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domingo, 18 de octubre de 2015

La Nueva Evangelización (4): ¿Nueva Iglesia o Iglesia "nueva" [2]?




Como he repetido en otras ocasiones, a mí personalmente nunca me ha gustado la expresión Nueva Evangelización, porque es ambigua: es muy fácil -facilísimo- caer en el error de interpretarla como Evangelización "nueva" o sea, Evangelización distinta. 

Y esto es lo que está ocurriendo, se quiera admitir o no, pero los hechos son irrebatibles. Siempre me he preguntado el porqué de llamar Nueva Evangelización a aquella Evangelización posterior al Concilio Vaticano II. Se le podría haber llamado,  simplemente, Evangelización o, si se quiere, re-Evangelización ..., que viene a ser lo mismo. ¡Digo yo! ¿Tan difícil hubiera sido hacerlo así? 


Alguien podría preguntarme: ¿Pero tan importante es esto? En principio, no. Pero el problema, que ya se veía venir, es que dicha expresión, como así ha sucedido, ha dado lugar a equívocos, hasta el punto de que nos estamos encontrando [en infinidad de ocasiones, y cada vez con mayor frecuencia] con que muchos "pastores" nos hablan de Evangelización ... ¡y lo que dicen no se parece en nada al Mensaje predicado por Jesucristo! ... Luego, ¡sí es importante! El lenguaje está pensado para que nos entendamos. Ese es su objetivo. Y debe de ser un lenguaje claro, sencillo y accesible, de manera que nunca dé lugar a equívocos: ¡pero no es eso lo que está sucediendo! Luego lo menos que podríamos hacer (un mínimo de prudencia lo exige) es cuestionarnos el lenguaje usado, pues los frutos conseguidos han brillado por su ausencia


En mi opinión el haberle puesto un adjetivo a la palabra Evangelización ha sido un error. ¿Nueva? ¿Por qué nueva? ¿En qué sentido es nueva? ¿Es que se dice -o se piensa decir- algo distinto a lo que siempre se ha dicho? En teoría no, pero en la práctica, que es la que cuenta, sí se han manipulado las palabras del Señor, se ha re-interpretado el Evangelio ... pero de una manera tal que a lo que se ha llegado ya no es el Evangelio, sino otra cosa, aun cuando se nos quiera vender como la interpretación correcta


El Mensaje de Jesucristo, en un sentido profundo, siempre es nuevo, siempre lo ha sido, pues las palabras del Señor son Espíritu y son Vida ... no son palabras petrificadas, válidas solamente para una determinada época histórica. No, valen siempre ... para todas los tiempos y civilizaciones. Nunca es un mensaje obsoleto, sino que posee una perenne actualidad como corresponde a Palabra de Dios que es -y no palabra de hombre-


El Mensaje contenido en los Evangelios es, en sí mismo, clarividente, y siempre lo ha sido. El motivo de haber llegado a sentir la necesidad de convocar un nuevo Concilio (después del Concilio Vaticano I) no está todavía muy claro. En teoría, se trataba de llegar al hombre de nuestro tiempo de manera que el Mensaje le llegara con más facilidad y fuera más comprensible y asequible. Así se daría en la Iglesia una nueva Primavera y la gente se convertiría y cambiaría de vida, pues se le haría más fácil el cambio y la conversión.  


[Tal era, en principio, la idea inicial del Concilio Vaticano II, según el discurso de apertura del mismo por el papa Juan XXIII, pero esta idea degeneró muy pronto. Hay, además, una serie de puntos incluidos en dicho Concilio, que son harto discutibles: se podría decir que van en contra de lo establecido firmemente como Doctrina en los concilios anteriores. Recordemos que el propio Ratzinger dijo que la Gaudium et Spes era un contra-Syllabus, y que esta afirmación no fue rectificada cuando fue elegido Papa. No cabe decir, pues, como solía hacerse en los comienzos, que el Concilio fue mal interpretado; y ni siquiera cabe hablar ya de una "hermenéutica de la continuidad", como decía el anterior papa Benedicto XVI. Queda mucho por dilucidar todavía acerca de dicho Concilio. Hay estudios muy serios en ese sentido. Un ejemplo al que me remito es el conocido libro del cardenal Brunero Gherardini, titulado "Vaticano II: una explicación pendiente". (Pinchar aquíaquí y aquí). En este Concilio que -recordemos- era meramente "pastoral" no está dicha la última palabra. Queda aún mucho por aclarar]


Pero los frutos observados, con posterioridad al Concilio Vaticano II (desde hace cincuenta años hasta el momento presente) no son precisamente lo que, en teoría, se pretendía. De modo que algo ha fallado. Eso está -o debería de estar- muy claro. 

Tan es así que incluso Europa ha renegado de sus raíces cristianas. ¿Hay que atribuir esto al Concilio Vaticano II? Sería una pretensión desmedida. Pero se trata de un hecho, que está ahí, y que se ha producido debido a un ambiente anticristiano; y este ha florecido con posterioridad al Concilio Vaticano II: ¿casualidad? Sólo Dios lo sabe. Pero si el ambiente en Europa hubiese sido cristiano -o no tan anticristiano- tal declaración no se habría producido. Hace cincuenta años (con sólo el Concilio Vaticano I, previo al Concilio Vaticano II) el ambiente europeo era, con diferencia, mucho más cristiano que lo es en la actualidad. Esto, al menos, nos tendría que dar que pensar.

En fin, así están las cosas, se las quiera ver o no. La realidad no deja de ser real por el mero hecho de negarla. Y los acontecimientos históricos que han ocurrido, "realmente" han tenido lugar y no dependen de lo que a mí -o a cualquiera- le hubiese gustado que pasara. 


Lo que ocurrió, ocurrió ... igual que lo que está ocurriendo, está ocurriendo. Todo esto es de cajón. Son verdades de Perogrullo. Aun así, el que no quiera ver esconderá la cabeza como el avestruz, pensando que no existe lo que no se ve; o bien se inventará otros hechos, hechos que sólo "existirán" en su mente; es decir, mentiras ... aunque con la particularidad (¡increíble pero cierta!) de que esas mentiras acabará creyéndoselas el mismo que las inventó ... 


Lo más grave es que esas personas -que intentan cambiar la historia, manipulándola- tienen un inmenso poder mediático y harán todo lo posible para que las nuevas "verdades" lleguen a ser creídas por un inmenso número de ciudadadanos, algo que -de hecho- están ya consiguiendo. 


[Ese espíritu de odio por todo lo que es cristiano es demoníaco: socialistas, marxistas, ateos, agnósticos, masones, etc ... son simples instrumentos que el diablo usa para lograr su objetivo. Y lo tiene bastante fácil, en este sentido, porque ninguno de ellos cree en su existencia, de manera que les hace creer, como maestro avezado en la mentira, que ellos serán los verdaderos dioses, si desplazan al Dios de los cristianos]

La estrategia usada, muy inteligente -aunque perversa- ha consistido en introducir, imponiendo, todas esas "ideas" sectarias y falsas en la educación, con la aquiescencia más o menos consciente de los padres, aunque también la ignorancia . Una acción tanto más depravada en cuanto que va dirigida, de modo preferente, a los niños pequeños,  a los muy pequeños, que son los más indefensos y los que, debido a su edad, tienen poca o ninguna capacidad crítica. 


(Continuará)

sábado, 17 de octubre de 2015

Monseñor Sarasa, casto y mártir (Fray Gerundio)

Un nuevo artículo de fray Gerundio, en cierto modo continuación del anterior artículo de hace dos semanas, que se publicó también en este blog:



Desde que los Poderes Mundiales decretaron que ya era hora de comenzar a implantar de forma agresiva la Ideología de Género, se puso de moda eso de “salir del armario” para convencernos a todos los habitantes del planeta de que eso era lo más normal, que la homosexualidad es encantadoramente humana y que muy pronto va a estar entre la lista de los Derechos Fundamentales de la Persona, cuando sea decretado ya de forma oficial por la ONU y sus mariachis.

Uno hubiera pensado que los que salen del armario asoman la cabecita para decir que lo que estaban ocultando hasta ahora comienza a ser de conocimiento público. Que reconocen que han disimulado y engañado al personal, que los creía según lo que dictan las apariencias. Dicho esto, deberían seguir viviendo su vida, dedicarse a sus labores ya fuera del armario y santas pascuas. Sin llamar la atención. 


Pero no. Los que hoy día salen del dichoso mueble vienen ya con la lección aprendida: salen insultando a los que están fuera, diciendo que son muchos los que están dentro (por culpa de los que están fuera, claro) y advirtiendo a los que nunca pasaron por armario alguno, que su postura es hipócrita, embustera y egoísta. O sea, que salen de la caverna monoflorita pegando alfilerazos, coces y exabruptos a todos los que están fuera.

En resumen: vienen al mundo exterior para convertirnos a todos a su peculiar weltanschauung; para exigir a todo el mundo que acepte su homosexualidad como algo normal y ni se atreva a rechistar lo más mínimo, bajo el peligro de la mayor acusación que hoy en día puede hacerse: intolerancia. Y claro está, eso no se puede tolerar.

Ya advertí que con el caso Sarasa (o como se pronuncie), las cosas en la Iglesia se van a poner a nivel de culebrón . Las puertas de los armarios se abren bajo ciertas consignas. Se percibe que hay una voluntad expresa de comenzar ya con el adoctrinamiento de masas, lo cual se lleva a cabo siguiendo unos pasos que más o menos vienen a ser los siguientes:

1. El recién salido del armario comienza a dar ruedas de prensa y a participar en las tertulias televisivas. Esto es fundamental. A ser posible acompañado por los arrumacos de su novio y siempre con el clergyman colocado y bien elegante. Esta es una de las pocas situaciones en la que los que odian que el sacerdote vaya vestido de modo distinto a los seglares permiten un clergyman o, mejor, una sotana: así el efecto es más propio y pedagógico.

2. El recién salido del armario es un mártir. Muestra ante el mundo-mundial lo mucho que ha sufrido y lo mal que lo ha pasado dentro del armario. No sólo porque allí no había sitio para nada, sino por el convencimiento de que iba a ser estigmatizado por la Iglesia Católica -que más que una Madre es una Madrastra Prehistórica- y en definitiva, la culpable de todo. Por culpa de Ella [la Iglesia] el armario está hasta los topes y ya no cabe un alfiler. En realidad, es un Mártir de la Causa y por eso se ha decidido a dar el paso, después de llevar ya nueve o diez años viviendo con el camote y engañando a todo bicho viviente.

3. El recién salido del armario tiene que dejar bien claro que su postura es la mejor: sinceridad, valentía, sentido del verdadero amor, sentido del deber. Autoconciencia orgullosa de su condición. Y sobre todo, búsqueda de esa felicidad que le negaba la Madrastra Tridentina.

4. El recién salido del armario tiene que acusar a los que están fuera como faltos de sinceridad y de autenticidad. Seguramente también son mariposones y mayates, pero no se animan a decirlo. No son naturales, sencillos y cándidos para decir la verdad con valentía.





5. Y ya, puestos en la faena, el recién salido del armario se pone a dar clases magistrales sobre la virtud de la castidad sacerdotal. Aquí ya se disparan todas las desvergüenzas. Se nos instruye e inculturiza acerca de la excelencia de la virtud de la castidad. ¡¡Ojo con acusarme, que yo la he vivido siempre!!

Y acto seguido, con muy poco rubor, Monseñor Sarasa (o como se diga), ilustra al respetable: Yo siempre he vivido la castidad sacerdotal, porque nunca he tocado a una mujer. Olé. Desde mis novicios más lerdos y palurdos, hasta los más bribonzuelos y golfillos, desde los más ignorantes de las virtudes cristianas hasta los más tomistas, todos piensan que esta nueva definición de la castidad es brillante y digna de un premio de Teología en alguna cátedra de Kasper o en algún sarao de Maradiaga.

Claro, como este pájaro recién alumbrado era secretario de la Comisión Teológica Internacional -la ONU de la Teología Pontificia-, puede re-interpretar, hacer hermenéutica, redireccionar y fundamentar bíblicamente que la lujuria con-el-mismo-sexo no es pecado. Decir Misa habiendo estado enamorado, eso es maravilloso, dice el muy cínico. Y los que no piensan así como él, están condenados a una vida cristiana de madrastra paranoica.

Le decía yo a mis novicios que da pena tomarse esto a risa. Es muy fuerte. Es el síntoma de la descomposición de una buena parte de la Iglesia, con el añadido de la justificación y el descaro. Pero puesto que estas personas sacan sus intimidades orgullosamente ante la prensa, pues que se atengan a las consecuencias. No podemos dejar pasar por alto este desprecio y esta profanación del celibato sacerdotal y de la maravillosa virtud de la castidad. Así que les he aclarado a mis novicios que no me venga ninguno acusándome de no tener caridad con el tipo.

Dice que le ha escrito al Papa. Es posible que el Papa le haya contestado ya. Si le escribe a su dentista, a su zapatero y al vendedor de prensa, a los trans de Granada, a su antiguo alumno, y a tanta gente… estaría mal que no le contestara a una carta tan sincera. Tal como suele actuar el Papa, la respuesta podría ir en esta línea: No te preocupes, hijo mío. ¿Quién soy yo para juzgarte? Tu fe te ha salvado. Entra al gozo de tu señor. Ya veremos si en este Sínodo podemos hacer algo al respecto. Déjalo en mis manos. Y sobre todo y por encima de todo: ¡Arma lío!

Ya solo falta canonizar a alguien que fuera homosexual. Sería la guinda del Pontificado de Francisco para una definitiva reconciliación de la Iglesia con el Mundo. He de reconocer que a mí no me extrañaría. Si se van a cargar de facto la doctrina sobre el matrimonio, ¿por qué no inventarse un apóstol de los gays….?



Fray Gerundio

jueves, 15 de octubre de 2015

¿Le preocupa a Francisco la misericordia? (Michael Lorton, Adelante la Fe)


Un artículo de Michael Lofton sacado de la página web Adelante la Fe. No se trata de ir contra el Papa sino de aplicar la lógica aristotélica y el sentido común. Se trata de ver las cosas y no negar que tales cosas están ocurriendo. El juicio definitivo le corresponde siempre a Dios, pero eso no significa que tengamos que cerrar los ojos a la realidad y anular nuestra razón. Y si lo que vemos es blanco debemos de decir que es blanco; o negro, si es negro. 

Y esto independientemente de nuestras simpatías o antipatías. La verdad debe salir a relucir, caiga quien caiga. La autoridad papal, por ejemplo, no es un absoluto para un cristiano que lo sea de verdad. Por supuesto que tiene una obligación de respeto, de cariño y de veneración hacia la figura del santo Padre, cuando éste ha sido legítimamente proclamado como tal para representar a Cristo en la Iglesia. Pero lo que no se puede hacer es inclinarse ante la figura papal, haga lo que haga, por el mero hecho de haber sido elegido Papa. 

La Historia de la Iglesia es sabia. Y son varios los Papas "legítimos" que han actuado en contra de su propio rebaño, que es la Iglesia. Nos remitimos a los hechos; y no entramos en las intenciones. Y los hechos son lo que son. Un cristiano, que ame la verdad, porque ama a Jesucristo, no puede ignorarlos. Y al hablar de hechos hay que señalarlos todos, aunque parezcan -y de hecho, lo sean- contradictorios, pues está en juego la salvación de las almas. La institución papal, por ejemplo, hay que defenderla a capa y espada, pues fue instituida por Jesucristo: pero no nos confundamos. Una cosa es el Papado, en cuanto tal Papado, que es intocable ... y otra, muy diferente, los Papas. La fiabilidad de éstos depende de su fidelidad al depósito de la fe, que han recibido para transmitirla sin añadir ni quitar nada a ese depósito. 

Sólo si tenemos claras las ideas, en este sentido, podremos hablar con libertad, y sin ningún remordimiento de conciencia, acerca de lo que está ocurriendo hoy en el seno de la Iglesia ... y no nos importarán las críticas que puedan hacernos, pues todo hace pensar que estamos llegando a situaciones sumamente graves que amenazan con destrozar a la Iglesia Católica

Y como cristianos, que luchan en esta Iglesia militante, no podemos consentirlo. Dios nos pedirá cuentas acerca de lo que hemos hecho, en este sentido; y, sobre todo, de lo que no hemos hecho, si estaba en nuestra mano el poder hacer algo. Desde luego hay algo que todos podemos y debemos hacer: y es rezar, rezar insistentemente y con confianza. Está en juego la supervivencia del reinado de Cristo en la tierra. Y no debe de importarnos el jugarnos la vida, si es preciso, para que este reinado continúe, pues son muchas las fuerzas -y muy poderosas- las que amenazan con destruirlo. 

La frase, pronunciada por el papa Pablo VI, diciendo que "el humo de Satanás se ha infiltrado en la Iglesia", si era cierta cuando la dijo, hace cuarenta y cinco años, hoy lo es mucho más: es el mismo Satanás quien está infiltrado en la Iglesia, como caballo de Troya. Y debemos luchar, con todas nuestras fuerzas, para que la propia Iglesia no se hunda, ella sola, en su propio seno, mediante luchas internas entre nuestros propios Jerarcas. 

El artículo que sigue simplemente refleja un aspecto de la verdad de lo que está ocurriendo. Y no hay que tener miedo de hablar y de expresarse, puesto que es la verdad la que nos hará libres (Jn 8, 32), según las palabras de Jesús. Si el Papa, como así ocurre, no procede conforme a la voluntad de Dios, dada la ambigüedad con la que habla, casi siempre, desde que fue elegido Papa, es nuestro deber, como hijos de la Iglesia, y siempre desde la caridad, hablar claramente y sin cortapisas, teniendo "in mente" siempre el verdadero bien de la Iglesia, que será también el bien del propio papa Francisco, aun cuando, para ello, tengamos que contradecirle, en aquellos casos en que no actúe como corresponde a un Papa. Claridad: ¡es necesaria! : "Sea vuestra palabra: "Sí, sí", "No, no". Lo que pasa de esto del Maligno procede" ( Mt 5, 37).  Estas palabras fueron pronunciadas por Jesús y dirigidas a sus discípulos.  

Insisto: es mucho lo que nos jugamos. La Iglesia está atravesando, sin duda, uno de los momentos más críticos de su Historia, si no el más crítico de todos. Y es nuestra labor, como cristianos, hacer todo lo que esté en nuestras manos para que las aguas vuelvan a su cauce. Por supuesto la oración, siempre la oración, una oración intensa dirigida a Dios, por medio de Jesucristo y de su santa Madre y Madre nuestra, la Virgen María. 

Sabemos que Él está más interesado que nosotros en que su Iglesia no desaparezca, pero ha querido contar con nosotros para esa labor. De manera que no tenemos otra salida que, una vez que hayamos hecho cuanto podamos (cada uno según sus posibilidades) ponernos con plena confianza en las manos del Señor

Tenemos la absoluta seguridad de que "las puertas del Infierno no prevalecerán contra la Iglesia" (Mt 16, 18), pero nos toca vivir en un tiempo de lucha a muerte contra el pecado que no solo no es condenado sino aplaudido por la sociedad e incluso por muchos eclesiásticos. 

Una prueba dura, sin lugar a dudas, pero también una ocasión estupenda que el Señor nos brinda para aquilatar nuestra fe. "Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4). Un mundo que debe de ser vencido para poder ser salvado, aunque parezca una contradicción. Sin la Iglesia el mundo está completamente perdido ... y no sólo para esta vida. 

De ahí la necesidad de seguir el consejo del autor de la carta a los hebreos: "En vuestra lucha contra el pecado aún no habéis resistido hasta derramar sangre" (Heb 12, 4). Aunque no lo hagamos por nosotros debemos de hacerlo por nuestros hijos y por nuestros nietos. El mundo nos lo agradecerá ... aunque no en esta vida. 



El Santo Padre ha recalcado a menudo el mensaje de que algunos tienen que manifestar más misericordia en la Iglesia, y ese mensaje casi siempre se dirige a los católicos fieles. Una homilía reciente, predicada el segundo día del Sínodo de la Familia, reitera este mensaje, diciendo:

"Jesús también vivió este drama con los doctores de la Ley, que no comprendían por qué no les permitía apedrear a la mujer adúltera, por qué comía con publicanos y pecadores: no comprendían. No entendían la misericordia".

Es muy revelador que el Papa Francisco dijera cosas así después de la apertura del Sínodo, porque los liberales están intentando servirse del Sínodo como una oportunidad de acabar con la norma de la Iglesia de no administrar de la Sagrada Comunión a los adúlteros. Todo en nombre de la “misericordia”.

Sea como fuere, hemos llegado a un punto en el pontificado de Francisco en el que hay que preguntarse si al Santo Padre le importa de verdad la misericordia, ¿o es simplemente una excusa para permitir la liberalización de la fe? Aquí hay algunas preguntas que es necesario contestar para defender lo primero por encima de lo segundo.

Si a Francisco le preocupa de verdad la misericordia, ¿por qué continúa permitiendo que el cardenal Kasper proponga que les pueda dar la Sagrada Comunión a adúlteros impenitentes? ¿Cómo puede ser misericordia contribuir a la condenación de las almas? La misericordia, ¿no estaría más bien en rechazar semejante propuesta por el bien de las almas que se condenarán si reciben la Comunión indignamente (1ª Corintios 11,29)?

Si a Francisco le preocupa de verdad la misericordia, ¿por qué sigue dando al cardenal Danneels tanta influencia sobre la Iglesia, y más durante el Sínodo de la Familia? Es el mismo cardenal que
protege a pedófilos y respalda uniones de sodomitas. 

Es más, ¿por qué designó recientemente a monseñor Barros, que está acusado de encubrir casos de pedofilia (y de haber estado presente en un acto de dichas características), para la diócesis chilena de Osorno y luego tildó a los osorninos de tontos por objetar tal decisión? ¿Dónde está la misericordia para los que sufrirán abusos a manos de manos de sacerdotes que se sentirán más alentados aún a cometer actos pedófilos, en vista de que el Santo Padre valora tanto a quienes los protegen? ¿Dónde está la misericordia para esas posibles víctimas y para los fieles de Osorno?

Si a Francisco le preocupa de verdad la misericordia, ¿por qué continúa sembrando confusión en la Iglesia con discursos improvisados? Da igual que luego se puedan manipular sus palabras para darles un sentido ortodoxo; lo cierto es que la gente lo interpretó en un sentido destructivo, y el Santo Padre no dijo nada para aclarar lo que había dicho. Peor aún, de hecho lo ha agravado con su
comportamiento hacia los homosexuales. ¿A cuántas almas habrá llevado erróneamente a creer que la sodomía es aceptable después del escandalo del “quién soy yo para juzgar”? ¿Por qué no ha tenido la misericordia de advertirles claramente que la sodomía conduce al infierno? 

¿Dónde está la misericordia para los católicos que tienen que estudiar formas de justificar las improvisadas palabras del pontífice actual? 

Si a Francisco le preocupa de verdad la misericordia, ¿por qué no denunció de forma clara y contundente el aborto cuando se presentó ante el Congreso durante su viaje a EE.UU.? Su discurso fue ambiguo en extremo, y los partidarios del aborto lo pudieron acoger favorablemente. ¿Donde está la misericordia para las almas de los bebés que serán asesinados sin una clara denuncia del sucesor de San Pedro?

Si a Francisco le preocupa de verdad la misericordia, ¿por qué sigue predicando sobre la necesidad de
cuidar de la Tierra, en vez de cuidar de las almas predicando el Evangelio? ¿Ha afirmado claramente alguna vez Francisco que Dios manda “a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan” (Hechos 17,30) y “crean en el Señor Jesús” (Hechos 16,31) para salvarse?

¿Dónde está la misericordia para los millones de almas que van camino a la condenación eterna si no se arrepienten? ¿No es acaso la predicación de este Evangelio una obra de misericordia que tiene por objeto librar a los hombres de la esclavitud del pecado, de Satanas y de este mundo?

Si a Francisco le preocupa de verdad la misericordia, ¿por qué no suspende el Sínodo, excomulga a los herejes que están confundiendo a las almas, defiende la fe sin ambages y llama a todos los hombre en todas partes (Hechos 17,30) al arrepentimiento y a la fe en Cristo? Creo que a estas alturas ya conocemos la respuesta.


Michael Lofton

La nueva Evangelización (3): ¿Nueva Iglesia o Iglesia "nueva"[1]?


Anteriormente hemos visto cómo el cristiano y, de modo muy especial, el sacerdote, debe de ser para los demás, "el buen olor de Cristo". Si un cristiano refleja, en su propia vida, la vida de su Maestro, no cabe la menor duda de que serán muchos los que serán atraídos y se convertirán. Eso es lo que el mundo de hoy necesita: cristianos que se tomen en serio su ser de cristianos. Si actuásemos conforme a lo que realmente somos -hijos de Dios en Jesucristo- Cristo se haría patente en este mundo, que tan necesitado está de buenos pastores; de esos pastores que "huelan" a Cristo y no que "huelan" a oveja. Es a esos a los que seguirán las ovejas, porque su voz no les sonará "extraña". Los cristianos estamos llamados a ser "fermento" en la masa.  

Según Bernanos, la alegría es el verdadero secreto del cristiano ... una alegría que proviene del contacto íntimo y sincero con el Señor. Y para eso no se requiere "armar lío" sino estar más tiempo en intimidad con el Señor en la oración, para conocerlo mejor; y, a ser posible, hacerlo junto al Sagrario, donde Él se encuentra con Presencia Real:  un tiempo dedicado a la lectura meditada de los Evangelios y del Nuevo Testamento, que nos conducirá a querer al Señor de verdad, pues es ahí donde se encuentra su Palabra; y donde se encuentra Él mismo, realmente presente en la sagrada hostia. 


Tenemos todas las indicaciones de la Iglesia de casi dos mil años de historia (hasta el Concilio Vaticano II), es decir, tenemos el Magisterio de la Iglesia, que debemos de conocer para no incurrir en errores en nuestra lectura de los Evangelios: esto es lo que sucede en el caso de los protestantes, quienes interpretan los Evangelios a su manera, cada cual como mejor le parece, lo que no está en conformidad con el deseo del Señor: Él es la Verdad, y ésta no puede ser diferente para cada persona o no sería tal.


Por la gracia de Dios, que nunca apreciamos suficientemente, tenemos acceso a todo el tesoro de los Padres de la Iglesia así como a la recta interpretación de aquellos pasajes evangélicos controvertidos que pueden dar lugar a discusiones inútiles entre los cristianos ... y de ahí la necesidad -y la obligación- de conocer bien nuestra doctrina, la doctrina católica, la doctrina de siempre, aquella que sirve para todos los tiempos y para todos los lugares y culturas, manteniéndose siempre idéntica en lo esencial. Las palabras de Jesús son Espíritu y son Vida y siempre iluminan la mente y avivan el corazón para proceder como conviene; y para que no caigamos en el error ... y esto es así independientemente de la época en la que nos haya tocado vivir. Es preciso tener siempre "in mente" que "Jesucristo es el mismo ayer y hoy y lo será siempre" (Heb 13, 8)


Recordemos las palabras de Jesús: "Al ver a las muchedumbres, se llenó de compasión hacia ellos, porque estaban cansados y abatidos, como ovejas sin pastor" (Mt 9, 36).  Hoy, más aún que en tiempos de Jesús, la gente se encuentra también abatida, como "ovejas sin pastor", porque no reconoce en sus pastores a Jesucristo [al menos, no en todos ellos; hay que buscar con lupa para encontrar un pastor que sea, de verdad, un hombre de Dios ... pues eso es lo que las ovejas andan buscando en un pastor; y no otra cosa]. Lo que escuchan, sin embargo, son -con demasiada frecuencia- palabras meramente humanas ... y eso no les atrae. ¡No puede atraerles! 



Sólo la figura de Jesucristo, la verdadera, la de Jesucristo como verdadero Dios y como verdadero hombre, es atractiva en sí misma ... Por desgracia, se trata de una figura que en el mundo en el que vivimos se encuentra prácticamente desvanecida. Y esa es la razón por la que el mundo está triste, inconsciente -incluso- de su propia tristeza, lo que es aún más grave. ¡Qué pocos son los pastores que anuncian íntegramente el Evangelio de Jesucristo! Ciertamente que los hay, ..., o estaríamos perdidos del todo. Pero escasean ... y cada vez son menos. De ahí el mandato de Jesús a sus discípulos, al encontrarse con tanta gente necesitada ... ¡necesitada de la Palabra de Dios!: "La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies" (Lc 10, 2) ... porque esos son los verdaderos y los auténticos pobres, aquellos de los que nadie se acuerda, aquellos que desfallecen y mueren porque les falta esa Palabra, que es Vida, que son las palabras de Jesucristo. La gente no conoce a Jesucristo ... y por eso languidece y muere: vacío y hastío de la vida no son sino síntomas cuya raíz se encuentra en el desconocimiento del amor de Dios manifestado en Jesucristo.

Recordemos a María Magdalena, de pie, llorando junto al sepulcro de Jesús, porque no se encontraba allí el cuerpo del Señor. Entonces un hombre le pregunto: "Mujer, ¿por qué lloras?. ¿A quién buscas?" (Jn 20, 15a). Ella no sabía que era Jesús quien le estaba hablando, aturullada como estaba; y pensando que era el hortelano, le dijo: "Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré" (Jn 20, 15b). 

Toda la tristeza de María desapareció en el preciso momento en el que oyó pronunciar su nombre por Jesús: "¡María!" (Jn 20, 16a). ¡El amor, la ternura, con la que Jesús pronunció su nombre, fue más que suficiente, pues inmediatamente María Magdalena "volviéndose, le dice, en hebreo, '¡Rabboni!', que quiere decir 'Maestro' " (Jn 20, 16b). Eso -y no otra cosa- es lo que necesita nuestro mundo para salvarse: el encuentro íntimo -de tú a tú- con el Señor. Y no hay otro camino: "Yo soy el Camino" (Jn 14, 6). La gente que no conoce al Señor - o se separa de Él - se sitúa, por lo tanto, fuera del Camino y anda extraviada y perdida, viviendo una vida carente de sentido.


Hoy estamos acusando fuertemente, en el seno de la misma Iglesia, los resultados nefastos a los que han conducido las famosas "razones pastorales"  de acercamiento al mundo que dieron lugar al Concilio Vaticano II, hace ya cincuenta años, un Concilio que fue definido por el papa Juan XXIII como meramente pastoral


Siendo esto así, no deja de ser curioso, sin embargo, el valor, fuera de lo normal, que gran número de eclesiásticos, en el seno de la Iglesia, le atribuyen ... hasta tal punto de que pareciera que dicho Concilio es el único que ha tenido la Iglesia en sus dos mil años de historia: veinte Concilios más lo preceden; y éstos sí que fueron todos dogmáticos. Esa idea de la pastoralidad, en sí misma, sin tocar la doctrina, es exclusiva del Concilio Vaticano II. Pero aquí debemos de estar muy atentos: ¿en realidad, de verdad, no se ha modificado ningún punto doctrinal? ¿Es cierto que la doctrina católica no ha cambiado en nada? ¿Se puede afirmar que la Iglesia preconciliar y la Iglesia postconciliar son la misma Iglesia ... y que no ha habido ningún tipo de cambios en lo doctrinal? 


Bueno, en teoría, tal vez sí. El anterior Papa -y hoy cardenal Ratzinger, aunque mal denominado papa emérito- hablaba de una hermenéutica de la continuidad. Pero de una continuidad que él mismo negó cuando era cardenal, antes de ser Papa, y que siendo Papa no desmintió, pues afirmó que la Constitución pastoral Gaudium et Spes sobre el mundo contemporáneo, que es el último de los documentos del Concilio Vaticano II,  es un auténtico Anti-Syllabus 


[Para que entendamos bien la gravedad de esa expresión, debemos de tener en cuenta que el Syllabus del papa Pío IX, redactado por el cardenal Antonelli, junto con la encíclica Quanta Cura, el 8 de diciembre de 1864, constituye un catálogo de los principales errores de aquella época, señalándose ochenta. Lo contrario de esos errores es la verdad católica. Y todos ellos fueron definidos también como tales errores, graves errores, en el Concilio Vaticano I; no de un modo meramente pastoral, sino dogmático. Siendo eso así su negación supone incurrir en herejía, ya que la Iglesia en su conjunto, con el Papa, a la cabeza, se ha definido sobre ellos con toda claridad. Sólo cabe el asentimiento a la Doctrina]


Y, sin embargo, esos errores condenados por el papa Pío IX corresponden, según el cardenal Ratzinger, a circunstancias históricas de aquellos tiempos que hoy han dejado de tener validez. Esto es historicismo puro. Pero entonces, ¿qué ocurre? ¿Estamos, entonces, en una Iglesia "nueva" que ya no es la misma de siempre? ¿Puede la Iglesia cambiar sus dogmas o, si se quiere, sus verdades fundamentales, admitidas a lo largo de toda su historia?. De ser así, ya no es una nueva Iglesia, adaptada a los tiempos, lo que tenemos ante nosotros... sino una Iglesia "nueva", en el sentido de diferente. Ya no estaríamos ante la Iglesia fundada por Jesucristo, sino ante una Iglesia racionalista, inventada por el hombre ... pero eso es otra cosa. 

Un vez realizada esa afirmación, de la que no se ha desmentido cuando era Papa, ¿cómo es posible afirmar que la Iglesia de hoy, la Iglesia postconciliar, es la misma que la Iglesia preconciliar? ... ¡Pero si se ha negado expresamente, al decir que la Gaudium et Spes es un contra-Syllabus! Dios nos pide que tengamos fe, pero no nos puede pedir que actuemos en contra de nuestra razón. No nos puede pedir que admitamos afirmaciones contradictorias. No nos puede pedir que digamos de algo que es negro y blanco al mismo tiempo. O es negro, o es blanco. No podemos negar, aunque queramos, el principio de no contradicción. Lo sobrenatural no anula lo natural, no es antinatural. La fe supone la razón y la perfecciona, pero no la destruye. 


Se nos quiere hacer creer que la Iglesia anterior al Concilio es la misma que la Iglesia posterior al Concilio, aunque todos los hechos indican que eso no es así. Si Jesucristo es la Verdad, la fidelidad a la verdadera Iglesia, a la Iglesia de siempre, pasa por la fidelidad a la verdad y a la razón. No se puede admitir lo que es irracional. Eso sí, dentro del máximo respeto y del cariño a la legítima Iglesia, aunque esta Iglesia se encuentre enferma, sobre todo en sus más altos grados de Jerarquía eclesiástica. Son éstos tiempos de prueba, pero la barca de Pedro no puede naufragar, a pesar de que todo parezca indicar lo contrario. 


Tal vez, un modo de explicarlo, para entenderlo, sería pensar en la trayectoria filosófica del cardenal Ratzinger: "Joseph Ratzinger es un pensador que depende por completo de los filósofos idealistas alemanes. Estudioso y entusiasta, desde sus años de Seminario, del agnosticismo de Kant (considerado el padre del modernismo), sufrió luego la influencia del idealismo de Husserl, del existencialismo de Heidegger, y de otros pensadores como Max Scheler (teoría de los valores, personalismo cristiano), Buber, etc. Aunque quizá habría que poner en primer lugar, dentro del terreno de las influencis, al historicismo de Dilthey, que ejerció un influjo capital en su pensamiento." (De la Gloria del Olivo (II), por el padre Alfonso Gálvez )

Es éste uno de los grandes males que afecta a la Iglesia de hoy: el historicismo (Dilthey), según el cual las verdades son relativas a las épocas. Y lo que en un determinado momento fue verdad en otro momento posterior deja de serlo; de modo tal que la verdad es una quimera. No tiene sentido hablar de verdad, puesto que dicha verdad es relativa al momento en el que ha sido pronunciada, pudiendo ser modificada en momentos posteriores; lo que valdría igualmente para todo lo dicho en el Concilio Vaticano II: dentro de unos años, lo que hoy se considerase "verdad", perdería toda validez ... y así indefinidamente: un relativismo absoluto, en el que la Palabra de Dios quedaría reducida a nada. Frente a esto están las palabras de Jesús: "El Cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24, 35). ¿A quién le hacemos caso?



(Continuará)

miércoles, 14 de octubre de 2015

Juzgar a un político es sencillo: ¿Respeta la libertad religiosa?



En el siguiente video, de 3:12 minutos de duración, de Eulogio López, el director de Hispanidad, se nos señala con claridad meridiana el punto clave en el que debemos de fijarnos a la hora de juzgar la honestidad de un político: se trata, simplemente, de preguntarnos si respeta o no la libertad religiosa; y, en concreto -no nos engañemos- la libertad de los católicos para profesar su fe sin coacciones de ninguna clase:



martes, 13 de octubre de 2015

Los más profundos, aunque desapercibidos, problemas del Sínodo (Juan Andrés de Jorge; Alfonso Gálvez)


En las dos últimas homilías del padre Alfonso Gálvez, que versan sobre la verdad acerca del Sínodo y acerca de una campaña, se aborda un aspecto del Sínodo que es esencial y que, sin embargo, está pasando desapercibido. El padre Juan Andrés de Jorge escribe un artículo en Adelante la Fe que viene a ser un resumen de esas charlas y que, dado su interés y su actualidad, coloco también en este blog. 


Dos charlas del Padre Gálvez sobre el Sínodo sobre la Familia que actualmente se celebra en Roma (links: aquí y aquí y), abordan la problemática que suscita del modo más profundo que he visto hasta el momento.
Conviene notar, a este respecto, que con frecuencia, los artículos críticos sobre la mencionada Asamblea episcopal se han dedicado o bien a la preocupación en relación al proceso que podríamos denominar “político eclesial’’ sobre su organización, manipulación más o menos abierta y dirección del mismo; o bien, desde el punto de vista teológico, a los problemas que se pueden suscitar en áreas fundamentales de nuestra fe. En particular:

- En la teología sacramental: sobre el matrimonio, la familia, los sacramentos, la eucaristía, reconciliación, etc.
- En sus consecuencias en la teología moral: admisión o no a la comunión de pecadores sin cambio de vida; aceptación de uniones irregulares, etc.
- En sus efectos eclesiológicos y canónicos: alcance de la infalibilidad pontificia, sinodalidad o primado, cambio de procesos canónico-matrimoniales, etc.

El Padre Gálvez en cambio, va a las raíces más profundas de lo que está en juego en este momento y que hace que, según sus palabras, nos encontremos ante la crisis más grave de toda la Historia de la Iglesia. El autor, reconociendo las críticas mencionadas, presenta -desde mi punto de vista- varios gravísimos aspectos sobre el Sínodo que suelen pasar desapercibidos ... que han sido cuidadosa e inteligentemente planeados y que constituyen su mayor peligro para el momento actual y futuro del Catolicismo. A saber:

- En el fondo se está llevando a cabo un ataque contra la Persona de Cristo, su divinidad y en suma, contra la realidad de Dios, cuyo ser y normas pueden ser discutidos o transformados al gusto del hombre. El hombre decide ignorar o manipular la realidad de Dios y de sus leyes.

- Estamos ante una manifestación muy clara del giro antropocéntrico de la llamada Nueva Iglesia, con olvido de teocentrismo: Dios y la Iglesia están al servicio del hombre y de sus deseos y pensamientos, y no al revés.


- Es la victoria de la teología y metodología Neo-Modernistas, asentadas sobre tres principios que acaban corrompiendo toda la fe católica (cfr. S. Pio X: el modernismo como compendio de todas las herejías). Y en particular:

· El principio del historicismo, según el cual, no hay verdades inmutables y eternas, sino que dependen del momento histórico en el que se piensan y viven. Lo que antes fue verdad, ahora puede no serlo, o tener otro alcance diferente según las circunstancias.

· El principio de las realidades de la vida como criterio teológico para interpretar la Palabra de Dios. En un proceso “inductivo’’ se parte de lo que el mundo y la sociedad vive o desea, para desde ahí adecuar —y en su caso cambiar— la fe y la moral católicas, rechazando el modo correcto de actuar de tipo “deductivo’’, que pone como premisa primera de todo razonamiento la Revelación y el Magisterio auténtico, para desde ahí enjuiciar el actuar del hombre y de la Sociedad.


. El uso inteligente de los silencios intencionados de algunos aspectos de la fe, unido a la ambigüedad de las declaraciones y formulaciones donde se evita con mucho cuidado afirmar claramente algo que suene a herejía pero que, debido a su falta de definición clara, puede llegar a ser interpretado en sentido heterodoxo en el futuro, constituyendo nuevas “bombas de relojería’’ para la teología católica, como ya ocurrió con algunas de las declaraciones del Concilio Vaticano II y documentos posteriores.

Padre Juan A. de Jorge García-Reyes

lunes, 12 de octubre de 2015

SÍNODO: AGUA Y ACEITE. OREMOS (Padre Iraburu)

Artículo, del padre Iraburu, tomado de Infocatólica.


ESCRITO POR EL PADRE IRABURU SOBRE SÍ MISMO

(Pamplona, 1935-), estudié en Salamanca y fuí ordenado sacerdote (Pamplona, 1963). Primeros ministerios pastorales en Talca, Chile (1964-1969). Doctorado en Roma (1972), enseñé Teología Espiritual en Burgos, en la Facultad de Teología (1973-2003), alternando la docencia con la predicación de retiros y ejercicios en España y en Hispanoamérica, sobre todo en Chile, México y Argentina.

Con el sacerdote José Rivera (+1991) escribí Espiritualidad católica, la actual Síntesis de espiritualidad católica. Con él y otros establecimos la Fundación GRATIS DATE (1988-). He colaborado con RADIO MARIA con los programas Liturgia de la semana, Dame de beber y Luz y tinieblas(2004-2009). Y aquí me tienen ahora con ustedes en este blog, Reforma o apostasía.

***

El agua y el aceite no se pueden unir. Pueden estar en un mismo vaso, pero por mucho que se agiten y remuevan no pueden fundirse en uno. Esto es algo que cualquiera lo sabe. El agua es más densa y se queda abajo, mientras que el aceite queda en la superficie. Ese modo de inconciliabilidad que se da en el mundo físico, se da también, y de forma mucho más radical, en el espiritual.

El principio de no contradicción expresa la imposibilidad de que sean verdaderas tanto la afirmación como la negación de una misma proposición, que es considerada en el mismo sentido. Esa ley lógica es congénita a la naturaleza intelectual humana. Sin ella se cae en el agnosticismo absoluto, el nihilismo intelectual, el culto al absurdo.

Entre los actuales Padres del Sínodo hay unos que creen en ciertas doctrinas de la Iglesia y hay otros que no creen, que las rechazan. «Unos creyeron lo que les decía [la Iglesia], otros rehusaron creer» (Hch 28,24). Pueden estar reunidos todos en una misma Sala, pero es imposible que estén de acuerdo. El principio de contradicción lo impide. Tampoco puede ser plena la unión-comunión entre personas que en graves cuestiones piensan de forma contraria. Ni es posible que caminen juntos (syn-odos) aquellos que quieren ir al norte con aquellos otros que quieren ir al sur.
* * *

En el Sínodo actual se reúnen discípulos de Cristo que piensan de modos contrarios en graves cuestiones. Unos creen verdadero y lícito aquello que otros creen falso e ilícito. No hay posibilidad alguna de acuerdo entre ellos. Por una parte, es impensable que discrepancias doctrinales graves, que ya duran medio siglo –algunas mucho más– puedan llegar a disiparse con varios cientos de intervenciones de tres minutos y unas cuantas conversaciones en los Círculos menores. Por otra parte, en varias cuestiones graves, discuten sobre temas indiscutibles, que ya han sido enseñados con clara firmeza por la doctrina de la Iglesia, y que durante veinte siglos se han profesado y practicado en Oriente y Occidente.

La anticoncepción. Unos Padres sinodales creen en la doctrina de la Iglesia, según la cual «la anticoncepción se ha de considerar objetivamente tan profundamente ilícita que jamás puede justificarse por razón ninguna» (Juan Pablo II, 17-9-83). Otros Padres sinodales, por el contrario, exigen que la Iglesia acepte como lícito el uso de la anticoncepción, al menos en ciertas circunstancias. Las dos doctrinas son absolutamente irreconciliables. No hay un tertium quid. Puede el Sínodo durar tres semanas o tres años. Una reconciliación, ni siquiera una aproximación, entre las dos posiciones mentales es imposible. Agua y aceite.

El divorcio y el adulterio. Los sinodales que aceptan la doctrina de la Iglesia saben que el matrimonio es indisoluble y que ninguna razón puede justificar «la ruptura del vínculo conyugal», el divorcio; y menos aún el establecimiento de una nueva unión conyugal, que sería adulterio. Palabra de Cristo. Pero otros padres piensan y dicen públicamente que, en ciertas circunstancias, aunque el primer matrimonio hubiera establecido realmente un vínculo indisoluble, en determinadas circunstancias, éste puede ser disuelto, haciendo lícitas unas segundas nupcias. Y algunos dicen más: éstas segundas nupcias en muchos casos habrán de ser mantenidas con fidelidad perseverante, y tenidas como un regalo del cielo, un camino idóneo para lograr una mayor unión con Dios, una más profunda experiencia de su misericordia. Agua y aceite.


Las razones de quienes defienden la licitud del divorcio y del adulterio apenas merecen la pena de ser expuestas. Por ejemplo: –La misericordia de Pedro no puede ser menor que la de Moisés, que permitió el divorcio. Respuesta: –La misericordia de la Iglesia debe ser la de Cristo, que corrigió a Moisés. Otros arguyen: –El matrimonio es indisoluble, ciertamente; pero en algunos casos puede ser disuelto. Respuesta: –Disolver lo indisoluble… es una contradictio in terminis. Absurdo. La tesis no merece ser respondida. Y no pongo más ejemplos. Ninguno de ellos, por cierto, tiene ni un mínimo fundamento en Escritura, Tradición y Magisterio apostólico.

La comunión eucarística de los divorciados vueltos a casar. «La Iglesia, fundándose en la Sagrada Escritura, reafirma su praxis de no admitir en la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez» (Familiaris consortio 84). Los Padres sinodales que creen en esta doctrina católica no están en plena comunión con aquellos otros que reclaman como un derecho de los cristianos que viven en adulterio la comunión eucarística. Agua y aceite.


Algunos arguyen, muy persuasivos: 
–Cristo comía con pecadores y publicanos. Respuesta: –Pero los llamaba a conversión, como a Zaqueo. Insisten: –Privar a esos padres de la comunión aleja a sus hijos de la Iglesia. Respuesta: –Lo que realmente daña a esos hijos no es la disciplina eucarística de la Iglesia, sino el hecho de que sus padres se divorcien y caigan en el adulterio. Alegan otros: –Es una crueldad inaceptable condenar a un inocente a vivir alejado de la Eucaristía. Rpta.: –No es un inocente, como señaló el Card. Erdo al comienzo del Sínodo. Es un marido que convive more uxorio con una mujer que no es su esposa. Es un adúltero. Palabra de Cristo. Insisten: –Pero el primer vínculo conyugal se rompió, y éste segundo dura fielmente durante años. Respuesta: –Si el primer vínculo es indisoluble, eso significa que no se puede disolver. Y por otra parte, la persistencia en una situación de pecado no acaba por hacerlo más respetable e incluso lícito, sino que agrava la culpa (cf. Catecismo2384). 

Las uniones homosexuales. La Iglesia enseña que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados, son contrarios a la ley natural, son contra naturam. La Sagrada Escritura los presenta como depravaciones graves, que no pueden recibir aprobación en ningún caso (Catecismo 2357). Es imposible que los Padres sinodales que dan fe a esta doctrina de la Iglesia, creída siempre y en todas partes, puedan estar de acuerdo con otros Padres sinodales que, en ciertos casos y circunstancias, estiman lícito el establecimiento de una convivencia sexual estable entre personas del mismo sexo, y consideran que merecen el reconocimiento y la aceptación de la Iglesia. De hecho, en las naciones de los que así piensan hay sacerdotes que celebran en templos católicos, con la tolerancia de sus Obispos, ritos de bendición para parejas homosexuales. Agua y aceite.


Renuncio aquí a presentar los «argumentos» que tratan de justificar tal pastoral, quizá en nombre de la misericordia de Dios. No valen nada.

La existencia de actos intrínsecamente malos siempre ha sido afirmada por la Iglesia, pues es conforme a la razón y a la revelación de la Escritura. No podemos decir ni pensar «hagamos el mal para que venga el bien» (Rm 3,8); en otras palabras, no podemos creer que «el fin puede justificar los medios». Como enseña Juan Pablo II, «los preceptos morales negativos, es decir, aquéllos que prohiben algunos actos o comportamientos concretos como intrínsecamente malos, no admiten ninguna excepción legítima; no dejan ningún espacio moral aceptable para la “creatividad” de alguna determinación contraria» (enc. Veritatis splendor 67). Hay Padres sinodales que creen firmemente en la veracidad de esta doctrina católica, y que la aplican, por ejemplo, a la anticoncepción, al aborto, al adulterio. Pero otros Padres, antes del Sínodo y durante él mismo, afirman justamente lo contrario, y procuran en públicos escritos persuadir a otros de sus formidables errores. Agua y aceite.

No hay argumentos. No hay respuestas.

La unidad de la Iglesia en doctrina y disciplina pastoral, al menos en las cuestiones fundamentales, más directamente exigidas por la doctrina católica –en cuestiones menores hay y debe haber modos distintos según la tradición de las diversas Iglesias– es afirmada como una certeza de fe por muchos Padres sinodales: «un solo Señor, una fe, un bautismo» (Ef 4,6). Pero otros Padres propugnan públicamente, en el Sínodo y antes del Sínodo, que son los Obispos de una Iglesia local o de una misma área social y cultural los que deben aplicar la doctrina católica –intocable, por supuesto– en sus formas concretas a la anticoncepción, las relaciones prematrimoniales, el aborto, el divorcio, el adulterio, la disciplina eucarística, la ordenación de mujeres, etc. Agua y aceite.
Sin comentarios.

* * *

La Iglesia Católica es una
. La unidad y la unicidad es nota constitutiva de la Iglesia. Es una la Iglesia porque es único el Cuerpo de Cristo, y es única su Esposa. Es una también porque todos sus fieles profesan una misma doctrina y viven según unas mismas normas morales y disciplinares. No sería una la Iglesia si en su interior convivieran algunos que creen en la Santísima Trinidad y otros que niegan el misterio de las tres Personas divinas. Si unos creyeran en la divinidad de Jesucristo y otros no. Si unos afirmaran que el fin justifica los medios y otros lo negaran. Si unos aceptaran en la fe el primado universal del Sucesor de Pedro y otros se obstinaran en negarla.

Por eso San Pablo exhorta: «Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir» (1Cor 1,10). 
Esa unidad intelectual de pensamiento es aún más importante y decisiva que la misma comunión de bienes materiales, en la que se expresaba que «la muchedumbre de los que habían creído tenía un corazón y un alma sola» (Hch 4,32).

Y eso nos hace pensar que la situación actual de la Iglesia, en la que conviven fieles, Obispos y Cardenales, ciertamente diferenciados en graves cuestiones de doctrina y disciplina, no puede durar mucho tiempo. Conviene recordar aquí al adagio clásico: nihil violentum durabile. No puede durar y perdurar en un ente indefinidamente algo que es contrario a su propia naturaleza.

* * *

La necesidad de orar por el Sínodo es, pues, sumamente urgente
. No ganamos nada con ocultar en el silencio la situación actual de la Iglesia Católica. Hay teólogos y párrocos, Obispos y Cardenales, que poniendo en grave peligro la unidad de la Iglesia, declaran en público doctrinas y siguen públicamente prácticas que son absolutamente inadmisibles, porque contrarían de modo patente la doctrina y disciplina de la Santa Iglesia Católica, que es una y santa, apostólica y romana.

¿Qué remedio tiene esto? De nuestra parte, ninguno. De parte de Dios bueno, misericordioso, omnipotente, Padre que ha engendrado como hijos a los hijos de la Iglesia, sí tiene remedio, aunque no sepamos cuál, cómo y cuándo. «Lo que es imposible a los hombres, es posible para Dios» (Lc 18,30; cf. Jer 32,27).

Y la oración es el modo principal para conseguir lo imposible. «En verdad, en verdad os digo: si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará… Pedid y recibiréis» (Jn 16,23). Pedir en el nombre de Jesús (Jn 14,13;15,16; Ef 5,20; Col 3,17) es pedir tomando a Jesús como abogado y mediador nuestro ante el Padre; y es también pedir participando de su actitud filial, hecha de amor pleno, de obediencia incondicional, de abandono confiado: «yo sé que siempre me escuchas» (Jn 11,42). Eso es pedir en el nombre de Jesús. «Os digo además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en el cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,19-20).

Y en esas estamos. Veinte siglos llevamos pidiendo a Dios en la Misa «por tu Iglesia santa y católica, para que le concedas la paz, la protejas, la congregues en la unidad y la gobiernes en el mundo entero, con tu servidor el Papa N., con nuestro Obispo N., y todos los demás obispos que, fieles a la verdad, promueven la fe católica y apostólica» (Canon Romano). Y cuántas veces hemos rezado o escuchado esa oración sin acabar de creer, quizá, en su eficacia –lex orandi, lex credendi–. Esta oración de la Iglesia necesariamente consigue lo que pide. Hoy tenemos ocasión urgente para activar esta fe, que nos hace posible, sean cuales fueren las circunstancias de la Iglesia y del mundo, vivir «alegres en la esperanza» (Rm 12,12). Alegres, sí, y confiados. No lo olvidemos: «el Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita insistentemente a la alegría» (PP. Francisco, Evangelii gaudium, 5).

La Santísima Trinidad sostiene a la Iglesia y la guardará siempre. Confiemos en el Padre: «lo que mi Padre me dio es mejor que todo, y nadie podrá arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos una sola cosa» (Jn 10,29-30). Confiemos en Cristo: «¿Quién nos arrebatará al amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?… En todas esas cosas vencemos por aquel que nos amó» (Rm 8,35-37). Confiemos en el Espíritu Santo: «Yo rogaré al Padre, y os dará otro Abogado, que estará con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad» (Jn 14,16). Confiemos en la Virgen María, que guarda a sus hijos como verdadera Madre. Confiemos en los ángeles y en los santos, «por cuya intercesión confiamos obtener siempre Tu ayuda» (Plegaria euc. III).

Todo saldrá bien. Con el favor de Dios
.

José María Iraburu, sacerdote


[Post post 1º. –Parece imposible que de la asamblea del Sínodo (agua y aceite) salga finalmente una Declaración final que pueda ser firmada por todos, a no ser que sea una Relatio que hable de las margaritas del cielo y de las nubes del campo. Y de hecho, llegan noticias fidedignas de que al terminar el Sínodo quizá no haya una Relatio finalis, y que incluso más tarde tampoco se publique una Exhortación post-sinodal pontificia –como no las hubo en los Sínodos de Pablo VI–, sino que se termine el Sínodo simplemente con un discurso del Papa Francisco.

Post post 2º. –En las actuales circunstancias algunos lectores pueden quizá verse confortados por dos artículos de este blog: (306) En las tormentas de la Iglesia, alegres en la esperanza (I) y (307) En las tormentas de la Iglesia, fe, esperanza y caridad (y II)].

sábado, 10 de octubre de 2015

¿Qué significa el matrimonio católico?


Homilía del padre Santiago Martín, en la que deja muy claro que Jesucristo es misericordioso, más que pueda serlo ninguno de nosotros; pero no comulga con la mentira. En Él se da siempre, junto a la Misericordia y la comprensión para con todos, la Verdad que, consiste, entre otras cosas, en llamar a las cosas por su nombre. 

Duración: 22:16 minutos
[Escucha con preferencia los siete últimos minutos]

El Papa tiene la misión de confirmar a sus hermanos en la fe que ha recibido: El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, es un adúltero. La que se divorcia de su marido y se casa con otro es una adúltera. Ambos se encuentran en una situación de pecado, de separación de Dios. Son acogidos con misericordia pero con vistas a su conversión para que su pertenencia a la Iglesia sea eficaz. No están excomulgados, no están fuera de la Iglesia. Y esto no porque lo haya dicho el papa Francisco: siempre ha sido así. Pero no pueden acercarse a recibir la sagrada comunión, pues necesitan arrepentirse de sus pecados primero; y, una vez que estén en gracia de Dios, entonces podrán acercarse al sacramento de la Eucaristía. 


Esto no es algo nuevo, sino que siempre ha sido así, desde que Jesucristo elevó el matrimonio a la categoría de sacramento. Esa es la razón por la que un sacerdote no puede dar la comunión a un divorciado que se ha vuelto a casar. Esas personas necesitan arrepentirse primero y salir de su estado de pecado. Y entonces -y sólo entonces- podrán recibir la sagrada comunión, pues "quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor" (1 Cor 11, 27). "Quien come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11, 29).

[Si no hay comunión de vidas entre Jesucristo y aquel que se acerca a recibir la comunión, al no encontrarse éste en estado de gracia, añade un nuevo pecado, que es el de sacrilegio, a los pecados que ya tenía. Por eso -y para eso- instituyó Jesucristo el sacramento de la Confesión, en el que el hombre se reconcilia, se pone en paz con Dios y recobra la gracia santificante que había perdido. Y es entonces cuando puede acercarse al sacramento de la Comunión; pues no hay que olvidar que en la Eucaristía está Jesucristo realmente presente, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad.

La presencia real de Jesucristo en la Eucaristía es la clave para entender que este sacramento no se puede tomar en broma. Uno no puede acercarse a recibir al Señor de cualquier manera. 

En la parábola de los invitados a las bodas, una vez que la sala se llenó de invitados, malos y buenos, "entró el Rey para ver a los invitados, y vio allí a un hombre que no tenía traje de boda, y le dijo: 'Amigo, ¿cómo es que has entrado aquí sin llevar traje de boda?' Pero él calló. Entonces el Rey dijo a los criados: 'Atadlo de pies y manos y echadlo a las tinieblas exteriores: allí habrá llanto y crujir de dientes" (Mt 22, 12-13).

Siempre se ha considerado que el traje de bodas simboliza el estado de gracia; de ahí que aquel que se 'coló' -por así decirlo- en el banquete, fue expulsado por el mismo Rey. A todos, malos y buenos, se les había proporcionado ese traje, condición necesaria para entrar al banquete. 

Si nos fijamos, el interpelado por el Rey calló. Podría haberse disculpado ante el Rey, pero no lo hizo. Por eso mereció el castigo y fue expulsado del banquete de bodas. Eso es lo que ocurre con todo aquél que se acerca a recibir a Jesucristo en la Eucaristía sin el traje de boda, es decir, sin haber pasado antes por el sacramento de la Confesión para recobrar la gracia, en caso de que la hubiera perdido, a causa del pecado. 

Yo, al menos, siempre lo he entendido así, de las enseñanzas que he recibido. No descarto que hayan otras interpretaciones de esta parábola aunque, desde luego, de lo que no cabe duda, es de que tiene que haber una relación de amistad entre el Rey y los invitados. Y esta relación viene simbolizada en la parábola por el traje de bodas que, a mi entender, es el estado de gracia en el que se debe de encontrar todo aquel que se acerque a recibir al Señor en el santo sacramento del altar]