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miércoles, 27 de julio de 2022

La última homilía del padre Gálvez: Solemnidad de Santiago Apóstol



Duración 39:40 minutos



Rememoramos hoy la última homilía pública del padre Alfonso Gálvez, justo un día como hoy en 2018, festividad de Santiago Apóstol. Vamos a ir republicando con asiduidad homilías y charlas del padre Alfonso, siempre imperecederas y que pronto tendrán una sección fija destacada en nuestra web.




Nació en 1932. Licenciado en Derecho. Se ordenó de sacerdote en Murcia en 1956. Entre otros destinos ha estado en Cuenca (Ecuador), Barquisimeto (Venezuela) y Murcia. Es Fundador de la Sociedad de Jesucristo Sacerdote, aprobada en 1980. Desde 1982 reside en El Pedregal (Mazarrón-Murcia). A lo largo de su vida ha alternado las labores pastorales con un importante trabajo redaccional. Ha publicado Comentarios al Cantar de los Cantares (dos volúmenes), La Fiesta del hombre y la Fiesta de Dios, La oración, El Amigo Inoportuno, Apuntes sobre la espiritualidad de la Sociedad de Jesucristo Sacerdote, Esperando a Don Quijote, Homilías, Siete Cartas a Siete Obispos, El Invierno Eclesial, Los Cantos Perdidos y El Misterio de la Oración. Para información adicional visite su web http://www.alfonsogalvez.com. Falleción el 6 de julio de 2022

viernes, 22 de julio de 2022

¿Corrección a los obispos alemanes? Parece que no (Bruno Moreno)




Al enterarme de que la Santa Sede ha publicado una declaración para regañar a los obispos alemanes por su “camino sinodal”, he estado a punto de pedir al párroco que eche al vuelo las campanas de mi pueblo. A fin de cuentas, el comportamiento de los obispos alemanes, junto con muchos fieles “importantes”, lleva años siendo un gran escándalo para toda la Iglesia.

Estupefactos, hemos podido contemplar cómo sucesores de los Apóstoles han defendido en público y repetidas veces abandonar la enseñanza moral irreformable de la Iglesia en cuestiones como los anticonceptivos o las parejas del mismo sexo, además de poner en duda la fe católica sobre el sacerdocio el matrimonio y otros temas. Todo ello sin que la autoridad de la Iglesia los corrigiera.

Por fin parece que ha llegado el tiempo de la corrección. ¿Habrá que echar las campanas al vuelo? Me temo que no.

Si uno lee la declaración, al principio tiene la impresión de que, en efecto, la Santa Sede ha corregido a los obispos alemanes por pretender que se cambien la fe y la moral católicas, ya que el texto afirma que “el ‘Camino Sinodal’ en Alemania no está autorizado a obligar a los obispos y a los fieles a adoptar nuevas formas de gobierno y nuevas orientaciones de doctrina y moral”. Estupendo, nada que objetar. El famoso Camino Sinodal alemán no tiene absolutamente ninguna autoridad ni sobre los obispos, ni sobre los fieles, ni sobre la Iglesia ni sobre la doctrina o la moral.

El problema viene a continuación, cuando la declaración dice esto:

“No sería admisible introducir nuevas estructuras o doctrinas oficiales en las diócesis antes de que se haya alcanzado un acuerdo a nivel de la Iglesia universal, lo que constituiría una violación de la comunión eclesial y una amenaza para la unidad de la Iglesia”.

Me he quedado asombrado al leer ese párrafo, en el que se afirma que no se pueden introducir nuevas doctrinas “hasta que se haya alcanzado un acuerdo” en toda la Iglesia. Esto es increíble. Como sabe cualquier niño de catequesis de primera Comunión, lo católico es que no se pueden introducir nuevas doctrinas. Punto. La Iglesia no se inventa nuevas doctrinas ni las descubre, sino que transmite lo que recibió del mismo Cristo a través de los Apóstoles, el depósito de la fe. Puede y debe explicar lo mejor posible ese depósito, profundizar en él y aplicarlo a cada situación que vaya surgiendo, pero no cambiarlo ni añadir nada.

Esto es lo que la Iglesia ha creído siempre sobre sí misma: el Magisterio está al servicio del depósito de la fe, no es su dueño. El Concilio Vaticano I lo enseñó con absoluta claridad: “Así el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe” (Constitución dogmática Pastor Aeternus). También el Concilio Vaticano II dice lo mismo en múltiples lugares: “Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las generaciones” (Dei Verbum 7).

Igualmente asombroso es que el motivo de la supuesta corrección sea simplemente la “comunión” y la “unidad” de la Iglesia, de manera que queda abierto el camino a que esas mismas barbaridades contrarias a la fe que defienden muchos obispos alemanes sean asumidas por la Iglesia siempre que el cambio se haga conjuntamente y no por separado. Increíblemente, en lugar de condenar las negaciones de la fe que se están realizando en Alemania a la vista de todos, se piden que esas negaciones de la fe “desemboquen en el proceso sinodal”. ¡Y se afirma que eso contribuirá “al enriquecimiento mutuo” y a dar “testimonio” de unidad y de “fidelidad al Señor”! ¿Se han vuelto locos? ¿Negar públicamente la fe es testimonio de fidelidad a Dios siempre que se haga en unión con las otras diócesis del mundo?

Es terrible. No se hace ni una sola mención de la fe católica, que ha sido pública y repetidamente negada por los obispos alemanes. Es decir, en la práctica, las múltiples menciones que se hacen de la “comunión” eclesial no parecen referirse a la auténtica comunión en la fe que no puede cambiar y que hemos recibido del mismo Dios. Más bien se trataría de una especie de disciplina de partido eclesial, que impide que cada uno vaya por libre a la hora de cambiar la fe, pero no que la Iglesia entera cambie esa fe. El problema no es que, de hecho, los obispos alemanes hayan negado la fe y la moral de la Iglesia, sino que lo hagan por separado.

Desgraciadamente, esto no es nuevo. Empezando desde los dos sínodos de la familia y siguiendo con los de los jóvenes, la Amazonia o el actual sínodo de la sinodalidad, la consigna pública durante este pontificado ha sido siempre que se aceptan todas las opiniones, aunque sean contrarias a la fe. Para “hacer lío”, supongo. Como si la Iglesia pudiera reinventarse en cada momento y no hubiera ya un depósito de la fe que no se puede tocar. Por supuesto, después de los sínodos, incluso cuando no se asumen oficialmente esas posturas contrarias a la fe, el hecho es que nunca se condenan ni se reprende a los que las defienden. Multitud de obispos dijeron barbaridades sobre la indisolubilidad matrimonial en los sínodos sobre la familia y nunca se han molestado en retractarse. En la Academia Pontificia para la Vida se han nombrado miembros que abiertamente rechazan la moral de la Iglesia sobre los temas de los que se ocupa la propia Academia. Se está dando la comunión a los divorciados que viven en adulterio en multitud de diócesis del mundo, incluida la propia Roma. Y no pasa nada. Nunca pasa nada.

Así no podemos seguir. Aunque la Santa Sede no niegue la fe, de hecho y oficialmente permite que se niegue, no corrige esa negación e incluso anima a expresar opiniones contrarias a la fe católica en el sínodo sobre la sinodalidad. Esto, desgraciadamente, apenas se diferencia de abandonar la fe, porque cuando la fe se convierte en una opinión más entre otras, ya no es fe.

No dudo de que la declaración sea bienintencionada y quiera evitar un cisma, pero lo cierto es que todo lo que no se fundamente en la fe es como una casa construida sobre arena: llegan los vientos de la modernidad, las nuevas modas, las exigencias del mundo y la derriban.

Bruno Moreno

miércoles, 20 de julio de 2022

El papa Francisco y la muerte del espíritu del Concilio


No ha habido ningún concilio ecuménico en la historia aparte el Vaticano II del que se haya afirmado que tiene un espíritu propio. No hay un espíritu de Nicea, del segundo de Letrán ni del Concilio Vaticano I. El espíritu del Concilio Vaticano II fue inventado y avalado por teólogos, liturgistas y sacerdotes que creían, o al menos declaraban, que el texto propiamente dicho de los documentos del Concilio Vaticano II no fue otra cosa que el punto de partida para una relectura radical de la Fe y la práctica católicas a fin de acomodarse a las necesidades del hombre moderno.

La iconoclasia que caracterizó la década posterior al Concilio, en la que tantos templos fueron saqueados –altares desmontados y sustituidos por mesas, estatuas retiradas o destruidas, sagrarios trasladados a rincones en que pasaban desapercibidos, sustitución del canto gregoriano y la polifonía por canturreos sentimentaloides que imitaban algunas de las peores canciones populares de los años setenta, sorpresiva aparición de monaguillas y ministras de la Eucaristía– no se puede achacar directamente a Sacrosanctum Concilium, la constitución sobre la liturgia promulgada por el Concilio Vaticano II. Lo cierto es que la revolución litúrgica que siguió al Concilio es hija de quienes se sacaron de la manga el espíritu del Concilio con miras a imponer su concepto de aggionarmento o actualización de la Iglesia. Lo malo del aggionarmento es que su aplicación siempre llega con retraso. Cuando se pusieron en práctica los frutos del espíritu del Concilio ya habían pasado los años sesenta.

La santidad de Pablo VI no se forjó en su aceptación del espíritu del Concilio y su imposición del Novus Ordo Missae en la Iglesia, rito que no tiene mucho que ver con Sacrosanctum Concilium sino más bien con los supuestos peritos que despreciaban la Misa Romana tradicional. La santidad de Pablo VI se forjó después de descubrir que el humo de Satanás se había metido en la Iglesia postconciliar y aceptó el sufrimiento que le suponía saberlo. Desde luego, Dios escribe derecho con renglones torcidos.

Muy al contrario de los de sus dos predecesores inmediatos, el pontificado de Francisco se ha distinguido por una aplicación radical del espíritu del Concilio. De manera especial ha intentado imponer ese espíritu en la Iglesia de EE.UU. La repulsión de Francisco por EE.UU. es evidente. Esa repulsión no procede únicamente de que vea a los estadounidenses como unos groseros materialistas empedernidos en su concepto particular de sus obligaciones para con los pobres (lo cual no es del todo falso), sino también porque está claro que, en su mayor parte, EE.UU. no parece muy metido en el espíritu del Concilio. Por lo visto aceptó lo importante y siguió adelante. Claro, también en eso hay excepciones, y las premia con birretas rojas. Peor todavía es que a los ojos de Francisco los seminaristas de EE.UU. y los sacerdotes ordenados en los últimos años sean en su mayoría tradicionalistas, y algunos lleguen al extremo de amar la Misa Tradicional. Esto para el Papa es una pésima noticia, porque no se ajusta al espíritu del Concilio.

El torpe e incoherente motu proprio Traditiones custodes y la reciente carta apostólica Desiderio desideravi –esta última denota que el Papa al menos tiene noticia de que hay abusos generalizados en la Iglesia actual– son muestras de su irracional antagonismo hacia la tradición litúrgica. Ambos documentos son ejemplo de cómo el espíritu del Concilio hace posible afirmar cosas que enmarañan la realidad y la verdad. Ese espíritu siempre apunta a un futuro que ya pasó, que quedó atrapado en los años sesenta y setenta, empantanado en el hipismo, un optimismo superficial y una perspectiva del mundo que contrasta con la que presenta el Evangelio según San Juan.

Hay una foto que capta la esencia del espíritu del Concilio. Se ve mejor acompañada de la voz en off del misionero que se jacta de no haber bautizado nunca a un solo indígena de la zona. En la foto aparecen varios clérigos importantes, entre ellos el papa Francisco, en los jardines vaticanos observando un rito con la Pachamama. Uno o dos de los prelados presentes dan la impresión de sentirse incómodos en ese acto. Esto demuestra que el espíritu del Concilio no es infalible. El espíritu del Concilio ha encandilado a muchos, pero a algunos todavía les queda suficiente vista para que al menos por un momento se sientan incómodos en una ceremonia de esas características.

Algunos de esos que todavía ven algo son de la generación que mamó el espíritu del Concilio en el seminario durante la época postconciliar y no tienen mucha experiencia de cómo eran las cosas antes del Concilio, tanto las buenas como las malas. En su mayor parte están a cargo de la Iglesia actual. Es verdad que todavía respiran aires del Concilio, pero no en su pureza original, sino más bien como los fumadores pasivos. Muchos son excelentes personas que aman a Cristo y a la Iglesia. Pero ahora se las ven con un movimiento que desde dentro de la Iglesia los deja perplejos. Y también están descubriendo que no pueden con los jóvenes, sean consagrados o laicos, que han descubierto la Tradición católica, para los que ésta es algo nuevo y maravilloso que les proporciona gran dicha. Y lo han descubierto precisamente en el contexto de la Misa Tradicional. Lo que han descubierto esos jóvenes no es un espíritu de su edad. Han encontrado la perla preciosa de la parábola, reluciente en todo su esplendor. Y nadie les podrá arrebatar esa perla.

Padre Richard Gennaro Cipola

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

martes, 19 de julio de 2022

NOTICIAS VARIAS (VIDEOS Y ARTÍCULOS)





- Hablamos con Rocío Monasterio sobre los incendios que arrasan España y la dimisión de Lastra

¿Qué es la Tradición? Una respuesta católica (Roberto De Mattei)



Adelantamos una parte de la conferencia ¿Qué es la Tradición?, que pronunció el profesor Roberto de Mattei el 15 de julio en los cursos de verano de la Université Renaissance Catholique, en el castillo de Termelles en Abilly (Francia).

La crisis que atraviesa actualmente la Iglesia es inédita por sus características, pero ni es la primera ni será la última de la historia. Pensemos, por ejemplo, en el brusco ataque al Papado que supuso la Revolución Francesa.

En 1799 el ejército jacobino del general Bonaparte invadió Roma. Pío VI fue hecho prisionero en Valence, donde falleció el 29 de agosto consumido por los sufrimientos. Las autoridades municipales notificaron al Directorio la muerte de Pío VI, afirmando que acababan de sepultar al último papa de la historia. Diez años más tarde, en 1809, su sucesor Pío VII, también anciano y enfermo, fue detenido y tras dos años de prisión en Savona fue conducido a Fontainebleau, donde permaneció hasta la caída de Napoleón. Jamás se había mostrado el Papado tan débil a los ojos del mundo. Pero diez años después, en 1819, Napoleón había desaparecido de la escena y Pío VII estaba de vuelta en el trono pontificio, reconocido como autoridad moral suprema de los europeos. En aquel año de 1819 se publicaría Del Papa, obra maestra de Joseph de Maistre (1753-1821), obra que conocería centenares de reimpresiones y anticiparía el dogma de la infalibilidad pontificia, más tarde definida por el Concilio Vaticano I.

Joseph de Maistre es un gran defensor del Papado, pero se equivocaría quien quisiese hacer de él un apologista del pontífice déspota o dictador. Hay algunos tradicionalistas hoy que atribuyen la responsabilidad de los abusos de poder de los eclesiásticos a los católicos intransigentes del siglo XIX. Los ultramontanos y contrarrevolucionarios habrían atribuido una autoridad excesiva al Papa, dejándose arrebatar por el dogma de la infalibilidad. De esta errónea convicción se deriva la simpatía hacia los católicos galicanos que negaban la infalibilidad y el primado universal del Papa, y hacia los católicos liberales o semiliberales que aunque en principio no negaban el dogma de la infalibilidad consideraban inoportuna su definición. Entre ellos figuraba el arzobispo de Perugia, monseñor Gioacchino Pecci, que más tarde reinaría como papa con el nombre de León XIII, el cual una vez elegido fue el primer papa moderno que gobernó de un modo centralizador, imponiendo como poco menos que infalible la opción política del ralliement o entendimiento con la III República Francesa.

El dogma de la infalibilidad proclamado por Pío IX define con precisión los límites de ese extraordinario carisma que ninguna religión posee fuera de la católica.
El Papa no puede hacer en la Iglesia lo que le venga en gana, porque su voluntad no emana de su autoridad. La misión del Sumo Pontífice consiste en transmitir y defender mediante su Magisterio la Tradición de la Iglesia. Además del Magisterio extraordinario del Papa, que procede de la definición ex cathedra, existe una enseñanza infalible que se basa en la conformidad del magisterio ordinario de todos los papas con la Tradición Apostólica. Sólo creyendo con la Iglesia y con su Tradición ininterrumpida puede el Santo Padre confirmar en la fe a sus hermanos. La Iglesia no es infalible porque ejerza una autoridad, sino porque transmite una doctrina.
A veces son objeto de escándalo las palabras de Pío IX: «Yo soy la Tradición». Pero estas palabras hay que entenderlas en su recto sentido. Lo que quiere decir el Papa no es que su persona sea la fuente de la Tradición, sino que fuera de él no hay Tradición, del mismo modo que no existe una sola Scriptura fuera del Magisterio de la Iglesia. La Iglesia se asienta sobre la Tradición, pero no puede prescindir del Papa, cuya autoridad es intransferible: no la puede ejercer ni un concilio, ni el episcopado de un país ni un sínodo permanente.

Hay una frase de Joseph de Maistre que puede causar tanto estupor como la de Pío IX: «Si estuviese permitido establecer grados de importancia entre las cosas de institución divina, yo encabezaría la jerarquía con el dogma, por ser indispensable para la pervivencia de la Fe» (Joseph de Maistre, Lettre à une dame russe sur la nature et les effets du schisme et sur l’unité catholique, en Lettres et opuscules inédits, A. Vaton, París 1863, vol. II, pp. 267-268).

Esta frase resume el problema capital de la regula fidei en la Iglesia. El padre Giovanni Perrone (1794-1876), fundador de la escuela teológica romana, desarrolla este tema en los tres volúmenes de su obra Il protestantesimo e la regola di fede. Las dos fuentes de la Revelación son la Tradición y la Sagrada Escritura. La primera es divinamente asistida; la segunda, divinamente inspirada. «Escritura y Tradición se fecundan, ilustran y consolidan entre sí y completan el depósito siempre uno e idéntico de la revelación divina» Il protestantesimo e la regola di fede, Civiltà Cattolica, Roma 1953, 3 vol., vol. I, p. 15).

Pero para conservar este hilo, siempre uno e idéntico hasta el final de los siglos, Cristo lo ha confiado a una autoridad perennemente viva y hablante: la autoridad de la Iglesia, que consiste en el cuerpo universal de obispos unido con la cabeza visible de la Iglesia, el Romano Pontífice, a quien Cristo confirió plena potestad sobre la Iglesia universal.

La Sagrada Escritura y la Tradición son las normas remotas de nuestra Fe, pero la regula fidei próxima está representada por la autoridad docente y arbitradora de la Iglesia, que culmina en el Papa. En este sentido, la autoridad está por encima del dogma. Pero aunque quisiéramos atribuir al dogma prioridad en la jerarquía, no debemos olvidar que entre todos los dogmas, el que en cierto sentido sustenta a todos los demás es precisamente el de la autoridad infalible de la Iglesia. La Iglesia goza del carisma de la infalibilidad, aunque sólo de manera intermitente lo ejerza de forma extraordinaria. Pero la Iglesia es siempre infalible, y no desde 1870, sino desde que Nuestro Señor transmitió a su Vicario en la Tierra San Pedro potestad para confirmar en la Fe a sus hermanos.

La sucesión apostólica en la que se basa la autoridad de la Iglesia es un elemento fundamental de su divina constitución. El Concilio de Trento, al definir la verdad y las reglas de la Fe católica, afirma que éstas «se contiene en los libros escritos y en las tradiciones no escritas que, transmitidas como de mano en mano, han llegado hasta nosotros de los Apóstoles, quienes las recibieron o bien de labios del mismo Cristo, o por inspiración del Espíritu Santo» (Denz-H, nº 783). «Es verdadera únicamente la Tradición que se apoya en la Tradición apostólica», subraya la teología romana contemporánea con monseñor Brunero Gherardini (1925-2017) (Quod et tradidi vobis, La Tradizione vita e giovinezza della chiesa, Casa Mariana, Frigento 2010, p. 405). Esto significa que el Romano Pontífice, sucesor de San Pedro el príncipe de los Apóstoles, es el garante por excelencia de la Tradición de la Iglesia. Pero significa igualmente que en ningún caso puede el objeto de la Fe salirse del testimonio que nos dieron los Apóstoles.

Sola Scriptura y sola Traditio

Los protestantes han negado la autoridad de la Iglesia en nombre de la sola Scriptura. Este error lleva de Lutero al socinianismo, que es la religión de los relativistas modernos. Ahora bien, la autoridad de la Iglesia no puede negarse ni siquiera en nombre de la sola Tradición, como hacen los ortodoxos y como corren el riesgo de hacer algunos tradicionalistas. Separar la Tradición de la autoridad de la Iglesia conduce en este caso a la autocefalia, que caracteriza a quienes están desprovistos de una autoridad visible e infalible a la que remitirse.

Los protestantes partidarios de la sola Scriptura y los ortodoxos griegos de la sola Traditio tienen en común el rechazo de la infalibilidad del Papa y de su primado universal; el rechazo de la cátedra de Roma. Por eso, según Joseph de Maistre, no hay diferencia radical entre el cisma de Oriente y el protestantismo occidental. «Es una verdad fundamental en toda cuestión religiosa que toda iglesia que no es católica es protestante. En vano se ha tratado de establecer una distinción entre iglesias cismáticas y heréticas. Entiendo bien lo que se quiere decir, pero al final toda diferencia queda en las palabras, y todo cristiano que rechaza la comunión con el Santo Padre es protestante o no tardará en serlo. ¿Y qué es un protestante? Alguien que protesta; ¿qué más da que proteste contra uno o más dogmas, contra éste o aquél? Será más o menos protestante, pero no deja de protestar (Du Pape, H. Pélagaud, Lyon-Paris 1878, p. 401). «Una vez roto el vínculo de la unidad, ya no hay un tribunal común, ni por tanto una regla invariable de fe. Todo queda al arbitrio del juicio particular y la supremacía civil que constituyen la esencia del protestantismo» (Íbid. p. 405).

En la Iglesia Católica, la autenticidad de la Tradición está garantizada por la infalibilidad del Magisterio. Sin infalibilidad no habría la menor garantía de que lo que enseña la Iglesia es cierto. Entender la Palabra de Dios quedaría a la merced de la investigación crítica individual y se abrirían de par en par las puertas al relativismo, como pasó con Lutero y sus seguidores. Al negar la autoridad pontificia, la revolución protestante quedó condenada a padecer variaciones continuas en una caótica evolución doctrinal. Por su parte, después del cisma de 1054, la Iglesia Ortodoxa de Oriente, que en nombre de la sola Traditio acepta únicamente los siete primeros concilios de la Iglesia, quedó condenada a un estéril inmovilismo.

A quienes se dejan seducir por la ortodoxia convendría recordarles las palabras de Joseph de Maistre: «Todas las iglesias que se separaron de la Santa Sede a comienzos del siglo XII pueden compararse con cadáveres congelados cuya forma ha quedado preservada por el hielo» (Íbid., p.406).

Un teólogo agustino de la Anunciación, el P. Martin Jugie (1878-1954), desarrolló este tema en un libro que se publicó en 1923 titulado Joseph de Maistre et l’Eglise greco-russe, cuya lectura aconsejo: «Oriente se ha habituado desde hace muchos siglos a considerar la doctrina revelada como un tesoro que se debe custodiar, no disfrutar; como un conjunto de fórmulas inmutables en vez de como una verdad viva e infinitamente rica que el espíritu del creyente trata de entender y asimilar cada vez mejor» (Martin Jugie, Joseph de Maistre et l’Eglise greco-russe, Maison de la bonne presse, París 1923, pp. 97-98).

La Iglesia no fue fundada por Cristo como una institución rígida e irrevocablemente construida, sino como un organismo vivo que –al igual que el cuerpo, que es imagen de la Iglesia– tiene que desarrollarse. Este desarrollo de la Iglesia, su crecimiento en la historia, se ha dado por medio de contradicciones y luchas, combatiendo ante todo las grandes herejías que la atacaban desde adentro. «Si tenemos en cuenta las pruebas que ha atravesado la Iglesia Romana a través de la herejía y el maremágnum de naciones bárbaras que la atacaban en su interior –añade De Maistre– nos maravilla observar que en medio de tan terribles revoluciones todos sus atributos se han mantenido intactos y se remontan a los Apóstoles. Si la Iglesia ha cambiado algunas cosas en su forma externa, demuestra con ello que vive, porque cuanto vive en el universo se transforma según las circunstancias en todo lo que no tenga que ver con su esencia. Dios, que se las ha reservado, ha dado las formas al tiempo para que disponga de ellas conforme a determinadas reglas. La variación a la que me refiero es por otra parte señal indispensable de vida, pues la inmovilidad absoluto sólo es propia de la muerte» (Du Pape, p. 410).

Citando a San Vicente de Lerins, el Concilio Vaticano I explica que entender las verdades de fe es algo que debe crecer y progresar a lo largo de la vida y de los siglos con inteligencia, ciencia y sabiduría, si bien sólo dentro del propio dogma, en el mismo sentido y en la misma expresión» (Conmonitorio, cap.23,3). Progreso en la fe no significa necesariamente alteración de la fe. La condena a las alteraciones de la fe no significa el rechazo del desarrollo orgánico de los dogmas, que se realiza mediante el Magisterio de la Iglesia con la inspiración del Espíritu Santo y garantizado por el carisma de la infalibilidad. Y si la Iglesia es infalible es necesario que haya una persona que ejerza dicho carisma. Esa persona es el Papa y no puede haber otra. En la fe en la infalibilidad del Sumo Pontífice se afianzan las raíces de la fe en la infalibilidad de toda la Iglesia (Michael Schmaus, Dogmatica cattolica, Marietti, Casale Monferrato 1963, vol. III/1, p. 696).

La constitución Pastor Aeternus del Concilio Vaticano I establece claramente las condiciones de la infalibilidad pontificia. La infalibilidad del Papa no significa en modo alguno que en cuestiones de gobierno y magisterio goce de autoridad ilimitada y arbitraria. Al definir un privilegio supremo, el dogma de la infalibilidad fija sus límites precisos admitiendo la posibilidad de infidelidad, error y traición.

Para los papólatras e hiperpapalistas, el Papa no es el Vicario de Cristo en la Tierra al que se ha encomendado la misión de transmitir íntegra y pura la doctrina que ha recibido, sino un sucesor de Cristo que perfecciona la doctrina de sus antecesores adaptándola con arreglo a las situaciones que vayan surgiendo. La doctrina del Evangelio está en perfecta evolución, porque coincide con el magisterio del pontífice reinante. De ese modo, el magisterio perenne queda sustituido por un magisterio vivo expresado en una enseñanza pastoral que se transforma de día en día y tiene su regula fidei en el sujeto de la autoridad en lugar de en el objeto de la verdad transmitida.

No hay que ser teólogo para entender que en el deplorable caso de que haya disparidad –verdadera o aparente– entre el magisterio vivo y la Tradición, la primacía no se puede atribuir a la Tradición por una razón muy sencilla: la Tradición, que es el Magisterio vivo considerado en su universalidad y continuidad, es de por sí infalible, mientras que el llamado Magisterio vivo, entendido como la predicación actual de la jerarquía, sólo lo es en unas condiciones determinadas ( cf.R. de Mattei, Apologia della Tradizione, Lindau, Turín 2011).
De hecho, en tiempos de apostasía la regla de fe para la Iglesia es, en últimas, no el Magisterio vivo contemporáneo en lo que tiene de no definitorio, sino la Tradición, que constituye junto con las Sagradas Escrituras una de las dos fuentes de la Palabra de Dios.
¿Qué pasa cuando quien gobierna la Iglesia deja de custodiar y transmitir la Tradición, y en vez de confirmar a sus hermanos en la Fe les causa confusión y suscita amargura y resentimientos?

Cuando suceden estas cosas es hora de incrementar el amor a la Iglesia y al Papa. La solución al hiperpapalismo no está en el neogalicanismo de ciertos tradicionalistas ni en la sola Traditio de los cismáticos griegos y rusos. El tradicionalista no es un anarcotradicionalista sino un católico que repite con Joseph de Maistre: «Santa Iglesia de Roma, en tanto que tenga voz la emplearé en encomiarte. ¡Te saludo, Madre inmortal de la ciencia y la santidad! ¡Salve, magna parens!» (Du Pape, p.482). «En medio de todos los trastornos que quepa imaginar, Dios siempre ha velado por ti, Ciudad Eterna. Todo cuanto podía destruirte te ha sitiado y has permanecido en pie. Y así como hubo un tiempo en que fuiste centro del error, desde hace dieciocho siglos eres centro de la verdad» (Íbid., p.483).

El amor al Romano Pontífice, a sus prerrogativas y derechos, ha distinguido a lo largo de veinte siglos de historia a los espíritus verdaderamente católicos, porque, como afirma Plínio Corrêa de Oliveira, «ése es, después del amor a Dios, el más elevado que nos enseña la religión» (en R. de Mattei, Il crociato del secolo XX. Plinio Correa de Oliveira, Piemme, Casale Monferrato 1996, p. 309).

Eso sí, no hay que confundir el primado romano con la persona del pontífice reinante, del mismo modo que no se debe confundir el magisterio vivo con el magisterio perenne, ni las enseñanzas privadas y no infalibles del Papa con la Tradición de la Iglesia. Como bien ha destacdo el estudioso chileno José Antonio Ureta (Defending Ultramontanism en OnePeterFive, 20 de junio de 2022), el error no está en el ultramontanismo, sino en el neogalicanismo, que actualmente se presenta en dos versiones: la de los sinodalistas alemanes y la de algunos neotradicionalistas, sobre todo del mundo anglosajón.

La única esperanza para el futuro no está en hacer menguar el Papado, sino en que éste ejerza su autoridad suprema para condenar de modo solemne e infalible los errores teológicos, morales, litúrgicos y sociales de nuestro tiempo. Es absurdo discutir quién será el próximo papa. Lo importante es hablar de lo que tendrá que hacer el próximo pontífice, y rezar para que lo haga.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

A mi ya no me encierran más, ¿y a ti?



Están circulando, en los últimos días, muchas informaciones que nos llevan a muchos a sospechar que se está ideando una nueva farsa que se llevaría a cabo a lo largo del próximo otoño, o el invierno, a lo más tardar. Son muchas las voces que están alertando acerca de la posibilidad de que volvamos a ser encerrados o se vuelvan a plantear medidas restrictivas, ante las pruebas evidentes de borreguismo demostradas por una gran parte de la sociedad.

Y como el asunto del virus se está agotando, parece que toma fuerza la llamada viruela del mono, que no es más que uno de los efectos secundarios provocados por las inoculaciones. Además, la viruela del mono al afectar al aspecto físico de la gente, con sus granos y sus historias, provocaría más miedo entre los más aborregados y les llevaría a entrar en un pánico con el que, evidentemente, se dejarían hacer todo lo que hiciera falta.
Y sobre este asunto, los medios grandes de manipulación no dejan de lanzarnos globos sonda con los que perforar nuestros cerebros para que entremos en pánico: “Un experto de la OMS alerta sobre la viruela del mono: No creo que tardemos mucho en declarar la pandemia”
Pero llegados ya a un punto como éste, muchos, y se lo decimos muy en serio, no estamos dispuestos a obedecer esas órdenes, ni otras similares que se dictaran. Es nuestra obligación, como seres libres que somos, no cumplir nunca más órdenes ilegales de este tipo, o de otros del mismo estilo.

La libertad no se pide, la libertad se tiene, es nuestra. Y ya no estamos dispuestos a aguantar ninguna tomadura de pelo más. Y mucho menos, si esta tomadura de pelo es para cubrir y ocultar su propia criminalidad. Ellos han vacunado masivamente y son ellos, y solamente ellos, los culpables. Ahora, lo que tienen que hacer es rendir cuentas. Cumplir sus órdenes sería convertirnos en cómplices. Y nosotros no estamos dispuestos.

lunes, 18 de julio de 2022

El Alzamiento Nacional: una obligación. Lo contrario, traición




Aunque hoy es difícil de imaginar, basta echar un vistazo a la situación que en todos los órdenes vivía España en Julio de 1936 para concluir sin temor a equivocarnos que el Alzamiento Nacional no sólo fue necesario, sino obligado y además absolutamente justificado desde todo punto de vista; más aún, porque no realizarlo hubiera supuesto traición.

En Julio de 1936 media España, esa antiEspaña que padecemos surgida de aquel siglo XIX que quisiéramos borrar de nuestra historia, después de cargarse la Monarquía presentando a la República como solución mágica a todos los males de entonces, que sin duda no eran baladíes, entre otros la injusticia social que las derechas no quisieron o supieron corregir a tiempo y con eficacia, se cargaron también, mediante la revolución al más puro estilo marxista-leninista, a la II República que nunca quisieron democrática, sino bolchevique.

Creyéndose lo suficientemente fuertes, y a pesar del batacazo que les supuso el ensayo revolucionario de Octubre de 1934, las izquierdas y los separatista iban decididos a la guerra civil revolucionaria porque la creían ganada de antemano. Además de aquel ensayo revolucionario conviene recordar el pucherazo antidemocrático por el que en Febrero de 1936 se hizo con el poder el Frente Popular, coalición revolucionaria de izquierdas y separatistas; no sólo a nivel nacional, sino también municipal al expulsar literal y violentamente de los ayuntamientos a las corporaciones que los gobernaban conforme a los resultados de las últimas elecciones municipales celebradas en 1933. Sus acciones hasta Julio causaron 330 muertos e incontables heridos, destrucciones, etc., por razones (excusas) político-ideológicas, así como la destrucción de gran parte del tejido productivo industrial y rural de España sumiéndola en el caos y la miseria.

La situación prerrevolucionaria era tan evidente y de tal calibre que ni sus líderes y seguidores lo ocultaban. Sus declaraciones y discursos, así como sus acciones, no dejaban lugar a dudas. La revolución como tal estaba decidida, las fuerzas preparadas, los objetivos escogidos y señalados, la fecha para el estallido revolucionario era inmediata. No había, pues, más remedio que aceptar el reto, hacer frente al enemigo declarado, si quieren incluso caer en su trampa reaccionando contra la tormenta que se avecinaba y que sus impulsores no ocultaban, como tampoco que la iba a descargar sobre la otra media España la cual, evidentemente, no se engañaba. Así pues, no alzarse en armas frente a tan funesto destino tanto de la Patria como de ellos mismos, habría sido suicida, necedad, cobardía y traición. No hay duda: el Alzamiento Nacional fue necesario, obligado y justificado.

El Alzamiento significó la rebelión de la parte sana del pueblo español tanto frente al destino totalitario que le reservaban los revolucionarios, como al sometimiento esclavo a una ideología, la marxista-leninista, y a una potencia, la URSS, ajenas ambas y extremadamente nocivas que por entonces ya sufría Rusia con las consecuencias que hoy conocemos con toda exactitud; las mismas que padecieron después los países del Este de Europa y los de otros continentes que no supieron o no pudieron alzarse como sí lo hizo España.


El Alzamiento significó el punto de partida para el renacer de nuestra Patria tras un siglo y cuarto de decadencia que la llevó en Julio de 1936 al borde de la extinción como nación y como pueblo libre, soberano e independiente. La prueba es que en la parte que durante la guerra quedó bajo la férula frentepopulista, no sólo la II República fue sustituida por otra revolucionaria socialista y soviética totalitaria y criminal donde se extinguió sin más a todo colectivo considerado opuesto en un genocidio brutal –incluso de su misma o cercana ideología, caso del POUM y de los anarquistas—, sino que sus autoridades se sometieron hasta lo indecible a los dictados soviéticos incluso a los que ponían en peligro las vidas de los suyos. Lo que ocurrió en la zona frentepopulista fue lo que le esperaba a toda España si no se hubiera producido el Alzamiento o si no se hubiera ganado la guerra. El también alzamiento del Col. Segismundo Casado y de los históricos líderes Julián Besteiro, socialista, y Cipriano Mera, anarquista, en Marzo de 1939 contra la dictadura soviética de ese mismo Frente Popular nos da también la razón y avala lo que decimos.

El Alzamiento del 18 de Julio supuso pues para España la reconquista de su libertad, soberanía, independencia, dignidad y honor, bien que a costa de mucho sudor, sangre y lágrimas. Y es que la desidia, ingenuidad e incluso estupidez de nuestro siglo XIX llegó a tanto que se tenía que pagar muy caro.

Por último, un apunte, aún a riesgo de que pueda ser tachado de digresión, pero que por su importancia no quiero dejar en el tintero.

La etapa de gobierno del Generalísimo Franco nadie puede negar que supuso la reconstrucción espiritual, moral y material de España hasta cotas jamás igualadas, máxime partiéndose de donde se partía y más aún no sólo sin ayuda alguna exterior, salvo casos muy contados, sino con la oposición activa de medio mundo y en condiciones extremas debido, por ejemplo, a la II Guerra Mundial. Con sus sombras, claro está, porque no hay obra humana que sea perfecta, dicha etapa consiguió articular una nueva España digna, libre, unida, en paz, igualitaria, socialmente justa, ordenada y eficaz, donde primó siempre el bien general sobre el particular, el de los más necesitados sobre el de los menos. Con sus sombras, repito, porque no hay obra humana perfecta, dicho periodo justificó con sus logros aún mucho más el Alzamiento y la guerra subsiguiente. Porque de nada hubieran servido ni lo uno ni la otra, sino todo lo contrario, se hubieran descalificado, si lo que vino después hubiera sido un fracaso o un desastre.

El problema, la lástima, la pena, la desgracia es que los que tanto hicieron y lograron o no supieron o no quisieron trasmitir en toda su extensión a la siguientes generaciones lo que fue y significó el Alzamiento y mantenerlo vivo, por lo que los españoles de la década de los setenta no estaba preparados, sino peor aún indefensos, y se dejaron llevar por los cantos de sirena de los recalcitrantes y resentidos que nunca quisieron asumir su fracaso y en cambio, a pesar de las bondades del Régimen, del cual y en el cual vivieron y progresaron, habían guardado su inquina para vomitarla cuando llegó el momento.

Aún peor, porque en realidad es que aquella generación que sin duda construyó esa España próspera como nunca antes, libre y reconciliada de verdad, pacífica y eficaz, ante la certeza de la desaparición natural de Franco fue poco a poco traicionando a aquel Alzamiento, a sus caídos y a ellos mismos, a sus propios ideales, hasta llegar a caer en la villanía de la traición trabajando desde dentro para derruir lo construido con los resultados que hoy vemos y sufrimos que han llevado a España a una nueva situación límite muy cercana, aunque con otras formas, a la de Julio de 1936; aunque no lo crean y no lo parezca.

Ya desde mediados de la década de los sesenta se ve con claridad que incluso entre aquellos que habían protagonizado Alzamiento, guerra y reconstrucción cundía el adocenamiento, la acomodación, la dejadez, los complejos, la cobardía y la codicia todo lo cual les impulsaba a cambiar de bando y dejarse llevar por los más decididos, los enemigos de España de antaño y de siempre.

No estoy de acuerdo con los que dicen que el Régimen sin Franco era inviable. Que necesitaba reformas, adaptaciones, es evidente, como también que si se hubieran impulsado en el sentido y con los fines correctos hubieran triunfado porque la base era sólida. El problema fue aquel “sálvese quien pueda”, empezando por Juan Carlos I, de un barco que ni siquiera zozobraba, sino todo lo contrario, pues iba viento en popa y a toda vela. El problema fue la pura y dura traición de la mayoría, sobre todo de los que más se habían beneficiado del Régimen. Hoy se ve cada día con más claridad. Todos se han quitado la careta. La izquierda la que menos, pues siempre la tuvo transparente. La derecha la que más porque ha vuelto a actuar como aquella que no supo ni quiso plantar cara como se debía y debe a los enemigos de la Patria, que no quiso estar alerta, y por ello se vio abocada a sumarse a aquel alzamiento popular cívico-militar del 18 de Julio de 1936 que vuelve a ser más actual que nunca.

Toribio

domingo, 17 de julio de 2022

Francisco Anguas y la ‘amnesia histórica’: la izquierda quiere que la verdad sea un delito (Hay un vídeo que merece la pena ver)



Esta semana se produjo un incidente en el Congreso de los Diputados que resultó muy revelador de lo que la izquierda quiere hacer con su ley de amnesia histórica.



Lo que ocurrió en el Congreso y como lo han manipulado algunos medios

Como han señalado algunos medios, diputados de Podemos, ERC y Bildu se levantaron de sus escaños y abandonaron el hemiciclo cuando el diputado y catedrático de Vox Francisco José Contreras subió a la tribuna del Congreso para expresar la posición de su partido ante la citada ley. Varios medios han venido a decir que esos diputados de ultraizquierda se marcharon porque Contreras justificó la ejercución de Puig Antich, pero no es verdad. Como se ve en el vídeo, los diputados de ultraizquierda se levantaron de sus escaños y abandonaron el hemiciclo nada más subir Contreras a la tribuna, y en cuanto éste citó siquiera la referencia que una diputada de ERC había hecho sobre Puig Antich:

Duración 9:46 minutos

Contreras no justificó la ejecución de Puig Antich

Por otra parte, Contreras no justificó la ejecución de Puig Antich, sino que se limitó a señalar el motivo real de la misma, después de que la portavoz de ERC afirmase que había sido ejecutado por ser anarquista, lo cual no es cierto. Como ya señalé aquí en 2016, Puig Antich fue ejecutado por matar a tiros a un policía, Francisco Anguas (la foto del agente encabeza esta entrada). Por afirmar este hecho, algunos medios de ultraizquierda han acusado a Contreras de justificar esa ejecución, lo cual es una mentira. Contreras se limitó a señalar un hecho -el motivo real de la ejecución de Puig Antich- frente a la mentira de la portavoz de ERC. El propio Contreras ya ha señalado que es contrario a la pena de muerte.

Lo que dicen la web de la Policía Nacional y el BOE sobre Anguas

Lo que dijo Contreras no es algo que sostengan historiadores ultraderechistas ni nada por el estilo. La propia web de la Policía Nacional cita a Anguas entres los 188 policías nacionales víctimas del terrorismo, señalando lo siguiente sobre su muerte: “Participaba en una operación policial destinada a la detención de miembros de la rama armada del MIL (Movimiento Ibérico de Liberación). Dos de ellos resultan detenidos, pero poco después se produce un tiroteo con otros miembros de la banda en un portal de la calle Gerona en el que uno de ellos dispara a bocajarro a Francisco Jesús que fallece de camino al hospital”.

Dicho sea de paso, en marzo de 2005, durante un gobierno del PSOE, Anguas fue citado en el BOE junto a otros policías como “fallecidos en atentado terrorista”, siendo ascendido póstumamente al rango de Inspector Jefe.

La Sexta miente sobre Contreras y se contradice a sí misma.

Este viernes, La Sexta publicó una noticia acusando a Contreras de justificar la ejecución de Puig Antich. La noticia de La Sexta afirma también que los diputados de ultraizquierda abandonaron el hemiciclo a raíz de las palabras de Contreras afirmando que Puig Antich “fue ejecutado no por el hecho de ser anarquista, sino porque había matado a un policía”. Una mentira tras otra, algo ya típico de La Sexta. La mentira sobre el motivo de la espantada de los diputados de ultraizquierda queda en evidencia con el vídeo (está sacado de la emisión en directo del Congreso, cualquiera puede comprobarlo). En cuanto a la segunda mentira, La Sexta se deja en evidencia a sí misma en el texto de la noticia:
“Durante el enfrentamiento con la Policía para escapar, Puig disparó su arma y tres balazos impactaron contra el subinspector Francisco Anguas Salvador, de 24 años, matándolo en el momento. Tras los sucesos, el Consejo de Guerra lo condenó por la muerte de un funcionario por razones políticas con pena de muerte por dos delitos de terrorismo: robar un banco y la muerte del subinspector“.
¿Debemos deducir que La Sexta está justificando la ejecución de Puig Antich? Porque esto es lo mismo que dijo Contreras: que a ese individuo no le ejecutaron por ser anarquista, sino por matar a un policía.

Una diputada de ERC acusa a Contreras de un «delito» de «apología del franquismo»

Pero lo más pasmoso de esa noticia de La Sexta viene al final. Este medio recoge una declaración de la diputada de ERC Carolina Telechea, que fue la que mintió sobre el motivo de la ejecución de Puig Antich desde la tribuna del Congreso. La diputada separatista afirma que la aclaración de Contreras señalando el verdadero motivo de esa ejecución “es un delito, es apología del franquismo”, a pesar de que el diputado de Vox se limitó a decir la verdad y no hizo apología del franquismo en ningún momento. Dicho sea de paso, ese delito que Telechea imputa a Contreras no figura en ningún artículo del Código Penal. El separatismo y su fea costumbre de inventarse cosas.

No sólo quieren reescribir la historia, sino también perseguir al que diga la verdad

Las palabras de Telechea son muy reveladoras porque dejan en evidencia el verdadero propósito de la izquierda con esa ley: no sólo pretenden reescribir la historia, sino también que la verdad sea motivo de persecución, al menos cuando esa verdad contradiga la visión histórica de la izquierda, lo cual es muy habitual. Lo que cabe preguntarse es: ¿Telechea propondrá enviar a juicio a la Policía Nacional y al PSOE por afirmar que Anguas es víctima del terrorismo?

La izquierda hace en España lo mismo que Putin: ilegalizar la verdad histórica

Desde luego, es pasmoso que estemos asistiendo a estas cosas en un país democrático. Criminalizar la verdad porque le incomoda a algunos políticos es algo propio de un régimen totalitario como el nazismo o el comunismo. Lo que pretende hacer la izquierda en España con esa totalitaria ley de amnesia histórica es lo mismo que ha hecho Putin en Rusia, prohibiendo recordar hechos históricos como la alianza entre Hitler y Stalin en 1939 y la mera equiparación entre los crímenes del nazismo y el comunismo (recordemos que ambos regímenes totalitarios cometieron crímenes de genocidio).

Presumen de «memoria democrática» pero se niegan a condenar crímenes de genocidio

No debemos dejar de señalar el cinismo de la izquierda española en estas cuestiones. Los que ahora llaman “memoria democrática” a imponer su visión sectaria de la historia son los mismos que el año pasado rechazaron en el Congreso una condena de los crímenes del nazismo y del comunismo, incluso lanzándose a presentar a los comunistas como unos luchadores por la libertad. Entre los que votaron en contra de esa condena estaban, por cierto, los diputados de Podemos, ERC y Bildu que abandonaron el hemiciclo el pasado jueves cuando subió Contreras a la tribuna del Congreso.

Lo que la izquierda quiere hacer no es una “memoria democrática”: pretende tapar por ley aquellos hechos del pasado que no encajan con sus dogmas ideológicos. Por mi parte, seguiré defendiendo la verdad por mucho que nos amenacen por ello. No podemos permitir que esos totalitarios conviertan España en una réplica del opresivo régimen de la novela “1984” de George Orwell, un régimen que reescribía la historia cada día según su conveniencia, persiguiendo implacablemente a los que se atreviesen a decir la verdad. Y no me cansaré de decir que es una vergüenza que en Barcelona tenga una plaza dedicada a Puig Antich pero no al policía al que asesinó.

Elentir

La guerra de sucesión | Actualidad Comentada | 16-7-2022 | Pbro. Santiago Martín FM



Duración 11:46 minutos

sábado, 16 de julio de 2022

Nuestra Señora del Carmen y el santo Escapulario



Artículo publicado el 16-julio-2016. Revisado

I. La fiesta de nuestra Señora del Carmen conmemora el día en que, según las tradiciones carmelitanas, el primer superior general de la Orden del Carmelo tuvo una aparición de la Virgen en la que María Santísima le prometió una bendición especial para todos los que llevaran su escapulario.

El 16 de julio de 1251, san Simón Stock había acudido a la Virgen María en unas circunstancias especialmente difíciles para los carmelitas que se estaban extendiendo por el Occidente cristiano. La regla, que había sido concebida originalmente para ayudar a los ermitaños del monte Carmelo en Palestina a alcanzar la perfección, fue adaptada a las nuevas necesidades de una orden de frailes mendicantes dedicados a la predicación y al ejercicio de los ministerios sacerdotales. En 1247 el papa Inocencio IV aprobó las nuevas constituciones y en 1252 publicó una carta en defensa de los carmelitas cuyo éxito había provocado la envidia y la hostilidad del clero en varios países.

La Bienaventurada Virgen María, acompañada de una multitud de ángeles, se apareció a san Simón con el escapulario de la Orden en sus manos y le prometió su especial protección, añadiendo: «Tú y todos los carmelitas tendréis el privilegio de que quien muera con él no padecerá el fuego eterno», es decir, quien muera con él se salvará.

Un escapulario (=del latín scapulae, hombros) es un hábito sin mangas, abierto por los costados, que se ponía encima de la túnica, metiéndolo por la cabeza, descansa sobre los hombros, y cae una parte suelta hacia delante y otra hacia atrás. Comenzaron a usarlo los benedictinos para el trabajo y también lo adoptaron, entre otros, los carmelitas. Es por tanto, el símbolo o lo sustancial del hábito religioso.

En el siglo XIII comenzó la costumbre de conceder los frailes a sus bienhechores participación en sus oraciones y buenas obras. Así, los carmelitas hicieron partícipes de la promesa de especial protección de la Virgen en esta vida y de salvación en la hora de la muerte a quienes llevasen su escapulario que, con este motivo se redujo hasta el símbolo de dos pedazos de lana marrón unidos por cordones o cintas.

La particular protección de María Santísima hacia el Carmelo fue confirmada cuando nuestra Señora se apareció en 1314 al cardenal Giacomo Duèse que llegaría al Papado en 1316 con el nombre de Juan XXII. La Virgen le aseguró una especial asistencia a los que llevasen el escapulario del Carmen, asegurándole que los libraría del purgatorio el primer sábado después de su muerte. Esta promesa, conocida como “Privilegio Sabatino” se considera que fue promulgada solemnemente por Juan XXII en el año 1322 en un texto muy citado aunque no hay de él una constatación documental fehaciente. Numerosos testimonios posteriores avalan esta creencia:


«Además, esta Madre piadosísima no dejará ciertamente de interceder ante Dios según la tradicional promesa del llamado privilegio Sabatino, para que aquellos de sus hijos que hayan de expiar sus faltas en el Purgatorio, consigan cuanto antes[1] el eterno descanso de la patria»[2].

En la sexta aparición mariana de Fátima, cuando se obró el milagro del sol, los Lucía, Jacinta y Francisco vieron a la Virgen bajo la advocación del Carmen con el Niño en brazos y el Escapulario. De hecho, las referencias al infierno, al purgatorio, a la necesidad de penitencia y a la intercesión de Nuestra Señora contenidas en el mensaje de Fátima están en entera consonancia con las promesas del escapulario. En el texto que hemos citado, Pío XII lo consideraba un medio de reconocer la consagración al Corazón sacratísimo de la Virgen Inmaculada.

II. La condición para beneficiarse de la promesa principal, la preservación del infierno, es el uso del escapulario, desde que se haya recibido con recta intención, y que se lleve puesto efectivamente en la hora de la muerte. Se admite a tal efecto, que una persona lo lleva puesto de manera continua, en el caso de que sea privada de su uso, como por ejemplo, los enfermos en los hospitales. San Pío X concedió la facultad de sustituir el escapulario de tejido por una medalla que debe tener en una de las caras el Sagrado Corazón de Jesús y en la otra cualquier imagen de Nuestra Señora.


«Y, en verdad, no se trata de un asunto de poca importancia, sino de la consecución de la vida eterna en virtud de la promesa hecha, según la tradición, por la Santísima Virgen; se trata, en otras palabras, del más importante entre todos los negocios y del modo de llevarle a cabo con seguridad. Es ciertamente, el Santo Escapulario una como librea mariana, prenda y señal de protección de la Madre de Dios»[3].

Para beneficiarse del “Privilegio Sabatino”, es necesario cumplir tres requisitos.Llevar puesto habitualmente el escapulario (o la medalla).
Conservar la castidad, de acuerdo con el propio estado (total, para los célibes; y conyugal para los casados). Hay que decir que esta es una obligación de todo cristiano, por lo que el privilegio se entiende aplicable a aquéllos que vivan habitualmente en tal estado.
Recitar diariamente el Oficio Parvo de nuestra Señora. Es costumbre sustituirlo por la recitación diaria del Rosario.

Apenas es necesario advertir, como recuerda Pío XII, que obrarían temerariamente aquéllos que viviesen una vida de pecado de forma deliberada, juzgando erróneamente que por usar el escapulario se salvarán: «Mas no piensen los que visten esta librea que podrán conseguir la salvación eterna abandonándose a la pereza y a la desidia espiritual, ya que el Apóstol nos advierte: “obrad vuestra salvación con temor y temblor” (Flp 2, 12)»[4]. Sin embargo, tampoco debemos renunciar al uso del escapulario al reconocer nuestra condición de pecadores. El jesuita san Claudio de la Colombière, en un sermón sobre la Virgen del Carmen en la Iglesia de los carmelitas de Lyon, dijo:


«No quiero lisonjearos; de ninguna manera se puede pasar de una vida licenciosa y desordenada a la vida eterna, sino por el camino de la sincera penitencia; pero ese sincero arrepentimiento en tal modo os lo sabrá facilitar la más cariñosas de las madres. Cuando menos lo penséis hará brillar en vuestras almas un rayo de luz sobrenatural que de golpe os descubrirá el engaño. Si, a pesar de todas estas gracias, os obstináis en no cambiar de vida, si cerráis los ojos a tantas luces, en una palabra, si queréis morir en vuestro pecado… ¡en el moriréis! Pero no moriréis con el Escapulario. Vosotros mismos; sí, vosotros mismos, antes de morir reprobados y con el santo habito, os despojareis de él»[5].

A la Virgen María, bajo esta advocación del Carmelo nos acogemos con la esperanza de que Ella adelante el momento en que todos los difuntos, y también un día nosotros, podamos ver a Dios y vivir para siempre con Él en el Cielo.

NOTA: Indulgencias vinculadas al Escapulario[6]Se concede indulgencia parcial a aquél que, llevando piadosamente el Escapulario, o la medalla, haga un acto de unión con la Santísima Virgen o con Dios a través del Escapulario, por ejemplo, besándolo, formulando una intención o un pedido.
Se concede indulgencia plenaria (remisión de todas las penas del purgatorio) en el día en que se recibe por primera vez el escapulario, y también en otras fiestas como la de Nuestra Señora del Carmen, 16 de julio.

Hay que decir que las indulgencias son recibidas si se cumplen las condiciones habituales: confesión, comunión, desapego de todo pecado, incluso los veniales, y oración por las intenciones del Santo Padre (se acostumbra a rezar un Padrenuestro, Avemaría y Gloria).

[1] «En las citas de la «Bula sabatina» por los diversos autores, se encuentran diversas lecturas de ella (lo que prueba que no dependen de un solo documento inmediato). Por ejemplo, algunos en vez de ser «sábado» cuando la Virgen socorre a los cofrades del purgatorio leen «súbito» (cuanto antes), lo que parece una errata de transcripción, aunque así ha pasado a la liturgia y a las encíclicas de Pío XII: El escapulario del Carmen»: El escapulario del Carmen.

[2] PÍO XII, Carta con motivo del VII Centenario del Escapulario del Carmen (11-febrero-1950)

[3] Ibíd.

[4] Ibíd.

[5] Oeuvres completes, vol 2-2, 337-406; cit por: El escapulario del Carmen.

[6] Cfr. El Escapulario de Nuestra Señora del Carmen


Padre Ángel Martín David Rubio

Homilía de hoy | Nuestra Señora del Carmen | 16-7-2022 | P. Santiago Martín FM



10:43 minutos

viernes, 15 de julio de 2022

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Homilía de hoy | San Buenaventura, obispo y doctor de la Iglesia | 15-7-2022 | P. Santiago Martín FM