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martes, 27 de julio de 2021

Stat Crux ... ¡firme en medio de todo tipo de ruinas!

 CHIESA E POST CONCILIO

Imagen simbólica del desastre en Alemania

Imagen simbólica del desastre en Alemania


En el pueblo de Weindorf Rech, esta foto fue tomada en medio del desastre causado por la reciente inundación. Todo destruído, sólo una estatua de madera permaneció intacta.

La destrucción, la muerte, el desastre se detienen ahí, en las proximidades de la Cruz de Cristo, sin poder tocar no sólo la Cruz misma y el Crucifijo, sino también a la Madre y al Discípulo amado que, desafiando toda lógica humana, creyó que su refugio estaba allí mismo, donde humanamente no se ve más que desesperación y muerte.

No se necesitan comentarios, todos pueden ver o no ver: una señal, una casualidad, un significado o nada.

domingo, 25 de julio de 2021

Análisis del motu proprio "Traditionis custodes" del Papa Francisco, a una semana de su publicación

 CATHOLICVS


Tras 40 meses sin publicar en el blog -por motivos que no vienen al caso-, y tras leer y escuchar muchos artículos, opiniones y comentarios en internet y otros medios de comunicación, me he decidido a analizar someramente el motu proprio 'Traditionis custodes', pues afecta a la liturgia tradicional que siempre he promovido en este blog, y así también despejar dudas y equívocos que se han difundido en otros medios.

Este motu proprio comienza diciendo que sus predecesores (los de Francisco) "concedieron y reglamentaron la facultad de utilizar el Misal Romano publicado por San Juan XXIII en 1962" (que no es otro que la última edición del Misal de San Pío V) "Para promover la concordia y la unidad en la Iglesia [...] en algunas regiones [donde los fieles] se adhirieron a las formas litúrgicas anteriores a la reforma deseada por el Concilio Vaticano II". Sin embargo, dicha adhesión no era geográfica, ni se limitaba a simples regiones concretas.

En realidad, el motu proprio "Summorum Pontificum" de Benedicto XVI aclara perfectamente que la motivación no era promover ninguna "concordia y unidad", sino la preocupación pastoral de Juan Pablo II por dichos fieles:
"...el Sumo Pontífice Juan Pablo II, movido por la preocupación pastoral respecto a estos fieles...".
Lo cual se concretó en el año 1988:
"...con la Carta Apostólica «Ecclesia Dei», dada en forma de Motu Proprio, Juan Pablo II exhortó a los obispos a utilizar amplia y generosamente esta facultad en favor de todos los fieles que lo solicitasen. Después de la consideración por parte de nuestro predecesor Juan Pablo II de las insistentes peticiones de estos fieles...".
Es decir, no sólo Benedicto XVI dio la posibilidad a todos los fieles de usar los libros litúrgicos tradicionales (entre ellos, el Missale Romanum de San Pío V en su última edición), sino que dicha medida se remonta hasta el pontificado e iniciativa de Juan Pablo II. Así, la celebración en iglesias designadas para ello, en simples parroquias o el establecimiento de parroquias personales dedicadas al Rito Romano tradicional, se debió a esa solicitud pastoral con los fieles que solicitaban el Rito Romano tradicional. No se debía, pues, al "...deseo y a la voluntad de sacerdotes individuales que a la necesidad real del «santo Pueblo fiel de Dios»", como afirma "Traditionis custodes".

Esas medidas para dar respuesta a dichas peticiones se tomaron:
"...tras haber escuchado a los Padres Cardenales en el consistorio del 22 de marzo de 2006, y haber reflexionado profundamente sobre cada uno de los aspectos de la cuestión, invocando al Espíritu Santo y contando con la ayuda de Dios...".
Y por ello Benedicto XVI promulgó la Carta Apostólica en forma de motu proprio "Summorum Pontificum".

Como aclaró perfectamente Benedicto XVI (no es que lo estableciera él, sino que simplemente lo recordó) el uso del Rito Romano tradicional (como también cualquiera de los otros ritos de la Iglesia), es una de las expresiónes de la Lex orandi, y estas...
"...expresiones de la «Lex orandi» de la Iglesia en modo alguno inducen a una división de la «Lex credendi» («Ley de la fe») de la Iglesia".
Es decir, el uso del Rito Romano tradicional no induce a dividir lo que creen los fieles (la Lex credendi), como achaca sin pruebas 'Traditionis custodes'.

Quienes usan el Rito Romano tradicional, aun suponiendo que fueran divisivos en algún aspecto (de lo cual primero hay que mostrar pruebas concretas, no sólo afirmarlo, ni achacárselo a todos en bloque, lo cual es incierto e injusto), no lo son, en ningún caso, por el mero hecho de usar el Rito Romano anterior a la reforma litúrgica de 1969. Si no, ¿habría que concluir que, siguiendo dicho razonamiento, las evidentes y mayores divisiones que se han producido en los últimos 50 años entre sacerdotes y fieles que sólo usan el Misal de Pablo VI se debe al uso de dicho Misal?

Y no sólo las divisiones, sino la no aceptación de multitud de aspectos y decisiones del Concilio Vaticano II (no digamos de Concilios precedentes, que siguen en vigor, por si alguno se ha olvidado), del Magisterio de los Papas postconciliares, y hasta del mismo Credo o el Decálogo, entre muchos de esos miembros del clero y fieles que sólo usan el Novus Ordo. Porque, no nos engañemos: hay muchos más. ¿Metemos a todos en el mismo saco, lo achacamos al Misal de Pablo VI, y prohibimos las Misas en las parroquias con el Novus Ordo, así como la no Ordenación de nuevos sacerdotes que pretendan usarlo? Porque eso es lo que establece y parece pretender "Traditionis custodes" con quienes usan el Rito Romano tradicional, a pesar de ser menos gente, de ser menos divisivos (cuando no en absoluto divisivos) y de creer todo lo que manda la Iglesia, a diferencia de muchos de aquéllos.

Además, Benedicto XVI, como también lo hace Francisco en la carta a los obispos que acompaña "Traditionis custodes", recordó (de nuevo, lo recordó, no lo estableció él, y por tanto no puede derogarse lo que es un mero recordatorio de un hecho cierto, por más que se derogue "Summorum Pontificum", que es donde meramente se aclara eso, y no el documento que establece tal hecho) que:
"...es lícito celebrar el Sacrificio de la Misa según la edición típica del Misal Romano promulgado por el beato Juan XXIII en 1962, que NUNCA SE HA ABROGADO".
Ni lo abrogó Pablo VI, ni Juan Pablo II, ni Benedicto XVI, ni, por supuesto, lo ha abrogado Francisco, aunque haya limitado su uso.

Entrando en el articulado de "Traditionis custodes", lo primero que destaca es la imprecisión del texto y la malinterpretación en sus citas:

En el artículo 1, cuando afirma que los libros litúrgicos promulgados por Pablo VI y [posteriormente retocados por] Juan Pablo II "en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II" son "la única expresión de la lex orandi del Rito Romano", cabe decir, en primer lugar, que éstos no están tan en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II como afirma, pues "Sacrosanctum Concilium", el documento sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II, se ha incumplido sistemáticamente en muchas de sus partes hasta el día de hoy (por ejemplo, el uso del latín obligatorio, no opcional, aunque se permitan partes en lengua vernácula, o el uso del canto gregoriano); y en segundo lugar, tendría que decir que dichos libros litúrgicos son la "unica expresión" PERMITIDA de la "Lex orandi", si su intención es prohibir el uso del Rito Romano anterior a la reforma de Pablo VI, no que lo que siempre ha sido una de las expresiones de dicha Lex orandi (como también lo son los otros Ritos latinos o los Orientales) se haya convertido por arte de magia en otra cosa, o que su uso dé lugar a creer (Lex credendi) otra cosa diferente a lo que creen quienes usan el Misal de Pablo VI. Porque, se supone que el Novus Ordo no da lugar a creer otra cosa que lo que siempre ha creído la Iglesia. ¿O acaso lo hace o lo pretende?

El artículo 2 permite a los obispos autorizar el uso del Missale Romanum de San Pío V en su edición de 1962 en sus respectivas diócesis, por lo cual, no puede considerarse que los obispos que lo autoricen sean "desobedientes" al Papa, como afirman algunas personas en internet y las redes sociales.

El artículo 3 será inaplicable en casi todos (si no en todos) los casos, pues, ¿cómo se comprueba que "estos grupos no excluyan la validez y la legitimidad de la reforma litúrgica, de los dictados del Concilio Vaticano II y del Magisterio de los Sumos Pontífices"? Los obispos, ¿van a preguntar sobre estos puntos a cada fiel que asista a Misa? Hasta ahora no lo han hecho (y eso que es uno de los motivos aducidos en la carta de acompaña al motu proprio para tomar las decisiones contempladas en "Traditionis custodes"), sino que se han limitado a responder un cuestionario (sólo lo ha hecho un tercio de los obispos), no habiendo ellos -tampoco- encuestado a los fieles para saberlo y sacar conclusiones a partir de sus supuestas respuestas (que tampoco se han dado a conocer). Pero, además, aunque se hubiera hecho y se hiciera (que no se ha hecho, ni se hará), salta a la vista la arbitrariedad e injusticia que supondría hacerlo sólo con los fieles que asisten a Misas tradicionales (muchos de los cuales también asisten a Misas Novus Ordo), y no a quienes asisten al culto con el Misal de Pablo VI.

Tanto el Papa como los obispos saben perfectamente que hay muchos más fieles, de los que sólo usan los libros litúrgicos promulgados por Pablo VI, que cuestionan el Concilio Vaticano II, todos los Concilios anteriores (porque el último no los deroga o invalida, como algunos pretenden dar a entender), el Magisterio de los Sumos Pontífices, tanto preconciliares, como postconciliares (piénsese en 'Humanae Vitae' de Pablo VI, 'Familiaris Consortio' de Juan Pablo II, o la 'Dominus Iesus' sobre la unicidad y universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, por ejemplo), la autoridad papal y hasta el mismo Decálogo, que los que presuntamente cuestionan alguna de esas cosas entre los católicos que usan el Rito Romano tradicional (aunque sólo sea porque, por mera estadística, hay menos fieles de este tipo que de los primeros).

El resto del artículo, y los demás artículos, son meras restricciones: Misa tradicional sí, pero fuera de las parroquias, no erigir nuevas parroquias personales, no autorizar nuevos grupos, etc., que ya han analizado otras páginas web.

Sorprende, asimismo, la prisa en tomar estas medidas: "entrando en vigor inmediatamente". Pero así es como están las cosas, de momento.

Por último, hay que señalar y repetir que la Constitución Apostólica "Quo Primum tempore", promulgada por el Papa San Pío V de acuerdo con los decretos y cánones del Concilio de Trento, no se ha abrogado jamás. Ni lo hizo Pablo VI, ni los Papas posteriores (incluyendo a Francisco), y puede seguir oficiándose la Misa Tridentina y los fieles asistir a la misma, como recordó Benedicto XVI, según establece a perpetuidad dicha Constitución Apostólica:
VII. Además, por autoridad Apostólica y a tenor de la presente, damos concesión e indulto, también a perpetuidad, de que en el futuro sigan por completo este Misal y de que puedan, con validez, usarlo libre y lícitamente en todas las Iglesias sin ningún escrúpulo de conciencia y sin incurrir en castigos, condenas, ni censuras de ninguna especie.
VIII. Del mismo modo, estatuimos y declaramos:

- Que no han de estar obligados a celebrar la Misa en forma distinta a la establecida por Nos ni Prelados, ni Administradores, ni Capellanes ni los demás Sacerdotes seculares de cualquier denominación o regulares de cualquier Orden;
- Que no pueden ser forzados ni compelidos por nadie a reemplazar este Misal;
- Y que la presente Carta jamás puede ser revocada ni modificada en ningún tiempo, sino que se yergue siempre firme y válida en su vigor.
XII. Así pues, que absolutamente a ninguno de los hombres le sea licito quebrantar ni ir, por temeraria audacia, contra esta página de Nuestro permiso, estatuto, orden, mandato, precepto, concesión, indulto, declaración, voluntad, decreto y prohibición. Más si alguien se atreviere a atacar esto, sabrá que ha incurrido en la indignación de Dios omnipotente y de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo.
Y así lo ha entendido la Iglesia, siempre y en todo lugar, desde que se promulgara hace más de 450 años.

En otra entrada analizaré, Dios mediante, la carta que acompaña a este motu proprio, donde Francisco expone sus motivaciones (con independencia de si las razones aducidas son reales o no, si corren prisa o no, etc.)

CATHOLICVS

Entrevista a Mons. Schneider sobre Traditionis Custodes

INFOCATÓLICA 


Mucho se está diciendo a favor y en contra del reciente Motu Proprio sobre la Misa Tradicional. Nos parece entonces un servicio eclesial el poder dar voz también a Mons. Schneider, en una reciente entrevista concedida a Diane Montagna, celebrando en esas líneas una actitud delicadamente pastoral y muy necesaria en horas muy oscuras para gran cantidad de fieles, sin dejarse llevar por un obsecuente respeto humano ni por reacciones intempestivas. Subrayamos especialmente el poner de manifiesto una cuestión que no sólo desde un punto de vista católico sino sobre todo humano, nos preocupa: la violación del principio de identidad y de no contradicción, ya que hoy no sólo se está contradiciendo la voz del sentir milenario de la Iglesia sino muchas de las normas explícitamente declamadas en el pontificado que transitamos, y que son aquí citadas oportunamente.

Por nuestra parte, rogamos a María, Auxilium Christianorum, que ilumine y proteja a la Iglesia en las actuales batallas, como lo hizo en tiempos de San Pío V, allá en Lepanto…

A continuación, la entrevista completa:

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Diane Montagna: Excelencia, la nueva carta apostólica del Papa Francisco, emitida motu proprio el 16 de julio de 2021, se llama “Traditionis Custodes” (Guardianes de la Tradición). ¿Cuál fue su impresión inicial acerca de la elección de este título?

Mons. A. Schneider: - Mi impresión inicial fue la de un pastor que, en lugar de tener olor a sus ovejas, las golpea furiosamente con un palo.

D.M. ¿Cuáles son sus impresiones generales sobre el Motu Proprio y de la Carta adjunta del Papa Francisco a los obispos del mundo, en la que explica su razón de ser para restringir la Misa tradicional en latín?

Mons. A.Schneider: - En su Exhortación apostólica programática, Evangelii Gaudium, el Papa Francisco aboga por “ciertas actitudes que favorecen la apertura al mensaje: cercanía, disposición al diálogo, paciencia, calidez y acogida sin prejuicios” (n. 165). Sin embargo, al leer el nuevo Motu Proprio y la carta que lo acompaña, uno tiene la impresión opuesta, a saber, que el documento, en su conjunto, muestra una intolerancia pastoral e incluso una rigidez espiritual. El Motu Proprio y la Carta que lo acompaña comunican un espíritu crítico y hostil. En el documento sobre Fraternidad humana (firmado en Abu Dhabi el 4 de febrero de 2019), el Papa Francisco abraza la “diversidad de religiones”, mientras que en su nuevo Motu Proprio rechaza resueltamente la diversidad de formas litúrgicas en el rito romano.

Qué contraste tan flagrante de actitud presenta este Motu Proprio, en comparación con el principio rector del pontificado del Papa Francisco, es decir, la inclusión y el amor preferencial por las minorías y las periferias en la vida de la Iglesia. Y qué actitud sorprendentemente estrecha se descubre en el Motu Proprio, en contraste con las propias palabras del Papa Francisco:
“Sabemos que estamos tentados de diversas maneras a adoptar la lógica del privilegio que nos separa, excluye y cierra, mientras separamos, excluyendo y cerrando los sueños y la vida de tantos de nuestros hermanos y hermanas ”(Homilía de las Vísperas, 31 de diciembre de 2016 ).
Las nuevas normas del Motu Proprio degradan la forma milenaria de la lex orandi de la Iglesia Romana y, al mismo tiempo, cierran “los sueños y la vida de tantas” familias católicas, y especialmente de los jóvenes -laicos y sacerdotes-, cuya vida espiritual y amor por Cristo y la Iglesia han crecido y se han beneficiado enormemente de la forma tradicional de la Santa Misa.

El Motu Proprio establece un principio de rara exclusividad litúrgica, al afirmar que los nuevos libros litúrgicos promulgados son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano (Art. 1). Qué contraste también es esta posición con estas otras palabras del Papa Francisco:
“Es cierto que el Espíritu Santo produce diferentes carismas en la Iglesia, que a primera vista pueden parecer crear desorden. Sin embargo, bajo su dirección, constituyen una riqueza inmensa, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no es lo mismo que uniformidad ”( Homilía del Papa Francisco en la Catedral Católica del Espíritu Santo, Estambul, sábado, noviembre 29 de 2014 ) 
D.M. ¿Cuáles son sus mayores preocupaciones sobre el nuevo documento?

Mons. A.Schneider: -Como obispo, una de mis principales preocupaciones es que, en lugar de fomentar una mayor unidad mediante la coexistencia de diversas formas litúrgicas auténticas, el Motu Proprio crea una sociedad de dos clases en la Iglesia, es decir, católicos de primera y católicos de segunda. Los privilegiados de primera son aquellos que se adhieren a la liturgia reformada, es decir, el Novus Ordo , y los católicos de segunda, que ahora apenas serán tolerados, incluyen un gran número de familias católicas, niños, jóvenes y sacerdotes que, en las últimas décadas, han crecido en la liturgia tradicional y han experimentado, con gran beneficio espiritual, la realidad y el misterio de la Iglesia gracias a esta forma litúrgica, que las generaciones anteriores consideraron sagrada y que formó a tantos santos y católicos destacados a lo largo de la historia.

El Motu Proprio y la carta que lo acompaña cometen una injusticia contra todos los católicos que se adhieren a la forma litúrgica tradicional, acusándolos de ser divisivos y de rechazar el Concilio Vaticano II. De hecho, una parte considerable de estos católicos se mantiene alejada de las discusiones doctrinales sobre el Vaticano II, el Nuevo Ordinario de la Misa (Novus Ordo Missae), y otros problemas relacionados con la política eclesiástica. Solo quieren adorar a Dios en la forma litúrgica a través de la cual Dios ha tocado y transformado sus corazones y vidas. El argumento invocado en el Motu Proprio y la carta que lo acompaña, que sostiene que la forma litúrgica tradicional crea división y amenaza la unidad de la Iglesia, es refutado por los hechos.

Además, el tono despectivo adoptado en estos documentos contra la forma litúrgica tradicional llevaría a cualquier observador imparcial a concluir que tales argumentos son simplemente un pretexto y una artimaña, y que aquí hay algo más en juego.

D.M. ¿Qué tan convincente encuentra la comparación del Papa Francisco (en la carta que acompaña a los obispos) entre sus nuevas medidas y las adoptadas por San Pío V en 1570?

Mons. A.Schneider: -La época del Concilio Vaticano II y de la llamada Iglesia “conciliar” se ha caracterizado por una apertura a la diversidad e inclusión de espiritualidades y expresiones litúrgicas locales, junto a un rechazo del principio de uniformidad en la praxis litúrgica de la Iglesia. A lo largo de la historia, la verdadera actitud pastoral ha sido de tolerancia y respeto hacia una diversidad de formas litúrgicas, siempre que expresen la integridad de la fe católica, la dignidad y el carácter sagrado de las formas rituales y que brinden un verdadero fruto espiritual a la vida de los fieles. En el pasado, la Iglesia Romana reconoció la diversidad de expresiones en su lex orandi. En la constitución apostólica que promulga la liturgia tridentina, Quo Primum (1570), el Papa San Pío V, al aprobar todas aquellas expresiones litúrgicas de la Iglesia romana que tenían más de doscientos años, las reconoció como una expresión igualmente digna y legítima de la lex orandi de la Iglesia romana. En esta bula, el Papa San Pío V declaró que de ninguna manera rescindía otras expresiones litúrgicas legítimas dentro de la Iglesia Romana. La forma litúrgica de la Iglesia romana que fue válida hasta la reforma de Pablo VI no surgió con San Pío V, pero se mantuvo sustancialmente sin cambios incluso siglos antes del Concilio de Trento. La primera edición impresa del Missale Romanum se remonta a 1470, es decir, cien años antes del misal publicado por S. Pío V. El orden de la Misa de ambos misales es casi idéntico; la diferencia radica más en elementos secundarios, como el calendario, número de prefacios y normas de rúbrica más precisas.

El nuevo Motu Proprio del Papa Francisco también es profundamente preocupante porque manifiesta una actitud de discriminación contra una forma litúrgica de casi mil años de la Iglesia Católica. La Iglesia nunca ha rechazado lo que, a lo largo de muchos siglos, ha expresado santidad, precisión doctrinal y riqueza espiritual, y ha sido exaltado por muchos papas, grandes teólogos (por ejemplo, Santo Tomás de Aquino) y numerosos santos. Los pueblos de Europa Occidental y, en parte, de Europa Oriental, del Norte y del Sur de Europa, de las Américas, África y Asia fueron evangelizados y formados doctrinal y espiritualmente por el Rito Romano tradicional, y estos pueblos encontraron en ese rito su espiritualidad, su hogar litúrgico. El Papa S. Juan Pablo II dio ejemplo de una sincera apreciación de la forma tradicional de la Misa, cuando dijo:
“En el Misal Romano, llamado ‘de S. Pío V, como en varias liturgias orientales, hay hermosas plegarias con las cuales el sacerdote expresa el sentido más profundo de la humildad y la reverencia ante los misterios sagrados. Estas plegarias revelan la sustancia propia de cualquier liturgia.” (Mensaje a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos, 21 de septiembre de 2001)
Iría en contra del verdadero espíritu de la Iglesia de todas las épocas expresar ahora desprecio por esta forma litúrgica, etiquetarla como “divisiva” y como algo peligroso para la unidad de la Iglesia, y emitir normas destinadas a hacer desaparecer esta forma en el tiempo. Las normas consagradas en el Motu Proprio del Papa Francisco buscan arrancar sin piedad de las almas y vidas de tantos católicos la liturgia tradicional, que en sí misma es santa y representa la patria espiritual de estos católicos. Con este Motu Proprio, los católicos que hoy han sido alimentados espiritualmente y formados por la liturgia tradicional de la Santa Madre Iglesia, ya no experimentarán a la Iglesia como una madre sino como una “madrastra”, en consonancia con la propia descripción del Papa Francisco:
“Ah, ¡La madre que critica, que habla mal de sus hijos, no es madre!” Discurso a los consagrados y consagradas de la diócesis de Roma, 16 de mayo de 2015 )
D.M. La carta apostólica del Papa Francisco se emitió en la fiesta de Nuestra Señora del Monte Carmelo, patrona de los Carmelitas (como Santa Teresa de Lisieux), que rezan especialmente por los sacerdotes. A la luz de las nuevas medidas, ¿qué les diría a los seminaristas diocesanos y sacerdotes jóvenes que esperaban celebrar la Misa Tradicional?

Mons. A.Schneider: - El cardenal Joseph Ratzinger habló sobre la limitación de los poderes del Papa en cuanto a la liturgia, con esta esclarecedora explicación:
“El Papa no es un monarca absoluto cuya voluntad es la ley; más bien, es el guardián de la Tradición auténtica y, por tanto, el principal garante de la obediencia. No puede hacer lo que quiere, y así puede oponerse a aquellas personas que, por su parte, quieren hacer lo que se les ocurra. Su gobierno no es el de un poder arbitrario, sino el de la obediencia en la fe. Por eso, con respecto a la liturgia, tiene la tarea de un jardinero, no la de un técnico que construye nuevas máquinas y tira las viejas a la basura. El “rito”, esa forma de celebración y oración que ha madurado en la fe y la vida de la Iglesia, es una forma condensada de Tradición viva en la que la esfera que usa ese rito expresa toda su fe y su oración, y así, al mismo tiempo, la comunión de generaciones entre sí se convierte en algo que podemos experimentar, comunión con las personas que oran antes que nosotros y después de nosotros. Así, el rito es un don que se da a la Iglesia, una forma viva de paradosis, la transmisión de la Tradición”. (Prefacio a “El desarrollo orgánico de la liturgia. Los principios de la reforma litúrgica y su relación con el movimiento litúrgico del siglo XX antes del Concilio Vaticano II ”por Dom Alcuin Reid, San Francisco 2004).
La Misa tradicional es un tesoro que pertenece a toda la Iglesia, ya que ha sido celebrada y profundamente apreciada y amada por sacerdotes y santos durante al menos mil años. De hecho, la forma tradicional de la Misa fue casi idéntica durante siglos antes de la publicación del Misal del Papa S.Pío V en 1570. Un tesoro litúrgico válido y muy estimado de casi mil años no es propiedad privada de un Papa y del que puede disponer libremente. Por tanto, los seminaristas y sacerdotes jóvenes deben pedir el derecho a utilizar este tesoro común de la Iglesia, y si se les niega este derecho, pueden hacerlo sin embargo, quizás de forma clandestina. Esto no sería un acto de desobediencia, sino de obediencia a la Santa Madre Iglesia, que nos ha legado este tesoro litúrgico.

D.M. -Excelencia, ¿cuál ha sido su impresión hasta ahora de la implementación de “Traditionis Custodes”?

Mons. A.Schneider: -En unos pocos días, los obispos diocesanos e incluso toda una conferencia episcopal ya han comenzado por una supresión sistemática de cualquier celebración de la forma tradicional de la Santa Misa. Estos nuevos “inquisidores de la liturgia” han mostrado un clericalismo asombrosamente rígido, similar a ese descrito y lamentado por el Papa Francisco, cuando dijo:
“Hay ese espíritu de clericalismo en la Iglesia, que uno siente: los clérigos se sienten superiores, los clérigos se apartan del pueblo, los clérigos siempre dicen: ‘esto se hace como esto, así, así, ¡y si no, te vas! ‘”(Meditación diaria en la Santa Misa del 13 de diciembre de 2016).
El Motu Proprio antitradicional del Papa Francisco comparte algunas similitudes con las decisiones litúrgicas fatídicas y extremadamente rígidas tomadas por la Iglesia Ruso-Ortodoxa bajo el Patriarca Nikon de Moscú entre 1652 y 1666. Esto finalmente condujo a un cisma duradero conocido como los “Viejos Ritualistas” (en ruso: staroobryadtsy), quienes mantuvieron las prácticas litúrgicas y rituales de la Iglesia rusa tal como estaban antes de las reformas del Patriarca Nikon. Resistiendo la acomodación de la piedad rusa a las formas contemporáneas del culto ortodoxo griego, estos viejos ritualistas fueron anatematizados, junto con su ritual, en un Sínodo de 1666-1667, produciendo una división entre los antiguos ritualistas y aquellos que siguieron a la iglesia estatal en su condena del Antiguo Rito. Hoy la Iglesia Ruso-Ortodoxa lamenta las drásticas decisiones del Patriarca Nikon, pues si las normas que implementó hubieran sido verdaderamente pastorales y hubieran permitido el uso del antiguo rito, no habría habido un cisma de siglos, con muchos sufrimientos innecesarios y crueles.

En nuestros días asistimos a cada vez más celebraciones de la Santa Misa, que se han convertido en una plataforma para promover el estilo de vida pecaminoso de la homosexualidad, las llamadas “Misas LGBT”, una expresión que en sí misma ya es una blasfemia. Estas misas son toleradas por la Santa Sede y muchos obispos. Lo que se necesita con urgencia es un Motu Proprio con normas estrictas que repriman la práctica de tales “Misas LGBT”, ya que son un ultraje a la majestad divina, un escándalo para los fieles (los pequeños) y una injusticia hacia los homosexuales sexualmente activos, personas que por tales celebraciones son confirmadas en sus pecados, y cuya salvación eterna se pone por ello en peligro.

D.M. -Y sin embargo, varios obispos, particularmente en los Estados Unidos pero también en otros lugares, como en Francia, han apoyado a los fieles de su diócesis que están apegados a la Misa Tradicional en Latín. ¿Qué diría usted para animar a estos sus hermanos obispos? ¿Y qué actitud deben tener los fieles hacia sus obispos, muchos de los cuales quedaron sorprendidos por el documento?

Mons. A.Schneider: -Estos obispos han mostrado una verdadera actitud apostólica y pastoral, como los que son “pastores con olor a oveja”. Animaría a estos y muchos otros obispos a continuar con una actitud pastoral tan noble. Que ni las alabanzas de los hombres ni el temor de los hombres los conmuevan, sino sólo la mayor gloria de Dios, y el mayor beneficio espiritual de las almas y su salvación eterna. Por su parte, los fieles deben demostrar hacia estos obispos gratitud, respeto y amor filial.

D.M. -¿Qué efecto cree Ud. que tendrá el Motu Proprio?

Mons. A.Schneider: -El nuevo Motu Proprio del Papa Francisco es, en última instancia, una victoria pírrica y tendrá un efecto boomerang. Las numerosas familias católicas y el número cada vez mayor de jóvenes y sacerdotes, en particular sacerdotes jóvenes, que asisten a la Misa tradicional, no podrán permitir que su conciencia sea violada por un acto administrativo tan drástico. Decirles a estos fieles y sacerdotes que simplemente deben ser obedientes a estas normas, en última instancia, no funcionará con ellos, porque entienden que una llamada a la obediencia pierde su poder cuando el objetivo es suprimir la forma tradicional de la liturgia, el gran tesoro litúrgico de la Iglesia Romana.

Con el tiempo, seguramente surgirá una cadena mundial de misas de catacumbas, como sucede en tiempos de emergencia y persecución. De hecho, podemos ser testigos de una era de misas tradicionales clandestinas, similar a la que Aloysius O’Kelly describió de manera tan impresionante en su pintura, “Misa en Connemara (Irlanda) durante tiempos penales". O quizás vivamos una época similar a la descrita por San Basilio el Grande, cuando los católicos tradicionales fueron perseguidos por un episcopado arriano liberal en el siglo IV. San Basilio escribió:
“La boca de los verdaderos creyentes es muda, mientras que toda lengua blasfema se menea libremente; las cosas santas son holladas; los mejores laicos evitan las iglesias como escuelas de impiedad; y alzan sus manos en los desiertos con suspiros y lágrimas a su Señor en el cielo. Incluso debes haber escuchado lo que está sucediendo en la mayoría de nuestras ciudades, (Cf. Carta 92 ).
La difusión admirable, armoniosa y bastante espontánea y el crecimiento continuo de la forma tradicional de la Misa, en casi todos los países del mundo, incluso en las tierras más remotas, es sin duda obra del Espíritu Santo, y un verdadero signo de nuestro tiempo. Esta forma de celebración litúrgica da verdaderos frutos espirituales, especialmente en la vida de los jóvenes y conversos a la Iglesia católica, ya que muchos de estos últimos se sintieron atraídos por la fe católica precisamente por el poder irradiante de este tesoro de la Iglesia.

El Papa Francisco y los demás obispos que ejecutarán su Motu Proprio deben considerar seriamente el sabio consejo de Gamaliel y preguntarse si realmente están luchando contra una obra de Dios:
“En el caso que nos ocupa, os digo, manteneos alejados de estos hombres y déjadlos solos; porque si este plan o esta empresa es de hombres, fallará; pero si es de Dios, no podrás derribarlos. ¡Incluso podrías encontrarte oponiéndote a Dios! “(Hechos 5: 38-39).
Que el Papa Francisco reconsidere, con miras a la eternidad, su acto drástico y trágico, y retraiga con valentía y humildad este nuevo Motu Proprio, recordando sus propias palabras:
“En verdad, la Iglesia muestra su fidelidad al Espíritu Santo en tanto en cuanto no intenta controlarlo o domesticarlo". (Homilía en la Catedral Católica del Espíritu Santo, Estambul, sábado 29 de noviembre de 2014 )
Por el momento, muchas familias católicas, jóvenes y sacerdotes de todos los continentes lloran ahora, porque el Papa, su padre espiritual, los ha privado del alimento de la Misa tradicional, que tanto ha fortalecido su fe y su amor por Dios, por la Santa Madre Iglesia y por la Sede Apostólica. Es posible que, por un tiempo, “[salgan] llorando, llevando la semilla para sembrar, pero volverán a casa con gritos de alegría, trayendo sus gavillas repletas” (Salmo 126: 6).

Estas familias, jóvenes y sacerdotes podrían dirigir al Papa Francisco estas u otras palabras similares:
“Santísimo Padre, devuélvenos ese gran tesoro litúrgico de la Iglesia. No nos trates como a hijos de segunda clase. No violes nuestra conciencia forzándonos a una forma litúrgica única y exclusiva, tú que siempre proclamaste al mundo entero la necesidad de la diversidad, el acompañamiento pastoral y el respeto de la conciencia. No escuches a esos representantes de un clericalismo rígido que te aconsejaron llevar a cabo una acción tan despiadada. Se un verdadero padre de familia, que “saca de su tesoro lo nuevo y lo viejo” (Mt 13,52). Si escuchas nuestra voz, en el día del juicio ante Dios, seremos tus mejores intercesores"

 

sábado, 24 de julio de 2021

Nueve consideraciones sobre Traditionis Custodes


por Boniface


Je, ¿de manera que ya oyeron acerca de esto que acaba de sacar el Papa Francisco llamado Traditionis Custodes? Ciertamente el Papa Francisco armó bastante “lío” con esto. Ahora, si Francisco está preocupado por el aumento de tradicionalistas que rechazan la iglesia post-conciliar, entonces me parece raro que reaccione dándole a la SSPX el más grande de los empujones marketineros.

Mucha gente más astuta que yo ya ha comentado extensamente Traditionis Custodes, de modo que trataré de no repetir lo que ya está dicho. Aquí hay nueve reflexiones que se me han ocurrido a propósito del nuevo motu propio.

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Y en primer lugar, acerca de la antítesis existente entre Francisco y Benedicto. Algunos están diciendo que esto no se trata de un repudio del Summorum Pontificum de Benedicto XVI. Están argumentando sobre la base de que no hace falta tomar tanto partido ni ser tan dramático. ¿Habrán leído siquiera lo que dicen estos dos documentos? Necesitamos empezar por darnos cuenta que Summorum Pontificum nunca “legalizó”, ni “permitió”, ni “indultó” la Misa de San Pío V. No se trata de que mediante un decreto puso al alcance de todos la misa en latín; más bien, afirmó el principio de que en verdad la misa de San Pío V nunca podría haber sido abrogada y que, por tanto, siempre estuvo (y está) permitida. En cambio, Traditionis Custodes repudia ese principio enteramente. No es que simplemente suprime algo que Benedicto XVI permitió sino que presume de poder suprimir la liturgia tradicional mediante un decreto papal y esto, contradiciendo directamente el principio explicado en Summorum Pontificum, a la vez que no se da explicación alguna de cómo y de qué manera puede ser esto posible. Pero, claro, ya estamos acostumbrados a esta clase cosas en los días que corren; el magisterio moderno crea continuidad con sólo declarar que así es (véase mi post [en inglés] sobre “El fantasma de la continuidad fiduciaria” aquí en USC, mayo de 2016). Se nos pide que aceptemos que hay continuidad y armonía simplemente porque así nos fue dicho.

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El motu proprio de Francisco fue redactado en razón de una preocupación por razón de un espíritu de división típico de las comunidades tradicionalistas que creen ser “la verdadera Iglesia”. Ni siquiera sé lo que se quiere significar con esto. ¿Se refieren con esto a que los tradicionalistas literalmente creen que la Iglesia que preside Francisco es una Iglesia falsa? ¿Que el Papa es un falso papa? ¿O tal vez apunta a la creencia de que la misa tradicional en latín refleja el corazón auténtico de nuestra fe? Difícil decirlo. Traditionis Custodes no se extiende sobre cuáles serían las falsas premisas que fundarían la posición de estos tradicionalistas de espíritu divisorio. Resulta imposible determinar cuándo y si alguien es culpable de creer que pertenece a “la Iglesia verdadera” puesto que el documento no suministra ninguna pista sobre este nuevo y peligroso cisma, y que es tan grave que justifica la supresión de todo un rito. Está redactado con la intención de dirigir toda una sospecha sobre una sección entera de la Iglesia.

El centro de la cuestión está en esto: existe una sutil metamorfosis mediante la cual la palabra misma “cisma” deja de referir a un status canónico para pasar a ser una actitud. Resulta sumamente difícil atribuirle a alguien el estado canónico de cismático; pero es extremadamente fácil acusar a alguno de tener una “actitud cismática”. Tengo para mí que actualmente la mayor parte de las veces en las redes sociales se denuncia con la palabra “cisma” apuntando más bien a una “actitud cismática” que no a un estatus canónico objetivo.

Básicamente la “actitud cismática” ha pasado a ser el latiguillo con el que se quiere denostar a cualquiera que publica cosas en Internet acerca del actual régimen eclesiástico. Su definición es tan amplia que no quiere decir nada; se lo usa del modo que los “Wokies” usan la palabra “racismo”.

Por otra parte, el hecho que el Santo Padre está sancionando a gente por su actitud resulta escandaloso. Y no estoy especulando; en la carta que acompaña el motu proprio Francisco dice con todas las letras que su edicto ha sido desencadenado por “palabras y actitudes”.

En cuanto al cisma real, el número de grupos tradicionalistas o parroquias que han incurrido en cisma durante el pontificado de Francisco asciende al número de cero.

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Ahora, si hay católicos tradicionalistas que realmente creen que ellos y ellos solos son la “Iglesia verdadera”, no pueden ser más que un par de miles en el mundo entero. Y aparentemente se nos pide que creamos que esta pequeñísima franja demográfica constituye una amenaza existencial para la unidad de la comunión de un billón de creyentes [Nota aclaratoria del aquí traductor Jack Tollers y de Wanderer: estos números son de Boniface, no nuestros].

Pero ¡no temáis! Como remedio arrearemos a cada católico que ama la misa de San Pío V hacia una o dos parroquias de sus correspondientes diócesis sobre las cuales dictaremos restricciones draconianas y así de hecho quedarán excomulgados para cocinarse a fuego lento en las redes sociales. ¡Gran plan para lograr la unidad!

La severidad de este diktat sólo se ve superada por su sencilla imbecilidad.

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Y aun cuando exista una amenaza real de cisma, resulta excepcionalmente bizarro que se suprima un rito legítimo a raíz de tales preocupaciones. Hablando canónicamente, son las personas, no los ritos, que constituyen el objeto de una legislación para casos como esos.

[Aquí Boniface ejemplifica su argumento con la historia de un sucedido con un obispo caldeo en la India en tiempos de Pío IX. Suprimimos la traducción brevitatis causae].

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La carta con que Francisco acompaña su motu proprio dice que: “La mayoría de la gente entiende que las razones que motivaron los permisos de San Juan Pablo II y Benedicto XVI para utilizar el Misal Romano promulgado por San Pío V y editado por San Juan XXIII en 1962 para el sacrificio eucarístico: aquella facultad otorgado por el indulto de la Congregación para el Culto Divino en 1984 y confirmado por San Juan Pablo II en el motu Proprio Ecclesia Dei en 1988, fue más que nada en razón de que había un deseo de cerrar las heridas provocadas por el movimiento cismático de Mons. Lefebvre.”

Esto es falso y se puede demostrar. El indulto no fue redactado con la intención de curar las heridas provocadas por el cisma de la SSPX. Más bien, el indulto fue dictado para crear un refugio para los fieles que amaban la misa en latín pero que, aun así, no querían acompañar a la SSPX en su camino de cisma formal. Quiere decir que cuando Juan Pablo II legisló sobre este particular tenía en mira a los fieles que no querían asociarse a la SSPX; pero el Papa Francisco dice que el objeto de la legislación de Juan Pablo II era la SSPX. Se trata de una burrada colosal. En Rorate Caeli hay un artículo excelente [en inglés] documentando el modo en que Francisco malinterpreta la intención de Juan Pablo II.

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A pesar de la insistencia del motu proprio en afirmar que se impedirán los abusos del Novus Ordo, todos sabemos que eso no ocurrirá nunca. Si Francisco realmente estuviera preocupado por los católicos que disienten con las enseñanzas de la Iglesia, entonces Traditionis Custodes es como quitar la paja del ojo tradicionalista sin remover la viga en el ojo del Novus Ordo. Las encuestas consistentemente muestran que el 89% de los católicos rechazan la autoridad del Papa para enseñar acerca de la inmoralidad de la contracepción; que el 51% rechazan la autoridad papal en sus enseñanzas sobre el aborto. Y que el 69% de los católicos no creen en la transubstanciación. (fuente aplicable a los EE.UU). ¿Esto lo pone mal al Papa Francisco? ¿Acaso va a tomar alguna medida decisiva contra esa gente?

Por supuesto que no. El doble discurso no invalida la gravedad (sea cual fuere) de Traditionis Custodes, pero sí destruye toda pretensión de buena voluntad de parte del Santo Padre al mismo tiempo que acaba con la posibilidad misma de que los fieles reciban su mensaje con docilidad. Frente a una injusticia tan descarada, la idea de que los católicos tradicionalistas simplemente cambien de parecer y acepten este decreto es ridículo. Esto sólo traerá más conflictos. Y resultaba 100% evitable. Qué inútil todo. Hablen ahora si quieren, de peleas innecesarias.

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En cuanto a los tradis auto-incriminantes [self-hating] que están diciendo: “Nosotros lo pedimos, y ahora estamos ligando lo que nos merecíamos”, y que “la visión del Santo Padre acerca del tradicionalismo por fuerza ha de ser la correcta”, no quiero imaginarme qué clase de torturas mentales han de estar padeciendo al intentar resolver estas cuadraturas de los círculos. Sí entiendo que hay católicos tradicionalistas que pueden ser tóxicos; recientemente me he quejado de ellos [en inglés]. Pero si Ud. cree que las deplorables actitudes de un par de tradis online merece la supresión de todo un rito —y no de cualquier rito, sino del históricamente predominante en la Cristiandad Occidental— pues entonces está Ud. infinitamente más loco que el cuco-tradi que tanta preocupación le genera. Esto es como amputarse la mano para remover una cutícula.

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Uno de los párrafos más risibles en la carta con la que acompaña esto es aquel en el que el Papa dice que “quienquiera que desee celebrar con devoción en consonancia con formas más antiguas de la liturgia hallará en el Misal Romano reformado de acuerdo al Concilio Vaticano II todos los elementos del Rito Romano, en particular el Canon Romano que constituye uno de sus principales elementos”. Se trata de una concepción notablemente reduccionista de la liturgia. Se hallará entre ciertos católicos conservadores esta idea de que lo único que importa en materia litúrgica es que haya una eucaristía válida: “¡Siempre está Jesús!” dirán, predeciblemente, mientras los globos ascienden hacia el techo y el santuario se llena con los compases candomberos de las guitarras. Esto representa una concepción radicalmente minimalista de la liturgia que reduce la misa a su componente más básico, regocijándonos en que por lo menos todavía contamos con el sine qua non de la liturgia. Se desprende de la cita que acabamos de hacer que que el Papa Francisco tiene piensa de modo similar: la totalidad de la liturgia tradicional de Occidente se reduce al Canon Romano. “¿De qué os quejáis? Tienen el Canon Romano”. Si esa es la perspectiva con que el papa considera la continuidad, pues entonces nada literalmente queda a salvo de su afán de novelerías. Espero que más y más gente caiga en la cuenta de lo horriblemente reduccionista que es semejante hermenéutica. Es como si después de darle de comer saludablemente a mis hijos con comidas balanceadas, de repente los echara fuera diciéndoles que pueden comer insectos. Y si se quejaran, decirles que no lo hagan puesto que todavía cuentan con proteínas.

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“¿Qué hacemos?” En realidad, eso es lo que todos quieren saber. Con eso me alzo de hombros. Yo qué sé. Pero sí diré dos cosas:

Los católicos tradicionalistas tienen una tendencia hacia los escrúpulos. Nos preocupamos en demasía por las reglas, la letra chica y las rúbricas. Y la situación actual solo exacerba esta ansiedad escrupulosa. Para muchos, lo que ha sucedido nos ha puesto frente a dilemas extremadamente complejos que ningún católico debiera afrontar. Ningún católico debiera confrontar al papa contra la liturgia, la obediencia contra el culto, la fidelidad a la tradición contra el magisterio viviente. Frente a dilemas como estos no podemos permitirnos demasiados escrúpulos. Le hablo a los laicos, pero también a los obispos y sacerdotes. En Occidente somos excesivamente legalistas. Con toda la mierda que hay en el mundo y en la Iglesia, con la civilización que se cae a pedazos y la Iglesia en un caos total, con toda la confusión y mala información y mentiras y doble discursos siendo vomitados por la jerarquía a diario, ¿realmente creen que Dios lo hará enteramente responsables de establecer con toda precisión el status canónico de esta o aquella otra capilla? Simplemente hagan lo que tengan que hacer y no se preocupen demasiado por la letra chica.

Por lo demás, dije “mierda” sólo para irritar a los escrupulosos que, en un posteo acerca de esta crisis, solamente pensarán en usar la energía que les queda para quejarse en el espacio reservado a los comentarios de que haya usado la palabra “mierda”. Por horrible que sea esta situación, siempre trato de recordar que la misa no es mi fe. Constituye parte integral del modo en que vivo mi fe, pero mi fe es mucho más grande que la misa. Hago esta puntualización porque nunca faltará quien comente diciendo “Esto le hace mal a la fe”. Nunca sabré si lo dicen en serio, en el sentido de que esto les hace creer en Dios un poco menos; a veces creo que sólo quieren decir que “esto me hace más difícil vivir la fe”. La misa de San Pío V constituye un tesoro absoluto. Pero Dios no te debe la misa. La da, y la puede quitar. Si el hecho de que te quite la misa en latín hace que pierdas la fe, ¿qué habrías hecho en el Japón durante todos esos siglos que los católicos no contaban con la misa? ¿O en la Inglaterra isabelina? ¿Simplemente habrías perdido la fe? Muchos de los Padres del Desierto ni siquiera asistían a misa; ni las monjas de clausura en la Edad Media, ni muchos de los ermitaños.

Dios todavía está en su trono. Jesús todavía vive resucitado. Yo todavía estoy redimido por su Sangre y estoy incorporado a su Cuerpo mediante la sagrada pila bautismal. ¿Acaso algo de eso ha cambiado? No. Nada de eso ha cambiado, y por tanto mi fe permanence inmutable. En modo alguno quiero disminuir aquí la importancia de la misa; pero si tu fe pende de un cierto nivel de acceso a la misa tradicional, ¿adónde estará cuando en los tiempos por venir resulte incluso más difícil que ahora? No os estoy insultando si vuestra fe se encuentra comprometida. Al contrario, solo estoy desafiándolos para que vuelvan a las verdades primeras, las verdades primigenias que ningún prelado puede tocar. Tengan fe en Dios. Y por cierto, no estoy hablando aquí como diciendo “¡tengan fe en que la Misa Tradicional en latín triunfará!” o bien, “Tengan fe que algún papa revertirá todo esto.” No, digo que tengan fe en que Dios está con nosotros, que la sangre de Cristo nos ha librado del pecado, y que en Él podemos vivir una vida de gracia y santidad —aun cuando estos desórdenes nunca sean remediados hasta el mismísimo fin del mundo.


Tradujo: Jack Tollers

El odio a la Misa de siempre, y la cuestión de la obediencia (prefacio de Mons. Viganó)

 ADELANTE LA FE


Prefacio del arzobispo Carlo Maria Viganó

Este magnífico y contundente artículo del profesor Massimo Viglione es uno de los más lúcidos y profundos comentarios al tenebroso motu proprio Traditiones custodes. Mi intención al publicar tan valiosa intervención es ponerlo al alcance de los fieles, sean católicos o no, para su lectura y reflexión, a fin de que cada uno obtenga provecho de su claridad profética y valor apostólico en la encarnizadísima guerra que todos debemos afrontar. Una guerra cuyo inevitable desenlace será el triunfo de la Esposa de Cristo sobre las potencias desatadas del Infierno.

El artículo del profesor Viglione merece una amplia difusión además por mostrar el panorama general de la estrategia y actividades simultáneas y coherentes de la iglesia profunda y el estado profundo. En unos momentos en que la discriminación contra los no vacunados ha sido adoptada también por la iglesia bergogliana, tenemos el ineludible deber de resistir con la máxima determinación, alzar la voz y dar a conocer lo que se está cociendo.

+Carlo Maria Viganò, arzobispo

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El odio a la Misa de siempre, y la cuestión de la obediencia

«Os expulsarán de las sinagogas» (Jn.16,2)

Hermenéutica de la envidia de Caín a Abel

Massimo Viglione


En estos días posteriores a la oficialización por el motu propio de Francisco de la guerra entre las jerarquías eclesiásticas contra la Misa de siempre se han multiplicado los comentarios sobre el asunto. Más de uno de dichos comentarios ha puesto de relieve el nada disimulado desprecio y al mismo tiempo la absoluta claridad de forma y de contenido que caracteriza al motu proprio Traditionis custodes, redactado con un estilo y formalismo más político que teológico y espiritual.

A todos los efectos, es una declaración de guerra. Salta a la vista la diferencia formal y de tono con los diversos documentos en los que Pablo VI anunció, programó y llevó a cabo a partir de 1964 su reforma litúrgica, finalmente oficializada por la constitución apostólica Missale Romanum del 3 de abril de 1969, con la que a todos los efectos el Rito Romano antiguo fue sustituido (es la palabra más apropiada desde el punto de vista de las intenciones que de los actos) por el nuevo rito en lengua vulgar. En los documentos montinianos encontramos en repetidas ocasiones muestras de un modo hipócrita pero evidente dolor, pesar y remordimiento mientras –paradójicamente– ensalza la belleza y sacralidad del rito antiguo.

En resumen, es como si Montini dijera: «Hasta nunca, querido rito de siempre, ¡pero qué bonito eras!»

Por el contrario, en el documento bergogliano se trasluce, como muchos han observado, odio a aquel rito. Un odio incontenible.

Naturalmente, no es Bergoglio quien ha iniciado esta guerra, desatada por el movimiento litúrgico modernista (o, si se prefiere, el protestantismo) sino, a nivel oficial y operativo, el propio Pablo VI. Si se me permite la atrevida y popular metáfora, Bergoglio sólo se ha puesto a disparar a la desesperada intentando matar de una vez por todas a un herido de muerte que durante las décadas del postconcilio no sólo no ha muerto sino que revivido arrastrando consigo a un número incalculable de fieles en todo el mundo, con un aumento exponencial en los últimos catorce años.

Y ahí está el quid de la cuestión. El clero progresista y más entusiásticamente modernista ha tenido que soportar a regañadientes el motu proprio de Benedicto XVI, pero al mismo tiempo ha estado actuando contra la Misa de siempre por medio de la resistencia hostil de una grandísima parte del episcopado internacional que siempre ha desobedecido descaradamente a cuanto decreta Summoroum pontificum desde los mismos años del pontificado ratzingeriano, y más aún desde su renuncia para acá.

La hostilidad de los obispos ha dado lugar a que al final el deber de mantener activo el motu proprio dependiese con harta frecuencia del valor de algunos sacerdotes que lo celebraban de todos modos sin autorización del obispo (lo cual no era ciertamente necesario). Pues bien, esos prelados constante y obstinadamente desobedientes al Soberano Pontífice de la Iglesia Católica y al motu proprio de éste, en nombre de la obediencia al Sumo Pontífice y a un motu proprio suyo podrán ahora no sólo continuar sino intensificar su labor de censura, la guerra que ya no es oculta sino evidente, como de hecho venía sucediendo.

Pero Francisco no se ha limitado a disparar contra víctima inmortal. Ha querido ir más allá, enterrarla en vida de forma tan veloz como furtiva y monstruosa, afirmando que el rito nuevo es lex orandi de la Iglesia Católica. De lo cual habría que colegir que la Misa de siempre ya no sería la Lex orandi.

Sabido es que nuestro pontífice es un ignorante en materia de teología (que es como decir que un médico no sabe de medicina o un herrero no sabe emplear el hierro y el fuego). De hecho, la Lex orandi de la Iglesia no es una ley de derecho positivo aprobada por un parlamento o dictada por un soberano que pueda ser revocada, alterada, sustituida, mejorada o empeorada en cualquier momento. Es más, la Lex orandi de la Iglesia no es una cosa concreta delimitada por el tiempo y el espacio, sino el conjunto de normas teológicas y espirituales de uso litúrgico y pastoral a lo largo de toda la historia de la Iglesia, desde los tiempos del Evangelio –en concreto desde Pentecostés– hasta hoy. Para que se pueda vivir obviamente en el presente, hunde sus raíces en todo el pasado de la Iglesia. No hablamos, por tanto, de nada humano –exclusivamente humano– que un cacique cualquiera pueda alterar a su antojo. La Lex orandi comprende en su totalidad los veinte siglos de historia de la Iglesia, y no hay hombres ni consenso humano que puedan alterar este depósito veinte veces secular. No hay papa, concilio ni episcopado que pueda cambiar el Evangelio, el Depósito de la Fe, el Magisterio universal de la Iglesia. Y tampoco la liturgia de siempre. Y si es cierto que el rito antiguo tiene un núcleo esencial de origen apostólico que se ha ido acrecentando armónicamente a lo largo de los siglos, con alteraciones progresivas (hasta Pío XII y Juan XXIII), no es menos cierto que esas alteraciones –una veces más oportunas, otras menos, otras tal vez inapropiadas– siempre se han estructurado no obstante en un continuum de Fe, sacralidad, Tradición y belleza.

La reforma montiniana pulverizó todo eso al inventarse un nuevo rito adaptado a las exigencias del mundo moderno y transformar la sagrada liturgia católica haciéndola antropocéntrica en vez de teocéntrica. Del Santo Sacrificio de la Cruz repetido incruentamente mediante la acción del sacerdote se ha pasado a una asamblea de fieles dirigida por su presidente. De instrumento de salvación y hasta de exorcismo se ha pasado a un encuentro populista horizontal susceptible de adaptaciones y continuos cambios autocéfalos y relativistas y adaptaciones más o menos festivas cuyo valor se basaría en el consenso de las masas, como si se tratara de un instrumento dirigido al público, que a pesar de todo va disminuyendo progresivamente.

De nada sirve proseguir por ese camino: esos son precisamente los frutos de esta subversión litúrgica que hablan a la mente y al corazon y no mienten. Por el contrario, es preciso aclarar las causas de ese paso de la hipocresía montiniana a la sinceridad bergogliana.

¿Qué es lo que ha cambiado? El clima general, que sin exagerar se ha trastornado. Montini creía que en pocos años nadie se acordaría ya de la Misa de siempre. Y Juan Pablo II, ante la evidencia de que no se podía matar al enemigo, se vio obligado –también a regañadientes– a conceder un indulto (como si la sagrada liturgia católica de siempre tuviera necesidad de algún perdón para seguir existiendo) que (nadie lo dice) era incluso más restrictivo que este último documento bergogliano, aunque sin el odio que caracteriza a éste último. Pero sobre todo ha sido el imparable éxito entre el pueblo –sobre todo entre los jóvenes– que ha tenido la Misa de siempre después del motu proprio de Benedicto la chispa que ha hecho saltar tanto odio.

La Misa nueva ha salido perdiendo ante la historia y ante la fuerza de los hechos. Las Iglesias se han vaciado, cada vez hay menos fieles; las órdenes religiosas –también, y tal vez, sobre todo, las más antiguas y gloriosas– van desapareciendo; monasterios y conventos están abandonados, habitados por religiosos ya muy avanzados en años, y se está a la espera de su muerte para clausurarlos; las vocaciones han quedado en nada; se ha reducido a la mitad el número de los que marcan la casilla de la Iglesia en la declaración de la renta, a pesar de la obsesiva, pesada y patética publicidad solidaria con el Tercer Mundo; las vocaciones al sacerdocio son escasas, por todas partes se ve a párrocos a cargo de tres, cuatro y hasta cinco parroquias; las matemáticas del Concilio y de la Misa nueva son lo menos misericordioso que pueda haber.)

Pero la quiebra es ante todo cualitativa desde los puntos de vista teológico, espiritual y moral. También el clero que existe y resiste es en gran medida herético o tolera la herejía y el error en tanto que se muestra intolerante con la Tradición, no reconociendo valor objetivo alguno al Magisterio de la Iglesia (sino a lo que resulta agradable), y vive de la improvisación teológica y dogmática, así como litúrgica y pastoral, basándolo todo en un relativismo doctrinal y moral acompañado de una caterva de cháchara y lemas vacíos y desabridos; y eso sin hablar del devastador, por no decir monstruoso, estado moral de buena parte del clero.

Cierto es que hay algunos movimientos que remedian un poco la situación: pero lo hacen a base, una vez más, de relativismo doctrinal, litúrgico (guitarras, panderetas, diversión, participación) y moral (el único pecado es oponerse a los dictados de esta sociedad: actualmente consiste en oponerse a la vacuna; todo lo demás está más o menos permitido). ¿Y esos movimientos siguen siendo católicos? ¿En qué medida y cuál es su calidad? Si analizáramos con precisión teológica y doctrinal su fidelidad, ¿cuántos aprobarían el examen?

Enseña la Iglesia que lex orandi, lex credendi. Y ciertamente la Lex orandi de los diecinueve siglos anteriores al Concilio Vaticano II y a la reforma litúrgica montiniana han creado una suerte de fe, una fe diferente en los cincuenta años siguientes. Y un nuevo tipo de católico.

«Por sus frutos los conoceréis» (Mt.7,16), enseñó el Fundador de la Iglesia. Ni más ni menos. Los frutos del fracaso total del modernismo (o, si se prefiere, para los más atentos e inteligentes, el triunfo de los verdaderos fines del modernismo), del Concilio y del postconcilio. ¿Dónde naufragó la propia hermenéutica de la continuidad? Junto con la misericordina, ha desembocado en la hermenéutica del odio.

En cambio, la Misa de siempre es precisamente la antítesis de todo esto. Es rompedora en su propagación, a pesar de la perpetua hostilidad y censura de los obispos; es santificante en su perfección; es atrayente por ser expresión de la inmutabilidad eterna, de la Iglesia de siempre, la teología, la espiritualidad, la liturgia y la moral de siempre. Se la ama porque es divina, sagrada y ordenada jerárquicamente; no es humana, democrática ni liberal-igualitaria. Divina y humana a la vez, como su Fundador en el día de la Última Cena.

Y la aman sobre todo los jóvenes, tanto los laicos como los que sienten atraídos por el sacerdocio. Mientras que los seminarios del nuevo rito (la lex orandi de Bergoglio) son antros de herejía, apostasía (y mejor no hablemos de otras cosas…), los seminarios del mundo de la Tradición están rebosantes de vocaciones, tantos masculinas como femeninas, en una continuidad imparable.

La explicación de esta innegable realidad se encuentra en la única Lex orandi de la Iglesia Católica. La que es querida por Dios, y aquella a la que ningún rebelde se puede sustraer.

Ahí está la raíz del odio. El consenso mundial y multigeneracional en cuanto al enemigo que estaba destinado a morir ante el fracaso de lo que tendría que haber aportado savia nueva pero se está secando y muriendo.

Porque falta la savia vital de la Gracia.

El odio a las muchachas arrodilladas tocadas con velo blanco y a las madres de varios hijos cubiertas de velo negro; a los hombres arrodillados en oración y recogimiento, quizás desgranando las cuentas de un rosario; a los sacerdotes con sotana y fieles a la doctrina y la espiritualidad de siempre; a las familias numerosas y serenas ante las dificultades de nuestra sociedad; odio a la fidelidad, la seriedad y la sed de sacralidad.

Es el odio a todo un mundo, cada vez más numeroso, que no ha caído –ni caerá– en la trampa humanista y mundialista del nuevo Pentecostés.

En el fondo, ese disparar a la desesperada no es otra cosa que un nuevo homicidio de Caín, envidioso de Abel. De hecho, en el rito nuevo se ofrece a Dios «el fruto de la tierra y del trabajo del hombre» (Caín); en cambio, en el de siempre «hanc immaculatam Hostiam» (el Cordero primogénito de Abel: Gén.4,2-4).

Caín vence siempre momentáneamente gracias a la violencia, pero luego sufre sin falta el castigo a su odio y su envidia. Abel muere brevemente, pero después vive por la eternidad en la sequela Christi.

¿Qué pasará ahora?

La pregunta es más interesante e inevitable de lo que parece, y lo es a varios niveles. No podemos conocer el futuro, pero sí podemos plantear por el momento algunos interrogantes.

¿Obedecerán todos los obispos?

No parece que vayan a hacerlo. Más allá de la gran mayoría, que lo harán de buena gana o porque participan del odio de su jefe (casi todos) o por temor a su futuro personal, pensamos que no serán pocos los que hagan frente a la ametralladora bergogliana, como se ve que está sucediendo ya en EE.UU. y Francia (no albergamos muchas esperanzas por los italianos, los más acobardados y acomodados, como siempre), bien porque en principio no sean hostiles, bien por amistad con algunas órdenes vinculadas a la Misa de siempre, bien quizá –¿es una esperanza infundada– por un arrebato de justo orgullo por la humillación –incluso grotesca– infligida por el documento de marras, que empieza afirmando que la concesión de permiso es competencia de ellos, y luego limita toda libertad de acción y sujeta a condiciones la más mínima posibilidad de elegir, ¡sino que cae en la fragrante contradicción de afirmar que en todo caso deben dirigirse a la Santa Sede!

¿Obedecerán en efecto ciegamente, o surgirán algunas arrugas que resquebrajen la estructura de odio?

¿Y qué pasará en el mundo tradicionalista?

Se va a armar una buena, como se diría familiarmente… Podría hasta haber golpes de efecto de proporciones históricas. Unos caerán, otros sobrevivirán, otros a lo mejor sacarán provecho (pero cuidado con las albóndigas envenenadas de los siervos del padre de la mentira). Confiemos en la Gracia divina para que los fieles no sólo sigan siendo fieles, sino que aumente su número.

Todo ello será confirmado ante todo por un aspecto que hasta ahora nadie ha señalado: el verdadero objetivo de esta guerra contra la sagrada liturgia católica que se arrastra desde hace varias décadas, y es además el verdadero objetivo de la creación ex nihilo (mejor dicho, diseñado en algún antro) del nuevo rito, es la disolución de la liturgia católica en sí, de toda forma de Santo Sacrificio, de la propia doctrina y la Iglesia misma en la amplia corriente mundialista de la religión universal, del Nuevo Orden Mundial. Conceptos como la Santísima Trinidad, la Cruz, el pecado original, el Bien y el mal entendidos en el sentido cristiano tradicional, la Encarnación, la Resurrección y por consiguiente la Redención, los privilegios marianos y la misma Madre de Dios Inmaculada Concepción, la Eucaristía y los Sacramentos, la moral cristiana con sus Diez Mandamientos y la doctrina del Magisterio universal (defensa de la vida, de la familia, de la recta sexualidad en todas sus formas, con todas las condenas consecuentes a la locura actual), son todas cosas que deben desaparecer en la religión universal monista futura.

Desde semejante perspectiva, la Misa de siempre es el primer elemento que debe desaparecer, por ser precisamente el baluarte inflexible de todo lo que se quiere hacer desaparecer, y por ser el principal obstáculo a toda forma de ecumenismo. Con el tiempo, ello supondrá inevitablemente una aproximación progresiva a liturgia sagrada de siempre por parte de las multitudes de fieles que todavía frecuentan el rito nuevo, quizás con sacerdotes que lo celebran con dignidad. Porque al fin y al cabo estos últimos se verán tarde o temprano en la encrucijada de decidir entre obedecer el mal y desobedecer para ser fieles al Bien. Tanto en la sociedad como en la Iglesia, al final la Revolución lo arrolla todo: a la larga se termina cayendo de un lado o de otro. Y eso tendrá como consecuencia que los buenos que ahora están confundidos terminen por buscar la Verdad y la Gracia.

O sea, la Misa de siempre.

Los que continúan sin plantearse estas cuestiones y siguen a esos obispos y párrocos, sepan que si quieren ser católicos de veras y beneficiarse verdaderamente del Cuerpo y la Sangre del Redentor… tienen los días contados. Muy pronto se van a ver obligados a tomar partido.

Hablemos ahora del problema central en esta situación: qué hacer ante una jerarquía que odia la Verdad, el Bien, la Belleza y la Tradición, y que combate la única Lex orandi verdadera para imponer otra que no agrada a Dios sino al príncipe de este mundo y a sus secuaces inspectores (en cierta forma, sus obispos)?

Es el problema fundamental de la obediencia, que también en el mundo de la Tradición se lleva a cabo muchas veces un juego sucio que con frecuencia no es fruto de una sincera búsqueda de lo mejor y de la verdad sino de guerras personales, que se han agravado con la brecha causada por el totalitarismo sanitario y el vacunismo.

La obediencia –y este es un error cuyas raíces más profundas están también en la Iglesia preconciliar– no es un fin. Es un medio de santificación. Por lo tanto, no es un valor absoluto, sino instrumental. Es un valor positivo cuando se ordena a Dios. En cambio, si se obedece a Satanás, a sus siervos, al error, a la apostasía, deja de ser un bien para convertirse en participación voluntaria en el mal.

Como la paz, ni más ni menos. La paz –diosa de la subversión actual– no es un fin, sino un instrumento del Bien y de la justicia cuando tiene por objeto crear una sociedad buena y justa. Si su finalidad es crear o promover una sociedad satánica, maligna, errada y subversiva, la supuesta paz se convierte en instrumento del Infierno.

No debemos agradar a los hombres, sino a Dios, que examina nuestros corazones (1 Tes.2,4). ¡Exactamente! Por eso, quienes obedecen a los hombres sabiendo que facilita el mal y obstaculiza el Bien, sean quienes sean, la jerarquía eclesiástica incluida sin faltar el Papa, se hace en realidad cómplice del mal, la mentira y el error.

Quien obedece en esas circunstancias desobedece a Dios, porque «el siervo no es mejor que amo» (Mt.10,24). Judas también era parte del colegio apostólico.

De lo contrario se incurre en hipocresía. Como si –por poner un ejemplo– un católico tradicionalista autoerigido en juez y dispensador de la seriedad ajena criticase abiertamente al actual pontífice por Amoris laetitia o por este último documento pero luego, en lo que respecta a la sumisión ¡incluso obligatoria! al vacunismo en sí y a la aceptación del empleo de líneas celulares humanas obtenidas a partir de víctimas de abortos voluntarios declarase para defenderse de la justa y obvia indignación general que obedece todo lo que ha dicho el Soberano Pontífice sobre la cuestión.

La conditio sine qua non de toda seriedad no está tanto en el tono utilizado (éste también es un aspecto importante pero en modo alguno primordial, y desde luego no deja de ser subjetivo), sino sobre todo en la coherencia de doctrina, ideas e intelecto al Bien y a la Verdad en su integridad, en todo aspecto y circunstancia. Es preciso entender si quien dirige a la Iglesia hoy en día quiere ser siervo fiel de Dios o siervo fiel del príncipe de este mundo. En la primera hipótesis, se le debe obediencia, y la obediencia es un medio de santificación. En la secunda, hay que sacar conclusiones. Evidentemente dentro del respeto a las normas codificadas de la Iglesia, de los hijos de la Iglesia y con buena educación y tono sereno. En todo caso, siempre se debe tener en cuenta las consecuencias: la primera preocupación tiene que ser seguir y defender siempre la verdad, no el repugnante servilismo obsequioso y escrupuloso, fruto podrido de un mal entendido tridentinismo. Ni el Papa ni la jerarquía pueden utilizarse como referentes de la verdad cuando parece conveniente dependiendo de los fines personales.

Vivimos los tiempos más decisivos de la historia de la humanidad y de la Iglesia. Todos los autores que han ofrecido sus comentarios en los últimos días nos invitan a la oración y la esperanza. Nosotros también lo haremos como es natural, con plena certeza de que cuanto está pasando en estos días, y en general desde febrero de 2020, es señal inequívoca de que se acerca el tiempo en que Dios intervendrá para salvar a su Cuerpo Místico y a la humanidad, así como el orden que Él mismo ha dado a la creación y a la convivencia humana, según la medida, las formas y los momentos que Él disponga.

Recemos, esperemos, velemos y alistémonos en el bando bueno. El enemigo nos ayuda a tomar partido: de hecho, es siempre el mismo en todas partes.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

miércoles, 21 de julio de 2021

Editorial Rorate Caeli: Los obispos deben dispensar inmediatamente a sacerdotes y fieles de los horrores de Traditionis custodes

 ADELANTE LA FE

Aprobado por un doctor en derecho canónico

En Rorate Caeli apreciamos los edificantes y generosos consejos paternales y pastorales que nos brindan muchos prelados, en particular del ámbito de habla inglesa y francesa, que han respondido al horror de Tradicionis custodes. Expresamos nuestra más sincera gratitud a los buenos pastores como ellos que nos leen.

Cuando la ira y la tristeza tratan de abrirse paso en nuestro corazón y hacernos perder la calma, el actuar correcto y valeroso de esos pastores calma las aguas e impide que el enemigo gane territorio.

Son acciones escasas y aisladas. Necesitamos más cuanto antes.
Rogamos a todos los prelados de buena voluntad y todos los pastores que aman y cuidan de su grey, por el bien espiritual de todos los fieles, clero y laicos que desde hace años se benefician del inmenso tesoro espiritual y teológico del Misal Romano de 1962 que nos dispensen de las draconianas medidas dispuestas en Traditionis custodes.
La institución canónica de la dispensa cuenta con una sólida tradición en la historia del derecho canónico, y vigente actualmente en el canon 87 §1 del Código de 1983 [1]. Con relación al concepto de dispensa, Hans-Jurgen Guth ha escrito en los últimos años tratados sobre el derecho que concede la legislación a los obispos para objetar las decisiones del Sumo Pontífice, derecho conocido como ius remonstrandi o supplicatio [2].

Dado que el derecho a la Misa Tradicional está firmemente establecido en la tradición canónica por no haber sido jamás abrogado, los obispos pueden –y deben– ejercer inmediatamente el ius remonstrandi para impugnar semejante extralimitación.

Todos los grupos de fieles de la Misa Tradicional manifiestan los saludables frutos espirituales mencionados en Mt.7,16: familias que se quieren y llevan bien, asisten sin falta a Misa y reciben con frecuencia los sacramentos, la Penitencia y la Sagrada Comunión; seminaristas dedicados a la oración, el estudio y el servicio a la Iglesia; sacerdotes entregados a la cura de almas y religiosos consagrados plenamente en devoción sincera al Cordero de Dios.

Dicen que la Iglesia nunca actúa con precipitación. Pero no se puede decir lo mismo de la promulgación original del Novus Ordo (o de la prohibición de la Misa Tradicional) ni de la brusca promulgación de Traditionis custodes. Es preciso impugnarla con la misma celeridad.

Creemos que hay muchos prelados que sienten necesidad de un guía, esperan que uno de sus hermanos en el episcopado tome la iniciativa y dispense plenamente a los sacerdotes y los fieles de la observancia de Traditionis custodes para que su grey pueda proseguir tranquila el camino a la salvación sin que la molesten.

Os rogamos e imploramos que hoy mismo ejerzáis ese derecho.

[1]Can. 87 §1. El obispo diocesano, siempre que, a su juicio, ello redunde en bien espiritual de los fieles, puede dispensar a éstos de las leyes disciplinares, tanto universales como particulares, promulgadas para su territorio o para sus súbditos por la autoridad suprema de la Iglesia; pero no de las leyes procesales o penales, ni de aquellas cuya dispensa se reserva a la Sede Apostólica o a otra autoridad.

[2]Guth, Hans-Jurgen. “Ius Remonstrandi: A Bishop’s Right in Law to Protest”. Revue de droit canonique 2002, Volume 52, Number 1, pp. 153-65.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

Elementos básicos para la sanación de la Iglesia después de Traditionis Custodes ( Por Gabriel Calvo Zarraute | 21 julio, 2021)

 INFOVATICANA


Introducción

Donde no hay teología y santidad se suple con ideología y demagogia que, inevitablemente, desembocan en el abandono de la noción clásica de autoridad[1], basada en la filosofía del ser y el derecho natural, para degenerar en la justificación del despotismo absolutista, ahora totalitarismo, propio del Estado moderno: «La autoridad, no la verdad, hace la ley»[2], escribía Hobbes. Así, es preciso resaltar los caminos que se han de recorrer por fuerza, con la finalidad de que se produzca la curación de la Iglesia de la herejía modernista, lo que conducirá a un renacimiento espiritual sólido, fecundo y duradero, capaz de ser la alternativa a la degradada civilización occidental que ha optado por su desaparición por vía de suicidio[3].

No se debe olvidar que, por grave que sea la situación actual, la Iglesia, como «Cuerpo Místico de Cristo»[4], posee en sí misma los anticuerpos necesarios y precisos para volver a ser resplandeciente en la verdad y belleza, atributos de Dios[5], que conforman su verdadero culto saturado de trascendencia. La Iglesia no es una obra humana, inmanente, sino que nace del Corazón traspasado de Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz, en él mora, se alimenta y de Él recibe todo su ser. Este origen y conexión sobrenatural que la une al Esposo divino son los fundamentos de la esperanza cierta que anima a todo verdadero hijo suyo, e impiden que el dolor y la tristeza, por profundos y justificados que sean, se transformen en desánimo y pesimismo.

Necesidad de volver a la definición tradicional de verdad

Es necesario convencerse de que la ruina y destrucción de la Iglesia, particularmente desde 1965 aunque para analizar sus orígenes habría que remontarse a los inicios del siglo XX, no atañen solo a la fe, al campo de lo sobrenatural, sino que, atacan primariamente a la esfera natural de la razón. Bien lo diagnosticó el insigne Cornelio Fabro: «La crisis actual de la teología, y reflejamente de la Iglesia posconciliar, es de naturaleza metafísica»[6]. Puesto que, según Santo Tomás, creer es lo propio del intelecto[7], está claro que toda perturbación sustancial que afecte a este, inevitablemente, repercutirá también en la fe.

El fin propio de la inteligencia, en el que descansa, es la verdad, que Santo Tomás define magistralmente como «adaequatio rei ad intellectum»[8]: adecuación del entendimiento con la realidad. De este hacerse una misma cosa la inteligencia con lo real derivan, para el juicio humano, sus leyes inmutables: el principio de no contradicción, el de causalidad y el de finalidad. La dinámica del conocimiento que Santo Tomás puso claramente de manifiesto se origina y fundamenta en la apertura de la realidad extramental, en la apertura al ente.[9] Se podrían realizar numerosas consideraciones de naturaleza filosófica tocantes a este texto[10]; sin embargo, lo que a nosotros nos concierne en esta hora es, sencillamente, ratificar, frente a toda la confusión del pensamiento moderno, que el conocimiento se origina, como sostenía Aristóteles, del asombro al constatar que algo existe, no de la duda cartesiana de la memoria[11]. El conocimiento es apertura al ser y a sus leyes, que la inteligencia halla fuera de sí, no producción y posición de estos. La inteligencia está abierta al ente por naturaleza, y es relativa a él, del mismo modo que le sucede a la vista con los colores.

El descarrío del pensamiento moderno se explica, en último análisis, por la solución errónea que se da al problema de la relación que media entre el ser y el pensamiento, es decir, al problema de quien fundamenta a quien. De si es el primero el que fundamenta al segundo, o sea el pensamiento quien obedece y se conforma con la realidad o de si, como pretende el idealismo, sucede lo contrario[12].

Es cuanto puso en evidencia San Pío X, con gran profundidad teórica, en sus intervenciones contra el modernismo[13]. El mal radical que aqueja al individuo, y por extensión a la sociedad civil y a la sociedad eclesial se cifra en el individualismo, subjetivismo y sentimentalismo característicos de la Modernidad, como afirma Juan Fernando Segovia siguiendo la tesis de Zigmunt Bauman: «La tolerancia absoluta de todo y para todo, es el valor dominante. Lo único que no se tolera en tiempos posmodernos son las convicciones firmes, las que no se sujetan a consenso, pues la época liquida, no tolera lo sólido y lo vomita»[14].

Consecuentemente, la inteligencia renuncia a su poder de conocer las cosas como son en sí mismas, independientemente del espíritu que las piensa. Se priva del trampolín de la realidad, por ello se confiesa incapaz de elevarse hasta el Principio de la realidad, pero al exiliarse de la realidad, la inteligencia se repliega automáticamente sobre sí misma. No existiría para ella sino lo que en ella se manifiesta, no ya las cosas mismas, sino las ideas que se hace de las cosas. Así no está ya sujeta a lo real, ni al Principio de la realidad. La inteligencia no depende ya más que de sí misma, de su facultad de producir ideas, entidades infinitamente maleables, que están ya sometidas a su poder creador. Se trata del voluntarismo nominalista de Ockam: el mundo es lo que yo pienso del mundo[15].

Si no se reconoce el primer acto de la inteligencia en su apertura a lo real, si la inteligencia no acepta que la realidad constituya la norma de su actividad, entonces, se pone en discusión que la verdad es la conformidad del pensamiento con lo real[16]. El modernismo al divorciarse de lo real y del principio de la realidad sostiene que no puede seguir habiendo una sola verdad eterna y necesaria en el campo de la fe ni en el de la vida social y política[17]. Así, formas y categorías son producciones del pensamiento sobre las que este se enseñorea y de las cuales puede liberarse cuando lo desee. Continua el profesor Segovia: «Si la ética es la ciencia del bien y el bien es el fin al que tiende todo hombre, lo que apetece todo ser, no habiendo fin humano y no habiendo sujeto de actividad finalista, no hay ética. Y si no hay norma moral, no hay norma jurídica ni norma política. Esta es la inicial confusión que nos lleva a la idea del hombre en la posmodernidad»[18].

Urge más que nunca poseer ideas claras sobre lo que Hegel denomina el «comienzo» del pensamiento, sin tal claridad de fondo resulta imposible construir nada estable, nada perdurable, inmutable[19]. En aras del bien de la Iglesia y de la salvaguarda del orden natural, se debe remachar con fuerza y de todas las maneras posibles este punto tan esencial, adoptando la postura que sea obligada contra los desde hace más de cincuenta años minan impunemente el dogma, la verdad y la moral precisamente en su raíz, y ponen en ello las bases para la realización del proyecto satánico: «seréis como dioses, conocedores del bien y del mal»[20]. Julio Alvear profundiza: «Es a partir de la conciencia subjetiva del hombre que la Modernidad reivindica el derecho a pensar y creer lo que se quiera, lo que tiene siempre, directa o indirectamente, su punto de partida en la libertad moral autónoma e independiente»[21].

La herejía modernista parte del subjetivismo y vuelve a él destronando a Dios y sus dogmas inmutables poniendo al hombre en su lugar[22]. Puesto que la conciencia humana carece de toda conexión con cualquier cosa que la sobrepase, no podrá alcanzar a Dios sino en sí misma. Aceptar la revolución del pensamiento moderno significa, en el ámbito teológico, minar en su base la posibilidad de comprender la doctrina católica «eodem sensu eademque sententia», una obligación insoslayable para todo católico.

Lo cierto es que hay que volver a la definición tradicional de la verdad como «adecuación del entendimiento con la realidad», la conformidad del juicio con el ser extramental y sus leyes inmutables. Los dogmas suponen esta definición. No es una decisión arbitraria, sino por su misma naturaleza, por lo que nuestra inteligencia se adhiere al valor ontológico y a la necesidad absoluta de los primeros principios como leyes de la realidad. Solo así se podrá mantener la definición tradicional de la verdad que los dogmas presuponen. Esta razón, fuerte y humilde al mismo tiempo, es, con todas las consecuencias que se derivan de ella, «conditio sine qua non» para poder edificar sobre la roca de la eternidad, de la estabilidad, no sobre la arena de la temporalidad, del devenir, y no hay enemigo peor que quien lo niega o intenta disimularlo. He aquí el primer punto de partida irrenunciable para una verdadera reforma de la Iglesia.
Necesidad de volver al fundamento de la fe católica

La esencia del acto de fe estriba en la adhesión de la inteligencia a las verdades reveladas por Dios en virtud de Aquel que revela, de ahí que no se crea porque el contenido de la fe sea evidente, ni porque esté en consonancia con las aspiraciones y exigencias propias y del tiempo concreto, como postula el historicismo[23]. La razón formal de la fe es que Dios revela algo, un contenido intelectual, y que, a Él, que no puede engañarse ni engañarnos, se le debe el homenaje del intelecto. Las verdades fundamentales de la fe están por encima de la razón, aunque el mismo ejercicio de la razón colabora a su mejor conocimiento[24]. A este respecto escribe Eduardo Vadillo: «La objetividad de la fe hace referencia necesaria al realismo cognoscitivo: el hombre es capaz de conocer la verdad y expresarla. Si se niega el aspecto cognoscitivo de la fe, en realidad se sitúa la relación con Dios como algo ajeno al conocimiento»[25].

La revelación divina es transmitida e interpretada con nitidez por el Magisterio infalible de la Iglesia, al cual debemos asentir humilde y filialmente, tanto si se expresa en la forma ordinaria como si lo hace en la extraordinaria, siempre en continuidad con la Tradición, que, por definición, no puede ser dinámica, arbitraria, contradictoria[26]. Es imposible que la Iglesia se haya podido equivocar al enseñar una verdad y celebrar un venerable rito litúrgico durante siglos (en realidad, durante más de mil años, desde San Gregorio Magno[27]). O lo que equivale a lo mismo, al condenar un error y rechazar una liturgia protestantizada también durante siglos, como hizo con el sínodo jansenista de Pistoya en 1786[28]. Debido a este origen divino, la fe goza de una certeza que no alcanza a tener el conocimiento humano más evidente, una certeza que se debe, insistimos, a Aquel que se revela, no a la evidencia intrínseca de lo que revela. Y a causa, asimismo, de este origen divino, quien niegue un solo artículo de fe socava los fundamentos de la propia fe, como explica claramente Santo Tomás: «Quien no se adhiere a la enseñanza de la Iglesia como a regla infalible y divina (…) carece del hábito de la fe, pues acepta las verdades por motivos distintos de la fe. Está claro que quien se adhiere a la enseñanza de la Iglesia como a una regla infalible acepta todo lo que la Iglesia enseña. En caso contrario, si de cuanto enseña la Iglesia acepta o no acepta lo que quiere, no se adhiere a la enseñanza de la Iglesia como a una regla infalible, sino que sigue su voluntad»[29].

No cabe duda de que, respecto a la naturaleza estable de la verdad y de Aquel que revela, nadie, sea quien sea, puede arrogarse jamás en la Iglesia, la autoridad de enseñar algo distinto u opuesto a cuanto la Iglesia recibió de Nuestro Señor Jesucristo y ha transmitido a lo largo de los siglos[30]. San Vicente de Lerins respondía así a los que pudieran temer, ante tamaña afirmación, que no se diera jamás progreso dogmático alguno en la Iglesia: «Más se objetará: ¿no se dará, según eso, progreso alguno de la religión en la Iglesia de Cristo? […], pero para que tal, sea verdadero progreso de la fe, no una alteración de la misma, a saber: es propio del progreso que cada cosa se amplifique en sí misma, y propio de la alteración es que algo pase de ser una cosa a ser otra»[31].

El segundo punto de partida para resolver la crisis actual es devolver a la Iglesia su fecundidad apostólica desembarazándose de todas las posiciones que introducen una mutación respecto de las enseñanzas del Magisterio constante, ordinario o extraordinario[32]. El dogma ha conocido un gran desarrollo en la Iglesia, pero eso se ha debido a las potencialidades que le son intrínsecas, pues las circunstancias externas, como la amenaza de las herejías, nunca pasan de ser meros factores ocasionales[33]. Tal desarrollo ha consistido, en una penetración en la verdad revelada y acogida, extrayendo de ella, con ayuda de la razón rectamente entendida, todas las consecuencias lógicas. En cambio, lo que está sucediendo hoy, -piénsese, en la cuestión de la libertad religiosa confundida con el irenismo, el relativismo o el sincretismo- constituye un cambio originado por la acogida de la mayor parte de los católicos, incluida la jerarquía, de los principios axiales del pensamiento moderno[34]. En el caso en cuestión, el principio de la libertad irrestricta de conciencia, los pontífices lo condenaron repetidamente desde que surgió en el siglo XVIII con la Ilustración y prosiguió en el XIX con el liberalismo[35].

Frente a ello es menester volver a meditar, palabra por palabra, la doctrina que San Vicente de Lerins expresó con extraordinaria actualidad: «Por otra parte, si comienzan a mezclarse las cosas nuevas con las antiguas, las extrañas con las domésticas, las profanas con las sagradas, forzosamente se deslizará esta costumbre, cundiendo por todas partes, y al poco tiempo nada quedará intacto en la Iglesia, nada inviolado, nada íntegro, nada inmaculado, sino que al santuario de la verdad casta e incorrupta sucederá el lupanar de los errores torpes e impíos. La Iglesia de Cristo, en cambio, custodio solícito y diligente de los dogmas a ella encomendados, nada altera jamás en ellos, nada les quita, nada les añade, no amputa lo necesario, ni aglomera lo superfluo, no pierde lo suyo, ni usurpa lo ajeno. La Iglesia Católica en todo tiempo con los decretos de sus concilios, provocada por las novedades de los herejes, esto y nada más que esto: lo que había recibido de los antepasados en otro tiempo por sola tradición, lo transmite más tarde a los venideros también en documentos escritos, condensando en pocas letras una gran cantidad de cosas, y a veces, para mayor claridad de percepción, sellando con la propiedad de un nuevo vocablo el sentido no nuevo de la fe»[36].

Conclusión: abandonar el antropocentrismo moderno por el teocentrismo tradicional

Hay que reconocer que la solución de todos los problemas que afligen a la Iglesia y al mundo posmoderno se encuentra exclusivamente en la fidelidad incondicionada a cuanto la Iglesia nos ha transmitido sin alteraciones hasta hoy. Es decir, la recuperación de la Iglesia histórica, o, dicho de otro modo, de la Tradición como fidelidad a lo transmitido en la historia[37]. Solo así, con un acto de humilde y confiado abandono en Dios, desafiando todos los cálculos humanos, previsiones sociológicas y posibilismos políticos, será posible no solo la restauración, sino, además, la verdadera reforma de la Iglesia que lleve consigo toda esa vivacidad y dinamismo que sin duda necesita ahora más que nunca. No se tema repetir todo cuanto la Iglesia ha enseñado siempre, no importa que dichos principios les parezcan ayunos de sentido común a las cada vez más deformadas mentalidades modernas[38]. Es menester ser fieles a Nuestro Señor Jesucristo y a su Santa Iglesia, no al mundo moderno-posmoderno y sus expectativas[39]. La única obra verdadera de caridad que le podemos hacer a esta humanidad extraviada es la de ser fieles a la Tradición Católica, la de volver a enseñar sin miedo todo lo que se nos ha transmitido[40], apoyándose exclusivamente en la asistencia divina.

Antaño profetizaba Isaías: «Ay de aquellos que van a buscar socorro en Egipto, poniendo la esperanza en sus caballos, y confiando en sus muchos carros de guerra, y en su caballería, por ser muy fuerte, y no han puesto su confianza en el Santo de Israel, ni han recurrido al Señor. Pero he aquí lo que me ha dicho el Señor: de la manera que ruge el león sobre su presa, y por más que vaya contra él una cuadrilla de pastores no se acobarda a sus gritos, ni se aterrará por muchos que sean los que le acometan, así descenderá el Señor de los ejércitos para combatir sobre el monte Sión y sobre sus collados. Como un ave que revolotea en torno a su nido, del mismo modo amparará a Jerusalén el Señor de los ejércitos, la protegerá y la librará, pasando de un lado a otro, y la salvará»[41].

Sólo con el coraje de la fidelidad a lo que el mundo reputa como estulticia, ignorancia y fanatismo, pero que, por el contrario, resulta ser «fuerza y sabiduría de Dios»[42], será como se instaure el Reinado Social del Corazón de Jesús y no los sucedáneos que vienen resultando un fracaso estrepitoso y sin paliativos[43]. Frente a las terribles amenazas y las desoladoras realidades que tenemos a la vista en una Iglesia y un mundo cada vez en mayor estado de disolución, no hay más que un camino por recorrer: fe, más fe. «No temas, ten fe»[44]. Este acto de fe intrépida es lo único que podrá hacer resurgir a la Iglesia más bella y esplendente después de la terrible prueba final de la que nos habla el Catecismo de la Iglesia Católica[45] y que cada día se hace más palpable.

[1] Cf. Ana Isabel Clemente, La auctoritas romana, Dykinson, Madrid 2013, 43.

[2] Thomas Hobbes, Leviatán, Gredos, Madrid 2014, 93.

[3] Cf. Douglas Murray, La extraña muerte de Europa. Identidad, inmigración, islam, Edaf, Madrid 2019, 337; César Vidal, Un mundo que cambia. Patriotismo frente a la agenda globalista, TLM Editorial, Tenessee 2020, 216

[4] Cf. Pío XII, Mystici corporis, n. 11, 1943.

[5] Santo Tomás, Compendio de teología, lib. 2, cap. 9.

[6] Cornelio Fabro, La aventura de la teología progresista, EUNSA, Pamplona 1976, 317.

[7] Cf. S. Th., II-II, q. 2, a. 2.

[8] I Sent, d. XIX, q. 5, a. 1.

[9] De Ver, q. 1, a. 1.

[10] Cf. Francisco Canals, Sobre la esencia del conocimiento, PPU, Barcelona 1987, 256; Roger Verneaux, Epistemología general, Herder, Barcelona 2005, 119.

[11] Cf. Frederick Copleston, Historia de la filosofía, Ariel, Barcelona 2011, vol. I, t. I, 250.

[12] Cf. Santiago Cantera Montenegro, La crisis de Occidente. orígenes, actualidad y futuro, Sekotia, Madrid 2020, 183.

[13] Tanto en el campo filosófico y teológico con la encíclica Pascendi (1907) y el decreto Lamentabili (1907), como en el político con Notre charge apostolique (1910). Pues del mismo modo que el naturalismo en teología es el modernismo, el liberalismo no es más que el modernismo en política.

[14] Juan Fernando Segovia, «La ética posmoderna de los derechos humanos», en Verbo, n. 593-594, 226.

[15] Cf. Étienne Gilson, La filosofía de la Edad Media. Desde los orígenes patrísticos hasta el fin del siglo XIV, Gredos, Madrid 2017, 616-622.

[16] Cf. Antonio Millán-Puelles, Fundamentos de filosofía, Rialp, Madrid 468.

[17] Dominique Bourmaud, Cien años de modernismo. Genealogía del concilio Vaticano II, Ediciones Fundación San Pío X, Buenos Aires 2006, 318.

[18] Juan Fernando Segovia, «La ética posmoderna de los derechos humanos», en Verbo, n. 593-594, 219.

[19] Cf. Antonio Truyol y Serra, Historia de la Filosofía del Derecho y del Estado, Alianza, Madrid 2005, vol. 3, 142.

[20] Gn 3, 5.

[21] Julio Alvear, La libertad moderna de conciencia y de religión. El problema de su fundamento, Marcial Pons, Madrid 2013, 27.

[22] Cf. Reginald Garrigou-Lagrange, Las formulas dogmáticas. Su naturaleza y su valor, Herder, Barcelona 1965, 7; Ramón García de Haro, Historia teológica del modernismo, EUNSA, Pamplona 1982, 201; cf. Santiago Casas (Ed.), El modernismo a la vuelta de un siglo, EUNSA, Pamplona 2008, 311.

[23] Cf. Jesús García López, Escritos de antropología filosófica, EUNSA, Pamplona 2006, 56.

[24] Cf. Dom Columba Marmión, Jesucristo vida del alma, Editorial litúrgica, Barcelona 1960, 149.

[25] Eduardo Vadillo, Breve síntesis académica de teología, Instituto Teológico San Ildefonso, Toledo 2009, 166.

[26] Cf. Reginald Garrigou-Lagrange, El sentido común, la filosofía del ser y las fórmulas dogmáticas, Palabra, Madrid 1980, 369 y ss.

[27] Cf. Klaus Gamber, La reforma de la liturgia romana, Ediciones renovación, Madrid 1996, 22.

[28] Cf. Hubert Jedin, Manual de Historia de la Iglesia, Herder, Barcelona 1978, vol. VI, 759.

[29] S. Th, II-II, q. 5, a. 3.

[30] Cf. Isidro Gomá, Jesucristo Redentor, Casulleras, Barcelona 1944, 614.

[31] San Vicente de Lerins, Conmonitorio, cap. 23, 1-2.

[32] Cf. Rodrigo Menéndez Piñar, El obsequio religioso. El asentimiento al Magisterio no definitivo, Instituto Teológico San Ildefonso, Toledo 2020, 25.

[33] Cf. Francisco Marín-Sola, La evolución homogénea del dogma católico, BAC, Madrid 1952, 291.

[34] Cf. Victorino Rodríguez, Temas-clave de humanismo cristiano, Speiro, Madrid 1984, 129.

[35] Cf. Guillermo Devillers, Política cristiana, Estudios, Madrid 2014, 239.

[36] San Vicente de Lerins, Conmonitorio, cap. 32, 15-16.19.

[37] Cf. Juan Cruz, Filosofía de la Historia, EUNSA, Pamplona 2002, 93-94.

[38] Cf. Gabriele Kuby, La revolución sexual global. La destrucción e la libertad en nombre de la libertad, Didaskalos, Madrid 2017, 44.

[39] Cf. Douglas Murray, La masa enfurecida. Cómo las políticas de identidad llevaron al mundo a la locura, Península, Barcelona 2019, 341.

[40] «Os he transmitido lo que recibí» (1ª Cor 11, 23).

[41] Is 31, 1. 4-5.

[42] Cf. 1ª Cor, 1, 24.

[43] Cf. Jean Ousset, Para que Él reine. Catolicismo y política por un orden social cristiano, Speiro, Madrid 1972, 17.

[44] Mc 5, 36.

[45] CEC 675-677.