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domingo, 26 de agosto de 2018

“Para sacar a la Iglesia de la fétida ciénaga en la que ha caído”

INFOVATICANA



 |  TESTIMONIO de Mons. Carlo Maria Viganò, Arzobispo titular de Ulpiana, Nuncio Apostólico


En este momento trágico que está atravesando la Iglesia en varios lugares del mundo: Estados Unidos, Chile, Honduras, Australia, etc., la responsabilidad de los obispos es serísima. Pienso en especial en los Estados Unidos, donde fui enviado como Nuncio Apostólico por el Papa Benedicto XVI el 19 de octubre de 2011, memoria de los Primeros Mártires de América del Norte. Los obispos de los Estados Unidos están llamados, y yo con ellos, a seguir el ejemplo de esos primeros mártires que llevaron el Evangelio a tierras de América, a ser testimonios creíbles del amor inconmensurable de Cristo, Camino, Verdad y Vida.
Obispos y sacerdotes, abusando de su autoridad, han cometido crímenes horrendos en detrimento de sus fieles, menores, víctimas inocentes, hombres jóvenes deseosos de ofrecer su vida a la Iglesia, o han permitido, con su silencio, que dichos crímenes siguieran siendo perpetrados.
Para devolver la belleza de la santidad al rostro de la Esposa de Cristo, terriblemente desfigurado por tantos delitos abominables, y si queremos sacar de verdad a la Iglesia de la fétida ciénaga en la que ha caído, tenemos que tener la valentía de derribar esta cultura de omertà y confesar públicamente las verdades que hemos mantenido ocultas. Es necesario derribar el muro de omertà con el que los obispos y sacerdotes se han protegido a ellos mismos en detrimento de sus fieles; omertà que, a los ojos del mundo, corre el riesgo de hacer aparecer a la Iglesia como un secta, omertà no muy distinta de la que encontramos vigente en la mafia. “Lo que digáis en la oscuridad… se pregonará desde la azotea” (Lc 12, 3).
Siempre he creído y esperado que la jerarquía de la Iglesia pudiera encontrar en sí misma los recursos espirituales y la fuerza para sacar a la luz la verdad, para enmendarse y renovarse. Por esta razón, aunque me lo habían pedido en varias ocasiones, siempre había evitado hacer declaraciones a los medios de comunicación, incluso cuando habría estado en mi derecho hacerlo para defenderme de las calumnias publicadas sobre mi persona por parte de altos prelados de la Curia romana. Pero ahora que la corrupción ha llegado a los vértices de la jerarquía de la Iglesia, mi conciencia me impone revelar esas verdades relacionadas con el tristísimo caso del arzobispo emérito de Washington Theodore McCarrick, de las que tuve conocimiento durante los cargos que me fueron confiados: por san Juan Pablo II como Delegado de las Representaciones Pontificias de 1998 a 2009, y por el Papa Benedicto XVI como Nuncio Apostólico en los Estados Unidos de América del 19 de octubre de 2011 a finales de mayo de 2016.
Como Delegado de las Representaciones Pontificias en la Secretaría de Estado, mis competencias no se limitaban a las Nunciaturas Apostólicas, sino que incluían también ocuparme del personal de la Curia romana (contratación de personal, promociones, procesos informativos sobre los candidatos al episcopado, etc.) y el estudio de casos delicados, también de cardenales y obispos, que eran confiados al Delegado por el Cardenal Secretario de Estado o por su Sustituto en la Secretaría de Estado.
Para disipar las sospechas que han sido insinuadas en algunos artículos recientes, diré inmediatamente que los Nuncios Apostólicos en los Estados Unidos Gabriel Montalvo y Pietro Sambi, ambos fallecidos recientemente, informaron inmediatamente a la Santa Sede en cuanto tuvieron conocimiento de los comportamientos gravemente inmorales del arzobispo McCarrick con seminaristas y sacerdotes. Es más. La carta del padre Boniface Ramsey, O.P. del 22 de noviembre de 2000, según cuanto escribió el Nuncio Pietro Sambi, la escribió por petición del llorado Nuncio Montalvo. En la misma, el padre Ramsey, que había sido profesor en el seminario diocesano de Newark desde finales de los años 80 hasta 1996, afirma que era un secreto a voces en el seminario que el arzobispo “shared his bed with seminarians” [“compartía su cama con seminaristas”], e invitaba a cinco cada vez para que pasaran con él el fin de semana en su casa de la playa. Y añadía que conocía a un cierto número de seminaristas, algunos de los cuales fueron ordenados en la archidiócesis de Newark, que habían sido invitados a susodicha casa y habían compartido cama con el arzobispo.
Mientras permanecí en el cargo que entonces desempeñaba, no tuve conocimiento de que la Santa Sede hubiera tomado medida alguna al respecto tras la denuncia del Nuncio Montalvo a finales del 2000, cuando el cardenal Angelo Sodano era Secretario de Estado.
Asimismo, el Nuncio Sambi transmitió al cardenal Secretario de Estado Tarcisio Bertone un memorándum de acusación contra McCarrick presentado por el sacerdote Gregory Littleton de la diócesis de Charlotte, reducido al estado laico por violación de menores, junto a dos documentos del mismo Littleton en los que relataba su triste historia como víctima de abusos sexuales perpetrados por el entonces arzobispo de Newark y por varios sacerdotes y seminaristas. El Nuncio añadía que Littleton, a partir de junio de 2006, había enviado este memorándum a una veintena de personas entre autoridades judiciales civiles y eclesiásticas, policías y abogados y que era muy probable, entonces, que la noticia se hiciera pública. Pedía, por consiguiente, una rápida intervención de la Santa Sede.
Como Delegado de las Representaciones Pontificias estos documentos me fueron confiados el 6 de diciembre de 2006 y redacté una Nota en la que exponía a mis superiores, el cardenal Tarcisio Bertone y el sustituto Leonardo Sandri, que los hechos atribuidos a McCarrick por Littleton eran tan graves y abominables que provocaban en el lector desconcierto, repugnancia, profunda pena y amargura. Dichos hechos configuraban crímenes de captación; incitación a actos obscenos de seminaristas y sacerdotes, repetidos y simultáneos con más personas; escarnio de un joven seminarista que se resistió a las seducciones del arzobispo en presencia de otros dos sacerdotes; absolución del cómplice en los actos obscenos; celebración sacrílega de la Eucaristía con los mismos sacerdotes tras haber cometido dichos actos.
En esa Nota mía, que entregué ese mismo día 6 de diciembre de 2006 a mi directo superior, el sustituto Leonardo Sandri, proponía a mis superiores las siguientes consideraciones y líneas de acción:
  • Considerando que a los muchos escándalos ya existentes en la Iglesia de los Estados Unidos parecía que estaba a punto de añadirse uno especialmente grave en el que estaba implicado en primera persona un cardenal
  • y que por ley, al tratarse de un cardenal, según el canon 1405 § 1, n. 2, “ipsius Romani Pontificis dumtaxat ius est iudicandi” [Es derecho exclusivo del Romano Pontífice juzgar en las causas];
  • proponía que respecto al cardenal se tomara una medida ejemplar que pudiera tener una función medicinal, para prevenir futuros abusos de víctimas inocentes y aplacar el gravísimo escándalo que suponía para los fieles, que a pesar de todo seguían amando y creyendo en la Iglesia.
Añadí que sería saludable que, por una vez, la autoridad eclesial interviniera antes que la civil y, en la medida de lo posible, antes de que el escándalo estallara en la prensa. Esto habría podido devolver un poco de dignidad a una Iglesia afectada y humillada por el gran número de comportamientos abominables de algunos de sus pastores. En tal caso, la autoridad civil ya no tendría que juzgar a un cardenal, sino a un pastor hacia el cual la Iglesia ya había tomado las medidas oportunas, para impedir que el cardenal, abusando de su autoridad, siguiera destruyendo a víctimas inocentes.
Mis superiores conservaron esa Nota mía del 6 de diciembre, que nunca me devolvieron con una eventual decisión en mérito.
Sucesivamente, hacia el 21-23 de abril de 2008, se publicó en internet, en el sitio online richardsipe.comel Statement for Pope Benedict XVI about the pattern of sexual abuse crisis in the United States [Declaración para el Papa Benedicto XVI sobre el patrón de la crisis de abusos sexuales en los Estados Unidos], de Richard Sipe, que el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal William Levada, transmitió el 24 de abril al cardenal Secretario de Estado Tarcisio Bertone, y que me entregaron un mes más tarde, el 24 de mayo de 2008.
El día siguiente yo entregué mi Nota al nuevo sustituto Fernando Filoni, en la que incluía la nota precedente del 6 de diciembre de 2006. En ella hacía un resumen del documento de Richard Sipe, que terminaba con este respetuoso y triste llamamiento al Papa Benedicto XVI: “I approach Your Holiness with due reverence, but with the same intensity that motivated Peter Damian to lay out before your predecessor, Pope Leo IX, a description of the condition of the clergy during his time. The problems he spoke of are similar and as great now in the United States as they were then in Rome. If Your Holiness requests I will submit to you personally documentation of that about which I have spoken” [“Me dirijo a Su Santidad con el debido respeto, pero con la misma intensidad que motivó a Pedro Damián a describir a su predecesor, el Papa León IX, las condiciones del clero en su tiempo. Los problemas que él expuso son similares y tan importantes ahora en los Estados Unidos como lo fueron entonces en Roma. Si Su Santidad lo solicita, puedo hacerle llegar personalmente la documentacióa la que me refiero“].
Terminaba esta Nota repitiendo a mis superiores que yo consideraba que había que intervenir lo antes posible quitando el capelo cardenalicio al cardenal McCarrick e imponiéndole las sanciones que establecía el Código de Derecho Canónico, que preveían también la reducción al estado laical.
Tampoco esta segunda Nota fue devuelta a la Oficina de Personal. Estaba muy desconcertado con mis superiores por la inconcebible ausencia de medidas respecto al cardenal, y porque yo seguía sin recibir ningún tipo de comunicación desde la primera Nota de diciembre de 2006.
Por fin supe con seguridad, por medio del cardenal Giovanni Battista Re, entonces prefecto de la Congregación para los Obispos, que la valiente y digna Declaración de Richard Sipe había tenido el resultado deseado. El Papa Benedicto había impuesto al cardenal McCarrick sanciones similares a las impuestas ahora por el Papa Francisco: el cardenal tenía que irse del seminario en el que vivía, se le prohibía celebrar en público, participar en reuniones púbicas, dar conferencias, viajar, con la obligación de dedicarse a una vida de oración y penitencia.
No sé cuándo tomó el Papa Benedicto estas medidas respecto a McCarrick, si en 2009 o en 2010, porque mientras tanto yo había sido trasladado al Gobernatorado del Estado de la Ciudad del Vaticano; tampoco sé quién fue el responsable de esta increíble demora. No creo ciertamente que fuera el Papa Benedicto, el cual, cuando era cardenal, ya había denunciado en varias ocasiones la corrupción presente en la Iglesia y que, en los primeros meses de su pontificado, había tomado una posición muy firme contra la admisión en los seminarios de jóvenes con profundas tendencias homosexuales. Considero que fue debida al entonces primer colaborador del Papa, el cardenal Tarcisio Bertone, notoriamente favorable a la promoción de homosexuales a puestos de responsabilidad y que solía gestionar la información que consideraba oportuno hacer llegar al Papa.
En cualquier caso, lo que es cierto es que el Papa Benedicto impuso a McCarrick dichas sanciones canónicas, que le fueron comunicadas por el Nuncio Apostólico en los Estados Unidos, Pietro Sambi. Mons. Jean-François Lantheaume, entonces primer consejero de la Nunciatura en Washington y Chargé d’Affaires a.i. tras la muerte inesperada del Nuncio Sambi en Baltimore, me contó, cuando llegué a Washington –está dispuesto a dar su testimonio–, un coloquio borrascoso, de más de una hora, entre el Nuncio Sambi y el cardenal McCarrick, que había sido convocado en la Nunciatura: “La voz del Nuncio –me dijo Mons. Lantheaume–, se oía hasta en el pasillo”.
El nuevo Prefecto de la Congregación para los Obispos, el cardenal Marc Ouellet, me comunicó estas mismas medidas del Papa Benedicto en noviembre de 2011, en un coloquio antes de mi partida hacia Washington, como parte de las instrucciones de dicha Congregación al nuevo nuncio.
Por mi parte, se las confirmé al cardenal McCarrick en el primer encuentro que tuve con él en la nunciatura. El cardenal, farfullando de manera incomprensible, admitió que tal vez había cometido el error de haber dormido en la misma cama con algún seminarista en su casa de la playa, pero lo dijo como si el hecho no tuviera la más mínima importancia.
Los fieles se preguntan insistentemente cómo es posible que fuera nombrado para la sede de Washington y que se le hiciera cardenal; tienen todo el derecho a saber quién sabía, quién encubrió sus graves delitos. Y por este motivo es mi deber dar cuenta de lo que sé al respecto, empezando por la Curia romana.
El cardenal Angelo Sodano fue Secretario de Estado hasta septiembre de 2006: a él le llegaba toda la información. En noviembre de 2000, el Nuncio Montalvo le envió su informe transmitiéndole la citada carta del padre Boniface Ramsey en la que denunciaba los graves abusos cometidos por McCarrick.
Es bien sabido que Sodano intentó encubrir hasta el final el escándalo del padre Maciel: incluso destituyó al Nuncio de Ciudad de Méjico, Justo Mullor, que se negaba a ser cómplice de sus maniobras de encubrimiento de Maciel y en su lugar nombró a Sandri, entonces Nuncio en Venezuela, que en cambio estaba muy dispuesto a colaborar. Sodano consiguió incluso que la Sala de Prensa del Vaticano emitiera un comunicado en el que se afirmaba una falsedad, a saber: que el Papa Benedicto había decidido que el caso Maciel tenía que considerarse cerrado. Benedicto reaccionó, a pesar de la infatigable defensa de Sodano, y Maciel fue juzgado culpable e irrevocablemente condenado.
¿Fue el nombramiento de McCarrick a la sede de Washington y a cardenal obra de Sodano cuando ya Juan Pablo II estaba muy enfermo? No podemos saberlo. Sin embargo, es lícito pensarlo, pero no creo que sea el único responsable. McCarrick iba con mucha frecuencia a Roma y tenía amigos por doquier, a todos los niveles de la Curia. Si Sodano había protegido a Maciel, como parece que así fue, no hay razón para que no protegiera también a McCarrick, que en opinión de muchos tenía los medios económicos para influir en las decisiones. En cambio, el entonces prefecto de la Congregación para los Obispos, el cardenal Giovanni Battista Re, se había opuesto a su nombramiento a la sede de Washington. En la Nunciatura de Washington hay una nota, escrita de su puño y letra, en la que el cardenal Re se disocia de dicho nombramiento y afirma que McCarrick estaba en el puesto 14 en la lista para la sede de Washington.
Al cardenal Tarcisio Bertone, como Secretario de Estado, se le remitió el informe del Nuncio Sambi con todos los documentos adjuntos y, presumiblemente, el Sustituto le entregó mis dos Notas anteriormente citadas, la del 6 de diciembre de 2006 y la del 25 de mayo de 2008. Como ya he apuntado, el cardenal no tenía inconveniente en presentar, de manera insistente, a candidatos manifiestamente homosexuales activos para el episcopado -cito sólo el conocido caso de Vincenzo di Mauro, nombrado arzobispo-obispo de Vigevano, destituido porque abusaba de sus seminaristas-, como tampoco en filtrar y manipular la información que hacía llegar al Papa Benedicto.
El cardenal Pietro Parolin, actual Secretario de Estado, también se ha convertido en cómplice de encubrimiento de los delitos de McCarrick; este, de hecho, tras la elección del Papa Francisco, presumía abiertamente de sus viajes y misiones en distintos continentes. En abril de 2014, el Washington Times había informado en primera página sobre un viaje de McCarrick a la República Centroafricana en nombre del Departamento de Estado. Como Nuncio en Washington, escribí al cardenal Parolin  preguntándole si aún eran válidas las sanciones impuestas a McCarrick por el Papa Benedicto. ¡Inútil decir que nunca hubo respuesta a mi carta!
Lo mismo se puede decir del cardenal William Levada, antiguo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y de los cardenales Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos, y Lorenzo Baldisseri, antiguo Secretario de la misma Congregación para los Obispos, y del arzobispo Ilson de Jesus Montanari, actual Secretario de dicha Congregación. Todos, en razón de su cargo, estaban al corriente de las sanciones impuestas por el Papa Benedicto a McCarrick.
Los cardenales Leonardo Sandri, Fernado Filoni y Angelo Becciu, como Sustitutos de la Secretaria de Estado, conocían con todo detalle la situación del cardenal McCarrick.
Lo mismo vale para los cardenales Giovanni Lajolo y Dominique Mamberti que, como Secretarios para las Relaciones con los Estados, participaban varias veces a la semana en reuniones colegiales con el Secretario de Estado.
En lo que respecta a la Curia romana, por ahora me detengo, aunque son bien conocidos los nombres de otros prelados del Vaticano, también muy cercanos al Papa Francisco, como el cardenal Francesco Coccopalmerio y el arzobispo Vincenzo Paglia, que pertenecen a la corriente filohomosexual favorable a subvertir la doctrina católica respecto a la homosexualidad; corriente que ya fue denunciada en 1986 por el cardenal Joseph Ratzinger, entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en la Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales. A la misma corriente, aunque con una ideología distinta, pertenecen también los cardenales Edwin Frederick OBrien Renato Raffaele Martino. Otros, pertenecientes a dicha corriente, residen incluso en la Domus Sanctae Marthae.
Paso ahora a los Estados Unidos. Obviamente, el primero en ser informado sobre las medidas impuestas por el Papa Benedicto a McCarrick fue su sucesor en la sede de Washington, el cardenal Donald Wuerl, cuya situación ahora está totalmente comprometida por las recientes revelaciones sobre su comportamiento cuando era obispo de Pittsburgh.
Es del todo impensable que el Nuncio Sambi que, como romañolo, era una persona muy responsable, leal, directa y explícita en su modo de ser, no le hubiera hablado del caso. En cualquier caso, yo mismo abordé en más de un ocasión este tema con el cardenal Wuerl, y no tuve necesidad de entrar en detalles porque tuve claro que estaba totalmente al corriente del caso. Recuerdo, sobre todo, el hecho que tuve que llamar su atención porque me di cuenta que, en la contraportada a color de una publicación de la archidiócesis, se anunciaba una invitación a un encuentro con el cardenal McCarrick dirigida a jóvenes que creían tener vocación al sacerdocio. Telefoneé inmediatamente al cardenal Wuerl, que me manifestó su asombro, diciéndome que no sabía nada de ese anuncio y que se ocuparía de anular dicho encuentro. Si como sigue afirmando ahora no sabía nada de los abusos cometidos por McCarrick y de las medidas tomadas por el Papa Benedicto, ¿cómo explica su respuesta?
Sus declaraciones recientes, en las que afirma no haber sabido nunca nada, aunque al principio hace astutamente referencia a las indemnizaciones a las dos víctimas, son totalmente ridículas. El cardenal miente descaradamente y, ademas, induce a la mentira a su canciller, mons. Antonicelli.
Pero el cardenal Wuerl ya había mentido claramente en otra ocasión. Tras un evento moralmente inaceptable autorizado por las autoridades académicas de la Universidad de Georgetown, yo había llamado la atención de su presidente, John DeGioia, al que  seguidamente envié dos cartas. Antes de enviarlas al destinatario, por corrección, entregué personalmente copia de las mismas al cardenal con una misiva de acompañamiento. El cardenal me dijo que no tenía conocimiento de los hechos. Sin embargo, evitó dar acuse de recibo de mis dos cartas, contrariamente a lo que solía hacer. Después supe que hacía siete años que en la Universidad de Georgetown se llevaba a cabo dicho evento. Pero, ¡el cardenal no sabía nada!
El cardenal Wuerl, además, consciente de los continuos abusos cometidos por el cardenal McCarrick y de las sanciones que le había impuesto el Papa Benedicto, transgrediendo la orden del Papa le había permitido residir en un seminario de Washington D.C., poniendo en peligro a otros seminaristas.
El obispo Paul Bootkoski, emérito de Metuchen, y el arzobispo John Myers, emérito de Newark, encubrieron los abusos cometidos por McCarrick en sus respectivas diócesis e indemnizaron a dos de sus víctimas. No pueden negarlo y tienen que ser interrogados para que revelen las circunstancias y las responsabilidades al respecto.
El cardenal Kevin Farrell, entrevistado recientemente por los medios de comunicación, también ha afirmado no haber tenido la más mínima sospecha de los abusos cometidos por McCarrick. Teniendo en cuenta su currículum en Washington, Dallas y ahora en Roma, creo que nadie puede, con toda honestidad, creer en lo que dice. No sé si alguien le ha preguntado en alguna ocasión si conocía los crímenes de Maciel. Si tuviera que negarlo, ¿alguien le creería visto que ha tenido tareas de responsabilidad como miembro de los Legionarios de Cristo?
Respecto al cardenal Sean O’Malley me limito a decir que sus últimas declaraciones sobre el caso McCarrick son desconcertantes, y oscurecen totalmente su transparencia y credibilidad.
* * *
Mi conciencia me obliga también a revelar hechos que he vivido en primera persona relacionados con el Papa Francisco, que tienen un significado dramático y que, como obispo que comparte la responsabilidad colegial de todos los obispos hacia la Iglesia universal, no me permiten callar, y que aquí afirmo, dispuesto a confirmarlos bajo juramento llamando a Dios como mi testigo.
En los últimos meses de su pontificado, el Papa Benedicto XVI había convocado en Roma una reunión de todos los Nuncios Apostólicos, como ya habían hecho anteriormente Pablo VI y san Juan Pablo II en muchas ocasiones. La fecha fijada para la Audiencia con el Papa era el viernes 21 de junio de 2013. El Papa Francisco mantuvo este compromiso tomado por su predecesor. Naturalmente, yo también viajé a Roma desde Washington. Se trataba de mi primer encuentro con el nuevo Papa, elegido tres meses antes, después de la renuncia del Papa Benedicto.
La mañana del jueves 20 de junio de 2013 me dirigí a la Domus Sanctae Marthae, para unirme a mis compañeros, que estaban allí alojados. En cuanto entré en el hall me encontré con el cardenal McCarrick, revestido con el hábito talar con esclavina fileteada. Le saludé con respeto, como había hecho siempre. Él me dijo inmediatamente, con un tono entre ambiguo y triunfante: “El Papa me ha recibido ayer; mañana me voy a China”.
Entonces no sabía nada de su larga amistad con el cardenal Bergoglio y del importante papel que había jugado en su reciente elección, como el mismo McCarrick reveló al cabo de un tiempo en una conferencia que dio en la Villanova University y en una entrevista al Catholic National Reporter; tampoco había pensado nunca en el hecho que había participado en los encuentros preliminares del reciente cónclave, y en el papel que había podido tener como elector en el cónclave de 2005. Por eso no capté inmediatamente el significado del mensaje encriptado que McCarrick me había lanzado; mensaje que se hizo evidente para mí en los días inmediatamente sucesivos.
Al día siguiente tuvo lugar la Audiencia con el Papa Francisco. Después del discurso, en parte leído y en parte improvisado, el Papa quiso saludar uno a uno a todos los nuncios. En fila india, recuerdo que yo era el último. Cuando llegó mi turno, tuve apenas tiempo de decirle: “Soy el nuncio en los Estados Unidos”, cuando él, sin ningún preámbulo, me reprendió con estas palabras: “¡Los obispos de los Estados Unidos no deben estar ideologizados! ¡Tienen que ser pastores!”. Naturalmente, no estaba en condiciones de pedir explicaciones sobre el significado de sus palabras y por el modo agresivo con el que me había increpado. Tenía en la mano un libro en portugués que el cardenal O’Malley me había entregado para el Papa unos días antes, diciéndome: “Así repasa el portugués antes de ir a Río para la Jornada Mundial de la Juventud”. Se lo entregué rápidamente, librándome así de una situación extremamente desconcertante e incómoda.
Al término de la Audiencia el Papa anunció: “Los que el próximo domingo estén aún en Roma están invitados a concelebrar conmigo en la Domus Sanctae Marthae”. Naturalmente, pensé en quedarme para aclarar cuanto antes lo que el Papa había querido decirme.
El domingo 23 de junio, antes de la concelebración con el Papa, le pedí a mons. Ricca, que como responsable de la casa nos ayudaba a revestirnos de los ornamentos sacerdotales, si podía preguntarle al Papa si podía recibirme a lo largo de la semana siguiente. ¿Cómo podía volver a Washington sin haber aclarado lo que el Papa quería de mí? Terminada la misa, mientras el Papa saludaba a los pocos laicos presentes, mons. Fabian Pedacchio, su secretario argentino, vino hacia mí y me dijo: “El Papa me ha pedido que le pregunte si está libre ahora”. Obviamente le respondí que estaba a disposición del Papa y que le agradecía que me recibiera tan rápido. El Papa me llevó al primer piso, donde está su apartamento, y me dijo: “Tenemos 40 minutos antes del Angelus”.
Empecé yo la conversación, preguntándole al Papa qué había querido decirme con las palabras que me había dirigido cuando le había saludado el viernes anterior. Y el Papa, con un tono muy distinto, amigable, casi afectuoso, me dijo: “, los obispos de los Estados Unidos no deben estar ideologizados, no deben ser de derechas como el arzobispo de Filadelfia, (el Papa no mencionó el nombre del arzobispo), tienen que ser pastores; y no deben ser de izquierdas –y añadió levantando ambos brazos–, y cuando digo de izquierdas, quiero decir homosexuales”. Naturalmente, no comprendí la lógica de la correlación entre ser de izquierdas y ser homosexuales, pero no añadí nada más.
Entonces, el Papa me preguntó con tono muy cordial: “¿Cómo es el cardenal McCarrick?”. Le respondí con total franqueza y, si lo desean, con mucha ingenuidad: “Santo Padre, no sé si usted conoce al cardenal McCarrick, pero si le pregunta a la Congregación para los Obispos, hay un dossier así de grande sobre él. Ha corrompido a generaciones de seminaristas y sacerdotes, y el Papa Benedicto le ha impuesto retirarse a una vida de oración y penitencia”. El Papa no hizo el más mínimo comentario a mis graves palabras y su rostro no mostró ninguna expresión de sorpresa, como si ya conociera la situación desde hace tiempo, y cambió enseguida de tema. Pero, entonces, ¿con qué fin el Papa me había hecho esa pregunta: “Cómo es el cardenal McCarrick”? Evidentemente, quería saber si yo era aliado o no de McCarrick.
De vuelta ya en Washington vi todo con gran claridad, gracias también a un nuevo hecho que sucedió pocos días después de mi encuentro con el Papa Francisco. En la toma de posesión de mons. Mark Seitz como obispo de la diócesis de El Paso el 9 de julio de 2013, envié al primer Consejero, mons. Jean-François Lantheaume, mientras yo, ese mismo día, iba a Dallas para un encuentro internacional sobre Bioética. Cuando volvió, mons. Lantheaume me contó que en El Paso se había encontrado con el cardenal McCarrick el cual, en un aparte, le había dicho casi las mismas palabras que el Papa me había dicho a mí en Roma: “Los obispos de los Estados Unidos no deben estar ideologizados, no tienen que ser de derechas, tienen que ser pastores”. ¡Me quedé atónito! Estaba claro que las palabras de reproche que el Papa Francisco me había dirigido ese 21 de junio de 2013 se las había puesto en los labios el día antes el cardenal McCarrick. También la mención que el Papa había hecho “no como el arzobispo de Filadelfia” conducía a McCarrick, porque entre ambos había habido una fuerte discusión respecto a la admisión a la comunión de los políticos favorables al aborto: McCarrick había manipulado, en su comunicado a los obispos, una carta del entonces cardenal Ratzinger que prohibía darles la comunión. También sabía cuán unidos estaban a McCarrick algunos cardenales como Mahony, Levada y Wuerl, que habían obstaculizado los nombramientos más recientes del Papa Benedicto para sedes importantes como Filadelfia, Baltimore, Denver y San Francisco.
No satisfecho con la trampa que me había tendido el 23 de junio de 2013 al preguntarme sobre McCarrick, unos meses después, en la audiencia que me concedió el 10 de octubre de 2013, el Papa Francisco me tendió una segunda, esta vez respecto a otro protegido suyo, el cardenal Donald Wuerl. Me preguntó: “¿El cardenal Wuerl cómo es, bueno o malo?”. “Santo Padre le respondí, no le diré si es bueno o malo, pero le contaré dos hechos”. Y le conté los dos hechos que he mencionado anteriormente, relacionados con la indiferencia pastoral de Wuerl ante las desviaciones aberrantes en la Universidad de Georgetown, y la invitación que hizo la archidiócesis de Washington a jóvenes aspirante al sacerdocio a un encuentro con McCarrick. También en esta ocasión el Papa no tuvo ninguna reacción.
Era evidente que a partir de la elección del Papa Francisco, McCarrick, liberado de cualquier obligación, se sentía libre de viajar continuamente, dar conferencias y entrevistas. En un juego de equipo con el cardenal Rodriguez Maradiaga, se había convertido en el kingmaker [hacedor de reyes] de los nombramientos en la Curia y en los Estados Unidos, y en el consejero más escuchado en el Vaticano para las relaciones con la administración Obama. Se explica así que, como miembros de la Congregación para los Obispos, el Papa sustituyera al cardenal Burke con Wuerl y nombrara de inmediato a Cupich, al que también hizo cardenal. Con dichos nombramientos, la Nunciatura de Washington estaba fuera de juego en relación al nombramientos de los obispos. Además, nombró al brasileño Ilson de Jesus Montanari -gran amigo de su secretario privado argentino Fabian Pedacchio-, Secretario de la Congregación para los Obispos y Secretario del Colegio de Cardenales, promoviéndole, en un solo movimiento, de simple oficial de ese dicasterio a Arzobispo Secretario. ¡Nunca se había visto algo así para un cargo tan importante!
Los nombramientos de Blase Cupich en Chicago y de William Tobin en Newark fueron orquestados por McCarrick, Maradiaga Wuerl, que están unidos por un pacto infame de abusos por parte del primero, y de encubrimiento de los abusos por parte de los otros dos. Sus nombres no figuraban entre los presentados por la Nunciatura para Chicago y Newark.
Respecto a Cupich, no pasa inobservada su clara arrogancia y desfachatez al negar lo que es evidente para todos: que el 80% de los abusos cometidos contra jóvenes adultos han sido cometidos por homosexuales en una relación de autoridad hacia sus víctimas.
En el discurso que hizo cuando tomó posesión de la sede de Chicago, en la que estuve presente como representante del Papa, Cupich dijo, como una salida chistosa, que ciertamente no se debería esperar del nuevo arzobispo que caminara sobre las aguas. Bastaría tal vez que fuera capaz de permanecer con los pies en la tierra y que, cegado por su ideología pro gay, no intentase cambiar la realidad, como ha afirmado en una entrevista reciente concedida a America. Ostentando su especial competencia en materia al haber sido Presidente del Committee on Protection of Children and Young People[Comité de Protección de la Infancia y de los Jóvenes] de la Conferencia Episcopal estadounidense, ha afirmado que el problema principal en la crisis de los abusos sexuales por parte del clero no es la homosexualidad, y que afirmar esto es sólo un modo de distraer la atención del verdadero problema: el clericalismo. Para sostener esta tesis, Cupich ha hecho “extrañamente” referencia a los resultados de una investigación llevada a cabo en el punto álgido de la crisis de los abusos sexuales contra menores de inicios de los años 2000, ignorando “cándidamente” que los resultados de dicha investigación fueron totalmente desmentidos por los sucesivos Informes independientes realizados por el John Jay College of Criminal Justice de 2004 y de 2011, en los que se concluía que, en los casos de abusos sexuales, el 81% de las víctimas eran varones. De hecho, el padre Hans Zollner, S.J., vicerrector de la Pontificia Universidad Gregoriana, presidente del Centre for Child Protection [Centro para la Protección de la Infancia] y miembro de la Pontificia Comisión para la Protección de Menores, ha declarado recientemente al periódico La Stampa, que “en la mayor parte de los casos se trata de abusos homosexuales”.
También el nombramiento de McElroy a la diócesis de San Diego fue orquestada desde arriba, con una orden perentoria cifrada y dirigida a mí como Nuncio por el cardenal Parolin: “Reserve la sede de San Diego para McElroy”. También McElroy era consciente de los abusos cometidos por McCarrick, como demuestra una carta que le dirigió Richard Sipe el 28 de julio de 2016.
A estos personajes están estrechamente vinculados individuos que pertenecen principalmente al ala desviada de la Compañía de Jesús, por desgracia hoy en día mayoritaria, y que ya había sido motivo de seria preocupación para Pablo VI y los pontífices sucesivos. Basta pensar en el padre Robert Drinan, S.J., elegido cuatro veces a la Cámara de Representantes, firme defensor del aborto, o en el padre Vincent OKeefe, S.J., uno de los principales promotores del documento The Land O’ Lakes Statement de 1967, que comprometió de manera muy grave la identidad católica de las Universidades de los Estados Unidos. Obsérvese que también McCarrick, estrechamente vinculado al ala desviada de los jesuitas y en esa época Presidente de la Universidad católica de Puerto Rico, participó en esa nefasta tarea, tan deletérea para la formación de las conciencias de la juventud americana.
El padre James Martin, S.J., ensalzado por los personajes antes mencionados, sobre todo por Cupich, Tobin, Farrell y McEnroy, nombrado Consultor del Dicasterio para las Comunicaciones, conocido activista que impulsa la agenda LGBT y elegido para corromper a los jóvenes que participarán próximamente en Dublín en el Encuentro Mundial de las Familias, es sólo el más reciente y triste ejemplo de esa ala desviada de la Compañía de Jesús.
El Papa Francisco ha pedido en numerosas ocasiones total transparencia en la Iglesia, y a los obispos y fieles que actúen con parresía. Los fieles de todo el mundo se la exigen también a él de manera ejemplar. Que diga desde cuándo tenía conocimiento de los crímenes cometidos por McCarrick abusando de su autoridad con seminaristas y sacerdotes.
En cualquier caso, el Papa tuvo conocimiento de ellos por mí el 23 de junio de 2013 y siguió encubriendo a McCarricksin tener en cuenta las sanciones que le había impuesto el Papa Benedicto y haciendo de él su fiel consejero junto con Maradiaga. 
Este, Maradiaga, se siente tan seguro de la protección del Papa que puede tachar de “cotilleos” los llamamientos insistentes de decenas de seminaristas suyos, que han tenido la valentía de escribirle una carta después de que uno de ellos intentara suicidarse debido a los abusos homosexuales que se cometen en el seminario.
Los fieles ya se han dado claramente cuenta de cuál es la estrategia de Maradiaga: insultar a las víctimas para salvarse a sí mismo, mentir a ultranza para encubrir la vorágine de abusos de poder, de mala gestión en la administración de los bienes de la Iglesia, de desastres financieros, también de amigos íntimos, como es el caso del embajador de Honduras, Alejandro Valladares, antiguo Decano del Cuerpo Diplomático ante la Santa Sede.
En el caso del obispo auxiliar Juan José Pineda, después del artículo aparecido el pasado mes de febrero en el semanal L’Espresso, Maradiaga había declarado al periódico Avvenire: «Fue mi obispo auxiliar Pineda el que pidió la visita, para así “limpiar” su nombre tras las calumnias de que había sido objeto». Ahora, de Pineda se ha publicado sólo que su dimisión ha sido sencillamente aceptada, haciendo desaparecer de este modo en la nada cualquier probable responsabilidad suya y de Maradiaga.
En nombre de la transparencia tan defendida por el Papa, hay que hacer público el informe que el Visitador Apostólico, el obispo argentino Alcides Casaretto, entregó al Papa, y sólo a él, hace más de un año.
Por último, también el reciente nombramiento como Sustituto del Arzobispo Edgar Peña Parra tiene una vinculación con Honduras, es decir, con Maradiaga. Peña Parra, de hecho, prestó servicio de 2003 al 2007 en la Nunciatura en Tegucigalpa como Consejero. Cuando yo era Delegado para las Representaciones Pontificias me habían llegado informaciones preocupantes sobre él.
En Honduras está a punto de repetirse un escándalo de dimensiones descomunales como el de Chile. El Papa defiende a ultranza a su hombre, el cardenal Rodriguez Maradiaga, como había hecho en Chile con el obispo Juan de la Cruz Barros, que él mismo había nombrado obispo de Osorno, en contra de la opinión de los obispos chilenos. Primero insultó a las víctimas de los abusos; después, cuando se vio obligado debido al clamor de los medios de comunicación y a la revuelta de las víctimas y los fieles chilenos, reconoció su error y pidió perdón, aunque afirmando que había sido mal informado, provocando así una situación desastrosa en la Iglesia del país, pero protegiendo aún a dos cardenales chilenos, Errazuriz y Ezzati.
El comportamiento del Papa tampoco ha sido distinto en el triste caso de McCarrick. Sabía, por lo menos desde el 23 de junio de 2013, que McCarrick era un depredador en serie. Y aunque sabía que era un corrupto, lo ha encubierto a ultranza; es más, ha hecho suyos los consejos que McCarrick le daba, y que no estaban ciertamente inspirados por sanas intenciones y por su amor a la Iglesia. Sólo cuando se ha visto obligado por la denuncia de un menor, y siempre en función del aplauso de los medios de comunicación, ha tomado medidas para, así, salvaguardar su imagen mediática.
En los Estados Unidos se eleva ahora una única voz, procedente sobre todo de los fieles laicos, a los que últimamente se han unido algunos obispos y sacerdotes, que pide que todos los que han encubierto con su silencio el comportamiento criminal de McCarrick, o que se han servido de él para hacer carrera o promover sus intenciones, ambiciones o su poder en la Iglesia, tienen que presentar su dimisión.
Pero esto no basta para sanar la situación de los gravísimos comportamientos inmorales cometidos por parte del clero, obispos y sacerdotes. Es necesario proclamar un tiempo de conversión y penitencia. Es necesario que el clero y los seminarios recuperen la virtud de la castidad. Es necesario luchar contra la corrupción del uso impropio de los recursos de la Iglesia y de las ofertas de los fieles. Es necesario denunciar la gravedad de la conducta homosexual. Es necesario erradicar las redes de homosexuales existentes en la Iglesia, como ha escrito recientemente Janet Smith, profesora de Teología Moral en el Seminario Mayor Sagrado Corazón de Detroit. “El problema de los abusos del clero –ha escrito–, no podrá resolverse sólo con la dimisión de algunos obispos, ni tampoco con nuevas directrices burocráticas. El centro del problema son las redes homosexuales existentes en el clero, que tienen que ser erradicadas”. Estas redes homosexuales, difundidas ya en muchas diócesis, seminarios, órdenes religiosas, etc., actúan protegidas por el secreto y la mentira con la fuerza de los tentáculos de un pulpo, triturando a las víctimas inocentes, a las vocaciones sacerdotales y estrangulando a toda la Iglesia.
Imploro a todos, sobre todo a los obispos, para que rompan el silencio y, así, derrotar esta cultura de omertà tan difundida, denunciando a los medios de comunicación y a las autoridades civiles los casos de abuso de los que tengan conocimiento. 
Escuchemos el mensaje más potente que nos ha dejado en herencia san Juan Pablo II: ¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo! 
El Papa Benedicto, en su homilía para la Festividad de la Epifanía de 2008, nos recordaba que el plan de salvación del Padre se ha revelado y realizado plenamente en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, pero tiene que ser escuchado por la historia humana, que es siempre historia de fidelidad por parte de Dios y, lamentablemente, también de infidelidad por parte de nosotros los hombres. La Iglesia, depositaria de la Nueva Alianza, sellada con la sangre del Cordero, es santa pero formada por pecadores, como escribió san Ambrosio: la Iglesia es “immaculata ex maculatis”, es santa y sin mancha aun estando formada en su recorrido terrenal por hombres manchados de pecado.
Quiero recordar esta verdad indefectible de la santidad de la Iglesia a todos aquellos que, ante el abominable y sacrílego comportamiento del antiguo arzobispo de Washington, Theodore McCarrick, y ante la grave, desconcertante y pecaminosa conducta del Papa Francisco y la omertà de muchos pastores, están tan profundamente escandalizados que sienten la tentación de abandonar la Iglesia, desfigurada por tantas ignominias.
El Papa Francisco, en el Angelus del domingo 12 de agosto de 2018 ha pronunciado estas palabras: “Cada uno es culpable del bien que podía hacer y no ha hecho… Si no nos oponemos al mal, lo alimentamos de manera tácita. Es necesario intervenir donde el mal se difunde; porque el mal se difunde donde faltan cristianos valientes que se opongan con el bien”. Si ésta, justamente, hay que considerarla una grave responsabilidad moral para cada fiel, es aún más grave para el supremo pastor de la Iglesia que, en el caso de McCarrick, no sólo no se ha opuesto al mal, sino que se ha asociado, para llevar a cabo el mal, con quien sabía que estaba profundamente corrompido, ha seguido los consejos de quien sabía que era un perverso, multiplicando así de manera exponencial, con su autoridad suprema, el mal cometido por McCarrick. ¡Y a cuántos malos pastores Francisco sigue apoyando en su acción de destrucción de la Iglesia!
Francisco está abdicando del mandato que Cristo dio a Pedro de confirmar a sus hermanos. Es más, con acción los ha dividido, los induce en error, anima a los lobos a seguir destrozando a las ovejas del grey de Cristo.
En este momento extremamente dramático para la Iglesia universal tiene que reconocer sus errores y, en coherencia con el proclamado principio de tolerancia cero, el Papa Francisco tiene que ser el primero en dar ejemplo a los cardenales y obispos que han encubierto los abusos de McCarrick y tiene que dimitir con todos ellos. 
¡Aun en el desconcierto y en la tristeza por la gravedad de todo lo que está sucediendo, no perdamos la esperanza! Sabemos bien que la gran mayoría de nuestros pastores viven con fidelidad y dedicación su vocación sacerdotal.
En los momentos de grandes pruebas es cuando la gracia del Señor se revela con sobreabundancia y pone su ilimitada misericordia a disposición de todos; pero ésta es concedida sólo a quien esté verdaderamente arrepentido y se proponga sinceramente enmendarse. Este es el tiempo oportuno para que la Iglesia confiese sus pecados, se convierta y haga penitencia.
Recemos todos por la Iglesia y por el Papa, ¡recordemos cuántas veces nos ha pedido que recemos por él! 
Renovemos todos la fe en la Iglesia nuestra madre: “¡Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica!”.
¡Cristo no abandonará nunca a su Iglesia! ¡La ha generado con su sangre y la reanima continuamente con su Espíritu!
María, Madre de la Iglesia, ¡reza por nosotros! 
María Virgen Regina, Madre del Rey de la gloria, ¡reza por nosotros! 
Roma, a 22 de agosto de 2018
Santísima María Virgen Reina
Traducción de Helena Faccia para InfoVaticana

World Over - 2018-08-23 – Bishop Robert Morlino's Letter on the Abuse Crisis with Raymond Arroyo


Duración 31:58 minutos

MOST REV. ROBERT MORLINO, bishop of the Diocese of Madison, Wisconsin discusses the Church’s ongoing abuse crisis and his response to the scandal in a recent letter to the priests and people of his Diocese.

Obispo contra Francisco: la "conciencia" no puede disculpar el pecado



Monseñor Robert Morlino, el obispo de Madison, ha criticado la idea [defendida por el papa Francisco] que la "conciencia" puede dispensar de seguir las enseñanzas de la Iglesia.

Al hablar el 23 de agosto con Raymond Arroyo, en su programa de EWTN, dijo: “Con demasiada frecuencia las personas se han excusado de los comportamientos pecaminosos diciendo ‘estoy siguiendo mi conciencia, pues ella es la ley suprema”.

Para Morlino, la contraposición entre la ley objetiva y la comprensión subjetiva de ésta última es “el eje de numerosos problemas surgidos desde el Concilio Vaticano [Segundo]”.

Además, Morlino acusa al “deseo de mantener los abusos lejos de la homosexualidad y llevarlo hacia la pedofilia”.

Él señala que más del 80% de las víctimas de abuso clerical han sido varones que ya habían atravesado la etapa de la pubertad.

sábado, 25 de agosto de 2018

Actualidad comentada׃ "La Iglesia en la encrucijada" Padre SANTIAGO MARTIN FM


Duración 6:47 minutos

Noticias varias 25 de agosto de 2018



CORRESPONDENCIA ROMANA

Iúdica Me (Steve Skojec)

Selección por José Martí

Sacerdotes y obispos homosexuales. Ni "sanos" ni "fieles" (Sandro Magister)



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"Homosexuales" y "obispos": éstas son las dos palabras claves del escándalo que hoy está sacudiendo a la Iglesia. Pero a pesar de esto el papa Francisco no ha introducido ni siquiera una sola vez ni el primer término ni el segundo en su "Carta al Pueblo de Dios" dada a conocer hace pocos días, en vísperas de su viaje a Irlanda para el Encuentro Mundial de las Familias.
Jorge Mario Bergoglio ha puesto bajo acusación más bien al "clericalismo". Que, en efecto, es una causa concurrente de los abusos sexuales llevados a cabo por quienes se sienten investidos de un poder más elevado y hace fuerza para doblegar la voluntad de los sometidos, sean ellos niños o – con muchas más frecuencia – jóvenes o muy jóvenes por debajo de la mayoría de edad.
En su carta a los católicos irlandeses, fechada en el 2010, Benedicto XVI, motivado por escándalos parecidos, había ido más allá en la búsqueda de los motivos de esta enfermedad de la Iglesia.
En esa carta señaló dos motivos:
- la "tendencia, incluso por parte de sacerdotes y religiosos, a adoptar formas de pensamiento y de juicio de las realidades seculares sin suficiente referencia al Evangelio":
- y la "tendencia, motivada por buenas intenciones, pero equivocada, a evitar los enfoques penales de las situaciones canónicamente irregulares".
Hoy ambas tendencias son todavía más visibles en el origen de esta nueva oleada de escándalos. Que sigue siendo habitualmente descrita – como por inercia – bajo la etiqueta de abusos sexuales contra menores, pero que en realidad remite sobre todo a la difundida presencia de homosexuales entre el clero y entre los obispos, quienes no sólo violan el compromiso público de castidad que han asumido con la ordenación, sino que auto-justifican sus comportamientos y forman un cuerpo compacto con sus semejantes, ayudándose y promoviéndose mutuamente.
Desde este punto de vista, el caso del ya no cardenal Theodore McCarrickes paradigmático. La violencia sobre menores ha sido solamente una parte marginal de su desenfrenada actividad sexual con jóvenes de su mismo sexo, que muchas veces eran seminaristas de las diócesis que él gobernaba.
No sólo eso. Entre los cardenales estadounidenses, McCarrick fue el más visible en promover y llevar a cabo la "carta de Dallas" del 2002, la cual contiene los lineamientos de la reacción a la primera gran oleada de abusos sexuales contra menores por parte de sacerdotes, con su epicentro en la arquidiócesis de Boston. Pero esto no modificó en nada su comportamiento personal con jóvenes del mismo sexo, que era conocido por muchos y del que también habían sido informadas las autoridades vaticanas, sin que su carrera [eclesiástica] fuese perturbada en lo más mínimo.
McCarrick continuó hasta el final, muy escuchado por el papa Francisco, influyendo en los nombramientos de sus protegidos, que hoy ocupan cargos importantes en Estados Unidos y en el Vaticano: desde los cardenales Blaise Cupich y Joseph Tobin, arzobispos de Chicago y Newark respectivamente, hasta el cardenal Kevin Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, y hoy promotor del Encuentro Mundial de las Familias, llevado a cabo en Dublín.
Cupich, Tobin y Farrell constituyen la punta de lanza del derribo de posiciones que el papa Francisco quiso imponer en la jerarquía de Estados Unidos. Los tres son fervorosos partidarios del jesuita James Martin, promotor de una revisión sustancial de la doctrina de la Iglesia Católica sobre la homosexualidad, y llamado por Farrell como expositor en el Encuentro de Dublín.
Entre los cardenales de la vieja generación más apreciados por Bergoglio está también Donald Wuerl, sucesor de McCarrick en Washington y anteriormente obispo de Pittsburgh, pero donde el Gran Jurado de Pennsylvania lo ha acusado – en un informe hecho público el pasado 14 de agosto – de haber encubierto a sus sacerdotes culpables de abusos.
El resultado es que Wuerl tuvo que renunciar a ir a Dublín, donde también se lo esperaba a él como expositor. Y lo mismo tuvo que hacer el arzobispo de Boston, el cardenal Sean Patrick O'Malley, por el descubrimiento imprevisto de prácticas homosexuales desordenadas en su seminario – que evidentemente pasaron indemnes de la drástica limpieza llevada a cabo por el mismo O'Malley después del 2002 en la diócesis que era el símbolo de los abusos sexuales perpetrados contra menores –, así como también por no haber tomado en consideración en el 2015 una carta de denuncia de las fechorías del entonces cardenal McCarrick, enviada inútilmente a él por el mismo sacerdote de Nueva York, Boniface Ramsey, quien ya en el 2000 había informado en vano a las autoridades vaticanas.
La fuerte presencia de homosexuales en numerosos seminarios de todo el mundo en un fenómeno más que conocido. En noviembre del 2005, con Joseph Ratzinger como Papa desde algunos meses antes, las autoridades vaticanas establecieron que "la Iglesia, respetando profundamente a las personas en cuestión, no puede admitir al Seminario y a las Órdenes Sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada cultura gay".
Pero esta ordenanza se mantuvo en gran medida sin ser aplicada. El pasado mes de mayo, reuniéndose a puertas cerradas con los obispos italianos, el papa Francisco les pidió que la pusieran en práctica, porque – dijo –"tenemos demasiados homosexuales".
Pero es notorio que también en Roma el fenómeno está presente con sus degeneraciones, e involucra a los superiores de estos seminarios. El Almo Collegio Capranica, el prestigioso internado al que las diócesis envían a sus discípulos para completar sus estudios en Roma, está lejos de ser inmune a ese fenómeno. Al igual que el Pontificio Ateneo San Anselmo, la facultad teológica romana de la Orden Benedictina.
Entre las diócesis vecinas a Roma, la de Albano celebra todos los años un foro de los “cristianos LGBT italianos". En el próximo, del 5 al 7 de octubre, intervendrá el jesuita Martin antes citado. El obispo de Albano es Marcello Semeraro, muy cercano a Francisco y secretario del "C9", en concejo de los nueve cardenales convocados por el Papa para ayudarle en el gobierno de la Iglesia universal.
Coordinador del "C9" es el cardenal hondureño Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, también él expositor en Dublín, pero cuyo obispo auxiliar y discípulo Juan José Pineda Fasquelle ha sido desplazado el pasado 20 de julio a causa de prácticas homosexuales habituales con seminaristas de la diócesis, comprobadas por una visita apostólica.
Pero inexplicablemente Maradiaga permanece en su cargo. Y el pasado 15 de agosto el papa Francisco nombró en el rol clave de sustituto de la Secretaría de Estado al venezolano Edgar Peña Parra, ex consejero de la nunciatura den Hondruas entre el 2002 y el 2005, y muy ligado a Pineda, de quien propició en el 2005 el nombramiento como obispo auxiliar de Tegucigalpa.
Desde los seminarios al clero, a los obispos y a los cardenales, los homosexuales están presentes en todos los niveles y por miles. Una voz no sospechosa como el jesuita declaró hace pocos días en "Crux", el primer portal de información católica de Estados Unidos y quizás del mundo:
"La idea de una depuración de los sacerdotes homosexuales es ridícula y a la vez peligrosa. Toda depuración vaciaría parroquias y Órdenes religiosas de miles de sacerdotes y obispos que llevan vidas sanas de servicio y vidas fieles de celibato".
Esto es muy cierto. Pero también hay sacerdotes y obispos homosexuales que no son “sanos” ni fieles. Son muchos. Demasiados.
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En la foto que está abajo del título, la tapa del Espresso del 19 de julio con el artículo sobre el caso de monseñor Battista Ricca:
Sandro Magister

Teología humanista


PRINCIPIOS SISTEMÁTICOS DE LA TEOLOGÍA HUMANISTA
El armazón sistemático de la teología humanista puede reducirse a tres principios. Tal vez su exposición resulte, a primera vista, demasiado abstracta. Veremos, sin embargo, en seguida la dilatada gama de sus consecuencias vitales.
1. El punto de partida se formula diciendo que «Dios no es objeto». Naturalmente, la frase sería aceptable si lo que se intentara decir con ella es que Dios no es una cosa, sino un Ser personal. Pero «Dios no es objeto» significa en los ambientes de la teología humanista que Dios no puede ser objeto directo de nuestros actos, porque Dios es «el completamente otro». Es interesante que la traducción alemana de la obra de Robinson Honest to God («Sincero para con Dios», en la versión española) tenga como título Gott ist anders («Dios es de otra manera»). Ello implica que, cuando concebimos a Dios y pensamos en El, construyamos en realidad, un ídolo. El intento de dirigirnos directamente a Dios, al presuponer la previa estructuración de este «ídolo», completamente distinto de Dios nos llevaría a una especie de idolatría. El tema dela idolatría, en este sentido, ha sido muy cultivado por los teólogos humanistas. Se olvida así, sin embargo, que de este modo se confunden conocimiento imperfecto y conocimiento falso. San Pablo ha insistido en la posibilidad de conocer a Dios a partir de las creaturas (Rom 1, 20). Sin duda, ese conocimiento es imperfecto, pero no falso. No olvidemos la doctrina de la analogía: porque mi conocimiento de Dios es análogo, Dios es siempre mayor que mi representación de El; pero esa representación afirma algo que es verdadero. Cuando llegue la visión cara a cara, superaré mi conocimiento actual, pero no como algo radicalmente discontinuo, sino como un escalón previo que fue necesario en mi ascensión. «Deus semper maior» es el título de una conocida obra de Przywara; sí, Dios es siempre mayor que lo que mi conocimiento me dice de Él. Pero no hablemos de Dios como del totalmente otro, pues, si esta afirmación se tomara en serio, nos llevaría a relegar a Dios al campo de lo desconocido.
2. Pero, volviendo a los principios de la teología humanista, es claro que, si el horizonte de la capacidad humana está limitado por lo humano y Dios queda fuera de ese horizonte, sólo la encarnación nos da la posibilidad de amar a Dios. El intento directo de amarle nos llevaba a amar un ídolo. Pero en la encarnación se nos da la primera posibilidad de que amando a un hombre, al hombre Jesús, con un amor humano -el único de que el hombre es capaz-, comencemos a amar a Dios, que se ha identificado en unión personal con él.
3. Desde entonces esta actitud humana frente a Cristo -amor humano en el fondo- se convierte en el acto cristiano fundamental. El amor humanista, el amor humano del prójimo, sería la actitud central del cristianismo.
LAS CONSECUENCIAS DE LOS PRINCIPIOS
En estos tres principios fundamentales se puede sintetizar la esencia de la teología humanista. Las consecuencias del sistema son graves. Nos limitamos a enumerarlas brevemente.
1ª. Lógicamente, el acto específicamente religioso, en cuanto dirigido a Dios mismo, pierde la primacía. En realidad, su misma posibilidad se desdibuja con respecto a un Dios que siempre queda más allá de nuestras categorías y nuestros esfuerzos. Quizás esta desaparición de la valoración del acto específicamente religioso tenga relación con la tendencia actual a sustituir la oración formal por la virtual: dejar la oración que se dirige a Dios para sustituirla por el servicio al prójimo. 
2ª. Dado este primer paso, la desacralización se convierte en programa. ¿Por qué seguir cultivando un mundo de lo sacro, cuando nuestros intentos se convertirían en una especie de idolatría, es decir, en culto al ídolo que nuestras categorías construyen? Dios sería totalmente otro y totalmente distinto de ese ídolo. Uno puede preguntarse si no habrá relación entre esta mentalidad y un cierto antisacramentalismo que ha comenzado a invadimos. El postulado de desacralización se ha hecho programáticamente tan radical, que alcanza a la liturgia misma, en la que el hombre comienza a interesar más que el culto a Dios […].
3ª. Al desaparecer Dios de nuestro horizonte, se hace una traducción temporalista del cristianismo. Es claro que el cristiano que toma en serio su fe, es consciente de una serie de obligaciones en el campo social y político. Pero esto es una cosa, y otra presentar esas actividades socio-políticas como si tuvieran en el cristianismo el primer plano o fueran específicas de él. Sin embargo, es evidente que una vez puesto entre paréntesis el plano que se refiere a Dios, y sustituido por un amor humanista al hombre y por un procurar su bien humano, lo socio-político es primario, porque lo es entre las preocupaciones meramente humanas. Se puede entender en esta perspectiva que un teólogo de la secularización como Harvey Cox pueda llegar a opinar que «la teología es, ante todo, política». Sin llegar a Cox, entre los teóricos católicos de la teología humanista, atribuir al trabajo de la construcción de la ciudad terrestre un valor de influjo directo en la preparación del reino de Dios es una convicción inquebrantable, a pesar de la insistencia del Nuevo Testamento en la idea de ruptura entre el mundo presente y el futuro, y la descripción de Apoc 21, 1 ss. de la nueva Jerusalén como don de Dios que viene de lo alto, y no como realidad directamente preparada por las realizaciones terrenas de un mundo más humanizado.
4ª. Naturalmente, al hacerse primaria en el cristianismo la preocupación por la construcción de la ciudad terrena, entra en crisis la idea de sacerdocio. ¿Para qué recibir las órdenes sagradas, si la misión fundamental del cristianismo puede ser igualmente realizada ordenándose o sin ordenarse? Yo diría que se puede realizar mejor sin ordenarse. El clérigo que se empeña en trabajar en el campo socio-político fácilmente entra en conflicto con las estructuras jerárquicas; sin duda, mucho más fácilmente que el seglar […].
5ª. Por otra parte, el «Dios completamente otro» nunca sería expresado por nuestras categorías. Nuestras fórmulas dogmáticas comenzarían así a ser terriblemente relativas. Supuesta esta relatividad de las fórmulas dogmáticas y siendo, además el amor humano la esencia del cristianismo según la teología humanista, el problema ecuménico se plantea para ella en términos totalmente nuevos. ¿Qué sentido tendrían ya las diferencias interconfesionales en la doctrina? Su solución sería sencilla: unámonos en el amor y prescindamos de lo doctrinal […].
6ª. Pero la lógica del sistema lleva más lejos. Si la esencia del cristianismo es el auténtico amor humano, dondequiera que se dé tal amor, allí está el verdadero cristianismo. Surge la teoría de los cristianos anónimos. No se trata en ella solamente de lo que es doctrina común en la Iglesiacatólica. En efecto, ningún teólogo católico duda de que Dios puede salvar, por caminos a nosotros desconocidos, a los infieles de buena voluntad, llevándolos a aquel mínimo de fe que es necesaria para salvarse. El planteamiento de la teología humanista es otro: es suponer que todo pagano que ama humanísticamente a los otros es ya un cristiano anónimo. Los paganos, masivamente considerados, es decir, en su inmensa generalidad, serían ya cristianos sin saberlo. No se puede «convertirlos», si no es de cristianos anónimos en cristianos reflejos. Uno puede preguntarse si, concibiendo así las misiones, vale la pena hacer el esfuerzo misional con todos los sacrificios de abandonar familia y patria que lleva consigo. O ¿se trata de ir a las misiones para no llevar algo específicamente cristiano, sino para trabajar en el desarrollo de los pueblos? ¿Habría entonces esperanza de que nuestra misión interesara en cuanto tal y no tan sólo por lo que tiene de común con todos los movimientos humanitarios? Una cosa es que los paganos de buena voluntad puedan salvarse y otra que la plenitud de los medíos salvíficos sólo se encuentra en la Iglesia católica; ambas proposiciones deben ser mantenidas para una recta comprensión del concepto de misión […].
7ª. Si el acto bueno no toca a Dios, tampoco lo tocará el acto malo. La teología humanista tiene que revisar así el concepto de pecado, que ella no podrá seguir concibiendo como ofensa de Dios.
8ª. Pero la revisión del concepto de pecado induce una reducción del campo de la moral. Sólo se podría considerar verdaderamente pecado lo que hace daño a otro. La amputación de grandes sectores del campo de la moral, que este postulado implica, es fácilmente perceptible. Es interesante recordar en este contexto que la predicación profética en el Antiguo Testamento se dirige muy primariamente contra un pecado que no hace daño al prójimo: la idolatría, incluso en el caso en que se hace sin escándalo de otro.
Creo que es difícilmente negable que la mayor parte de estos criterios están en el ambiente, y, por cierto, ampliamente difundidos. Frecuentemente se encuentran en personas que desconocen totalmente los principios teóricos y sistemáticos de que se derivan. Pero este hecho no debe sorprendernos. El fenómeno es normal. ¿Cuántos alemanes, incluso entre los que vibraban con los ideales nazis, habían leído a Nietzsche, cuyas obras, sin embargo, eran el soporte filosófico del nacionalsocialismo? ¿Cuántos comunistas han leído una obra tan voluminosa como El capital, de Carlos Marx? En todos estos casos, lo que en las obras teóricas son principios abstractos se difunde por medio de «slogans». También ahora muchos de los criterios enumerados, que son consecuencias de los principios de la teología humanista, tienen estructura y forma de «slogans». Y los «slogans» tienen eficacia por sí mismos mucho más allá de los principios de los que pueden proceder y en los que pueden fundarse; incluso al separarse de tales principios los criterios pierden matización y se hacen mas rígidos y radicales.
Tomado de:
Pozo, C. Teología humanista y crisis actual en la Iglesia. En: Daniélou-Pozo, Iglesia y secularización, 2ª ed., BAC, Madrid, 1973, pp. 61 y ss.

"Si lo dice el Papa ... ¡será verdad!": GRAVE ERROR (José Martí) (8 de 9) RUPTURA CON LA TRADICIÓN





Es "curioso": donde hay una clara ruptura se habla de continuidad, como ocurre en el caso de Amoris Laetitia, citando, para más INRI, a san Vicente de Lerins y a santo Tomás de Aquino ( haciéndoles decir lo que no dijeron). 

En breve, va a salir un libro en el que Amoris Laetitia es interpretada por Amoris Laetitia. El libro está prologado por el mismo papa Francisco. Por lo visto, la palabra evolución de los dogmas, que significa cambio en los dogmas, es demasiado clara. Y no conviene utilizarla ya. Ahora se hablará de madurez (como le gusta decir al jesuita pro-homosexual James Martin)  ¡Y puesto que lo ha dicho el Papa ... y el Papa no se equivoca, ... pues será verdad lo que dice: a obedecer toca! ( Pero ... ¿realmente eso es así?¡)

Porque no deja de ser también igualmente "curioso" que se acepte lo que dice el Papa siempre que lo que diga coincida con los criterios mundanos. La experiencia histórica lo demuestra claramente. Nadie haría caso a Francisco (el mismo Francisco que tenemos ahora como Papa),  si hablase conforme a la Tradición transmitida de una vez para siempre. Nadie diría, entonces, "como lo ha dicho el Papa".


Es decir: si Francisco hablase de la necesidad y de la importancia de la cruz como muestra del verdadero amor, si hablase de la importancia esencial de la Eucaristía como Presencia real de Jesucristo, si hablase del amor a Jesús antes que de la solidaridad con los pobres, si hablase de que la vida cristiana no tiene ningún sentido si todo cuanto se hace no es como consecuencia del amor: el amor que Dios nos tiene y el amor con el que queremos corresponderle, que es el que nos lleva a poner todos los dones que hemos recibido al servicio de los demás: de TODOS, porque todos somos pobres y necesitados ... Si hablase así, el mundo entero se pondría en su contra. No sólo el mundo sino también muchos miembros de la alta Jerarquía ... Ya no se diría: ¡Es que como lo ha dicho el Papa! No. Se diría que es un Papa que no ha evolucionado con los tiempos y otras sandeces por el estilo ... ¡Y sin embargo, es justamente entonces cuando podríamos decir, con total seguridad: EL PAPA NO SE EQUIVOCA, pues predica a Cristo y a Cristo crucificado!

Desgraciadamente, no es así. Hoy la cruz se ha desvirtuado. Y su sola presencia molesta. El mundo ha optado, en su totalidad, por el rechazo a Dios ... no a cualquier "dios", sino al único Dios verdadero, el que se manifestó en la Persona de su Hijo, haciéndose hombre; o sea, ha optado por el odio a Jesucristo y a todo lo que lo recuerda. 

Además, este "mundo" se ha introducido en la Iglesia, como caballo de Troya, en un proceso que comienza ya a manifestarse poco antes del Concilio Vaticano II, que continúa con la celebración de dicho Concilio sólo "pastoral" (en apariencia) y que está alcanzando su cenit en la actualidad con el papa Francisco (estamos recogiendo los frutos de ese Concilio) ... y es que la mala semilla ya estaba sembrada, el terreno ha ido preparándose poco a poco; y se ha llegado a una situación en la que la mayoría de los pastores, cuya  obligación era velar por la pureza de la fe, han claudicado ante el mundo ... "se han hecho del mundo: por eso hablan cosas mundanas, y el mundo los oye" (1 Jn 4, 5) , pero han abandonado a sus ovejas, porque no les importan las ovejas: son lobos disfrazados con piel de oveja ... ¡pero lobos!

Se ha querido (en apariencia) dar mucha importancia a las personas, a los pobres (en el sentido marxista, que no en el sentido cristiano de esa palabra) ... pero a costa de olvidarse de Dios. La palabra de Dios ha sido adulterada y se emplea para engañar a la gente, como hizo el Diablo con Jesús ... no dándose cuenta de que sólo si Dios significa el todo para nuestra vida, entonces ... ¡y sólo entonces! ... las personas adquieren su auténtica dignidad y son "realmente" importantes, como así es, puesto que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. 

Pero esto se olvida. No queremos que Dios nos quiera. Rechazamos su Amor, como hicieron los judíos, en su mayoría y en su momento, cuando crucificaron a Jesucristo. Claro que ese rechazo trae consigo unas consecuencias. Dostoievsky decía que "si Dios no existe todo está permitido". Cuando todo se reduce a este mundo, como si no existiera otro, como si no tuviéramos que dar cuenta a nadie de nuestra vida, pues ésta desaparece con la muerte .... en definitiva, cuando se rechaza todo tipo de trascendencia y, en concreto, a Jesucristo, tal y como está ocurriendo hoy, es inevitable que, como decía Plauto (254-184 a.C) el hombres se convierta en un lobo para el hombre, expresión popularizada por el filósofo inglés del siglo XVII, Thomas Hobbes.

Si se elimina a Jesucristo, se elimina el Amor y sólo queda el odio entre las personas y la ley del más fuerte, la ley de la selva, acompañada de rencores, rencillas, enemistades,  etc. La soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza (es decir, los siete pecados capitales) campan por sus anchas. El pecado se convierte en lo habitual, en lo "normal"; y todo el Progreso que se ha dado en la Humanidad gracias a la venida de Jesucristo, se queda en agua de borrajas. Y la esclavitud, ya superada en aquellos lugares de la Tierra adonde ha llegado el Mensaje de Jesucristo, vuelve a aparecer ... pero ahora con más fuerza que nunca. No es nada nuevo: "El que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8, 34); y "la paga del pecado es la muerte" (Rom 6, 23).

Porque, además, y esto es lo más grave. Los hombres primitivos no conocían a Jesucristo. Nosotros sí, lo cual agrava mucho más nuestros pecados. Jesús lo dijo muy claramente: "Si no hubiera venido ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado" (Jn 15, 22)


José Martí (continuará)

Monseñor Morlino habla de la subcultura homosexual en la Iglesia, y pide desagravio al Sagrado Corazón de Jesús



A lo largo de los años, Robert Morlino, obispo de Madison, ha confirmado a varios hijos míos según el rito tradicional, y su diócesis ha sido un refugio para muchas familias católicas desplazadas y desilusionadas. 

Lógicamente, no estamos de acuerdo en todo, pero su fe y su celo pastoral han sido para nosotros una luz en las tinieblas y prueba de que Dios no nos ha dejado huérfanos

Y ahora, por fin, tenemos a un obispo con valor para agarrar al toro por los cuernos y decir, sin pelos en la lengua, quién es el enemigo

Y lo ha hecho en un momento en que es objeto de feroces ataques y acusado de odio por defender la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio. Ataques que, por cierto, nos motivaron a los que hacemos The Remnant a defender al obispo Morlino el año pasado.

¡Esto es un obispo valiente! En nuestra opinión, en medio del mayor escándalo sexual en la historia del clero, todo obispo del país debería hacer lo mismo que ha hecho Morlino: publicar una declaración de fidelidad a la teología moral de la Iglesia, en concreto a su doctrina relativa al pecado mortal que constituyen los actos homosexuales. 

Es innegable que al hacerlo los prelados se harán blanco de las iras de los enemigos de la Iglesia. Es innegable que los crucificarán en los medios. Pero también cumplirán su sagrado deber para con Dios al tranquilizar a su escandalizada y horrorizada grey demostrándoles que están entregados en cuerpo y alma a defender y hacer valer la doctrina moral de la Iglesia cuándo ésta es objeto de graves ofensivas desde dentro. 

Es lo menos que pueden hacer. Morlino ya lo ha hecho, y exigimos respetuosamente al resto de los obispos de EE.UU. que imiten su ejemplo para no ser cómplices de los pastores degenerados e incluso delictivos, cuya perfidia y viciosa conducta ocupa en estos momentos tanto espacio en los noticieros. 

Que Dios bendiga y guarde a monseñor Roberto Morlino. 

Michael Matt

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Para leer la Carta de monseñor Robert Morlino a los fieles sobre la actual crisis de abusos sexuales en la Iglesia pinchar aquí. 

José Martí

Ex-miembro de la Pontificia Comisión para la Protección de los Menores demanda responsabilidad del Vaticano por los abusos


PÍO MOA HABLA DE FRANCO EN ESTA CARTA ABIERTA AL GOBIERNO


Duración 12:31 minutos