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martes, 29 de agosto de 2017

Análisis de un artículo de Rodrigo Guerra en defensa de Amoris Laetitia (Bruno Moreno)



Recientemente se ha publicado un interesante artículo firmado por D. Rodrigo Guerra López, dedicado a la exhortación postsinodal Amoris Laetitia del Papa Francisco. El artículo resulta especialmente significativo porque se ha publicado en la Revista Medellín de la CELAM (el Consejo Episcopal Latinoamericano), en un número dedicado al Papa Francisco.

Si bien el autor trata en su artículo la exhortación en su conjunto, lo cierto es que el tema fundamental parece ser el de los divorciados en una nueva unión. Más de un tercio de sus páginas se dedican a este tema y da la impresión de que la parte general del principio está orientada a preparar el camino de la tesis presentada por el autor a ese respecto.

En cuanto a la parte general del artículo, no se puede decir mucho, ya que es poco concreta. A lo sumo, se podría señalar que el autor tiende a subrayar y a entresacar, de la larguísima exhortación del Papa, las frases que van en una misma dirección: la de relativizar el aspecto objetivo de la ley moral y primar el aspecto subjetivo de los actos humanos. Las consecuencias serán evidentes al tratar el tema concreto de los divorciados.

En ese sentido, el autor hace algunas afirmaciones difícilmente defendibles. Por ejemplo, explica que una de las novedades de la exhortación está en que ahora sabemos que no todo el que se encuentra en una situación objetiva de pecado tiene necesariamente que estar pecando subjetivamente. Del mismo modo, resalta que, de acuerdo con el Papa Francisco, nadie puede estar condenado para siempre en esta vida. Como ambas cosas son conocidas para la teología moral desde hace dos mil años, da la impresión de que o bien se trata de elogios exagerados al Papa y a la exhortación postsinodal o bien el autor, como veremos más adelante, en realidad se está refiriendo a otras novedades muy distintas que ve en el texto y que, esas sí, están ausentes de la Tradición anterior de la Iglesia.

Para “aterrizar” el análisis del artículo sin perdernos en generalidades, vamos a centrarnos en la parte más concreta del mismo, que es el análisis que hace el autor del fenómeno de los dubia presentados al Papa por cuatro cardenales para que clarifique las ambigüedades o aparentes errores presentes en la exhortación. No solo D. Rodrigo considera que la presentación y publicación de los dubia fueron inadecuadas, sino que además expresa esa opinión con afirmaciones claramente ofensivas contra los cuatro cardenales, a los que compara con los judíos que querían lapidar a la mujer sorprendida en adulterio y que, según dice, por haber “jurado fidelidad al Papa” no deberían osar cuestionar sus afirmaciones. Por ejemplo, señala D. Rodrigo sobre la carta de los cuatro cardenales que contenía los dubia:

“Sin embargo, es lamentable que la hayan hecho pública ya que originalmente parece haber sido escrita como una misiva privada. En muchas ocasiones cuando una carta originalmente privada es dada a conocer públicamente sin la aprobación del destinatario se comete una grave falta moral. Más aún, no es extraño que este tipo de recursos mediáticos se conciban como medias de presión. Así mismo, declaraciones complementarias a la carta la arropan con un tono de amenaza”.


A mi entender, esa afirmación de que “en muchas ocasiones cuando una carta originalmente privada es dada a conocer públicamente sin la aprobación del destinatario se comete una grave falta moral” es indefendible e indigna de un artículo de esa naturaleza. Primero, porque insinúa una “grave falta moral” por parte de los cardenales sin probarla de ningún modo, algo que resulta totalmente inadecuado, ya que ante las insinuaciones no cabe defensa ninguna. Segundo, porque de hecho es una afirmación completamente falsa: es cierto que se puede faltar a la cortesía, a la legislación e incluso, en algunos casos, a la moral si se revela una carta privada sin la aprobación del remitente, pero en principio no es necesaria la del destinatario. Si alguien me envía una carta confidencialmente, puedo estar obligado a guardar esa confidencialidad que me impone el remitente al escribirme en confianza; en cambio, si yo le escribo una carta a alguien, lógicamente no estoy obligado a ninguna confidencialidad sobre ella, porque, no habiendo sido escrita la carta por el destinatario, no cabe suponer la confidencialidad con respecto a un texto del que yo mismo soy autor y propietario intelectual.

En cualquier caso, las críticas de D. Rodrigo contra los cuatro cardenales parecen revelar un llamativo desconocimiento de la enseñanza de la Iglesia sobre la defensa de la fe. Como muestra unánimemente la práctica eclesial de dos mil años de historia de historia del cristianismo, las afirmaciones y comportamientos públicos contrarios a la fe o la moral pueden y deben refutarse y denunciarse públicamente. El mismo Cristo enseñó que, si alguien no atendía a una corrección privada, debía repetirse la corrección de forma pública.

Dejando a un lado por un momento el tema de la validez de las afirmaciones concretas de los cardenales sobre Amoris Laetitia, debería ser evidente para cualquier católico que si, en efecto, el sucesor de Pedro se apartase, por acción u omisión, de la doctrina católica, la obligación de obispos y cardenales sería corregirle con respeto y caridad cristiana de forma pública. ¿No se da cuenta acaso D. Rodrigo Guerra de que su condena apriorística de los cuatro cardenales condena igualmente a San Pablo, que reprendió a Pedro “porque era reprensible” (Gal 2,11)? ¿No ve que condena asimismo a los teólogos parisinos que, movidos por el celo de la fe, arguyeron y demostraron a Juan XXII que su afirmación de que no existía la visión beatífica tras el juicio particular era contraria a la fe católica y consiguieron que se retractase de ella? ¿No es consciente de que condena también a Santa Catalina de Siena, que con grandísimo cariño pero con una firmeza inquebrantable corrigió multitud de veces al Papa de su época? ¿No sabe que condena del mismo modo a tres Concilios Ecuménicos, el tercero y cuarto de Constantinopla y el segundo de Nicea, que reprocharon a Honorio su conducta como promotor de la herejía? ¿Cree saber más que Santo Tomás de Aquino, doctor de la Iglesia, que enseñó que “en el caso de que amenazare un peligro para la fe, los superiores deberían ser reprendidos incluso públicamente por sus súbditos” (S. Th., II-II, 33, 4)? ¿No sabe que, cuando esos cuatro cardenales fueron consagrados obispos, la Iglesia les impuso solemnemente la obligación de “conservar íntegro y puro el depósito de la fe, tal como fue recibido de los apóstoles y conservado en la Iglesia siempre y en todo lugar”? ¿Desconoce que el mismo Código de Derecho Canónico reconoce a todos los fieles y no solo a los obispos y cardenales el “derecho y a veces incluso el deber” de manifestar públicamente su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia (canon 212 §3)?

Como dice el viejo adagio latino, quod nimis probat nihil probat. La tesis de D. Rodrigo “prueba demasiado”, porque de ser cierta condenaría también al Código de Derecho Canónico, a Santo Tomás de Aquino, a tres Concilios Ecuménicos, a Santa Catalina de Siena, al Apóstol y al mismo Cristo. Incluso condenaría al propio D. Rodrigo, que, no siendo ni siquiera sacerdote, pretende corregir públicamente a esos cuatro cardenales y obispos. Es decir, se trata de un reproche evidentemente incorrecto y que no se puede tomar en serio como argumentación.

Después de haber tratado la calificación que hace del hecho mismo de la presentación de los dubia, veamos ahora en concreto las respuestas de D. Rodrigo a las cinco dudas planteadas por los cardenales, que numeraremos del uno al cinco para mayor comodidad.

1) A la pregunta de si es posible ahora conceder la absolución en el sacramento de la Penitencia y, en consecuencia, admitir a la Santa Eucaristía a una persona que, estando unida por un vínculo matrimonial válido, convive “more uxorio” con otra, responde que sí, “siempre que existan atenuantes que hagan de la falta un pecado que no sea mortal”.

Como veremos, la opción de D. Rodrigo siempre es la misma: plantear la cuestión en un plano puramente subjetivo, contra toda la tradición de la Iglesia en este ámbito, de una forma que resulta indistinguible en la práctica del circunstancialismo moral condenado por la Iglesia (aunque teóricamente D. Rodrigo acepte esa condena).

Curiosamente, esos “atenuantes” en los que se basa no se explicitan en ningún momento durante el artículo. Se mantienen como una especie de “carta blanca” teórica, para decir que es posible comulgar por muchos pecados graves, públicos y sin propósito de la enmienda que se cometan, siempre que existan esos mágicos atenuantes, pero nunca se explica en qué consisten en realidad. D. Rodrigo solo se aproxima un tanto al terreno concreto en dos ocasiones y, como veremos, en ambas resulta inmediatamente evidente que se está negando en la práctica todo lo que se afirmaba en la teoría.


Baste decir, por ahora, que, si hubieran seguido a rajatabla esta forma de pensar, San Juan Bautista no habría perdido la cabeza por denunciar el adulterio del rey Herodes, porque ¿qué sabía él sobre los posibles atenuantes subjetivos del monarca? ¿Acaso estaba justificada esa durísima denuncia en un posible caso de simples pecadillos veniales? ¿Por qué le dijo “no te es lícito", en lugar de “no te es lícito a no ser que tengas atenuantes, que seguro que los tienes porque todo el mundo los tiene"? Rigiéndose por los mismos principios, San Ambrosio no habría excomulgado al emperador Teodosio por la matanza de Tesalónica, porque no podía saber si este tenía algún atenuante subjetivo que le había llevado a actuar así. Lo mismo podría decirse de tantas otras condenas de pecadores públicos dictadas por la Iglesia (y por los profetas antes de Cristo) sobre la base del fuero externo, sabiendo que el juicio último le corresponde a Dios pero sin abdicar por ello de su deber de denunciar esos comportamientos públicos pecaminosos.

D. Rodrigo se mantiene durante toda su exposición en el puramente ámbito subjetivo, pero lo cierto es que la Iglesia nunca ha hecho eso. Al contrario, ha mantenido siempre que la situación de una nueva unión, que por su propia naturaleza es pública, aumenta la gravedad del hecho. Recordemos lo que dice el Catecismo sobre esto:

“El hecho de contraer una nueva unión, aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la ruptura: el cónyuge casado de nuevo se halla entonces en situación de adulterio público y permanente” (Catecismo de la Iglesia Católica 2384)”

Del mismo modo que, como decíamos antes, corresponde una crítica pública a las afirmaciones públicas, cuando un comportamiento pecaminoso es público y permanente, puede y debe incurrir en censuras eclesiales. Lo cierto es que en la Iglesia siempre ha primado el aspecto objetivo (y juzgable) de los pecados públicos sobre el aspecto subjetivo (que no se puede juzgar), precisamente por su carácter de públicos. Esto se debe al peligro de escándalo, a que la conciencia recta está obligada a obedecer la ley de Dios, al carácter eclesial y no solo personal del matrimonio en el caso del adulterio y al hecho de que actuar de otro modo equivale a dar legitimidad a comportamientos completamente rechazables desde el punto de vista moral.

2) Asombrosamente, a la pregunta de si existen “normas morales absolutas, válidas, sin excepción alguna, que prohíben acciones intrínsecamente malas”, D. Rodrigo responde que sí. Sin embargo, inmediatamente alega la afirmación, también de Juan Pablo II, de que las “circunstancias particulares pueden atenuar su malicia”, dando a entender (contra la intención de la frase original) que esos atenuantes de alguna manera permiten que los divorciados que incumplen gravemente esa ley moral y no tienen la intención de dejar de hacerlo sigan recibiendo la comunión. Si eso no es una excepción a las normas morales, resulta muy difícil imaginar qué puede querer decir D. Rodrigo con la palabra “excepción”.

La lógica elemental indica que no pueden existir excepciones para lo que no admite “excepción alguna”. Si esas normas morales son absolutas y prohíben “sin excepción alguna” adulterar, también se lo prohíben al divorciado vuelto a casar, por mucho que alegue las circunstancias más diversas que atenúen su malicia. Es más, no solo lo prohíben en cuanto al pasado, sino también de cara al futuro, de manera que está igualmente prohibido tener la intención de seguir incumpliendo las leyes morales. Por lo tanto, no tiene sentido defender, como veremos que hace D. Rodrigo al final del artículo, que esas circunstancias suponen, en la práctica, que el interesado no tiene obligación grave de cumplir la ley moral en ese ámbito.

En cualquier caso, resulta teológica e intelectualmente deshonesto citar como apoyo a Juan Pablo II sin explicar que el santo Papa polaco enseñó, en el resto de la cita (que D. Rodrigo significativamente omite), que esos atenuantes no permitían en ningún caso dar la comunión a divorciados en una nueva unión.

3) En cuanto al tercer dubia, D. Rodrigo alega que la prohibición de comulgar en situación de pecado grave es meramente disciplinar:

“La prohibición de acceder a la Eucaristía en situación de pecado grave plasmada en el canon 915 descansa en la posibilidad afectar el orden de la comunidad, generar escándalo y situaciones parecidas, es decir, yace en una norma disciplinar, no doctrinal, que el Papa puede modificar o que aunque no modifique puede presentar excepciones basadas en el principio canónico de la “salus animarum”. Por el contrario, la imposibilidad de acceder a la Eucaristía en pecado mortal es de orden doctrinal, no meramente disciplinar”.

Esta afirmación no solo da por supuesto lo que debería demostrar, sino que prescinde de la enseñanza de la Iglesia sobre el tema. De hecho, es llamativo que, después de haber mencionado más de treinta veces a Juan Pablo II y a Benedicto XVI, no se moleste en citar lo que la Congregación para la Doctrina de la Fe, bajo Joseph Ratzinger como Prefecto y San Juan Pablo II como Papa dictaminaron sobre el asunto específico que está tratando (siguiendo, por cierto, la práctica bimilenaria de la Iglesia):

“Por consiguiente, frente a las nuevas propuestas pastorales arriba mencionadas, esta Congregación siente la obligación de volver a recordar la doctrina y la disciplina de la Iglesia al respecto. Fiel a la palabra de Jesucristo, la Iglesia afirma que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el anterior matrimonio. Si los divorciados se han vuelto a casar civilmente, se encuentran en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios y por consiguiente no pueden acceder a la Comunión eucarística mientras persista esa situación”.

Y también:

“Es verdad que el juicio sobre las propias disposiciones con miras al acceso a la Eucaristía debe ser formulado por la conciencia moral adecuadamente formada. Pero es también cierto que el consentimiento, sobre el cual se funda el matrimonio, no es una simple decisión privada,ya que crea para cada uno de los cónyuges y para la pareja una situación específicamente eclesial y social. Por lo tanto el juicio de la conciencia sobre la propia situación matrimonial no se refiere únicamente a una relación inmediata entre el hombre y Dios, como si se pudiera dejar de lado la mediación eclesial, que incluye también las leyes canónicas que obligan en conciencia. No reconocer este aspecto esencial significaría negar de hecho que el matrimonio exista como realidad de la Iglesia, es decir, como sacramento” (Congregación de la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la recepción de la comunión eucarística por parte de los fieles divorciados que se han vuelto a casar, 14 de septiembre de 1994).


Tanto San Juan Pablo II como el cardenal Joseph Ratzinger, posteriormente Benedicto XVI enseñaron que la cuestión de la comunión a los divorciados en una nueva unión no era simplemente disciplinar, sino doctrinal y disciplinar. D. Rodrigo Guerra, sin embargo, prescinde de esa enseñanza. Incluye en su artículo multitud de referencias sobre aspectos generales de la enseñanza de Juan Pablo II y Benedicto XVI, a la vez que oculta las que refutan específicamente su argumentación. Son textos fundamentales, que no solo rechazan su afirmación de que se trata de un tema meramente disciplinar y subjetivo, sino que además responden específicamente a la misma cuestión que está tratando de contestar él con su escrito, pero, como lo hacen en sentido contrario al que él desea, hace como si no existiesen. Esta forma de razonar es inaceptable en un teólogo católico y, en general, en cualquier estudio serio.

La realidad es que el matrimonio es una realidad sacramental y eclesial, no puramente personal. Por lo tanto, vivir en una situación que “contradice objetivamente la ley de Dios” en ese ámbito impide participar de la Comunión, como repitió Benedicto XVI, ya como Papa:

“El Sínodo de los Obispos ha confirmado la praxis de la Iglesia, fundada en la Sagrada Escritura (cf. Mc 10,2-12), de no admitir a los sacramentos a los divorciados casados de nuevo, porque su estado y su condición de vida contradicen objetivamente esa unión de amor entre Cristo y la Iglesia que se significa y se actualiza en la Eucaristía. Sin embargo, los divorciados vueltos a casar, […] cultiven un estilo de vida cristiano mediante la participación en la santa Misa, aunque sin comulgar […]” (Exhortación apostólica postsinodal Sacramentum Charitatis de Benedicto XVI, 2007).

Los divorciados vueltos a casar no pueden comulgar por razones teológicas y dogmáticas: la vida en la que permanecen sin arrepentimiento ni propósito de la enmienda es contraria a la naturaleza misma de la Eucaristía. Quien está rompiendo gravemente el amor de Cristo por la Iglesia en su matrimonio no puede acceder al sacramento que actualiza ese amor. Antes de hacerlo debe confesarse con propósito de la enmienda y, por lo tanto, romper esa situación objetiva que le aparta de la Eucaristía.

En este punto, D. Rodrigo da por primera y única vez una indicación de lo que quiere decir con “atenuantes”,aunque solamente a modo de comparación. Es significativo que el ejemplo que da no tenga nada que ver con el matrimonio, lo que hace que nos preguntemos por qué no se dan ejemplos reales sobre el tema y sospechar que esto se debe a que, en cuanto se dan esos ejemplos, inmediatamente resulta claro que son casos en los que tergiversa la moral de la Iglesia y se aceptan (imposibles) excepciones a la misma:

“Cuando se entiende correctamente esta distinción, ya no es posible afirmar que toda persona en situación de pecado grave por definición se encuentra cometiendo pecados mortales. Baste pensar en personas que viven en situaciones de esclavitud sexualy en las que evidentemente existe una situación de pecado grave (la prostitución) sin que por ello signifique que los actos que realizan son imputables”

Este ejemplo de D. Rodrigo es lo que los ingleses llaman un “red herring” (arenque rojo), es decir, algo que distrae y hace perder la pista a los sabuesos que persiguen al fugitivo. Nadie está hablando de los casos de locura o falta de libertad, porque en ellos no hay sujeto moral. Parece mentira que D. Rodrigo no sepa esto, que es un principio moral básico, pero lo cierto es que en acciones que no son voluntarias, como la esclavitud sexual que menciona, no hay situación de pecado grave, porque si falta el sujeto moral nunca puede existir tal situación, ni subjetiva ni objetiva. Además, en las personas que se encuentran en esa situación no está ausente el propósito de la enmienda, sino que, al contrario, lo que sucede es que no está en sus manos enmendar la situación y, si pudieran, la enmendarían. En cambio, en los divorciados en una nueva unión que mantienen relaciones sexuales y tienen la intención de seguir manteniéndolas, lo que falta es ese propósito de la enmienda, que debería existir.

Es decir, el ejemplo se diferencia de aquello que estamos tratando en un elemento esencial, con lo que resulta completamente inútil como ejemplo y lo que hace es desviar la atención. Por no hablar de que, además, resulta ofensivo para los divorciados en una nueva unión, ya que sugiere que, en realidad, D. Rodrigo les considera moralmente incapaces, como si fueran esclavos, locos o animales. A mi juicio, un respeto mínimo hacia los divorciados en una nueva unión nos obliga a considerarlos personas adultas, libres y conscientes de sus actos. Cualquier otra cosa es un paternalismo moral que hiede al clericalismo que tantas veces ha criticado el Papa Francisco.

4) En su artículo, D. Rodrigo responde correctamente (es decir, afirmativamente) a la pregunta sobre si se debe considerar todavía válida la enseñanza de que las circunstancias o las intenciones nunca podrán transformar un acto intrínsecamente deshonesto por su objeto en un acto subjetivamente honesto o justificable como elección.

Conviene señalar, sin embargo, que despacha la pregunta en dos frases, como si no tuviera que ver con el tema tratado e, inmediatamente, vuelve al plano meramente subjetivo de la imputabilidad o la culpabilidad, obviando que el aspecto objetivo de la moral es esencial y, además, precede siempre ontológicamente al subjetivo. En cualquier caso, en su respuesta prefiere dejar a un lado el hecho de que, en Amoris Laetitia, se afirma, por ejemplo, que:

[El divorciado vuelto a casar] “también puede reconocer con sinceridad y honestidad aquello que, por ahora, es la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios, y descubrir con cierta seguridad moral que esa es la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo” (AL 303).

Y también:

“Existe el caso de una segunda unión consolidada en el tiempo, con nuevos hijos, con probada fidelidad, entrega generosa, compromiso cristiano, conocimiento de la irregularidad de su situación y gran dificultad para volver atrás sin sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas” (AL 298).

Por lo tanto, en Amoris Laetitia se considera que, en algunas ocasiones, seguir adulterando es una “respuesta generosa”, que se puede “ofrecer a Dios” y que eso es lo que “Dios mismo está reclamando”. Se elogia, como algo positivo, la fidelidad a una relación de adulterio, que se describe como una “entrega generosa” y parece ser compatible con el “compromiso cristiano”). Esto equivale a afirmar directamente que “un acto intrínsecamente malo puede ser transformado por las circunstancias en un acto subjetivamente honesto o justificable como elección”. Es decir, que algo prohibido sin excepciones por la ley de Dios puede ser la voluntad de Dios para una persona concreta.

Don Rodrigo puede estar de acuerdo con esto si quiere, pero lo que no puede hacer es pretender que es una postura compatible con la doctrina de la Veritatis Splendor y toda la Iglesia anterior sobre los actos intrínsecamente malos. Del mismo modo, no tiene sentido defender la enseñanza de Amoris Laetitia y a la vez responder afirmativamente a esa dubia, que dice exactamente lo contrario que la exhortación. No es posible estar en misa y repicando, defender una cosa y también otra contradictoria. A lo largo de su artículo son múltiples las ocasiones como esta, en la que D. Rodrigo afirma una cosa y su contradictoria, como si las contradicciones intrínsecas no anulasen cualquier argumentación.

Estos dos textos de Amoris Laetitia parecen reducir la ley moral a un ideal que, en la práctica, no necesariamente se puede cumplir, de manera que hay que conformarse con lo posible en cada momento, que puede ser incumplir algunos de los preceptos fundamentales de esa ley, como los mandamientos. Esta postura, además de ser claramente una tesis moral y no meramente disciplinar, es directamente contraria a un dogma de fe católica, proclamado por el Concilio de Trento:

“Si alguno dijere que los mandamientos de Dios son imposibles de guardar, aun para el hombre justificado y constituido bajo la gracia, sea anatema” (Canon 18 sobre la justificación).

La Iglesia ha enseñado siempre que el pecado no es ni puede ser nunca voluntad de Dios y que nunca es lícito elegir el mal moral, ni siquiera con un fin bueno. Pretender que el pecado grave se puede “ofrecer a Dios” como algo bueno y “generoso” es incomprensible a la luz de la moral católica. La fidelidad al pecado no es elogiable, sino que su nombre verdadero es obstinación en el mal. Creer que en ocasiones los católicos tienen que conformarse con pecar porque no es posible para ellos dejar de pecar es una muestra de desesperanza pagana, más de que de catolicismo. Estos aspectos, que constituyen la parte más cuestionable de Amoris Laetitia, muestran claramente que la sin duda bienintencionada defensa de D. Rodrigo se basa en omitir todo aquello que no se ajusta a la finalidad de su artículo, como ya hemos visto antes en varias ocasiones.

5) La quinta pregunta versa sobre si se debe considerar todavía válida la enseñanza de San Juan Pablo II que excluye una “interpretación creativa del papel de la conciencia” y afirma que ésta nunca está autorizada para legitimar excepciones a las normas morales absolutas que prohíben acciones intrínsecamente malas por su objeto. De nuevo, la respuesta de D. Rodrigo es afirmativa y nos asegura que Amoris Laetitia no propone excepciones a las normas morales absolutas.

Inmediatamente, sin embargo, el propio D. Rodrigo muestra que la realidad, al menos según su interpretación, es la opuesta. Como siempre sucede en estos casos, en cuanto se cita el primer caso práctico, se ponen de manifiesto todas las contradicciones. Después de decirnos que Amoris Laetitia (y él) no contemplan excepciones a las normas morales absolutas, Don Rodrigo cita aprobatoriamente la declaración de los Obispos de la Región Pastoral de Buenos Aires sobre los divorciados en una nueva unión:

“Si se llega a reconocer que, en un caso concreto, hay limitaciones que atenúan la responsabilidad y la culpabilidad (cf. 301-302), particularmente cuando una persona considere que caería en una ulterior falta dañando a los hijos de la nueva unión, Amoris Laetitia abre la posibilidad del acceso a los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía (cf. notas 336 y 351)”.

Don Rodrigo, una vez más, limita la cuestión al plano meramente subjetivo, diciendo que “siempre habrá que mirar caso por caso y si existe pecado mortal sin arrepentimiento no se podrá ofrecer la absolución y la eucaristía”. Desgraciadamente, esta aparente precisión no hace más que confundir la cuestión, porque resulta evidente que la afirmación de los obispos de Buenos Aires está dirigida a los divorciados en una nueva unión que no se arrepienten de seguir adulterando y que tienen la intención de seguir haciéndolo, ya que de otro modo el documento no tiene sentido (porque, si hay arrepentimiento, la cuestión del grado de responsabilidad es irrelevante para el acceso a los sacramentos).

Lo cierto es que la afirmación de que “una persona considere que caería en una ulterior falta dañando a los hijos de la nueva unión” para justificar la continuación del adulterio equivale a negar que haya actos intrínsecamente malos, que no se pueden elegir nunca en conciencia, aunque sea con un fin bueno. Es decir, el principio que están aplicando esas personas es que “el fin justifica los medios”. Y sin embargo, los obispos de Buenos Aires (y D. Rodrigo) consideran que los que actúan así pueden acceder a la Confesión y a la Eucaristía.

Ciertamente, es posible que algunos lleguen al confesionario con esa idea equivocada. Es evidente, sin embargo, que el confesor está obligado a señalarles que a) esa argumentación de que el fin justifica los medios no es válida para un católico, b) piensen lo que piensen, vivir en adulterio es un pecado grave, c) si siguen haciéndolo cometerán un pecado mortal, y e) la intención de cometer un pecado mortal impide recibir la absolución y la comunión. Si los divorciados aceptan la enseñanza de la Iglesia que les propone el confesor pero no tienen propósito de la enmienda, no pueden confesarse ni comulgar. Si no la aceptan, por otro lado, eso implica que rechazan firmemente la moral de la Iglesia y tampoco están en situación de acceder a los sacramentos.

Esto es enseñanza constante de la Iglesia. Ya en el siglo XVI, por ejemplo, el Santo Oficio (la actual Congregación para la Doctrina de la Fe) condenó la proposición de que “no se debe negar ni diferir la absolución al penitente que tiene costumbre de pecar contra la ley de Dios, de la naturaleza o de la Iglesia, aun cuando no aparezca esperanza alguna de enmienda, con tal de que profiera con la boca que tiene dolor y propósito de la enmienda” (Denzinger 2160). Lógicamente, mucho más debe condenarse esa afirmación cuando no hay ni dolor ni propósito de la enmienda.

Es decir, es posible que, en algunos casos, no haya pecado mortal antes de acudir al confesor, pero resulta inimaginable que esa inimputabilidad persista después del encuentro con el confesor. Lo único que puede haber es personas que se niegan a aceptar lo que enseña la Iglesia. Por lo tanto, si se considera que esas personas pueden confesarse y comulgar, en la práctica se está negando lo enseñado por la Veritatis Splendor sobre los actos intrínsecamente malos, se aplica que el fin justifica los medios, se crea de facto una clase especial de fieles que pueden vivir indefinidamente al margen de los preceptos más importantes de la ley moral y se da por supuesta la existencia de una “conciencia creativa” “autorizada para legitimar excepciones a las normas morales absolutas que prohíben acciones intrínsecamente malas por su objeto”.


Olvida D. Rodrigo que la condición del propósito de la enmienda, necesaria para la validez de la confesión, se refiere a la ley objetiva de Dios. Es decir, el propósito es de enmendar la propia conducta según lo que Dios manda, no el propósito de aprovechar los atenuantes para burlar la ley de Dios sin consecuencias. Por lo tanto, el divorciado tiene que tener el propósito de dejar de adulterar, atenuantes o no atenuantes, y eso implica el propósito de no tener relaciones sexuales con una mujer que no es su esposa, y, generalmente, de dejar de vivir en común y abstenerse de presentarse como marido y mujer y de sostener que su segunda “unión” es un matrimonio verdadero. Es decir, precisamente lo que no existe en el caso contemplado por los obispos de Buenos Aires. Es difícil o imposible encontrar la diferencia con esas “excepciones a las normas morales absolutas que prohíben acciones intrínsecamente malas por su objeto” que tanto nos ha asegurado D. Rodrigo que no existen.

De hecho, estas cosas habían sido rechazadas por D. Rodrigo en el plano teórico. Sin embargo, en cuanto llegamos a un caso práctico, inmediatamente las acepta sin inmutarse, elogiando y promoviendo el texto de los obispos de Buenos Aires. Esto hace pensar que, al margen de su buena fe, que damos por supuesta, su argumentación es errónea, ilógica, contradictoria consigo misma, prescinde de la Tradición y la enseñanza de la Iglesia cuando no están de acuerdo con su tesis y está dirigida únicamente a justificar una posición preconcebida y coincidente con la ideología mundana en boga.

En resumen, la argumentación de D. Rodrigo parece indicar que, cuando hablaba de la novedad de afirmar que “nadie puede ser condenado para siempre”, en realidad estaba hablando de otra novedad distinta: la idea de que se puede seguir pecando gravemente de forma indefinida sin que ese comportamiento sea condenado por la Iglesia, mediante la mágica apelación a unos atenuantes que nunca se definen. Eso, ciertamente, es una novedad que escandalizaría a todos los católicos anteriores desde San Pablo, por ser contraria a la Tradición, la moral y la enseñanza constante de la Iglesia.

De hecho, más que un signo de esperanza, esa postura equivale a consagrar la desesperanza radical como principio de la vida cristiana, ya que el mensaje que transmite a los que viven en adulterio es que no pueden salir de ese pecado grave, no tienen la obligación grave de hacerlo, pueden confesarse sin propósito de la enmienda y están autorizados a permanecer en ese pecado grave de forma indefinida y a acercarse a la Comunión con las bendiciones de la Iglesia. En lugar de un mensaje de conversión, es un mensaje dirigido a permanecer en el pecado: Lasciate ogni speranza.

Bruno Moreno

Liturgia. La contrarrelación del cardenal Sarah (Sandro Magister)



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Claramente no es obra suya. Nos referimos al discurso que el Papa Francisco ha leído el 25 de agosto a los participantes a la semana anual del Centro de Acción Litúrgica italiano. Un discurso lleno de referencias históricas, de citaciones doctas con sus correspondientes notas, sobre una materia que él nunca ha dominado. Sin embargo, es posible captar silencios y palabras que reflejan muy bien su pensamiento

Lo que ha dado más que hablar ha sido esta declaración solemne que ha hecho a propósito de la reforma litúrgica puesta en marcha por el Concilio Vaticano II:
"Podemos afirmar con seguridad y autoridad magisterial que la reforma litúrgica es irreversible"
Dicha declaración ha sido interpretada por la mayoría como una orden del Papa Francisco a detener la presunta marcha atrás iniciada por Benedicto XVI con el motu proprio "Summorum pontificum" de 2007, que restituía plena ciudadanía a la forma pre-conciliar de la misa en rito romano, permitiendo su libre celebración como segunda forma "extraordinaria" del mismo rito.

Efectivamente: en el largo discurso leído por el Papa Francisco se citan en abundancia a Pío X, Pío XII y Pablo VI. Pero, en cambio, ni una sola referencia a Benedicto XVI, grandísimo estudioso de la liturgia, o a su motu proprio, a pesar de que este verano se cumplía, precisamente, el décimo aniversario de su publicación.

Muy marginal es también la referencia a las enormes degeneraciones en la que ha caído, por desgracia, la reforma litúrgica post-conciliar, superficialmente denunciadas como "recepciones parciales y praxis que la desfiguran".

Silencio total también sobre el cardenal Robert Sarah, prefecto de la congregación para el culto divino, y sobre todo respecto a sus boicoteadas batallas en favor de una "reforma de la reforma" que restituya a la liturgia latina su auténtica naturaleza.

La que publicamos a continuación es, de hecho, la contrarrelación acerca del estado de la liturgia en la Iglesia que el cardenal Sarah ha publicado este mismo verano, unos días antes del discurso del Papa Francisco. Una contrarrelación centrada precisamente en Benedicto XVI y el motu proprio "Summorum pontificum".

Su texto íntegro puede leerse, en francés, en el número de julio-agosto de la publicación mensual católica "La Nef":

> Pour une réconciliation liturgique

A continuación reproducimos la traducción de algunos pasajes.

- En ella, el cardenal enuncia un objetivo futuro de gran importancia: un rito romano unificado que una lo mejor de los dos ritos pre-conciliar y post-conciliar.

- Naturalmente, no faltan referencias a temas particularmente sensibles para el cardenal Sarah: el silencio y la oración dirigida "ad orientem".

- Pero también aborda el tema del abandono de la fórmula "reforma de la reforma", rechazada por el mismo Papa Francisco y que se ha convertido en inservible. En su lugar, el cardenal Sarah prefiere hablar de "reconciliación litúrgica" en el sentido de una liturgia reconciliada «consigo misma, con su ser profundo". Una liturgia que sepa, efectivamente, atesorar las "dos formas del mismo rito" autorizadas por el Papa Benedicto, "en un enriquecimiento recíproco".

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POR UNA RECONCILIACIÓN LITÚRGICA

"La liturgia de la Iglesia ha sido, para mí, la actividad central de mi vida, se ha convertido en el centro de mi trabajo teológico", afirma Benedicto XVI. Sus homilías seguirán siendo documentos insuperables durante generaciones. 

Pero es necesario también subrayar la gran importancia del motu proprio "Summorum pontificum". Lejos de concernir sólo a la cuestión jurídica del estatus del antiguo misal romano, el motu proprio plantea la cuestión de la esencia misma de la liturgia y su lugar en la Iglesia.

Lo que está en discusión es el lugar de Dios, el primado de Dios. Como resalta el Papa de la liturgia: "La verdadera renovación de la liturgia es la condición fundamental para la renovación de la Iglesia"

El motu proprio es un documento magisterial capital acerca del significado profundo de la liturgia y, en consecuencia, de toda la vida de la Iglesia. Diez años después de su publicación, es necesario hacer un balance: ¿hemos llevado a cabo estas enseñanzas? ¿Las hemos comprendido en profundidad?

Estoy íntimamente convencido que aún no se han descubierto todas las implicaciones prácticas de esta enseñanza … Quiero plantear aquí algunas de sus consecuencias.

HACIA UN NUEVO RITO COMÚN

Puesto que hay una continuidad y unidad profundas entre las dos formas del rito romano, entonces necesariamente las dos formas deben iluminarse y enriquecerse recíprocamente. Es prioritario que, con la ayuda del Espíritu Santo, examinemos, en la oración y en el estudio, cómo volver a un rito común reformado, siempre con la finalidad de una reconciliación dentro de la Iglesia.

Sería hermoso que quienes utilizan el misal antiguo observen los criterios esenciales de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio. 

- Es indispensable que estas celebraciones integren una justa concepción de la "participatio actuosa" de los fieles presentes (SC 30). - - La proclamación de la lecturas debe poder ser comprendida por el pueblo (SC 36). 
- Del mismo modo, los fieles deben poder responder al celebrante y no limitarse a ser espectadores ajenos y mudos (SC 48). 
- Por último, el Concilio hace un llamamiento a una noble sencillez del ceremonial, sin repeticiones inútiles (SC 50).

Le concernirá a la Comisión Pontificia "Ecclesia Dei" proceder en dicha cuestión con prudencia y de manera orgánica. Se puede desear, allí dónde sea posible, y si las comunidades lo requieren, una armonización de los calendarios litúrgicos. Se deben estudiar los caminos hacia una convergencia de los leccionarios.

EL PRIMADO DE DIOS

Las dos formas litúrgicas forman parte de la misma "lex orandi"

¿Qué es esta ley fundamental de la liturgia? Permítanme citar de nuevo al Papa Benedicto: "La mala interpretación de la Reforma Litúrgica que ha sido difundida durante mucho tiempo en el seno de la Iglesia católica ha llevado, cada vez más, a poner en primer lugar el aspecto de la instrucción, y el de nuestra actividad y creatividad. El 'hacer' del hombre ha provocado casi el olvido de la presencia de Dios. La existencia de la Iglesia toma vida de la celebración correcta de la liturgia. La Iglesia está en peligro cuando el primado de Dios ya no aparece en la Liturgia y, en consecuencia, en la vida. La causa más profunda de la crisis que ha trastornado a la Iglesia la hallamos en el oscurecimiento de la prioridad de Dios en la liturgia".

He aquí, por tanto, lo que la forma ordinaria debe volver a aprender en primer lugar: el primado de Dios.

Permítanme expresar humildemente mi temor: la Liturgia de la forma ordinaria puede hacernos correr el riesgo de alejarnos de Dios a causa de la presencia masiva y central del sacerdote. Éste está constantemente delante de su micrófono y tiene, sin interrupción, la mirada y la atención dirigidas hacia el pueblo. Es como una pantalla opaca entre Dios y el hombre. Cuando celebremos la misa pongamos sobre el altar una gran cruz, una cruz bien a la vista, como punto de referencia para todos: para el sacerdote y para los fieles. Así tendremos nuestro Oriente, porque en definitiva el Oriente cristiano, dice Benedicto XVI, es el Crucifijo.

"AD ORIENTEM"

Estoy convencido que la Liturgia puede enriquecerse de las actitudes sagradas que caracterizan la forma extraordinaria, todos esos gestos que manifiestan nuestra adoración de la santa eucaristía: 

- juntar las manos después de la consagración, 
- hacer la genuflexión antes de la elevación y después del "Per ipsum", 
- comulgar de rodillas, 
- recibir la comunión en los labios dejándose nutrir como un niño, como Dios mismo nos dice: "Yo soy el Señor, Dios tuyo. Abre tu boca que te la llene" (Salmo 81, 11).

"Cuando la mirada sobre Dios no es determinante, todo el resto pierde su orientación", nos dice Benedicto XVI. También lo opuesto es verdad: cuando se pierde la orientación del corazón y del cuerpo hacia Dios, se cesa de determinarse en relación a Él, se pierde el sentido de la Liturgia. Orientarse hacia Dios es, ante todo, un hecho interior, una conversación de nuestra alma hacia el Dios Único. La Liturgia debe obrar en nosotros esta conversión hacia el Señor, que es el Camino, la Verdad y la Vida. Por esto utiliza signos, medios simples. La celebración "ad orientem" es uno de ellos. Es un tesoro del pueblo cristiano que nos permite mantener vivo el espíritu de la Liturgia. La celebración orientada no debe convertirse en la expresión de una actitud facciosa y polémica. Al contrario, debe seguir siendo la expresión del movimiento más íntimo y esencial de toda Liturgia: dirigirnos hacia el Señor que viene.

EL SILENCIO LITÚRGICO

He tenido ocasión de resaltar la importancia del silencio litúrgico. En su libro "El espíritu de la liturgia", el cardenal Ratzinger escribía: "Todo el que haga experiencia de una comunidad unida en la oración silenciosa del Canon sabe que esto representa un silencio auténtico. Aquí el silencio es, al mismo tiempo, un grito poderoso, penetrante, lanzado hacia Dios, y una comunión de oración colmada por el Espíritu". En su momento ya había afirmado con firmeza que recitar en voz alta toda la oración eucarística no era el único medio para obtener la participación de todos. Tenemos que trabajar para alcanzar una solución equilibrada y abrir espacios de silencio en este ámbito.

LA VERDADERA "REFORMA DE LA REFORMA"

¡Hago un llamamiento con todo mi corazón para que se ponga en marcha la reconciliación litúrgica enseñada por el Papa Benedicto, en el espíritu pastoral del Papa Francisco! La Liturgia no debe convertirse nunca en el estandarte de un partido. Para algunos, la expresión "reforma de la reforma" se ha convertido en sinónimo de dominio de un partido sobre el otro; por lo tanto, esta expresión corre el riesgo de convertirse en una expresión inoportuna. Prefiero, por consiguiente, hablar de "reconciliación litúrgica". En la Iglesia, ¡el cristiano no tiene adversarios!

Como escribía el cardenal Ratzinger: "Tenemos que volver a encontrar el sentido de lo sagrado, el valor de distinguir lo que es cristiano de lo que no lo es; no para alzar barricadas, sino para transformar, para ser verdaderamente dinámicos". Más que de "reforma de la reforma", se trata de ¡una reforma de los corazones! Se trata de una reconciliación de las dos formas del mismo rito en un enriquecimiento recíproco. ¡La liturgia debe siempre reconciliarse consigo misma, con su ser profundo!

Iluminados por la enseñanza del motu proprio de Benedicto XVI, confortados por la audacia del Papa Francisco, es el momento de llegar al fondo de este proceso de reconciliación de la liturgia consigo misma.

Sería un signo magnífico si pudiéramos, en una próxima edición del misal romano reformado, incluir en el apéndice las oraciones al pie del altar de la forma extraordinaria, tal vez en una versión simplificada y adaptada, y las oraciones del ofertorio que contienen una epíclesis tan bella que completa el Canon romano. De este modo se pondría de manifiesto que las dos formas litúrgicas se iluminan recíprocamente, ¡en continuidad y sin oposición!

Cardenal Robert Sarah

lunes, 28 de agosto de 2017

Imposible amar al prójimo sin amar a Jesucristo (Padre Gálvez)

Duración 6:35 minutos

La charla completa de 73:13 minutos puede escucharse pinchando aquí

¿Amenazada con la destrucción toda la doctrina moral de la Iglesia Católica? (Josef Seifert)




Josef Seifert – 27/08/17 3:57 PM

Nota del editor: en junio de 2016 Josef Seifert, un famoso filósofo austriaco y amigo del Papa Juan Pablo II escribió un artículo, en un periódico alemán, llamado «Las lágrimas de Jesús a causa de la Amoris Laetitia». En este artículo, él (Seifert) compara las palabras de Nuestro Señor en el Evangelio con aquéllas halladas en la exhortación apostólica postsinodal del Papa Francisco.

Seifert llega a esta inevitable conclusión: «¿Cómo pueden Jesús y su Santísima Madre leer y comparar estas palabras del Papa con las de Jesús y su Iglesia sin llorar? Por lo tanto, ¡lloremos con Jesús, con profundo respeto y afecto por el Papa, y con una profunda pena que surge de la obligación de sacar a la luz sus errores!».

Ahora en un nuevo documento publicado bajo licencia abierta para que pueda ser a su vez publicado por cualquiera y en cualquier lugar, Seifert aborda una pregunta más amplia y es si una conclusión lógica clave, derivada de Amoris Laetitia, podría derribar toda la doctrina moral de la Iglesia.


Resumen

«La pregunta del título de este artículo se dirige al Papa Francisco y a todos los cardenales, obispos, filósofos y teólogos católicos. Trata de una duda (dubium) sobre una consecuencia puramente lógica derivada de una afirmación en Amoris Laetitia y termina con una súplica al Papa Francisco para que retire al menos una afirmación de la AL, si la pregunta del título de este pequeño ensayo se contesta afirmativamente, y si en realidad de esta afirmación en AL, sólo la pura lógica, usando premisas evidentes, puede deducir la destrucción de toda la enseñanza moral católica. En un estilo socrático el artículo deja en manos del Papa Francisco y otros lectores contestar a la pregunta y proponer sus propias respuestas».

Contenido

Amoris Laetitia ha creado, sin lugar a dudas, mucha incertidumbre y evocado interpretaciones opuestas en todo el mundo católico. No deseo presentar aquí toda la controversia ni repetir – o desarrollar aún más – la postura que he defendido sobre esta materia en artículos previos (ver Josef Seifert, “Amoris Laetitia. Alegría, tristeza, esperanzas”) aunque podría hacerlo como una respuesta a algunos comentarios críticos que he recibido de mi amigo personal Buttiglione, con el cual estoy de acuerdo en la mayoría de otras materias filosóficas y en otros temas.

Hay una sola afirmación en AL, sin embargo, que no tiene nada que ver con un reconocimiento de los derechos de una conciencia moral subjetiva, respecto a la que Rocco Buttiglione intenta demostrar la total armonía entre el magisterio moral de San Juan Pablo II y el Papa Francisco, en contra de Robert Spaemann y otras afirmaciones que hablan de una clara ruptura entre ellos. Buttiglione argumenta que teniendo en cuenta sus enseñanzas dispares sobre disciplina sacramental, el Papa Juan Pablo II tiene razón si uno considera solamente el contenido objetivo de los actos humanos, mientras que el Papa Francisco la tiene cuando cada uno concede, después del debido discernimiento, su papel y reconocimiento adecuados a los factores subjetivos y a las condiciones excluyentes del pecado moral (conocimiento imperfecto y una debilidad en el libre albedrío).

La afirmación de AL sobre la que quiero profundizar aquí, sin embargo, no apela a la conciencia subjetiva en absoluto, sino que sostiene que una voluntad divina totalmente objetiva nos permite realizar, en ciertas situaciones, actos que son intrínsecamente malos, y que han sido siempre considerados como tales por la Iglesia


Ya que Dios ciertamente no puede carecer de conocimiento ético, ni tener una «conciencia errónea» ni una debilidad en el libre albedrío, este texto no «defiende los derechos de la subjetividad humana» como Buttiglione declara, sino que parece afirmar claramente que estos actos intrínsecamente desordenados y objetiva y gravemente pecaminosos, como Buttiglione admite, pueden ser permitidos, o incluso, pueden ser objetivamente ordenados por Dios. 

Si esto es lo que realmente AL dice, todas las alarmas sobre las afirmaciones directas en AL, concernientes a los asuntos sobre cambios de la disciplina sacramental (permitir, después del debido discernimiento, a adúlteros, homosexuales activos, y otras parejas en situación parecidas, acceder a los sacramentos de la confesión y eucaristía, y lógicamente, también al bautismo, confirmación y matrimonio sin voluntad ninguna de cambiar sus vidas ni de convivir en una total abstinencia sexual, tal como pedía el Papa Juan Pablo II en Familiaris Consortio a las parejas en tales «situaciones irregulares») solo son la punta del iceberg, el débil principio de una avalancha o uno de los primeros edificios destruidos por una bomba atómica teológica moral que amenaza con demoler completamente el edificio moral de los Diez Mandamientos y la enseñanza moral católica.

En este artículo, sin embargo, no diré que éste es el caso. Por el contrario, dejaré enteramente en las manos del Papa o cualquier otro lector la respuesta a la pregunta de si hay o no al menos una afirmación en Amoris Laetitia que tenga como consecuencia lógica la destrucción de toda la enseñanza moral católica. 


Y debo admitir que lo que he leído sobre una comisión convocada para «reexaminar» la Humanae Vitae, una encíclica que pone fin, como más tarde la Veritatis Splendor, a décadas de debates éticos y teológicos morales, ha hecho de la pregunta del título de mi ensayo una cuestión que me preocupa extremadamente.

Leamos el texto decisivo (AL 303) que el Papa Francisco está aplicando a los casos de los adúlteros u otras «parejas irregulares» que deciden no seguir la exigencia que para ellos hizo el Papa Juan Pablo II en la encíclica Familiaris Consortio. 

El Papa Juan Pablo II le dice a estas parejas que o bien se separen totalmente o, si esto es imposible, se abstengan completamente de las relaciones sexuales. 

El Papa Francisco dice, sin embargo:
«…Pero esa conciencia puede reconocer no solo que una situación no responde objetivamente a la propuesta general del Evangelio. También puede reconocer con sinceridad y honestidad aquello que, por ahora, es la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios, y descubrir con cierta seguridad moral que esa es la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo…» (AL 303)
De lo anteriormente dicho, tanto como del texto posterior, queda claro que esta «voluntad de Dios» aquí se refiere a continuar viviendo en lo que constituye objetivamente un pecado mortal. Cfr. por ejemplo, AL 298, nota a pie de página 329:
«…En estas situaciones, muchos, conociendo y aceptando la posibilidad de convivir “como hermanos” que la Iglesia les ofrece, destacan que si faltan algunas expresiones de intimidad «puede poner en peligro no raras veces el bien de la fidelidad y el bien de la prole…»
En Gaudium et Spes n. 51, de la cual se ha tomado la última cita, la idea se utiliza como una objeción no válida contra el mandato moral de no cometer nunca adulterio o un acto anticonceptivo. En AL se entiende, en el sentido explicado anteriormente, como una justificación para seguir cometiendo, objetivamente hablando, pecados mortales incluso como si esa fuera la voluntad objetiva de Dios.

En otras palabras, además de llamar a un estado objetivo de pecado mortal, eufemísticamente, «todavía no plenamente el ideal objetivo», AL dice que podemos saber con «una cierta seguridad moral» que Dios mismo nos pide que continuemos cometiendo actos intrínsecamente malos tales como el adulterio o la homosexualidad activa

Yo pregunto si puede la pura lógica fallar cuando nos preguntamos bajo estas premisas:

- Si solo un caso de un acto intrínsecamente inmoral puede ser permitido e incluso querido por Dios, ¿no debe esto aplicarse a todos los actos considerados intrínsecamente malos? Si es cierto que Dios puede querer que una pareja de adúlteros viva en adulterio, ¿no debería entonces también el mandamiento «¡no cometerás adulterio!» ser reformulado: «si en tu situación el adulterio no es el mal menor, ¡no lo cometas! Si lo es, ¡continúa viviendo así!»?

- ¿No deben eliminarse también los otros nueve mandamientos, la Humanae Vitae, la Evangelium Vitae, y todos los documentos, dogmas o consejos pasados, presentes o futuros de la Iglesia que enseñan la existencia de actos intrínsecamente malos? ¿No es ya intrínsecamente malo usar anticonceptivos y está equivocada la Humanae Vitae que dice sin duda alguna que nunca puede haber ninguna situación moralmente justificable para la anticoncepción, ni mucho menos ordenada por Dios?

- Para empezar, ¿no debe entonces, la nueva comisión instituida por el Papa Francisco para la Humanae Vitae, concluir que el uso de anticonceptivos puede ser en algunas ocasiones bueno o, incluso, obligatorio y deseado por Dios? 

- ¿Puede el aborto estar justificado en algunos casos y que sea Dios mismo el que lo está pidiendo, dentro de la complejidad concreta de los límites de cada persona, aunque sin ser el ideal objetivo, como decía Monseñor Fisichella, el entonces presidente de la Academia Pontificia para la Vida?

- ¿No deben, entonces, desde la pura lógica, considerarse buenas y dignas de alabanza la eutanasia, la asistencia al suicidio o el suicidio mismo, las mentiras, los robos, perjurios, la negación o la traición a Cristo, como la de San Pedro, el asesinato, bajo determinadas circunstancias y después de un debido discernimiento a causa de la complejidad de cada situación concreta (o debido a la falta bien de conocimiento ético o bien de fuerza de voluntad)? 

- ¿No puede, entonces, pedir Dios que un siciliano, que se siente obligado a matar a los miembros inocentes de una familia, cuyo jefe ha asesinado previamente a su vez a un miembro de la suya propia y cuyo hermano asesinaría a cuatro familias si él no mata a uno, seguir adelante con el asesinato, porque su acto es, bajo sus condiciones, «lo que Dios mismo le está pidiendo a él dentro de la complejidad concreta de sus propios límites, aunque no sea el ideal objetivo»? 

- ¿No demanda la lógica pura que nosotros saquemos esta conclusión de esta proposición del Papa Francisco?

Sin embargo, si la pregunta del título debe ser contestada afirmativamente, y creo personalmente que es así, la consecuencia puramente lógica de esa afirmación en Amoris Laetitia parece destruir toda la enseñanza moral de la Iglesia. ¿No debería, por tanto, ser retirada y condenada por el mismo Papa Francisco, quien, sin ninguna duda, aborrece tal consecuencia, la cual, si la pregunta del título debe ser respondida afirmativamente, la lógica pura deduce inevitablemente de la citada afirmación del Papa Francisco?

Por lo tanto, rogaría a nuestro Padre Supremo espiritual en la tierra, «el dulce Cristo en la tierra», como Santa Catalina de Siena llamó a uno de los Papas, bajo cuyo reinado ella vivió, aunque lo criticara duramente (si el Papa Francisco está de acuerdo con esta conclusión lógica, y contesta a la pregunta del título de este ensayo afirmativamente) que por favor retire dicha afirmación.

- Si sus consecuencias lógicas conducen inevitablemente a nada menos que a la total destrucción de las enseñanzas morales de la Iglesia Católica, ¿no debería «el dulce Cristo en la tierra» retirar esta afirmación? 

- Si dicha tesis lleva como consecuencia lógica convincente al rechazo del hecho de que haya actos que deban ser considerados intrínseca y moralmente malos bajo cualquier circunstancia y en cualquier situación, y si esta aseveración llegara a desvirtuarse, siguiendo la Familiaris Consortio y la Veritatis Splendor, así como la Humanae Vitae y muchas otras enseñanzas solemnes de la Iglesia, ¿no debería ser revocada? 

- ¿No existen, evidentemente, tales actos que son siempre intrínsecamente malos como hay otros actos, que son siempre intrínsecamente buenos, justificados o deseados por Dios? (Ver Juan Pablo II, Veritatis Splendor. Ver también Josef Seifert, «El esplendor de la verdad y los actos intrínsecamente inmorales: una defensa filosófica del rechazo del proporcionalismo y consecuencialismo en Veritatis Splendor”. En: Studia Philosophiae Christianae UKSW 51 (2015) 3,7-37) 

- Y ¿no deberían todos los cardenales, obispos, sacerdotes, monjes o vírgenes consagradas, y cualquier laico en la Iglesia interesarse intensamente por este problema y unirse a esta súplica apasionada de un humilde laico, un simple profesor de filosofía, y entre otras materias, de lógica?

Josef Seifert

Original inglés publicado en 1P5

Traducido por Ana María Rodríguez, del equipo de traductores de Infocatólica.



Josef Seifert: Does Pure Logic Threaten to Destroy the Entire Moral Doctrine of the Catholic Church?

Editor’s note: In June 2016, Josef Seifert, a famous Austrian philosopher and friend of Pope John Paul II wrote an article in a German journal called, “The Tears of Jesus over Amoris Laetitia”. From our report:

In it, he [Seifert] compares the words of Our Lord in the Gospel to those found Pope Francis’ post-synodal apostolic exhortation.

Seifert reaches the inescapable conclusion, “How can Jesus and His Most Holy Mother read and compare these words of the Pope with those of Jesus and his Church without crying? Let us therefore cry with Jesus, with deep respect and affection for the Pope, and with profound grief that arises from the obligation to criticize his mistakes!”

Now, in a new paper released under an open license so that it might be published by anyone, anywhere in the world, Seifert tackles a larger question: whether a key logical conclusion drawn from Amoris Laetitia will bring the whole moral doctrine of the Church crashing down.

Does pure logic threaten to destroy the entire moral doctrine of the Catholic Church?

Josef Seifert
August 5, 2017
Aemaet Bd. 6, Nr. 2 (2017) 2-9

Abstract

The question in the title of this paper is addressed to Pope Francis and to all Catholic cardinals, bishops, philosophers and theologians. It deals with a dubium about a purely logical consequence of an affirmation in Amoris Laetitia, and ends with a plea to Pope Francis to retract at least one affirmation of AL, if the title question of this little essay has to be answered in the affirmative, and if indeed from this one affirmation in AL alone pure logic, using evident premises, can deduce the destruction of the entire Catholic moral teaching. In a Socratic style, the paper leaves it up to Pope Francis and other readers to answer the title question and to act upon their own answer.

Content

Amoris Laetitia has no doubt created much uncertainty and evoked conflicting interpretations throughout the Catholic World. I do not wish to present this entire controversy here nor to repeat – or develop further – the position I have defended on this matter in previous articles (See Josef Seifert, “Amoris Laetitia. Joy, Sadness and Hopes”) I might still do this in a reply to some critical comments I have received from my personal friend Buttiglione, with whom I agree on almost all other philosophical matters, and others.

There is a single affirmation in AL, however, that has nothing to do with a recognition of the rights of subjective conscience, by reference to which Rocco Buttiglione seeks to demonstrate the full harmony between the moral magisterium of Saint John Paul II and Pope Francis, against Robert Spaemann’s and other assertions of a clear break between them. Buttiglione argues that, regarding their contrary teaching on sacramental discipline, Pope John Paul II is correct if one considers only the objective content of human acts, while Pope Francis is right when one accords, after due discernment, to subjective factors and missing conditions of mortal sin (deficient knowledge and weakness of free will) their proper role and recognition.

The assertion of AL I wish to investigate here, however, does not invoke subjective conscience at all, but claims a totally objective divine will for us to commit, in certain situations, acts that are intrinsically wrong, and have always been considered such by the Church. Since God can certainly not have a lack of ethical knowledge, an “erring conscience,” or a weakness of free will, this text does not “defend the rights of human subjectivity,” as Buttiglione claims, but appears to affirm clearly that these intrinsically disordered and objectively gravely sinful acts, as Buttiglione admits, can be permitted, or can even objectively be commanded, by God. 

If this is truly what AL affirms, all alarm over AL’s direct affirmations, regarding matters of changes of sacramental discipline (admitting, after due discernment, adulterers, active homosexuals, and other couples in similar situations to the sacraments of confession and eucharist, and, logically, also of baptism, confirmation, and matrimony, without their willingness to change their lives and to live in total sexual abstinence, which Pope John Paul II demanded in Familiaris Consortio from couples in such “irregular situations”), refer only to the peak of an iceberg, to the weak beginning of an avalanche, or to the first few buildings destroyed by a moral theological atomic bomb that threatens to tear down the whole moral edifice of the 10 commandments and of Catholic Moral Teaching.

In the present paper, however, I will not claim that this is the case. On the contrary, I will leave it entirely to the Pope or to any reader to answer the question whether or not there is at least one affirmation in Amoris Laetitia that has the logical consequence of destroying the entire Catholic moral teaching. And I must admit that what I read about a commission convened in order to “re-examine” Humanae Vitae, an Encyclical that put, like later Veritatis Splendor, a definitive end to decades of ethical and moral theological debates, has made this title question of my essay a matter of extreme concern to me.

Let us read the decisive text (AL 303), which is being applied by Pope Francis to the case of adulterous or otherwise “irregular couples” who decide not to follow the demand addressed in the Encyclical Familiaris Consortio of Saint Pope John Paul II to such “irregular couples”. Pope John Paul II tells these couples to either separate entirely or, if this is impossible, to abstain entirely from sexual relations. Pope Francis states, however:

Yet conscience can do more than recognize that a given situation does not correspond objectively to the overall demands of the Gospel. It can also recognize with sincerity and honesty what for now is the most generous response which can be given to God (Relatio Finalis 2015, 85) and come to see with a certain moral security that it is what God himself is asking amid the concrete complexity of one’s limits, while yet not fully the objective ideal (AL 303).
From the previous as well as from the later context it is clear that this “will of God” here refers to continuing to live in what constitutes objectively a grave sin. Cf., for example, AL 298, Footnote 329:
“In such situations, many people, knowing and accepting the possibility of living ‘as brothers and sisters’ which the Church offers them, point out that if certain expressions of intimacy are lacking, ‘it often happens that faithfulness is endangered and the good of the children suffers’.”
In Gaudium et Spes, 51, from which the last quote is taken, the thought is taken as an invalid objection against the moral demand never to commit adultery or an act of contraception. 

In AL it is understood in the sense explained above, as a justification, even known to correspond to the objective will of God, to continue to commit objectively speaking grave sins.

In other words, besides calling an objective state of grave sin, euphemistically, “not yet fully the objective ideal,” AL says that we can know with “a certain moral security” that God himself asks us to continue to commit intrinsically wrong acts, such as adultery or active homosexuality

I ask: Can pure Logic fail to ask us under this assumption:

- If only one case of an intrinsically immoral act can be permitted and even willed by God, must this not apply to all acts considered ‘intrinsically wrong’? If it is true that God can want an adulterous couple to live in adultery, should then not also the commandment ‘Do not commit adultery!’ be reformulated: ‘If in your situation adultery is not the lesser evil, do not commit it! If it is, continue living it!’?

- Must then not also the other 9 commandments, Humanae Vitae, Evangelium Vitae, and all past and present or future Church documents, dogmas, or councils that teach the existence of intrinsically wrong acts, fall? Is it then not any more intrinsically wrong to use contraceptives and is not Humanae Vitae in error that states unambiguously that it can never happen that contraception in any situation is morally justified, let alone commanded by God?

- Must then not, to begin with, the new commission on Humanae Vitae Pope Francis instituted, conclude that using contraception can in some situations be good or even obligatory and willed by God? 

- Can then not also abortions, as Mons. Fisichella, then President of the Pontifical Academy for Life, claimed, be justified in some cases and ‘be what God himself is asking amid the concrete complexity of one’s limits, while yet not fully the objective ideal’?

- Must then not from pure logic euthanasia, suicide, or assistance to it, lies, thefts, perjuries, negations or betrayals of Christ, like that of St. Peter, or murder, under some circumstances and after proper “discernment,” be good and praiseworthy because of the complexity of a concrete situation (or because of a lack of ethical knowledge or strength of will)? 

- Can then not God also demand that a Sicilian, who feels obligated to extinguish the innocent family members of a family, whose head has murdered a member of his own family and whose brother would murder four families if he does not kill one, go ahead with his murder, because his act is, under his conditions “what God himself is asking amid the concrete complexity of one’s limits, while yet not fully the objective ideal”? 

Does not pure logic demand that we draw this consequence from this proposition of Pope Francis?

However, if the title question of this paper must be answered in the affirmative, as I personally believe to be the case, the purely logical consequence of that one assertion of Amoris Laetitia seems to destroy the entire moral teaching of the Church. Should it not, therefore, be withdrawn and condemned by Pope Francis himself, who no doubt abhors such a consequence, which, if the title question needs to be answered affirmatively, iron and cool logic cannot fail to draw from the cited assertion of Pope Francis?

Thus I wish to plead with our supreme spiritual Father on Earth, the “sweet Christ on earth,” as Saint Catherine of Siena called one of the Popes, under whose reign she lived, while she criticized him fiercely (if Pope Francis agrees with this logical conclusion, and answers the title question of this essay in the affirmative) to please retract the mentioned affirmation

If its logical consequences lead with iron stringency to nothing less than to a total destruction of the moral teachings of the Catholic Church, should the “sweet Christ on Earth” not retract an affirmation of his own? 

If the mentioned thesis leads with cogent logical consequence to the rejection of there being any acts that must be considered intrinsically morally wrong, under any circumstances and in all situations, and if this assertion will tear down, after Familiaris Consortio and Veritatis Splendor, likewise Humanae Vitae and many other solemn Church teachings, should it not be revoked? 

Are there not evidently such acts that are always intrinsically wrong, as there are other acts, which are always intrinsically good, justified, or willed by God? (See John Paul II, Veritatis Splendor. See also Josef Seifert, “The Splendor of Truth and Intrinsically Immoral Acts: A Philosophical Defense of the Rejection of Proportionalism and Consequentialism in ‘Veritatis Splendor’.” In: Studia Philosophiae Christianae UKSW 51 (2015) 2, 27-67. “The Splendor of Truth and Intrinsically Immoral Acts II: A Philosophical Defense of the Rejection of Proportionalism and Consequentialism in ‘Veritatis Splendor’.” In: Studia Philosophiae Christianae UKSW 51 (2015) 3, 7-37.) 

And should not every Cardinal and Bishop, every priest, monk or consecrated Virgin, and every layperson in the Church, take a most vivid interest in this and subscribe this passionate plea of a a humble layperson, a simple Professor of Philosophy and, among other subjects, of logic?



Josef Seifert is the founding Rector of the The International Academy of Philosophy in the Principality of Liechtenstein, holder of the Dietrich von Hildebrand Chair for Realist Phenomenology at the IAP-IFES, Granada, Spain, and elected by Saint Pope John Paul II as ordinary (life-long) member of the Pontifical Academy for Life (a charge that ended with the dismissal of all PAV members by Pope Francis in 2016, and the failure to be re-elected as member of, a profoundly changed, PAV in 2017).

Dictadura del relativismo: caso de Amoris Laetitia (Padre Javier Martin FM)

Duración 12:30 minutos

domingo, 27 de agosto de 2017

NOVUS ORDO MISSAE: Carta de los cardenales Ottaviani y Bacci al papa Pablo VI (comentado por José Martí)


¿Por qué el Novus Ordo Missae presenta tantos problemas? ¿Se sabe, en realidad, cuál fue su origen? ¿Se conoce que la Comisión encargada de su redacción estaba formada por nueve"expertos", de los cuales seis eran protestantes y de los tres católicos, uno de ellos, el Presidente de esa Comisión, el cardenal Bugnini, era masón? De seguro que son pocos quienes poseen esta información que es absolutamente verídica. 


En Adelante la Fe es posible descargarse un artículo muy interesante, de 12 páginas, titulado "Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae".

En esta entrada me limito a copiar el prefacio del Cardenal Ottaviani, que era entonces el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, firmado también por el Cardenal Bacci; el cual consiste en una carta dirigida a su Santidad Pablo VI, antes de que llegase a su final el Concilio Vaticano II.

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Santidad:

Después de haber examinado y hecho examinar el nuevo Ordo Missae preparado por los expertos de la Comisión para la aplicación de la Constitución Conciliar sobre la Sagrada Liturgia, y después de haber reflexionado y rezado durante largo tiempo, sentimos la obligación ante Dios y ante Vuestra Santidad de expresar las siguientes consideraciones: 

1. Como suficientemente prueba el examen crítico anexo, por muy breve que sea, obra de un grupo selecto de teólogos, liturgistas y pastores de almas, el nuevo Ordo Missae –si se consideran los elementos nuevos, susceptibles de apreciaciones muy diversas, que aparecen en él, sobreentendidas o implícitas– se aleja de modo impresionante, tanto en conjunto como en detalle, de la teología católica de la Santa Misa tal como fue formulada por la 20ª sesión del Concilio de Trento que, al fijar definitivamente los «cánones» del rito, levantó una barrera infranqueable contra toda herejía que pudiera atentar a la integridad del Misterio. 

2. Las razones pastorales atribuidas para justificar una ruptura tan grave, aunque pudieran tener valor ante las razones doctrinales, no parecen suficientes. En el nuevo Ordo Missae aparecen tantas novedades y, a su vez, tantas cosas eternas se ven relegadas a un lugar inferior o distinto –si es que siguen ocupando alguno– que podría reforzarse o cambiarse en certeza la duda que, por desgracia, se insinúa en muchos ámbitos según la cual las verdades que siempre ha creído el pueblo cristiano podrían cambiar o silenciarse sin que esto suponga infidelidad al depósito sagrado de la doctrina, al cual está vinculado para siempre la fe católica

Las recientes reformas han demostrado suficientemente que los nuevos cambios en la liturgia no podrán realizarse sin desembocar en un completo desconcierto de los fieles, que ya manifiestan que les resultan insoportables y que disminuyen incontestablemente su fe. En la mejor parte del clero esto se manifiesta por una crisis de conciencia torturante, de la que tenemos testimonios innumerables y diarios. 

3. Estamos seguros de que estas consideraciones, directamente inspiradas en lo que escuchamos por la voz vibrante de los pastores y del rebaño, deberán encontrar un eco en el corazón paterno de Vuestra Santidad, siempre tan profundamente preocupado por las necesidades espirituales de los hijos de la Iglesia

Los súbditos, para cuyo bien se hace la ley, siempre tienen derecho y, más que derecho, deber –en el caso en que la ley se revele nociva– de pedir, con filial confianza, su abrogación al legislador

Por ese motivo suplicamos insistentemente a Vuestra Santidad que no permita, –en un momento en que la pureza de la fe y la unidad de la Iglesia sufren tan crueles laceraciones y peligros cada vez mayores, que encuentran cada día un eco afligido en las palabras del Padre común–, que no se nos suprima la posibilidad de seguir recurriendo al íntegro y fecundo Misal romano de San Pío V, tan alabado por Vuestra Santidad y tan profundamente venerado y amado por el mundo católico entero. 

Cardenal Ottaviani
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. 
Cardenal Bacci.

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Nota: No conocemos la respuesta que les dio el papa Pablo VI. Sí sabemos que el Novus Ordo Missae se llevó a la práctica, de acuerdo con la Constitución Missale Romanum, firmada el 3 de abril de 1969 y puesta en práctica a partir del 30 de noviembre de 1969, coincidiendo con el primer domingo de adviento. En España esto se llevó a efecto, con carácter obligatorio, si mal no recuerdo, a partir de 1971, por orden del cardenal Tarancón.

De manera que todos llegaron a creer que la Misa Tradicional, la misa de dos mil años de historia, había sido abolida y sustituida por esta nueva forma que todos los sacerdotes tenían la obligación de celebrar, como así hicieron, puesto que deben obediencia filial al Santo Padre.

Y, sin embargo, cuando todos pensaban que la respuesta del papa Pablo VI a la carta de los cardenales Ottaviani y Bacci había sido negativa ... ¡oh, sorpresa! ... nos encontramos con las declaraciones del anterior Papa Benedicto XVI según las cuales la Misa Tradicional nunca ha sido abolida: ¡Esto sí que fue una verdadera "sorpresa del Espíritu Santo" y una prueba fehaciente de que Dios no abandona a los suyos, no abandona a su Iglesia ... y escribe derecho con renglones torcidos! 

Así lo afirmaba explícitamente en su carta apostólica, en forma de Motu Proprio "Summorum Pontificum", fechada el 7 de julio de 2007
"Es lícito celebrar el Sacrificio de la Misa según la edición típica del Misal Romano, promulgado por el beato Juan XXIII en 1962, que nunca se ha abrogado, como forma extraordinaria de la Liturgia de la Iglesia"
En realidad, a fuer de ser sinceros y usando un poquito el sentido común habría que decir que la actualmente llamada forma ordinaria de la Misa, que se viene aplicando sólo durante casi 50 años tendría que ser llamada, en realidad, forma extraordinaria ... y no al revés, pues la forma verdaderamente ordinaria de la misa, que coincide con lo que siempre ha sido la misa (y esto era ya anterior a san Pío V, aunque éste le dio conexión), "curiosamente" es la que hoy se llama forma extraordinaria. 

La razón de ello habría que atribuirla, tal vez, en principio, a que son muy pocos los sacerdotes que hoy en día saben latín, lo cual es cierto, puesto que se enseña en muy pocos seminarios ... siendo el latín, como lo es, la lengua oficial de la Iglesia. Esto sería una razón, sin lugar a dudas, pero hay otra razón que es mucho más grave y que nos hace sufrir ... y es que, por desgracia, son muchos los sacerdotes, incluyendo a obispos, cardenales y aun al propio Papa Francisco, que están imbuidos del espíritu modernista del que está impregnado todo el Concilio Vaticano II (lo que es fácil de demostrar)... el espíritu del mundo, en definitiva ... y no quieren saber nada de la Misa Tradicional, como si ésta fuese un resquicio del pasado o un capítulo de la historia de la Iglesia, que debe ser dado de lado y olvidarse ya de él.

Ya no es que la Iglesia ha capitulado ante el "mundo", sino que el propio "mundo" está infiltrado en la Iglesia, a niveles jamás imaginados; la apostasía se ha instalado también en la Iglesia católica y los fieles andan confundidos. Son muchos, millones, los que están perdiendo la fe. No hay más que mirar a la gente que acude a Misa. Esta asistencia está bajo mínimos; y además, quienes van a Misa son, en su mayoría, personas mayores, pues los jóvenes están ya bien adoctrinados por la televisión, por el ambiente social, por la propia familia y por los falsos pastores que pretenden convertir la religión católica en una ONG más.

Y no deja de ser llamativo que todas estas circunstancias -y muchísimas más- se han producido justo a raíz del Concilio Vaticano II. ¿Por qué? Pues porque se ha perdido la fe en Jesucristo, a quien sólo se considera un hombre más. De lo que se dice en los Evangelios y en el Nuevo Testamento se toma sólo aquello que se puede comprender, eliminando los milagros, la virginidad de María, la resurrección de Jesús, así como todos los dogmas. La Religión católica sería una más entre otras. Dios, manifestado en Jesucristo, como verdadero Dios y verdadero hombre, queda relegado al último lugar y sólo se consideran las relaciones humanas como lo más importante. 

En definitiva, lo que se persigue, y ahora con más claridad que nunca, es la destrucción completa de la Iglesia y sustituirla por una nueva Iglesia, una Iglesia "inventada" por el hombre, una Iglesia que, en definitiva no sería la Iglesia Católica, la única Iglesia verdadera, fuera de la cual no hay salvación posible. 

Las últimas declaraciones del Papa Francisco son realmente irrisorias, aunque, en realidad, lo que dan es ganas de llorar. Dice así: Después de este magisterio, después de este largo viaje, podemos afirmar con confianza y autoridad magisterial que la reforma litúrgica es irreversible". (Véase también aquí

¿Irreversible? ¿Y esto lo ha dicho el papa Francisco quien nunca se ha pronunciado magisterialmente ni jamás ha pretendido hacerlo? 

¿Irreversible una reforma de la santa Misa, en cuyo origen intervino una Comisión formada por nueve "expertos", de los cuales seis eran protestantes y el presidente de la misma, el cardenal Bugnini, era masón, como se demostró posteriormente? Aun siendo todo esto así, y conociendo que era así, no obstante el nuevo Misal romano fue aprobado el 3 de abril de 1969 por el papa Pablo VI en la Constitución apostólica Missale Romanum. ¿Irreversible una reforma que tiene tan solo cincuenta años? ¿Cómo es posible hablar de este modo? Entonces todo lo que han dicho los papas anteriores no es cierto. ¿Tenemos dos Magisterios? ¿Puede un Papa anular lo que un papa anterior ha dicho de modo infalible? ¿Es que puede hacer el Papa lo que quiera? ¿No es Jesucristo el fundador de la Iglesia? Sería bueno recordar aquí las palabras de Jesús: "Todo reino dividido contra sí mismo será desolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no subsistirá" (Mt 12, 25). Puede leerse también en Mc 3, 24-25 y Lc 11, 17

Por cierto, Francisco no ha respondido aún a las Dubia, sobre la exhortación apostólica Amoris Laetitia, que cuatro cardenales le plantearon el pasado año de 2016. Por no responder, ni siquiera los ha recibido en audiencia. ¡Y este tema de la indisolubilidad del matrimonio sí que es serio! De ninguna de las maneras el matrimonio sacramental se puede disolver, si es verdadero matrimonio

Siendo esto irreversible e intocable, justamente se pretende cambiarlo y para ello se convocan dos Sínodos, se falsean datos y se pronuncia la AL, una exhortación que, por cierto, ya había sido redactada, en su mayoría, hace más de diez años, por el amigo de Francisco Tucho Fernández; se añadieron, además, puntos que no habían sido aprobados en el Sínodo. ¿Para qué entonces los Sínodos, si el resultado ya estaba previsto? Todo una farsa. Y luego Francisco va y deja la interpretación de la AL al cardenal Schönborn. (¡Nada tendría que deber ser interpretado si hubiese sido escrito con claridad, sin términos que pueden inducir a dobles lecturas!).  Finalmente dice que no hay otra interpretación posible que la de los obispos de Buenos Aires, en respuesta rápida a una carta que éstos le dirigieron. Y por si fuera poco, y para que no quepa ya ninguna duda acerca de su posición con respecto a la AL esa contestación de Francisco, que dio en 2016, aparece ahora en L'Osservatore Romano (pinchar aquí). 



El Papa no tiene autoridad para rebatir a Jesucristo. ¿A quién le vamos a hacer caso? Nos jugamos mucho en la respuesta que demos porque, además, la Amoris Laetitia es contraria a la fe, como señala muy acertadamente el padre Gálvez.

No deja de ser curioso que el Concilio Vaticano II, que se presentó como puramente pastoral y no dogmático, sin intención de tocar la Doctrina para nada es siempre el único referente (como si la Iglesia hubiese comenzado hace 50 años) y se le da, de hecho, un carácter dogmático, cuando resulta que contiene algunos apartados que no pueden ser admitidos ni firmados por ningún cristiano, mucho menos por un sacerdote. Y precisamente es en esos apartados en los que se está haciendo especial hincapié, lo que es muy grave. Es el caso del ecumenismo (mal entendido), del diálogo interreligioso, de la libertad de religión y de la colegialidad ... fundamentalmente ...  aunque no únicamente. 

José Martí