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sábado, 26 de noviembre de 2016

La modernidad contra las mujeres (Javier Barraycoa)




La mayoría de autores que han fundamentado el pensamiento moderno, escribieron sin piedad contra las mujeres. Hoy nos han hecho creer que la modernidad trajo la liberación de la mujer
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La autocomprensión de nuestra modernidad como “liberación”, nos ha impedido atender a ciertas contradicciones más que evidentes. Hoy el feminismo, de hecho, se nos presenta como un movimiento moderno. No obstante, posiblemente, la mujer nunca fue tan denostada como en el pensamiento de los padres intelectuales de la modernidad.

Ya en la Ilustración se pusieron de moda las apostillas sobre las mujeres. Voltaire, por ejemplo, hacía reír al público con frases como: “Las mujeres son como las veletas, sólo se quedan quietas cuando están oxidadas”.


Kant, uno de los grandes teóricos de la democracia moderna, en su obra De lo bello y lo sublime, ironiza sobre la pretensión de las mujeres para alcanzar ciertos saberes científicos como las matemáticas e insinúa que para hablar de física deberían ponerse una barba postiza para adquirir el aspecto de “profundidad”. 


Schopenhauer, un burgués de izquierdas, en el Arte del buen vivir, describe el sexo femenino como absorbente y totalizante, obsesionado con un único objetivo: las relaciones sexuales


Hegel, teórico del Estado moderno, en la Fenomenología del Espíritu pone en marcha las categorías del pensamiento moderno para definir que el destino de la mujer está en el hogar y el de hombre en el Estado


Nietzsche, todavía hoy banderín de enganche del nihilismo postmoderno, se caracterizó por sus frecuentes ataques a la mujer y a todo movimiento feminista. En su obra Más allá del bien y del mal anunciaba: “desde la Revolución francesa la influencia de la mujer ha disminuido en Europa en la medida que sus derechos y pretensiones han aumentado, y la emancipación de la mujer se revela como un curioso síntoma de debilitamiento de esterilización gradual de los instintos femeninos primordiales”. En la misma obra, Nietzsche vindica el “abismo que separa al hombre y la mujer”, negando todo principio de igualdad entre ambos sexos. En Así habló Zaratustra, el filósofo alemán sigue arremetiendo: “¿No es mejor caer en manos de un asesino que en los sueños de una mujer lasciva?” Algo nos dice que la misoginia nietzscheana no es meramente accidental.



El padre del evolucionismo, Charles Darwin, aplicó su teoría no sólo al hombre en general, sino a distinguir la evolución entre el hombre y la mujer. En su obra El origen del hombre afirma que: “si los hombres están en decidida superioridad sobre las mujeres en muchos aspectos, el término medio de las facultades mentales del hombre estará por encima del de la mujer”


El entusiasmo que en ciertos ambientes sigue generando el psicoanálisis, contrasta con la comprensión freudiana de lo femenino. Freud siempre negó la existencia de la feminidad como algo natural, afirmándolo como algo que “se hace” culturalmente. Para el vienés sólo la masculinidad era innata en todos los individuos y la mujer vendría a ser “un hombre castrado”. Así, sobre la base de este principio, pretendía explicar las frustraciones sexuales de la mujer por añorar el elemento fálico del cuerpo masculino.


Por eso, durante mucho tiempo, el feminismo tuvo que dejar a Freud en el baúl de los recuerdos. Hoy en día psicoanalistas feministas como Karen Horney o Melanie Klein, han dado la vuelta al argumento freudiano y pretenden hacernos creer que es el hombre el que siente envidia por el cuerpo de la mujer. Pero Freud dijo lo que dijo

Podríamos coleccionar toda una retahíla de citas de los “padres de la modernidad” que nos llevarían a una sorprendente conclusión: la modernidad nunca contempló lo que hoy se denomina liberación de la mujer

Paradójicamente el feminismo se siente deudor para con la modernidad.

Javier Barraycoa

viernes, 25 de noviembre de 2016

Contradicciones de un jubileo que llega a su fin (Roberto de Mattei)




Sin duda alguna, entre las claves para interpretar el pontificado del papa Francisco está su amor por la contradicción. Esta disposición de ánimo se hace patente en la carta apostólica Misericordia et misera, firmada en la clausura del Jubileo Extraordinario de la Misericordia. 
En dicha carta, el papa Bergoglio deja sentado que todos los que frecuentan las iglesias de los sacerdotes de la Fraternidad san Pío X pueden recibir válida y lícitamente la absolución sacramental. El Papa corrige, por tanto, lo que constituía el principal factor de irregularidad en la fraternidad que fundó monseñor Lefebvre: la validez de las confesiones. 
Sería contradictorio imaginar que una vez reconocidas como válidas y lícitas las confesiones no se consideren igualmente lícitas las misas celebradas por los sacerdotes de la Fraternidad que, en todo caso, son ciertamente válidas. A estas alturas no se entiende qué necesidad pueda haber de un acuerdo entre Roma y la Fraternidad fundada por monseñor Lefebvre, dado que la postura de los mencionados sacerdotes está de hecho regularizada, y que los problemas que aún están sobre el tapete, como salta a la vista, son de escaso interés para el Sumo Pontífice.
En la misma carta, «para que ningún obstáculo se interponga entre la petición de reconciliación y el perdón de Dios», el papa Bergoglio concede, de ahora en adelante «a todos los sacerdotes, en razón de su ministerio, la facultad de absolver a quienes hayan procurado el pecado de aborto». 
En realidad, los sacerdotes ya estaban facultados para perdonar en la confesión el pecado de aborto. Ahora bien, según la doctrina multisecular de la Iglesia, el aborto se cuenta entre los pecados graves que se castigan automáticamente con la excomunión. «Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae», reza el Código de Derecho Canónico de 1983 en el canon 1398. Por tanto, los sacerdotes necesitaban autorización de su obispo para levantar la excomunión antes de poder absolver el pecado de aborto
Actualmente todo sacerdote puede levantar también la excomunión sin necesidad de recurrir a su obispo o haber recibido previa autorización de él. En la práctica, la excomunión desaparece y el aborto pierde la gravedad que le atribuía el derecho canónico.

En una entrevista emitida el pasado 20 de noviembre por Tv2000, el papa Francisco declaró que «el aborto sigue siendo un pecado grave», un «crimen horrendo», porque «pone fin a una vida inocente». 
¿Puede el Papa ignorar que su decisión de desvincular de la excomunión latae sententiae el delito de aborto relativiza ese horrendo crimen haciendo posible que los medios de difusión lo presenten como un pecado que la Iglesia ya no considera tan grave como antes y lo perdona con facilidad?
En su carta, el Papa afirma que «no existe ningún pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir cuando encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse con el Padre». 
Pero, como se hace manifiesto en sus mismas palabras, la misericordia es misericordia porque presupone la existencia del pecado y, por lo tanto, de la justicia. ¿Por qué habla siempre sólo del Dios bueno y misericordioso, y nunca del Dios justo que premia y castiga según los méritos y culpas del hombre? 
Los santos, como se ha señalado, nunca han dejado de exaltar la misericordia de Dios, inagotable al dar; pero al mismo tiempo, hablan de temer su justicia, rigurosa al exigir. Sería contradictorio un Dios que sólo fuese capaz de amar y premiar el bien pero incapaz de odiar y castigar el mal.
A menos que se crea que la ley divina existe pero es abstracta e impracticable, que lo único que cuenta es la vida concreta del hombre, que no puede evitar pecar, y que  lo que importa no es la observancia de la ley, sino la confianza ciega en el perdón y la misericordia divina.
Pecca fortiter, crede fortius. Pero esa es la doctrina de Lutero, no la de la Iglesia Católica.


Roberto de Mattei

Tres obispos apoyan públicamente a los Cardenales Brandmuller, Burke, Caffarra y Meisner tras los ataques recibidos por presentar sus "dubia" al Papa Francisco

FUENTE: CATHOLICVS


En los últimos días, tres obispos han hecho público su apoyo a los cuatro cardenales (Brandmuller, Burke, Caffarra y Meisner) que enviaron las preguntas ("dubia") al Papa Francisco para que aclare los puntos confusos de la exhortación "Amoris Laetitia":

S. E. Mons. Jan Wątroba, Obispo de Rzeszów y Presidente del Consejo para la Familia de la Conferencia Episcopal Polaca.
S. E. Mons. Jósef Wróbel, Obispo titular de Suas y auxiliar de Lublin (Polonia).
S. E. Mons. Athanasius Schneider, Obispo titular de Celerina y auxiliar de María Santísima en Astaná (Kazajistán).

El primero lo ha hecho en unas declaraciones a la agencia de noticias católica de Polonia KAI (Katolicka Agencja Informacyjna), en las que considera que la publicación de la carta de los cuatro cardenales al Papa Francisco "no es reprobable", sino la "expresión de su compromiso y preocupación por la correcta comprensión de las enseñanzas de Pedro", y afirma que él también espera "con interés la respuesta, la clarificación, sobre todo porque yo mismo me hago esas preguntas, al igual que otros obispos y pastores". Asimismo, señaló que "es una lástima que no haya ninguna interpretación general ni un mensaje claro del documento y que haya que añadir interpretaciones a la exhortación apostólica. Yo, personalmente -quizá por costumbre, pero también por profunda convicción-, prefiero documentos como los de Juan Pablo II, que no requerían comentarios o interpretaciones de la enseñanza de Pedro".

El segundo, según afirma en una entrevista concedida a "La Fede Quotidiana", dice que "los cuatro cardenales han actuado bien y han ejercido lo que está previsto en la ley canónica", ya que "no solo tienen derecho, sino incluso la obligación" de presentar sus preguntas. Considera que es oportuna una clarificación del documento, especialmente de su capítulo octavo, porque es ambiguo y "está mal escrita" -la exhortación-, y por eso se producen tantas interpretaciones.

Y el tercero, a través de una carta que ha publicado en apoyo de los cuatro cardenales, coincide con el anterior: "al publicar una petición de clarificación en un asunto que concierne simultáneamente a la verdad y a la santidad de tres sacramentos, el Matrimonio, la Penitencia y la Eucaristía, los cuatro cardenales sólo cumplieron con su deber básico como obispos y cardenales, que consiste en contribuir activamente para que la Revelación, transmitida por los Apóstoles, pueda ser preservada sagradamente e interpretada fielmente". El obispo cree que "en nuestros días, la Iglesia entera debe reflexionar sobre el hecho de que el Espíritu Santo no ha inspirado en vano a San Pablo para que escriba en la carta a los Gálatas el incidente de su corrección pública a Pedro. Uno debe confiar en que el Papa Francisco aceptará esta súplica pública de los cuatro cardenales con el espíritu del Apóstol Pedro cuando San Pablo le ofreció una corrección fraterna por el bien de toda la Iglesia".

Y en lo referente a las desaforadas críticas y ataques de ciertos prelados a estos cuatro cardenales [como, por ejemplo, el publicado anteayer en este mismo blog, que puede verse aquí], opina que "las reacciones extraordinariamente violentas e intolerantes de algunos obispos y cardenales contra la pacífica y cautelosa súplica de los cuatro cardenales provocan un gran asombro", entre otras cosas porque "el Papa Francisco realiza frecuentes llamamientos al diálogo abierto y sin miedo entre todos los miembros de la Iglesia en asuntos concernientes a los bienes espirituales de las almas [...] Las reacciones negativas a la declaración pública de los cuatro cardenales se asemejan a la confusión doctrinal general durante la crisis arriana del siglo cuarto".

La carta original, completa, ha sido publicada por Rorate Caeli. Puede leerse la traducción al español en este enlace.

CATHOLICVS

jueves, 24 de noviembre de 2016

EXCLUSIVO: el Obispo Athanasius Schneider, en defensa de los cuatro cardenales




N.B.: El siguiente artículo fue enviado hoy a a Rorate Caeli por Su Excelencia el Obispo Athanasius Schneider. No sólo permitimos sino que animamos a todos los medios de comunicación y blogs tradicionales a publicar este artículo y llevar su mensaje crítico a todo el mundo. También: sabemos que es un hecho que otros prelados poseen tanto la verdadera fe como agallas. Ustedes, cardenales y obispos, también pueden aprovechar nuestro alcance global publicando en Rorate en defensa de los cuatro cardenales. Instamos a que lo hagan.
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Por el obispo Athanasius Schneider
Especial para Rorate Caeli23 de noviembre de 2016
“Nada podemos contra la verdad, sino a favor de la verdad” (2 Cor. 13: 8)
La Voz Profética de Cuatro Cardenales de la Santa Iglesia Católica Romana
Debido a “una profunda preocupación pastoral,” el 14 de noviembre de 2016, cuatro cardenales de la Santa Iglesia Católica Romana, Su Eminencia Joachim Meisner, Arzobispo emérito de Colonia (Alemania), Su Eminencia Carlo Caffarra, Arzobispo emérito de Bolonia (Italia), Su Eminencia Raymond Leo Burke, Patrón de la Soberana Orden Militar de Malta, y Su Eminencia Walter Brandmüller, Presidente emérito del Comité Pontificio de Ciencias Históricas, publicaron un texto con cinco preguntas, llamadas dubia (“dudas” en latín), que habían enviado previamente, el 19 de septiembre de 2016, al Santo Padre y al cardenal Gerhard Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, junto con una carta. 
Los cardenales solicitaron al papa Francisco que aclare la “grave desorientación y gran confusión” respecto a la interpretación y aplicación práctica de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, particularmente el capítulo VIII y los fragmentos relacionados a la admisión a los sacramentos de los divorciados vueltos a casar, así como la enseñanza moral de la Iglesia.
En su declaración con título “Buscando Claridad: Una súplica para deshacer los nudos de Amoris Laetitia” los cardenales dicen que para muchos – obispos, sacerdotes, y fieles, – estos párrafos aluden o inclusive enseñan explícitamente un CAMBIO en la disciplina de la Iglesia respecto a los divorciados que viven en una nueva unión.” 
Al decir esto, los cardenales sólo manifestaron hechos reales de la vida de la Iglesia. Estos hechos son demostrados en orientaciones pastorales de varias diócesis y por declaraciones públicas de algunos obispos y cardenales que afirman que en algunos casos los católicos divorciados vueltos a casar pueden ser admitidos a la sagrada comunión  aunque continúen haciendo uso de los derechos reservados por ley Divina a parejas válidamente casadas.
Al publicar un pedido de claridad en un asunto que concierne simultáneamente a la verdad y a la santidad de tres sacramentos, el matrimonio, la penitencia y la eucaristía, los cuatro cardenales sólo cumplieron con el deber básico como obispos y cardenales, que consiste en contribuir activamente para que la Revelación transmitida por los apóstoles pueda ser preservada sagradamente e interpretada fielmente. 
Fue especialmente el Concilio Vaticano Segundo que recordó a todos los miembros del colegio de obispos como legítimos sucesores de los apóstoles, su obligación según la cual “en virtud de la institución y precepto de Cristo [69], están obligados a tener por la Iglesia universal aquella solicitud que, aunque no se ejerza por acto de jurisdicción, contribuye, sin embargo, en gran manera al desarrollo de la Iglesia universal. Deben, pues, todos los Obispos promover y defender la unidad de la fe y la disciplina común de toda la Iglesia” (Lumen gentium, 23; cf. también Christus Dominus, 5-6).
Al publicar su solicitud al Papa, los obispos y cardenales debieron estar movidos por un afecto colegial genuino hacia el Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo en la tierra, siguiendo la enseñanza del Concilio Vaticano II (cf. Lumen gentium, 22); y al hacerlo ofrecer “ayuda consultiva a la función primacial” del Papa (cf. Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos, 13).
En nuestros días, la Iglesia entera debe reflexionar sobre el hecho de que el Espíritu Santo no ha inspirado en vano a San Pablo para que escriba en la carta a los Gálatas el incidente de su corrección pública a Pedro. Uno debe confiar que el papa Francisco aceptará esta súplica pública de los cuatro cardenales con el espíritu del Apóstol Pedro cuando San Pablo le ofreció una corrección fraterna por el bien de toda la Iglesia
Que las palabras de aquel gran Doctor de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino, nos iluminen y nos reconforten: “en el caso de que amenazare un peligro para la fe, los superiores deberían ser reprendidos incluso públicamente por sus súbditos. Por eso San Pablo, siendo súbdito de San Pedro, le reprendió en público a causa del peligro inminente de escándalo en la fe. Y como dice la Glosa de San Agustín: Pedro mismo dio a los mayores ejemplo de que, en el caso de apartarse del camino recto, no desdeñen verse corregidos hasta por los inferiores.” (Summa theol., II-II, 33, 4c).
El papa Francisco realiza llamados frecuentes al diálogo abierto y sin miedo entre todos los miembros de la Iglesia en asuntos referidos a los bienes espirituales de las almas. En la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, el Papa habla de la necesidad “de seguir profundizando con libertad algunas cuestiones doctrinales, morales, espirituales y pastorales. La reflexión de los pastores y teólogos, si es fiel a la Iglesia, honesta, realista y creativa, nos ayudará a encontrar mayor claridad” (n. 2). Más aún, las relaciones en todos los niveles dentro de la Iglesia deben estar libres de un clima de miedo o intimidación, tal como solicitó el papa Francisco en varios pronunciamientos.
A la luz de estos pronunciamientos del papa Francisco y del principio de diálogo y aceptación de la pluralidad legítima de opiniones, promovido por los documentos del Concilio Vaticano Segundo, las reacciones extraordinariamente violentas e intolerantes de algunos obispos y cardenales contra la pacífica y cautelosa súplica de los cuatro cardenales provocan un gran asombro
Entre estas reacciones intolerantes uno podría leer afirmaciones tales como, por ejemplo: los cuatro cardenales son tontos, cismáticos, herejes e incluso comparables a los herejes arrianos.
Tales juicios despiadados y terminantes no revelan sólo intolerancia, rechazo al diálogo y furia irracional, sino que también demuestran sometimiento a la imposibilidad de decir la verdad, sometimiento al relativismo en la doctrina y en la práctica, en la fe y en la vida
La reacción clerical antes mencionada contra la voz profética de los cuatro cardenales refleja, en última instancia, impotencia frente a los ojos de la verdad. Tal reacción violenta sólo tiene un objetivo: silenciar la voz de la verdad que perturba y fastidia la aparentemente pacífica y nebulosa ambigüedad de estos críticos clericales.
Las reacciones negativas a la declaración pública de los cuatro cardenales se asemejan a la confusión doctrinal general durante la crisis arriana del siglo cuarto. Es en beneficio de todos citar, en esta situación de confusión doctrinal de nuestros días, algunas afirmaciones de San Hilario de Poitiers, el “Atanasio del oeste”.
“Ustedes [los obispos de la Galia] que aún permanecen conmigo, fieles en Jesucristo, no se rindieron al verse amenazados por el surgimiento de la herejía y ahora, al enfrentarse a dicho surgimiento, han desatado su violencia. Sí, hermanos, ustedes han triunfado, para alegría inmensa de quienes comparten su fe: y su constancia inquebrantable obtuvo la doble gloria de mantener la conciencia pura y dar un ejemplo de gran autoridad.” (Hil. De Syn., 3).
“Su fe invencible [de los obispos de la Galia] mantiene la distinción honorable del valor consciente y, contentos en rechazar una acción astuta, vaga, o dubitativa, permanece segura en Jesucristo, preservando la profesión de su libertad. Debido a que todos nosotros sufrimos un dolor profundo y lamentable por las acciones de los malvados contra Dios, sólo dentro de nuestros límites se encontrará la comunión en Jesucristo, desde el tiempo que la Iglesia comenzó a verse agobiada por disturbios tales como la expatriación de obispos, la destitución de sacerdotes, la intimidación del pueblo, la amenaza de la fe, y la determinación del significado de la doctrina de Cristo por voluntad y poder humanos. Su decidida fe no pretende ser ignorante de estos hechos o profesar que puede tolerarlos, percibiendo que por el acto de consentirlos hipócritamente traería hacia sí el juicio de la conciencia” (Hil. De Syn., 4).
He dicho lo que yo mismo creo, consciente de que era mi deber como soldado al servicio de la Iglesia, según la enseñanza del Evangelio, el enviarles por estas cartas la voz del oficio que sostengo en Jesucristo. Corresponde a ustedes discutir, proveer y actuar, que puedan guardar con corazones celosos la fidelidad inviolable que mantienen y que continúen sosteniendo lo que hoy sostienen” (Hil. De Syn., 92).
Las siguientes palabras de San Basilio el Grande, dirigidas a los obispos latinos, pueden ser aplicadas, en ciertos aspectos, a la situación de quienes en nuestros días solicitan claridad doctrinal, incluyendo los cuatro cardenales
“El cargo que ciertamente asegura un severo castigo es mantener cuidadosamente las tradiciones de los padres. No estamos siendo atacados por riquezas, gloria, o beneficios temporales. Nos paramos en el campo a luchar por nuestra herencia común, por el tesoro de la fe profunda proveniente de nuestros padres. Aflíjanse con nosotros, todos ustedes que aman a sus hermanos, por el silencio de los hombres de verdadera Religión y la apertura de los labios osados y blasfemos de todos los que pronuncian injusticias contra Dios. Los pilares y la base de la verdad desparramados hacia afuera. Nosotros, cuya insignificancia ha permitido que seamos ignorados, estamos privados de nuestro derecho a hablar libremente” (Ep. 243, 2.4).
Hoy, estos obispos y cardenales que solicitan claridad y que intentan cumplir su deber guardando santa y fielmente la Revelación Divina transmitida en relación a los sacramentos del matrimonio y la eucaristía, ya no están exiliados como lo estaban los obispos nicenos durante la crisis arriana. Contrario al tiempo de la crisis arriana, tal como escribió en 1973 Rudolf Graber, obispo de Ratisbona, hoy el exilio de obispos es reemplazado por estrategias para silenciarlos y campañas de difamación (cf. Athanasius und die Kirche unserer Zeit, Abensberg 1973, p. 23).
Otro campeón de la fe católica durante la crisis arriana fue San Gregorio Nacianceno. Él escribió la siguiente descripción del comportamiento de la mayoría de los pastores de la Iglesia de aquel tiempo. Esta voz del gran Doctor de la Iglesia debiera ser una advertencia beneficiosa para los obispos de todos los tiempos: 
"Ciertamente los pastores actuaron como unos insensatos, porque salvo un número muy reducido, que fue despreciado por su insignificancia o que resistió por su virtud, y que había de quedar como una semilla o una raíz de donde renacería de nuevo Israel bajo el influjo del Espíritu Santo, todos cedieron a las circunstancias, con la única diferencia de que unos sucumbieron más pronto y otros más tarde; unos estuvieron en primera línea de los campeones y jefes de la impiedad, otros se unieron a las filas de los soldados en batalla, vencidos por el miedo, por el interés, por el halago o, lo que es más inexcusable, por su propia ignorancia” (Orat. 21, 24).
Cuando en el año 357 el papa Liberio firmó una de las denominadas fórmulas de Sirmium en la que descartaba deliberadamente la expresión dogmáticamente definida de “homoousios” y excomulgó a San Atanasio para tener paz y armonía con los obispos arrianos y semi-arrianos del este, algunos fieles católicos y obispos, especialmente San Hilario de Poitiers, se escandalizaron profundamente
San Hilario transmitió la carta que el papa Liberio escribió a los obispos orientales, anunciando la aceptación de la fórmula de Sirmium y la excomunión de San Atanasio. Con gran dolor y consternación, San Hilario agregó a la carta, en una especie de desesperación, la frase: “Anathema tibi a me dictum, praevaricator Liberi” (Yo te digo anatema, prevaricador Liberio), cf. Denzinger-Schönmetzer, n. 141. 
El papa Liberio quería paz y armonía a toda costa, incluso a expensas de la verdad divina. En su carta a los obispos heterodoxos latinos Ursace, Valence, y Germinius anunciándoles las decisiones mencionadas arriba, escribió que prefería paz y armonía antes que el martirio (cf. cf. Denzinger-Schönmetzer, n. 142).
En qué contraste dramático yacía el comportamiento del papa Liberio frente a la siguiente convicción de San Hilario de Poitiers: No conseguimos paz a expensas de la verdad, haciendo concesiones para adquirir la reputación de tolerantes. Conseguimos la paz luchando legítimamente según las reglas del Espíritu Santo. Hay un peligro en aliarse secretamente con el descreimiento que lleva el hermoso nombre de la paz.” (Hil. Ad Const., 2, 6, 2).
El beato John Henry Newman habló sobre estos lamentable e inusuales hechos con la siguiente afirmación sabia y equilibrada: 
“Si bien es históricamente cierto no es, de ninguna manera, doctrinalmente falso que un Papa, como doctor privado, y mucho más los obispos, cuando no enseñan formalmente, pueden errar, tal como vemos que erraron en el siglo cuarto. El papa Liberio podía firmar la fórmula Eusebia en Sirmium, y la misa de los obispos en Ariminum u otro lugar, y a pesar de ese error seguir siendo infalible en sus decisiones ex cathedra. (The Arians of the Fourth Century, London, 1876, p. 465).
Los cuatro cardenales con su voz profética demandando claridad doctrinal y pastoral  tienen un gran mérito frente a sus propias conciencias, frente a la historia, y frente a innumerables fieles católicos sencillos de nuestros días, empujados hacia la periferia eclesial por su fidelidad a las enseñanzas de Jesucristo sobre la indisolubilidad del matrimonio
Pero, sobre todo, los cuatro cardenales tienen un mérito grande a los ojos de Jesucristo. Debido al coraje de su voz, sus nombres brillarán ardientemente el día del Juicio Final, debido a que obedecieron a la voz de su conciencia, recordando las palabras de San Pablo: “Nada podemos contra la verdad, sino a favor de la verdad” (2 Cor 13: 8). 
Seguramente, en el Juicio Final los ya mencionados críticos de los cuatro cardenales, en su mayoría clérigos, no tendrán una respuesta fácil por su ataque violento al justo, valioso, y meritorio acto de estos cuatro miembros del Sagrado Colegio Cardenalicio.
Las siguientes palabras inspiradas por el Espíritu Santo retienen su valor profético, especialmente en vistas de la creciente confusión doctrinal y práctica respecto al sacramento del matrimonio en nuestros días: 
“Porque vendrá el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina, antes bien, con el prurito de oír, se amontonarán maestros con arreglo a sus concupiscencias. Y apartarán el oído de la verdad, pero se volverán a las fábulas. Tú, por tu parte, sé sobrio en todo, soporta lo adverso, haz obra de evangelista, cumple bien tu ministerio.” (2 Tim. 4: 3-5).
Que todos quienes en nuestros días aún toman seriamente sus votos bautismales y sus promesas sacerdotales y episcopales, reciban la fortaleza y la gracia de Dios para reiterar, junto con San Hilario, las palabras: 
“¡Que pueda estar siempre en el exilio, a menos para que la verdad comience a predicarse otra vez!” (De Syn., 78)Deseamos de todo corazón esta fortaleza y gracia a los cuatro cardenales así como a quienes los critican.
+ Athanasius Schneider, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Saint Mary en Astana
(Traducido por Marilina Manteiga, equipo de traducción de Adelante la Fe. Artículo original)

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Obispo polaco: "Los cuatro cardenales sólo ejercieron su deber"




En una entrevista con Michele M. Ippolito de La Fede Quotidiana, el obispo auxiliar Józef Wróbel, de Lublin (Polonia) parece ser el primero (de otros muchos prelados) en pronunciarse públicamente a favor de la Carta de los cuatro cardenales: "Los cuatro tenían razón al pedir aclaraciones sobre Amoris Laetitia. En todo caso, sólo se les debía responder "

-[Su] Excelencia [Obispo] Wrobel, ¿qué le parece la carta de aclaración sobre Amoris Laetitia enviada por cuatro cardenales al Papa?

-Han hecho bien y han ejercido correctamente las disposiciones del derecho canónico. Creo que no es sólo un derecho, sino incluso un deber. Hubiera sido justo responder a sus observaciones. No hicieron preguntas sobre el clima del día siguiente, sino sobre cuestiones relativas a la enseñanza de la Iglesia y por lo tanto a los fieles.

-Las dudas sobre la AL, ¿las encuentra pertinentes?

-Como he dicho antes, una aclaración sobre el documento, y especialmente sobre el capítulo ocho, es oportuna. El texto se presta efectivamente a varias interpretaciones. Es ambiguo.

-¿Por qué se presta a varias interpretaciones?

-Porque no estaba bien escrito. Probablemente con demasiada prisa, sin analizar los contenidos y las posibles consecuencias, sin el cuidado y atención que merecen. Hay una necesidad de llevar estas preguntas al Vaticano y a los colaboradores en quienes el Papa tiene confianza. La redacción de estos textos tan importantes con prisas no hace un buen servicio a la Iglesia.

-¿Se puede dar la comunión a los que se han vuelto a casar civilmente?

-No se podía dar [la Comunión] antes de Amoris Laetitia. No es posible tampoco ahora. La doctrina de la Iglesia no está sujeta a cambios: de lo contrario ya no sería la Iglesia de Cristo fundada en el Evangelio y la Tradición. No se le concede a nadie el modificar la doctrina en la medida en que nadie es el dueño de la Iglesia.

-¿Comunión a parejas homosexuales?

-No es posible, y la misericordia no es un permiso. Los actos homosexuales son un pecado muy grave, mucho más que los cometidos entre heterosexuales. De hecho, van contra la naturaleza.

(...)

-Inmigración, ¿qué hacer?

-La acogida está en el espíritu cristiano. Sobre todo, en la teología moral, la primacía está en la caridad. Ésta mira primero a los más cercanos [a nosotros], a los vecinos, para llegar después a los más alejados. Por lo tanto, primero debemos asegurarnos de que los que viven cerca de nosotros -parientes, hijos, padres, conciudadanos- estén bien y sólo después cuidemos a los que vienen de fuera. La demagogia no conduce a ninguna parte.

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Al igual que el Obispo Athanasius Schneider, el Obispo Wróbel es un auxiliar que se preocupa mucho más de la enseñanza católica y de los fieles que de avanzar en su propia carrera eclesiástica.

Y en cierto modo, su trabajo los eleva mucho más allá de la dignidad de una sede diocesana. Realmente se convierten en obispos mundiales.

Sólo podemos orar para que este sea el comienzo de una tendencia más amplia de apoyo a los cuatro cardenales de entre los sucesores apostólicos del mundo.

Roberto Tomasso contribuyó a esta traducción.

Mons. Papamanolis contra los cuatro cardenales (Bruno M.)

FUENTE: INFOCATÓLICA 


Parece ser que el obispo emérito de Syros, Santorini y Creta ha escrito una carta con acusaciones terribles a los cuatro cardenales que presentaron sus dubia al Papa sobre la Amoris Laetitia. Este obispo emérito de una diócesis griega con un número de católicos similar al de una parroquia pequeñita en España ha hecho públicas sus acusaciones con un lenguaje durísimo y altisonante contra los cardenales Caffarra, Meisner, Burke y Brandmüller, por el terrible delito de haber pedido aclaraciones sobre una serie de puntos oscuros de la exhortación Amoris Laetitia

[Texto completo de la carta de Mons. Frangkiskos Papamanolis  (en Aleteianoticias )]

¿Tendrá razón en lo que dice este obispo capuchino de nombre tan peculiar? Veamos brevemente sus acusaciones una a una.

1) Los cuatro cardenales deberían haber renunciado al cardenalato antes de presentar sus dubia y no deberían haber usado el título de cardenal.

¿En qué basa esta afirmación Mons. Papamanolis? En nada. Ni en el derecho canónico, ni en la moral, ni en las costumbres de la Iglesia, ni en el sentido común ni en nada. Aparentemente, es así porque él lo dice. Como dice el viejo adagio, quod gratis asseritur, gratis negatur. Cuando algo se afirma sin argumentos, no hace falta desmontarlo con argumentos, porque es una afirmación sin valor.

2) Causaron escándalo.

Esta acusación parece tener más peso. Es cierto que todo este asunto está creando escándalo en muchos fieles y el escándalo es algo que los católicos debemos tomarnos muy en serio, recordando las palabras de Cristo: Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Sin embargo, resulta deshonesto acusar de escándalo a quien lo único que hace es señalar la causa del problema. El culpable del escándalo es el que crea el problema, no el que lo señala para que se solucione.

La confusión que ha rodeado a algunas afirmaciones vagas del Papa en la exhortación apostólica y en declaraciones a los medios de comunicación, unidas a afirmaciones directamente heterodoxas de numerosos clérigos, incluidos obispos y cardenales, es la que ha causado y sigue causando un gran escándalo. La única solución posible a ese escándalo es clarificar lo que cada uno está diciendo, para que todos sepamos a qué atenernos.

3) Deberían haber escrito privadamente.

De hecho, eso es lo que hicieron. A pesar de que tenían todo el derecho del mundo a presentar sus dubia de forma pública, lo hicieron discretamente, de forma privada, demostrando así su buena fe. Y sólo al no recibir respuesta durante dos meses (y, es de suponer, cuando se les indicó que ya no se les iba a responder), hicieron públicas sus preguntas.

En cualquier caso, las afirmaciones que dieron lugar a los dubia fueron públicas y, por lo tanto, requieren una aclaración pública. En la Iglesia, la fe no es una cuestión privada de unos pocos privilegiados que mantienen en la ignorancia a los demás. La fe católica es la heredad de todos los católicos, tanto clérigos como fieles, y por lo tanto todos tienen derecho a que se aclare lo que está confuso.

4) Sus palabras son gravemente ofensivas para el Obispo de Roma.

Es difícil entender dónde puede estar la ofensa. Un dubium es la herramienta habitual por medio de la cual se solicitan explicaciones a la Santa Sede sobre algo que no está claro. En Roma se reciben multitud de ellas, sobre liturgia, moral, Sagrada Escritura, dogmas, sacramentos, competencias eclesiales, derecho canónico y un largo etcétera.

Nada tienen de raro estas preguntas, luego es de suponer que, si a alguien le molestan es porque prefiere que no se contesten con claridad.

5) Con sus palabras están juzgando a todo aquel que piensa diferente de ellos.

Esta afirmación es increíble. Según Monseñor Papamanolis ya no se puede defender la doctrina de la Iglesia porque eso significa juzgar a los demás. Esa actitud, llevada a sus últimas consecuencias, implica que no se puede decir nada de nada, porque siempre habrá alguien que no esté de acuerdo y que, según Mons. Papamanolis, estaría siendo juzgado.

Nada tiene esto que ver con lo que la Iglesia ha enseñado siempre. Juzgar a los demás en el sentido prohibido por Cristo es algo muy diferente de proclamar la fe católica y de juzgar los comportamientos a la luz de esa fe.

6) Han cometido un grave pecado de herejía y quizá de apostasía.

Esto sería cómico, si no diera cierta vergüenza ajena. En primer lugar porque, después de acusar de manera infundada a los cuatro cardenales de juzgar a los demás, pasa inmediatamente y sin ruborizarse a juzgarlos como pecadores, herejes y apóstatas.

Por otra parte, las acusaciones en sí son ridículas. ¿Sabrá monseñor Papamanolis lo que significan esos términos? ¿Cómo puede alguien caer en herejía y en apostasía por citar una encíclica de San Juan Pablo II? ¿También era un hereje y apóstata San Juan Pablo II? ¿Cómo va a convertirse alguien en hereje por preguntar al Papa lo que quiere decir con una frase confusa? Es un puro disparate.

7) A pesar de ese grave pecado de herejía y apostasía, supone que comulgarán, pero a la vez se escandalizarán de que los divorciados en una nueva unión comulguen también.

Como hemos visto, el supuesto grave pecado de herejía y apostasía es imaginario, así que esta acusación carece de sentido. En cualquier caso, incluso si ese pecado hubiera existido, nada tendría eso que ver con el hecho (evidente) de que alguien que está en situación de adulterio público no puede comulgar. Después del jardín de infancia, las acusaciones del tipo “Pero seño, Pepito es todavía peor que yo” no tienen ningún valor.

8) Se atreven a acusar al Papa Francisco de herejía.

Aquí ya la imaginación del buen obispo alcanza cotas estratosféricas. Preguntar a alguien qué quiere decir no es acusarle de herejía, sino justamente eso: preguntarle qué quiere decir. Si Mons. Papamanolis quiere saber lo que es acusar de herejía basta que lea su propia carta, en la que literalmente acusa de herejía y posible apostasía a los cuatro cardenales.

9) Rencores personales, que no vamos a analizar porque no vienen al caso (y que resulta llamativo que se hayan incluido en una carta pública).

En fin, a poco que se examinen las acusaciones realizadas por Mons. Papamanolis, resulta evidente que no tienen absolutamente ninguna sustancia.

Y uno no puede evitar preguntarse el porqué de estas reacciones desorbitadas contra los dubia de los cuatro cardenales. ¿Por qué no se responde a algo tan rutinario como unos dubia que sólo piden aclarar lo que se ha dicho? ¿Por qué todos los que hablan de dar la comunión a divorciados recasados “en circunstancias especiales” nunca explican cuáles son esas circunstancias? ¿Por qué prefieren moverse en la penumbra y la confusión sin arrojar luz sobre lo que realmente quieren decir? ¿Por qué les molesta que alguien pida claridad?

Todo el que obra mal odia la luz, y no se acerca a la luz para que sus acciones no queden expuestas (Jn 3, 20)
Bruno Moreno


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lunes, 21 de noviembre de 2016

Los tres mosqueteros y sus dubia (The Wanderer)

FUENTE: THE WANDERER

Domingo, 20 de noviembre de 2016


La noticia apareció en medio de la turbulencia y de los ataques de pánico provocados por el triunfo de Trump y, por eso mismo, paso poco menos que desapercibida para muchos. Me refiero a la publicación de la carta con cinco dubia en relación al confuso texto de Los amores de Leticia que enviaron al Santo Padre algunos cardenales, los tres mosqueteros que en realidad son cuatro, en el mes de septiembre. 



Algunos detalles para tener el cuenta:

1. Los cardenales firmantes no ocupan actualmente ninguna función específica lo cual les da mayor libertad, dado que no pueden ser misericordiados. Sin embargo, Magister asegura que “no es un misterio que su apelación ha sido y es compartida por no pocos cardenales que están todavía en plena actividad, también por obispos y arzobispos de primer nivel, en Occidente y en Oriente, pero que han decidido mantenerse en las sombras”. Y esto lo sabe Bergoglio. 

2. Si bien los cuatro cardenales firmantes no tienen “fierros”, como sí los tienen el cardenal Dolan de Nueva York o el cardenal Collins de Toronto, firmantes ambos de la “carta de los trece”, son autoridades en lo suyo, y lo suyo es materia particularmente sensible en este caso: Burke es canonista, prefecto de la Signatura Apostólica antes de ser misericordiado; Brandmüller, reconocido historiador de la Iglesia; Caffarra, el teólogo más respetado durante el pontificado de Juan Pablo II y autoridad, si la hay, en temas de matrimonio y familia y, sorprendentemente, firma también el cardenal Meisner, emérito de Colonia y representante durante décadas del establishment episcopal alemán.

Luego de un mes de espera y de no obtener respuesta, los purpurados hicieron pública la carta, a fin de proceder según el mandato evangélico, y encerrar de ese modo a Bergoglio que, presumiblemente, debería dar una respuesta.

 ¿Qué tenemos hasta ahora?

1. El silencio del papa Francisco porque su respuesta exigiría, necesariamente, jugarse en un sentido o en otro que es, justamente, lo que evitó hacer en Los amores de Leticia, donde apenas si incluyó una nota a pie de página que desató la confusión. A los tres mosqueteros cardenalicios no puede responderle lo que le respondió a los periodistas hace algunos meses cuando le hicieron una pregunta análoga: “Pregúntenle al cardenal Schönborn que es un gran teólogo”, les dijo. En este caso, Burke y su grupo le preguntan explícitamente a Bergoglio como sucesor de Pedro y maestro en la fe. Es él, y no otro, quien debe dar la respuesta

2. Respuestas por elevación, que son las que le gusta disparar Bergoglio. En la audiencia del último miércoles habló de “soportar a las personas molestas”. Dijo: “Enseguida pensamos: «¿Cuánto tiempo tendré que escuchar las quejas, los chismes, las peticiones o las presunciones de esta persona?». También sucede, a veces, que las personas fastidiosas son las más cercanas a nosotros...”. Muchos consideran que estas palabras expresan la actitud que tiene el papa hacia los molestos preguntones

O bien, lo que dice en el reportaje aparecido el viernes pasado en L’Avvenire. Dijo: “(Algunos tienen)... una concepción cristiana teñida de un cierto legalismo, que puede ser ideológico, con respecto a la Persona de Dios que se hizo misericordia en la encarnación del Hijo. Algunos -piense en ciertas réplicas a la Amoris laetitia- continúan sin comprender; o es blanco, o es negro, incluso si todo sucede en el flujo de la vida, donde se debe discernir”. El Papa Francisco prefiere permanecer en los tonos pastel, donde nada es definido, todo es difuso y casi todo es permitido. Y a ese colorinche él lo llama misericordia.

En en el mismo reportaje añade: “Otras veces se ve de inmediato que salen críticas aquí y allá para justificar una posición ya asumida, que no son honestas; se hacen con espíritu malo para fomentar la división. Se ve de inmediato cierto rigorismo escondido de una falta, de querer esconder dentro de una armadura la propia triste insatisfacción. Si ve la película La fiesta de Babette existe ese comportamiento rígido”. También estas palabras parecen estar dirigidas a los cuatro cardenales, y esto lo piensa nada menos que un bergogliano de primera línea como Andrea Tornielli. En este caso, el papa recurre a la vieja táctica jesuita de descalificar al enemigo sin brindar argumento alguno

Los criticones lo que hacen es sembrar “mal espíritu” que conduce a la división. Nadie sabe bien en qué consiste el mal espíritu, pero lo importante es rotular con un epíteto que resulte fácilmente identificable y repudiable. Y, además, les adjudica una patología: esta gente debe tener algún problema interno que resuelven creándose una armadura. Por eso mismo, porque se trata de un caso patológico, hay que ser cuidadosos para evitar el contagio y no molestarse en responder sus argumentaciones. 

Notemos las fuentes teológicas a las que recurre Bergoglio para fundamentar su respuesta. La mención a una “armadura” hace referencia, sin duda, al viejo libro de autoayuda de Bob Fisher “El caballero de la armadura oxidada” y, de modo explícito, se refiere a la película de Gabriel Axel, La fiesta de Babette, y pone a los cuatro cardenales en el lugar de Martina y Filipa, las dos rígidas solteronas protagonistas del filme. Como no podía ser de otro modo, el Santo Padre recurre a la interpretación comunísima y más que discutible de la película. Más allá de esto, es llamativa la profundidad y solidez de las argumentaciones pontificias...

En la homilía pronunciada durante la creación de los nuevos cardenales, habló de evitar "polarizaciones", las que cuales pueden infectar también a los cardenales. No apeló esta vez a la gama cromática del blanco y del negro, pero la idea es la misma. Para Bergoglio no hay sí sí, no, no; ni cosechas o desparrames, como enseña el Evangelio. Para él, todo es igual: prefiere navegar por el medio.

Todas estas respuestas indirectas, en el fondo, no hacen más desacreditar a Bergoglio. Justamente él, que ha reprochado duramente a la Curia y a los obispos por la merecida fama de "chismosos" y ha condenado los chismes y habladurías, ha caído en el mismo vicio porque, como bien afirma Marco Tossati, las respuestas por elevación terminan siendo puros chismes, es decir, el recurso de aquél que no quiere enfrentarse con su oponente y otorgarle la respuesta que con toda licitud reclama, y prefiere desacreditarlo con habladurías, aunque en este caso sean públicas


3. La defensa de los progresistas. Como no podía ser de otro modo, los progresistas en teología se comportan del mismo modo que los progresistas políticos. La defensa que han hecho de Bergoglio es muy llamativa y causa gracia. Su argumento más fuerte se reduce al siguiente: “¿Cómo se les ocurre a cuatro cardenales pedirle aclaraciones al Papa, ¡nada menos que al Papa!, que a nadie debe explicaciones”?. Justamente los mismos que se rasgaban las vestiduras cuando, durante el pontificado de Benedicto XVI, alguien osaba reclamar algunas de las prerrogativas magisteriales pontificias, alegando que eso no eran más que rémoras del pasado, ahora se erigen en defensores acérrimos de la infalibilidad pontificia, aun en el magisterio ordinario, yendo mucho, pero mucho, más allá de lo que el mismo Vaticano I definió. Caso emblemático de todo esto son las columnas aparecidas recientemente en el sitio Religión digital

El clarinetista Julio Algañaraz titula su informe sobre el sínodo advirtiendo que Francisco "cruzó a los cardenales rebeldes". Ahora está bien visto, parece, ser autoritario, enérgico y hasta cruel. A los ultraconservadores nada; ni justicia, habría dicho Perón. Lo curioso del caso es que una amplia mayoría de los lectores que comentan la nota están de acuerdo con Burke. Impensable hace un par de años: los lectores de Clarín le dan la razón "al cardenal rebelde partidario de Trump". 

4. La cancelación, en la práctica, del consistorio. Se trata de la respuesta más patética de todas y la que demuestra el grado de nerviosismo de Francisco y los suyos. El periodista Edward Pentin, corresponsal americano en el Vaticano, dio a conocer que "el Papa está hirviendo de rabia" debido a la carta de los cardenales. El caso es que el consistorio que se celebró el sábado pasado contó solamente con el acto público de creación de los nuevos cardenales. 

Tal como detallan algunos sitios, según lo establece el derecho canónico, (c. 353), en todo consistorio el papa debe mantener reuniones reservadas con todo el colegio cardenalicio a fin de tratar cuestiones del gobierno de la Iglesia, y es eso lo que se hizo siempre. Pero resulta que ahora, con un pontífice que se la pasa hablando de sinodalidad, colegialidad y diálogo, cancela las reuniones en las que podía darse ese intercambio enriquecedor de ideas entre el sucesor de Pedro y sus colaboradores más inmediatos

Según se especula, y es la única explicación razonable, el papa Francisco no quiso enfrentarse al colegio cardenalicio porque debería haberse expresado, y esta vez sin recurrir a libros de autoayuda o películas taquilleras, sobre las dubia planteadas por los “tres mosqueteros”. Y sabe también que a los cuatro cardenales se le habrían sumado muchos más, y sabe finalmente que no habría sabido qué responder y que los machetes que pudiera haberle pasado Tucho Fernández no le habrían servido de nada.

¿Qué hará Bergoglio?  Yo creo que, jesuíticamente, no hará nada. No responderá la carta, no se reunirá con cardenales peligrosos y seguirá mirando para otro lado, rodeándose del aplauso de la prensa laica y de sus secuaces progresistas. 


¿La publicación de la carta de los cardenales no servirá de nada? A los fines inmediatos que perseguía, no, porque Bergoglio no responderá

Sin embargo, creo que tendrá un efecto positivo a mediano plazo. La autoridad y peso de los cardenales que la suscriben terminará de abrirle los ojos a otros miembros de la jerarquía sobre el rumbo que Francisco le ha impuesto a la Iglesia, que termina en su disolución, y actuarán en consecuencia. Quizás tímidamente; quizá con un poco más de estridencia, pero servirá, creo yo, para que en el próximo cónclave los cardenales piensen muy bien el nombre que escriben en la papeleta. Y un buen ejemplo de esto lo podemos ver en la elección de las autoridades de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, que se realizó el martes pasado. Se la entendió como un referéndum sobre el papa Francisco y, una vez más, perdió. Todos los puestos fueron ocupados por los obispos más alejados de su pensamiento. Mons. Cupich, su preferido, arzobispo de Chicago, creado cardenal el sábado, ni siquiera estuvo entre los nominados. Magister escribe un buen análisis de la situación. 

Escolio: Yo tengo un dubium. ¿Por qué los Tres Mosqueteros hicieron públicas sus dubia apenas pocos días antes del Consistorio? ¿No habría sido más eficaz pedirle al Papa que respondiera delante de todo el Colegio Cardenalicio?

Posibilidad 1: Burke es un pésimo estratega político; fue un error debido a su impericia. En última instancia, lo que quería era que se hicieran públicos los errores doctrinales de Bergoglio.

Respuesta: Es verdad que al cardenal Burke le falta cierta sagacidad propia del hombre político. Varias veces se ha ido de boca y ha terminado perjudicado. Pero no puedo pensar que la decisión de publicar las dubia haya sido tomada en solitario. Entre los cuatro firmantes, Meisner y Caffarra -sobre todo el primero-, son personajes políticos experimentados. Por otro lado, es inverosímil que los cuatro se hayan cortado solos; creo más bien, y es lo que afirma Magister, que detrás de ellos hay muchos más y, lo más lógico es que entre ellos estén los trece que firmaron la famosa nota durante el sínodo. Si es así, la publicación de los dubia seguramente fue consultada con varios de ellos, al menos con los más poderosos. Y Dolan no es ningún ingenuo. Yo creo que lo pensaron bien. Por eso me inclino por la

Posibilidad 2: Fue una encerrona a Bergoglio. Si las dubia no se publicaban y encaraban al Papa en pleno consistorio exigiendo una respuesta, lo más probable hubiese sido que éste pateara la cosa para adelante, como hace siempre. "La Congregación para la Doctrina de la Fe se está ocupando del asunto. Les pido un poco de paciencia", podría haber sido su respuesta. Y los tres mosqueteros no habrían obtenido nada, si siquiera la simpatía de los otros purpurados que los habrían mirado como violentadores del Sucesor de Pedro. Y no podrían haber publicado la carta.

Al publicarse las dubia, a Francisco le quedaban dos opciones: seguir adelante con el Consistorio tal cual estaba previsto, es decir, con las reuniones con todo el Colegio, o suspenderlas.

En el primer caso -es decir, si se hubieran realizado como corresponde y como siempre se hizo reuniones del Papa con sus cardenales-, todos los purpurados estarían al tanto de las preguntas y esperarían una respuesta. No se habrían conformado con una dilación. Y las respuestas eran muy simples: Sí o No. Y Bergoglio no podía darlas. Ni siquiera la astucia y doblez en las que fue entrenado en la Compañía le habrían servido en la ocasión. ¿Le iba a decir a Kasper que hablara por él? Imposible. Las preguntas las debía responder él y solamente él, y cualquiera hubiese sido la respuesta se hundía.

En el segundo caso -suspender el Consistorio dejando solamente la parte ceremonial que fue lo que finalmente hizo- fue, creo yo, el peor error de Bergoglio y el mejor batacazo de los tres mosqueteros a mediano plazo.

Ha quedado públicamente demostrado, al menos a los ojos de los cardenales y obispos del mundo entero, que Francisco es un autócrata caprichoso, que le importa un bledo la colegialidad y el diálogo con los que se llena la boca y que, consecuentemente, le importa un bledo la opinión de sus hermanos en el episcopado. Es decir, perdió credibilidad, y la perdió muy feo.

Por supuesto que los obispos progres seguirán prendidos a su pollera transparente, simplemente por una cuestión ideológica. Pero los que están en el medio; los que aún tienen fe y buenas intenciones pero seguían creyendo todo el verso bergogliano, y que son la mayoría, comenzarán a mirarlo con desconfianza: el Sucesor de Pedro es incapaz de responder cinco simples preguntas que, con todo derecho, le hacen algunos de sus cardenales. Y no solamente eso, sino que ningunea a todo el Colegio y a sus opiniones. Para muchos, este traspié significará también una caída estrepitosa de la imagen de Bergoglio.

Los cuatro cardenales dubitativos han suspendido sobre la cabeza del Soberano Pontífice una espada de Damocles. De esta no saldrá fácilmente, sencillamente porque no tiene modo de salir. Como explica Marco Tossati, responder a los cardenales diciendo que aquel que está en pecado mortal objetivo (con todos los atenuantes del mundo) puede comulgar es romper con todo lo que la Iglesia enseñó hasta ahora

Lo de Bergoglio con el sínodo y la Amoris Laetitia fue una avivada, pero la avivada de un puntero peronista, con las patas muy cortas: no contaba con las dudas cardenalicias.

Lo positivo se verá en el mediano plazo (que esperemos que sea lo más mediano posible), es decir, en el próximo cónclave. Tal como se están dando las cosas, podríamos llevarnos una grata sorpresa.

¿Qué va a pasar? Nada, porque ya pasó. No creo que haya una aclaración sobre la cuestión de los recasados porque, cualquiera que fuese, no haría más que oscurecer el panorama. Lo que pasó, y esto es lo más trascendente, es que Bergoglio perdió, y perdió mal. 

Ya no solamente seremos los argentinos quienes abramos los ojos acerca de quién es verdaderamente este personaje, sino que serán los obispos del mundo entero (excepto los argentinos, por cierto) quienes sabrán con qué buey están arando.

En definitiva, Bergoglio volcó.

The Wanderer