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lunes, 16 de octubre de 2017

El asunto de la Amazonia ... y otros: Un ataque al celibato sacerdotal

Duración 2:56 minutos

EN INGLÉS

Excommunicated? This a picture of then Milan auxiliary bishop, Mario Delpini, offering Mass during World Youth Day 2013 in San Paolo, Brazil. The photo shows how a couple of male and female young people concelebrate with him during the doxology, the conclusion of the Eucharistic Prayer, the most central part of Mass. Lay-celebration of Mass is punished with excommunication. In July Pope Francis named Delpini as the new archbishop of Milan, the biggest Catholic diocese of the world. The picture was published on the official news page of the diocese and later removed.

- Attack on Celibacy? Pope Francis will hold in October 2019 a Synod for the Pan-Amazon region which encompasses eight countries. According to Francis, the main purpose of the synod will be to – quote - “identify new paths for the evangelization” of the indigenous people there which are less than three million. The modernist and pro-Francis site Faro di Roma is convinced that this will be a pretext to abolishing priestly celibacy.

Christ Comes Second: Presently the Church is not interested in the faith and in the proclamation of the faith according to Monsignor Luigi Negri, the former archbishop of Ferrara-Comacchio, Italy. Talking to La Fede Quotidiana, Negri explained, “It does not seem to me that the Church puts Christ in the first place but other values.”

Catholic Nuncio Attacked: The Portuguese weekly Expresso has launched a furious attack on the local Apostolic Nuncio, Archbishop Rino Passigato. It accuses Passigato of being - quote - “unhuman” and not in line with Francis. The paper refers to anonymous bishops who seemingly have not the courage to speak openly. They accuse him of promoting bishops who are not modernists. Passigato was not on good terms with late Lisbon Cardinal Policarpo who was often opposed to the Catholic Faith. The Bishops’ Conference in Portugal is not in good shape.

TRADUCCIÓN AL ESPAÑOL

¿Excomulgado? Esta es una imagen del entonces obispo auxiliar de Milán, Mario Delpini, que ofrece Misa durante la Jornada Mundial de la Juventud 2013 en San Paolo, Brasil. La foto muestra cómo un par de jóvenes (un chico y una chica) concelebran con él durante la doxología, la conclusión de la oración eucarística, la parte más central de la misa. La celebración de una misa-laica es castigada con la excomunión. En julio, el Papa Francisco nombró a Delpini como el nuevo arzobispo de Milán, la diócesis católica más grande del mundo. La imagen se publicó en la página oficial de noticias de la diócesis y luego se eliminó.

Ataque al celibato. El Papa Francisco celebrará en octubre de 2019 un Sínodo para la región Pan-Amazónica que abarca ocho países. Según Francisco, el objetivo principal del sínodo será: -cita- "identificar nuevos caminos para la evangelización" de los pueblos indígenas de allí que son menos de tres millones". El sitio modernista y pro-Francisco Faro di Roma está convencido de que esto será un pretexto para abolir el celibato sacerdotal.

Cristo llega en segundo lugar: actualmente la Iglesia no está interesada en la fe y en la proclamación de la fe según Monseñor Luigi Negri, ex arzobispo de Ferrara-Comacchio, Italia. Hablando con La Fede Quotidiana, Negri explicó: "No me parece que la Iglesia ponga a Cristo en primer lugar sino [que pone] otros valores".

Nuncio católico atacado: El semanario portugués Expresso lanzó un furioso ataque contra el nuncio apostólico local, el arzobispo Rino Passigato. Acusa a Passigato de ser - cita - "inhumano" y no [estar] en línea con Francisco. El periódico se refiere a los obispos anónimos que aparentemente no tienen el coraje de hablar abiertamente. Lo acusan de promover a los obispos que no son modernistas. Passigato no estaba en buenos términos con el difunto cardenal de Lisboa, Policarpo, que a menudo se oponía a la fe católica. La Conferencia de Obispos en Portugal no está en buena forma.

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La segunda noticia, acerca de la Amazonía, podemos verla casi en todos los medios. Coloco aquí algunos:

- Rome Reports

Duración 1:57 minutos



- La voz libre

Francisco y el fin del celibato sacerdotal



La farsa de la Amazonía. Objetivo oculto: acabar con el celibato sacerdotal (P. Alfonso Gálvez) 31 de mayo 2017


Selección de textos: José Martí

Los sofismas del papa Francisco (Francisco José Soler Gil, filósofo)

FUENTE


El papa Francisco transfigurado en el papá-Che

Francisco José Soler Gil es un filósofo al que encontraremos con frecuencia recorriendo la comarca fronteriza entre las ciencias naturales y la filosofía. El escarpado y neblinoso paraje donde confluyen la ciencia, la filosofía y la teología resulta especialmente de su agrado, como muestra la obra que publicara junto con Martín López Corredoira en Ediciones Áltera (¿Dios o la materia?). 


La redacción de El Manifiesto se adentra ahora en ese terreno agreste, para recabar su opinión acerca del pontificado del papa Francisco I.

P.― Usted fue de los primeros en alzar la voz de alarma, a los pocos meses del inicio del pontificado de Francisco I, y lo hizo precisamente desde las páginas de El Manifiesto («Quo vadis Franciscus?»). Lo acusaba entonces de relativismo, y de dilapidar el legado de sabiduría de sus predecesores. ¿Mantendría hoy esas palabras?

R.― No sólo las mantendría, sino que tendría que subrayarlas. Pues en 2013 aún era posible concederle el beneficio de la duda: podía ocurrir que aquellas primeras declaraciones intelectualmente disolventes del pontífice fueran efecto de deslices involuntarios de un personaje frívolo y poco experto en temas de pensamiento. Que el personaje es frívolo ha quedado, entretanto, sobradamente demostrado. Como también sus carencias filosófico-teológicas (entre otras). Pero no creo que ya a estas alturas haya nadie que siga pensando que lo suyo son deslices involuntarios. Ni tampoco malentendidos por parte de los medios. Es evidente que no lo son: nos encontramos ante un sofista de tomo y lomo.

P. ― ¿Por qué un sofista?

R. ― Me explicaré. El amor apasionado a la verdad es un presupuesto básico de la filosofía. Un amor apasionado hasta el punto de que, desde Sócrates en adelante, en Occidente muchos han estado dispuestos a morir por ideas que consideraban verdaderas. Y ese sacrificio ha sido un impulsor decisivo de nuestra cultura: uno de los principales motores del despliegue de nuestra civilización occidental.

Pues bien, lo más opuesto al amor apasionado a la verdad es la actitud sofística. El sofista emplea las palabras y los argumentos para dirigir al auditorio en la dirección que desea, pero sin jugar limpio: no lo hace con conceptos claros que respeten el significado común de los términos; ni con argumentos consistentes que respeten las reglas de la lógica. Esforzarse por los conceptos claros y los argumentos bien construidos es propio del amor filosófico a la verdad. Pero el sofista no se interesa por estas cosas, porque no cree en la verdad. Lo suyo es usar cualquier arma retórica que el lenguaje pueda proporcionarle –legítima o no– para mover al interlocutor hacia determinados pensamientos o acciones en los que está interesado.

P. ― ¿El papa Francisco no cree en la verdad?

R. ― No.

P. ― Ésta es una afirmación rotunda. ¿Podría justificarla de algún modo?

R. ― Para justificarla bien hay que descender a considerar los múltiples casos concretos en los que el papa ha actuado como un sofista. Hay algunos sitios de Internet (como el benemérito blog Wanderer, en nuestro ámbito hispanohablante) donde están quedando documentados esos casos, uno por uno, con un detalle analítico y una paciencia que muestran no sólo la miseria intelectual de este pontificado, sino también la pasión filosófica de los que participan en el esfuerzo desenmascarador. También hay filósofos de primera fila, como Robert Spaemann y Josef Seifert, que han puesto el dedo en varias de las llagas más sangrantes.

Pero, si usted quiere, le puedo mencionar, a modo de ejemplo, uno de los trucos favoritos del papa Francisco: realizar declaraciones buscadamente ambiguas y redactar en documentos oficiales frases no menos ambiguas que puedan ser empleadas como punto de apoyo por aquellos que quieren cambiar la doctrina de la Iglesia en temas esenciales, al tiempo que puedan ser empleadas para consolar a los que quieren creer que nada está cambiando. Que nada importante está siendo demolido en el edificio. Ambigüedad, equivocidad, turbiedad. Una niebla generada a propósito para sustituir el pensamiento tradicional de la Iglesia, no a la manera franca y honrada en que lo harían los filósofos –reconociendo abiertamente que han dejado de creer en ciertas tesis, y que a partir de ahora van a defender otras posiciones–, sino con la voluntad de engaño que caracteriza al sofista
No, el papa Francisco no cree en la verdad. Por eso juega tan alegremente el juego del engaño, la infradeterminación del discurso, y la incoherencia calculada y disimulada.

P. ― ¿Pero no fue el propio Cristo el que dijo «Yo soy la Verdad»?

R. ― Saque usted mismo las conclusiones oportunas...

P. ― ¿En qué cree, entonces, el papa Francisco?

R. ― Bien. Lo que no se puede negar es que se trata de un hombre de su tiempo. Concretamente, en lo teórico se mueve en ese marco ideológico escurridizo –sin forma, ni contorno, ni sustancia asible–, del cristianismo posmoderno al estilo de Vattimo. Y en lo ético-práctico su discurso es el del buenismo zapateril más pedestre. (¿Recuerda, por mencionar una sola anécdota, sus «diez consejos para la felicidad»? También en aquella ocasión estuve comentando algo al respecto en El Manifiesto... Aunque tal vez sea mejor no descender a detalles; toda esta historia es tan penosa...) En definitiva, Bergoglio es un hombre de su tiempo, ¡qué duda cabe! Un hombre cien por cien mundano, situado a la cabeza de la institución que menos mundana debería ser...

P. ― ¿Y no es mejor así? ¿No es tiempo ya de que la Iglesia vaya abandonando su guerra de siglos contra el mundo?

R. ― Es que la historia de la humanidad no conoce una tensión más creativa que la que ha tenido lugar durante siglos en Occidente entre las instituciones y los pensadores seculares, por un lado, y las instituciones y los pensadores de la Iglesia, por el otro. Considere, por ejemplo, la universidad medieval, polarizada entre la facultad de teología y la de artes. De la tensión entre ambas habría de terminar naciendo tanto la ciencia moderna como las teorías modernas del Estado, del derecho, del poder político, de los intercambios económicos… Sí, en el fondo, la tensión creativa entre la facultad de filosofía y la de teología constituye el alma de la universidad occidental. Y la raíz de lo mejor del pensamiento occidental en su totalidad…

La guerra de la Iglesia contra el mundo es, en realidad, el gran secreto de nuestra civilización: el factor que ha impedido que el pensamiento occidental quedara en alguna fase cristalizado y ritualizado, como ha ocurrido, en cambio, en otras grandes civilizaciones. Por eso, la rendición del clero a la ideología del mundo posmoderno («pos-fáctico», «pos-dogmático», «trans-ético»..., una ideología muy «pos-» y muy «trans-» en todo...), a la que estamos asistiendo en estos momentos, y de la que el papa Francisco es promotor y símbolo, ha de ser entendida como un indicador de hasta qué extremo ha llegado la debilidad y la decadencia intelectual de Occidente.

P. ― El clero, ¿se ha cansado entonces de sostener su parte en esa lucha creativa?

R. ― Eso parece. Tal vez no en su conjunto, pero al menos una parte muy significativa del mismo. Y así multiplican los gestos para hacerse perdonar la vida por parte del mundo, apuntándose a cualquier causa y reivindicación que crean que les dará crédito en los ambientes dominados por las modas ideológicas del momento. Obviamente, terminarán cosechando lo que se merecen: un infinito desprecio, por parte de todos. Pues en el fondo, con su deserción, con su entreguismo, están traicionando a todos: a los amigos y a los enemigos. Y es que, si la sal se vuelve sosa…

P. ― ¿Se siente personalmente traicionado por el papa y por el clero en general?

R. ― Sí, sin duda.

P. ― A lo largo de su carrera ha publicado usted varios libros sobre las relaciones entre ciencia, filosofía y teología, defendiendo una posición teísta. Estoy pensando en obras como ¿Dios o la materia?, Mitología materialista de la ciencia, Dios y las cosmologías modernas, Lo divino y lo humano en el universo de Stephen Hawking… ¿Volvería a escribir esas obras?

R. ― Por supuesto. Y además, con un motivo doble:

En primer lugar, porque hay que distinguir muy bien entre la interferencia accidental que supone el circo que está montando el clero ignorante y pusilánime que nos ha tocado padecer, y la cuestión filosófica que late en el fondo de esos trabajos. La cuestión de fondo, la que alienta esas investigaciones en la frontera entre ciencia, filosofía y teología, es la pregunta acerca de cuál sea la realidad fundamental, la forma de realidad sobre la que debemos apoyarnos en nuestra comprensión global del ser: si es la materia inerte, o más bien la inteligencia. O si ni lo uno ni lo otro. Se trata de ver hasta dónde podemos llegar buscando una respuesta a esto…

P. ― ¿Y no le parece que se trata una pregunta pasada de moda en un contexto cultural postmoderno? Supongo que ni al papa Francisco ni a sus compañeros de armas les interesará especialmente este tipo de estudios…


R. ―
En efecto, desde un punto de vista postmoderno, y post-fáctico, la cuestión de cuál sea la realidad primera es una cuestión carente de interés. El sofista no se interesa por asuntos así. Pero precisamente ése es el segundo motivo para plantearla. Y el que me gustaría subrayar ahora. Porque insistir, justo en estos momentos, en los temas importantes de la filosofía, insistir en la indagación de semejantes temas, y hacerlo en diálogo con la tradición filosófica occidental y con confianza en el poder de la razón, constituye un acto de rebeldía. De resistencia contra la barbarie y la decadencia intelectual en la que nos hallamos inmersos.

La mayor parte de nosotros no tenemos influencia alguna en el curso de los acontecimientos del mundo. No podemos influir ni en Roma, ni en Berlín, ni en Nueva York. Pero podemos al menos esforzarnos por mantener en nuestro entorno inmediato ambientes de pensamiento fuerte, de búsqueda apasionada de la verdad, en medio de tanta destrucción, tanto abandono y tanta charlatanería postmoderna...

P. ― ¿Un poco a la manera de nuevos ambientes monacales?

R. ― Quizás. Algo así… Y quién sabe si estos ambientes no podrán llegar a convertirse algún día en semillas de renacimiento. Quién sabe si entre los restos del naufragio en el que se ha convertido nuestra cultura (¡y nuestra Iglesia!) no veremos desarrollarse de nuevo un pensamiento occidental vigoroso, digno del que produjeron nuestros antepasados. En todo caso, es una tarea que merece la pena. A pesar de todo… y, por supuesto, a pesar de Bergoglio y de sus zarpazos de bárbaro a la Veritatis Splendor y la Fides et Ratio.

No puedo probarlo, pero estoy convencido de que los bárbaros terminarán extinguiéndose mucho antes que el esplendor de la verdad…


Nota: Esta entrevista a Francisco Soler es del 14 de septiembre de 2017

Súplica Filial al papa Francisco sobre el futuro de la Familia




Comunicado de prensa de la Filial Súplica en el Centenario de la última aparición de Nuestra Señora de Fátima

Roma, 13 de octubre del 2017

El día 29 de septiembre de 2017, festividad de San Miguel y de todos los Arcángeles, la Secretaría de Estado de la Santa Sede recibió la Filial Súplica al Papa Francisco sobre el futuro de la Familia, suscrita por 790.190 católicos procedentes de 178 países, entre los cuales ocho cardenales, 203 arzobispos y obispos e incontables sacerdotes de todo el mundo. Más tarde, fueron entregadas 89.261 nuevas adhesiones, totalizando 879.451 firmantes.

El texto suplicaba al Papa Francisco “una esclarecedora palabra” que disipase la “generalizada desorientación causada por la eventualidad de que en el seno de la Iglesia se haya abierto una brecha que permita la aceptación del adulterio —mediante la admisión a la Eucaristía de parejas divorciadas vueltas a casar civilmente”.

Hasta el día de hoy, el seccretariado de la “Filial Súplica”, que para el efecto representa una coalición de más de 60 instituciones pro-familia y pro-vida de los 5 Continentes, no ha recibido siquiera un acuse de recibo de parte de la Santa Sede. Esa omisión resulta tanto más paradójica en cuanto que el Papa Francisco manifiesta que desea una Iglesia abierta a los problemas de los fieles y al pueblo en general, y abierta al diálogo.

Trascurrido el segundo Sínodo sobre la Familia y publicada la exhortación Amoris Laetitia, los organizadores de la “Filial Súplica” redactaron una “Declaración de Fidelidad a la enseñanza inmutable de la Iglesia sobre el matrimonio y a su ininterrumpida disciplina” recibida de los Apóstoles, dando curso así a una sugerencia comunicada por altas esferas eclesiásticas. No disponiendo de los mismos medios logísticos de la primera iniciativa y tratándose esta vez de un documento significativamente más extenso, el secretariado de la“Filial Súplica” colocó en fecha XXX dicha Declaración en su sito internet, de modo que la pudieran firmar aquellos que así lo desearan.

La Declaración de Fidelidad ha alcanzado la suma de 35.112 firmas, entre las cuales se cuentan las firmas de 3 cardenales, 9 obispos, 636 entre sacerdotes diocesanos y religiosos, 46 diáconos, 25 seminaristas, 51 hermanos religiosos, 150 entre religiosas de clausura y de vida activa, a los cuales se deben agregar 458 laicos entre académicos en general, profesores de teología, profesores de religión, catequistas y agentes pastorales.

¿Qué afirman los firmantes de la Declaración de fidelidad?*

Como ya el título lo dice, ellos reiteran en modo explícito y formal “la enseñanza inmutable de la Iglesia sobre el matrimonio y su ininterrumpida disciplina” a causa de que “errores acerca del matrimonio y de la familia han sido muy difundidos en el ámbito católico después del Sínodo extraordinario y del Sínodo ordinario sobre la familia y la publicación de Amoris Laetitia”.
En este cuadro general, la Declaración expresa “la voluntad de los firmantes de permanecer fieles a las enseñanzas inmutables de la Iglesia sobre la moral y sobre los sacramentos del matrimonio, de la Reconciliación y de la Eucaristía y a su perenne disciplina por lo que dice respecto a dichos sacramentos”.
Entre otros importantes aspectos, los firmantes específicamente desean reiterar que “todas las formas de convivencia more uxorio (como esposo y esposa) fuera de un matrimonio válido son gravemente contrarias a la voluntad de Dios; que las uniones irregulares contradicen el matrimonio querido por Dios y jamás pueden ser aconsejadas como un prudente y gradual cumplimiento de la Ley Divina”.

Ellos reafirman también que una conciencia bien formada no puede concluir:

- Que la permanencia en una situación objetivamente pecaminosa sea lo que Dios en esa circunstancia pida de ella; 
- que el cumplimiento del sexto mandamiento y la indisolubilidad del Evangelio sean meros ideales; 
- que a veces pueda ser insuficiente la gracia para vivir castamente en el propio estado, lo que supuestamente daría un “derecho” a algunos a recibir la absolución y la Eucaristía; 
- que basta tener una conciencia subjetiva para auto-absolverse del pecado de adulterio.
Enseñar y ayudar los fieles a vivir conforme a estas verdades – concluyen los signatarios – es en sí mismo una “eminente obra de misericordia y caridad”, recordando que si la Iglesia alterara la norma de negar el acceso a la Eucaristía a quien se encuentra manifiestamente en un estado objetivo de pecado grave, Ella se comportaría como “propietaria de los sacramentos” y no como “su fiel administradora”, encargo que le fuera conferido por Nuestro Señor.

Si bien diferente de otras iniciativas tendientes a pedir esclarecimientos para poner fin a la situación patente de anómala confusión y perplejidad imperante en la Iglesia, la Declaración de Fidelidad, con su nutrido y calificado número de firmantes eclesiásticos y civiles, se constituye así como otra voz que emerge en el coro de preocupaciones suscitadas por el capítulo 8 de Amoris Laetitia y por las contradictorias interpretaciones que lo han seguido.

En efecto, esta perplejidad de innumerables fieles de todos los continentes encuentra una resonancia de autoridad en los cinco dubia presentados por cuatro cardenales en septiembre del 2016, solicitando fraternalmente al Papa que les hiciera saber si, después de dicha exhortación apostólica, continuaba vigente la enseñanza acerca de la existencia de normas morales absolutas, válidas sin excepción, que prohiben practicar actos intrínsecamente malos como el adulterio, y si era posible ahora conceder la absolución en el sacramento de la Penitencia y, en consecuencia, admitir a la Santa Eucaristía a una persona que, estando unida por un vínculo matrimonial válido, convive en adulterio con otra, sin que se hayan cumplido las condiciones previstas por la moral tradicional y el código de derecho canónico. 

El Santo Padre ha decidido no responderles y – causando aún mayor desconcierto entre tantos fieles – tampoco concederles la audiencia privada que los referidos purpurados le solicitaban en carta del 25 de abril pasado, para tratar de ese tema, en vista de las “numerosas declaraciones de obispos, cardenales y hasta de conferencias episcopales que aprueban lo que el Magisterio de la Iglesia jamás aprobó”, de suerte que “lo que es pecado en Polonia es bueno en Alemania y lo que es prohibido en la arquidiócesis de Filadelfia es lícito en Malta”.
La más reciente manifestación de esa voluntad del Papa Francisco de mantenerse en silencio y de permitir que se agrave el panorama de confusión por la difusión de graves errores teológicos y morales es el mutismo ante la “Corrección filial por la propagación de errores” elevada a Su Santidad el pasado 11 de Agosto por un grupo de pastores de almas y de académicos. Grupo éste al cual cada día se suman nuevos y calificados adherentes.
En archivo separado sigue una lista de algunas de las personalidades de relieve que han firmado la “Declaración de Fidelidad a la enseñanza inmutable de la Iglesia sobre el matrimonio y a su ininterrumpida disciplina”.

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Nota: Aparecen al día de hoy 1378 firmantes en esa lista. Ver aquí

El número 2 del Opus Dei censura a varios miembros de la Prelatura acusándoles de “escandalizar a toda la Iglesia”





En una entrevista, Mariano Fazio desautoriza con inusitada dureza a miembros del Opus Dei que han firmado la “correctio filialis” y les acusa de “escandalizar a toda la Iglesia con manifestaciones de desunión”.

El Opus Dei tiene una larga tradición de respeto a la libertad de los fieles en lo que a cuestiones opinables se refiere, una tradición querida por el propio fundador, San Josemaría Escrivá, que Fazio acaba de romper en un acto sin precedentes.

En una entrevista, el vicario general del Opus Dei y por tanto número 2 de la prelatura, Mariano Fazio, arremete duramente contra miembros de la prelatura que han firmado esta pasada semana una carta de ‘corrección filial’ al Sumo Pontífice, una carta que primero fue entregada en mano para, dos meses después, hacerse pública.

Fazio acusa a los hijos de la prelatura de “escandalizar a toda la Iglesia”, “estar equivocados”, “atacar al Papa” y “sembrar desunión”


A continuación, algunos extractos de la entrevista publicada por La Nación el 25 de septiembre de 2017 al vicario general del Opus Dei, el también argentino Mariano Fazio:

– Cambiando de tema y volviendo al Vaticano, este quinto año del Papa está siendo difícil: en los últimos días una minoría ultraconservadora pidió una corrección filial” de su apertura a los divorciados vueltos a casar en la exhortación apostólica Amoris Laetitia (AL) y lo ha acusado de propagar herejías. ¿Qué opina de este nuevo ataque?

-Lamentablemente no es la primera vez en la historia de la Iglesia de los últimos años donde hay grupos de personas que atacan al Papa, algunos me imagino con buena intención. Me parece que por un lado es una manifestación de la libertad de opinión que hay en la Iglesia y que el Papa respeta. Por otro lado me parece que es un método totalmente equivocado porque si se trata de una relación filial, un hijo no “corrige” a su padre en público. Cualquier fiel, obispo, cardenal, laico tiene derecho a decirle al Papa lo que le parezca por el bien de la Iglesia, pero me parece que no tiene derecho a hacerlo públicamente y escandalizar a toda la Iglesia con estas manifestaciones de desunión.
-Entre los firmatarios de la carta que pide la “corrección filial” apareció el italiano Ettore Gotti Tedeschi, ex presidente del Instituto de Obras para la Religión (IOR, el banco del Vaticano), que es supernumerario del Opus Dei…
-Considero que él también se ha equivocado, como los demás que han firmado.
-Algunos se habían ilusionado con que terminarían las intrigas en el Vaticano con la llegada de Francisco, pero de nuevo hay venenos. Libero Milone, el ex auditor general denunció hace unos días haber sido echado por un “viejo grupo de poder” que se resiste a las reformas financieras… Y la Santa Sede lo acusó de haberse excedido de sus funciones y de haber espiado a miembros del Vaticano…
-No estoy metido en el fondo del tema. Conozco muchísimas personas de la curia romana y la inmensa mayoría de ellos trabaja silenciosamente, con gran espíritu de servicio, con deseo de servir a la Iglesia y ellos no son noticia. Los que son noticia son los que tienen actitudes un poco ambiguas que despiertan sospechas. Sé que el Santo Padre sufre con esta situación. No soy experto en temas económicos, pero me parece que se han dado paso significativos sobre la transparencia de las finanzas vaticanas, en particular en el IOR. Pero toda reforma, no sólo en la Iglesia, sino en cualquier sociedad, genera reacciones contrarias de personas que están acomodadas y que no quieren que cambie nada, que me parece que son reacciones bastante lógicas desde un punto de vista humano. Me gustaría que por parte de todos los miembros de la curia hubiera mayor espíritu de colaboración y servicio con la reforma que el Papa quiere llevar a cabo.
-¿Ve mucha resistencia?
-Me parece que lo que sale en los medios de comunicación son el pequeño grupo que le resiste al Papa, porque no es noticia que un cardenal, obispo o un oficial de la curia vaticana obedezcan al Papa…
-¿Es una minoría ruidosa entonces?
-Me parece que sí.
-¿Cómo ve el Opus Dei la apertura que hay en el capítulo ocho de AL a los divorciados vueltos a casar, que tanto revuelo ha generado en los sectores conservadores?
-El Opus Dei, como todos los católicos, siempre está con el Papa, es una tradición continua en la historia de la obra que lo hemos aprendido de San Josemaría Escrivá de Balaguer, que decía que hay que estar con el Papa quien quiera que sea. Siempre estaremos con el Papa. En lo que se refiere a AL el prelado (monseñor Fernando Ocáriz) ha escrito: “Pensad también, con corazón grande, cómo ayudar a quienes se encuentran en las así llamadas “situaciones irregulares”. El Papa Francisco ha reafirmado que la doctrina no cambia, pero urge a mejorar la atención de estos hermanos y hermanas, a los que es preciso acompañar con una mirada más cercana, de acogida y discernimiento, que les facilite superar esas situaciones, con la gracia de Dios”.
-Algunos, en el Vaticano, dicen que el Opus Dei tiene una visión de Iglesia distinta a la del Papa…
-Desde que el Papa ha sido elegido ha tenido muchas manifestaciones de cercanía y aprecio por el Opus Dei. En lo que a mí respecta tengo una amistad con él de la cual todavía estoy emocionado. Ha querido confirmar la elección del prelado el mismo día, una manifestación de grandísima confianza, ha manifestado en la primera entrevista del prelado un agradecimiento por lo que estamos haciendo al servicio de la Iglesia, ha estado muy cercano en torno a la muerte del prelado anterior, Javier Echevarría, ha beatificado al primer sucesor de San José María Escrivá de Balaguer, Álvaro del Portillo, ha firmado tres documentos de virtudes heroicas de fieles de la obra, que están en proceso de beatificación, con lo cual no podemos no estar sino agradecidos por la cercanía que ha manifestado en estos años. En los continuos contactos que tenemos con el Papa siempre ha manifestado su apoyo, su impulso apostólico y en la primera audiencia con el prelado nos encargó directamente las periferias de las clases medias, del mundo del trabajo, diciéndonos algo así como que “ése es su carisma, adelante, siguiendo los pasos de san Josemaría”.
-Usted lo conoce a Jorge Bergoglio desde la Conferencia de Aparecida (2007) y estamos en el quinto año de pontificado: ¿cuáles fueron para usted los aportes del Papa a la Iglesia?
-Creo que el Papa desde un punto de vista de la fe siempre es el sucesor de Pedro y por lo tanto hay una gran continuidad con la tradición de la Iglesia. Desde un punto de vista humano, cada Papa es de un país determinado, de una cultura distinta y el Papa ha aportado une estilo nuevo que lo definiría cercano, auténtico, espontáneo, evangélico. Y eso ha hecho que mucha gente se acerque a Dios y a la Iglesia, que estaba muy alejada, al comprobar que es un líder que vive lo que dice. Los otros papas anteriores han sido buenísimos y de altísimo nivel, creo que este estilo es muy revolucionario. Se trata, como dice el papa Francisco, de la revolución de la ternura, del amor, de la cercanía, de la preocupación por los demás. Esto es su gran aporte.
-¿Cómo es la situación interna del Opus Dei con el nuevo prelado y usted como el número dos?
-Estamos viviendo un momento de gran unidad y manteniéndonos muy fieles al espíritu de la Obra, pero también estamos en un momento de fidelidad dinámica porque los tiempos cambian y el Opus Dei es un cuerpo vivo que cambia con los tiempos, manteniendo siempre la fidelidad al carisma fundacional. En ese sentido le estamos haciendo mucho eco a la idea de Iglesia en salida del Papa y queremos fomentar más iniciativas y que todo el mundo piense “yo, en mi circunstancia, qué puedo hacer para llevar el Evangelio a todas las periferias”. Periferias que son sociales, existenciales, pero también culturales.

domingo, 15 de octubre de 2017

Cardenal Ratzinger: Criticar las observaciones papales es "necesario" cuando éstas "carecen de apoyo"




9 de octubre de, 2017 ( LifeSiteNews.com ) - El cardenal Ratzinger, futuro Papa Benedicto XVI advirtió en la década de 1970 que los papas pueden hacer “declaraciones” que fuesen incompatibles con la doctrina auténtica e histórica de la Iglesia Católica, y que eso haría necesaria la “crítica” de esos pronunciamientos.

Las declaraciones, que se hicieron treinta y tres años antes de que Joseph Raztinger se convirtiera en papa, fueron republicadas en 2009, cuatro años después de convertirse en el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica.

"La fe se basa en los datos objetivos de la Escritura y del dogma, que en tiempos oscuros también pueden desaparecer asustadizos de la conciencia de la mayor parte del cristianismo (estadísticamente), sin perder en modo alguno su carácter obligatorio y vinculante, "Fr. Joseph Ratzinger señaló en 1972.

En tales casos, el Papa debe "ir contra las estadísticas" que indican la popularidad de falsas enseñanzas, "y esto tendrá que ser tan decisivo como el testimonio de la tradición es claro", escribió Ratzinger.

"Por el contrario, la crítica de los pronunciamientos papales será posible e incluso necesaria, en la medida en que carezcan de apoyo en la Escritura y el Credo, es decir, en la fe de toda la Iglesia", agregó.

Ratzinger sostuvo que incluso una "decisión final vinculante" por el papa no sería válida si no hubiera "evidencia clara de las fuentes" de la doctrina católica.

"Cuando no se tiene el consenso de toda la Iglesia ni hay una evidencia clara de las fuentes, no es posible una decisión final vinculante. Si se diese formalmente, 
estarían faltando las condiciones para tal acto y, por lo tanto, habría que preguntarse sobre su legitimidad", escribió.

Los pasajes fueron escritos como parte de una obra titulada "Das neue Volk Gottes", publicada en 1972 y reeditada en una antología de sus obras, "Fede, ragione, verità e amore" "razón, verdad y amor") en 2009, después de que Ratzinger se convirtiera en papa. Las palabras fueron traducidas al inglés para un reciente post en el extensamente leído blog Rorate Caeli.

Las citas se han revelado en medio de una avalancha de acusaciones de impiedad y desobediencia lanzadas contra los firmantes de la "corrección filial" del Papa Francisco, realizada para corregir públicamente al Papa.  La Corrección le acusa de haber enseñado en su exhortación apostólica Amoris Laetitia 
varias "herejías" relativas a la naturaleza del pecado y a la posibilidad de recibir la Sagrada Comunión en estado de pecado mortal.

El Vicario General del Opus Dei, asociación de fieles católicos con alcance e influencia mundial,  ha acusado a los firmantes de la Corrección Filial de "atacar al Papa" corrigiéndolo públicamente, un sentimiento que comparte Robert Fastiggi, teólogo y profesor de seminario. 


El principal portavoz de los firmantes, Joseph Shaw, ha observado que los intentos privados de corregir al Papa han sido silenciados y que el Código de Derecho Canónico habla de un "deber" de los fieles de dar a conocer, a veces,  sus opiniones a otros católicos .

Se han hecho acusaciones similares contra los cuatro cardenales que sometieron cinco preguntas o "dubia" al Papa Francis a finales de 2016, pidiéndole una aclaración de ciertos puntos en Amoris Laetitia.

Matthew Cullinan Hoffman

Dos presos peligrosos recién fugados echan por tierra la opinión personal de Francisco, contraria a las Sagradas Escrituras y al Magisterio de la Iglesia, de que la pena de muerte es siempre "inadmisible" y contraria al Evangelio




Dos presos peligrosos recién fugados han echado por tierra la opinión personal de Francisco -contraria a las Sagradas Escrituras y al Magisterio de la Iglesia, incluyendo los escritos de varios Santos y Doctores de la Iglesia, así como la de al menos dos Concilios Ecuménicos Dogmáticos-, de que la pena de muerte es siempre "inadmisible".

La policía italiana acaba de hacer público un suceso que se produjo hace dos semanas, el pasado domingo 1 de octubre. Ese día, dos de los veinte presos invitados a compartir con Francisco un almuerzo, consistente en lasaña y costilleta, en la iglesia de San Petronio de Bolonia (Italia) -profanación aparte-, aprovecharon el festín para escaparse. Se trata de dos napolitanos clasificados como "socialmente peligrosos", que estaban a cargo del capellán de la Casa de Trabajo y Reclusión de Castelfranco-Emilia, un centro de rehabilitación al final de las condenas, que cuenta con una sección para drogadictos y otra para presos socialmente peligrosos -los sociópatas son personas que no muestran empatía por otros, ni remordimientos por sus acciones-.

El referido capellán era el responsable de llevar a los veinte presos a participar en la cuchipanda en el interior del templo, con ayuda de algunos voluntarios que colaboran en programas de rehabilitación. Tras su llegada en el autobús y tras participar "devotamente" en el rezo del Ángelus previo a la comilona, estos dos presos decidieron que era el momento de poner pies en polvorosa. Al sentarse a la mesa, los responsables se dieron cuenta de que quedaban libres dos sillas. Faltaban los dos napolitanos "socialmente peligrosos", que ya son libres para cometer cualquier delito -incluyendo maltratos, violaciones o asesinatos, si les apetece-, gracias a la generosa y misericordiosa invitación de Francisco para profanar reutilizar la iglesia de San Petronio celebrando una francachela en su interior.

Este suceso es uno de los que, en la práctica -la teoría es muy bonita, pero la realidad es muy tozuda-, pone en solfa las recientes afirmaciones de Francisco, en las que expresaba su opinión personal -totalmente opuesta a las Sagradas Escrituras y al Magisterio de la Iglesia, incluyendo lo enseñado por los Apóstoles, Doctores de la Iglesia, los dos últimos Concilios Ecuménicos Dogmáticos y todos los Papas anteriores a él-, de que la pena de muerte es siempre "inadmisible". Dicha opinión la expresó el pasado miércoles 11 de octubre, durante un discurso sobre la pena de muerte en un encuentro organizado por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, con motivo del XXV Aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica en 1992.

Lo grave de dichas palabras, aparte de la ya acostumbrada y frecuente manipulación o tergiversación a la que suele recurrir Francisco para justificar sus ideas personales en aquellas ocasiones en que éstas son claramente incompatibles con las Sagradas Escrituras, la Doctrina o el Magisterio de la Iglesia, radica en el hecho de que esta vez ha cargado contra toda la Iglesia anterior a él, al tratar de justificar que Ésta se ha equivocado durante más de dos mil años y que el acertado es él. ¿Cuál es su argumento? ¡Que la doctrina progresa! 

Eufemismo empleado para reconocer que trata, simple y llanamente, de cambiar la doctrina, para lo cual carece de toda potestad, aparte de que el aludido "progreso" de la doctrina al que se refiere Francisco está solemnemente condenado por el Sacrosanto y Ecuménico Concilio Vaticano I.
En el discurso, transcrito íntegramente en español en la página web oficial de la Santa Sede (puede leerse aquí), Francisco ha afirmado:

Esta cuestión no se puede reducir al mero recuerdo de un principio histórico, sin tener en cuenta no sólo el progreso de la doctrina llevado a cabo por los últimos Pontífices, sino también el cambio en la conciencia del pueblo cristiano, que rechaza una actitud complaciente con respecto a una pena que menoscaba gravemente la dignidad humana.
 
Hay que afirmar de manera rotunda que la condena a muerte, en cualquier circunstancia, es una medida inhumana que humilla la dignidad de la persona. Es en sí misma contraria al Evangelio porque con ella se decide suprimir voluntariamente una vida humana, que es siempre sagrada a los ojos del Creador y de la que sólo Dios puede ser, en última instancia, su único juez y garante.
[Y tras citarse a sí mismo, en unas palabras pronunciadas en 2015, continúa]:
Por tanto, a nadie se le puede quitar la vida ni la posibilidad de una redención moral y existencial que redunde en favor de la comunidad.
En los siglos pasados, cuando no se tenían muchos instrumentos de defensa y la madurez social todavía no se había desarrollado de manera positiva, el recurso a la pena de muerte se presentaba como una consecuencia lógica de la necesaria aplicación de la justicia. Lamentablemente, también en el Estado Pontificio se acudió a este medio extremo e inhumano, descuidando el primado de la misericordia sobre la justicia 
Asumimos la responsabilidad por el pasado, y reconocemos que estos medios fueron impuestos por una mentalidad más legalista que cristiana. La preocupación por conservar íntegros el poder y las riquezas materiales condujo a sobreestimar el valor de la ley, impidiendo una comprensión más profunda del Evangelio. Sin embargo, permanecer hoy neutrales ante las nuevas exigencias de una reafirmación de la dignidad de la persona nos haría aún más culpables.
Es curioso que el clero "progresista", al que evidentemente pertenece el actual ocupante de la cátedra de San Pedro, cuando se trata del plano meramente material suele anteponer la justicia a la misericordia -por ejemplo, exigiendo "justicia" social y "derechos" y rechazando la simple y cristiana caridad, en la que no se ama al prójimo porque éste se lo merezca, sino por amor a Dios-; pero si se trata de la salvación o condenación eterna de las almas suele hacer justo lo contrario: anteponer -cuando no contraponer- la misericordia a la justicia -como si fueran incompatibles-, presentando una caricatura de Dios, como si Éste fuera un simpático abuelito que malcría a sus nietos consintiéndoles todo, premiándoles siempre y perdonándoles todo, aunque no se arrepientan, ni se corrijan e incluso ni siquiera pidan perdón cuando cometen maldades. Ese dios injusto es incompatible con lo que Dios ha expresado sobre Sí mismo a lo largo de toda la Revelación y que la Iglesia ha transmitido durante más de dos milenios a través de la Sagrada Tradición y el Magisterio de la Iglesia.

Las infumables palabras de Francisco, además de versar sobre un tema del que carece doblemente de potestad -por un lado, es el poder civil, como ha sido siempre, el que decide si sus leyes o códigos penales incluyen o no la pena capital; y, por otro, Francisco no puede cambiar el Magisterio de la Iglesia-, tratan de engañar a los incautos presentando un "progreso" de la doctrina en el Magisterio de los últimos Papas, cuando tal cosa es falsa:  Juan Pablo II sostuvo y expuso el Magisterio que la Iglesia ha enseñado siempre y que permite la pena de muerte en determinadas circunstancias, como se puede comprobar en el Catecismo de la Iglesia Católica que él mismo promulgó. 

El "progreso" sugerido no fue el paso de la aceptación de la pena de muerte a su condena por parte de la Iglesia o del mismo Juan Pablo II, sino la mejora en las condiciones de retención de los reos que han cometido crímenes execrables: actualmente, sostenía Juan Pablo II, pueden darse las condiciones que hagan innecesaria -no que sea inadmisible o inmoral- el recurso a la pena de muerte. 

En realidad, las palabras del Papa Wojtyła fueron bien claras, aunque más teóricas que prácticas, como se comprueba por los dos presos fugados recientemente o el caso del Capo Guzmán -que además de haber podido escapar, desde la misma cárcel dirigía sus negocios de narcotráfico y podía mandar asesinar a muchas personas-, ejemplo que ya di como respuesta a un comentario en la entrada "El Papa Francisco nuevamente contra el Catecismo de la Iglesia Católica y el Magisterio bimilenario: esta vez a cuenta de la pena de muerte".

Es totalmente deshonesto presentar como "en línea" con lo dicho por Papas anteriores lo que, en realidad, es precisamente lo contrario y una clara ruptura con lo que dichos Papas han enseñado. Esto también lo hemos visto a propósito de "Amoris laetitia", documento en el que, de forma totalmente torticera, se tergiversa el Magisterio pontificio precedente o lo dicho por Santo Tomás de Aquino, para defender justo lo contrario. Y ello, sacando frases de contexto, cuando no cambiándolas directamente, o recortando textos, para poder reinterpretarlos de tal forma que parezca que dicen justo lo contrario de lo que realmente dicen.

Pero el colmo de la deshonestidad se produce cuando, más adelante, se atreve a afirmar, citando a continuación a San Vicente de Lérins -que más que ayudarle en su defensa, evidencia su manipulación-, lo siguiente:
El desarrollo armónico de la doctrina, sin embargo, requiere que se deje de sostener afirmaciones en favor de argumentos que ahora son vistos como definitivamente contrarios a la nueva comprensión de la verdad cristiana. Además, como ya mencionaba san Vicente de Lerins...
Tal afirmación está condenada con anatema por el Sacrosanto y Ecuménico Concilio Vaticano I (dogmático). Aquí no existe ninguna "nueva comprensión" de la verdad cristiana, sino un burdo intento de cambiar lo que la Iglesia siempre ha enseñado y los cristianos siempre han creído. 

Ya expuse esto mismo el pasado 8 de abril de 2016, cuando, con motivo de la presentación de "Amoris laetitia" en una conferencia dada en el Aula Juan Pablo II de la Sala Stampa de la Santa Sede por los cardenales Lorenzo Baldisseri, secretario general del infausto sínodo de la familia, y Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, éste último, en la sesión de preguntas y respuestas, además de citar torticeramente a varios Papas postconciliares -por lo visto, no hubo otros antes, y si los hubo, mejor olvidarlos-, fundamentalmente a Juan Pablo II y a S. S. Benedicto XVI, para justificar la comunión de los adúlteros -algo que ambos Papas jamás consideraron permisible-, repitió en varias ocasiones la idea, no católica, del "desarrollo orgánico de la doctrina", algo condenado, como ya he dicho, explícita y solemnemente por el Concilio Vaticano I, que en la Constitución dogmática «Filius Dei» sobre la Fe Católica define lo siguiente:
"Así pues, la doctrina de la fe que Dios ha revelado es propuesta no como un descubrimiento filosófico que puede ser perfeccionado por la inteligencia humana, sino como un depósito divino confiado a la esposa de Cristo para ser fielmente protegido e infaliblemente promulgado. De ahí que también hay que mantener siempre el sentido de los dogmas sagrados que una vez declaró la Santa Madre Iglesia, y no se debe nunca abandonar bajo el pretexto o en nombre de un entendimiento más profundo. «Que el entendimiento, el conocimiento y la sabiduría crezcan con el correr de las épocas y los siglos, y que florezcan grandes y vigorosos, en cada uno y en todos, en cada individuo y en toda la Iglesia: pero esto sólo de manera apropiada, esto es, en la misma doctrina, el mismo sentido y el mismo entendimiento»".
En el Canon III del mencionado capítulo IV "Sobre la fe y la razón", se condena solemnemente
"Si alguno dijere que es posible que en algún momento, dado el avance del conocimiento, pueda asignarse a los dogmas propuestos por la Iglesia un sentido distinto de aquel que la misma Iglesia ha entendido y entiende: sea anatema".
Pero, a pesar de ello, a Francisco le da igual y, poniéndose el mundo por montera, ya en la introducción de "Amoris laetitia" hablaba de "profundizar cuestiones doctrinales y morales" o de "reflexión creativa de los pastores y teólogos para encontrar mayor claridad", en vez de decir claramente "cambiar la doctrina y la moral católicas". 
Como ya expliqué en otra entrada (ver aquí), los dogmas no "evolucionan", ni existe -como lo expresó el Cardenal Schönborn en la presentación del documento antes referida-, ningún "desarrollo orgánico de la doctrina". Tal subterfugio, por parte de quienes pretenden cambiar la Doctrina y la Moral de la Iglesia con la excusa de una "profundización" o "comprensión mayor" a lo largo del tiempo, para hacerla decir lo contrario de como siempre lo ha entendido la Iglesia, está explícitamente condenado en el Canon III del capítulo IV, "Sobre la fe y la razón", de la Constitución dogmática del Concilio Vaticano I «Filius Dei» sobre la Fe Católica, como ya he señalado. 
A pesar de ello, Francisco no ha tenido reparo alguno en sostener que:
"En la Iglesia es necesaria una unidad de doctrina y de praxis, pero ello no impide que subsistan diferentes maneras de interpretar algunos aspectos de la doctrina o algunas consecuencias que se derivan de ella".
Es decir, que puedan "interpretarse" de forma diferente a como siempre lo ha hecho la Iglesia. Exactamente lo que el Concilio Vaticano I condenó solemnemente. Y a continuación lo reitera, afirmando que "esto sucederá hasta que el Espíritu nos lleve a la verdad completa" -idea que vuelve a repetir en el discurso objeto de esta entrada-, como si la Iglesia llevara dos mil años conociendo sólo la verdad a medias o, lo que es peor, malinterpretándola y enseñando falsedades. Como puede verse, esta idea se opone frontalmente a lo que siempre ha creído y enseñado la Iglesia Católica.

Resulta, pues, sorprendente, que recurra precisamente a San Vicente de Lérins para sostener algo contrario a lo que la Iglesia ha creído y enseñado siempre, pues es a este Santo a quien debemos la más conocida cita sobre la inmutabilidad de lo que la Iglesia cree y enseña:
Sostenemos la fe que ha sido creída en todas partes, siempre y por todos (QVOD VBIQVE QVOD SEMPER QVOD AB OMNIBVS CREDITVM EST)
Es decir, la verdad católica básica que legitima el desarrollo de la doctrina católica deja intacta "la misma doctrina, el mismo sentido y la misma interpretación", exactamente como afirmó el Concilio Vaticano I, que condena justamente lo contrario en el ya mencionado Canon III del capítulo IV, "Sobre la fe y la razón", de la Constitución Dogmática del Concilio Vaticano I «Filius Dei» sobre la Fe Católica.

Centrándonos en el tema que nos ocupa, la pena de muerte, y dejando de lado las prescripciones del Antiguo Testamento sobre la misma, veamos lo que el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia ha dicho sobre este tema a lo largo de los más de dos mil años de Historia de la Iglesia:


Santos Evangelios:

“Pero el otro [malhechor] le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros la sufrimos con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, este nada malo ha hecho.» Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,40-43)

“Si he cometido alguna injusticia o crimen digno de muerte, no rehuso morir” (Hch 25,11)

“Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación. En efecto, los magistrados no son de temer cuando se obra el bien, sino cuando se obra el mal. ¿Quieres no temer a la autoridad? Obra el bien, y obtiendrás de ella elogios, pues la autoridad es para ti un servidor de Dios para el bien. Pero, si obras el mal, teme: pues no en vano lleva espada: pues es un servidor de Dios para hacer justicia y castigar al que obra el mal (Rm 13,1-4)

San Clemente de Alejandría:

“Por la salud del cuerpo soportamos hacernos amputar y cauterizar, y aquel que suministra estos remedios es llamado médico, salvador; él amputa algunas partes del cuerpo para que no se enfermen las partes sanas; no es por rencor o maldad hacia el paciente sino según la razón del arte que le sugiere y nadie, por lo tanto, acusaría de maldad al médico por su arte. […] Cuando [la ley] ve a alguien de tal modo que parezca incurable, viéndolo ir por el camino de la extrema injusticia, entonces se preocupa de los otros para que no vayan a la perdición por obra de aquel, y como cortando una parte del cuerpo entero lo manda a la muerte (Stromata)

San Agustín (Doctor de la Iglesia):

“Hay algunas excepciones, sin embargo, a la prohibición de no matar, señaladas por la misma autoridad divina. En estas excepciones quedan comprendidas tanto una ley promulgada por Dios de dar muerte como la orden expresa dada temporalmente a una persona. Pero, en este caso, quien mata no es la persona que presta sus servicios a la autoridad; es como la espada, instrumento en manos de quien la maneja. De ahí que no quebrantaron, ni mucho menos, el precepto de no matarás los hombres que, movidos por Dios, han llevado a cabo guerras, o los que, investidos de pública autoridad, y ateniéndose a su ley, es decir, según el dominio de la razón más justa, han dado muerte a reos de crímenes (La Ciudad de Dios, libro I, c. 21)

“Algunos hombres grandes y santos, que sabían muy bien que esta muerte que separa el alma del cuerpo no se debe temer; sin embargo, según el parecer de aquellos que la temen, castigaron con la pena de muerte algunos pecados, bien para infundir saludable temor a los vivientes, o porque no dañaría la muerte a los que con ella eran castigados, sino el pecado que podría agravarse si viviesen. No juzgaban desconsideradamente aquellos a quienes el mismo Dios había concedido un tal juicio. De esto depende que Elías mató a muchos, bien con la propia mano, o bien con el fuego, fruto de la impetración divina; lo cual hicieron también otros muchos excelentes y santos varones no inconsideradamente, sino con el mejor espíritu, para atender a las cosas humanas” (El Sermón de la Montaña, c. 20, nº 64).

Inocencio III: exigió a los herejes valdenses que reconocieran, como parte de la fe católica, que:

El poder secular puede sin caer en pecado mortal aplicar la pena de muerte, con tal que proceda en la imposición de la pena sin odio y con juicio, no negligentemente sino con la solicitud debida” (DS 795/425, citado por Avery Dulles, Catholicism and Capital Punishment)

Santo Tomás de Aquino (Doctor de la Iglesia):

“Se prohíbe en el decálogo el homicidio en cuanto implica una injuria, y, así entendido, el precepto contiene la misma razón de la justicia. La ley humana no puede autorizar que lícitamente se dé muerte a un hombre indebidamente. Pero matar a los malhechores, a los enemigos de la república, eso no es cosa indebida. Por tanto, no es contrario al precepto del decálogo, ni tal muerte es el homicidio que se prohíbe en el precepto del decálogo” (Suma Teológica, I-II, q.100, a.8, ad 3).

“Pues toda parte se ordena al todo como lo imperfecto a lo perfecto, y por ello cada parte existe naturalmente para el todo. Y por esto vemos que, si fuera necesaria para la salud de todo el cuerpo humano la amputación de algún miembro, por ejemplo, si está podrido y puede inficionar a los demás, tal amputación sería laudable y saludable. Pues bien: cada persona singular se compara a toda la comunidad como la parte al todo; y, por tanto, si un hombre es peligroso a la sociedad y la corrompe por algún pecado, laudable y saludablemente se le quita la vida para la conservación del bien común; pues, como afirma 1Co 5,6, un poco de levadura corrompe a toda la masa” (Suma Teológica, II-II, q.64, a.2)

“Esta clase de pecadores, de quienes se supone que son más perniciosos para los demás que susceptibles de enmienda, la ley divina y humana prescriben su muerte. Esto, sin embargo, lo sentencia el juez, no por odio hacia ellos, sino por el amor de caridad, que antepone el bien público a la vida de una persona privada (Suma Teológica, II-II, q.25, a.6, ad 2)

San Alfonso María de Ligorio (Doctor de la Iglesia):

“Duda II: Si, y en qué manera, es lícito matar a un malhechor.

Más allá de la legítima defensa, nadie excepto la autoridad pública puede hacerlo lícitamente, y en este caso sólo si se ha respetado el orden de la ley [...] A la autoridad pública se ha dado la potestad de matar a los malhechores, no injustamente, dado que es necesario para la defensa del bien común” (Theologia Moralis)

Es lícito que un hombre sea ejecutado por las autoridades públicas. Hasta es un deber de los príncipes y jueces condenar a la muerte a los que lo merecen, y es el deber de los oficiales de justicia ejecutar la sentencia; es Dios mismo que quiere que sean castigados” (Instrucciones para el pueblo)

Catecismo de Trento:

“Otra forma de matar lícitamente pertenece a las autoridades civiles, a las que se confía el poder de la vida y de la muerte, mediante la aplicación legal y ordenada del castigo de los culpables y la protección de los inocentes. El uso justo de este poder, lejos de ser un crimen de asesinato, es un acto de obediencia suprema al Mandamiento que prohíbe el asesinato”.

Catecismo de San Pío X:

“¿Hay casos en que es lícito quitar la vida al prójimo? Es lícito quitar la vida al prójimo cuando se combate en guerra justa, cuando se ejecuta por orden de la autoridad suprema la condenación a muerte en pena de un delito y, finamente, en caso de necesaria y legítima defensa de la vida contra un injusto agresor” (nº 415)

León XIII:

“Es un hecho común que las leyes divinas, tanto la que se ha propuesto con la luz de la razón tanto la que se promulgó con la escritura divinamente inspirada, prohíben a cualquiera, de modo absoluto, de matar o herir un hombre en ausencia de una razón pública justa, a menos que se vea obligado por necesidad de defender la propia vida (Encíclica Pastoralis Oficii, 12 de septiembre de 1881)

Venerable Pío XII:

“Aun en el caso de que se trate de la ejecución de un condenado a muerte, el Estado no dispone del derecho del individuo a la vida. Entonces está reservado al poder público privar al condenado del «bien» de la vida, en expiación de su falta, después de que, por su crimen, él se ha desposeído de su «derecho» a la vida (Discurso a los participantes en el I Congreso Internacional de Histopatología del Sistema Nervioso, nº 28, 13 de septiembre de 1952)

San Juan Pablo II:

“Es evidente que, precisamente para conseguir todas estas finalidades, la medida y la calidad de la pena deben ser valoradas y decididas atentamente, sin que se deba llegar a la medida extrema de la eliminación del reo salvo en casos de absoluta necesidad, es decir, cuando la defensa de la sociedad no sea posible de otro modo” (Encíclica Evangelium Vitae, nº 56, 25 de marzo de 1995)

Catecismo de la Iglesia Católica:

“A la exigencia de la tutela del bien común corresponde el esfuerzo del Estado para contener la difusión de comportamientos lesivos de los derechos humanos y las normas fundamentales de la convivencia civil. La legítima autoridad pública tiene el derecho y el deber de aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito. La pena tiene, ante todo, la finalidad de reparar el desorden introducido por la culpa. Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, adquiere un valor de expiación. La pena finalmente, además de la defensa del orden público y la tutela de la seguridad de las personas, tiene una finalidad medicinal: en la medida de lo posible, debe contribuir a la enmienda del culpable. La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas. Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana” (nº 2266-2267).
Además de las referidas citas, se podrían citar muchísimas más de Padres y Doctores de la Iglesia, Santos y grandes teólogos -San Juan Cristóstomo, San Gregorio Nacianceno, San Efrén, San Ambrosio, San Hilario de Poitiers, San Roberto Belarmino, San Pío V, Pío XI, Inocencio I, San Dámaso, San Bernardo, San Jerónimo, Santo Tomás Moro, San Francisco de Borja, San Francisco de Sales, Francisco de Vitoria, San Felipe Neri, Francisco Suárez, Beato Duns Scoto, etc.-.

Téngase en cuenta que, además de la licitud moral -y a veces hasta el deber- de la pena de muerte como castigo justo y para protección de la sociedad, también se justifica en orden a la salvación eterna de las almas

Nótese que, de no aplicarse, no sólo estaría en juego la vida terrenal de las futuras víctimas en caso de que los asesinos o traidores -que ponen en riesgo la seguridad de una nación y la vida de sus ciudadanos, al posibilitar a sus enemigos que les ataquen o al fomentar guerras y revoluciones- escaparan de prisión o salieran por otros motivos, sino también la posible salvación eterna de dichas víctimas, que quizás podrían salvarse si muriesen más tarde en otras circunstancias, y al quitarles la vida estos asesinos, quizás se condenen; mientras que a ellos, hasta que les ejecuten, se les da la oportunidad de arrepentirse y salvarse -a sus víctimas no, por lo que pierden su vida y puede que también su alma-. 

Alguien podría argumentar que éso ya lo tiene previsto la Divina Providencia y que si las víctimas se condenan es por sus propias culpas. Naturalmente, uno siempre se condena por sus propios pecados, pero quizás si un asesino no les hubiese matado podrían haberse arrepentido en el futuro. La Divina Providencia también ha previsto la pena de muerte para evitar que otras víctimas se condenen por las razones expuestas.

Queda, pues, meridianamente claro lo que, tanto el Evangelio, como el Magisterio de la Iglesia, ha enseñado siempre sobre este tema, en contraposición con la errada opinión personal de Bergoglio, que acusa al mismo Cristo -quien, pudiendo y debiendo, no contradijo al buen ladrón-, al Apóstol San Pablo, a los citados Santos y Doctores de la Iglesia, así como a varios Sumos Pontífices, de ser "legalistas" y malos cristianos y de no comprender el Evangelio por su "preocupación por conservar íntegros el poder y las riquezas materiales".

Creyendo y afirmando semejantes disparates, no es sorprendente que Francisco concluya diciendo que 
"No se puede conservar la doctrina sin hacerla progresar, ni se la puede atar a una lectura rígida e inmutable sin humillar la acción del Espíritu Santo"
No hay ningún progreso en afirmar lo contrario de lo que siempre ha afirmado la Iglesia. Lo que hay es una ruptura, por más que se la adorne con bellas palabras y esté acorde con el sentimiento de cierta parte de la sociedad occidental actual -muy sensible con los derechos de los victimarios y muy poco con los de las víctimas pasadas, presentes o futuras-. 

Además de considerar al Espíritu Santo como una especie de veleta que cambia de dirección arbitrariamente, sin lógica alguna, y que ha permitido errar a la Iglesia durante dos milenios hasta la llegada de Bergoglio al solio pontificio, inspirándole sólo a él -como si se tratara de un médium que recibe mensajes del Más Allá-, lo que ha negado a sus antecesores. Si tal visión no fuera tan grave para el bien de las almas -y por la amenaza de que podría modificar el Catecismo-, sería risible, por lo pueril.

Oremos por Francisco, para que debido a sus pensamientos, palabras, obras y omisiones, habida cuenta de su enorme responsabilidad sobre el destino eterno de miles de millones de almas, no acabe dando de bruces con la suya en las calderas de Pedro Botero.

Véase también:

El Papa Francisco nuevamente contra el Catecismo de la Iglesia Católica y el Magisterio bimilenario: esta vez a cuenta de la pena de muerte.

Y sobre la falsa "evolución" de la doctrina:

Exhortación Apostólica post-sinodal "Amoris laetitia" (la alegría del amor): el Papa establece un "discernimiento particular" en cada diócesis que abre la puerta a la Comunión sacrílega de los adúlteros.

Análisis de la Exhortación Apostólica post-sinodal "Amoris laetitia", del Papa Francisco (Parte I).

Los despropósitos del Prepósito. El General de los Jesuitas ya no sólo va contra la Doctrina católica y el Magisterio de la Iglesia: ahora también contra el Evangelio.

La noticia sobre la fuga de los presos invitados a la comilona con Francisco puede leerse aquí, y las citas del Magisterio están tomadas de aquí, que a su vez las ha tomado de aquí.

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