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martes, 10 de febrero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (10) [Tentaciones (2ª) Camino fácil]


Hay otro aspecto en la segunda tentación que la hace aún más perniciosa. Recordamos aquí -de nuevo- que el Diablo usa la propia palabra de Dios para engañar a Jesús, proponiéndole el camino espectacular si quiere triunfar: es tan sencillo como tirarse desde el pináculo del Templo y así- le dice el Diablo, citando la Escritura- “los ángeles te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra” (Mt 4, 6). Jesús -que tenía muy clara la misión que había recibido de su Padre- le contesta, igualmente, con otras palabras de la Escritura: “No tentarás al Señor, tu Dios” (Mt 4, 7). 

Estamos en nuestro derecho a preguntarnos por qué se trata esto de una tentación: al fin y al cabo, el Diablo le estaba proponiendo a Jesús un modo infalible para asegurar su triunfo ante el pueblo judío. Si Jesús hacía lo que el Diablo le decía que hiciese, todos los judíos aceptarían su Mensaje. La sutileza empleada por el Diablo en esta tentación es finísima. A propósito de lo cual me viene a la mente el pasaje evangélico en el que, cuando Jesús comienza a manifestar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén y padecer allí mucho y morir, pero que al tercer día resucitaría, se relata que “entonces, Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderle, diciendo: ‘¡Lejos de Tí, Señor! ¡No te sucederá eso!’. Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Apártate de Mí, Satanás!, pues eres para Mí escándalo, porque no gustas las cosas de Dios, sino las de los hombres” (Mt 16, 22-23).

Pedro razonaba al modo humano; por eso reprendió a Jesús, para que no se le volviera a pasar por la cabeza el decir esas cosas tan absurdas. No cabe duda que las intenciones de Pedro -cuando le habló así a Jesús- provenían del cariño que le profesaba; y, como consecuencia lógica, no deseaba que le ocurriera nada malo. Por eso, en la confianza que tenía con Él, se lo lleva aparte y le reprende. Es de destacar que esta reprensión a Jesús por parte de Pedro no la realiza en presencia del resto de los discípulos, lo que supone una gran delicadeza, propia del cariño que le tenía.  En buena lógica -se supone que así pensaría Pedro- si Jesús era el Hijo de Dios, como él mismo acababa de manifestarlo delante de los demás apóstoles, nadie se atrevería a hacerle daño, dado el inmenso poder de Jesús. Cabe pensar que éste sería -más o menos- su razonamiento. Al fin y al cabo, Pedro -de hecho-, al igual que la mayoría del pueblo judío, esperaba en un Mesías triunfante y poderoso, al que todos reconocerían como tal; y que los libraría de la tiranía del pueblo romano.

Todavía no había entendido el Mensaje de Jesús; y por eso no podía comprender, no le cabía en la cabeza, que Jesús dijera lo que dijo: Mi Maestro -pensaría para sí- se ha vuelto loco. Hay que devolverle la cordura para que no vuelva a decir -nunca más- semejantes disparates. De ahí que reprendiera a Jesús para que alejase de sí esas ideas. Y de ahí, también, su sorpresa ante la reacción de Jesús que, ciertamente, no se la esperaba, y se quedó atónito y mudo. ¿Acaso no era lógico lo que le había dicho?  Diríamos que la respuesta es ... ¡sí, ... y no! ¡Sí lo era desde un punto de vista meramente humano! Pero ocurre -con demasiada frecuencia- que la lógica divina no coincide con la lógica humana, como muy bien lo había advertido el profeta Isaías, cuando escribió: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos” (Is 55, 8). [refiriéndose a Dios]

Sin ser consciente de ello, Pedro se estaba interponiendo entre Jesús y la voluntad de su Padre. Evidentemente el Señor no podía permitirlo, de ninguna de las maneras. De ahí la respuesta -tajante- que le espetó a Pedro: “¡Apártate de Mí, Satanás!”   Reacción que nos puede parecer desproporcionada y que, sin embargo, no lo es; pues si nos fijamos, Pedro le estaba diciendo a Jesús -aunque con otras palabras- lo mismo que Satanás le dijo la segunda vez que lo tentó en el desierto. Oculta bajo buenas palabras -de modo consciente en el Diablo e inconsciente en Pedro- se encontraba latente la idea de que Jesús entendía el triunfo de su Mensaje tal y como lo entiende el mundo: fama, espectáculo, sensacionalismo, sobresalir sobre los demás, etc ... En definitiva, el Poder -para sí mismo y los suyos- que es justo lo que es contrario al Amor, el cual "no busca su propio interés" (1 Cor 13, 5)



A lo largo de la historia, siempre ha estado presente esta tentación del camino fácil, de la senda ancha, de la comodidad, del confort ... ; en otras palabras: la tentación de la huida de la cruz que le valió a Pedro el escuchar de Jesús: "eres para Mí escándalo, porque no gustas las cosas de Dios, sino las de los hombres". No tenemos por qué avergonzarnos de expresar lo que sentimos. Admitamos que nos identificamos con Pedro, pues ¿cómo van a ser buenos la cruz, el dolor, el sufrimiento, ..., ?  ¿Quién, en su sano juicio, desea sufrir? Y la respuesta es: nadie. Tendría que ser un masoquista o un enfermo mental.  Jesús no era ninguna de estas cosas y, aunque se nos pasara otra idea por la mente, en realidad -de verdad- Jesús no deseaba el sufrimiento, en sí mismo, puesto que era un hombre normal. ¿Cómo iba a desear sufrir por sufrir? ¡Tendría que estar loco! No, Jesús no quería sufrir. De hecho, ésta fue su oración en la noche del huerto de los olivos, previa a su pasión: “Padre mío, si es posible, pase de Mí este cáliz; pero no sea como Yo quiero, sino como quieras Tú” (Mt 26, 39)

La respuesta a la pregunta sobre el sufrimiento se encuentra en la existencia del pecado original, pecado con el que todos nacemos, consecuencia del que, libremente, cometieron nuestros primeros padres. No es un pecado personal sino de naturaleza, un pecado heredado, pues “en Adán todos pecamos” (Rom 3, 23); y al cual le añadimos nuestros propios pecados personales. 

No acabamos de entender por qué debía morir Jesús para redimirnos del pecado. ¿Acaso no hubiera sido suficiente el simple hecho de hacerse hombre? [La respuesta a esta pregunta puede ser motivo de otra entrada en el blog]. Sea lo que fuere, lo cierto y verdad es que tenía que suceder así, como el propio Jesús se lo hizo ver a los discípulos de Emaús: " '¡Oh necios y tardos de corazón para creer todos lo que dijeron los profetas! ¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y entrara así en su gloria?' Y empezando por Moisés y todos los Profetas, les interpretaba lo que hay sobre Él en todas las Escrituras". (Lc 24, 25-27)

En el eterno designio de Dios -que contempla la libertad humana y la respeta- estaba escrito que debía ocurrir, precisamente, lo que ocurrió.  Debido al pecado Dios se hizo hombre, en Jesucristo, sin dejar de ser Dios; se hizo uno de nosotros. "Y, en su condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2, 8) "dándose a Sí mismo como rescate por todos” (1 Tim 2, 6), "por nuestros pecados" (Gal 1, 4), "y para redimirnos de toda iniquidad" (Tito 2, 14). 

El dolor, el sufrimiento y la muerte son consecuencia del pecado. Ésta es la causa principal y única de todos los males que aquejan a la humanidad. Y el hombre Jesucristo padeció todas estas secuelas, "a excepción del pecado" (Heb 5, 15). Pero, sin embargo, tomó sobre sí ese pecado como propio, lo hizo suyo, sintiéndose pecador ante su Padre -no siéndolo- y todo ello por amor a nosotros, para merecernos la salvación; lo que, además, le llevó hasta el extremo de dar su vida en una cruz, conforme a sus propias palabras: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). 

Aunque es muy difícil de entender (porque tenemos el corazón demasiado duro) podemos leer en la carta del apóstol san Pablo a los corintios, con relación a la misión de Jesús y a la voluntad de su Padre: "A Él [esto es, a Cristo] que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que llegásemos a ser en Él justicia de Dios" (2 Cor 5, 21). Y en la carta a los romanos: “El que no perdonó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con Él todas las cosas?” (Rom 8, 32). Fue el Amor por nosotros -¡amor incomprensible, pero real!- el que le llevó a obrar como lo hizo.

El amor, en esta vida, va necesariamente unido al sufrimiento. Las palabras de Jesús no pueden ser más claras: "Si alguno quiere venir en pos de Mí, que tome su cruz cada día y que me siga. Pues quien quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda la vida por Mí, ése la salvará" (Lc 9, 23-24), palabras que no son sino un reflejo de lo que debe ser la vida cristiana; las citas serían interminables; y todas van dirigidas en el mismo sentido: "Entrad por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y estrecha la senda que lleva a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran!" (Mt 7, 13-14)

Lo miremos por donde lo miremos, la cruz es el signo del cristiano. Ahora bien: es fundamental no olvidar que lo esencial en la vida cristiana no es el sufrimiento en sí, sino el sufrimiento junto a Jesús, por amor a Él, porque se quiere compartir su vida y su destino, igual que Él ha hecho por nosotros. Un cristiano nunca sufre en solitario, sino que su sufrimiento es siempre con Jesús, en Jesús y por Jesús. Lo único importante es el amor a Jesús, nuestro Maestro y nuestro Amigo. Todo lo demás es accesorio y, en realidad de verdad, todo lo que no sea amar a Jesús es tiempo perdido

La demostración de la autenticidad del amor pasa siempre por la cruz. No hay otro camino en el presente eón en el que vivimos, porque el compromiso con Jesús conlleva siempre trabajo, esfuerzo, ilusión, ..., cruz en definitiva. De manera que el que huye de la cruz huye de Dios. Por eso la cruz debe ser amada, pero nunca en sí misma, sino sólo en tanto en cuanto es la cruz de Cristo, que es Aquel a quien amamos y por quien nos jugamos la vida igual que Él hizo por nosotros

Por eso decía, al principio, que nadie en su sano juicio -y Jesús menos que nadie- quiere sufrir. Pero … si se sufre con Cristo (pues Él sufrió por Amor a nosotros), si al sufrir estamos participando, verdaderamente, del sufrimiento redentor de Jesucristo (puesto que formamos con Él un solo Cuerpo), entonces esos sufrimientos nuestros son también sufrimientos suyos. Cuando un miembro se conduele todo el cuerpo se conduele. Y cuando un miembro se alegra todo el cuerpo se alegra. Si estamos con Él -y Él está con nosotros- cualquier cosa que nos ocurra siempre será buena, aunque mirada con criterios meramente humanos parezca que no lo es. La desgracia más grande que nos puede ocurrir es el pecado, porque éste nos separa de Aquél que es nuestro mejor Amigo; en realidad, nuestro único amigo, el que da sentido a toda nuestra existencia.


(Continuará)

¿Por qué se va la gente de la Iglesia? (Monseñor Livieres)



Sobre Monseñor Rogelio Livieres


Doctor en Derecho Canónico por la Universidad de Navarra (España) y especialista en Derecho Administrativo por la Escuela Nacional de Administración Pública de Madrid (España). Fue ordenado Sacerdote el 15 de Agosto de 1978. Pertenece al clero de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei. Nombrado como Obispo de Ciudad del Este por el Papa Juan Pablo II, el 12 de julio de 2004, tomó posesión del cargo el 3 de octubre del mismo año. Estuvo al frente de esta Diócesis hasta el 25 de septiembre de 2014, fecha en la que fue cesado por el papa Francisco, parece ser que debido a unas reflexiones que hizo [y que sería muy productivo leerlas] relacionadas con el Sínodo de la Familia que había sido convocado por el Papa del 5 al 19 de octubre de 2014.  Según declaraciones del Opus Dei, los dichos de Monseñor Livieres sobre el Sínodo "son de su entera responsabilidad" (no importando si lo que dijo era o no verdad) ... de modo que se quedó literalmente solo, en este sentido. Sobre la deriva del Opus Dei , hay escrito un artículo en este mismo blog tomado prestado de Germinans Germinabit

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El original del artículo que sigue puede leerse también pinchando aquí



Desde algunas décadas asistimos a una constante disminución del número de católicos en América Latina. Muchos de los que abandonan la Iglesia, no lo hacen por dejar de creer en Dios, sino para sumarse a otros grupos religiosos, principalmente sectas pentecostales.

En algunos países los datos son especialmente dramáticos: solo el 46% se declara católico en Guatemala y el 66% en Brasil. Recordemos que, no hace muchas décadas, eran países en los que más del 90% eran católicos antes de que empezara a ocurrir esta migración.

¿Cómo puede explicarse este fracaso de la pastoral de la Iglesia en países de antigua condición católica? Naturalmente, nuestra respuesta entra en el terreno de la conjetura. Más que una causa, hay un conjunto de causas que explican este fenómeno. Pero ahora interesa señalar la más importante de ellas. Y esto, es claro, depende del que opina.

Personalmente, yo pienso que la gente busca en la religión, en su fe, seguridad espiritual y sentido claro de su existencia. Creencias sólidas que vienen de Dios y han sido experimentadas positivamente a lo largo de los siglos. En cambio, los católicos, desde hace decenios, generalmente encuentran en los obispos y sacerdotes relativizaciones y no certezas de fe: dudas e interpretaciones demasiado personales que diluyen la verdad revelada por Dios y la fe compartida por la comunión de la Iglesia a través de los siglos.

Una persona que vive de la fe católica busca, además de solidez, una armonización entre esta fe y la razón. Esta fe «explicada» y «razonable» se va volviendo monolítica por medio de la oración y los sacramentos, a partir de los cuales se va ahondando la relación personal con Dios. En este diálogo constante con el Señor va creciendo en la firmeza de su fe que, a su vez, empieza a transmitir a los demás cuando los ve vacilantes, desconcertados o titubeantes.

El relativismo y la formación doctrinal pobre –aunque a veces sofisticada– ha diluido las certezas de la fe y la intensidad de la vida espiritual entre nosotros. La Iglesia necesita volver a la solidez doctrinal de otras épocas, si no quiere disgregarse o desangrarse en mil sectas, incluso aunque subsistan dentro de sí misma.

Verdad es que Jesús prometió asistir a la Iglesia hasta el final de los tiempos. Pero también nos previno que, en su regreso, la fe de muchos se habría apagado y la Iglesia se vería reducida a un pequeño rebaño, a un puñado que logró escapar a la disgregación espiritual y doctrinal. A nosotros nos corresponde, en cada tiempo, ser fieles a Cristo y así atraer al mundo entero a la luz de la fe.

Muchos han enfocado equivocadamente el diálogo Iglesia-mundo. No le hicimos ningún favor al mundo cuando acudimos a ese diálogo con las mismas perplejidades de ellos. Un diálogo así se transforma con frecuencia en un intercambio de dudas.

Donde realmente se realiza ese diálogo con el mundo es en nuestros propios corazones, cuando consideramos las cosas a la luz de la luminosidad de Cristo. Los cristianos somos el mismo mundo sacralizado, orientado a Dios y por eso pleno y feliz.

No me refiero al mundo del que se refiere san Juan cuando dice que tres son los enemigos que tenemos: el mundo, el demonio y la carne. Aquí mundo significa todo lo creado y que todavía no ha sido redimido en el corazón del cristiano por obra de la gracia.

Hemos de vivir como hijos de Dios, y acudir a nuestros hermanos, los demás hombres, con ese conocimiento del Padre y de su enviado, Jesucristo, por el que se nos hace participar de la vida eterna. El esplendor de la verdad de la fe debe verse reflejado en nuestra conducta y explicado, de modo razonable,  en nuestra conversación con el resto de los hombres. Además, necesitamos cultivar un trato humano que se preocupe de todas las cosas con ánimo de sencilla convivencia y sin pretender «pontificar» a los demás desde nuestro primer encuentro. Ya llegará el momento y los modos en que podamos ir sugiriéndoles un encuentro amable con las verdades que nos sistematiza el Catecismo de la Iglesia Católica o, más sencillamente, el Compendio del Catecismo.

Cuando contribuimos con las verdades de Dios al diálogo con los hombres, la mayoría respetan nuestras convicciones y agradecen nuestra paz interior. De esa manera vamos dialogando con el mundo desde la verdad de la que somos poseedores no porque sea nuestra, sino porque es de nuestro Padre y, por lo tanto, de todos nosotros por igual. La experiencia nos muestra que, cuando somos fieles a la verdad del Evangelio en toda su plenitud y certeza, los hombres comienzan a retornar a la Iglesia, de la que sólo se fueron porque no encontraron suficiente alimento para sus vidas. Cumplamos, pues, con lo que el Señor nos encomendó: “Id y predicad a todas las naciones”.

Mons. Rogelio Livieres

lunes, 9 de febrero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (9) [Tentaciones (2ª) Fama]

Y pasamos a la segunda tentación: el Diablo, pese a todo, no ceja en su empeño y continúa tentando a Jesús. En este caso lo lleva a la Ciudad Santa y lo pone sobre el pináculo del Templo, diciéndole: "Si eres Hijo de Dios, tírate desde aquí, porque escrito está: 'A sus ángeles te encomendará y te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra' " (Mt 4, 6) ... Es de destacar que a Satanás no le importó citar las Sagradas Escrituras, con tal de conseguir su objetivo, que era engañar a Jesús y llevarlo a su terreno. Y así cita el Salmo 91, versículos 10 y 11, en los que se explica con ejemplos que quien está con el Señor no tiene por qué temer ningún mal ... ¡lo cual es verdad - puesto que es palabra de Dios- incluso aunque sea el mismo diablo quien la pronuncia! Vemos así al propio diablo haciendo uso de la palabra de Dios. Precisamente el diablo, de quien dice Jesús que es "homicida desde el principio... que no hay verdad en él ... y que es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44). Aunque "no ha de extrañar -como dice san Pablo-  el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz" (2 Cor 11, 14)  

Por eso los cristianos tenemos la obligción de estar siempre alerta y vigilantes
a para poder descubrir los planes de nuestro enemigo el Diablo, que -como dice san Pedro- "ronda como león rugiente buscando a quién devorar" (1 Pet 5, 8). No hay que dejarse engañar. Jesús nos advertía que es preciso que seamos "sencillos como palomas", pero al mismo tiempo "prudentes como serpientes"  (Mt 10, 16b). En esta segunda tentación, el diablo pone en prueba "aparentemente" la confianza de Jesús en su Padre, una confianza que -para ser verdadera- debe de ser total, lo cual es verdad. Escoge, además, con gran astucia, el texto de la Escritura que más conviene a sus propósitos. 

Pero, fijémonos: ¿Es posible que el Diablo desee algún bien para nosotros? Por supuesto que no; luego debe haber algún truco en sus palabras, que es necesario descubrir. Por eso he escrito la palabra "aparentemente" entre comillas y con letra cursiva, puesto que -en realidad- el Diablo sólo desea nuestro mal, aunque use las palabras de la Escritura. Jesús lo vio claramente y no cayó en el engaño. El conocimiento profundo, y la vivencia, que tenía Jesús de las Sagradas Escrituras le llevó a darse cuenta, inmediatamente, de la tentación que se ocultaba bajo esas "hermosas" palabras ... y que lo que de veras pretende el Diablo es que los judíos lo vean bajando triunfante desde lo más alto del Templo, de modo que así no tengan más remedio que reconocerlo como el Mesías que durante tanto tiempo han estado esperando. Ése es el camino que el Diablo le "aconseja" a Jesús si quiere triunfar porque, además, actuando así, estaría demostrando su confianza en su Padre Dios.

Jesús sabe perfectamente que las intenciones del diablo, con relación a Él, son muy diferentes de lo que expresan sus palabras (¡aunque éstas, en sí, sean verdaderas!) La tentación es fuerte y muy sutil, pues va acompañada de la palabra de Dios, una palabra que el Diablo no tiene ningún reparo en usar, adulterar e interpretar a su manera, proponiendo para ella un sentido completamente diferente de aquél con el que fue escrita. Pero Jesús, gran conocedor de la Escritura, le contesta así al Diablo: "También está escrito: ¡No tentarás al Señor, tu Dios! (Mt 4, 7) [expresión contenida en el libro del Deuteronomio (Dt 6, 16)]. 




La tergiversación del sentido de las palabras contenidas en la Escritura es hoy muy frecuente. Como se ha dicho más arriba si "el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz … no es algo extraordinario que también sus ministros  se disfracen de ministros de justicia" (2 Cor 11, 14-15). Se trata de una grave tentación, en la que no debemos de caer. 

El Diablo sigue hoy actuando, o bien directamente; o -lo que es más frecuente- haciendo creer a la gente que no existe. Tiene otros modos de manifestarse para engañar, que eso es "lo suyo, porque es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44c). Y es también el padre de todos los mentirosos: "Vosotros tenéis por padre al diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre (Jn 8, 44a). Así les hablaba Jesús a los fariseos. San Pablo, en su segunda carta a los corintios, se refiere a la existencia de "falsos apóstoles, obreros engañosos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo" (2 Cor 11, 13). Hoy son muchos los hijos de las tinieblas, unas tinieblas tan densas que quien vive entre ellas piensa que no existen. Pero ahí están:  Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, de los que ponen tinieblas por luz y luz por tinieblas, de los que cambian lo amargo en dulce y lo dulce en amargo" (Is 5, 20).

De ahí la necesitad que tenemos los cristianos de estar muy atentos a las palabras y a la manera de actuar de Jesucristo, que es nuestro Maestro, el Buen Pastor, el Único que se preocupa de verdad por sus ovejas, por quienes da su Vida -como de hecho hizo- entregándola por amor a nosotros. De Jesús debemos aprender que el verdadero triunfo no se encuentra en la fama, en el espectáculo y en la admiración de las gentes, porque todas esas cosas van dirigidas hacia la propia exaltación, hacia la búsqueda egoísta del propio "yo" y no es eso lo que debe buscar un cristiano: "Quien quiera salvar su vida la perderá"  (Mt 16, 25). 

Una vez más, la idea que Dios tiene acerca de las cosas
-idea que coincide con la verdad de las cosas- es muy distinta de la nuestra, tal y como decía el profeta Isaías:  "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos -oráculo del Señor- " (Is 55, 8).

Puesto que mientras vivimos, aún estamos a tiempo; siendo cada día una nueva oportunidad que Dios nos da para cambiar y volvernos hacia Él, es importantísimo -si queremos salvarnos- que comencemos ya a modificar el modo que tenemos de enfocar la vida y que lo cambiemos, dándole el único enfoque verdadero, que es el pensamiento de Dios, manifestado en Jesucristo. "No os acomodéis a este mundo -decía san Pablo- sino transformaos por la renovación de la mente, de modo que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios; esto es, lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rom 12, 2)

Bajo la apariencia de confianza en Dios, se oculta -con demasiada frecuencia- la vieja tentación de buscar el aplauso de las gentes; de manera que lo que se desea -de verdad- es el reconocimiento de nuestros méritos (espectáculo, vanidad, fama, etc…) en lugar de desear con todas nuestras ansias -y por encima de todo- la gloria de Dios, que es lo único que debe importarnos, pues es lo que le importaba a Jesús. Así lo dijo con una claridad meridiana: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado" (Jn 4, 34)

No se puede usar la palabra de Dios para volver a la gente contra Dios, haciéndoles creer -además- que es así como lo están sirviendo. Enorme hipocresía ésta -la de los falsos pastores y falsos profetas- que, por desgracia, se está convirtiendo en el pan de cada día: "Llega la hora -decía Jesús- en la que todo el que os dé muerte pensará que hace un servicio a Dios" (Jn 16, 2). Esto es algo que -cada día más- se está palpando en el seno de la Iglesia; debemos estar prevenidos y no dejarnos engañar. 

Y no tenemos otro remedio, si queremos salvarnos, que acudir a la Palabra de Dios -en particular el Nuevo Testamento- y profundizar en ella, pidiéndole a Jesús que nos conceda la fe, pues "sin fe es imposible agradar a Dios" (Heb 11, 6), sabedores de que "todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama se le abre" (Lc 11, 10). Y con la seguridad de que seremos escuchados; pues "si vosotros -decía Jesús-siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?" (Lc 11, 13). 

Por otra parte, debemos hacer uso de los medios que la Iglesia [se sobreentiende que nos estamos refiriendo a la Iglesia de siempre y no la "Iglesia" modernista, la "nueva Iglesia" que no es -en realidad- la verdadera Iglesia de Cristo] ha dispuesto para nuestra salvación, comenzando por el reconocimiento de nuestros pecados como tales pecados; hecho lo cual -y arrepentidos sinceramente de ellos-, acudir a la confesión con un sacerdote de confianza (que siempre los hay, aunque cada vez sea más difícil encontrarlos). Como bien sabemos, el sacerdote actúa "in Persona Christi" y puede perdonarnos los pecados, si estamos arrepentidos -con todo nuestro corazón- de haberlos cometido y tenemos el firme y sincero propósito de no volver a cometerlos.

¡Nunca está todo perdido! Como se ha dicho, cada día es una nueva oportunidad que Dios nos concede para que cambiemos; y esto lo hace porque nos quiere y desea estar con nosotros, con todos y con cada uno. Y, aunque parezca increíble, lo desea con todo su Corazón. Yo le importo mucho a Dios. No deberíamos olvidar esta realidad, porque es la clave para que nuestro arrepentimiento sea verdadero y tenga algún sentido; a saber: la certeza de que Dios, encarnado en la Persona de su Hijo Jesucristo, está enamorado de nosotros,
[¡está enamorado de mí!] hasta el punto de haber llegado a dar  su Vida para salvarnos. Si somos conscientes de que esto es así -que es una realidad y no es ningún cuento- ello nos llevará -como consecuencia lógica y contando siempre con la ayuda de Dios- a poder responderle con el mismo Amor con el que Él nos ama, que de eso -y no de otra cosa- se trata.

(Continuará)

domingo, 8 de febrero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (8) [Tentaciones (1ª) Provecho personal]

Con relación al uso fraudulento de la palabra de Dios, me viene a la mente el pasaje evangélico de las tentaciones de Jesús por el Diablo, relatado por los evangelistas san Mateo (Mt 4, 1-11) y san Lucas (Lc 4, 1-13). Prestando un poco de atención se puede observar que las tres tentaciones sufridas por Jesús en el desierto tienen en común el intento de desviarlo de su misión de dar gloria a Dios, para dirigir esa gloria hacia sí mismo


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En la primera tentación el Diablo apela a Jesús para que haga uso de su poder en provecho propio"Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes" (Mt 4,3). Jesús vence esta tentación acudiendo a la Palabra de Dios, enseñándonos así el camino a seguir para vencer las tentaciones a las que siempre vamos a estar  expuestos mientras dure nuestra vida. Sabía muy bien lo que Dios quería de Él: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió" (Jn 4, 34). 

La voluntad de su Padre era la norma de su vida, y a ella fue siempre fiel incluso en los momentos de mayor sufrimiento:  "Padre, si quieres aparta de Mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22, 42). Y así en múltiples ocasiones: "Yo no busco mi gloria" (Jn 8, 50). "Yo te he glorificado en la tierra: he terminado la obra que Tú me has encomendado que hiciera" (Jn 17, 4). "He manifestado tu Nombre a los que me diste del mundo. Tuyos eran, Tú me los confiaste y ellos han guardado tu Palabra" (Jn 17, 6). "Las palabras que me diste se las he dado, y ellos las han recibido y han conocido verdaderamente que Yo salí de Tí, y han creído que Tú me enviaste" (Jn 17, 8).  


Jesús, gran conocedor de la Palabra de Dios -Él es la Palabra- no se deja engañar. Y ésta es la contestación que dio al Diablo: "Escrito está: 'No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios' " (Mt 4, 4, que cita Dt 8, 3b). 




Que "el discípulo no está por encima de su Maestro ... sino que le basta ser como su Maestro" (Mt 10, 24-25) fue una lección que los discípulos de Jesús aprendieron muy bien; en concreto, en lo que se refiere al sentido de la vida como servicio: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28). Así, escribe san Pedro: "Que cada cual ponga al servicio de los demás los dones recibidos" (1 Pet 4, 10). Y san Pablo: "¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?" (1 Cor 4, 7). "Ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Porque ya vivamos, ya muramos, del Señor somos" (Rom 14,7-8). "Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis" (Mt 10, 8b), decía el Señor a sus discípulos. Y el ángel que se apareció a los pastores les dijo: "Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido el Salvador,  que es el Cristo, el Señor ... " (Lc 2, 10-11) 

Hay infinidad de citas, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, en las que se pone de manifiesto, primero que Dios es el centro de todo"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Dt 6,5). Y, segundo, que lo que ha revelado a unos pocos -su Amor- no es sólo para ellos sino que tienen el deber de darlo a conocer a todos para que todos se pueden enriquecer y encontrar un sentido a sus vidas "Que estas palabras que Yo te dicto estén en tu corazón. Las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando estés sentado en casa y al ir de camino, al acostarte y al levantarte" (Dt 6, 6-7). La palabra de Dios no es para guardársela uno para sí mismo, sino para comunicarla a los demás: "Observad que no he trabajado sólo para mí, sino para cuantos buscan la instrucción" (Eclo 33, 18)

Todo esto no es sino una manifestación concreta del segundo de los dos grandes mandamientos, a saber: "Amarás a tu prójimo como a tí mismo" (Dt 6, 18b). Jesús hace referencia a los dos grandes mandamientos del Amor: el amor a Dios y el amor al prójimo y afirma que "de ellos penden toda la Ley y los Profetas" (Mt 22, 36-40). También san Pablo dijo que "el Amor es la plenitud de la Ley" (Rom 13, 10b). Y es el Amor -y no otra cosa- la razón principal -la única, diría yo- por la que Jesús no usó nunca el Poder que tenía en beneficio propio, pues su misión era la de manifestar al mundo el inmenso Amor y predilección que tenía Dios por todos y por cada uno de los seres humanos, sin excepción. 

Todo el Nuevo Testamento está en perfecta consonancia con la enseñanza de Jesucristo: los discípulos de Jesús- todos y cada uno- vivieron la Vida de Jesús en sí mismos, sin perder, por ello, su propia personalidad. Este amor que experimentaron tenían también que transmitirlo de alguna manera al resto de la gente, asistidos por el Espíritu Santo, que lo haría posible. Y es así que san Pablo pudo decir, en acción de gracias: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo (...) que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros podamos consolar a cuantos están afligidos, con el consuelo con el que nosotros mismos somos consolados por Dios" (2 Cor 1, 3-4) 

El falso profeta sólo busca su propio interés y medrar; piensa en sí mismo -en escalar puestos, en su comodidad, etc...-, de modo que "ve venir al lobo, deja las ovejas y huye- y el lobo las arrebata las dispersa-, porque es asalariado y no le importan las ovejas" (Jn 10, 12-13). Contra ellos nos previene Jesús: "Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces" (Mt 7, 15).  Y no sólo nos previene sino que nos da la solución para que podamos saber, sin miedo a equivocarnos, si nos encontramos ante un falso profeta o no. Y la "receta" es muy sencilla: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7, 16). De ahí la enorme importancia que tiene seguir el consejo del Señor: "Vigilad y orad para no caer en la tentación; pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil" (Mt 26, 41). 

De manera que sin la oración y el trato con el Señor estamos perdidos. Debemos poner todos los medios a nuestro alcance y el Señor pondrá el resto. Él nunca abandona a aquellos que le buscan con buena voluntad. Si así lo hacemos, podemos estar tranquilos y no perder la paz, por muy difíciles que sean las pruebas a las que tengamos que ser sometidos; las cuales servirán, además, para purificar nuestras intenciones y para fortalecernos en lo que verdaderamente importa: nuestra voluntad firme de estar siempre junto al Señor, amándolo y dejándonos amar por Él. 


(Continuará)

martes, 3 de febrero de 2015

Rabbitgate (2/2) [Christopher A. Ferrara]


 Christopher A. Ferrara
[El original en inglés puede leerse pinchando aquí]

Este artículo es mi visión sobre el impacto que ha tenido el escándalo causado por la reciente conferencia de prensa en el avión que transportaba a Francisco de Manila a Roma. El titular, absolutamente predecible, rezaba: “El Papa Francisco: los católicos no tienen que criar como conejos”. Que se abstengan los objetores de molestarme a mí o a este periódico, hablando de una “mala traducción” o de “todo el contexto” de las palabras del Papa, o con minucias como que “el Papa no dijo criar como conejos, sino ser como conejos”. He visto la entrevista entera en italiano, la he comparado con la transcripción proporcionada por la revista América, y puedo confirmar que el Papa dijo lo que dijo, y que su “contexto” no sólo no disminuye, sino que empeora el escándalo que ha causado, una vez más por hablar de manera improvisada; es decir, el escándalo que ha causado por decir lo que realmente piensa, que se supone es la gran ventaja de hablar “desde el corazón”, en lugar de leer siempre de textos preparados, como su predecesor cohibido. 

Lo primero de todo  “Rabbitgate”, tal y como los blogueros católicos lo han apodado, es otro ejemplo de un espectáculo sin precedentes en la historia del papado: un Papa que públicamente e incesantemente denuncia a sus súbditos por su apego a las doctrinas y disciplinas de la Iglesia. Hasta ahora la Iglesia nunca ha tenido que soportar a un Papa que condena a los miembros de su grey porque observan ciertas reglas o demuestran una fe intransigente a un cierto estilo católico del pasado. Hasta ahora nunca se ha visto a un Papa que muestra nada más que indulgencia hacia los disidentes respecto a las enseñanzas de la Iglesia en materia de fe y moral, a la vez que declara, con desdén,- en una exhortación apostólica, nada menos,- que “una supuesta solidez de doctrina y disciplina llevan a un elitismo narcisista y autoritario”.

Sin embargo, mientras que antes Francisco limitaba sus asombrosas denuncias de ortodoxia y ortopraxis a grupos no definidos de fieles, durante la conferencia de prensa en el avión de vuelta de Manila hizo algo que la Iglesia nunca ha visto hasta ahora: denunció a una sola mujer que había conocido en una parroquia de algún lugar, porque confiaba que Dios le ayudaría en su octavo embarazo que requeriría una cesárea. Dando rienda suelta a su deseo, que parece insaciable, de hablar a la prensa, Francisco añadió estas palabras infames a una serie de pronunciamientos infames que no tienen parangón entre todos Papas que le han precedido:

Esto no significa que el cristiano debe hacer hijos en serie. Reprendí a una mujer, hace unos meses, en una parroquia, que estaba embarazada de su octavo hijo, con siete cesáreas. “¿Pero quieres dejar a siete huérfanos? Esto es tentar a Dios. Él [Pablo VI] habla de paternidad responsable.”

Aunque parezca increíble, el mismísimo Vicario de Cristo suministró a los medios de comunicación del mundo los datos suficientes para que fuera evidente a todos los que conocen a esta mujer que el Papa le había reprendido personalmente, por ser una madre irresponsable que ha cometido el pecado de tentar a Dios, cuando en realidad está practicando una virtud heroica al aceptar a todos los hijos que Dios le ha dado, con la asistencia de un procedimiento que la medicina moderna otorga a las madres con embarazos complicados de manera rutinaria. (Todos conocemos y admiramos a madres católicas que han dado a luz a bebés sanos gracias a múltiples cesáreas.)

Antonio Socci ha subrayado un aspecto devastador de este pontificado cada vez más estrambótico: “Si [la mujer] hubiera dicho que usaba la píldora o que estaba divorciada, [Francisco] hubiera dicho ¿quién soy yo para juzgar?” Otra vez este Papa, cuyo mensaje mediático es de misericordia y compasión, ha mostrado una total falta de misericordia y compasión para con los católicos que luchan heroicamente por vivir su fe conforme a la enseñanza, exigente pero liberadora, de la Iglesia.

Pero esta vez nuestro 
extraño Papa  ha ido demasiado lejos, incluso para muchos de sus más acérrimos defensores. No quedó ahí la cosa; Francisco quiso denunciarla una segunda vez hacia el final de la conferencia. Fue en respuesta a una pregunta contenciosa de un periodista sobre si la pobreza en Filipinas está relacionada con el hecho de que la mujer filipina tiene como media tres hijos o más:


Ese ejemplo que mencioné hace poco de la mujer que esperaba su octavo (hijo) tras siete cesáreas. Eso es una irresponsabilidad [dicho con énfasis] “No, pero yo confío en Dios” [mofándose de su supuesta convicción] Pero Dios te da métodos para ser responsable. Algunos piensan, disculpen si uso esa palabra, que para ser buenos católicos tenemos que ser como conejos. No. ¡Paternidad responsable! Esto está claro, es por lo que hay grupos matrimoniales en la Iglesia, hay expertos en este tema, hay pastores. Uno puede buscar y conozco muchísimas formas de evitar esto, que son lícitas, y que pueden ayudar. Ha hecho bien en preguntarme.

Estas palabras revelan la mentalidad que hay detrás. ¿Qué tipo de Papa denunciaría públicamente por tentar a Dios a una mujer católica que confía en Su Providenciauna confianza tan evidentemente premiada, con tantos niños alumbrados felizmente? ¿Qué tipo de Papa utilizaría a esta mujer como ejemplo de católicos que creen que deben “ser como conejos”, y de esta manera dar credibilidad a la caricatura maliciosa que hace el mundo de las madres católicas? 
[Los blogueros neo-católicos en el “Equipo Bergoglio”, a la desesperada, sacaron el comentario del “conejo” del contexto de la mujer que citó Francisco, argumentando que el Papa hablaba de manera general sobre la enseñanza católica]

Además, ¿qué tipo de Papa se referiría a muchísimas formas de evitar el embarazo, como si la paternidad fuera algo de lo cual los católicos necesitan una escapatoria? Y ya que estamos, ¿qué quiere decir Francisco cuando habla de muchísimas formas de evitarlo, dado que la abstinencia, periódica o permanente es la única manera lícita de evitar un embarazo, y ésta sólo por razones graves?

Pero las revelaciones no acabaron aquí. Prosiguió Francisco con esta observación sobre los filipinos que viven en la pobreza:

Otra cosa curiosa en relación a esto es que para la gente más pobre un hijo es un tesoro. Es verdad que hay que ser prudente incluso aquí, pero para ellos un hijo es un tesoro. Algunos diría “Dios sabe como ayudarme” y quizás algunos de ellos no son prudentes, es cierto. Pero miremos también la generosidad de ese padre y esa madre que ven en cada hijo un tesoro.

¿Por qué piensa Francisco que es “curioso” que para los más pobres un hijo es un tesoro? ¿Por qué dice “incluso aquí” – con los más pobres – “hay que ser prudente”, como si sugiriese que los más pobres se pueden permitir ser algo menos “responsables” a la hora de concebir hijos, porque para ellos son un tesoro y no tienen otro tesoro? Un hijo es un tesoro para todo el mundo, sea rico o pobre, no solamente “para ellos”, los más pobres. Y si cada hijo es un tesoro para cada persona a quien Dios decide conceder un hijo, ¿con qué derecho condenó dos veces Francisco a una mujer – evidentemente no una mujer muy pobre – que ha traído al mundo a ocho hijos, con la ayuda de un procedimiento médico corriente?

En resumidas cuentas, el hombre que la prensa ha idolatrado como un humilde y tierno pastor de almas, mediante una comparación odiosa con su predecesor, aquí ha revelado tener una faceta bastante mezquina y no poca condescendencia hacia los pobres. Incluso tras la inevitable “aclaración” dos días más tarde, con el Papa leyendo un texto preparado en su audiencia del miércoles que alababa las familias numerosas y afirmaba que cada hijo es un regalo de Dios, no hubo ni rastro de una disculpa hacía la mujer que había calumniado delante del mundo entero, precisamente porque había aceptado, de manera valerosa, ocho regalos de Dios.

“Rabbitgate” puede ser el punto de inflexión en el pontificado de Bergoglio, tal y como fue Watergate en la presidencia de Nixon, un acontecimiento apropiado para un pontificado que se asemeja muchísimo a una presidencia. La blogosfera está repleta de protestas de madres de ocho o más hijos que ahora se dan cuenta de lo que este periódico lleva meses denunciando: que algo gordo falla en este pontificado, algo que la Iglesia no había experimentado antes.

Un colaborador de la página resolutamente centrista, Aleteia.org, ha observado: "si Facebook es representativo, muchas familias numerosas sienten bastante menos amor por Francisco, después de los conejos". Mientras que estas mismas personas, por lo general, han aceptado sin rechistar las palabras y gestos escandalosos de este Papa, dejando que protesten los tradicionalistas, esta vez Francisco ha hecho mella en el católico “conservador” de a pie, y los ojos se están abriendo. Escribe el mismo autor: “Si después de los “conejos” para tí Francisco no es lo que era, que así sea. Jesucristo aún reina.” Añado un sentido amen.

La percepción, cada vez más amplia, de que Francisco está fuera de control podría ser un factor crucial en la consolidación de la resistencia jerárquica y laica, que será necesaria para evitar el debacle que claramente tiene en mente para el Sínodo de 2015, si es que podemos hacernos una idea por la elección del líder de su Consejo de Ocho.  Tal y como el Cardenal Maradiaga declaró recientemente, con toda la imprudencia que le ha merecido el apodo de “Mad Dog Maradiaga”:

El Concilio propulsó renovaciones institucionales, siguiendo la lógica del Espíritu. Estas reformas engloban todos los niveles de la organización eclesial… Pero los cambios funcionales e institucionales en sí mismas resultaron ser insuficientes, superficiales… El Papa quiere llevar esta renovación hasta el punto en que será irreversible.

Mientras que Francisco nos cuenta lo que realmente piensa y enajena a un número creciente de fieles, que caen en la cuenta de que este papado es peligrosamente disfuncional, sólo nos queda rezar para que lo que vemos sea el Espíritu Santo, escribiendo recto con renglones torcidos. Es muy posible que la amenaza representada por el Bergoglianismo será evitada por las meteduras de pata del mismo Jorge Bergoglio.




Por otra parte, el Papa que condena públicamente a una madre de ocho hijos por “irresponsable”, concede una audiencia privada a una pareja homosexual “transexual”El bergoglianismo da un nuevo giro hacía la locura. El mismo Papa que quiso aprovechar una conferencia de prensa para condenar a una madre católica con ocho hijos por tentar a Dios, acaba de recibir en una audiencia privada en su residencia a una mujer que procura convertirse en hombre mediante cirugía de “cambio de sexo” y su llamada “prometida”. Una versión habla de su “mujer”, pero al parecer la “boda” tendrá que esperar hasta que se complete el procedimiento de reasignación de género de “Diego”.

La audiencia, que tuvo lugar el 24 de enero a las 17 horas, fue después de que Francisco hiciera personalmente dos llamadas telefónicas a la mujer, que ahora se hace llamar Diego, quien se había quejado de que su párroco había condenado su “cambio de sexo” y que se sentía marginada en la Iglesia. La primera llamada ocurrió en la fiesta de la Inmaculada Concepción y la segunda en Noche Buena, cuando Francisco invitó personalmente a “Diego” y su “prometida” a visitarle en el Vaticano.

Así que tenemos a un Papa que concede una audiencia privada a una “pareja transexual”, a la vez que se niega a reunirse con el fundador de los Frailes Franciscanos de la Inmaculada, cuya orden católica floreciente ha destruido, o con el solitario obispo de Paraguay a quien depuso de su diócesis, rebosante de vocaciones, porque se le opuso el episcopado paraguayo, dominado por progresistas, que espantan a millones de católicos de la Iglesia.



Christopher A. Ferrara

Rabbitgate (1/2) [Christopher A. Ferrara]


El título original es Rabbitgate: Could This Be a Good Thing y hace referencia a una especie de Watergate en el seno de la Iglesia. Así me ha parecido entenderlo, al menos. Se trata de un artículo extraordinario y de alto interés, que dice la verdad sin ambages y con valentía, llamando a las cosas por su nombre. Altamente esclarecedor para todo aquel que quiera ver, porque los hechos están ahí: son indiscutibles. Y todos apuntan en el mismo sentido: en el de una Iglesia que se ha arrodillado ante el mundo, tomando los "valores" del mundo como propios ...¡algo que la Iglesia no puede hacer! No obstante lo hace, traicionando así la misión que recibió de Jesucristo, su Fundador. 

Lo propio en un cristiano es ser odiado por el mundo. Esto no lo digo yo, lo dijo Jesús a sus discípulos: "Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que Yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia. Acordaos de la palabra que os dije: 'No es el siervo más que su señor'. Si a Mí me persiguieron, también a vosotros os perseguirán. Si guardaron mi palabra, también guardarán la vuestra" (Jn 15, 18-20). Y les dijo también: "¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!" (Lc 6, 26). 


¿Qué observamos hoy en día? Está muy claro, para todo el que quiera ver. Y es que, con el pretexto de "abrirse" a todos los hombres, se está haciendo, en la Iglesia, un uso fraudulento del Mensaje de Cristo; en su Nombre, y bajo la excusa de que lo importante es la "pastoral" (¡otra palabra adulterada!) se intenta destruir la verdadera y única doctrina de Jesús, cambiándola por otra más en consonancia con los "tiempos modernos". La Iglesia está acobardada porque se ha perdido la fe en Jesucristo, como verdadero Dios y hombre verdadero; a consecuencia de lo cual no es la Iglesia la que está ganando adeptos, sino que es el mundo el que, de hecho, está penetrando en la Iglesia, intentando "transformarla" por todos los medios. Pero, transformarla, ¿en qué? No lo sabemos, pero desde luego, lo que fuese no sería ya la verdadera Iglesia de Cristo! 

Lo que ocurrirá sólo Dios lo sabe. Si es la legítima Iglesia, no habría más remedio que adherirse a ella, pero sólo de modo oficial, pues por encima de todo está la obediencia a la Palabra de Dios, fielmente interpretada por la Iglesia de veinte siglos, hasta que llegó el Vaticano II. La Iglesia no comenzó hace 50 años. No nos podemos inventar una nueva Iglesia. De manera que si llegáramos a esa situación, no nos quedaría otra opción que hacer nuestras las palabras de san Pedro: "Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech 5, 29); y, por lo tanto, seguir manteniéndonos fieles al depósito recibido, que no engaña, pues "Jesucristo es el mismo ayer y hoy; y lo será siempre" (Heb 13, 8)

Si Dios así lo permite, siempre nos queda la esperanza de saber que " todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios" (Rom 8, 28). Es de reconocer, sin embargo, que Dios nos lo está poniendo muy difícil ... se trata de una prueba de fuego, tal vez para que salgan a relucir aquellos que de verdad quieren a Jesús; y que no se avergüenzan de Él, en medio de un mundo -y de cierta parte de la Iglesia- que le ha dado la espalda; y se ha cerrado a la Verdad. Pero contamos con su ayuda, la cual nunca nos va a faltar. Eso es motivo de alegría. Las persecuciones nos sirven para participar en la misma vida de Jesús. En ellas - más que cuando todo nos sale a pedir de boca- se hace patente la autenticidad del amor que le tenemos a nuestro Maestro y Señor. Y sus Palabras resuenan en nuestro corazón: "No os dejaré huérfanos" (Jn 14, 18). "Confiad: Yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33).  No estamos solos: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).   

(Continuará)

miércoles, 28 de enero de 2015

El nombre de Petrus Romanus (Padre Alfonso Gálvez)

(Tercera Parte)

Durante la persecución final que sufrirá la Santa Iglesia Romana, reinará Pedro Romano, que apacentará sus ovejas entre multitud de tribulaciones, transcurridas las cuales, la Ciudad de las Siete Colinas [Roma] será destruida. Y el Juez terrible juzgará a su pueblo. Fin.

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Una primera curiosidad que llamaría la atención, de no ser porque suele pasar desapercibida, tiene que ver con el hecho de que el oráculo se refiere exclusivamente a la Iglesia Católica Romana como la única a la cual conoce. Si se tiene en cuenta que su fecha de origen es el siglo XII (suele fijarse hacia el año 1140), el Cisma de Oriente o Gran Cisma ---primero de los más importantes---, ya se había consumado definitivamente en un tiempo anterior (año 1054). Luego hay que considerar también la terrible catástrofe de la Reforma, con la aparición de las innumerables sectas protestantes que también se separaron de la verdadera Iglesia. Sin embargo, y frente a todo eso, el texto de San Malaquías no considera a la Católica como una más en la que subsiste la Iglesia de Cristo, tal como efectivamente lo hace el Concilio Vaticano II (Concilio Vaticano II, Constitución Lumen Gentium, n. 8).

Es sabido que las doctrinas postconciliares han dado de lado al tradicional concepto de la Iglesia como Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana, a fin de legitimar las nuevas doctrinas que incluyen a las sectas y Movimientos cismáticos y separados como verdaderas Iglesias y, por lo tanto, como instrumentos válidos de salvación (apartándose claramente en este punto de un secular y tradicional Magisterio). Que el vaticinio de San Malaquías exclusivamente conoce a la Iglesia Católica como única y verdadera Iglesia (ni siquiera se plantea el problema de las otras Iglesias), lo demuestra el hecho de su clara alusión a la Romanidad de la Iglesia y su explícita referencia a la Ciudad de las Siete Colinas. Es cierto, sin embargo, que ya desde la Antigüedad ---empezando por el Libro del Apocalipsis--- se llamó Iglesias a las Comunidades locales; aunque el concepto quedaba limitado exclusivamente, como hemos dicho, al ámbito de las Comunidades de cristianos esparcidas aquí y allá, sin que jamás les fuera atribuido el significado de Iglesia en sentido comprehensivo.

Otra importante cuestión abierta a la especulación, según se desprende del texto final de la Profecía de San Malaquías, tiene que ver con el papel desempeñado en los acontecimientos de los Últimos Días por el titular del lema que cierra la serie. Allí se dice que este misterioso Pedro Romano apacentará a las ovejas -pascet oves- entre muchas tribulaciones durante la persecución final. El texto in multis tribulationibus, aunque es suficientemente claro, no excluye cierta ambigüedad capaz de considerar diversos matices interpretativos: ¿Se trata de difíciles y peligrosos obstáculos que el último Papa habrá de esforzarse en sortear mediante graves sufrimientos y duras penalidades? ¿O, por el contrario, habrá contribuido él mismo a provocar tales pruebas que, por otra parte, se verán obligados a sufrir los elegidos? La realidad es que no es posible descartar, ni tampoco admitir, cualquier hipótesis a la ligera, desde el momento en que las profecías sobre los novísimos hablan de falsos profetas que engañarán a muchos y hasta de anticristos que pretenderán ocupar el lugar de Dios.

Es necesario reconocer, con respecto a la responsabilidad de Pedro Romano en los graves acontecimientos que precederán a la Parusía, que nada seguro se puede deducir a este respecto -bueno o malo- del contenido del texto. Lo único cierto es que será él quien estará desempeñando la función de Vicario de Cristo en aquellos terribles momentos. La decisión de atribuirle, en todo o en parte, la responsabilidad de los acontecimientos, supondría la voluntad de identificarlo con alguno de los falsos Profetas que, según todas las profecías, actuarán en los Últimos Tiempos desplegando un arsenal de falacias con el que engañarán a muchos. Sería, sin embargo, una grave afirmación sobre la que no existe base alguna en el texto como para poder decir que se trata de algo más que una gratuita atribución. Por lo que se trataría de una acusación carente de suficientes fundamentos. Aunque tampoco sería razonable descartar ---dentro del terreno de hipótesis en el que nos encontramos--- la teoría de algunos según la cual existen bastantes indicios que inducen a pensar lo contrario.

Mucho más importante es la cuestión de los tremendos acontecimientos que tendrán lugar durante el Pontificado de Pedro Romano, puesto que son los que señalarán el fin de la Historia y la segunda venida del Supremo Juez. Lo que significaría, de ser cierta la atribución del lema al Papa Francisco, que la Iglesia actual está abocada a las graves persecuciones, penalidades y sufrimientos que, según lo que está profetizado, pondrán a prueba la fe de losescasos cristianos (Lc 18:8) que hayan permanecido fieles hasta entonces. Todo lo cual ocurrirá en un momento por ahora imposible de conocer (Mt 24:36), pero probablemente ya cercano al que actualmente vivimos los cristianos (1 Cor 7: 29--31).

Ahora bien, ¿puede decirse que los acontecimientos que en estos momentos están afectando a la vida de la Iglesia, como también a la de la Humanidad, poseen la suficiente envergadura para considerarlos como los que habrán de ocurrir en los Últimos Tiempos, o al menos como los que marcarán su comienzo?

Y la respuesta más razonable es, por supuesto, la de que no lo sabemos. Sin embargo, las tribulaciones y asaltos que en estos momentos está sufriendo la Iglesia, que la han conducido a la mayor crisis de su Historia, son de tan extraordinaria gravedad que hubiera sido imposible imaginarlos hace aproximadamente sesenta años. Se podrá discutir todo lo que se quiera acerca de si tales acontecimientos son los propiamente señalados para suceder en losÚltimos Tiempos..., aunque resulta difícil pensar, en el caso de que no sea así, en la manera en que podrían ser superados por los que habrían de venir después.

Puede decirse, por lo tanto, que se trata efectivamente de una hipótesis a la que no es posible prestar plena adhesión, pero que no deja de ser, sin embargo, otra circunstancia más que apunta hacia la identificación del Papa Francisco con Pedro Romano.

La gravedad de tales acontecimientos aumenta si se considera, no solamente que suelen pasar desapercibidos, sino que son calificados además como el triunfo de una línea de progreso que ha mejorado notablemente la vida de la Iglesia ---la Primavera eclesial---. Lo cual sucede mientras la Esposa de Cristo lucha para desenvolverse en un ambiente letal de paganismo, incredulidad, corrupción generalizada, general apostasía, mentira institucionalizada en todos los órdenes..., y hasta de burla constante de Dios. Nunca Satanás podía haber esperado que la difusión de la herejía modernista le iba a proporcionar semejante triunfo, que además posee todos los visos de estar a punto de acabar con la Iglesia Católica.

Ya hemos dicho, y lo seguimos manteniendo, que nos estamos moviendo dentro del terreno de las hipótesis. De donde se desprende que aquí no se pretende dar nada como definitivamente demostrado. Sólo intentamos hacer ver que, tanto la Profecía de San Malaquías como la atribución del mote de Pedro Romano (correspondiente al último Papa) al Papa Francisco, no pueden ser cosas desechadas a la ligera.

Por otra parte, no debe olvidarse que aquí se está hablando exclusivamente de la Profecía de San Malaquías ---a la que también hemos considerado como profecía privada, aunque de carácter serio--- sin pretender parangonarla ni contrastarla con ninguna de las que integran la nube de profecías, revelaciones, apariciones y visiones que, como las moscas en tiempo de verano, pululan dentro de la Iglesia en estos momentos. Acerca de las cuales los cristianos harían bien en recordar que tal cosa es lo que siempre suele suceder en épocas de grandes crisis como la actual, y que ninguna de ellas, a excepción de Fátima y Lourdes justamente bendecidas por la Iglesia, ofrecen garantía alguna de credibilidad.

Igualmente decimos, dentro de este contexto de posibilidades sobre el que estamos elucubrando, que se podrá discutir todo lo que se quiera acerca de si los acontecimientos que actualmente afectan a la Iglesia y al mundo se parecen o no a los que habrá de sufrir la Humanidad en los Últimos Tiempos, o en sus proximidades. Pero, a no ser que se quiera negar toda evidencia, hay dos hechos a este respecto que están ahí, para cualquiera que quiera ver:

a) Que la situación actual del mundo es un polvorín a punto de estallar y con el que puede ocurrir cualquier cosa.

b) Que la persecución que la Iglesia está sufriendo en el momento actual es la mayor que ha padecido en la Historia, superando en mucho a las sufridas en la época del Imperio Romano. Los cristianos que son masacrados cada día tanto en África como en Asia son innumerables. En cuanto al llamado mundo de la civilización occidental (en el que podemos considerar a Europa y a las dos Américas), la ofensiva desencadenada contra él por todas las ideologías anticristianas (racionalismo, inmanentismo, existencialismo, historicismo, marxismo, y sobre todo por el modernismo como abarcador de todas ellas según San Pío X), con el único fin de acabar de una vez con todos los valores cristianos, ha adquirido una ferocidad rayana en lo diabólico. Con otra agravante más, sin embargo, pero que cobra extraordinaria importancia, cual es la de que el punto álgido de la persecución contra los cristianos está situado esta vezdentro de la misma Iglesia, pues son los mismos que se llaman cristianos los que con mayor intensidad están persiguiendo a los pocos que todavía se mantienen fieles a la Doctrina de la Fe y que despectivamente son llamados tradicionalistas(como si el término tradicionalista no fuera inherente al de cristiano).

Con respecto a este último punto, y siempre dentro del terreno hipotético en el que hablamos -¿habrá que repetirlo de nuevo?-, resta añadir que resulta difícil descartar el papel decisivo que el Papa Francisco parece estar desempeñando en la puesta de trabas y dificultades a los cristianos tradicionalistas y, en general, a todo lo que suena a Tradición dentro de la Iglesia.

Y sin embargo queda un hecho fundamental indiscutible y ahora ya fuera de toda hipótesis, cual es el de que una Iglesia no fiel a la Tradición no puede ser la verdadera Iglesia.

Uno de los principales logros conseguidos en la que parece ser la Batalla Final contra la Iglesia, y del que jamás nadie habla, se refiere a la abolición del precepto divino de la indisolubilidad del matrimonio. Al cabo de veinte siglos de defender lo contrario, la Iglesia parece estar dispuesta, no solamente a amparar el divorcio mediante la alegación de razones que rayarían con el ridículo de no ser porque suponen una burla al Derecho divino, sino a dar al traste con toda la doctrina tradicional sobre la familia y la peligrosa y atrevida admisión a la Eucaristía -de Dios nadie se ríe, decía San Pablo- de quienes carecen de las debidas disposiciones, haciendo caso omiso de todas las prescripciones del Derecho divino.

Sin embargo, cuando las exigencias de adecuación al Mundo y el deseo de no parecer anticuados son más importantes que la guarda de la Ley de Dios -Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre- (Mt 19:6; Mc 10:9), y además se proclaman como un triunfo del progreso, sin tener en cuenta las previsibles consecuencias de la destrucción de la Familia y aun de la Fe de la multitud de los fieles, cuando las cosas han llegado a ese punto, resulta difícil negar que andamos cerca del Final del camino.

Pero acerca de todo esto queda mucho por decir.

(Continuará)