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lunes, 31 de enero de 2011

LA DIMENSIÓN RELIGIOSA DE MIGUEL DE UNAMUNO


Miguel de Unamuno nació en Bilbao el 29 de Septiembre de 1864. Su padre murió cuando Miguel tenía tan solo 6 años. A los 27 años (1891) obtuvo la cátedra de griego de la Universidad de Salamanca, ciudad donde se instaló. Siendo vasco de nacimiento y de corazón, iba a convertirse en el hombre de Castilla y, especialmente, de Salamanca. Casado con Concepción Lizárraga, el 31 de Enero de 1891, fue padre de nueve hijos. Comenzó a escribir a los 30 años, a partir de 1894. En 1897 atraviesa una fuerte crisis de fe, convirtiéndose a un “cristianismo” sui generis, pero verdaderamente religioso, como ahora veremos.
La vida hogareña de Miguel fue ejemplar. El 27 de diciembre de 1902 (llevaba casi 11 años casado ) escribe a Pedro Corominas que volvería “a casarse cien veces con la misma mujer y a vivir lo vivido”.
Más adelante escribía a Jiménez Ilundain el 8 de febrero de 1904: “...Luego está mi mujer, que por nada se acongoja, que guarda su niñez perdurable, que me alegra la casa y el corazón, con su inalterable alegría, que es mi mayor sostén y el alba perfecta de mi vida. Un alba, sí, que es lo más hermoso; no sale el sol que agosta y quema, pero nunca es noche. ¡Bendito el día en que me casé! "



El 31 de Octubre del 1900 es nombrado Rector de la Universidad de Salamanca, cuando contaba tan sólo 36 años. Dimitió de Rector en 1914, a los 50 años, por razones políticas, siguiendo como vicerrector hasta el 20 de febrero de 1924, fecha en que fue desterrado a la isla de Fuerteventura , debido a ciertos artículos que escribió contra la dictadura de Primo de Ribera. De allí huyó para refugiarse en Francia: primero en París y luego en Hendaya, donde permaneció hasta 1930, año en que regresó a España. En 1931, durante la República, fue nombrado Rector vitalicio de la Universidad de Salamanca, siendo destituido de nuevo, en 1936, por un artículo que publicó en contra del comunismo. Murió poco después, el 31 de diciembre de 1936, a los 72 años de edad.
En este artículo voy a tratar de una dimensión de Unamuno, la dimensión religiosa, que no se conoce lo suficiente y que se interpreta mal con relativa frecuencia. Para ello he hecho uso de sus propias palabras, tomadas de su libro “Diario íntimo” (Alianza Editorial, 1991), publicado por vez primera en 1970. Elijo aquellas frases suyas que me han parecido más significativas y que resumen su postura esencial en este tema.
Vemos en él un espíritu luchador, un vivir con la máxima intensidad, aunque todo lo hace en continua referencia a la muerte:
“Vivamos como si hubiésemos de morir dentro de unos instantes” (p. 19).
“ Haz todo lo que hagas como si hubieses de morirte al punto” (p. 166).
El tema de la muerte constituye para él un referente continuo, en el que se debate, entre la duda y la fe, siendo causa de grandes sufrimientos y crisis, y también de verdadero encuentro con Dios, como parece desprenderse de estos escritos:
 “...sólo se muere una vez. ¿Y no vale acaso la pena vivir para este acto único? ¿Vivir para morir? No se debe pensar en eso -se dice-; si nos pusiéramos a cavilar en la muerte se haría imposible la vida... Y, sin embargo, hay que pensar en ella, porque siendo el principio del remedio conocer la enfermedad, y siendo la muerte la enfermedad del hombre, conocerla es el principio de remediarla” (p. 61).
Y, más adelante, en un momento de crisis, dice:
 “Cuando esa idea de la muerte, que hoy paraliza mis trabajos y me sume en tristeza e impotencia, sea la misma que me impulse a trabajar por la eternidad de mi alma...entonces, estaré curado” (p.70).
En sus escritos se trasluce, lentamente, el paso de la oscuridad de la nada a la luz de la fe:
“No quiero que envenene mi vida la certeza de su fin y la obsesión de la nada” (p. 126).
“Triste consuelo, si al morir, morimos del todo, volviendo a la nada. ¡No consuelo, sino desconsuelo y desesperación! Y, en cambio, ¡hermosa idea si esperamos otra vida!" (p. 150).
Unamuno se resiste a la idea de la nada, en contra de los existencialistas, como es el caso de Sartre, para quien ‘la vida es una pasión inútil’. Y es que...Unamuno ama la vida. La auténtica importancia de la religiosidad de Unamuno está en la nostalgia de la inmortalidad:
“Vivir, vivir de veras, sin segunda intención. Vivir, para morir y seguir viviendo” (p. 91)
Por otra parte, Unamuno es consciente de la necesidad de la humildad y de la sencillez para la fe:
“¡Sencillez, sencillez! Dame, Señor, sencillez” (p. 27). 
¿Y dónde piensa Unamuno alcanzar esa sencillez que conduce a la fe?... He aquí su respuesta:
“Que mis lágrimas no sean lágrimas teatrales. A tí, Señor, nadie puede engañarte” (p. 20).
“Dame fe, Dios mío” (p. 26).
Ambas cosas: Unamuno desea ser sencillo y desea tener fe, y lo desea ardientemente; pero sabe que, por sí sólo, no puede conseguirlo. Y por eso acude a Dios. Es conmovedor observar el proceso interior por el que atraviesa, contado con sus propias palabras:
“Un acto, un solo acto de ardiente caridad... de amor verdadero, y estoy salvo” (p. 24).
“Querer ser bueno, y quererlo constante y ardientemente. Esforzarnos por serlo; he aquí nuestra obra. Todo lo demás es obra de la gracia de Dios que, por Cristo, nos ha hecho hijos suyos” (p. 60).
“No basta hacer el bien. Hay que ser bueno” (p. 92). 
"Ser bueno es hacerse divino, porque sólo Dios es bueno!” (p. 92).
“Ser bueno es anonadarse ante Dios, hacerse uno con Cristo y decir con Él: no mi voluntad sino la tuya, Padre” (p. 94).
¿Se puede conseguir la fe? ¿Se puede ser bueno? Es admirable el modo en el que se expresa Unamuno cuando aconseja a otros (consejos que, en el fondo, se los está dando a sí mismo):
“Dedicáos a ... hacer obras de verdadera caridad, a ser realmente buenos ... ¿no brotaría de la caridad la fe? (p. 131).
“Condúcete como si creyeras y acabarás creyendo. ¿Que no puedes conducirte así porque no crees? Entonces es que no quieres creer, aunque te parezca otra cosa” (p. 134).
Ciertamente no es todo tan sencillo; el mismo Unamuno lo reconoce:
“Es tema de honda meditación esto de que me esté aleccionando y predicando a mí mismo y convirtiéndome, y que escriba hoy cosas que me parezcan mañana escritas por otro que no soy yo. ¡Qué lento y enojoso es despojarse del hombre viejo!” (p. 139)
Y sólo encuentra un camino: rezar.
“Tengo que humillarme aún más, rezar y rezar sin descanso, hasta arrancar a Dios de nuevo mi fe” (p. 125).
“Hay que gastar más las rodillas que los codos” (p.85).
Unamuno sabe que la fe es un don de Dios, que no puede conseguirla con sus solas fuerzas, y por ello acude al único remedio infalible: pedirle esa fe a Dios, a ese Dios encarnado en Jesucristo, que dijo: ‘Pedid y recibiréis’.
Hay otro punto que preocupa a Unamuno : el pensamiento de los demás (punto que es motivo de lucha interior).
“Es terrible esclavitud la de vivir esclavo del concepto que de nosotros se han formado los demás” (p. 86)
Y, sin embargo, él mismo conoce el remedio para escapar de esa esclavitud:
“ No de ellos, de mí mismo tengo que responder” (p. 86).
Aun conociendo el remedio le sigue preocupando el tema:
“¿Por qué me inquieto tanto de los demás?” (p. 142).
Pero está completamente decidido a superar este problema:
“¡Vivir para la historia! ¡Cuánto más sencillo y más sano es vivir para la eternidad!” (p. 144).
Y acude a Dios:
“¡Libertad, Señor, libertad! Que viva en tí y no en las cabezas de los demás, que se reducirán a polvo” (p. 97).
Acudían a la mente de Unamuno las palabras de Jesús, que él mismo cita en su diario: “La verdad os hará libres” (Io, 8,32) y concluía:
 “Ser libre es... querer lo que el eterno Amor quiere. ¡Fiat voluntas tua! (Hágase tu voluntad)” (p. 99).
El “olvido de sí” y la apertura al Amor de Dios es lo que salva a Unamuno. Y lo que le lleva, como consecuencia, a ayudar a los demás a hacer lo mismo. Y así lo expresa, en momentos de crisis:
“ Que me cuide, que me serene, que me tranquilice, que hago falta a los demás, que no abandone mis tareas literarias. A mí mismo me hago falta. Y si Dios me cura, ¡que mi curación sea principio de otras!” (p. 128).
Esta lucha de Unamuno se hace patente en varios lugares del diario:
“¡Sinceridad, santa sinceridad! Que no piense en mí ni en mi gloria, sino en la tuya, Señor” (p. 145).
Y parece ser que Dios le va concediendo lo que le pide:
“He procurado siempre obrar bien. Y el bien que haya podido hacer a los demás me ha merecido la gracia de volver a mí y despertar” (p. 152).
“ ¿Y por qué me ha concedido a mí esta gracia? Ha sido sin mérito alguno, por pura gracia. Dios escoge al último para manifestar su gloria... ¡Concédeme, Señor, el que me crea indigno de esta merced y el que borre de mí toda propia complacencia!” ( p. 153).
Las palabras que siguen no dejan lugar a dudas acerca de su conversión:
“Aquellos que toman como lo mejor lo que el Señor les envía permanecen, dondequiera y en todas las cosas, en perfecta paz, pues en ellos se ha hecho propia voluntad la Voluntad de Dios” (p. 206).
Y, a continuación, cita las palabras de Jesús, queriendo hacerlas suyas: “Padre, hágase tu voluntad, y no la mía” (Lc. 22,42). Estas cosas no se pueden expresar así si no se experimentan.
No quiero acabar este artículo sin hacer referencia a unos párrafos de Unamuno acerca del entendimiento entre las personas, párrafos que considero altamente significativos y muy actuales:
“En las conversaciones entre la gente... no se escucha con atención benévola, impacientes de decir lo propio, que se cree siempre más importante que lo ajeno. Merece seria meditación eso de que sean tan frecuentes las interrupciones en las conversaciones mundanas; es un síntoma de una enfermedad dolorosísima. No sucedería así si se conversara en Dios, sencilla y humildemente, haciendo de la conversación un acto de amor al prójimo; y procurando no hablar de sí mismo ni constituirse en centro del universo” (p.37)
Y añade, un poco más adelante, dando un consejo:
“ No discutas nunca; Cristo nunca discutió; predicaba y rehuía toda discusión... Expón tu sentir, con sinceridad y sencillez, y deja que la verdad obre por sí sobre la mente de tu hermano...La verdad que profieres no es tuya; está sobre tí y se basta a sí misma” (p. 37).
Y, para que no nos quepa ya ninguna duda acerca, no ya de su ser cristiano, sino de su ser católico, expresa claramente:
Hay que buscar la libertad dentro de la Iglesia, en su seno”(p. 28)
Sus últimas palabras, inmediatamente antes de morir, fueron:
 “¡Dios no puede volverle la espalda a España!”.
Y en el epitafio de su tumba se puede leer:


Méteme, Padre Eterno, en tu pecho,
misterioso hogar;
dormiré allí, pues vengo deshecho
del duro bregar



Unamuno, expresándose a su manera, nos muestra que siempre es posible, en medio de todo tipo de dificultades, tener fe en Dios, si se le pide ardientemente, con la seguridad de conseguirla.
Unamuno vive su vida intensamente: olvidándose de sí mismo, vive para Dios y para los demás: ama a Dios, en Jesucristo, ama a los demás, en los que ve presente a Jesucristo; y todo ello en el seno de la Iglesia católica. Es, en este aspecto, todo un ejemplo a imitar.

lunes, 17 de enero de 2011

LA CONVERSIÓN DE SAN AGUSTÍN


Breve biografía de Agustín

Agustín nació en Tagaste (Argelia) el 13 de noviembre del año 354. Su madre, santa Mónica, ejerció sobre el niño una influencia decisiva. Cuando tenía 18 años tuvo un hijo (Adeodato) de una concubina. La lectura del Hortensio, de Cicerón, despertó en él la vocación filosófica. Fue maniqueo puritano desde los 19 hasta los 29 años. Decepcionado por los maniqueos fue a Roma (año 383) y al año siguiente ganó la cátedra de Retórica de Milán. En esta ciudad acudió a escuchar los sermones de San Ambrosio, el cual le hizo cambiar de opinión acerca de la Iglesia, de la fe y de la imagen de Dios. En agosto del año 386 ocurrió su conversión, tal como relata él mismo en su libro titulado Las Confesiones, del cual he entresacado algunos párrafos significativos que relato a continuación:



Entré en mi interior guiado por Dios; y lo pude hacer porque Él fue mi ayuda. Busqué la manera de adquirir la fuerza que me hiciese apto para gozar de Dios... No la encontraría más que abrazándome al Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo-Jesús. Aunque no podía ni sospechar el misterio que encerraban las palabras: "Y el Verbo se hizo carne".

Parloteaba mucho de estas cosas, como si ya fuese un especialista en ellas; pero si no me hubiese decidido a andar el camino de la verdad, que no está más que en Cristo Salvador nuestro, no sólo no hubiera llegado a ser un especialista, sino que me habría perdido... Había encontrado la perla preciosa, la que debía comprar vendiendo todo lo que tenía; pero todavía dudaba en hacerlo. La nueva voluntad, que empezaba a nacer, de servir a Dios y gozar de Él, única alegría segura, todavía no era capaz de vencer a la otra voluntad, la primera, que con los años se había hecho tan fuerte en mí. De esta manera mis dos voluntades, la vieja y la nueva, la carnal y la espiritual, luchaban entre sí, y peleándose, me destrozaban el alma. Así comprendí, por propia experiencia, eso que ya había leído: la carne lucha contra el espíritu y el espíritu contra la carne.

Y sin embargo, era de mí de donde había venido esa mala costumbre que me dominaba, porque fue queriendo como llegué adonde ahora no quería haber llegado. ¿Cómo podía quejarme por esta situación mía, si es de justicia que se castigue al que peca? ¡Miserable de mí! ¿Quién podía librarme de este cuerpo de muerte sino la gracia de Dios, por medio de Cristo Señor nuestro?... Mi alma se resistía, no quería, pero ya no podía alegar niguna excusa, porque estaban agotados y rebatidos todos los argumentos...Lo que yo tenía era un miedo de muerte, porque tendría que apartarme de mi cotidiana costumbre, en la que me consumía, día tras día.

Mientras seguía en la angustia de mi indecisión me tiraba del pelo, me golpeaba la frente, me retorcía las manos, me apretaba las rodillas...; no puedo decir que eso lo hiciera sin querer; lo hacía porque quería...En cambio, por dentro, no hacía lo que me atraía con toda mi alma, y que hubiera podido hacer con sólo querer; pues en el mismo instante en que realmente hubiera querido, hubiera podido, porque en ésto poder es lo mismo que querer; querer es ya poder, actuar. Sin embargo, no actuaba. ¿Por qué tenía que ser así?... No hay ninguna monstruosidad en querer en parte y en parte no querer: es debido a la debilidad del alma; cuando el alma es elevada por la verdad no se levanta toda entera porque está oprimida por el peso de las costumbres.

Yo, interiormente, me decía: ¡Venga, ahora, ahora! y estaba ya casi a punto de pasar de la palabra a la obra, justo a punto de hacerlo; pero... no lo hacía; aunque, al menos, no daba un paso atrás, sino que me quedaba como al borde de mi paso anterior; tomaba aliento, y lo intentaba de nuevo... Me aterrorizaba cada vez más a medida que se acercaba el momento decisivo. Y si este terror no me hacía volver atrás ni apartarme de la meta, me tenía paralizado y quieto... ¿Por qué no vas a poder tú lo que otros han podido? ¿O es que te crees que lo han podido con sus propias fuerzas? ¡No, es con la fuerza del Señor, su Dios! ¿Por qué intentas apoyarte en tí si no puedes ni tenerte en pie? Échate en sus brazos, no tengas miedo. Él no se retirará para que caigas; échate seguro de que te recibirá y te curará!

¿Hasta cuándo, hasta cuándo, mañana, mañana? ¿Por qué no ahora mismo y pongo fin a todas mis miserias? Mientras decía esto y lloraba con amarguísimo arrepentimiento de mi corazón, de repente oí de la casa vecina una voz, no sé si de niño o de niña, que cantándolo y repitiéndolo muchas veces, decía: Toma y lee, toma y lee. Conteniendo mis lágrimas me levanté, interpretando esa voz como una orden divina de que abriese el libro y leyese lo que se me apareciera al abrirlo. Deprisa, me volví al sitio donde estaba sentado Alipio, y donde yo había dejado el libro del Apóstol al levantarme de allí; lo tomé, lo abrí y leí en silencio lo primero con lo que me encontré. Decía:"...Dejad ya las contiendas y peleas, y revestíos de nuestro Señor Jesucristo y no os ocupéis de la carne y de sus deseos". No quise leer más, ni era necesario tampoco; pues en cuanto terminé de leer ese párrafo, como si me hubiera inundado el corazón una fortísima luz, se disipó toda la oscuridad de mis dudas. Cerré el libro poniendo punto con el dedo, o quizá con alguna cosa, y ya tranquilo se lo expliqué todo a Alipio... Luego entramos a ver a mi madre, se lo dijimos todo y se llenó de alegría... y bendecía a Dios, porque veía que Dios le había concedido, en lo que se refiere a mí, mucho más de lo que constantemente le pedía con sus lastimeras y llorosas quejas... Su llanto se había convertido en mucho más de lo que ella había imaginado...

El Señor fue bueno y misericordioso conmigo... Todo consistía en dejar de querer lo que yo quería, y en querer lo que Dios quería...¿Dónde estuvo durante aquellos años mi libertad? ¿De qué subterráneo y profundo secreto fue sacada en un instante para que yo inclinase mi altiva frente bajo el suave yugo de Dios y pusiera el hombro bajo su ligera carga, Cristo Jesús, mi ayudador y mi Redentor? Mi alma estaba ya libre de las devoradoras preocupaciones de la ambición, del dinero, de las pasiones en que antes se revolcaba... No hacía otra cosa que hablar de Dios, mi luz, mi riqueza, mi salvación, Señor Dios mío.

El 24 de abril del año 387 fueron bautizados él, su amigo Alipio y su hijo Adeodato (que contaba tan sólo 15 años): "Fuimos bautizados-dice Agustín- y desapareció de nosotros la preocupación que teníamos por nuestra vida pasada". En el otoño de este mismo año muere su madre, a los 56 años; y tres años más tarde (390) muere su hijo, a los 18 años. En la primavera del 391 Agustín marcha a Hipona, donde es ordenado sacerdote por el obispo Valerio, al que ayuda en las tareas pastorales de la diócesis. Defiende el catolicismo frente a la ideología maniquea y donatista, cuyos adeptos eran mayoría en Hipona. Sucede a Valerio en el año 397. Sus obras nos han llegado casi en su totalidad y en buen estado.

El libro de Las Confesiones, que aquí se comenta, en el que relata su conversión, fue publicado cuando ya era obispo (años 397-398). Del último capítulo reproduzco, a continuación, un bello texto en el que Agustín alude, con una cierta pena, a la pobre respuesta que él dio a Dios; aunque-eso sí- con una absoluta confianza en la bondad y misericordia de Aquél a quien entregó toda su vida:

¡Tarde te amé, Belleza,
tan antigua y tan nueva,
tarde te amé!

Tú estabas dentro de mí,
y yo había salido fuera de mí
y te buscaba por fuera.

Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo.
Me tenían atado y lejos de Ti esas cosas
que, si Tú no las sostuvieras,
dejarían de ser.

Me llamaste, me gritaste y rompiste mi sordera.
Resplandeciste ante mí
y echaste de mis ojos la ceguera.

Exhalaste tu Espíritu y aspiré su perfume.
Y te deseé.
Me tocaste y me abrasé en tu paz.

Después de las Confesiones escribió mucho durante más de treinta años hasta su muerte, el 28 de Agosto del 430, -aún no había cumplido los 76 años-, en pleno uso de sus facultades y de su actividad literaria. Sus restos mortales descansan en Pavía.

lunes, 6 de diciembre de 2010

¿DEMOCRACIA O DICTADURA SUTIL?

Este artículo fue publicado en la revista arvo.net, en abril o mayo de 2004 (no recuerdo exactamente la fecha), recién llegado el PSOE al poder. Han pasado ya seis años y medio desde entonces. Pero la realidad que estamos viviendo es aún peor de lo que yo vaticinaba en dicho artículo. En todo caso, lo cierto y verdad es que, cuando se parte de una premisa equivocada, y se actúa con lógica, el final es fácilmente predecible. Para no hacerme excesivamente cansado, resumiré un poco dicho artículo (y añadiré algún hecho producido con posterioridad a ese escrito), conservando lo esencial del mismo. Y comienzo ya, sin más preámbulos:

Hay muchas cosas que no entiendo, aunque estudiando, tal vez, podría llegar a entender; en todo caso, me queda el consuelo de saber que hay otras personas que sí son capaces de llegar a ese conocimiento; y que luego, además, nos lo comunican para nuestro personal enriquecimiento. No estoy diciendo nada nuevo, ni extraño: eso nos ocurre a todos.

Pero entre esas cosas, hay una (aunque no es la única, ciertamente) que no he llegado nunca a entender, ni pienso, realmente que haya nadie que (razonando con lógica, en función de los hechos) llegue a comprender. Tal es el caso de la democracia en la actualidad española.

Etimológicamente "democracia" significa "gobierno del pueblo". Da la impresión de que las palabras democracia y libertad van unidas. Pero si analizamos los hechos que caracterizan a muchos de los gobiernos que se denominan a sí mismos "demócratas", en concreto el caso de España, tal vez nos encontremos con un cierto desequilibrio mental.

Desde que el PSOE llegó al poder (en marzo de 2004) “da la impresión”  (que es mucho más que una mera impresión) de que su objetivo principal y prioritario –por no decir único- es conseguir que todos “pensemos” en clave socialista. Es más: se nos pretende hacer creer que sólo el pensar de ese modo es lo que nos conducirá al "progreso". 

El Sistema es dueño absoluto de la verdad y sabe lo que conviene a los ciudadanos y dónde se encuentra el progreso. La misión de los ciudadanos no es la de pensar (de eso se encargan ellos), sino la de aceptar lo que el Sistema establezca como verdad (una verdad que, además, puede variar de un día para otro, siempre que el Sistema así lo decida). El Sistema tiene como misión , en primer lugar, que el ciudadano "piense" que nada hay mejor que la democracia (ser "antidemócrata" es lo peor que le puede ocurrir a una persona; peor que robar o matar) y en segundo lugar, y lo más importante, conseguir que el ciudadano esté convencido de que sólo será demócrata, verdaderamente, cuando piense según lo que el  Sistema decida que tiene que pensar. Y el que no piense de esa manera, automáticamente será tildado de fascista, reaccionario, primitivo, retrógrado y yo qué sé cuántas cosas más. El Sistema tiene poderosos medios para cumplir esa misión (la prensa, la radio, la televisión, la educación en las aulas, etc...). Sus seguidores deben encargarse de llevar a cabo estas ideas del Sistema.

Para ello deben tener muy claro que es esencial el uso de palabras que, aunque realmente signifiquen poco o nada, consigan el efecto que ellos esperan, que es el de descalificar a todos aquellos que no piensen como ellos. Una descalificación a base de palabras nunca argumentadas, ni demostradas; pero eso sí: que inciten a la rebelión, a la crispación y al desprecio de aquellos que no las compartan. 

Pondré algún ejemplo, para que se entienda lo que quiero decir. Recién llegados al poder eran comunes las siguientes expresiones, tal y como suenan (tomadas textualmente de los periódicos de esa época): “Por fin ha triunfado la democracia en este país, después de ocho años vividos bajo la dictadura de un gobierno peor que el de Franco” (Se referían al gobierno de Aznar). “El partido socialista ha triunfado. Por fin tenemos democracia" y otras por el estilo, que no tienen ni pies ni cabeza, que no resisten un análisis serio y riguroso.

Según esa “lógica” ser demócratas supone pensar al modo socialista, y solamente al modo socialista. No hay otra opción. Lo “bueno” es el socialismo; y todo lo demás es condenado como opuesto al progreso de la sociedad y a la democracia (¿?). Desde el momento en que alguno no piense en socialista, automáticamente es considerado como persona "non grata", que se opone al progreso y se queda anclado en el pasado. El cambio, por el cambio (y, además, el cambio que ellos consideren que debe ser considerado): eso sería  el "progreso" para el socialismo (Se puede leer, a este respecto, el artículo que he escrito, en este mismo blog, acerca del progreso).

Pues yo, con permiso o sin él, “me atrevo” a pensar: tengo para mí (y considero que esto le ocurrirá a cualquier persona con un mínimo de sentido común), que progresar supone ir a mejor, pasar de una situación mala a una situación buena; o de una buena a otra más buena todavía. ¿O no? La respuesta no puede ser sino positiva.

Y bien: dando eso por sentado, ¿vemos que se esté produciendo el tan cacareado progreso en la sociedad? Analicemos los hechos, pues los hechos cantan. Son los hechos, y no las palabras, los que indican si tal progreso se ha ido produciendo, aunque de entrada advierto que, aunque los hechos estén ahí, "sólo serán vistos por aquél que quiera ver". Consideremos sólo algunos de estos hechos y entenderemos lo que el PSOE entiende por progreso (en función de cómo ha ido actuando):

1. Lo primero de todo; y antes de cualquier otro tipo de consideraciones políticas, económicas, etc,..., el objetivo principal del PSOE, como así lo ha puesto de manifiesto por activa y por pasiva, es el de extirpar la religión de la sociedad, como si se tratase de un cáncer que se opone a la libertad. Y para ser más concretos, extirpar no cualquier religión, sino la Religión católica que, por lo visto, debe ser muy perniciosa y muy perjudicial para la sociedad, anticuada y obsoleta; de modo que debe ser eliminada del entorno social, en el que sólo ellos tendrán algo que decir: ("¡Qué hermosa palabra es la democracia!")

2. Favorecer la investigación usando embriones humanos. Bien: está más que demostrado la curación de determinadas enfermedades usando células madre de los adultos (lo que no ocurre con las células madre embrionarias). Curiosamente, se invierte el dinero en investigación con células madre embrionarias (o sea, con embriones humanos, que son manipulados genéticamente; es decir, eliminados). Realmente increíble. Pero es que, además, aun cuando no se hubieran obtenido resultados con las células madre adultas–hecho que sí se ha producido, aunque no se publique demasiado- , lo cierto y verdad es que el fin no justifica nunca los medios.

No se puede cosificar a un ser humano en las primeras etapas de su vida. Eso es lo que se conoce como la “la ley de la Selva” o ley del más fuerte, que es lo propio de las grandes dictaduras, desde los emperadores romanos, como Nerón, hasta otros más recientes como Hitler y Stalin, famosos por sus campos de concentración y los “gulags”.

3. Favorecer las separaciones en los matrimonios, quitando todo tipo de trabas (divorcio "express"). El concepto de justicia, el más que posible daño a los hijos de esos matrimonios, etc..., todo eso es algo banal y sin importancia.

4. Favorecer la sexualidad indiscriminada entre los seres humanos, sean del sexo que sean (eso es lo de menos), mediante el reparto gratuito de preservativos; y por si fallan, mediante la píldora del “día siguiente” a la que, por otra parte, se tendrá fácil acceso.

5. Favorecer las posibilidades de abortar (y además, haciendo lo imposible para que los padres no se inmiscuyan, aunque sean niñas menores de 16 años). Para lo que se aduce una razón “humanitaria”: hay que respetar la libertad de la madre, una libertad que ese “ser” (ese "algo" ) que lleva dentro está amenazando.

Se difumina así la realidad; porque resulta que ese “ser” es también un ser humano, una persona en su primera fase de crecimiento, pero persona, al fin y al cabo. Hay aquí dos seres humanos, la madre y el hijo. La ciencia lo demuestra categóricamente, por si cabía alguna duda (aunque los que presumen de "científicos" lo son según y cómo; o lo que es igual, de científicos no tienen absolutamente nada, pues es propio de la ciencia el amor a la verdad). Cumplen muy bien lo que decía Stalin: "Si los hechos me contradicen, peor para los hechos" (¡muy "científico" y muy "democrático").

De los dos, el hijo es el ser humano más débil, el más pobre, el más necesitado, pero no por ello es menos persona. Es un ser humano, distinto a su madre, aunque esté en su vientre, que merece ser respetado y amado, al igual que debe serlo su madre. La madre tiene derecho a la vida. Y su hijo también tiene derecho a poder seguir viviendo, a “ver” la luz, y a desarrollarse. 

La madre debería estar bien orientada por personas “profesionales”, honradas, con buen juicio y con sentido común; y esto, por desgracia, no ocurre en una infinidad de casos, cada vez mayor. Y, a partir de ahora, en que reescribo este artículo, menos que nunca, pues "legalmente" se ha establecido el "derecho al aborto" (¡derecho a matar! : asesinato legalmente consentido). Por supuesto que esta "ley" debe ser desobedecida, y no tiene rango de ley, al ser contra natura: "No matarás". "Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch 4, 19). Pero ahí está, como si fuera un logro y un progreso, según las ideas socialistas.

6. Inventar un nuevo lenguaje, acorde con los tiempos modernos. Por ejemplo: la unión entre homosexuales se llama también ahora "matrimonio". ¿Qué nombre habría que darle, entonces, al matrimonio; porque desde luego, no es lo mismo, lo diga quien lo diga, la unión entre un hombre y una mujer, que la unión entre dos hombres o la unión entre dos mujeres. Se trata de absurdos, de sinsentidos, inventados por “personajes” o “personajillos” que desconocen la naturaleza humana. De hecho se ha "legalizado" el "matrimonio" entre homosexuales.

7. Un "teórico" no a la violencia. Y digo "teórico" porque es esa misma violencia la que se está alimentando. ¿Hay acaso mayor violencia -y, además, cobarde- que la de matar a seres humanos indefensos, bien sea en el primer estadio de su vida (diciendo "falsamente" que no son humanos) o bien en el último (llamando "muerte digna" a la eutanasia)?

Ciertamente, todos estos hechos se disfrazan de palabras suaves como "comprensión", "tolerancia", etc...; pero jamás ha habido tanta intolerancia, ni tanta censura, tanta incomprensión y tanta locura como la que se está dando en la actualidad "moderna".

8. La Educación para la Ciudadanía, asignatura obligatoria e impuesta (y no de libre elección, "por aquello de que hay que ser demócratas") en todos los colegios, cuyos contenidos -como se puede ver en determinados libros- son un adoctrinamiento en la "doctrina socialista", única "doctrina" verdadera, según la cual, entre otras cosas, Dios no existe (eso es algo propio de civilizaciones anticuadas), la sexualidad y el desenfreno, en situaciones aberrantes, se las considera como  actividades normales, tc. 

En fin, todo un lavado de cerebro a niños, cuya educación principal  no es responsabilidad del Estado sino de los padres. Y a éstos, en cambio, no se les permite ni siquiera objetar contra dicha asignatura. El Estado tiene solamente una función subsidiaria en la educación de los alumnos; y, sin embargo, éstos son considerados, de hecho, como propiedad del Estado: ideología propia de los regímenes totalitarios y marxistas (y todo ello ante la pasividad de la mayoría de los ciudadanos, lo que es aún más lamentable, si cabe).

En fin, la lista sería interminable, aunque creo que estos datos son lo suficientemente significativos como para llegar a la conclusión de que estamos asistiendo y, además, como cómplices, al desarrollo de una sociedad “tanática”, a una "cultura" de la muerte (si es que a ésto se le puede llamar cultura); y a una de las mayores hipocresías que se han conocido a lo largo de toda la historia de la humanidad. La razón de fondo por la que se ha llegado a esta situación no es otra, se reconozca o no, que la falta de fe a la que estamos llegando. En este sentido, tenemos todos una grave responsabilidad. Deberíamos volver a Dios, y convertirnos.

En fin, lo cierto y verdad es que el ser de las cosas no depende de lo que el hombre piense de ellas; ni siquiera de lo que piense la mayoría (una mayoría que, además, está manipulada) en la mal llamada democracia española actual. Las cosas son lo que Dios piensa acerca de ellas, que es quien las ha creado, y las conoce mejor que nadie.

¿En serio creemos que el régimen actual en España es democrático, tal como se ha entendido siempre la democracia? ¿Realmente pensamos que estamos en un estado de derecho? ¡Ojalá que así fuera! Pero los hechos son los hechos, aunque la letra de la ley sea otra. 

A mi corto entender, y los puntos a los que he aludido más arriba lo justifican, (¡siendo, como son, sólo un botón de muestra!) estamos atravesando por la mayor dictadura (totalitaria y tiránica) que se haya conocido hasta el momento aquí en España (aunque eso sí, una dictadura muy “sutil” y con mucho “talante”; obsérvese que la palabra talante es un sustantivo; se puede tener un talante cínico y perverso. Como vemos el juego de las palabras, y el engaño, aprovechándose de la ignorancia de la gente, en general).

Franco sería un dictador, pero no era un tirano y no dictaba leyes "anti-natura";  y se preocupaba, de verdad, por el bien de España, independientemente de otras consideraciones; o de otros fallos que hubiera cometido.

Dicho todo lo cual no debemos olvidar que el que de veras ama la verdad no rechaza a Dios, sino que se vuelve hacia Él. Ese Dios que se ha revelado en la Persona de su Hijo, Jesucristo, para que podamos conocerle. Un Dios que es Amor, que nos hace libres, y que nos revela cómo es nuestra verdadera naturaleza. Revolverse contra Dios, rechazarlo, es ir contra el Amor, ir contra la Vida, ir hacia la muerte: es autodestructivo. El hombre sin Dios se vuelve inhumano.

Así, pues, podemos estar orgullosos de ser cristianos, y dar gracias a Dios por ello, pues lo somos por pura Gracia. ¡No nos avergoncemos de llevar ese nombre; y vivamos coherentemente con nuestra condición de cristianos y de verdaderos hijos de Dios. No importa que seamos incomprendidos. Jesús lo fue. Y "no es el discípulo mayor que su Maestro".  Jesús nos advirtió claramente: "Seréis aborrecidos de todos los pueblos a causa de mi nombre" (Mt 24,9). Pero sus palabras son siempre de ánimo y de esperanza: "Quien perservere hasta el fin, ése se salvará" (Mt, 24,13). Y en otro lugar: "Vosotros tenéis ahora tristeza. Pero os volveré a ver; y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría" (Jn 16, 22-23). Además, sus promesas se cumplen siempre: "El Cielo y la Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24, 35). Y no se hará de esperar por mucho tiempo: "He aquí que vengo pronto, y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según sus obras" (Ap. 22,12)

Así pues no nos dejemos atemorizar, pues la recompensa, que es segura, supone estar con Jesucristo para siempre, con Aquél que tanto nos quiere, y al que nosotros también deseamos: "¡Ven, Señor Jesús!" (Ap. 22,20). Todo lo que hayamos hecho en esta vida por Él habrá merecido la pena, pues lo tendremos a Él, y en Él lo tendremos todo.

domingo, 31 de octubre de 2010

ACERCA DEL PROGRESO

Cuando el hombre intenta representarse el pasado de la especie humana e imaginar el futuro de la humanidad, casi siempre aparece en su mente la idea de progreso. Hay una fe inquebrantable en que el progreso constituye la ley por la que se rige la evolución humana.

El hombre de hoy no solo cree que la humanidad ha progresado: cree también que seguirá progresando. Si hay algo en lo parece que todo el mundo está de acuerdo es precisamente en querer progresar. Pero, ¿a qué nos referimos exactamente cuando usamos esa palabra?

Sin pretender hacer aquí un análisis exhaustivo -pues no se trata de eso- sí diremos lo nos parece que es esencial cuando se habla de “progreso”, rectamente entendido. Progresar supone “ir a más”, “ir a mejor”.

Todo progreso conlleva un cambio, de modo que sin cambio no hay progreso posible, pero no en todo cambio hay progreso, por el mero hecho de ser cambio. Todos los cambios no tienen el mismo valor.

Cuando vemos una cosa percibimos en ella “algo” que nos atrae, que polariza nuestra atención y nuestro deseo hacia esa cosa, y que la hace preferible a otras cosas. Por ejemplo: la cultura es preferible “en sí” a la ignorancia, y esta preferencia razonable no es subjetiva, sino objetiva: la superioridad del conocimiento al desconocimiento es indiscutible.

Ese atractivo que distingue unas cosas de otras y las hace preferibles, es lo que llamamos valor. A cada valor se le opone un disvalor, un antivalor. Y la elección es ineludible, por el simple hecho de vivir. Hay que definirse. En buena lógica, lo propio sería elegir siempre aquello que (en sí mismo) es mejor  frente a lo que no lo es: elegir el valor y no el antivalor. Pero la vida no suele ser lógica.

Nos encontramos con el hecho –sorprendente, pero real- de que el ser humano elige con bastante frecuencia la mentira, la fealdad y la maldad, y las prefiere a la verdad, a la belleza y a la bondad. ¿Cómo explicar semejante irracionalidad?

El problema, por otra parte, no es nuevo, sino que es tan antiguo como la humanidad. Ya en el siglo I antes de Cristo escribía el poeta romano Ovidio: "Video meliora proboque; deteriora sequor", lo que significa: "Veo lo mejor y lo apruebo; pero elijo lo peor". Lo razonable sería elegir los valores. Por lo tanto, el no preferir los auténticos valores y decidirse por los antivalores es un problema de la voluntad y no de la razón. El hombre puede optar libremente por aquello que no es bueno, ignorando –e incluso rechazando- lo que la razón le hace ver que es lo mejor.

Ahora bien: lo que el hombre no puede elegir es la consecuencia de sus actos; si tiene una pelota en la mano, puede elegir entre soltarla o no; pero no puede decidir acerca del movimiento de la pelota. Si suelta la pelota, ésta caerá de modo inevitable, por más que él le dijera a la pelota que se quede donde está y que no se caiga. El movimiento de la pelota responde a unas leyes, impresas en la naturaleza, que son independientes de las preferencias del sujeto. Esas leyes están ahí; y es preciso conocerlas lo mejor posible.

Un ejemplo, de todos conocido, es la ley de la gravedad, según la cual los cuerpos se atraen. Dicha ley fue descubierta experimentalmente por Newton en 1687. Esta ley ya se cumplía (estaba impresa en la naturaleza de las cosas, por así decirlo), pero aún no se conocía. Su conocimiento supuso un verdadero progreso.

De modo análogo, el ser humano se rige también por unas leyes impresas en su naturaleza, unas leyes que no dependen de su voluntad. El hombre debe procurar por todos los medios conocerlas y actuar conforme a ellas, con la particularidad de que, al ser libre, puede optar por no hacerlo así. Sin embargo, esas leyes, impresas en su corazón, son las únicas que, siguiéndolas, le pueden proporcionar la verdadera felicidad.

Teniendo en cuenta lo dicho, ¿podemos afirmar, con verdad, que se está dando hoy un progreso real en la sociedad? Para contestar a esta pregunta debemos matizar:

Desde un punto de vista científico sí existe tal progreso, puesto que hay un mejor conocimiento de la realidad y de sus aplicaciones prácticas en todas las ciencias experimentales: Física, Química, Biología, Medicina, Informática, etc…. Esto es innegable y nadie lo pone en duda.

Pero no se debe olvidar que cuando se habla de progreso, esta palabra debe ser entendida en su totalidad. Una ciencia que tratase al hombre como una cosa no supondría un progreso, sino un enorme retroceso, por muy avanzada que estuviera la ciencia tecnológicamente.

La realidad es muy profunda y requiere, para su conocimiento, de la conjunción de muchas ciencias, no sólo las experimentales. De ahí la necesidad de las ciencias filosóficas y teológicas (que, además, son anteriores, en el tiempo, a las experimentales). Eso sí: hay que decir que no toda filosofía es ciencia filosófica, ni toda teología es ciencia teológica: lo son únicamente en la medida en que acerquen a la verdad.

Los auténticos científicos, en el sentido más amplio de la palabra ciencia, tienen en común el amor a la verdad, dondequiera que ésta se encuentre, aunque no pueda ser demostrada usando el método científico experimental que, al fin y al cabo, es solo un medio (muy importante, pero no único) de acceso a la realidad.

El hombre debe limitarse a descubrir la realidad; y actuar sobre ella, transformándola para su propio bien y el de sus semejantes. Y en la medida en que lo consigue, -y sólo en esa medida - se puede hablar de un auténtico progreso. Esto siempre ha estado claro.

El gran problema del hombre de finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI es que se ha decantado “voluntariamente” por la oscuridad. Ha decidido que la verdad es algo subjetivo, que cada uno posee su propia verdad, pero que no existe ninguna verdad que sea verdad para todos.

Veamos: si una persona dice “la verdad no existe” está afirmando "algo". Nos está comunicando un mensaje. Si el mensaje es falso significa que la verdad existe. Y si el mensaje es cierto, significa que "es verdad" que "la verdad no existe", luego hay una verdad; una verdad que, además, contradice lo que se dice en el mensaje, pues no es posible que la verdad exista y que, al mismo tiempo, no exista.

Queda clara la falacia (el engaño) que supone decir que cada uno tiene su verdad; a menos que se entienda por “verdad” a las distintas opiniones acerca de las cosas. Pero entonces hay que expresarse con rigor: no es "mi verdad", sino que es "mi opinión", que no es lo mismo. Cuando la opinión se acerca a la verdad, en esa misma medida, deja de ser opinión y se transforma en verdad; y ésta es la misma para todos.

A veces nos quedamos con la idea de que la objetividad de la verdad es sólo para las ciencias experimentales, pero que en la moral sí cabe la subjetividad. Y sin embargo, no es así. El progreso científico debe estar al servicio del ser humano. Una ciencia cuyos resultados se utilicen para dominar al hombre, una ciencia inhumana, no supone ningún progreso, como ya hemos dicho.El progreso debe ser entendido en su totalidad y tomando siempre, como referencia, el bien común.

El aborto, la eutanasia, el matrimonio entre homosexuales, la experimentación con embriones humanos, la libre elección de sexo y cosas por el estilo, se oponen a la verdad sobre el ser humano. Y suponen, por lo tanto, un enorme retroceso, una marcha atrás, hacia los antivalores.

¿Cómo se puede hablar, por ejemplo, de derecho al aborto? ¿Cómo se va a tener derecho a lo que es intrínsecamente malo? ¿Cómo se puede tener derecho a matar a otra persona –pequeñita, pero persona- sencillamente porque me molesta que exista?

Por la misma regla de tres, también se tendría derecho a robar. Todo, por horrible que fuera, estaría justificado, si el hombre –varón o mujer- decidiera que eso es la correcto. La verdad pasaría a un segundo plano, en aras de una mal llamada "libertad", que pretende pontificar acerca del ser de las cosas, según la propia conveniencia".

Los pretendidos “derechos” a lo antinatural son una tremenda mentira que, por desgracia, está calando hoy en la sociedad, debido, sobre todo, a la influencia de muchos medios de comunicación, que dicen verdades a medias (mucho peores que las mentiras declaradas) y que producen gran confusión entre la gente.

Hitler lo decía claramente: “Repite cien veces una mentira y se convertirá en verdad”. Y Stalin: “Miente fuertemente que, cuanto mayor sea la mentira, más se lo creerá la gente”. Hitler y Stalin estaban locos, pero no eran tontos.

Y lo que comenzó siendo una “democracia” acabó con la exterminación de millones de judíos en los campos de concentración nazis; y con la exterminación de más millones de personas todavía en el caso de los GULAG, los campos de concentración comunistas. Y todo ello con el asentimiento implícito (o incluso explícito) de la gente, cuya mente se había oscurecido. ¿Acaso podía ser justo obedecer esas leyes, promulgadas por hombres, y claramente injustas? Desde luego que no. La obligación de los ciudadanos era la desobediencia, aunque se jugaran su propia vida en ello. "Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres". Pero ahí están los hechos históricos para mostrar lo que ocurrió, desgraciadamente.

Curiosamente, hoy se habla de suprimir todo lo que se refiera a Dios, en “beneficio” del hombre. Es un gran engaño, un engaño demoníaco. No hay tal beneficio: querer suprimir a Dios equivale a querer eliminar el amor del mundo, puesto que “Dios es Amor”. Y un mundo sin amor no es humano.

¿Dónde está el beneficio? ¿Dónde el progreso? La lucha contra Dios acaba siendo lucha contra el hombre, porque nunca el hombre es más humano que cuando se parece a Dios, que es quien lo ha creado a su imagen y semejanza. Jesús enseña al hombre cómo es el hombre, cómo ha de ser el hombre; y lo puede hacer porque, además de ser Dios, es también verdadero hombre; y ha venido para que seamos verdaderamente felices, porque ha venido a enseñarnos aquello en lo que consiste el Amor, que es la entrega total de la propia vida a Dios (y a los demás hombres, en Dios).

Y junto al amor siempre va unida la alegría, según las palabras del mismo Jesús: "Hay más dicha en dar que en recibir" (Hch, 20,35), de las que dio testimonio con su propia vida. Él es nuestro modelo a imitar. No hay otro. En Jesucristo la humanidad ha llegado a su perfección. En la medida en que nos asemejemos a Él progresamos. En la medida en la que nos separemos de Él retrocedemos y nos perdemos.

(Nota: algunas de las ideas escritas en este artículo acerca del progreso están basadas en un ensayo con el mismo título del doctor Manuel García Morente)

viernes, 1 de octubre de 2010

PRESENTACIÓN

El sentido de este blog no es otro que el de colaborar, en la medida en que me sea posible, a que la gente conozca más al Señor y que, conociéndolo, lo ame y se enamore de Él.

De este modo no hago sino seguir las indicaciones de Su Santidad el Papa Benedicto XVI, cuando ha hablado de la enorme importancia que tiene el hacer uso de las Nuevas Tecnologías como medio de Evangelización.

Hoy hay una grandísima ignorancia acerca de Dios: de si existe o no; de cómo es, en el caso de que exista; de si se nos ha manifestado de alguna manera, etc.

Para colmo, no sólo está la ignorancia de una gran mayoría de los que se supone que son católicos, sino que se ha desencadenado en el mundo (y en España en particular) una auténtica lucha contra el catolicismo y contra la Iglesia Católica, lucha dirigida por casi todos los medios de comunicación y por el gobierno actual de la nación española.

El mundo de hoy se está separando cada vez más de Dios. Hay mucha confusión. No se conoce a Jesucristo. No se lee el Evangelio.

Yo soy un pobre hombre, pero tengo la inmensa suerte de haber conocido al Señor, mediante la lectura de la Biblia, en particular algunos de los libros del Antiguo Testamento como Proverbios, Salmos, Eclesiástico y Cantar de los Cantares. Y, sobre todo, la lectura del Nuevo Testamento: los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las Cartas de San Pablo, de San Juan, de San Pedro, ..., a los primeros cristianos. Y finalmente, la lectura del Apocalipsis de San Juan, libro que cierra la Biblia, con esas hermosísimas y maravillosas palabras: "Ven, Señor Jesús".

Pero esta simple lectura es insuficiente, si no se cuenta con la ayuda del Espíritu Santo, que es el único que nos puede hacer comprender esas palabras. Y el Espíritu de Dios, que es Espíritu del Padre y Espíritu del Hijo, se manifiesta ordinariamente, por voluntad expresa de nuestro Señor Jesucristo, a través de las palabras del Papa y de los Obispos y sacerdotes en comunión con él; o sea, a través de los buenos pastores de la Iglesia Católica, fundada por Jesucristo.

Por el grandísimo amor con el que Dios me ama, yo he tenido la suerte de encontrarme con un sacerdote santo, enamorado de Dios, y completamente fiel a las enseñanzas de la Iglesia Católica.

Esto es un don por el que me siento realmente privilegiado, pues no entiendo mi vida si no es junto al Señor. Y el Señor ha querido servirse de este sacerdote -y de otros como él- para dárseme a conocer y para que, al conocerle, pueda amarle del mismo modo en que Él me ama a mí.

Me vienen a la mente las palabras de Jesús: "Gratis lo habéis recibido. Dadlo gratis" (Mt 10,8).Y aquellas otras: "Si estas cosas entendéis, seréis dichosos si las ponéis en práctica" (Jn 13, 17)

Como decía al principio, y ahora lo repito, el sentido y la razón de ser del nacimiento de este blog no es otro que el de hacer partícipes a quienes lo lean, sobre algunas de las cosas que he ido aprendiendo a lo largo de mi vida y, sobre todo, el sentido que han tenido para mí, como consecuencia del hecho de haberme encontrado con el Señor y de haber conocido algo de Él y de su amor por mí. No es justo que me quede estas riquezas para mí sólo. Un mínimo de agradecimiento me lleva a querer compartirlas con otras personas que, al fin y al cabo, son -todos ellos- hermanos míos en el Señor.

No sé todavía cómo lo haré. En principio, colocaré algunos artículos que he ido escribiendo a lo largo del tiempo; y que suelen ser, en general, reflexiones, a la luz de la fe, de algunos escritos de autores famosos (poesías en muchos casos); todo ello, lo iré alternando, probablemente, con reflexiones personales en torno a algunos textos bíblicos (textos de perenne actualidad, pues son Palabra de Dios). Y siempre con el matiz, fundamental, de plena fidelidad a la Iglesia Católica, fundada por Jesucristo, y al Papa, que es cabeza visible de la Iglesia.

Una particularidad es que no mantendré conversaciones con aquellos que lean este blog, porque carezco de tiempo para esa tarea. Simplemente trato de poner a disposición del que lo lea mis pobres reflexiones sobre la situación actual por la que está atravesando hoy la Iglesia, por si pueden servir a alguien a despertar de su letargo espiritual y animarse a vivir de la fe porque, como decía San Pablo: "Ya va siendo hora de despertar de vuestro sueño". Y, en otro lugar: "Consolad a los demás con el mismo consuelo con el que vosotros mismos sois consolados por Dios"


José Martí