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lunes, 16 de noviembre de 2015

Discurso de Clausura del Sínodo - 4 (Análisis crítico)



Jesucristo era misericordioso. Esto es una realidad que nadie puede poner en duda ... pero no admitió en ningún caso el adulterio, no admitió excepciones. ¿Cabe pensar, entonces, que Jesucristo era un piedra muerta? ... Va a ser que no. Como hemos visto sí que era piedra y piedra de escándalo. Toda su vida lo fue. Pero era una piedra viva. El escándalo al que alude la Biblia cuando habla de Jesús se refiere al escándalo de la cruz: "Cristo crucificado es escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1 Cor 1, 23-24).

Tenemos miedo del sufrimiento y de la cruz. Eso no debe de sorprendernos. Forma parte de nuestra naturaleza. Nadie desea sufrir. Ese deseo sería patológico. Y a Jesús le ocurre igual que a nosotros, pues era realmente hombre: "Padre, si es posible, aparta de Mí este cáliz" (Lc 22, 42a). Jesucristo no era un masoquista, sino que era un hombre normal, era uno de nosotros "en todo semejante a nosotros menos en el pecado" (Heb 4, 15). 


Éste, el pecado, fue la causa que motivó lo que hizo Jesús, movido por su amor a nosotros. El "misterio de iniquidad" (2 Tes 2, 7) que es el pecado sólo podía vencerse mediante otro misterio: el misterio del Amor de Dios: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom 5, 20) ... con la particularidad de que tal amor, en esta vida, va unido siempre al sacrificio de la propia vida: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Así nos amó Jesús, con el mayor amor posible, un amor que le llevó a dar su vida "literalmente" por nosotros, para hacer posible nuestra salvación: "Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13, 1). 


Jesús nos enseñó a amar, nos enseñó aquello en lo que consiste el verdadero amor, y nos lo enseñó haciéndolo realidad en su propia vida. Para ello "se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2, 8). Jesús dio su vida por nosotros y la dio porque quiso: "Nadie me la quita [mi vida], sino que Yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para volver a tomarla. Éste es el mandato que de mi Padre he recibido" (Jn 10, 18). 


Es cierto que esa era la voluntad de su Padre: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra" (Jn 4, 34), pero era también su propia voluntad: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10, 30). "Felipe, el que me ve a Mí ve al Padre" (Jn 14, 9). Las citas pueden multiplicarse. 


Sólo así es posible entender, en la medida en la que esto es posible aquí en este mundo, esas misteriosas palabras que pronunció Jesús: "Con un bautismo he de ser bautizado, ¡y cómo me siento urgido hasta que se realice" (Lc 12, 50). 


El bautismo era su muerte en la cruz, a la que alude en la noche del huerto de los olivos en su conversación con su Padre. Dice el evangelista san Lucas que Jesús "sudó como gotas de sangre que caían en tierra" (Lc 22, 40). Pero lo definitivo, en realidad, pese a lo horroroso de su sufrimiento (pues realmente sufrió al ser verdaderamente un hombre como nosotros) fue su firme resolución, más allá de toda duda, cuando le dice a su Padre: "Que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42 b). 


La Voluntad del Padre y la del Hijo eran una sola, pues ambos eran Uno. Y esa Voluntad amorosa y recíproca del Hijo para con el Padre y del Padre para con el Hijo, era también una Persona: la Persona del Espíritu Santo, que es el Corazón mismo de Dios. 


El Amor Trinitario de Dios hecho realidad viviente en Jesucristo en su Diálogo amoroso con el Padre. Un amor que, a su vez, espera ser correspondido por nosotros de igual manera. Y una correspondencia que, de darse, hará posible nuestra salvación, pues ésta, aunque sólo en Jesús puede tener lugar requiere de nuestra colaboración, como ocurre en todo amor verdadero entre dos personas.


Y así resulta que, si queremos salvarnos, esto será posible sólo en la medida en la que nos unamos a la cruz de Cristo (esa unión es la que da la medida de nuestro amor). Actuando así alcanzaremos la felicidad, ya en esta vida (en la medida en la que eso es posible) y luego -y sobre todo-, de modo defintivo, en el Cielo, junto al Señor.

El pecado es una realidad introducida en el mundo por el pecado de Adán (pecado original): "En Adán todos pecamos" (1 Cor 15, 22). Nuestra naturaleza es una naturaleza caída. Pero ahora, con la venida de Jesús al mundo y con su muerte en la cruz, el pecado ha sido destruido. Unidos a Él por el bautismo, que nos abre el camino a la gracia, somos hechos capaces de vencer el pecado. 


Pero esa unión con Jesús debe de ir desarrollándose a lo largo de nuestra existencia. Y este desarrollo, que es manifestación de amor, conlleva el compartir su propia vida ... o sea, conlleva el compartir su cruz, como una realidad viva que debe de ser asumida si es que de veras queremos al Señor. Y esto no es triste pues "su yugo es suave y su carga es ligera" (Mt 11, 30)


Definitivamente los cristianos que imitando a Jesús, saben que ello sólo es posible en el misterio de la Cruz -digo-, todos los que así procedan no son, en absoluto esas piedras muertas a las que alude el papa Francisco... 


Un caso particular de Cruz es el que se refiere a la vida matrimonial:  "Serán dos una sola carne;  de modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto lo que Dios ha unido no lo separe el hombre" (Mc 10, 8-9). 


Las dificultades que, antes o después, siempre surgen en el seno de todos los matrimonios, deben de ir superándose. En ellas es donde el amor entre los esposos se purifica y se hace más fuerte y menos interesado. Y los pastores (los sacerdotes) deben de ayudar a los fieles en ese proceso amoroso. Así lo hicieron los primeros cristianos y así ha procedido siempre la Iglesia, a lo largo de su historia milenaria. 


Bajo capa de misericordia no se puede engañar al creyente: ¿Qué misericordia es ésta que, diciendo que ayuda, lo que hace, en realidad, es condenar a las personas? "Os lo aseguro: todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8, 34). Estas palabras son de Jesucristo. Y Él es la Verdad. No se puede engañar a la gente diciéndole que su conducta es buena cuando no lo es. Eso es una falsa misericordia; o sea, no es misericordia ... al menos no lo es tal y como Dios entiende esa palabra, que es el único modo correcto de entenderla, pues las cosas son lo que Dios piensa acerca de ellas, no lo que nosotros pensamos. 


El que ha pecado debe de reconocer su pecado como tal pecado y entonces, arrepentido de corazón, poner todos los medios a su alcance, con la seguridad de que Dios lo quiere y lo va a perdonar, sin ningún género de duda. Dios no desea otra cosa que nuestra salvación. Pero ésta no se alcanza si no se actúa conforme a la verdad de las cosas. La misericordia, como venimos diciendo ya tantas veces, sólo es posible en la verdad ... o no es misericordia.


(Continuará)

domingo, 15 de noviembre de 2015

Paralelismo entre el caso del aborto y el caso de la comunión de los divorciados vueltos a casar (Santiago Martín)

Una reflexión muy buena del padre Santiago Martín

Duración: 9:31 minutos


Po el camino que vamos, llegará un momento en que los que quieran permanecer fieles a Cristo serán expulsados de la Iglesia.

El Reino de los Cielos está dentro de nosotros


Nuevo fragmento de una Homilía del padre Alfonso, en dos partes consecutivas:

1ª parte: Duración 4:14 minutos


2ª parte: Duración 3:58 minutos


Terror en París. No es guerra pero sí es de religión

(Artículo de Eulogio López, director de Hispanidad)

  • No es una guerra porque el fanatismo es cobarde: sale para matar indefensos y luego se esconde tras la vecindad.
  • Pero sí es de religión: ¿O es que no asesinan en nombre de Alá?
    Solución: luchar contra ellos con métodos policiales, primero, y militares, después.
  • Pero, sobre todo, con dos medidas: exigiendo reciprocidad, es decir, libertad religiosa en los países árabes.
  • Si no se puede abrir una iglesia en un país musulmán, deben prohibirse las mezquitas de ese país en Occidente.
  • Y romper con quienes financian al Estado Islámico, que son los principados del Golfo, especialmente Arabia Saudí y Qatar.
  • Occidente debe romper con los sunitas. Con los chiítas (Irán), todavía se puede razonar.
  • Y Occidente debe aliarse con Rusia en la lucha contra el fanatismo islámico. Estamos en el mismo barco.
“No estamos ante una guerra de religión”. La necedad del presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, se basa en la reiteración del tópico. Todos los tontos tienden a creer aquello que se repite. Pero bueno, don Mariano, ¿acaso los terroristas de París no mataban en nombre de Alá? ¿Cómo que no es una guerra de religión?
Y lo de Pedro Sánchez, líder de la oposición, aún es peor: lo único que se le ha ocurrido decir es que debemos mantenernos todos unidos contra el terror. Como si la unidad de las víctimas fuera a detener al verdugo.
Entendámonos, no es una guerra, pero sí es de religión. “Guerra” es el término que aparece en todas las portadas de la prensa de hoy domingo, pero una guerra se caracteriza por la valentía de ambas partes declarantes. Puede ser horrible, pero cada una pone su ejército enfrente de la otra. Lo de París no es una guerra, es terrorismo: se esconden en el patio de vecindad, tras la sociedad civil, asesinan indiscriminadamente –no al soldado enemigo sino al que andaba por allí- y luego se vuelven a esconder, aunque algunos de ellos son tan fanáticos que se esconden en el suicidio.
Ahora bien, ¿qué tiene que pasar para que Occidente reaccione y abandone las monsergas de Rajoy y Sánchez? ¿A cuántos asesinatos más esperan?
Resumiendo, no estamos en una guerra pero sí es de religión. La verdad es que todas las guerras han sido de religión. Señal, no de que la religión lleve a la guerra, al menos no el cristianismo, sino de que la religión, el modelo de vida de cada cual, es lo único por lo que los hombres están dispuestos a dar la vida. El problema de Occidente es que, abandonado el cristianismo, carece de modelo de vida. Le fala lo de Viktor Frankl: “Quien tiene un porqué para vivir acabará encontrando el cómo”. El problema es ese: que Europa ha abandonado a Cristo y no tiene un porqué para vivir, así que no encuentra el ‘cómo’.
Estábamos en que no es guerra pero es de religión. Por tanto, dos modos para combatirla:
1. Hay que utilizar más a la policía que al ejército. No se matan moscas a cañonazos. El terrorista es una mosca venenosa pero nunca da la cara. Con bombardeos no se le puede combatir: desde el aire mueren muchos inocentes. Sólo cuando el terrorista se convierte en Estado (es el fruto lógico de la soberbia humana: ser visible y adorado) es cuando hay que emplear al ejército: machacar al Estado Islámico.
Para ello, Occidente debería unirse a Putin, que pertenece, en este sentido y en muchos otros, a nuestro propio bando. No así China, pero sí Rusia. Rusia es cristiana, China panteísta y el panteísmo está en el origen de todas las divisiones violentas de esa caricatura del cristianismoque es el islam.
Al mismo tiempo, Occidente debe romper definitivamente con los financiadores y alentadores del Estado Islámico, las monarquías del golfo, especialmente Arabia Saudí y Qatar. Las divisiones en el Islam son muchas pero si nos atenemos a la división primera, a los dos grandes troncos, sunitas y chiítas, con el chiísmo (Irán) aún se puede razonar (esto deberían aprenderlo algunos republicanos norteamericanos, que siguen en Guerra Fría), pero con el sunismo (Arabia Saudí) es imposible, por muy civilizados que se nos presenten y por muchos petrodólares que manejen.
2. Pero lo más importante está en la libertad religiosa. La clave radica en la sociedad civil. En otras palabras: el segundo contraataque frente a los atentados de París, el más importante de los dos, es la exigencia de reciprocidad a los países islámicos. Ejemplo: si no se puede abrir una iglesia en Arabia (no se puede ni tener una biblia bajo penas de cárcel, tortura y/o muerte) tampoco podrán abrirse mezquitas árabes en Europa. Y en general, si no se respeta la libertad de los cristianos para ejercer su fe en los países árabes, tampoco se les permitirá libertad de culto a los musulmanes en España. A fin de cuentas, la mayoría de los terroristas salen de las mezquitas, ningún terrorista sale de un templo católico.
En definitiva, la clave está en la libertad religiosa. Ya está bien de tanta desfachatez islámica.
¿Qué se apuestan a que durante la Cumbre del G-20, en Turquía, nadie se atreve a hablar de libertad religiosa?
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com

El cambio en el concepto de misericordia


Asistimos hoy a un cambio de los conceptos, mediante el que se pretende confundir a la gente de buena voluntad. Uno de esos conceptos es el de la misericordia. El padre Alfonso Gálvez, fundador de la Sociedad de Jesucristo Sacerdote, nos habla de ello en un fragmento que he entresacado de una homilía suya.

Duración 3:56 minutos


sábado, 14 de noviembre de 2015

La invasión de los moros (Monseñor Lefebre, en 1989)


Con relación al ataque a Francia: Unas palabras proféticas de Monseñor Lefébre, pronunciadas hace 26 años.



Luchar contra la homosexualidad no es injuriar al homosexual


Incorporo a este blog un nuevo vídeo de Eulogio López, el director de Hispanidad.

Duración 1:43 minutos

Discurso de Clausura del Sínodo - 3 (Análisis crítico)



Continúa el papa Francisco en su discurso de Clausura del Sínodo, diciendo :

- Seguramente no significa que se hayan encontrado soluciones exhaustivas a todas las dificultades y dudas que desafían y amenazan a la familia, sino que se han puesto dichas dificultades y dudas a la luz de la fe [¡Me gustaría creer que eso es así!], se han examinado atentamente, se han afrontado sin miedo y sin esconder la cabeza bajo tierra.

- Significa haber instado a todos a comprender la importancia de la Institución de la familia y del matrimonio entre un hombre y una mujer, fundado sobre la unidad y la indisolubilidad, y apreciarla como la base fundamental de la sociedad y de la vida humana.


[¡Este párrafo es perfecto! Lo suscribo desde el principio hasta el final. ¡Qué pena que no se haya insistido en él lo suficiente y que se haya quedado reducido a algo ya sabido!]

- Significa haber escuchado y hecho escuchar las voces de las familias y de los pastores de la Iglesia que han venido a Roma de todas partes del mundo trayendo sobre sus hombros las cargas y las esperanzas, la riqueza y los desafíos de las familias.

- Significa haber dado prueba de la vivacidad de la Iglesia Católica, que no tiene miedo de sacudir las conciencias anestesiadas o de ensuciarse las manos discutiendo animadamente y con franqueza sobre la familia.

[ ¿Qué quiere decir el santo Padre, exactamente, con eso de "no tener miedo de ensuciarse las manos"? A mi entender es una expresión desafortunada, pues puede dar lugar a interpretaciones diferentes, según sea quien lo escuche.]

- Significa haber tratado de ver y leer la realidad o, mejor dicho, las realidades de hoy con los ojos de Dios, para encender e iluminar con la llama de la fe los corazones de los hombres, en un momento histórico de desaliento y de crisis social, económica, moral y de predominio de la negatividad.

[¡Efectivamente, de eso se trata, de iluminar el corazón de los hombres con la fe! ... teniendo en cuenta que es, precisamente, la fe la que vence al mundo ... pero no olvidando que los pensamientos de Dios y los nuestros raramente coinciden.  Es preciso abrirse a lo sobrenatural, a la confianza en Dios, aunque esta idea, a mi modo de entender, no aparece aquí con suficiente claridad]

- Significa haber dado testimonio a todos de que el Evangelio sigue siendo para la Iglesia una fuente viva de eterna novedad contra quien quiere «adoctrinarlo» en piedras muertas para lanzarlas contra los demás

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Bueno, que el Evangelio sigue siendo una fuente viva de eterna novedad es verdad y, además, no puede ni debe ser de otra manera, puesto que las palabras del Señor son Espíritu y Vida (Jn 6, 63). Lo que no acabo de entender es lo que añade el santo Padre a continuación, cuando habla de "adoctrinar", de "piedras muertas" y de "lanzarlas contra los demás". Veamos:

- El Evangelio es doctrina. Es doctrina de vida y no de muerte y de condena, pero es doctrina: la doctrina y la vida cristiana van siempre de la mano. Se sobreentiende y está en la mente de todos (¡o debería de estarlo!) que estamos hablando de la doctrina de Jesucristo ... y no de cualquier "doctrina" inventada, aunque el inventor sea alguno o algunos de los cardenales de alto renombre. Sigue siendo cierto que  "Jesucristo es el mismo ayer y hoy y lo será siempre" (Heb 13, 8). Y sigue siendo verdad lo que les decía el apóstol san Pablo a los gálatas: "Aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!" (Gal 1, 8).

Si se refiere el santo Padre a aquellos que pretenden mantener la doctrina intacta tal y como la han recibido, a aquellos que son fieles a la Tradición de la Iglesia de veinte siglos, a aquellos que cumplen con la exhortación que san Pablo daba a Timoteo: "Timoteo, guarda el depósito. Evita las novedades profanas y las contradicciones de la falsa ciencia, pues algunos que la profesaban perdieron la fe" (1 Tim 6, 20-21) ... 

... Si eso es así (¡y es lo que parece!) benditas sean esas personas, por su valentía al "adoctrinar"; bendito "adoctrinamiento" que sólo persigue la fidelidad al mandato recibido de Jesucristo. 

La doctrina cristiana es doctrina. Y enseñar esta doctrina es cumplir el mandato de Jesús, quien -después de resucitar- les dijo a sus discípulos: "Id y enseñad a todas las gentes (...) enseñándoles a guardar TODO lo que Yo os he mandado" (Mt 28, 19-20). Escribo la palabra "todo" con mayúsculas porque el Mensaje de Jesús debe de ser predicado íntegramente. No hacerlo así y predicar tan solo una parte de él -aquello que la gente entiende- sería un engaño y una traición que harían imposible el verdadero conocimiento de Jesús.

Si cumplir con esta misión de evangelizar a las gentes es adoctrinar ... entonces bendito adoctrinamiento, pues conduce a la gente a Jesucristo.  

Sin embargo, todos sabemos que el significado de la palabra adoctrinar tiene una connotación negativa, de falta de respeto hacia la libertad de la persona a la que se le desea transmitir el Mensaje de Jesús. ¿A quiénes se refiere el santo Padre cuando dice que adoctrinan? No queda lo suficientemente claro, la verdad ... aunque, por eliminación, podemos descubrirlo. Sólo que entonces se llega a la conclusión de que quienes adoctrinan -según el Papa- serían los que se mantienen fieles a la Tradición, aquellos a los que llamó, en otro contexto, nada menos que fundamentalistas cristianos ... Y en eso, como ya se ha demostrado en este blog, está completamente equivocado.

Tanto los apóstoles como aquellos de sus sucesores (sacerdotes, obispos y Papas) que se han mantenido fieles a las palabras de Jesucristo y a la Tradición de la Iglesia de veinte siglos han sido sumamente respetuosos con la libertad de las personas, del modo y manera en que lo hizo Jesús, quien apelaba siempre a la libertad cuando se dirigía a la gente: "Si alguno quiere venir en pos de Mí ..." (Mt 16, 24). Jesús propone, se ofrece a Sí mismo, pero nunca impone su Amor ... Y si actuar así, como actuaba Jesús, eso es adoctrinar, pues entonces "adoctrinemos". Al fin y al cabo "no está el discípulo por encima de su maestro" (Mt 10, 24). "Si a Mí me persiguieron, también a vosotros os perseguirán" (Jn 15, 20b)

[¡Muchos fueron los cristianos martirizados por ello, en su día. Y a día de hoy se ha recrudecido esta persecución a los fieles cristianos en casi toda los lugares de la tierra ... de manera cruenta o incruenta, pero persecución real que no tien otro explicación que el odio, un odio que va más allá de lo puramente natural y que es auténticamente diabólico! ... se reconozca o no se reconozca, pero es así. Al fin y al cabo, el diablo es el príncipe de este mundo, en palabras del mismo Jesús (Jn 16, 11)] 

El santo Padre contrapone la eterna novedad del Evangelio (y en esto dice verdad) al adoctrinamiento (y en esto no es claro, pues no define lo que entiende por tal). Pudiera parecer que enseñar el Mensaje recibido, íntegramente, es adoctrinamiento ... lo cual es un error. En el adoctrinamiento, la persona que recibe la enseñanza está siendo obligada, coaccionada ... le está prohibido pensar. Pero esto no es lo que ocurre cuando se transmite a otros la Palabra de Dios, la cual es aceptada en libertad y jamás se impone; es una palabra que enriquece y que libera. Las palabras de Jesús son la vida del cristiano: "Mis palabras son Espíritu y Vida" (Jn 6, 63).
El que evangeliza enseña la Palabra de Jesús a la gente¡Y no tiene por qué darse esa contraposición a la que el Papa alude, pues enseñar no es adoctrinar!. 

- Habla también el papa Francisco de "piedras" muertas ... Bueno, con respecto a la palabra piedra, hay que decir que Jesucristo es la "piedra que desecharon los arquitectos y que se ha convertido en piedra angular" (1 Pet 2, 7) y es, además, "piedra de tropiezo y roca de escándalo" (1 Pet 2, 8). Y si queremos imitarlo también nosotros debemos de ser piedras. La idea de piedra no es, en sí misma, algo negativo. Jesús la usa con un significado de inamovible. Algo fijo y fuerte, sobre lo que se puede edificar: "Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16, 18)

Jesucristo mismo es piedra; y, además, piedra de escándalo (1 Pet 2, 8). Esto nos lleva, de nuevo, a la idea de la cruz, una idea que es insorportable a los oídos del mundo. El mensaje de la cruz siempre ha sido motivo de escándalo. Lo fue entonces y lo sigue siendo ahora. Pero no hay de qué atemorizarse. Al menos, san Pablo no es de los que se arredran, y así dice: "Nunca me precié de saber entre vosotros otra cosa sino a Jesucristo, y a éste crucificado" (1 Cor 2, 2) "escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1 Cor 1, 23-24).

Bien es cierto que el santo Padre habla de "piedras muertas". Y Jesucristo no era una piedra muerta: así se puede leer en la primera carta del apóstol san Pedro cuando, refiriéndose al Señor Jesús, dice: "Acercaos a Él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida y preciosa ante Dios" (1 Pt 2, 4). Pero, atentos: si los apóstoles actúan como Él actuó no 
son piedras muertas sino piedras vivas, como su Maestro : "También vosotros -como piedras vivas- sois edificados como edificio espiritual para un sacerdocio santo, con el fin de ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por medio de Jesucristo" (1 Pet 2, 5).

En fin, a modo de conclusión y para clarificar ideas sobre la doctrina cristiana, podemos afirmar lo siguiente:

(1) El Evangelio posee una eterna novedad. Es válido para todos los tiempos y lugares, manteniéndose siempre el mismo y siempre nuevo.

(2) Esta novedad del Evangelio va unida a la Doctrina auténtica predicada por Jesucristo y transmitida fielmente por los Apóstoles y la Tradición de la Iglesia de siempre.

(3) La Doctrina ha de ser firme e inconmovible. No se pueden tergiversar las palabras de Jesús ni nada de lo que está escrito en las Sagradas Escrituras. De ahí la semejanza de la Doctrina con la piedra y la roca: firmeza.

(4) Impartir Doctrina no es adoctrinar sino enseñar. Se mantiene la idea de piedra, que da seguridad, en cuanto que lo que es verdad no se puede modificar. Es inalterable. Y la palabra de Dios es Verdad.

(5) La Doctrina cristiana, que se identifica con Jesús, es piedra viva, piedra angular, escogida y preciosa. Por eso las palabras de Jesús, aun manteniéndose iguales e invariables, como la roca o la piedra, siempre nos dicen algo nuevo.

(6) La novedad del Evangelio supone una profundización en el mismo, pero nunca un cambio del Evangelio de Cristo por otro Evangelio diferente.

(7) La piedra del Evangelio, que es la palabra de Cristo, y que es piedra viva, posee tal importancia que "quien crea en ella, no será confundido" (1 Pet 2, 6c). En cambio, "es piedra de tropiezo y roca de escándalo para los que no creen en ella" (1 Pet 2, 8)

(8) Los apóstoles y sus sucesores, al igual que Jesús, tienen que ser también piedras vivas (1 Pet 2, 4) ... ¡vivas, pero sin dejar de ser piedras! 
Decir que la palabra de Dios es viva significa, entre otras cosas, que no está estancada en el pasado, sino que se desarrolla y crece. Y de ese modo se perfecciona el conocimiento que tenemos de esa Palabra, pero nunca hasta el extremo de llegar a negar la esencia de dicha Palabra, la cual no cambia nunca, puesto que es Palabra de Dios. Lo que cambia es el conocimiento que podamos tener acerca de ella, el cual se transforma en un falso conocimiento cuando se adultera esa Palabra y se le quiere hacer decir a Dios, manifestado en Jesucristo, algo que Él nunca ha dicho.

Así pues: ni el Evangelio (lógicamente) ni los sucesores de los apóstoles (entendiendo por tales
aquellos que son fieles al Evangelio), son piedras muertas que se lanzan contra los demás para adoctrinarlos, como dice el santo Padre, sino que son -ambos- piedras vivas: Cristo siempre lo es, por supuesto; y sus apóstoles, los sacerdotes, también lo son  ..., siempre y cuando su predicación se haga conforme a la Verdad de Cristo, del modo y manera en que lo hizo san Pablo. 

Y claro está: debido al escándalo de la Cruz estas piedras vivas (tanto Jesucristo como sus verdaderos discípulos, los que le son fieles) no serán bien acogidas por todos, de modo que actuarán como Vida y salvación para los que creen, pero también como Muerte y condenación para quienes no creen (1 Pet 2, 6-8). 

Lo que acabo de escribir no es nada que yo me haya inventado, sino que es palabra de Dios: un Dios que es Clemente y Misericordioso ... pero que es, igualmente, Justo ... En Él Misericordia y Justicia se confunden, son la misma cosa. Este asunto se ha desarrollado en otras entradas de este blog (por ejemplo aquí y aquí), por lo que -de momento- no insistiremos en él.

(Continuará)

jueves, 12 de noviembre de 2015

Discurso de Clausura del Sínodo -2 (Análisis crítico)



Al igual que ocurre con cualquier otra realidad terrena, también esta realidad del matrimonio adquiere sentido cuando Jesús nos la da a entender tal y como Él la entiende. Al fin y al cabo, todo cuanto es y existe, en Él es y existe. Y Él conoce mejor que nadie cómo son todas las cosas, puesto que todo ha sido creado por Él. 

Como hemos visto los discípulos, ante la respuesta que Jesús les dio con relación al matrimonio y al libelo de repudio, le dijeron: "Si tal es la condición del hombre con respecto a su mujer, no tiene cuenta casarse" (Mt 19, 10). Pero Jesús les respondió: "No todos entienden estas palabras, sino aquellos a quienes les ha sido concedido" (Mt 19, 11). Y en vista de que no acababan de asimilar esta doctrina, aparentemente dura, concluyó: "El que pueda entender, que entienda" (Mt 19, 12c).

Me viene ahora a la memoria -y viene a cuento de lo que estamos hablando- otro nuevo asombro de los discípulos ante las afirmaciones de Jesús, aunque esta vez referido al episodio del joven rico, cuando dijo Jesús aquello de que "es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de los cielos" (Mt 19, 24); un asombro de tal calibre que les llevó a preguntarse: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?" (Mc 10, 26). Y Jesús, los mira y les dice: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, pues para Dios todo es posible" (Mc 10, 27).

No deja de llamar la atención este asombro de los discípulos, puesto que ellos no eran ricos (al menos no lo eran en el sentido en el que se da normalmente a esta palabra) y, además, lo habían dejado todo para seguir a Jesús. De alguna manera, sin embargo, por lo que fuera, se vieron reflejados en la persona del joven rico. De lo contrario no se hubiesen asombrado del modo en que lo hicieron. Posiblemente entendieron que cuando Jesús utilizó la palabra "rico" se estaba refiriendo, en realidad, no al hecho de tener o no muchos bienes o dinero (lo cual a ellos no les afectaba directamente, pues no era su caso) sino al apego exacerbado a las cosas, que nos lleva a depender de ellas y nos esclaviza ... pues esto sí que nos ocurre a todos, independientemente de que se tenga más o se tenga menos. Nos agarramos a lo que tenemos con demasiada fuerza. Esto suele ser lo normal.

Son muchas las cosas que pueden atarnos y que, de hecho, nos atan. Y toda atadura nos esclaviza. Y nos entristece. Las riquezas que nos atan pueden ser muy variadas: El caso de las drogas, el sexo y análogos está más que claro, pero están también el amor propio, el egoísmo, el querer tener siempre la razón, la pereza, la gula, etc ... Lo más nimio nos puede atar ... y nos ata. También nosotros, al igual que los apóstoles, nos vemos reflejados en el joven rico, cuando eso ocurre. Y podríamos preguntarnos, al igual que hicieron ellos: ¿Quién puede salvarse, entonces?

Y como siempre, en Jesús encontramos la respuesta adecuada a todas nuestras preguntas, una respuesta que siempre es clara y diáfana y no deja lugar a dudas: y es que aunque esto ciertamente es imposible para los hombres, dejados a sí mismos, debido a su naturaleza caída, sin embargo no lo es para Dios: si estamos unidos a Él todo es posible.

De la unión con Jesús -y sólo de ella- se saca la fortaleza necesaria para cumplir los mandamientos. Y así, lo que a los ojos de los hombres parece imposible -y de hecho, lo es- junto a Jesús, que es Dios, deja de serlo y se transforma en posible. 

Concretando, con relación al tema que nos ocupa: unidos a Jesús la fidelidad entre los esposos en el matrimonio es posible; y, por supuesto, es posible vencer todo tipo de tentaciones: soberbia, lujuria, avaricia, ira, gula, envidia, pereza. La unión efectiva con Jesús (unión amorosa) es la que lo hace posible, como hemos dicho.

"Si me amáis, guardaréis mis mandamientos" (Jn 14, 15), decía el Señor ... De ahí la enorme importancia de la doctrina y del conocimiento de los mandamientos de la Ley de Dios: la razón de ser del cumplimiento de los mandamientos es el amor al Señor. En los cristianos Doctrina y Vida van (o deben de ir) siempre unidas: son inseparables ... pues la Ley de Cristo no es como la Ley mosaica. No consiste en un conjunto de preceptos rígidos, sin vida y sin razón de ser. Nada más lejos de la realidad.

Hasta tal punto es importante el cumplimiento de los mandamientos que aquél que no los cumple es señal de que no ama: "No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no codiciarás y cualquier otro precepto, en esto se resume: amarás a tu prójimo como a tí mismo. La caridad no hace mal al prójimo" (Rom 13, 9). Por eso "el amor es la plenitud de la Ley" (Rom 13, 10) y "el que ama al prójimo ha cumplido la Ley" (Rom 13, 8 c).

El que adultera, el que mata, el que roba, el codicioso, etc... todos ellos hacen mal a su prójimo, le hacen daño ... y se hacen daño a sí mismos, haciéndose esclavos del pecado. Faltando a la Ley de Cristo se está actuando contra el amor. Y la consecuencia es el vacío y la tristeza. Esto decía Jesús: "Todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8, 34). Y fue "para librarnos de este mundo malo" (Gal 1, 4b) por lo que "nuestro señor Jesucristo se entregó a sí mismo por nuestros pecados" (Gal 1, 4a).

El pecado es la causa de todos los males. Esto se suele olvidar con demasiada frecuencia, lo que es un grave error:

Comete pecado el que no cumple los mandamientos...
y si no cumple los mandamientos es porque no ama ...
y no ama porque el Amor de Dios no está en él ...
y el Amor no está en él porque no se reconoce pecador y necesitado de perdón.

El arrepentimiento de nuestros pecados es el primer paso para llegar a la unión con Jesús y hacer posible así nuestra salvación. Y, además, no hay otro camino: Jesús es el único Camino, al igual que es la Verdad y es también la Vida. Él da a todo su sentido y hace de la vida una verdadera y maravillosa aventura. Y así es.

No puede haber excepciones a la indisolubilidad del matrimonio, como no las hay al aborto o al robo. El adulterio es un pecado grave, que va contra el sexto mandamiento. El aborto es un pecado gravísimo que va contra el quinto mandamiento. El robo y la corrupción son graves pecados contra el séptimo mandamiento, etc ... 

Todos los pecados son ofensas a Dios y al prójimo ... El que adultera, el que mata, el que roba, etc... comete pecado contra la Ley de Dios. Y no está en él el Amor de Dios. Ninguna otra cosa peor se le podía decir que estas palabras: Dios te perdona. No te preocupes. ... ¡Son palabras mentirosas, al tratarse de medias verdades! No producen sino confusión en quien las oye. Se trata de expresiones que deben de ser completadas y no dejarlas a medio.

Lo correcto y lo que les haría mucho bien sería decirles: Dios te quiere infinitamente. Y no hay pecado que Él no pueda perdonar, siempre y cuando reconozcas que has pecado y te arrepientas de ello, doliéndote en tu corazón por haber ofendido a Dios. Que no te quepa la menor duda de que, si eres sincero en tu dolor y, con esa misma sinceridad, te propones no volver a ofenderle, Él te va a perdonar y te va a dar un fuerte abrazo ... Esa es la única condición que se requiere para que el perdón sea posible.

Sólo si los pecados son reconocidos como tales pecados y sólo desde el reconocimiento de la verdad (esa verdad que consiste sencillamente en llamar a las cosas por su nombre) es posible el arrepentimiento y el propósito de enmienda, necesarios, como hemos dicho, para que Dios nos pueda perdonar. Y con ese fin instituyó el sacramento de la Penitencia. La confesión de nuestros pecados a un sacerdote que actúa "in Persona Christi" es esencial para llevar a su término este perdón.

Son dos las cosas a tener en cuenta: Primero, que Dios es infinitamente bueno y misericordioso y no sólo está siempre dispuesto a perdonar sino que, además, nos busca de continuo y nos da su gracia para que salgamos de nuestra apatía y nos decidamos a cambiar de una vez por todas. Y segundo: Este perdón se hace posible porque, previamente, la persona que ha sido perdonada ha reconocido su pecado como tal pecado y se ha arrepentido de haberlo cometido. Estas dos realidades, la Verdad y la Misericordia, son inseparables ...Y esto vale para todos los casos, no sólo para el caso de adulterio. 

(Continuará)

Los fariseos y saduceos de nuestra época

Como es ya habitual, Roberto de Mattei vuelve a poner los puntos sobre las íes y a llamarle a cada cosa por su nombre. ¿Quiénes son los verdaderos fariseos y saduceos hoy en día? Recojo en este blog el estudio que realiza este experto. El artículo original puede leerse pinchando aquí.


La crítica a los «fariseos» es habitual en las palabras del papa Francisco. En numerosos discursos pronunciados entre 2013 y 2015, ha hablado de la «enfermedad de los fariseos» (7 de septiembre de 2013), «que reprochan a Jesús que no respete el sábado» los escribas, fariseos y doctores de la ley del tiempo de Jesús» (19 de septiembre de 2014).

En el ángelus del 30 agosto dijo que, al igual que para los fariseos, «también nosotros corremos el peligro de creer que somos muy buenos, o lo que es peor, considerarnos mejor que los demás por el sólo hecho de que cumplimos las reglas, las costumbres, aunque no amemos al prójimo y seamos duros de corazón, soberbios, orgullosos».

El 8 de noviembre de 2015 contrapuso la actitud de los escribas y de los fariseos, basado en la «exclusión», al de Jesús, fundamentado en la «inclusión». La alusión a los fariseos es evidente, por último, en el discurso con el que el pasado 24 de octubre clausuró el XIV Sínodo ordinario sobre la familia. ¿Quiénes si no son «los corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso detrás de las enseñanzas de la Iglesia, o detrás de las buenas intenciones, para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas», sino «los fariseos, que hacían de la religión un cúmulo inacabable de mandamientos» (26 de junio de 2014)? Se diría que fariseo es cualquiera que defienda con obstinado orgullo la existencia de mandamientos, leyes y normas absolutas e inderogables de la Iglesia.

Ahora bien, ¿quiénes eran verdaderamente los fariseos? Cuando Jesús empezó a predicar, el mundo hebraico estaba dividido en varias corrientes, de las cuales hablan los Evangelios. Entre los historiadores, Flavio Josefo (37-100 d.C.) los menciona en sus obras Antigüedades judías y La guerra de los judíos. Las principales sectas eran la de los fariseos y la de los saduceos. Los primeros observaban las prescripciones religiosas hasta en los más mínimos detalles, pero habían perdido el espíritu de la verdad. Eran hombres soberbios que distorsionaban las profecías relativas al Mesías e interpretaban la ley divina según sus opiniones particulares. Por su parte, los saduceos enseñaban errores aún más graves, poniendo en duda la inmortalidad del alma y rechazando la mayor parte de los libros sagrados. Ambas facciones se disputaban el poder en el Sanedrín, el cual en el momento de la condena de Jesús estaba dirigido por los saduceos.

A estos últimos sólo los menciona una vez San Marcos y otra San Mateo, mientras que los fariseos aparecen con frecuencia en ambos evangelios. El capítulo 23 de San Mateo en particular es una acusación abierta contra ellos. «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo y descuidáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto hay que practicar, sin omitir aquello».

Comentando este pasaje de San Mateo, Santo Tomás explica que el Señor no recrimina a los fariseos porque pagaran el diezmo, sino «sólo porque despreciaban preceptos más importantes como son los de índole espiritual. Sin embargo, en cuanto a la práctica en sí, parece que la elogia cuando dice “Esto hay que practicar” (Haec oportuit facere), bajo la ley, añade el Crisóstomo» (Summa Theologica, II-IIae, q. 87 ad 3). San Agustín, refiriéndose al fariseo del que habla San Lucas (18, 10-14), dice que no se condenó por sus obras, sino por haberse jactado de su presunta santidad (Carta 121, 1, 3).

El mismo San Agustín, en su epístola a Casulano, explica que el fariseo no se condenó por ayunar (Lc. 18, 11 ss.), sino «porque, lleno de orgullo, se exaltaba a sí mismo por encima del publicano» (Carta 36, 4, 7). En efecto, «ayunar dos veces a la semana no tiene mérito en una persona como el fariseo, mientras que para una persona humildemente fiel o fielmente humilde es un acto religioso, si bien el Evangelio no dice que se condenara el fariseo, sino que el publicano fue justificado» (Carta 36, 4, 7).

La definición más sintética de los fariseos la da San Buenaventura: “Pharisaeus significat illos qui propter opera exteriora se reputant bonos; et ideo non habent lacrymas compunctionis» (De S. Maria Magdalena Sermo I, en Opera omnia, Ad Claras Aquas, Florencia 2001 vol. IX, col. 556b). "Se llama fariseos a los que se consideran a sí mismos buenos por sus obras externas y no tienen, por tanto, lágrimas de contrición".

Jesús condenó a los fariseos porque conocía su corazón: eran pecadores, pero se consideraban santos. El Señor quería enseñar a sus discípulos que no basta con hacer exteriormente buenas obras; lo que hace bueno a un acto no es sólo su objeto, sino la intención. No obstante, si bien es cierto cuando falta la buena intención no son suficientes las buenas obras, también es verdad que no basta la buena intención cuando faltan las buenas obras.

El partido de los fariseos, al que pertenecían Gamaliel, Nicodemo, José de Arimatea (Antigüedades judías, 20.9.1) y el propio San Pablo (Hechos 23,6), era mejor que el de los saduceos, precisamente porque, a pesar de su hipocresía, respetaban la ley, mientras que los saduceos, entre cuyas filas se contaban Anás y Caifás (Antigüedades judías, 18.35.95), la despreciaban. Los fariseos eran unos conservadores orgullosos, mientras que los saduceos eran unos progresistas descreídos, pero unos y otros estaban equiparados en el rechazo de la misión divina de Jesús.

¿Quiénes son los fariseos de nuestra época? Podemos decirlo con certeza moral. Son todos los que antes del Sínodo, durante el mismo y después han intentado e intentarán modificar la costumbre de la Iglesia, y mediante ese cambio de costumbre, modificar la doctrina relativa a la familia y al matrimonio (Mat. 3, 7-10). Jesús proclamaba la indisolubilidad del matrimonio, fundamentándola en el restablecimiento de la ley natural, de la cual se habían alejado los judíos, y la ratificó elevando el vínculo conyugal a la categoría de sacramento. Tanto los fariseos como los saduceos rechazaban esta doctrina negando la palabra divina de Jesús, que sustituían por sus propias opiniones. Falsamente invocaban la ley de Moisés, así como los innovadores de nuestros días invocan una supuesta tradición de los primeros siglos, falseando la historia y la doctrina de la Iglesia.

Por esa razón, un valeroso obispo defensor de la fe ortodoxa, monseñor Athanasius Schneider, habla de una «costumbre neomosaica» que resurge: «En las dos últimas asambleas del Sínodo (2014 y 2015), los nuevos discípulos de Moisés y los nuevos fariseos han ocultado que niegan la indisolubilidad del matrimonio y que han dejado como en suspenso el sexto mandamiento apoyándose en el «caso por caso», escudándose en un aparento concepto de misericordia y empleando expresiones como «vía de discernimiento», «acompañamiento», «orientación por parte del obispo», «diálogo con el sacerdote», «fuero interno» o «una integración más plena en la vida de la Iglesia», para proponer una posible eliminación de la imputabilidad para los casos de convivencia en uniones irregulares (cfr. Relazione Finale, nn. 84-86)».

Los saduceos son los innovadores que afirman abiertamente que la doctrina y la costumbre de la Iglesia está superada. Los fariseos son los que proclaman de palabra la indisolubilidad del matrimonio pero en la práctica la niegan hipócritamente, proponiendo la transgresión de la ley moral dependiendo de los casos particulares. 

Los verdaderos seguidores de Jesucristo no pertenecen ni al partido de los neofariseos ni al de los neosaduceos, ambos modernistas; son de la escuela de San Juan Bautista, que predicaba en el desierto espiritual de su tiempo.

El Bautista, cuando estigmatizaba a los fariseos y los saduceos llamándolos «raza de víboras» (Mt. 2, 7) y amonestaba a Herodes por su adulterio, no era duro de corazón; lo motivaba el amor a Dios y a las almas. Los hipócritas y los duros de corazón eran los consejeros de Herodes, que pretendían conciliar su condición pecadora e impenitente con las enseñanzas de las Escrituras. Herodes mató al Bautista para sofocar la voz de la verdad, pero al cabo de veinte siglos la voz del Precursor resuena todavía. 

Quien defiende públicamente la buena doctrina no imita el ejemplo de los fariseos y los saduceos, sino el de San Juan Bautista y el de Nuestro Señor.

Roberto de Mattei

lunes, 9 de noviembre de 2015

Discurso de clausura del Sinodo -1 (Análisis crítico)


Ya hemos podido leer en este blog la Relazione Finale del Sínodo 2015. En particular, es de señalar el extraordinario artículo de Roberto de Mattei en el que realiza un análisis certero de las más que previsibles consecuencias de dicho Sínodo. Dada, pues, la enorme importancia y trascendencia del mismo, me ha parecido conveniente incorporar aquí el Discurso completo de clausura del Santo Padre, tomado de la página web del Vaticano.

Señalo con cursivas o negritas lo que considero más relevante del discurso, incluyendo algunas expresiones que ha utilizado y que son ya -y con toda razón- objeto de controversia. Lo que aparece entre corchetes o con este mismo tipo de letra, es el analisis personal que yo hago. Dada la amplitud del discurso realizaré este análisis en varias entradas, pues aprovecho la ocasión para señalar lo que considero que es la causa principal de todo lo que está ocurriendo, cual es el miedo a la cruz y la falta de confianza en Dios. Éstas, a su vez, no son sino la consecuencia lógica de la pérdida de la fe. Y, como dice el autor de la carta a los hebreos, refiriéndose a Dios: "Sin fe es imposible agradarle, pues es preciso que quien se acerca a Dios crea que existe y que es remunerador de los que le buscan" ( Heb 11, 6). 



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Queridas Beatitudes, Eminencias, Excelencias.
Queridos hermanos y hermanas:

Quisiera ante todo agradecer al Señor que ha guiado nuestro camino sinodal en estos años con el Espíritu Santo, que nunca deja a la Iglesia sin su apoyo.

Agradezco de corazón al Cardenal Lorenzo Baldisseri, Secretario General del Sínodo, a Monseñor Fabio Fabene, Subsecretario, y también al Relator, el Cardenal Peter Erdö, y al Secretario especial, Monseñor Bruno Forte, a los Presidentes delegados, a los escritores, consultores, traductores y a todos los que han trabajado incansablemente y con total dedicación a la Iglesia: gracias de corazón. Y quisiera dar las gracias a la Comisión que ha redactado la Relación: algunos han pasado la noche en blanco.

Agradezco a todos ustedes, queridos Padres Sinodales, delegados fraternos, auditores y auditoras, asesores, párrocos y familias por su participación activa y fructuosa. Doy las gracias igualmente a los que han trabajado de manera anónima y en silencio, contribuyendo generosamente a los trabajos de este Sínodo. Les aseguro mi plegaria para que el Señor los recompense con la abundancia de sus dones de gracia.

Mientras seguía los trabajos del Sínodo, me he preguntado: ¿Qué significará para la Iglesia concluir este Sínodo dedicado a la familia? Ciertamente no significa haber concluido con todos los temas inherentes a la familia, sino que ha tratado de iluminarlos con la luz del Evangelio, de la Tradición y de la historia milenaria de la Iglesia infundiendo en ellos el gozo de la esperanza sin caer en la cómoda repetición de lo que es indiscutible o ya se ha dicho

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Sinceramente, yo tengo mis dudas acerca de que haya sido realmente el Espíritu Santo, es decir, el Espíritu de Cristo, el que haya guiado el camino sinodal al que se refiere el papa Francisco: el ambiente que se ha respirado en el Sínodo no ha estado marcado, en mi opinión, por la luz del Evangelio, de la Tradición y de la Historia milenaria de la Iglesia. Ojalá que así hubiese sido. Digo esto porque las conclusiones a las que se ha llegado en este Sínodo y que vienen reflejadas en la "Relazione finale" (en particular los puntos 84 a 86, aunque no son los únicos puntos problemáticos) no son las que cabría esperar si se hubiese dado esa fidelidad al Evangelio, a la Tradición y a la Historia milenaria de la Iglesia a las que alude el santo Padre. Pero, en fin ...

En cuando a lo de la comodidad que supone el repetir lo que ya está dicho y es indiscutible, me remito a lo que decía el apóstol Pablo a los filipenses: "Escribiros las mismas cosas a mí no me resulta molesto y para vosotros es motivo de seguridad" (Fil 3, 1) ... De aquí se desprende que tal repetición de lo mismo, para el Apóstol, es necesaria ... ¡y no necesariamente cómoda!

La Palabra de Dios no puede ser adulterada de ninguna de las maneras, pues está en juego la salvación de las almas; en esto san Pablo es tajante y no se anda con remilgos. Esto le escribe a su discípulo Timoteo: "Te conjuro en la presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, por su venida y por su reino: predica la Palabra, insiste, con ocasión o sin ella, argumenta, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina" (2 Tim 4, 1-2). No importa que haya que estar repitiendo siempre lo mismo, cuando lo que se repite es la Palabra de Dios, pues eso da seguridad a los fieles.

Por otra parte, si -como muy bien dice el santo Padre- el asunto que se está tratando es algo que es indiscutible y que ya se ha dicho (se sobreentiende que se refiere a la Palabra de Dios sobre la indisolubilidad del matrimonio) ... ¿Qué sentido tiene, si es que tiene alguno, votar sobre lo indiscutible, sobre lo que está definido de una vez por todas y para siempre en el Evangelio por el mismo Jesucristo, quien no consideró ninguna excepción a la indisolubilidad del matrimonio ?. Y la respuesta es: ¡Ninguno! ... a menos que haya un intento, más o menos disimulado, de cambiar la Doctrina recibida ... pero eso es algo que nadie -y el Papa menos que nadie- puede hacer, no sin grave riesgo de caer en herejía ... ¡Cuando hablo así me limito a aplicar la pura lógica!

En realidad, la solución a los problemas planteados está ya dada, desde hace casi dos mil años: no hay más que contrastar lo que se ha puesto en tela de juicio en este Sínodo con las palabras de Jesucristo, en este caso las que pronunció referidas al matrimonio. Y, a partir de ahí, que cada cual saque sus propias conclusiones.

Jesús dejó muy claro a los fariseos que fue la dureza de corazón de sus padres la que llevó a Moisés a permitirles escribir el libelo de divorcio a una mujer y despedirla, pero que al principio no fue así (Mc 10, 2-9). Lo realmente curioso, aunque comprensible, es que ni siquiera los discípulos de Jesús acababan de entender la respuesta que su Maestro le dio a los fariseos. Y por eso le preguntaron de nuevo sobre esto. Y volvió a decirles, para que no hubiera ninguna duda en este sentido y supieran a qué atenerse: "Cualquiera que repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, adultera" (Mc 10, 12).

La doctrina es muy clara y no cabe la confusión en la interpretación de estas palabras. ¿Cómo explicar, entonces, que se haya discutido -y se haya votado- acerca de la posibilidad de excepciones a esta regla ... lo cual se ha hecho nada menos que en un Sínodo de Cardenales, presidido por el santo Padre? Cuesta entenderlo, la verdad.

... porque esas palabras, aparentemente tan duras y poco comprensivas, relativas a la indisolubilidad del matrimonio, han sido pronunciadas por el mismo Jesucristo, de quien se dice en las Sagradas Escrituras que es "rico en Misericordia" (Ef 2, 4)

[Nota: aunque esta cita se aplica a Dios Padre, sin embargo, tenemos aquello de: "Yo y el Padre somos Uno" (Jn 10 30). El Hijo es Dios, al igual que lo es el Padre, el mismo y único Dios. Y es de este único Dios de quien se predica la misericordia. De hecho nada sabríamos de Dios Padre si el Hijo no lo hubiese revelado]

De manera que si es cierto que todas las palabras de Jesús son Espíritu y Vida (Jn 6, 63) y no son piedras muertas que se lanzan a la cabeza de nadie, también éstas lo son [las relativas al matrimonio]. Es a la luz de la fe como debemos de entender siempre las palabras del Señor: de lo contrario, nos estaríamos situando en un plano meramente humano y acabaríamos diciendo y pensando disparates, que es lo que ocurrió con el cardenal Lacunza en su intervención sinodal, cuando dijo: "Si Moisés permitió el divorcio por la dureza del corazón de los hombres, Pedro (el Papa) no debería de ser menos misericordioso que Moisés". Vamos, hablando en plata: la Iglesia debería de conceder el divorcio a quien lo pidiera.

[Desde luego, ésa no sería la Iglesia de Jesucristo; ni el Papa tiene ese poder que le concede el cardenal Lacunza para deshacer lo que es de derecho divino]

Gracias a Dios hubo una reacción inmediata por parte del patriarca melquita Gregorio Lahman III, que tuvo que recordar, con severidad, a este cardenal, un hecho de todos conocido: y es que Cristo prohibió el divorcio que Moisés permitió. Y, además, y como consecuencia, gran número de blogueros importantes han escrito artículos excelentes sobre el tema en cuestión, en los que se habla de un no deseado, pero posible peligro de cisma en la Iglesia y de cómo Cristo cambió la Ley de Moisés por la Ley nueva del Evangelio, derogando la tolerancia al mal que suponía la práctica del divorcio mosaico.

De todos modos, y aunque esto supone un respiro, sin embargo no se entiende cómo es posible que este cardenal panameño no sólo siga manteniendo su sede sino que, además, haya ascendido de categoría: el 18 de octubre de 2015 (justo a mitad del Sínodo) fue nombrado cardenal de la Iglesia de san José de Cupertino, en Roma ... y no se ha retractado en nada de lo que dijo.

Por eso no nos tiene que extrañar demasiado el hecho de que los propios discípulos de Jesús, aunque lo habían dejado todo para seguirlo, tampoco ellos entendieran a Jesús, pues seguían pensando todavía al modo humano: De ahí su comentario: "Si tal es la condición del hombre con respecto a su mujer, no tiene cuenta casarse" (Mt 19, 10).

Jesús, como hemos visto, se reafirma en lo dicho y les da la doctrina sana que, más adelante, entenderán; una doctrina que ellos aceptan aun cuando todavía se siguen rigiendo, en su modo de pensar, por criterios exclusivamente humanos. Las enseñanzas de Jesús, el contacto continuo con Él y la venida del Espíritu que Él les envió después de resucitar, todo eso les llevará a entender la auténtica realidad de las cosas, que no es la que el mundo piensa.

Es de señalar que el Señor, cuando les imparte su doctrina y sus enseñanzas, no les responde refiriéndose a casos concretos; no hace uso de la casuística "caso por caso" [que es lo que ahora se quiere hacer]. Por el contrario, como se ha dicho, se reafirma en la doctrina que les ha dado: una doctrina que, ciertamente, es difícil de practicar, puesto que supone caminar por la senda estrecha y cargar con la cruz de cada día ... pero es que, aunque ellos no lo comprendan todavía, todo esto es para su bien: es el camino que deben de seguir si quieren salvarse.

Además, los preceptos del Señor no son pesados. Todo lo contrario. Pero es preciso que sean "sus" preceptos; y que se cumplan por amor a Él. Esto nos dice a todos: "Tomad sobre vosotros mi yugo. Y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón. Y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11, 29-30).

El amor verdadero es así de exigente. Pero esto es parte constitutiva de ese amor: cuando un hombre y una mujer se entregan el uno al otro para unirse en matrimonio, lo hacen libremente y en totalidad, hasta que la muerte los separe. Y si no están dispuestos a ese compromiso de por vida, a darse mutuamente, el uno al otro y el otro al uno, en mutua reciprocidad es señal de no se quieren, al menos no como hay que quererse, conforme a las reglas del amor.

[Porque el amor también tiene sus reglas. Y una de ellas es la fidelidad. El que ama a otro no puede serle infiel. Y si le es infiel es señal de que no lo ama. Todo esto es de sentido común]

El ejercicio del verdadero amor, en esta vida, va unido, de modo necesario, al sacrificio, a la donación y a la entrega de uno mismo al otro ... pero dada la naturaleza caída del hombre, tal entrega no tiene lugar si no es a base de sufrimiento.

[Ceder aun cuando se tenga razón, pensar en el otro con cariño, tener detalles con la persona a la que se quiere, etc... todo esto supone una lucha a muerte contra el propio egoísmo ... y no es tarea fácil].

En definitiva, el amor va necesariamente unido a la cruz: en ésta [en la cruz] se pone de manifiesto la veracidad del amor. En ella, y sólo en ella, se descubre y se hace patente la autenticidad del amor que dicen tenerse aquellos que se aman; por ella se sabe -sin ninguna duda- que el amor es real y no mera palabrería.

Y mira por dónde resulta que la señal del cristiano es la santa Cruz. Tuvo Dios que hacerse hombre, en la Persona del Hijo, en Jesucristo, para enseñarnos esta realidad, pues somos, por lo general, muy cerrados de mollera. Por eso, como las explicaciones no sirven, acaba diciéndoles a sus discípulos: "No todos entienden estas palabras, sino aquéllos a quienes ha sido concedido" (Mt 19, 11). El entendimiento de esta realidad del amor es un privilegio que le es concedido a aquellos cristianos que se toman en serio las palabras del Señor y se fían de Él: el Señor nunca defrauda; y jamás miente.

Como ocurre con otras muchas cosas -y como ya se ha dicho- la fidelidad entre los esposos (entendida como una fidelidad para siempre) está anclada en el misterio de la cruz; y supone la máxima manifestación de amor posible, según las palabras de Jesús: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). 

(Continuará)

Más sobre la "nueva" Iglesia. Franciscanas de la Inmaculada (Maria Teresa Moretti)


He entresacado en esta entrada del blog algunos párrafos de un excelente artículo de María Teresa Moretti, cuyo título es "Ninguna misericordia para los Franciscanos y Franciscanas de la Inmaculada" cuya lectura completa aconsejo. En concreto aquellos que están relacionados con la "nueva" Iglesia que padecemos, esta Iglesia "moderna" que se está alejando, cada día más, de la auténtica y única Iglesia que Jesucristo fundó. Y lo digo con gran pena. Pero la verdad es la verdad. Cerrar los ojos para no verlo no soluciona sino que agrava el problema.

Franciscanas de la Inmaculada

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Esta “nueva” Iglesia que perdona y abraza con ternura maternal a adúlteros pertinaces que quieren mantenerse en su adulterio y a homosexuales orgullosos de su condición, no puede ni tolerar ni perdonar a unos católicos que perseveren tercamente en la Tradición. En este caso, la Inquisición de la “nueva” Iglesia, disfrazada de corrección misericordiosa, se siente autorizada a actuar sin ninguna piedad, tratando a humildes frailes y piadosas monjitas como maléficos hechiceros y perversas brujas. Las pruebas de sus pecados: practicar la pobreza y, sobre todo, la originaria penitencia franciscana; rezar de rodillas el Santo Rosario; considerar la Santa Misa como la actualización del Sacrificio de Cristo y, por lo tanto, dar al culto divino todo el respeto y el esplendor que Dios se merece; y, por último, emitir el voto de esclavitud a María Santísima según el carisma de uno de los referentes espirituales de la Orden: san Maximiliano Kolbe. 


Estos gravísimos pecados aparecen con aún más evidencia cuando consideramos que estos frailes y estas monjas no se prestan a bailar y cantar en programas televisivos ni se ocupan de propaganda política ni salen en defensa de la tortuga carey o del asno salvaje sirio… O sea, que no “arman lío”, vamos. Por si fuera poco, se empeñan en hablar de Dios, de Jesucristo, de la Cruz, de la salvación de las almas, hasta llegar a atreverse a volver a plantear el pecado como fuente de todo mal. Esto, para la “nueva” Iglesia, es demasiado: es índice de ser unos posibles fariseos pelagianos y, por lo tanto, merecedores del todo el rigor del antiguo Índice.

Por una de esas paradójicas inversiones de la Ley y de la Palabra divinas a las que nos está acostumbrando esta “nueva” Iglesia, todo, absolutamente todo lo que ha constituido, alimentado y santificado la vida de miles y miles de santos y santas, además de generaciones y generaciones de fieles, es ahora tachado de “pelagianismo” o de “fariseísmo”, y perseguido sin tregua. A las pseudomonjas de pseudoclausura que “arman lío” en los medios de comunicación más anticristianos que se pueda imaginar se las anima a seguir degradando el santo hábito y los santos votos, hasta que todo, absolutamente todo lo que representa la vocación religiosa (y con más saña la de clausura) no sea más que objeto de escarnio y rechazo, mientras que a las monjas que aún se atreven a vivir sus votos con fidelidad y perseverancia, tan vez en una clausura digna aún de este nombre, se las somete a un plan de estricta “reeducación” por las buenas o por las malas. 

Del mismo modo, se ascienden y promocionan los teólogos que “de rodillas” trabajan sin descanso para erradicar las semillas de la Palabra de Dios que tantos y tantos misioneros han sembrado por todo el mundo a costa de su propia vida, mientras que los que forman y envían misioneros armados sólo y únicamente de la Palabra de Dios, como el Padre Manelli, a éstos se les encierra en algún lugar perdido, cortándole cualquier contacto con el exterior y vejándolos hasta la muerte.

Por orden del mismo Padre Manelli, los Franciscanos y Franciscanas de la Inmaculada han obedecido, ofreciendo el sufrimiento producido por esta terrible persecución interna por el bien de la Iglesia. Si recordamos lo que siempre se ha dicho, ésta puede ser una buena señal: puede significar que en esta Iglesia secularizada y en plena apostasía, siguen habiendo santos que, con su oración y el ofrecimiento de su sacrificio, están sosteniendo espiritualmente al “resto” de la verdadera Iglesia. Por lo visto, su calvario tiene que ser muy productivo, porque el “enemigo” no sólo no afloja su acoso, sino que lo está intensificando con ensañamiento feroz. (...)

Parece ser que quieren, a toda costa, que tomemos tal “integridad” por “integrismo”, así como pretenden que consideremos a los que quieren mantenerse fieles a los mandamientos de Nuestro Señor Jesucristo como unos fariseos… 

Parece ser que, para el Vaticano, nada son los monseñores-monseñoras que salen del armario abrazados como nenezas a sus mancebos en comparación con el peligro representado por esas monjas vestidas de azul, esclavas voluntarias de la Virgen

Así como, parece ser que el mismo Papa considera extraordinariamente más urgente extirpar lo que queda de esa pobre y fiel Orden franciscana que salvaguardar la validez de los sacramentos instituidos por el mismísimo Jesucristo. (...)

En estas horas de tinieblas, la Iglesia parece ensañarse contra sus hijos mejores, mientras es cómplice de la islamización de los países antaño cristianos, del mismo modo que parece estar siguiendo el mismo camino de disolución emprendido por las iglesias protestantes. La noche está cayendo, más oscura que nunca, precisamente sobre una ciudad italiana emblemática de lo que fue la resistencia de la Iglesia Católica contra el ataque de la herejía luterana: Trento. En Trento se han quedado solamente siete monjas adoradoras del Santísimo Sacramento. Siete monjas fieles al carisma de los Franciscanos de la Inmaculada. Ahora quieren que se vayan. Una vez que se hayan ido, en la ciudad que dio el nombre al glorioso Concilio de la Contrarreforma, no quedará nadie que adore al Santísimo. La luz se apagará. Y Lutero podrá creer que ha llegado el momento de su revancha ...

Pero si somos católicos, herederos de generaciones y generaciones de mártires y confesores de la fe, confiaremos en la promesa del Señor: Et portae inferi non praevalebunt. Las puertas del infierno no podrán prevalecer. Sabemos que, justamente en la profundidad de la oscuridad es cuándo volverá a encenderse la Luz, más brillante que nunca. Que Dios tenga piedad de nosotros y acorte esta larga, angustiosa noche.

María Teresa Moretti