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lunes, 17 de agosto de 2020

Roma ciudad muerta, el dialogador Papa Francisco, camino del suicidio, el pasado reciente del Vaticano.



La situación empieza a traspasar la línea de máxima preocupación. Las esperanzas en que la epidemia fuera ya algo del pasado y las promesas de vuelta a la ‘nueva normalidad’ no llegan y se desvanecen. Los gobiernos están superados por la catástrofe y se han quedado sin armas para luchar contra la tormenta perfecta en la que estamos sumergidos. Día que pasa nos vamos dando cuenta de que estamos en las manos de Dios porque las de los hombres no existen. En el primer periodo de la epidemia hemos vivido en una especie de nebulosa llena de promesas vacías y de frases bonitas. Nuestras televisiones se han entregado al circo para distraer a las masas e impedir que viéramos la realidad. El tiempo pasa, las mentiras tienen los pies muy cortos, demasiado cortos, y estamos de frente a la cruda realidad. Roma da pena, es una ciudad muerta, no solo vacía, se palpa el desastre. Un pequeño paseo por sus calles, la vista de una plaza de San Pedro desierta, sus lugares turísticos en silencio denotan que todo es igual pero todo es distinto. Nos tememos que estamos ante el silencio que anuncia la tempestad.

Los suicidios están aumentando significativamente, hoy tenemos un artículo que nos habla del problema en los Estados Unidos pero creemos que no es un caso aislado. Las enfermedades que afectan al ser humano nunca son solamente del cuerpo o del alma, afectan a todo su ser, a su totalidad. La falta de sentido sobrenatural de una sociedad que ha decidido dar la espalda a su alma divinizando su cuerpo, nos está llevando a un suicidio colectivo. Hace tiempo que nuestras ciudades están llenas de cadáveres vivientes, cuerpos sin alma, mundos sin Dios. El caldo de cultivo para que pase de todo lo tenemos y solamente falta el detonante que puede ser cualquier tontería. El mundo de lo políticamente correcto no resiste la realidad, se estrella con ella, seguimos aferrándonos a viejas fórmulas que de nada sirven.

El Papa Francisco sigue con sus llamadas al diálogo como si el diálogo fuera la panacea de todos los males. La violencia nada resuelve pero hemos de atacar sus causas y no quedarnos en disminuir o controlar sus efectos. El crecimiento del aborto en los países llamados civilizados es el signo de la terrible violencia, la peor, mucho peor que una guerra, en la que estamos y a la que nos hemos acostumbrado. La matanza de los inocentes clama al cielo. La violencia ya está y está la de peor calaña, la que se viste de piedad, de comprensión, de derecho. Cualquier diálogo que no busque sinceramente la verdad no existe, es una falacia, que solo busca paralizar al adversario para seguir imponiendo la barbarie.

En Bielorrusia las cosas están mal, en el Líbano no están mejor, y en Francia guillotinado inocentes tampoco. Convertir los cadáveres inocentes en material sanitario para extraer órganos, fabricar vacunas, cremas o cosas peores no le quita gravedad, la aumenta. Se nos llena la boca defendiendo los derechos de los inmigrantes e impedimos respirar a los que vienen a este mundo. Rescatamos a los que llegan en pateras pero cortamos la cabeza al que la asoma del sagrado seno materno, el santuario de la vida. Indudablemente nos estamos volviendo locos y nos hemos propuesto suicidarnos.

(...)

Gianluigi Nuzzi aprovecha siempre los veranos para encuentros en directo. Este año los formatos son reducidos y complementados con los nuevos medios al funcionar con aforos restringidos. Su último libro sobre las finanzas del Vaticano, Giudizio Universale, extra documentado, como todos los suyos, quedará para la historia como la fotografía final de un Vaticano que ya no existe. Ha contado con un impresionante éxito pero pensamos que ya ha pasado de ser un libro de investigación a ser un libro de historia. Los que hace un año era, ya no es, pero siempre es bueno que nos quede claro lo que no es para no perder de vista de donde venimos. Interesante como siempre y más ahora.

«¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno.»

Buena lectura
Specola

domingo, 16 de agosto de 2020

Fe católica y martirio, un artículo de Monseñor Schneider



Fe católica y martirio no son separables, especialmente ahora que vivimos en una época de apostasía en la que debemos dar testimonio del gran tesoro que puso Dios en nuestra alma.

“Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2, 10). Estas palabras de Nuestro Señor son una santa tarea para cada cristiano. Ser fieles significa mantener la fe que infundió en nuestra alma el Dios uno y trino, en toda su integridad, pureza y belleza, sin cambiar nada, sin agregar nada a sus inmutables verdades. “La palabra Creo quiere decir: tengo por certísimo todo lo que en los artículos de fe se contiene, y lo creo con más firmeza que si lo viera con mis ojos, porque Dios, que ni puede engañarse ni engañarnos, lo ha revelado a la santa Iglesia Católica, y por medio de ella nos lo revela también a nosotros.” (Catecismo Mayor de San Pío X)

Santo Tomás de Aquino dice “La fe es el hábito de la mente, por el que se tiene una incoación en nosotros de la vida eterna” (Suma Teológica, II-II, q. 4, a.1 c.) “El hombre, para asentir a las verdades de fe, es elevado sobre su propia naturaleza” (Suma Teológica, II-II, q.6, a.1 c) El sentido perenne del Magisterium nos enseña que incluso el comienzo de la fe y cada deseo de credulidad es un don de la gracia, que mediante la inspiración del Espíritu Santo reforma nuestra voluntad de la infidelidad a la fe, de la impiedad a la piedad. Por lo tanto, el comienzo de la fe no está naturalmente en nosotros, y aquellos que están ajenos a la Iglesia de Cristo no tienen la fe sobrenatural (cf. II Concilio de Orange, can 5: Denzinger-Schönmetzer 375)

Los misterios de la Fe:

“De los misterios: Los misterios de la fe son verdades superiores a la razón, que hemos de creer, aunque no las podamos comprender. Hemos de creer los misterios porque nos los ha revelado Dios que, siendo la infinita Verdad y Bondad, no puede engañarse ni engañarnos. Los misterios no pueden ser contrarios a la razón porque el mismo Dios, que nos ha dado la luz de la razón y nos ha revelado los misterios, no puede contradecirse a Sí mismo.” (Catecismo Mayor de San Pío X).

La Sagrada Tradición:

“De la Tradición: Tradición es la palabra de Dios no escrita, sino comunicada de viva voz por Jesucristo y los Apóstoles y llegada sin alteración, de siglo en siglo, por medio de la Iglesia hasta nosotros. Las enseñanzas de la Tradición se contienen principalmente en los decretos de los Concilios, en los escritos de los Santos Padres, en los documentos de la Sede y en la palabras y usos de la sagrada liturgia. A la Tradición hemos de tener el mismo respeto que a la palabra de Dios revelada, contenida en la Sagrada Escritura. (Catecismo Mayor de San Pío X)

Solo la fe católica posee la verdad Divina integral:

San John Henry Newman afirmó: “¡Oh mis hermanos! Aléjense de la Iglesia Católica y, ¿a dónde irán? Es su única oportunidad para la paz y la seguridad en este mundo turbulento y cambiante. Los credos privados, las religiones quiméricas pueden ser llamativas e imponerse a muchos en sus días. Las religiones nacionales pueden ser una enorme mentira y carecer de vida; obstruir durante siglos el terreno y distraer la atención o confundir el juicio de los eruditos. Pero a la larga se descubrirá que la religión católica es, en verdad y de hecho, la entrada del mundo invisible en este o que no hay nada positivo, nada dogmático, nada real en ninguna de nuestras nociones. Desconozcan el catolicismo y abrirán el camino a convertirse en protestantes, deístas, panteístas, escépticos, y una terrible pero inevitable sucesión. (…) ¡Oh corazones inquietos e intelectos fastidiados que buscan un evangelio más saludable que el del Redentor y una creación más perfecta que la del Creador!” (Discursos para congregaciones mixtas, 13)

La herejía:

Santo Tomás de Aquino describe la herejía como la infidelidad a la fe: “El hereje que rechaza un artículo de fe no tiene el hábito ni de fe formada ni de fe informe. (…) Si de las cosas que sostiene la Iglesia admite unas y otras las rechaza libremente, entonces no da su adhesión a la doctrina de la Iglesia como regla infalible, sino a su propia voluntad.” (Suma Teológica, II-II, q. 5, a.3 c)

A diferencia de un verdadero católico el hereje, aunque acepta algunos dogmas, sin embargo, sólo lo hace sobre la base de su propia voluntad y juicio, y ya no más sobre la base de la autoridad de Dios, quien los revela, porque el hereje rechaza esta autoridad con respecto a otros puntos de la fe.

Los pecados contra la fe son los pecados morales más grandes, a excepción de los pecados contra las divinas virtudes de la esperanza y del amor:

“Todo pecado – como está dicho – consiste en la aversión a Dios (I-II, 71, 6; I-II, 73,3). Y tanto mayor será un pecado cuanto más separa al hombre de Dios. Ahora bien, la infidelidad es lo que más aleja de Dios, porque priva hasta de su verdadero conocimiento, y el conocimiento falso de Dios no acerca, sino que aleja más al hombre de Él. Y no podemos decir que conoce algo de Dios el que tiene de Él una opinión falsa, porque eso que Él piensa no es Dios. En consecuencia, consta claro que el pecado de infidelidad es el mayor de cuantos pervierten la vida moral.” (Suma Teológica, II-II, q.10, a.3 c)” “Es más grave la infidelidad de los herejes, quienes, una vez admitida la fe del Evangelio, la rechazan y la corrompen, que la de los judíos, que nunca la recibieron. Mas, como éstos la recibieron en figura en la ley antigua, que después corrompieron con malas interpretaciones, su infidelidad es un pecado más grave que el de los gentiles, que no recibieron en modo alguno la fe del Evangelio” (Suma Teológica, II-II, q.10, a.6 c).

Siempre existirá una batalla inexorable entre el mundo y la fe:

Tal como lo señaló San John Henry Newman: “¿Cuál es ahora la religión del mundo? Se ha quedado la parte más luminosa del Evangelio: sus consuelos y sus preceptos de amor; en cambio, se olvida considerablemente de las visiones más oscuras y profundas de la condición humana y de su destino futuro. Esta religión resulta natural para una época civilizada, y Satanás ha sabido vestirla y completarla para que sea un ídolo de la Verdad. (…) Resulta que la Conciencia es un principio rígido y lúgubre, que habla de culpa y de un castigo futuro; por eso, cuando desaparecen los terrores que causa, también desaparecen del credo actual aquellas temibles imágenes de la ira divina que abundan en la Escritura. Se les quita importancia. Todo es luminoso y alegre. La religión es fácil y agradable; la principal virtud es la benevolencia; los pecados más graves son la intolerancia, el fanatismo, el exceso de celo. La austeridad es absurda; incluso la firmeza se mira con malos ojos, con sospecha. Por otro lado, sí, se desaprueban las conductas abiertamente viciosas (…) La religión necesita nuevos asuntos, nuevos sistemas y planes, nuevas doctrinas, nuevos predicadores, para satisfacer la ansiosa demanda creada por la llamada difusión del conocimiento. El alma se vuelve morbosamente sensible y atenta a las minucias; se hastía de las cosas como son, y desea el cambio por sí mismo, como si la mera modificación le fuese a servir de alivio. (…) En otras palabras: ¿no es cierto que Satanás ha arreglado y revestido el mero resultado natural del corazón humano puesto en determinadas circunstancias, para que sirva a sus objetivos como falsificación de la Verdad? No voy a negar que este espíritu del mundo usa palabras y dice cosas que están sugeridas por la Escritura; tampoco negaré que toma un barniz general del cristianismo, de manera que realmente se deja modificar por éste; es más, en cierta medida es iluminado y elevado por él. También concedo de buena gana que muchas personas en quienes se advierte este mal espíritu sólo están parcialmente contaminadas y, en el fondo, son buenos cristianos, aunque imperfectos. 

A fin de cuentas: he aquí una enseñanza, sólo en parte evangélica y basada en principios mundanos, que, sin embargo, pretende ser el mismo Evangelio, aunque deja de lado todo un aspecto del Evangelio, su reciedumbre, considerando que basta ser benevolente, educado, veraz, de conducta correcta, delicado. 

No se incluye el auténtico temor de Dios ni el celo por su honor; ni el profundo rechazo del pecado ni el disgusto a la vista de los pecadores; ni la indignación y compasión ante las blasfemias de los herejes, ni la firme adhesión a la doctrina verdadera; tampoco un especial cuidado acerca de los medios que se emplean para obtener un fin, con tal de que el fin sea bueno; ni la lealtad a la Santa Iglesia Apostólica de que habla el Credo, ni la percepción de la autoridad de la religión como algo que existe en sí, fuera de la mente de cada uno. En una palabra, carece de seriedad, y, por tanto, no es fría ni caliente, sino tibia, como dice la Escritura (Ap 3,16). (…) La sociedad tiene una nueva estructura, y promueve y desarrolla una nueva mentalidad. Esta mentalidad la ha construido el enemigo de nuestras almas de forma que se parezca al cristianismo todo lo posible, pero la semejanza no deja de ser accidental. 

Entretanto, la Santa Iglesia de Dios sigue marchando hacia el cielo, como desde el comienzo; el mundo la desprecia, pero ella influye en él, en parte lo corrige, en parte lo refrena, y a veces, por fortuna, gana a hombres y mujeres que se alistan firmemente para siempre en el ejército de los fieles militantes que se dirigen a la Ciudad del Gran Rey. Que Dios nos conceda su gracia para examinar nuestros corazones, no sea que nos cieguen las artimañas del pecado, no sea que sirvamos a Satanás transformado en ángel de luz (2 Cor 11,14), creyendo que perseguimos el verdadero conocimiento. (Sermones Parroquiales, vol.1, n°24. Nota de la Traducción: hemos utilizado para este texto la edición española de Editorial Encuentro

“Así, en el sagrado terreno de la religión, sin seguir un mal principio, sin la ignorancia o el rechazo la Verdad ni ese autoengaño que son los principales instrumentos de Satán en nuestros días, no debido a la mera cobardía o a la mundanidad, sino a la falta de reflexión, a un temperamento indolente, a la excitación del momento, al gusto por hacer felices a los demás, a la susceptibilidad o a la adulación y al hábito de mirar en una sola dirección, los hombres se ven conducidos a abandonar las verdades del Evangelio, a consentir en abrir la Iglesia a las diversas denominaciones del error que abundan entre nosotros o a alterar nuestros ritos para complacer al tibio, al burlón o al vicioso. 

Ser amables es su único principio de conducta y cuando encuentran que se ofende el credo de la Iglesia, empiezan a pensar cómo cambiarlo o recortarlo, con el mismo ánimo con el que intentarían ser generosos en una transacción económica o ayudar a otro a costa de renunciar a la propia conveniencia. Al no entender que sus privilegios religiosos son un depósito que deben entregar a la posteridad, una sagrada propiedad confiada a toda la familia cristiana que ellos no poseen, sino que sólo disfrutan, desperdician esos privilegios y son pródigos con los bienes de los demás. Así, por ejemplo, hablan contra los anatemas del credo atanasiano, o las disposiciones litúrgicas, o algunos de los salmos, y desean prescindir de ellos.”

“(…) Y a veces sucede que se aferran a algunos rasgos de carácter favorables en la persona a la que debieran rechazar, y no son capaces de vislumbrar otros rasgos de su personalidad, arguyendo que se trata de alguien realmente piadoso y bienintencionado y que sus errores no le hacen a él ningún daño, cuando la cuestión no son los efectos en este o aquel individuo, sino simplemente si son errores o no, y si no es seguro que, a la larga, perjudicarán a la gran masa de los hombres. (…) 

O a veces se refugian tras alguna idea confusa que han adoptado sobre la peculiaridad de nuestra Iglesia, aduciendo que pertenecen a una Iglesia tolerante y que, por tanto, es coherente y correcto que sus miembros lo sean también, y que sólo están ejerciendo la tolerancia en su conducta cuando tratan con indulgencia a aquellos que se muestran laxos en la doctrina o en la conducta. Ahora bien, si con la tolerancia de nuestra Iglesia quieren decir que no emplea la espada y el fuego contra aquellos que se separan de ella, ciertamente se puede considerar tolerante a la Iglesia. Pero no es tolerante del error, como testimonian esas mismas disposiciones que estos hombres pretenden eliminar. (…) Ojalá viese yo algún indicio de que brota este elemento de celo y santa firmeza entre nosotros, para atemperar y dar carácter a la benevolencia lánguida y carente de significado con que distorsionamos el amor cristiano.” (Sermones parroquiales, vol.2, 23. Ediciones Encuentro)

La salvación de las almas sobrepasa todas las realidades temporales y terrenales:

San John Henry Newman dice: “La Iglesia no tiene como propósito hacer un espectáculo, sino hacer una obra. Ella considera este mundo, y todo lo que hay en él, como una mera sombra, como polvo y ceniza, comparado con el valor de una sola alma. Ella sostiene que a menos que pueda hacer el bien a las almas es inútil que haga nada; ella sostiene que sería mejor que el sol y la luna cayeran del cielo, que la tierra fallara y que todos los millones que están sobre ella murieran de hambre en extrema agonía, en lo que respecta a una aflicción temporal, a que un alma, no diré se perdiera, sino que cometiera un solo pecado venial, dijera una falsedad deliberada aunque no dañara a nadie o robara sin excusa un céntimo. Ella considera la acción de este mundo y la acción de una simple alma inconmensurables, vista en sus respectivas esferas. Ella preferiría salvar el alma de un solo salvaje bandido o de un lastimero mendigo a trazar cien líneas de ferrocarril a lo largo y ancho de un país pobre; o llevar a cabo una reforma sanitaria con todos sus detalles, excepto en la medida que estas grandes obras nacionales condujeran a algún bien espiritual superior más allá de ellas. Tal es la Iglesia, ¡oh hombres de mundo! Y ahora la conocen. Así es ella, así será ella, y aunque apunta a tu bien, ella lo hace a su manera, y si tú te opones a ella, te desafía. Ella tiene su misión y la hará” (Certain difficulties felt by Anglicans in catholic teaching, II, 8; Ciertas dificultades sentidas por los anglicanos sobre la enseñanza católica)

Crisis de fe y apostasía:

En momentos de una tremenda confusión general dentro de Iglesia concerniente a la integridad de la fe católica y a la disciplina eclesiástica, el gran San Atanasio dirigió, en el año 340, una carta a todos los obispos con las siguientes palabras: “La disciplina canónica no está siendo dada a las Iglesias en la actualidad, sino que es transmitida sabia y seguramente a nosotros por nuestros antepasados. Ni tuvo nuestra fe su comienzo en este tiempo, sino que llegó a nosotros por el Señor a través de sus discípulos. Por lo tanto, las prescripciones que han sido preservadas en las Iglesias desde tiempos antiguos hasta ahora que no se pierdan en nuestros días, y la confianza que nos ha sido entregada se exija de nuestras manos. ¡Despierten hermanos como administradores de los misterios de Dios y vedlos ahora aprovechados por otros! Tales cosas nunca antes se habían cometido contra la Iglesia desde el día en que nuestro Salvador, cuando ascendió, dio un mandamiento a sus discípulos diciendo: “Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (PG 27, 129-240).
Ya advirtió San John Henry Newman sobre la confusión entre la verdad y la falsedad a través de un falso ecumenismo:

“¡Nunca la Santa Iglesia necesitó defensores contra el espíritu del liberalismo en la religión con más urgencia que ahora, cuando desafortunadamente es un error que se expande como una trampa por toda la tierra! El liberalismo religioso es la doctrina que afirma que no hay ninguna verdad positiva en religión, que un credo es tan bueno como otro, y ésta es la enseñanza que va ganando solidez y fuerza diariamente. Es incongruente con cualquier reconocimiento de cualquier religión como verdadera. Enseña que todas deben ser toleradas, pues todas son materia de opinión. La religión revelada no es una verdad, sino un sentimiento o gusto. (…) La devoción no está necesariamente fundada en la fe. Los hombres pueden ir a iglesias protestantes y católicas, pueden aprovechar de ambas y no pertenecer a ninguna. Pueden fraternizar juntos con pensamientos y sentimientos espirituales sin tener ninguna doctrina en común, o sin ver la necesidad de tenerla.” (Discurso del Biglietto del 12 de mayo de 1879. Nota de la traducción: puede leerse completo en español aquí )

“Es seguro que al presente hay una confederación del mal reuniendo a sus huestes de todas las partes de mundo, organizándose, tomando sus medidas, atrapando a la Iglesia de Cristo en una red, y preparando el camino para una apostasía general de ella. Si esta gran apostasía es para dar nacimiento al Anticristo o si él está aún retrasado, como ya ha sido retrasado desde hace tanto, no podemos saberlo; sin embargo, de cualquier forma, esta apostasía y todas sus señales son instrumentos del Maligno y saben a muerte. ¡Lejos de ser cualquiera de nosotros uno de aquellos pequeños que están atrapados en esta trampa que nos rodea! ¡Lejos de ser seducidos nosotros por falsas promesas en las que Satanás está seguro de esconder su veneno! ¿Piensas que él es tan torpe en su oficio como para ofrecerte, abierta y claramente, unirte a él en su guerra contra la Verdad? No. Él te ofrece señuelos para tentarte. Te promete libertad civil; te promete igualdad; te promete negocio y riqueza; te promete una remisión de impuestos; te promete reforma. Esta es la manera en la que él te oculta el tipo de trabajo que te está poniendo” (Discussions and arguments on various subjects, 2; Discusiones y argumentos sobre varias materias)

La fidelidad en la fe católica suele ser un fenómeno minoritario:

Como San John Henry Newman dice: “Todo este tiempo he pensado que una época de infidelidad generalizada se acercaba y, de hecho, a través de todos estos años las aguas han estado creciendo como un diluvio. Miro el tiempo, después de mi muerte, cuando solo las cumbres de las montañas serán vistas como islas en el baldío de las aguas. (…) Los líderes católicos deben lograr grandes acciones y éxitos. Desde lo alto deben ser dadas una gran sabiduría como también coraje, si se quiere que la Santa Iglesia sea mantenida a salvo de esta terrible calamidad, y aunque cualquier prueba que venga sobre ella sería temporal, esta puede ser feroz en extremo mientras dure.” (Carta del 6 de enero de 1877)

“Es claro que todo gran cambio lo hacen los pocos, no los muchos; unos pocos decididos, intrépidos, celosos. Es verdad que a veces las sociedades se destruyen por su propia corrupción, la cual es en cierto sentido un cambio sin instrumentos especiales escogidos o permitidos por Dios; pero eso es una disolución, no una construcción. Por supuesto, los muchos pueden deshacer en abundancia, pero es imposible hacer algo si no hay gente especialmente prepa- rada para la tarea. En plena hambruna los hijos de Jacob se miraban unos a otros y no hacían nada. Una o dos personas, de poca apariencia y pretensiones, pero que ponen el corazón en su obra, esos hacen cosas grandes. Están preparados, no por una excitación súbita, o por la vaga creencia general en la verdad de su causa, sino por una instrucción ejercitada a menudo y profundamente impresa en ellos. Y como cae de su peso que es mucho más fácil instruir a los pocos que a los muchos, es obvio que esos hombres siempre serán pocos” (Sermones Parroquiales, vol. 1, 22, Editorial Encuentro)
La fe católica exige siempre coraje y algunas veces incluso el martirio:

Santo Tomás de Aquino explica el significado del martirio: “El martirio por su parte es, entre todos los actos virtuosos, el que más demuestra la perfección de la caridad, ya que tanto mayor amor se demuestra hacia una cosa cuanto más amada es la que se desprecia por ella y más odiosa lo que se elige. (…) El martirio es, entre los demás actos humanos, el más perfecto en su género, como signo de mayor caridad” (Suma Teológica, II-II, q. 124, a 3 c) 

“Mártires” significa “testigos”, puesto que con sus tormentos dan testimonio de la verdad hasta morir por ella; no de cualquier verdad, sino “de la verdad que se ajusta a la piedad”, la cual nos ha sido dada a conocer por Cristo. De ahí les viene también el nombre de “mártires de Cristo”, como testigos suyos. Tal verdad es la verdad de fe, la cual, por lo tanto, es causa de todo martirio. 

Pero a la verdad de fe pertenece no sólo la creencia del corazón, sino la manifestación externa, que se hace tanto con palabras por las cuales se confiesa esa fe, cuando por hechos por los que uno muestra sus creencias, conforme a lo que dice Santiago 2, 18: “Yo por mis obras te mostraré la fe”. Por eso dice de algunos San Pablo: “Alardean de conocer a Dios, pero con sus obras lo niegan”. Por lo mismo, todas las obras virtuosas, en cuanto referidas a Dios, son manifestaciones de la fe, en la cual se nos hace saber que Dios las exige de nosotros y nos premia por ellas. Bajo este aspecto puede ser causa de martirio. Así, celebra la Iglesia el martirio de San Juan Bautista, que no sufrió la muerte por defender la fe, sino por haber reprendido un adulterio.” (Suma Teológica, II-II, q.124, a.5 c)

La fidelidad a la fe católica y el martirio cristiano no solo exigen la confesión sin temor a la verdad divina ante los paganos y los incrédulos, sino incluso ante los herejes cristianos. Entre muchos de estos mártires se puede ver el conmovedor ejemplo de Sir John Burke de Brittas en Irlanda, durante la época de la persecución de la fe católica a comienzos del siglo 17. Una mañana de domingo en el castillo de John Burke se reunieron fieles católicos para asistir a la Santa Misa celebrada por un sacerdote en la clandestinidad. Sin embargo, las autoridades civiles fueron informadas por un traidor. De repente, una tropa de soldados rodeó la casa, donde la Santa Misa iba a ser celebrada. El capitán solicitó ser admitido. La única respuesta de Sir Burke fue que él podía entrar libremente cuando se hubiere preparado para hacer su confesión y urgido a sus compañeros a hacerlo. De lo contrario, ellos debían permanecer afuera porque los incrédulos no deben tener participación en lo que es santo, ni se arrojan a los gatos o a los perros las cosas sagradas o ni se dan perlas a los cerdos. Burke eventualmente pudo escapar y huir, sin embargo, después fue capturado. Cuando estaba en el juicio en el tribunal público, el presidente de la corte declaró que lo trataría con toda amabilidad si él obedecía el deseo del Rey en todo lo relativo a la fe y la religión o de lo contrario sería sentenciado a muerte. Sin embargo, John Burke fue valiente e impasible. Escuchó entonces la sentencia de muerte con el semblante alegre y solo respondió que estaba feliz de que aquellos que hacen mal a su cuerpo de esta manera no tenían poder sobre su alma. Agregó unas pocas palabras en las que declaró su aversión a las doctrinas y opiniones heréticas, y su sincero deseo de obedecer la enseñanza de la Iglesia Católica en cuya comunión declaró su deseo de morir. Cuando llegó al lugar de la ejecución, solicitó ser colocado en el suelo para de esta manera acercarse arrodillado, y se le permitió. John Burke mostró tanto gozo y alegría como si estuviera yendo a una suntuosa fiesta. En el momento final se le ofreció el perdón, la restitución de sus tierras y un ascenso si prestaba juramento reconociendo la supremacía del Rey en la religión y asistía el culto protestante. Dijo que él ni por todo el mundo ofendería a Dios, que no cambiaría el cielo por la tierra y que él renunciaba y abominaba todo lo que la Iglesia Católica había siempre repudiado y condenado. John Burke murió en diciembre del año 1607 en Limerick (Murphy, D., Our Martyrs, (Nuestros Mártires) Dublin 1896, pág. 228-239)

El famoso poeta y apologista católico inglés, Hilaire Belloc hizo la siguiente conveniente y profética observación sobre la situación de la fe católica en la sociedad moderna del siglo 20, la cual es perfectamente aplicable a nuestro siglo 21: “No pocos observadores profundos (uno en especial, un moderno judío-francés converso, de muy alto poder intelectual) han propuesto, como una probable tendencia o meta hacia la que nos estamos moviendo, un mundo en el que un pequeño pero muy intenso cuerpo de la Fe se mantendría aparte en medio de una creciente inundación de paganismo. Yo, por mi parte (esto es una opinión personal y vale muy poco), creo que lo más probable es, en general, un incremento católico; pues, a pesar del tiempo en que vivo, no puedo creer que la Razón Humana perderá permanentemente su poder. La Fe se basa en la Razón y por doquiera, fuera de la Fe, la declinación de la Razón es manifiesta. Pero si se me pregunta qué signo podemos buscar para mostrar que el avance de la Fe está a la mano, yo respondería usando una palabra que el mundo moderno ha olvidado: “persecución”. Cuando ésta nuevamente esté en acción, será el amanecer.” (Nota de Traducción: hemos usado para esta cita la siguiente edición: Sobrevivientes y Recién llegados: los viejos y los nuevos enemigos de la Iglesia Católica, Editorial Vórtice, 2004)

G.K Chesterton, uno de los más grandes apologistas de los tiempos modernos, formuló la siguiente verdad: “La Iglesia a menudo se opone a la moda de este mundo que pasa y ella tiene la suficiente experiencia para saber cuán rápido desaparece” (Why I am a Catholic; Porqué soy católico), y “La Iglesia Católica es la única que salva al hombre de la degradante esclavitud de ser un hijo de esta era.” ((The Catholic Church and conversion; La Iglesia Católica y la conversión).

La fe católica, a saber, la fe católica integral y pura es un gran tesoro que Dios puso en nuestra alma en el momento de nuestro bautismo:

Inmediatamente antes de ser bautizado escuchamos esta pregunta: “¿Qué pides de la Iglesia? (Quid petis ab Ecclesia?)”, y los padrinos responden en nuestro nombre, o cuando somos adultos, contestamos nosotros mismos la única y decisiva palabra: “La Fe” (fidem). Esta “fe” significa la fe católica integral y pura. La siguiente pregunta era: ¿Qué te da la Fe?”. La respuesta de nuevo fue muy breve, decidida e inmejorable: “La Vida Eterna (vitam aeternam)”.

San Fidel, quien fue martirizado por los protestantes por su intransigente fidelidad a la fe católica, a pocos días antes de derramar su sangre para dar testimonio de su predicación, dio su último sermón. Estas son las palabras que él dejó como testamento: «¡Oh fe católica, cuán estable, cuán firme eres, cuán profundas son tus raíces, cuán bien cimentada sobre roca firme! El cielo y la tierra pasarán, pero tú nunca pasarás. Todo el orbe te contradijo desde el principio, pero tú triunfaste con tu poder por encima de todos. Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe: ella es la que ha sometido al imperio de Cristo a los reyes más poderosos, ella la que ha hecho de todos los pueblos posesión de Cristo. ¿Quién, si no la fe, sobre todo la fe en la resurrección convirtió a los santos apóstoles y mártires en valerosos luchadores y les dio fuerzas para soportar los peores tormentos? ¿Quién, si no la fe viva, hizo que los anacoretas, despreciando los placeres y honores, pisoteando las riquezas, llevaran una vida célibe y solitaria? ¿Qué es lo que hace hoy que los verdaderos cristianos desprecien la molicie, renuncien a lo que les es grato, soporten lo áspero, toleren lo laborioso? La fe viva, actuada por la caridad. Ella hace que abandonemos los bienes presentes por la esperanza de los futuros Y que cambiemos aquellos por éstos.

+ Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Santa María en Astana

Con el permiso para su publicación de Mons. Athanasius Schneider

Traducido por Beatrice Atherton para Marchando Religión

Puedes leer este artículo sobre la fe católica y martirio en su idioma original en la página de Monseñor Schneider

Edad Media | 4 | Sus Frutos | P. Javier Olivera Ravasi, SE |




Video de duración 17:16 minutos. Pinchar en el siguiente enlace:

sábado, 15 de agosto de 2020

Monseñor Viganò: “Cristo Rey no sólo ha sido destronado de la sociedad, sino también de la Iglesia”





TE ADORET ORBIS SUBDITUS

O ter beata civitas
cui rite Christus imperat,
quae jussa pergit exsequi
edicta mundo caelitus!

Ciudad tres veces dichosa
en que Cristo bien gobierna impera,
la que obedece gozosa
la ley que del Cielo llega.

Tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, a un monte alto. Y se transfiguró ante ellos; brilló su rostro como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías hablando con Él Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Aún estaba él hablando, cuando los cubrió una nube resplandeciente, y salió de la nube una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadle.» Al oírla, los discípulos cayeron sobre su rostro, sobrecogidos de gran temor. Jesús se acercó, y tocándolos dijo: «Levantaos, no temáis». Alzando ellos los ojos, no vieron a nadie, sino solo a Jesús. Al bajar del monte, les mandó Jesús diciendo: «No deis a conocer a nadie esta visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos» (Mt. 17, 1-9).

Permítanme, queridos amigos, que les transmita algunas reflexiones sobre la realeza de Nuestro Señor Jesucristo, que se manifestaron en la Transfiguración que celebramos hoy, después de otros episodios importantes de la vida terrena del Señor: desde los ángeles que se cernían sobre la cueva de Belén hasta su bautizo en el río Jordán, pasando por la adoración de los Magos.

He escogido este tema porque creo que en cierta forma sintetiza el hilo conductor de nuestro compromiso católico; no sólo en privado y en la vida familiar, sino también y ante todo en la vida social y política.

Para empezar, reavivemos nuestra fe en la realeza universal de nuestro Divino Salvador.

Él es verdaderamente Rey del Universo. Es decir, posee soberanía absoluta sobre toda la creación, toda la especie humana, incluso sobre quienes no pertenecen a su grey, que es la Iglesia Santa, Católica, Apostólica y Romana.

Toda persona es ciertamente una criatura de Dios. Toda persona le debe todo su ser, tanto en el conjunto de su naturaleza como en cada una de las partes que la componen: cuerpo, alma, facultades, inteligencia, voluntad y sentidos. Las acciones de dichas facultades, así como las de todos los órganos corporales, son dones de Dios, cuyo dominio se extiende a todos sus bienes como frutos de su inefable generosidad. La mera consideración de que nadie elige ni puede elegir la familia a la que pertenece en este mundo basta para convencernos de esta verdad fundamental sobre nuestra existencia.

De ello se desprende que Dios Nuestro Señor es el soberano de todos los hombres, tanto individualmente como reunidos en grupos sociales, pues aunque se agrupen en diversas comunidades no por ello pierden su condición de criaturas. Es más, la misma existencia de la sociedad civil obedece a los designios de Dios, que creó al hombre como un ser social por naturaleza. Por ello, todos los pueblos y naciones, desde los más primitivos a los más civilizados, están sujetos a la divina soberanía y tienen de por sí el deber de reconocer este dulce gobierno del Cielo.

LA REALEZA DE JESUCRISTO

Dios ha otorgado esa soberanía a su Hijo Unigénito, como atestiguan con frecuencia las Sagradas Escrituras.

En sentido general, San Pablo afirma que Dios ha constituido a su Hijo «heredero de todo» (Heb. 1,2). Por su parte, San Juan corrobora en muchos pasajes de su Evangelio lo que dice el Apóstol de los Gentiles; por ejemplo, cuando recuerda que «el Padre no juzga a nadie, sino que ha entregado al Hijo todo el poder de juzgar» (Jn.5,22). De hecho, la prerrogativa de administrar justicia corresponde al Rey, y quien la tiene la tiene porque está investido de poder soberano.

La realeza universal que el Hijo ha heredado del Padre no se debe entender meramente como la herencia eterna mediante la cual, en su naturaleza divina, ha recibido todos los atributos que lo hacen igual y consustancial a la Primera Persona de la Santísima Trinidad en la unidad de la esencia divina.

La realeza también se le atribuye a Jesucristo de un modo especial en tanto que es verdadero hombre, el Mediador entre los Cielos y la Tierra. Es más, la misión del Verbo Encarnado consiste precisamente en establecer el Reino de Dios en la Tierra. Observamos que cuando la Sagrada Escritura habla de la realeza de Jesús se refiere sin asomo de duda a su condición humana.

Él se presenta ante el mundo como el hijo del rey David, en nombre del cual viene a heredar el trono de su Padre, que se extiende hasta los confines de la Tierra y se hace eterno, por los siglos de los siglos. Así fue cuando el arcángel San Gabriel anunció a María la dignidad del Hijo: «Darás a luz a un Hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos de los siglos, y su reino no tendrá fin» (Lc.1,31-33). No sólo eso; los Magos que vienen de Oriente para adorarlo lo buscan como a Rey: «¿Dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer?» (Mt.2,2) La misión que el Padre Eterno confía al Hijo en el misterio de la Encarnación consiste en fundar el Reino de Dios en la Tierra, el Reino de los Cielos. Al fundar este Reino se concreta la inefable caridad con que Dios ama a todos los hombres desde la eternidad atrayéndolos misericordiosamente a Él: «Dilexi te, ideo attraxite, miserans». «Con amor eterno te amé; por eso te he mantenido favor» (Jer. 31:3).

Jesús consagra su vida pública a proclamar y establecer su Reino, al que unas veces se llama Reino de Dios y otras Reino de los Cielos. Con arreglo a la costumbre oriental, Nuestro Señor expone unas fascinantes parábolas para inculcar el concepto y la naturaleza del Reino que ha venido a instaurar. Sus milagros tienen por objeto convencer de que su Reino ya ha venido; se encuentra en medio de las personas. «Si in digito Dei eiicio daemonia, profecto pérvenit in vos regnum Dei»: «Si expulso a los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el Reino de Dios ha llegado a vosotros» (Lc.11,20).

Hasta tal punto ha absorbido la misión de Jesús instaurar este Reino que sus enemigos aprovecharon la idea para justificar las acusaciones que le hicieron ante el tribunal de Pilatos: «Si sueltas a Ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey va contra el César» (Jn.19,12). Corroborando la opinión de sus enemigos, Jesucristo confirma al gobernador romano que es verdaderamente Rey: «Tú dices que soy Rey» (Jn.18,37).

REY EN EL VERDADERO SENTIDO DE LA PALABRA

Es imposible poner en duda el carácter real de la obra de Jesucristo. Es Rey.

Ahora bien, nuestra fe exige que entendamos bien el alcance y sentido de la realeza del Divino Redentor. Pío XI rechaza desde el primer momento el sentido metafórico por el que calificamos de Rey y de real todo lo que hay de excelente en una manera humana de ser o de comportarse. No; Jesucristo no es Rey en sentido metafórico. Es Rey en el sentido propio de la palabra. En las Sagradas Escrituras Jesús aparece ejerciendo las prerrogativas reales de una autoridad soberana, dicta leyes y manda castigos para los transgresores. Se puede decir que en el famoso Sermón de la Montaña promulgó la Ley de su Reino. Como verdadero soberano, exige obediencia a sus leyes so pena de nada menos que la condenación eterna. Y también en la escena del Juicio que anuncia para el fin del mundo cuando el Hijo de Dios venga a juzgar a vivos y muertos: «Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria (…) separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos (…) Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha: “Venid, benditos de mi Padre” (…) Y dirá a los de la izquierda: “Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno (…) E irán al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna» (Mt.25,31 ss.)

Considerarlo así basta para comprender lo vital que es identificar claramente dónde está el Reino de Jesucristo en la Tierra, ya que nuestro destino eterno depende de pertenecer o no a su Reino. Decimos aquí en la Tierra porque el hombre se hace en este mundo merecedor de premio o de castigo en la vida eterna. Por tanto, en la Tierra los hombres tienen que entrar en el inefable Reino de Dios e integrarse a él; Reino que es a la vez temporal y eterno, porque se forma en este mundo y alcanza su plenitud en el Cielo.

LA SITUACIÓN ACTUAL

El furor del Enemigo, que detesta el género humano, se desata en primer lugar contra la doctrina de la realeza de Cristo, porque la realeza está unida a la persona de Nuestro Señor, verdadero Dios y verdadero Hombre. El secularismo del siglo XIX, fomentado por la Masonería, ha conseguido reorganizarse con una ideología aún más perversa, pues no sólo ha extendido la negación de los derechos del Redentor a la sociedad civil, sino también al Cuerpo de la Iglesia.

Esta ofensiva se consumó con la renuncia por parte del Papado al concepto mismo de la realeza vicaria del Romano Pontífice, introduciendo con ello en la propia Iglesia las exigencias de la democracia y el parlamentarismo que ya se habían utilizado para socavar las naciones y la autoridad de los gobernantes. El Concilio Vaticano II debilitó en gran medida la monarquía pontificia como consecuencia de haber negado implícitamente la divina realeza del Eterno Sumo Sacerdote. Al hacerlo asestó un golpe maestro a la institución que hasta entonces se había mantenido como muralla defensiva contra la secularización de la sociedad cristiana. La soberanía del Vicario quedó menoscabada, y a ello siguió la paulatina negación de los derechos soberanos de Cristo sobre su Cuerpo Místico. Cuando Pablo VI depositó la tiara, haciendo alarde de ello, como si abdicara de su sagrada monarquía vicaria, despojó también a Nuestro Señor de su corona, reduciendo la realeza de Jesús a un sentido meramente esjatológico. Prueba de ello son los significativos cambios introducidos en la liturgia de la festividad de Cristo Rey y el traspaso de ésta al final del año litúrgico.

El objeto de dicha fiesta, la celebración del Reinado Social de Cristo, ilumina también su puesto en el calendario. En la liturgia tradicional tenía señalado el último domingo de octubre, con la que la festividad de Todos los Santos, que reinan por participación, estaba precedida por la fiesta de Cristo, que reina de pleno derecho. Con la reforma litúrgica aprobada por Pablo VI en 1969, la festividad de Cristo Rey se trasladó al último domingo del año litúrgico, borrando con ello la dimensión social del Reinado de Cristo y relegándola a una dimensión puramente espiritual y escatológica.

¿Se dieron cuenta todos los padres conciliares que aprobaron con su voto Dignitatis humanae y proclamaron la libertad de culto de Pablo VI de que en la práctica lo que hicieron fue derrocar a Nuestro Señor Jesucristo despojándolo de su corona y de su reinado en la sociedad? ¿Entendieron que claramente habían destronado a Nuestro Señor Jesucristo de su dominio divino sobre nosotros y sobre el mundo entero? ¿Comprendieron que al hacerse portavoces de naciones apóstatas hicieron subir a su trono estas execrables blasfemias: «No queremos que reine sobre nosotros» (Lc. 19,14) y «no tenemos más rey que al César» (Jn.19, 15)? Pero Él, en vista de la confusa algarabía de aquellos insensatos, apartó su espíritu de ellos.

Quien no esté cegado por prejucios no puede menos que ver la perversa intención de minimizar la festividad instituida por Pío XI y la doctrina que ésta expresa. Destronar a Cristo, no sólo en la sociedad sino también en la Iglesia, es el mayor crimen con el que se ha podido manchar la jerarquía, incumpliendo su misión de custodia de la enseñanzas del Salvador. Consecuencia inevitable de semejante traición ha sido que la autoridad otorgada por Nuestro Señor al Príncipe de los Apóstoles haya desaparecido sustancialmente. Lo hemos visto confirmado desde la proclamación del Concilio, cuando la autoridad infalible del Romano Pontífice fue deliberadamente excluida en favor de una pastoralidad que ha creado las condiciones para se hagan formulaciones equívocas gravemente sospechosas de herejía, cuando no descaradamente heréticas. Con lo que no sólo nos vemos acosados en el plano de lo civil, en el que durante siglos las fuerzas de las tinieblas han rechazado el dulce yugo de Cristo e impuesto la odiosa tiranía de la apostasía y el pecado a las naciones, sino también en el ámbito religioso, en el que la Autoridad se derriba a sí misma y niega que el Dios Rey deba reinar también sobre la Iglesia, sus pastores y sus fieles. También en este caso el dulce yugo de Cristo es sustituido por la odiosa tiranía de los novadores, que con su autoritarismo no diferente de sus equivalentes seculares imponen una nueva doctrina, una nueva moral y una nueva liturgia en las que la sola mención de la realeza de Nuestro Señor se considera una molesta herencia de otra religión, de otra Iglesia. Como dijo San Pablo, «Dios les envía un poder engañoso para que crean la mentira» (2 Tes.2,11).

No es sorprendente, pues, que así como en el plano secular los jueces subvierten la justicia condenado a inocentes y absolviendo a culpables, los gobernantes abusan de su poder oprimiendo a los ciudadanos, los médicos incumplen el juramento de Hipócrates haciéndose cómplices de quienes fomentan la propagación de las enfermedades y transforman a los enfermos en pacientes crónicos, y los maestros no enseñan a amar el conocimiento sino a cultivar la ignorancia y manipulan ideológicamente a sus alumnos, también en el corazón de la Esposa de Cristo hay cardenales, obispos y sacerdotes que escandalizan a los fieles con su reprensible conducta moral, difunden herejías desde los púlpitos, promueven la idolatría celebrando a la Pachamama y el culto a la Madre Tierra en nombre de un ecologismo de clara matriz masónica y en total consonancia con el plan disolvente ideado por el mundialismo. «Ésta es vuestra hora, el poder de las tinieblas» (Lc.22,53). Se diría que ha desaparecido el katejón, si no contáramos con las promesas de nuestro Salvador, Señor del mundo, de la historia y de la propia Iglesia.

CONCLUSIÓN

Y sin embargo, mientras ellos destruyen, nosotros tenemos la dicha y el honor de reconstruir. Y hay una dicha todavía mayor: una nueva generación de laicos y sacerdotes participan ardorosamente en esta labor de reconstrucción de la Iglesia para la salvación de las almas. Lo hacen bien conscientes de sus debilidades y miserias, pero también dejando que Dios se sirva de ellos como dóciles instrumentos en sus manos: manos útiles, manos fuertes, las manos del Todopoderoso. Nuestra fragilidad pone de relieve más todavía que se trata de una obra del Señor, y más cuando esa fragilidad humana va acompañada de humildad.

Esa humildad debería llevarnos a instaurare omnia in Christo, empezando por el corazón de la Fe, que es la oración oficial de la Iglesia. Volvamos a la liturgia que reconoce a Nuestro Señor el primado absoluto, al culto que los novatores adulteraron ni más ni menos que por odio a la Divina Majestad a fin de exaltar con soberbia a la criatura humillando al Creador, afirmando su derecho a rebelarse contra el Rey en un delirio de omnipotencia y proclamando su non serviam contra la adoración debida a Nuestro Señor.

Nuestra vida es una guerra: la Sagrada Escritura nos lo recuerda. Pero es una guerra en la que sub Christi Regis vexillis militare gloriamur (Postcomunión de la Misa de Cristoi Rey), y en la que tenemos a nuestra disposición armas espirituales muy potentes y contamos con un despliegue de fuerzas angélicas con las que no puede ninguna fortaleza de la Tierra o del Infierno.

Si Nuestro Señor es Rey por derecho de herencia (por ser de linaje real), por derecho divino (en virtud de la unión hipostática) y por derechos de conquista (al habernos redimido con el Sacrificio de la Cruz), no debemos olvidar que en el plan de la Divina Providencia este Divino Soberano tiene a su lado a Nuestra Señora y Reina, su augusta Madre María Santísima. No puede haber realeza de Cristo sin la dulce y maternal realeza de María, la cual nos recuerda San Luis María Griñón de Monfort que es nuestra Mediadora ante el Trono de la Majestad de su Hijo, ante el que se encuentra como Reina que intercede ante el Rey.

El triunfo del Rey Divino en la sociedad y en las naciones parte de que ya reina en nuestros corazones, almas y familias. Que reine también Cristo en nosotros, y junto con Él su Santísima Madre. Adveniat regnum tuum: adveniat per Mariam.

Marana Tha, Veni Domine Iesu ! ¡Ven, Señor Jesús!

+ Carlo Maria Viganò, arzobispo

(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)

Edad Media | 3 | El Monacato | P. Javier Olivera Ravasi, SE |

QUE NO TE LA CUENTEN



Duración 20:21 minutos

Homilía de hoy | La Asunción de la Santísima Virgen María | 15.08.2020 | P. Santiago Martín FM



Duración 11:31 minutos

jueves, 13 de agosto de 2020

All Seminarians to Learn the Traditional Latin Mass



Duración 3:55 minutos


US Archbishop Wants ALL His Seminarians to Learn the Traditional Latin Mass

The Benedict XVI Institute published on August 10 an interesting online discussion with priests and laypeople who promote the Traditional Latin Mass in the United States. The most prominent guest was San Francisco Archbishop Salvatore Cordileone

US Archbishop Cordileone Defends Latin

Archbishop Cordileone stressed that the Church abolished Latin and introduced the vernacular exactly at the wrong time. Now, more than ever, we need a universal language of the Church because of migration and tourism, he explained. Cordileone believes that Latin could be re-introduced. Quote: “What was universal before, could be universal now.” And, “We need to open that door.” The archbishop revealed that he wants his seminarians to learn the Traditional Latin Mass as part of their priestly formation, primarily for their liturgical education. For Cordileone the experience of the Traditional Latin Mass inculcates the sense of reverence, of the sacred and respect of Tradition.

Black Catholic ministries Organizes Mass

The co-host was Alex Begin, Harvard’s youngest graduate in 1982 and founder of a software company. He converted through the Latin Mass. His apostolate is now to train priests and bishops in how to celebrate the Old Liturgy. He informed about an August 28 Old Rite Mass in the three-level Saint Aloysius Church in downtown Detroit that has not been used for 50 years. The Mass will be sponsored by the office for black Catholic ministries of Detroit Archdiocese. It is celebrated by Father John McKenzie, a black American priest and former monk of Norcia, Italy, who was ordained a year ago for Detroit. McKenzie believes the Traditional Mass has a key role to play now, as it has historically, in uniting Catholics of all races.

Downtown Detroit Old Rite Mass Success

Alex Begin told the audience about a Friday Night Traditional Latin Mass that was instituted in downtown Detroit’s Old Saint Mary’s. Because the church has a huge pipe organ, the organisers decided to take an add out on the Classical Musica radio station in town promoting the music during this mass. The result: 200 to 250 people attending this Mass on a Friday night. Often, they are not Latin Mass people. The Mass has created a great opportunity for evangelisation.

Heaven on Earth

Father Jeremiah Payne, the parish-priest of St Joseph’s in Palm Bay, Florida, spoke about a 17-year-old girl whom he didn’t know and who participated in a Latin Mass because she had missed the previous English Mass. Her comment, “Father, I don’t know what this was, but if heaven could be on earth I, at least, know that was it.”



TRADUCTOR GOOGLE

Un arzobispo de Estados Unidos quiere que TODOS sus seminaristas aprendan la misa tradicional en latín

El Instituto Benedicto XVI publicó el 10 de agosto un interesante debate online con sacerdotes y laicos que promueven la Misa Tradicional en Latín en Estados Unidos. El invitado más destacado fue el arzobispo de San Francisco, Salvatore Cordileone.

El arzobispo estadounidense Cordileone defiende el latín

El arzobispo Cordileone enfatizó que la Iglesia abolió el latín e introdujo la lengua vernácula exactamente en el momento equivocado. Ahora, más que nunca, necesitamos un lenguaje universal de la Iglesia debido a la migración y el turismo, explicó. Cordileone cree que el latín podría reintroducirse. Cita: "Lo que antes era universal, ahora podría serlo". Y, "Tenemos que abrir esa puerta". El arzobispo reveló que quiere que sus seminaristas aprendan la Misa en latín tradicional como parte de su formación sacerdotal, principalmente para su educación litúrgica. Para Cordileone, la experiencia de la Misa en latín tradicional inculca el sentido de reverencia, de lo sagrado y el respeto de la Tradición.

Ministerios católicos negros organiza misa

El coanfitrión fue Alex Begin, el graduado más joven de Harvard en 1982 y fundador de una empresa de software. Se convirtió a través de la Misa en latín. Su apostolado ahora es capacitar a sacerdotes y obispos en cómo celebrar la antigua liturgia. Informó sobre una misa de Old Rite del 28 de agosto en la iglesia de San Luis de tres niveles en el centro de Detroit que no se ha utilizado durante 50 años. La misa será patrocinada por la oficina de ministerios católicos negros de la Arquidiócesis de Detroit. Lo celebra el padre John McKenzie, un sacerdote negro estadounidense y ex monje de Norcia, Italia, que fue ordenado hace un año para Detroit. McKenzie cree que la Misa Tradicional tiene un papel clave que desempeñar ahora, como lo ha hecho históricamente, en unir a los católicos de todas las razas.

Éxito masivo del Old Rite del centro de Detroit

Alex Begin le contó a la audiencia acerca de una misa tradicional en latín los viernes por la noche que se instituyó en Old Saint Mary's en el centro de Detroit. Debido a que la iglesia tiene un enorme órgano de tubos, los organizadores decidieron sacar un complemento en la estación de radio Classical Musica de la ciudad promocionando la música durante esta misa. El resultado: 200 a 250 personas asistieron a esta misa el viernes por la noche. A menudo, no son personas de la misa latina. La Misa ha creado una gran oportunidad para la evangelización.

El Cielo en la tierra

El padre Jeremiah Payne, párroco de St Joseph's en Palm Bay, Florida, habló sobre una niña de 17 años a la que no conocía y que participó en una misa en latín porque se había perdido la misa anterior en inglés. Su comentario , "Padre, no sé qué fue esto, pero si el cielo pudiera estar en la tierra yo, al menos, sé que era esto"

Edad Media | 1 | Introducción | P. Javier Olivera Ravasi, SE |





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