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sábado, 2 de agosto de 2025

¿Necesita autorización un sacerdote para celebrar la Misa Tradicional?



Descubrimiento que cambia las reglas del juego: Pablo VI no decretó la Misa nueva ni alteró los imprescriptibles derechos del misal de siempre

Cuántas veces habremos sido testigos en los últimos años de que en decretos diocesanos los obispos digan: «Se autoriza a los padres Fulano y Mengano a celebrar por el misal de 1962. Ningún otro sacerdote tiene permitido hacerlo sin mi autorización»? ¿Cuántas veces habremos oído a tal o cual sacerdote anunciar en una homilía que se va a suprimir en su parroquia una Misa en latín que gozaba de gran acogida: «El obispo me ha retirado la autorización para seguir diciendo esta forma de la Misa»? Hoy en día esto pasa continuamente. Y hasta encuentra uno a obispos que que están convencidos de que tienen que conceder autorización para que un sacerdote celebre el rito de siempre en privado, sin fieles presentes, e incluso sacerdotes que por la razón que sea les parece que esa autorización es indispensable.

Pero esa forma de expresarse y esas autorizaciones no tienen en qué apoyarse; de hecho, decir esas cosas no tiene fundamento jurídico alguno. Para darnos cuenta de ello, tenemos que remontarnos al principio, a cuando la constitución apostólica Missale Romanum de Pablo VI anunció la publicación de un nuevo misal, de lo cual se cumplieron recientemente 56 años: fue el 3 de abril de 1969.

Durante bastante tiempo muchos han dicho, y todos han dado por sentado que es así, que mediante dicho documento Pablo VI decretó el uso del nuevo misal. Y que lo hizo de tal forma que el uso del viejo quedó derogado y se impuso el del nuevo.

Pero no es así.

En el capítulo 16 de su libro True or False Pope?, John Salza y Robert Siscoe demuestran con lujo de detalles (pp. 493–524) que, en su texto latino original, el documento de Pablo VI se limita a anunciar la publicación y autorizar el nuevo misal, y expresa el deseo de que este último se utilice, pero ni anula el anterior ni hace obligatorio el nuevo. La disposición de que se adopte universalmente (dando a entender con ello que sustituye al de San Pío V) tuvo mucha fuerza retórica, pero desde el punto de vista canónico no significa nada. A pesar de ello, la confusión aumentó con traducciones erróneas (¿adrede?) del documento que se expresaban en el lenguaje típico de las promulgaciones y obligaciones, fórmulas que no se encuentran en el texto original.

En resumidas cuentas: Pablo VI no hizo lo que habría exigido una verdadera imposición del Novus Ordo y una supresión del rito de San Pío V, lo que no quita que después tanto él como todos se comportasen como si en efecto lo hubiera hecho. Es más, ninguna disposición posterior impuso efectivamente la obligación de utilizar el misal de Pablo VI, por lo que desde el punto de vista legal los sacerdotes eran libres de servirse del antiguo. De hecho, la Quo primum de San Pío V sigue en vigor en ese sentido (y, como he argumentado en mi opúsculo La verdadera obediencia en la Iglesia, la mencionada bula es mucho más que un simple decreto de orden disciplinario). En esto se basó Benedicto XVI para determinar que el misal de siempre nunca había sido abrogado ni reemplazado.

Ciertamente viene al caso establecer diferenciaciones críticas entre cuál pueda haber sido la intención original, lo que en la práctica se legisla, y lo que pueda legislarse o no. Un canonista actual que ha desarrollado este tema es Réginald-Marie Rivoire, FSVF, en su opúsculo Does “Traditionis Custodes” Pass the Juridical Rationality Test? Como demuestra el P. Rivoire, ni siquiera Tratitionis custodes cambia la doctrina que sintetizan Salza y Siscoe; no sólo eso: es patente que quien fuera que la escribió ni siquiera se dio cuenta de las cuestiones que más tarde descubrieron canonistas más meticulosos. Esto también se debe a la Divina Providencia.

Cierto sacerdote me comentó por escrito que esto es un sueño hecho realidad, porque socava los cimientos de Traditionis custodes, y lo que es más, la mayoría de las actitudes y normativas de las cinco y media últimas décadas en lo referente a la aplicación del nuevo misal. Se me ocurrió entonces consultar con un amigo que es un destacado especialista en derecho canónico (no digo quién; qui legit, intelligat) y pedirle asesoramiento sobre lo que dicen Salza y Siscoe,

He aquí su amable respuesta:En respuesta a su pregunta, a mí también me parece bastante coherente y convincente la postura de John Salza y Robert Siscoe. Entre las páginas 499 y 502 del capítulo 16 está la síntesis de la respuesta canónica que yo le daría. S.S. Pablo VI jamás derogó el misal romano de San Pío V, porque jurídicamente no podía. Eso explica la postura de los nueve cardenales a los que Juan Pablo II encomendó buscar la respuesta a dos preguntas sobre el misal romano de Pablo VI.
Por si fuera poco, el Usus antiquor siguió celebrándose después de la publicación del Usus recentior. Por una conversación con un venerable prior benedictino, sé que cuando el abad de su monasterio se dirigió a la congregación romana correspondiente tras la publicación del misal romano de Pablo VI para señalar que una reducción tan radical del Rito Romano estaba demasiado empobrecida espiritualmente para que los monjes pudieran celebrar la Misa, le dijeron al abad que los monjes podían seguir celebrando según el rito antiguo. Igualmente, el derecho que tiene cualquier sacerdote a celebrar según el rito antiguo como forma válida y ciertamente más hermosa del Rito Romano nunca lo ha perdido, porque jurídicamente no se le puede quitar.
Lo que pasó con el Misal Romano después del Concilio de Trento es diametralmente diferente de lo que sucedió tras el Concilio Vaticano II: San Pío V corrigió los abusos con una forma del Rito Romano que substancialmente había sido la misma desde los tiempos del papa Gregorio Magno e incluso antes; y Pablo VI presentó una nueva forma del Rito Romano sin hablar de abusos en el usus antiquor. No pongo en duda la validez de la nueva forma del Rito Romano; pero sí sostengo que no se puede afirmar que sustituya a la forma anterior.

En vista de que esta respuesta nos lleva a lo central de los argumentos expuestos por Salza y Siscoe, me pareció que vendría bien añadir a continuación lo que dicen en las páginas 499 a 502 de su libro. El título de la sección es: ¿Abrogó Pablo VI Quo primum?1Con su constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium (4 de diciembre de 1963), el Concilio Vaticano II decretó una reforma del Misal Romano. En los años posteriores al Concilio tuvo lugar una avalancha de declaraciones que poco a poco fueron introduciendo en el culto católico unas novedades que lo acercaron a las reformas que efectuaron los novadores protestantes. Los primeros cambios apuntaban a la Misa Tradicional, hasta que el 3 de abril de 1969 Pablo VI promulgó su constitución apostólica Missale Romanum, en la que anunció la nueva Misa. A raíz de la publicación de dicho texto, la Congregación para el Culto Divino (no Pablo VI) decretó la nueva Misa con la publicación de Celebrationis Eucaristiae el 26 de marzo de 19702. Vinieron a continuación otras declaraciones de la mencionada Congregación, incluida una que era un intento de prohibir la Misa de siempre imponiendo el uso exclusivo del nuevo Misal3.
Desde que se lanzaron estos decretos contra la Iglesia hace más de cuatro décadas, los católicos están divididos en cuanto a su interpretación y su nivel autoridad. En concreto, los católicos liberales y neoconservadores aducen que Pablo VI abrogó a efectos legales Quo primum y está prohibido decir la Misa de antes. Por su parte, los tradicionalistas sostienen que la Misa de siempre nunca se abrogó jurídicamente, y que el uso del nuevo Misal tampoco se ha impuesto nunca con una ley vinculante. En medio de este embrollo, los sacerdotes que siguieron diciendo la Misa de siempre y se negaron (y siguen negando) a decir la nueva son objeto de persecución por parte de los liberales, así como por sus obispos y feligreses.

La postura de los tradicionalistas en lo que se refiere a la Misa de siempre, si bien no de forma pública, fue vindicada durante el reinado de Juan Pablo II, que encargó a una comisión de nueve cardenales4 que estudiase la cuestión y respondiera a dos preguntas:

1) ¿Ha sido la Misa Tradicional prohibida por Pablo VI o alguna otra autoridad legítima?

2) ¿Puede cualquier sacerdote decir la Misa de antes sin una autorización especial?

En una entrevista que le hicieron en 1995, el cardenal Stickler, que formó parte del comité de nueve cardenales, explicó las conclusiones de a que llegaron y reveló algunas cosas interesantes que pasaron en sus reuniones .

Llegados a este punto, Salza y Siscoe reproducen un trecho de una entrevista al cardenal Stickler (los destacados son nuestros):

Pregunta: ¿Llegó realmente Pablo VI a prohibir la Misa?

Monseñor Stickler: En 1986, Juan Pablo II planteó dos preguntas a una comisión de nueve cardenales. La primera, si Pablo VI o algún otro pontífice o autoridad competente llegó a prohibir mediante un texto legal la celebración generalizada de la Misa Tridentina en la actualidad? No. En concreto, le preguntó a Benelli si Pablo VI había prohibido la Misa de antes. Y nunca recibió una respuesta. Nunca le dijo que sí ni le dijo que no. ¿Por qué? No podía decir que sí, que la había prohibido. No podía prohibir una Misa que fue válida desde el principio, la que había sido la Misa de millares de santos y de fieles. El dilema en que se encontró fue que no podía prohibirla, pero al mismo tiempo quería que se celebrara la nueva, que se aceptara. Así que lo único que pudo decir fue: «Quiero que se diga la nueva Misa». Esto fue lo que respondieron aquellos príncipes de la Iglesia a la pregunta que les hicieron. Dijeron que el Santo Padre deseaba que todos celebraran la nueva Misa.
La respuesta que dieron ocho de los nueve cardenales en 1986 fue que, en efecto, la Misa de San Pío V nunca ha sido suprimida. Yo era uno de los nueve, y puedo decir que sólo hubo uno que estaba en contra. Todos los demás eran partidarios de que hubiera libertad de celebración; de que cualquiera pudiese optar por la Misa de antes. Si mal no recuerdo, el Papa aceptó la respuesta; pero cuando algunas conferencias episcopales se dieron cuenta del peligro de que se autorizara, fueron al Papa y le dijeron: «No se puede permitir de ninguna manera, porque dará lugar, e incluso causará, polémica entre los fieles». Y me parece que en vista de esa controversia, el Papa no llegó a firmar la autorización. Pero por lo que respecta a la comisión, puedo decir por experiencia propia que la respuesta de la gran mayoría fue positiva.

Se les formuló también una pregunta muy interesante: si un obispo podía prohibir a un cualquier buen sacerdote volver a celebrar la Misa Tridentina. Los nueve purpurados concordaron unánimemente en que ningún prelado puede prohibir a un sacerdote que celebre la Misa Tridentina. No tenemos ninguna prohibición oficial, y a mí me parece que el Papa nunca impondría una prohibición oficial.

Quien desee saber más sobre la mencionada comisión de cardenales, puede leer las actas que levantó monseñor Darío Castrillón-Hoyos y fueron publicadas [en inglés] en el portal New Liturgical Movement.

Volvamos al texto de Salza y Siscoe:

A pesar de las conclusiones de los nueve purpurados, durante el reinado de Juan Pablo II la mayoría de los obispos, ya fuera por malicia o por ignorancia, mantuvieron en pie la prohibición de la Misa de siempre y persiguieron a los sacerdotes que siguieron celebrándola. Los sacerdotes tradicionalistas llegaron a ser tildados de cismáticos por celebrar la Misa Tridentina, y se vieron obligados a soportar una inimaginable crisis de conciencia.

Hasta que en 2007, para sorpresa y espanto de la izquierda (y sin duda también de la derecha sedevacantista), S.S. Benedicto XVI promulgó el motu proprio Summorum Pontificum, que declaraba públicamente lo que veinte años atrás había determinado el comité de nueve cardenales. Al contrario de lo que la práctica totalidad de los católicos había sido inducido a creer durante años, el papa Benedicto reiteró que la Misa de siempre nunca había sido jurídicamente abrogada, y que desde luego siempre había estado permitida; lo que siempre habían sostenido los católicos tradicionalistas.

El papa Benedicto afirmó [en Summorum Pontificum] algo que desató una onda sísmica por toda la Iglesia: «Quisiera llamar la atención sobre el hecho de que este Misal no ha sido nunca jurídicamente abrogado y, por consiguiente, en principio, ha quedado siempre permitido». Para poner fin a tan grave injusticia, el Papa dijo una obviedad: «Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser de improviso prohibido o incluso perjudicial».

Durante cerca de cuarenta años se había hecho creer a todo el mundo católico que Pablo VI había abrogado la Misa de antes, pero esta impresión que tenían resultó ser infundada. La Misa de siempre nunca fue abrogada por ninguna disposición legal, ni tampoco la Misa nueva se había impuesto jamás como una ley vinculante. Semejante injusticia pone de relieve lo que Dios permite que padezca su Iglesia, y en lo que respecta a la fuente y culmen del culto católico, es ni más ni menos igual. Ciertamente, Dios puede permitir y permite que tales males aflijan a su Cuerpo Místico, eso sí, sin llegar a comprometer nunca el carisma de infalibilidad de la Iglesia. Si bien esta confusión con respecto a la Misa de antes y la de ahora ha causado (y sigue causando) consternación en los fieles, no se puede comparar [en cuestión de problemas jurídicos] con otras crisis que Dios ha permitido, como la que vimos en el capítulo 8, cuando permitió que sínodos, convocados y supervisados por papas, promulgasen decretos erróneos (por ejemplo, declarando nulas de derecho las ordenaciones realizadas por pontífices anteriores) que más tarde fueron contradichos por otros sínodos, también presididos por papas, que decretaron todo lo contrario.

Al final del capítulo, Salza y Siscoe inician su refutación de la postura del P. Cekada sobre la constitución apostólica Missale Romanum de Pablo VI, debate que por el momento no me interesa, ya que los argumentos ya alegados son irrefutables (quienes deseen leer en su totalidad el capítulo 16, incluida su refutación del sedevacantismo en este punto en particular, lo encontrarán en formato PDF en este enlace).

La clave de bóveda de toda la legislación referente al Novus Ordo es la constitución apostólica Missale Romanum de Pablo VI. Si se leen una por una las notas a pie de página (al modo de lo regueros de miguitas que se seguían en los cuentos para no perderse), se observa que toda legislación posterior sobre el nuevo misal remite a dicho documento. En consecuencia, si Pablo VI promulgó y dispuso el uso exclusivo del nuevo misal, cualquier sacerdote necesitaría en efecto algún permiso para eludir tal disposición y celebrar Misa por otro misal. Ahora bien, si –como han demostrado Salza y Siscoe– Montini no promulgó ni ordenó el empleo exclusivo del nuevo misal (lo cual habría abrogado el misal antiguo y derogado Quo primum), el uso del nuevo no era (ni es) obligatorio ni tampoco se prohibió ni está prohibido el antiguo, ni se puede prohibir; de hecho, cualquier sacerdote del rito latino tiene siempre la opción de utilizarlo.

No es algo que se pueda resolver arrojando una moneda al aire. Es más, Summorum Pontificum decidió claramente en favor de esta última postura, de conformidad con las conclusiones de la comisión de purpurados. La situación jurídica del rito antiguo se puede condensar en tres frases: «nunca fue abrogado», «siempre estuvo permitido» y «no puede prohibirse». En cuanto a Traditionis custodes, si bien deroga algunas disposiciones de Summorum Pontificum, no altera ni la realidad del texto ni la fuerza legal de la constitución de Pablo VI.

De modo que si un obispo le dice a un sacerdote que éste tiene que pedirle permiso para decir la Misa de antes, o le prohíbe celebrar por el Misal preconciliar, o le exige el uso del nuevo, una de dos: o bien el prelado es víctima de una mentira, o el propalador es esa mentira. Socava además la autoridad de la ley, y es culpable de abuso espiritual y de excederse. En la medida en que sinceramente desconozca la realidad y obrando de buena fe, equivocado en cuanto a lo que está permitido y lo que no (según mi experiencia personal, la mayoría de los obispos tienen un conocimiento pésimo de la historia de la liturgia y de los misales), no le irá tan mal en el Día del Juicio. Eso sí, aquellos sacerdotes a los que Dios les haya concedido la gracia de amar la Tradición y a las almas cuya nutrición espiritual dependa de ellos, no están exentos de su obligación coram Deo et secundum consuetudinem ecclesiae, de seguir celebrando el Rito Tradicional.

A mí parece que los sacerdotes que desde hace mucho tiempo están hechos a la idea de que necesitan autorización para confesar, predicar o celebrar matrimonios han llegado sin darse cuenta a pensar que les hace falta permiso para hacer todo lo que tenga que ver con sacramentos o liturgia. Creen que tienen que pedir permiso para celebrar una misa, para rezar tal o cual versión del Oficio Divino, bendecir agua por el Rito Romano, o para lo que sea. Eso es extrapolar indebidamente las atribuciones a aspectos en los que no tiene sentido. Un sacerdote ordenado según el Rito Latino para celebrar en la Iglesia de Rito Latino está facultado para celebrar el Santo Sacrificio de la Misa en cualquier variante lícita y válida del Rito. No sólo eso: tiene claramente derecho a hacerlo, derecho del que sólo se le puede privar por la comisión de faltas concretas contra sus deberes sacerdotales.

Ya va siendo hora de dejar de usar palabras como atribuciones, autorizaciones y demás sin darnos cuenta de lo que decimos. Hablemos con precisión y corrección.

En resumen:

• Un sacerdote no necesita permiso para celebrar la Misa Tradicional.

• Los sacerdotes nunca han necesitado autorización para decir la Misa de siempre.

• No se les puede prohibir que la celebren.

• Y tampoco se les puede imponer el uso exclusivo del Misal nuevo.

Espiritualmente, no es saludable permitir que los prelados abusen de su autoridad pastoral ni que los sacerdotes se dejen imponer esos abusos

Espero sinceramente que lo que hemos expuesto más arriba ayude a todos los presbíteros, independientemente de la función que desempeñen, a pensar, decidir y obrar con arreglo a la verdad.

1 Por razones de espacio, no he incluido las notas al pie.

2 [Nota del original:] Como veremos más adelante en el capítulo, dado que la nueva Misa fue promulgada por el cardenal prefecto de la Congregación para el Culto Divino (no por el Papa), no sólo no compromete la infalibilidad de la Iglesia; algunos alegan también que habiendo sido Quo primum promulgada por un papa (San Pío V), esto priva forzosamente de todo valor al documento de la Congregación. Un inferior no puede derogar una ley promulgada por un superior. Sostienen además que, técnicamente, la Misa nueva es ilícita (ilegal aunque no inválida) por vulnerar las disposiciones de Quo primum.

3 [Nota del original:] Véase el aviso Conferentia Episcopalium del 28 de octubre de 1974. Obsérvese que dicho aviso, al igual que otras notificaciones relativas a la Misa nueva de los años setenta, no fue firmado por el Papa ni apareció en Acta Apostilicae Sedis, donde es debe publicarse toda nueva ley para poder entrar en vigor (como el uso exclusivo de la Misa nueva nunca fue ordenado por Pablo VI en los decretos promulgados en 1969 y 1970, si el aviso de 1974 hubiera sido una ley nueva habría tenido que publicarse en las actas de la Sede Apostólica).

4 Los cardenales Ratzinger, Mayer, Oddi, Stickler, Casaroli, Cantin, Innocenti, Palazzini y Tomko.

5 The Latin Mass, verano de 1995, página 14.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)


"Intrigas en el Cónclave": La Ficción de la Sucesión Papal y la Desconfianza hacia León XIV




Duración 19:22 minutos

domingo, 29 de junio de 2025

Sermón sobre el primado de Pedro (Padre Javier Olivera Ravasi)



San Francisco 29 de Junio de 2025

En tiempos de confusión como los que vivimos, no está de más volver a las fuentes. Y cuando digo «las fuentes», me refiero, por supuesto, a las fuentes de la Revelación: la Sagrada Escritura, la Tradición viva de la Iglesia y el Magisterio auténtico que, lejos de inventar verdades nuevas, las custodia, las transmite y las defiende. Y dentro de ese patrimonio sagrado, hay una verdad que hoy más que nunca debemos reafirmar sin complejos ni ambigüedades: el Primado de Pedro.

Cristo dijo a Simón: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18). No dijo: «Tú eres Pedro, y tu opinión será una más entre muchas». No dijo: «Tú eres Pedro, y a veces tendrás razón». No. Dijo: «Tú eres piedra», Petros, y sobre ti construiré Mi Iglesia. La Iglesia no es una asamblea democrática, ni una federación de ideas simpáticas, ni un club de opinión religiosa. Es el Cuerpo Místico de Cristo, con una cabeza visible: el Sucesor de Pedro.

Ahora bien, ¿qué significa esto? ¿Acaso el Papa no puede errar? La respuesta, como siempre, está en la doctrina perenne: el Papa es infalible solo cuando habla ex cathedra, es decir, cuando define solemnemente una verdad de fe o costumbre como revelada por Dios. No es infalible en entrevistas, conferencias de prensa, ni cuando improvisa sobre el clima. Esto lo definió solemnemente el Concilio Vaticano I en 1870, y no se puede cambiar por moda, por sentimentalismo o por ideologías de turno.

También debemos nuestro respetuoso asentimiento cuando habla no solemnemente sobre algo que la Iglesia aún no ha propuesto de modo definitivo pero que va en la línea de su doctrina.

¿Por qué es tan importante el Primado de Pedro? Porque Cristo quiso la unidad de su Iglesia, y esa unidad debía tener una cabeza visible. San León Magno lo decía así: “Lo que fue dado a Pedro, pasa también a sus sucesores”. Y San Agustín afirmaba con fuerza: “Roma locuta, causa finita est”, es decir: “Roma ha hablado, el caso está cerrado”. Porque en la Cátedra de Pedro no está el capricho de un hombre, sino la promesa del mismo Cristo de asistir a su Iglesia hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 28,20).

Pero aquí viene la parte que nos duele: hoy muchos niegan este primado, incluso desde dentro. Algunos lo relativizan, lo vacían, o lo subordinan a sínodos locales o consensos culturales. Y otros, en reacción contraria, caen en una especie de papolatría irracional, donde todo lo que dice un Papa, aunque sea contradictorio o confuso, se toma como magisterio definitivo. Ambas posturas son erróneas.

La verdad está en el justo medio: el Papa es vicario de Cristo, no su reemplazo ni su corrector. Tiene autoridad real, pero limitada por la fe que debe custodiar. Cuando enseña conforme a la Tradición y al Evangelio, lo seguimos con docilidad. Pero si alguna vez sus palabras sembraran confusión, tenemos el deber de orar por él, de resistir con respeto filial y de adherirnos a lo que la Iglesia siempre ha enseñado.

No olvidemos a San Pablo resistiendo a Pedro “cara a cara” (cf. Gál 2,11) cuando se desvió de la coherencia doctrinal por temor a los judaizantes. Pedro no dejó de ser Papa, pero necesitó ser corregido. Así también nosotros hoy: fidelidad a la Iglesia, a Pedro y, sobre todo, a Cristo.

Queridos hermanos, en tiempos en que muchos abandonan la barca o tratan de convertirla en un crucero modernista, nosotros permanecemos en ella, no por los marineros, sino porque en ella está Cristo, y Pedro al timón. A veces el timón tiembla, pero la promesa permanece: “Las puertas del infierno no prevalecerán”.

Pidamos a la Virgen, que estuvo con Pedro en Pentecostés y junto a Juan al pie de la cruz, que interceda por la Iglesia, por el Papa, y por todos nosotros, para que seamos fieles no a los vientos del mundo, sino a la Roca de la fe.

Amén.

P. Javier Olivera Ravasi, SE

29 de Junio de 2025

sábado, 28 de junio de 2025

Agradecidos y desagradecidos – Partes 1 y 2 (Padre Alfonso Gálvez)

ADELANTE LA FE (aquí y aquí)


HOMILÍA DEL 23 AGOSTO DE 2015


DURACIÓN 26:50


DURACIÓN 35:16


Los nuevos fariseos vs Forma de gobernar de León XIV | Celibato Sacerdotal | P. Santiago Martín FM



DURACIÓN 15:32 MINUTOS

Carta de Carlo Acutis a un profesor confundido

INFOVATICANA

Carlo Acutis durante una caminata al aire libre con mochila y gafas de sol 

¡Paz y alegría en Cristo resucitado! Le saludo desde el Paraíso, donde las discusiones sobre liturgia suenan un poco distintas, créame. He visto que se ha tomado usted la molestia de hablar sobre mí y sobre la manera en que yo vivía mi fe eucarística. Le agradezco el interés. Pero, si me permite decírselo con la sinceridad de un chico que no tenía miedo de quedar mal con tal de defender a Jesús, hay en sus palabras —y en algunas de sus enseñanzas— cosas que me duelen. No por mí, sino por Él.

Según usted, yo soy víctima de una “mala educación eucarística”: una de una visión arcaica y milagrera de la Eucaristía. Y me fijo más en lo “inesencial” que en “el cuerpo eclesial”. ¡Simpático! Mire, profesor: yo era muy normal. Me gustaban los videojuegos, me encantaba comer pizza y ver a mis amigos. Pero había una diferencia: Jesús Eucaristía era el centro de mi vida. Y me daba cuenta de que muchos no lo sabían. ¿Cómo no iba a hacer todo lo posible para mostrarlo? Si tuviera que nacer otra vez, haría lo mismo. Porque uno no se guarda el secreto del cielo cuando lo ha encontrado. Supe que «la Eucaristía era mi autopista al Cielo», la tomé y… aquí estoy, animando a otros a tomar la misma ruta.

Desde aquí, donde todo se ve a la luz del Amor eterno, no puedo evitar una sonrisa —de esas que aquí no se borran— al conocer sus recientes palabras sobre mí y sobre mi humilde trabajo para dar a conocer los milagros eucarísticos, que dio lugar a una exposición internacional con decenas de casos documentados, apoyada por obispos y aprobada por la Iglesia. ¡Quién me hubiera dicho que un joven nerd de los ordenadores acabaría metido en una polémica litúrgica! Aquí en el cielo todo se ve con una claridad y una paz inmensas: no hay espacio para la confusión. Todo se comprende a la luz del Amor, ese Amor que es Verdad, Belleza y Fidelidad. El cielo no está hecho de opiniones humanas, sino de la fidelidad a la Verdad revelada.

Le confieso que me hace gracia ver cómo un pobre chico de zapatillas y mochila puede convertirse en objeto de tanta atención. ¡Y eso que lo único que quise fue ayudar a otros a descubrir lo que yo encontré tan joven y tan claro! Verá usted, yo no pretendí fundar escuelas ni agitar el “espíritu del concilio”. Solo me enamoré de la Eucaristía. Me bastó una Hostia consagrada para entender que ahí está todo: el misterio, la belleza, la Iglesia entera. Yo no entendía muchas cosas… pero eso sí lo entendí. Créame: nunca quise imponer nada, solo compartir lo que había descubierto como el centro de mi vida: Jesús Eucaristía. Él es el motor, el destino y el corazón palpitante de la Iglesia. Todo lo demás —las formas, las ideas, incluso nuestras queridas discusiones teológicas— solo tienen sentido si nos llevan a Él. Estoy seguro de que, si le dejamos un poco de lado nuestras agendas, nuestras categorías y nuestros filtros, volveremos todos a poner a Cristo en el centro. Porque, al final, ¿de qué nos sirve la mejor teoría litúrgica si olvidamos que es Dios mismo quien se hace presente?

Usted ha estudiado, tiene voz, tiene influencia. Pero, por favor, use ese don para confirmar en la fe, no para sembrar dudas. No necesitamos una Iglesia “más moderna”, sino más santa. El mundo no tiene hambre de experimentos teológicos, sino de verdad, de consuelo, de salvación. Si usted dice que la transubstanciación contradice la metafísica, o promueve bendiciones para uniones contrarias al plan de Dios, o sugiere reemplazar el concepto de indisolubilidad del matrimonio por el de “vínculo indisponible”, o aboga por la legitimidad moral de los anticonceptivos, o niega que la Iglesia tenga autoridad definitiva sobre moral sexual, o reivindica el diaconado para las mujeres, o habla de cambios litúrgicos que vacían de contenido el misterio… está usted arriesgándose mucho.

Jesús no vino a dialogar con las modas del mundo, vino a salvarnos del pecado. Y ese Salvador está realmente presente en cada Santa Misa. Quizá hoy se discute tanto sobre los signos que se olvida al Significado. Aquí arriba he aprendido que todo lo verdadero, lo bello y lo bueno se resume en un encuentro personal con Cristo. La liturgia no es campo de batalla, sino umbral del cielo. Jesús en la Santa Misa no es un símbolo ni una memoria piadosa. ¡Es Él mismo, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad! No lo dice un adolescente milanés apasionado por los milagros eucarísticos: lo dice el mismo Señor, lo ha dicho la Iglesia siempre, lo proclamaron los mártires y lo enseñó el Concilio de Trento, el Vaticano II y todos los santos que me han hecho compañía en esta aventura del cielo.

Le pido que no me vea como un símbolo, sino como un simple chico enamorado de la Eucaristía. Espero que algún día podamos reírnos juntos de todo esto… ¡delante de Jesús! Le prometo mi oración, profesor. Le aseguro que aquí arriba se reza también por los teólogos (y mucho). Yo, si me deja, le encomiendo especialmente para que su corazón sienta con fuerza la dulzura de Jesús Eucaristía y un día celebremos juntos, cara a cara, la Liturgia celestial, donde no hay rúbricas que valgan más que el Amor.

Con afecto sincero, y mi oración por usted, Carlo Acutis, el eternamente “maleducado eucarístico”

Por Monseñor Alberto González Chaves

Andrea Grillo, ideológo de la persecución litúrgica, arremete contra Carlo Acutis


 
Carlo Acutis

“Maleducazione eucaristica” o teología desnutrida: cuando los teólogos critican a los santos

La reciente diatriba de Andrea Grillo contra el beato Carlo Acutis —publicada el 17 de junio en el blog Come se non, hospedado en la revista Munera— merece figurar en una antología del progresismo teológico: no por brillante, sino por previsible, enconada y ciega.

El artículo de Grillo, titulado Il giovane Carlo Acutis e la maleducazione eucaristica, pretende “salvar” a Carlo de los “malos maestros” que —según él— lo habrían desviado hacia una visión arcaica y milagrista de la Eucaristía. El problema, sin embargo, no es Carlo. Es Grillo.


Un adolescente contra setentones desencantados

¿Qué molesta tanto a Grillo? ¿Que un adolescente de 14 años tuviera fe suficiente para creer en los milagros eucarísticos? ¿Que promoviera una exposición internacional con decenas de casos documentados, apoyada por obispos y aprobada por la Iglesia? ¿O que ese mismo adolescente, sin pasar por sus seminarios de pensamiento ni por sus blogs, hoy sea beato y camine hacia los altares?

Grillo se escandaliza de que Carlo no desarrollara una “teología eucarística moderna”, como si un muchacho de 14 años tuviera que escribir Ecclesia de Eucharistia para ser santo. Lo acusa de una obsesión por “lo inessenziale”, porque se centró en los milagros, en lugar de dar conferencias sobre “el cuerpo eclesial”.

Pero lo que realmente deja en evidencia el artículo es otra cosa: que a muchos teólogos les molesta la santidad cuando no la pueden controlar, cuando no sale de sus cátedras, cuando no obedece a su jerga gastada y a su liturgia desencarnada.

El arquitecto de la represión litúrgica

No es un detalle menor: Andrea Grillo fue el ideólogo principal de Traditionis Custodes. Muchos en Roma lo reconocen como el teólogo de cabecera del Papa Francisco en materia litúrgica, el mismo que calificó la Misa tradicional como un “rito cerrado, inerte y sin vigor” y reclamó su desaparición definitiva.

Grillo no sólo fue el inspirador del motu proprio que asfixió a la Misa tradicional, sino que ha defendido abiertamente posturas incompatibles con la fe católica:

  • Bendición de uniones homosexuales: en su libro Può una madre non benedire i propri figli? (2021), promueve su reconocimiento pastoral.
  • Negación de la transubstanciación: afirmó que “Transubstantiatio non è un dogma” y que “contradice la metafísica” (Munera, 17/12/2017).
  • Ordenación femenina: aboga por abrir el diaconado a mujeres (Munera, 9/11/2017; Adista, 25/5/2019).
  • Uso de anticonceptivos: firmante del Catholic Scholars’ Statement (Wijngaards Institute, 2016), que pide admitir su legitimidad moral.
  • Relativismo moral: niega que la Iglesia tenga autoridad definitiva sobre moral sexual (Munera, 30/6/2021).
  • Indisolubilidad del matrimonio: sugiere reemplazarla por el concepto de “vínculo indisponible” (Munera, febrero 2014).
Este es el teólogo que hoy acusa a Carlo Acutis de “maleducación eucarística”. El contraste no puede ser más elocuente: un adolescente enamorado de la Eucaristía, y un profesor que niega sus fundamentos más básicos.

Desprecio a lo sobrenatural

La parte más reveladora del artículo es cuando Grillo critica las palabras de tres prelados que introducen la exposición de los milagros eucarísticos recopilada por Carlo. No por lo que dicen —que es teológicamente ortodoxo— sino porque “parecen venir de otro mundo”, porque insisten en la presencia real, porque hablan de prodigios, de conversiones, de signos que conmueven.

En el mundo de Grillo, eso es “maleducación eucarística”.
Pero en el mundo de los santos, eso es fe católica.

¿Que los milagros no son “objeto de fe”? De acuerdo. Pero la Iglesia siempre los ha considerado signos providenciales, ayudas para la conversión, y no estorbos. ¿Desde cuándo defender la transubstanciación con palabras claras y directas —como lo hace el P. Coggi— es un error teológico?

Tal vez el problema no es Carlo. El problema es que muchos adultos se han acostumbrado a una liturgia sin misterio, una misa sin presencia real, una Eucaristía sin adoración. Y cuando un joven se atreve a recordar que “la Eucaristía es mi autopista al Cielo”, lo acusan de supersticioso.

La nueva herejía: creer en los milagros

Grillo concluye acusando a los que rodearon a Carlo —y a quienes difunden su legado— de ser los responsables de una “grave maleducación eucarística”.

Grillo teme que los jóvenes imiten a Carlo. Nosotros lo esperamos con ansias.

Jaime Gurpegui 

jueves, 26 de junio de 2025

Pagolismo para el Corpus (Bruno Moreno)



A veces se publican cifras sobre el porcentaje de católicos que cree en la Presencia real de Cristo en la Eucaristía en un país u otro y nos llevamos las manos a la cabeza. ¿Cómo puede ser que tantísimos católicos no crean en una doctrina tan básica de la fe de la Iglesia? ¿Qué ha llevado a esta situación?

No parece muy difícil responder a esa pregunta. A modo de ejemplo, voy a comentar una homilía escrita por D. José Antonio Pagola para la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo de este año, en la que, como es habitual en sus homilías, el cristianismo queda reducido a una especie de filosofía humana progresista, con un leve barniz religioso. Recordemos que Pagola ha sido durante años vicario general de su diócesis, profesor en el Seminario y en la Facultad de Teología del Norte de España, y aun hoy sigue publicando libremente sus homilías semanales.

Como siempre, el texto original está en negro y mis comentarios en rojo.


………………………

Compartir lo nuestro con los necesitados

Dos eran los problemas más angustiosos en las aldeas de Galilea: el hambre y las deudas.

[¿De dónde sale esto? Claramente, de una chistera. ¿Por qué olvida el autor la infinidad de problemas que han tenido los seres humanos a lo largo de la historia: las enfermedades, las guerras, la orfandad, la viudez, la pobreza, la opresión, la esclavitud, la ignorancia, la soledad o la falta de sentido para la vida, entre otros muchísimos, y, en particular, la muerte y el pecado? Aparentemente, para hacernos olvidar que Cristo vino a salvarnos de los dos últimos, la muerte y el pecado, no de las deudas y el hambre. Es decir, para hacernos olvidar la redención y reducir el cristianismo a mero progresismo barato y justicia social].

Era lo que más hacía sufrir a Jesús.

[¿De verdad? Si lo que hacía sufrir a Cristo era el mero hecho del hambre, el problema se habría solucionado facilísimamente. En efecto, podría haber hecho llover pan del cielo todos los días desde entonces con un chasquido de sus dedos. Del mismo modo, si el gran problema para Cristo fueran las deudas, podría haberlas borrado todas de la memoria de los hombres con otro chasquido. Pero no lo hizo ¿No será que Cristo, como nos enseña la Iglesia, vino a redimir al ser humano y abrirnos el camino hacia el cielo, que es algo que solo podía hacer él, y no a decirnos simplemente que había que compartir, que es algo que ya sabíamos todos?]

Cuando sus discípulos le pidieron que les enseñara a orar, a Jesús le salieron desde muy dentro las dos peticiones: «Padre, danos hoy el pan necesario»; «Padre, perdónanos nuestras deudas, pues también nosotros perdonamos a los que nos deben algo».

[Aquí, como quien no quiere la cosa, se desvirtúa el mismo padrenuestro, que en la visión del autor parece ser algo puramente mundano, ya que el pan que se pide sería únicamente el pan físico y las deudas que hay que perdonar serían simplemente las económicas, no las morales y el pecado, ambas cosas diametralmente opuestas a lo que enseña la Iglesia]

¿Qué podían hacer contra el hambre que los destruía y contra las deudas que los llevaban a perder sus tierras? Jesús veía con claridad la voluntad de Dios: compartir lo poco que tenían y perdonarse mutuamente las deudas. Solo así nacería un mundo nuevo.

[¿De verdad? ¿La encarnación, muerte en la Cruz y resurrección del Hijo de Dios no tienen nada que ver con el mundo nuevo que trae Jesucristo? ¿Y la venida del Espíritu Santo, los sacramentos, la Iglesia, la Escritura, la Tradición, el anuncio del Evangelio, el cielo, la Maternidad de nuestra Señora, la moral, los mandamientos o la santidad? Si lo único necesario fuera compartir y perdonar las deudas, entonces Cristo podría haber fundado una ONG y, de paso, haberse ahorrado el hacerse hombre y, sobre todo, el morir en la Cruz. Lo único que puede deducirse de estas palabras es que Pagola rechaza el carácter redentor de la Cruz y, por lo tanto, la esencia misma del cristianismo]

Las fuentes cristianas han conservado el recuerdo de una comida memorable con Jesús.

[¿Por qué esta extraña forma de referirse al milagro de la multiplicación de los panes y los peces? Como veremos, no es casual, porque eso es precisamente lo que considera Pagola que es la Eucaristía: una comida memorable. ¿Y por qué esa extraña forma de referirse al Evangelio como “las fuentes cristianas”? Tampoco es casual, como veremos enseguida]

Fue al descampado y tomó parte mucha gente. Es difícil reconstruir lo que sucedió

[¿Difícil reconstruir lo que sucedió? ¿Por qué hay que reconstruirlo? Sabemos lo que pasó porque nos lo cuentan los Evangelios. Solo dice algo así quien no cree en la Palabra de Dios y, por lo tanto, necesita “reconstruir” lo que realmente “sucedió” al margen de lo que enseña el Evangelio, casualmente siempre eliminando lo sobrenatural y ajustándose a la mundanidad y la incredulidad reinantes en cada época. Después de esta afirmación, desgraciadamente, es difícil no deducir que el autor, ¡que se presenta como biblista!, no comparte la fe católica sobre la Sagrada Escritura].

El recuerdo que quedó fue este: entre la gente solo recogieron «cinco panes y dos peces», pero compartieron lo poco que tenían y, con la bendición de Jesús, pudieron comer todos.

[Aquí está la clave de todo el sermón: el milagro de la multiplicación de los panes y los peces solo es, en realidad, un ejemplo de lo bueno que es compartir lo que se tiene. Pagola no lo dice expresamente, porque algo ha aprendido desde que cometió el error de decir con claridad lo que realmente pensaba en aquel libro (Jesús, aproximación histórica) que fue condenado por la Iglesia, pero lo sugiere de forma que hasta el más tonto pueda entenderlo: los milagros no existen y la salvación siempre es puramente humana e intramundana (que es casualmente lo mismo que decía en aquel libro)].

Al comienzo del relato se produce un diálogo muy esclarecedor. Al ver que la gente tiene hambre, los discípulos proponen la solución más cómoda y menos comprometida; «que vayan a las aldeas y se compren algo de comer»; que cada uno resuelva sus problemas como pueda. Jesús les replica llamándolos a la responsabilidad; «Dadles vosotros de comer»; no dejéis a los hambrientos abandonados a su suerte.

[Claro. Si, como claramente indica Pagola, no se produjo ningún milagro, el “verdadero sentido” de este relato evangélico tiene que ser una moralina pelagiana: lo importante es cuidar de los pobres. No se trata de una prefiguración y un anuncio de que Cristo nos va a repartir el Pan del Cielo, que es su Carne y su Sangre, medicina de inmortalidad, ¡claro que no!, sino de una recetita progre para hacer un mundo mejor, que olvida dónde está la verdadera pobreza del hombre pecador y condenado a la muerte]

No lo hemos de olvidar. Si vivimos de espaldas a los hambrientos del mundo, perdemos nuestra identidad cristiana; no somos fieles a Jesús; a nuestras comidas eucarísticas

[Aquí llega por fin lo que ha ido preparando con todo lo anterior: la Misa, la Eucaristía, en realidad no es más que una “comida eucarística”, que vale solo en cuanto sirva como mitin para difundir las nuevas consignas del momento. Es la secularización completa del cristianismo, transformado en progresismo. No se dice expresamente que celebrar el Corpus sea absurdo, innecesario y una pérdida de tiempo, pero el lector avispado sacará rápidamente esa conclusión]

les falta su sensibilidad y su horizonte, les falta su compasión. ¿Cómo se transforma una religión como la nuestra en un movimiento de seguidores más fiel a Jesús?

[Y ahora, la moraleja: hay que convertir la Iglesia y el catolicismo en un movimiento humano “más fiel a Jesús”. Ese ha sido siempre el verdadero empeño de Pagola, construir una nueva Iglesia, porque la existente no ha hecho más que decir tonterías durante dos milenios, hasta que llegó Pagola y nos explicó por fin lo que “más hacía sufrir a Jesús” y cómo era realmente el “mundo nuevo” que Jesús buscaba. Eso nos indica que, cuando el autor habla de un movimiento “más fiel a Jesús”, en realidad lo que quiere decir es “más fiel” a las disparatadas, pelagianas y fundamentalmente agnósticas ideas de Pagola]

Lo primero es no perder su perspectiva fundamental: dejarnos afectar más y más por el sufrimiento de quienes no saben lo que es vivir con pan y dignidad. Lo segundo, comprometernos en pequeñas iniciativas, concretas, modestas, parciales, que nos enseñan a compartir y nos identifican más con el estilo de Jesús.

[Un “estilo de Jesús” que, por supuesto, no tiene que ver con lo que aparece en el Evangelio, porque, como ya nos ha explicado el autor, es muy difícil “reconstruir” lo que pasó de verdad y solo los expertos exegetas como Pagola pueden hacerlo. La Iglesia evidentemente no lo conoce y ha estado predicando algo completamente distinto durante veinte siglos. Solo Pagola nos puede decir cuál es la verdad, al margen de la Escritura y la Tradición, es cierto, pero firmemente cimentado en sus espectaculares habilidades hermenéuticas. Ergo, el supuesto estilo de Jesús es más bien, en realidad, el estilo de Pagola y a Jesús no se le encuentra en el catolicismo, sino en el pagolismo. ¿Cómo puede ser que tantos católicos no crean en la Presencia real de Cristo en la Eucaristía? Más bien la pregunta que habría que hacerse es cómo puede ser que muchos aún creamos en ella cuando hace décadas y décadas que la Iglesia permite que sus mismos predicadores nieguen públicamente esa fe]


Bruno Moreno

El Camino Sinodal Alemán: Una crisis de fe y autoridad




Por un pequeño Príncipe Elector Contrarreformista


El llamado ‘Camino Sinodal’ en Alemania se presenta como una respuesta pastoral a los desafíos contemporáneos que enfrenta la Iglesia. Sin embargo, muchos católicos —tanto laicos como sacerdotes, así como desde la observación de la Iglesia universal— lo consideran una grave desviación de la doctrina católica, un proceso de reforma ideologizado que mina las bases teológicas y eclesiológicas del catolicismo.

Este camino no es un fenómeno aislado, sino la cristalización de un proceso iniciado tras el Concilio Vaticano II. En ese contexto, se promovió en Alemania la creación de figuras como los Pastoralreferenten y Gemeindereferenten, laicos y laicas formados en teología encargados de tareas pastorales en parroquias. 

Aunque inicialmente se pensaron como un apoyo al sacerdocio ante la escasez de vocaciones, en muchas diócesis estas figuras han pasado a ocupar un rol protagónico en detrimento de la figura del presbítero. Esto ocurrió a medida que se desarrollaba un espíritu anticlerical, aunque no todos esos agentes lo comparten, sí lo manifiestan muchos de ellos.

En diversas unidades pastorales, el sacerdote ha sido relegado a un papel meramente funcional. Se observa una creciente hostilidad hacia el clero, alimentada por un sentimiento anticlerical que se ha vuelto estructural en varias diócesis. Esto se manifiesta en decisiones que desautorizan o marginan al sacerdote en la vida pastoral y sacramental, favoreciendo una eclesiología horizontalista y tendencialmente protestantizada que contradice la Tradición Católica. No en vano, el Papa Francisco expresó que ya había en Alemania una iglesia evangélica, muy buena, y que no necesitábamos otra más…

Uno de los rostros más visibles de este proceso es el obispo Franz-Josef Overbeck de Essen, cuyas declaraciones han sido repetidamente polémicas, ideologizadas y sutilmente dañinas. Overbeck ha promovido activamente la bendición de parejas del mismo sexo, ha desafiado abiertamente la moral sexual de la Iglesia y ha abogado por una redefinición del sacerdocio, incluyendo su apertura a mujeres y personas no célibes. Él se jacta de tener laicos que administran el sacramento del bautismo, a pesar de que existen sacerdotes y diáconos disponibles. Estas posturas han generado fuerte rechazo entre fieles y clero, pero rara vez han sido corregidas desde las estructuras eclesiales. Este obispo utiliza su capacidad comunicativa en medios digitales y escritos para transmitir regularmente su perspectiva, y frecuentemente se percibe que intenta amedrentar y disciplinar a quienes osan expresar disenso. Para justificar estas posturas, apela al eslogan de que hay que animarse a cambiar y tomar la delantera.

Muchos que de buena voluntad han participado activamente en las reuniones del Camino Sinodal se han visto presionados por el establishment eclesial, dificultando un verdadero discernimiento espiritual y teológico.

La Iglesia alemana, lejos de mantenerse independiente del poder político, ha manifestado una creciente inclinación a alinearse con la ideología dominante del gobierno de turno, debilitando la función profética de la Iglesia de anuncio y denuncia. Bajo gobiernos de centroizquierda, temas como la ideología de género, cupos femeninos y la cultura woke han impregnado el discurso eclesial, influyendo en la manera de vivir la eclesiología de forma cada vez menos disimulada. El celibato sacerdotal ha sido relativizado por no pocos, presentándose algunos sacerdotes con sus parejas en público, y en varios casos siendo esto tolerado o
asumido en un silencio que denota claudicación por parte de las comunidades. El autor de este texto fue testigo de una misa de réquiem en la que la homilía fue
pronunciada por la ama de llaves del difunto párroco, quien ya era reconocida socialmente bajo el apellido del sacerdote, como señora de X.

Muchos agentes de pastoral laicos desplazan al presbítero en sus funciones esenciales, especialmente en la predicación y la conducción espiritual. Cuando un sacerdote se resiste a estas imposiciones, frecuentemente se inicia contra él una campaña de mobbing, marginación o desprestigio. Esto resulta especialmente contradictorio, pues aunque el grado sacerdotal es denigrado, los obispos que impulsan esa dinámica permanecen intocables, protegidos tras estructuras administrativas complejas, secretarías y personal, muchas veces inaccesibles en sus fortalezas episcopales. Todo muy «sinodal».

El presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, Mons. Georg Bätzing, parece olvidar que es simplemente un portavoz, y en cambio se alza como mascarón de proa de la Iglesia alemana y uno de los principales promotores de su actual crisis doctrinal.

Un caso emblemático fue el del cardenal Rainer Maria Woelki. Desde el inicio del Camino Sinodal expresó sus reservas sobre la metodología adoptada, señalando que era contraria a la sana práctica eclesial. Sus declaraciones provocaron una campaña de desprestigio sostenida tanto por medios seculares como católicos afines a la agenda sinodal, utilizando como excusa su gestión pasada de casos de abusos, sin pruebas concluyentes de mala praxis. El cardenal, junto a otros tres obispos, se negó a financiar el Camino Sinodal, marcando distancia y colocándose en la mira de los reformistas.

La actitud de fondo, aunque pueda sonar dura, muestra una Iglesia alemana que mira al exterior con una autosuficiencia tendenciosa. Se trata de una Iglesia en declive en cuanto a crecimiento y evangelización, que pretende dictar al mundo católico sus propios experimentos pastorales, sostenidos por el músculo económico del impuesto eclesiástico.

En este panorama, la Iglesia Católica en Alemania se caracteriza también por su generosa contribución económica a proyectos eclesiales en todo el mundo. Su riqueza ha permitido una concreta aplicación del principio de subsidiariedad. Sin embargo, la masiva salida de fieles en los últimos años —quienes dejan de pagar voluntariamente el impuesto eclesial— pone en duda la sostenibilidad de estas ayudas a medio y largo plazo. Sería también doloroso constatar que parte de la paciencia de la Iglesia universal con Alemania ha estado condicionada por su peso económico.

Otro aspecto relevante es la apropiación casi total de los medios católicos oficiales por parte de una línea ideológica. Portales como katholisch.de, Domradio y la agencia KNA raramente difunden testimonios positivos de la fe o de experiencias evangelizadoras. Por el contrario, se dedican con frecuencia a amplificar voces críticas internas o externas, socavando la moral del Pueblo de Dios.

El feminismo radical también ha hallado eco en movimientos como María 2.0, que exige la ordenación de mujeres y otras reformas estructurales. En algunos casos, como en la catedral de Friburgo de Brisgovia, activistas interrumpieron una liturgia de ordenación sacerdotal, forzando al arzobispo a suspender su homilía. En otras situaciones, instalaron carpas frente a las iglesias para protestar de forma ruidosa durante las celebraciones litúrgicas.

A este clima de presión y reivindicación se suma un hecho reciente de especial relevancia: en los últimos días, en la arquidiócesis de Friburgo, se ha producido la presentación oficial, en el seminario diocesano San Carlos Borromeo, de la petición formal por parte de un grupo de mujeres para ser admitidas al seminario y comenzar la formación sacerdotal. Este acto, inédito en la historia reciente de la Iglesia alemana, representa un paso más en la estrategia de visibilización y presión pública para la apertura del ministerio ordenado a las mujeres, y ha generado un intenso debate tanto en ámbitos eclesiales como en la opinión pública.

Se habla mucho de sinodalidad y participación, pero lo que impera es una cacería de brujas de guante blanco. Aquellos que disienten son excluidos de los espacios de decisión y acusados de ser retrógrados o integristas. En el clero secular se percibe un profundo sentimiento de desánimo. No es sorprendente que, ante semejante ambiente, sea difícil encontrar nuevas vocaciones. Con el añadido de que los propios medios católicos parecen promover una silenciosa operación de descrédito hacia la institución eclesial.

Ante este panorama, Roma ha intervenido en varias ocasiones. En 2022, el Papa Francisco envió una carta a los católicos alemanes alertando sobre los peligros de un cisma. El Dicasterio para los Obispos y el Dicasterio para la Doctrina de la Fe también emitieron comunicados expresando preocupación por los contenidos y métodos del Camino Sinodal. Sin embargo, la respuesta desde Alemania ha sido ambigua y, en muchos casos, desafiante. A menudo se ha presentado erróneamente a las misivas vaticanas como una forma de respaldo a las decisiones alemanas, cuando en realidad eran advertencias.


Respecto al documento Fiducia supplicans, en varios sectores de la Iglesia alemana
vinculados al Camino Sinodal se interpretó como una validación de las bendiciones
litúrgicas y públicas de parejas homosexuales, a pesar de que el documento explícitamente lo prohíbe. Estas bendiciones continuaron, incluso con estructura litúrgica y vestimentas ceremoniales. Se ignoró la distinción clave entre una bendición pastoral individual y un acto que simula el matrimonio. Algunos obispos y portales diocesanos afirmaron que el documento respaldaba la línea sinodal alemana, cuando en realidad la contradice en lo esencial.

Lo que está en juego no es una simple reforma administrativa o pastoral, sino la fidelidad de una Iglesia local a la fe católica universal. La Iglesia en Alemania corre el riesgo de aislarse doctrinalmente del resto del cuerpo eclesial, vaciando de contenido su misión evangelizadora bajo la bandera de una modernización que no evangeliza, sino que acomoda la fe al espíritu del mundo.

martes, 24 de junio de 2025

La regla de Lerins por P. Francisco Torres Ruiz | 04 septiembre, 2024





«¡Oh feliz y bendita isla de Lerins que,

aunque parece pequeña y plana,

es famosa por haber elevado hasta el cielo

montañas innumerables!…»


Con estas palabras elogiaba San Vicente la isla que le acogió hasta su muerte en torno al año 435d.C. Según refiere Gennadio en su De Scriptorisbus Ecclesiasticis llegó a aquel lugar tras varios años de ser zarandeado por “diversos y tristes torbellinos de la vida secular”.

De su obra solo nos ha llegado el Primer Conmonitorio y un resumen del Segundo. La palabra “Commonitorium” en latín significa “apuntes”, “notas” o “recordatorio”. El Commonitorium Primum se trata de una especie de vademécum en que el santo expone la regla de la fe, así como algunos ejemplos y temas donde se distinguen entre lo que es de fe católica ortodoxa y lo que es herejía.

Este libro podría estar dirigido hoy contra los protestantes y protestantizados que se empeñan en defender el axioma Sola Scriptura, el libre examen de la escritura, dado que dice el autor: «precisamente porque la Escritura, a causa de su misma sublimidad, no es entendida por todos de modo idéntico y universal… se podría decir que tanto son las interpretaciones como los lectores […] es pues sumamente necesario ante las múltiples y enrevesadas tortuosidades del error, que la interpretación de los Profetas y de los Apóstoles se haga siguiendo la pauta del sentir católico» (2) y para ello ofrece un triple criterio que se ha hecho famoso:

Universalidad: Quod ubique. Dice San Vicente de Lerins: «seguiremos la universalidad sí confesamos como verdadera y única fe la que la Iglesia entera profesa en todo el mundo».

Antigüedad: Quod semper. Dice San Vicente de Lerins: «si no nos separamos de ninguna forma de los sentimientos que notoriamente proclamaron nuestros santos predecesores y padres».

Consenso general: Quod ab omnibus. Dice San Vicente de Lerins: «si en esta misma antigüedad abrazamos las definiciones y las doctrinas de todos, o de casi todos, los Obispos y Maestros».

Estos tres principios pueden ayudarnos a discernir – palabra tan de moda en estos tiempos – lo que debemos creer y lo que debemos rechazar. En estos momentos actuales de gran confusión doctrinal, de predicaciones vagas y discursos emotivistas; donde la verdad ha sido sustituida por la autoridad, y el derecho natural arrumbado por el positivismo jurídico, conviene tener presente estas enseñanzas de San Vicente de Lerins y procurar mantener vivo el Depositum fidei su custodia y su exposición tal como no recuerda el apóstol de los gentiles “Guarda el depósito” (cf. 1Tim 6,20).

El mismo Concilio Vaticano II recordó el cuidado y mimo con que el Magisterio debe tratar la Revelación Divina de este modo “este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios (n. a. oral o escrita), sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad…» (DV10). En este sentido se entiende la advertencia de San Vicente de Lerins: «debemos tener horror, como si de un delito se tratara, a alterar la fe y corromper el dogma…» (7).

El respeto por la Regla de la fe, su escrupulosa conservación y su minuciosa exposición llevan a tocar tangencialmente, al menos, el viejo – y siempre nuevo- tema Verdad versus autoridad. 

Tema actual de la reflexión teológica fundamental, máxime teniendo en cuenta que hoy se prima el valor de la autoridad y la obediencia servil a la misma mientras se ofusca la verdad. 

La resolución es, aparentemente, sencilla: la autoridad debe someterse a la verdad y estar a su servicio. Pero no es el objeto de este artículo el afrontar este problema, aunque si lo traigo a colación es porque ya en el s. V está presente a juzgar por estas palabras de San Vicente de Lerins: 

" de todo lo que hemos dicho, aparece evidente que el verdadero y auténtico católico es el que ama la verdad de Dios y a la Iglesia, cuerpo de Cristo; aquel que no antepone nada a la religión divina y a la fe católica: ni la autoridad de un hombre, ni el amor, ni el genio, ni la elocuencia, ni la filosofía; sino que despreciando todas estas cosas y permaneciendo sólidamente firme en la fe, está dispuesto a admitir y a creer solamente lo que la Iglesia siempre y universalmente ha creído» (20). Así se entienden las palabras del papa San Esteban con las que cerró el conflicto acerca del bautizo de los herejes vueltos a la iglesia: «ninguna novedad, sino solo lo que ha sido transmitido".

San Vicente de Lerins aborda también una cuestión crucial que se planteaban aquellos católicos – y los católicos de todos los siglos – ¿Por qué permite Dios que haya herejías en la Iglesia? (cf. 10) y usando un texto del Deuteronomio, identificando a los herejes dentro de la iglesia con las divinidades extranjeras que se instalaron en medio de la fe del pueblo de Israel, viene a concluir que «si un doctor se desvía de la fe, es la providencia de Dios la que lo permite, para ver si amamos a Dios con todo el corazón y con toda el alma» (19).

Para concluir, conviene tener en cuenta esta última exhortación que San Vicente de Lerins nos hace: 

«el Depósito es lo que te ha sido confiado, no encontrado por ti; tú lo has recibido, no lo has excogitado con tus propias fuerzas. No es el fruto de tu ingenio personal, sino de la doctrina; no está reservado para un uso privado, sino que pertenece a una tradición pública… Guarda el Depósito, dice; es decir conserva inviolado y sin manchas el talento de la fe católica. Lo que te ha sido confiado es lo que debes custodiar junto a ti y transmitir» (22) y más adelante «si se concediere, aunque fuera para una sola vez, permiso para cualquier mutación impía, no me atrevo a decir el gran peligro que correría la religión de ser destruida y aniquilada para siempre…» (23).

Quod ab omnibus

Quod semper

Quod ubique


Tres palabras a retener.

Lo que por todos

Lo que siempre

Lo que en todas partes

Siempre en cuenta has de tener.

Si la Fe quieres conservar

y no quieres dejarte engañar

estás tres palabras debes conservar.

Y lo que no responda a estas tres

sácalo pronto ¡Recházalo!

o tu Fe verás perder.



Francisco Torres Ruiz