. Nassim Nicholas Taleb, analista financiero y ex agente de Wall Street, en su libro El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable (Paidós Barcelona 2011), lo escogió como metáfora para explicar que a veces pueden darse sucesos inesperados y catastróficos que pueden afectar la vida entera de la sociedad.

Para Marta Dassù, del Aspen Institute, el coronavirus es el cisne negro de 2020. Explica que la epidemia está acarreando la crisis para la actividad económica de las naciones occidentales y «demuestra la fragilidad de las cadenas productivas a nivel internacional; cuando un eslabón de la cadena recibe un golpe, el impacto se vuelve sistémico» (Aspenia, 88 (2020), p. 9). «Ha llegado la segunda pandemia –escribe por su parte Federico Rampino en La Reppublica del pasado 22 de marzo–, y también hay que afrontarla y curarla. Se llama Gran Depresión, y tendrá un balance de víctimas paralelo al del virus. En Estados Unidos ya nadie emplea la palabra recesión porque se queda corta».

La economía interconectada del mundo se manifiesta como un sistema precario, pero el impacto del coronavirus no sólo será económico y sanitario, sino también religioso e ideológico. La utopía de la globalización, que hasta septiembre del año pasado parecía triunfar, sufre una irremediable debacle. El pasado 12 de septiembre el Papa había invitado a los dirigentes de las principales religiones y a las figuras más destacadas de los ámbitos político, económico y cultural a participar en un acto solemne que habría de tener lugar en el Vaticano el próximo 14 de mayo: el Pacto Global por la Educación. Por esas mismas fechas, la profetisa de la ecología profunda Greta Thunberg llegaba a Nueva York para participar en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2019. En aquellas vísperas del Sínodo para la Amazonía, el Romano Pontífice les envió a ella y a los demás participantes en la cumbre un videomensaje en el que expresaba su plena conformidad con los objetivos mundialistas. El pasado 20 de enero, el Papa dirigió asimismo un mensaje a Klaus Schwab, presidente del Foro Económico Mundial de Davos en el que subrayaba la importancia de una «ecología integral que tenga en cuenta la totalidad de las implicaciones de la complejidad y de las interconexiones de nuestra casa común».

A escasos meses de aquello, nos vemos ante una situación totalmente inédita. De Greta ya nadie se acuerda, el Sínodo para la Amazonía fracasó, los dirigente políticos internacionales han demostrado su ineptitud para hacer frente a la emergencia, el Pacto Mundial se ha frustrado y la Plaza de San Pedro, epicentro espiritual del mundo, está vacía. 
 
Las autoridades eclesiásticas se adaptan, y a veces se adelantan a las civiles prohibiendo las misas y toda clase de ceremonia religiosa. El acto más significativo y paradójico ha sido la clausura del Santuario de Lourdes, lugar por excelencia de sanación física y espiritual, que cierra sus puertas por miedo a que alguien se contagie si va a rogar a Dios por su salud. ¿Se trata todo ello de una maniobra? ¿Nos encontramos ante un poder totalitario que restringe las libertades de los ciudadanos y persigue a los cristianos?

Ahora bien, sorprende una persecución que parece exenta de toda resistencia heroica, hasta el martirio de los perseguidos, a diferencia de como ha sucedido en las grandes persecuciones a lo largo de la Historia. En realidad, no cabría hablar de persecución anticristiana, sino de autopersecución por parte del propio clero, que al cerrar los templos y prohibir las misas da muestras de llevar a su máxima coherencia el proceso de autodemolición iniciado en los años sesenta con el Concilio Vaticano II. Desgraciadamente y salvo excepciones, al encerrarse en su casa, también el clero tradicionalista parece ser también víctima de esta autopersecución.

Resulta conmovedor el gesto de generosidad con que 8000 médicos han respondido al llamamiento del gobierno italiano, que pedía 300 voluntarios para ayudar en los hospitales de Lombardía. ¡Cuán edificante sería que el presidente de la Conferencia Episcopal pidiese a los sacerdotes que nunca les faltaran a los fieles los sacramentos en las iglesias, las casas ni los hospitales! Muchos invitan a la oración pero, ¿quién recuerda la posibilidad de que nos hallemos en puertas de un gran castigo! Y sin embargo ésa fue la predicción de Fátima, cuyo centenario fue recordado por muchos en 2017. Este 25 de marzo, el cardenal António Augusto dos Santos Marto, obispo de Leiria-Fátima, ha renovado el acto de consagración al Sagrado Corazón de María para toda la Península Ibérica. Se trata de un acto ciertamente meritorio, pero la Virgen pidió algo más: la consagración en concreto de Rusia, hecha por el Papa en unidad con los prelados de todo el mundo. Ése es el acto, todavía pendiente, que todos esperan que se realice antes de que sea tarde.

En Fátima Nuestra Señora anunció que si el mundo no se convertía varias naciones serían aniquiladas. ¿Cuáles serán? ¿Y de qué forma serán exterminadas? Lo cierto es que el mayor castigo no consiste en la destrucción de los cuerpos, sino en el entenebrecimiento de las almas. Dicen las sagradas Escrituras que todos serán castigados por medio de aquello con lo que pecan (cf. Sab.11,16). Y aun el pensamiento pagano, por boca de Séneca, nos recuerda que el castigo del delito está en el propio delito (De la fortuna, 2ª parte, cap. 3).

El castigo comienza a partir del momento en que se pierde el concepto de un Dios justo y remunerador haciéndose la falsa idea de un Dios que, en palabras del papa Francisco «no permite las tragedias para castigar las culpas» (Ángelus del 28 de febrero de 2016). «¿Cuántas veces pensamos que Dios es bueno si nosotros somos buenos, y que nos castiga si somos malos? Pero no es así», recalcó en la Misa de la Natividad del pasado 24 de diciembre. E incluso el papa bueno, Juan XXIII, recordó que «el hombre, que siembra la culpa, recoge el castigo. El castigo de Dios es su respuesta a los pecados del hombre. [Por eso Jesús] nos dice que huyamos del pecado, causa principal de los grandes castigos» (radiomensaje del 28 de diciembre de 1958).

Prescindir de la idea del castigo no es evitarlo. El castigo es la consecuencia del pecado, y sólo la contrición y la penitencia de los propios pecados puede librar de la pena que inevitablemente acarrean por haber alterado el orden del universo. Cuando los pecados son colectivos, los castigos también lo son. ¿Cómo nos vamos a sorprender de la mortalidad que le sobreviene a un pueblo cuando los gobiernos se mancillan con leyes homicidas como las que permiten el aborto, y durante la epidemia se sigue dando prioridad a la masacre, como en Gran Bretaña, donde las autoridades han permitido el aborto en casa para no interrumpir la matanza mientras dura la epidemia? Y cuando en vez de los cuerpos son atacadas las almas, ¿quién se va a extrañar de que la pérdida de la fe sea el castigo de los culpables? Negarse a ver la mano de Dios tras las grandes catástrofes de la Historia es síntoma de esa falta de fe.

El castigo colectivo sobreviene repentinamente, como un cisne negro que aparece de improviso sobre las aguas. Verlo nos desconcierta, y no sabemos de dónde viene ni qué presagia. El hombre es incapaz de prever los cisnes negros que de la noche a la mañana se ciernen sobre su vida. Pero estos sucesos no son fruto del azar como sostienen Taleb y todos los que analizan la actualidad desde una perspectiva humana y secularista, olvidando que la casualidad no existe y que las acciones de los hombres están siempre sujetas a la voluntad de Dios
 
Todo depende de Dios, y cuando Dios comienza a actuar llega hasta el final. «Pero Él no cambia de opinión; ¿quién podrá disuadirle? Lo que le place, eso lo hace» (Job 23, 13).

Roberto de Mattei
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)