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jueves, 5 de agosto de 2021

Guerra en la Iglesia Católica: Bergoglio arremete contra la Misa Tridentina y los católicos fieles responden

 ADELANTE LA FE


Hace pocos días, el Papa Francisco publicó un nuevo documento en donde restringe resueltamente la celebración de la Misa Tridentina, una de las joyas de tradición católica de Occidente.

Esta reciente medida viene generando una cascada de reacciones en todo el mundo. A las pocas horas, el Arzobispo de San Francisco (EE.UU.) sostuvo que continuará celebrando la Misa Tridentina[1]. Unos días antes, se había filtrado que el Papa tenía pensado limitar la misa tridentina, y Mons. Schneider se anticipó diciendo que eso sería “un abuso de poder”[2]. Entrevistado por Diana Montagna, luego de haberse conocido la medida, Mons. Schneider afirmó que Francisco parece “un pastor que, en lugar de tener olor a sus ovejas, las golpea furiosamente con un palo”[3].

El Padre Francisco José Delgado (sacerdote diocesano licenciado en Filosofía y Teología, párroco de las parroquias Lominchar y Palomeque en Toledo, España) escribió: “El Papa no puede cambiar la Tradición por decreto ni decir que la liturgia posterior al (Concilio) Vaticano II sea la única expresión de la lex orandi en el Rito Romano”. Además, agregaba el sacerdote: “Como eso es falso, la legislación que brota de ese principio es inválida y, de acuerdo con la moral católica no debe ser observada, lo cual no implica desobediencia”. El tuit fue retirado[4]. Sin embargo, su contenido puede leerse aquí[5].

Recientemente, cabe mencionar las declaraciones de Rob Mutsaerts, obispo auxiliar emérito de Hertogenbosch, Holanda: “El Papa Francisco pretende ahora que su motu proprio corresponde a un desarrollo orgánico de la Iglesia, lo que contradice totalmente la realidad. Al hacer prácticamente imposible la Misa en latín, acaba rompiendo con la antigua tradición litúrgica de la Iglesia Católica Romana. La liturgia no es un juguete de los papas; es patrimonio de la Iglesia. La Misa Antigua no se trata de nostalgia o gusto. El Papa debe ser el guardián de la Tradición; el Papa es un jardinero, no un fabricante”[6].

Por qué el ataque a la Misa Tridentina

Muchos católicos consideran como asunto secundario la forma en que se celebra la Misa, y reducen las diferencias entre el rito tradicional y el moderno a una cuestión de idioma o preferencias estéticas. Pero el tema es mucho más complejo. Como enseñan los teólogos, se reza lo que se cree: lex orandi, lex credendi. El rito que se profesa es una forma de lenguaje, al igual que los sonidos que emitimos con la garganta. Por otra parte, los textos de la Misa Tridentina contienen un formidable contenido teológico de enorme profundidad.

Se trata de una rúbrica confeccionada en el marco del Concilio de Trento, a los fines de unificar la pluralidad de ritos existentes y presentar un frente común a la herejía protestante, el principal desafío de la Iglesia Católica en esos momentos. Por ejemplo, en la ciudad de Toledo, España, se celebraba únicamente el rito mozárabe. San Pío V tomó entonces el rito que se celebraba en Roma –el dámaso gregoriano, que databa del siglo IV– y lo universalizó para toda la Iglesia. Sin embargo, mantuvo vigentes los ritos de más de 200 años de antigüedad, y suprimió aquellos cuya vigencia fuese menor a 200 años.

Por este valor simbólico del rito tradicional (solemne declaración de principios, enérgica respuesta a la Reforma Protestante, pieza clave de la tradición católica durante siglos), a partir de los años 60’ y 70’ del siglo XX –época a la que se llama “el posconcilio” por venir luego del Vaticano II (1962-1965)– cardenales, obispos, párrocos y teólogos progresistas persiguieron y hostigaron no sólo a los sacerdotes que celebraban la misa tridentina sino también a los fieles que asistían a ella. Odiaban el rito tradicional porque impulsaban una pseudo teología católica que ya no se definía contra las herejías, y coquetearon tanto con el protestantismo como también con lo más nefasto de la filosofía contemporánea.

La presión de estos jerarcas tuvo lugar a través de la tortura psicológica y moral, forzando a los fieles a secundar órdenes infames bajo el ropaje de “virtud de la obediencia”. En este contexto, suprimir la Misa Tridentina era un objetivo fundamental del proyecto de los progresistas de cambiarle la cara a la Iglesia Católica: por estos motivos criminalizaron el rito surgido al calor de la Contrarreforma. Pocos sectores tradicionalistas conservaron este rito, y a la cabeza de ellos estuvieron los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, fundada por Mons. Lefebvre el 1 de noviembre de 1970.

Todo esto ocurrió durante el pontificado de Pablo VI y la tendencia fue revertida lentamente con Juan Pablo II y, sobre todo, con Benedicto. Se llegó a tal nivel de persecución que la misa tridentina, al menos de facto, fue suprimida en la casi totalidad de las diócesis. Por estos motivos, en Summorum Pontificum, Benedicto XVI retoma lo que Juan Pablo II había dicho en su Quatuor abhinc annos –donde se permitía la misa tradicional–, además de relanzar las conclusiones de varios cardenales que en 1986 determinaron que el rito tridentino no había sido abolido nunca y que los obispos no pueden prohibir a los sacerdotes que lo celebren. Fue un importante avance que Juan Pablo II estableciera una comisión integrada por estos cardenales (Ratzinger entre ellos), que se dictaminara que el rito aprobado por San Pío V jamás había sido derogado y que tampoco podría serlo.

Más aún, en su Mensaje a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos, 21 de septiembre de 2001, Juan Pablo II afirmó: “En el Misal Romano, llamado ‘de S. Pío V’, como en varias liturgias orientales, hay hermosas plegarias con las cuales el sacerdote expresa el sentido más profundo de la humildad y la reverencia ante los misterios sagrados. Estas plegarias revelan la sustancia propia de cualquier liturgia”.

En el prefacio de un libro sobre liturgia, 2004, el entonces cardenal Ratzinger escribió: “El Papa no es un monarca absoluto cuya voluntad es la ley; más bien, es el guardián de la Tradición auténtica (…) Su gobierno no es el de un poder arbitrario, sino el de la obediencia en la fe. Por eso, con respecto a la liturgia, tiene la tarea de un jardinero, no la de un técnico que construye nuevas máquinas y tira las viejas a la basura. (…) el rito es un don que se da a la Iglesia, una forma viva de parádosis, la transmisión de la Tradición”[7].

Por eso, con esta medida de Francisco, estamos ante una bofetada no sólo a Benedicto XVI y a Juan Pablo II sino a todos los fieles que lucharon esforzadamente por la misa tradicional durante décadas, como así también a los que asistimos a misa tradicional.

Si es verdad que rezamos lo que creemos, precisamente porque los progresistas no creían lo mismo que se creyó siempre, no querían rezar eso. Porque, además, lalex orandi determinaba la lex credendi y generaba una cierta lex vivendi: una forma de vivir según los ritmos de la liturgia, y todo esto iba conformando una psicología propia del católico tradicional. Además, como en el imaginario público la misa tridentina está asociada al tradicionalismo –calificado despectivamente de integrismo, reacción, fanatismo, etc.– ningún sacerdote progresista deseaba celebrarla: no sea que se “contaminen”.

Un odio que viene de lejos

Lo cierto es que –con este documento, denominado Traditionis Custodes– Francisco reaviva el odio de los progresistas contra la tradición católica, estableciendo “de derecho” un modus operandi que, en la práctica, él ya estaba llevando a cabo en la Iglesia: la obstaculización de la Misa Tridentina.

Como cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio puso numerosas trabas a la aplicación del Sumorum Pontificum: mientras el cardenal –en los papeles– cumplía con el Papa entonces reinante, socavaba sus decisiones en el terreno de los hechos. Dispuso solamente dos parroquias para celebrar el rito tridentino: Nuestra Señora del Carmen, calle Rodríguez Peña esquina Av. Córdoba; y la cripta de la parroquia San Miguel Arcángel, calle Bartolomé Mitre esquina Suipacha, ambas de la Ciudad de Buenos Aires.

En el resto de la diócesis, los párrocos no habilitaron la misa tridentina. Así, por ejemplo, este rito fue prohibido en la parroquia San Pablo Apóstol (barrio de Colegiales), donde se celebró unas semanas.

Por otra parte, el sacerdote Ricardo Dotro –encargado de celebrar en la parroquia San Miguel Arcángel– mortificaba a las personas que comulgaban de rodillas, instaba a los asistentes a realizar los movimientos más rápido, molestaba su concentración, incorporaba al rito tridentino elementos del rito moderno, entre otras acciones. En entrevistas que le hicieron, afirmaba que la autorización dada servía para empujar a los “retrasados” en “el avance de la Iglesia”, y que celebraba la misa por “pura compasión”. Era habitual que se le acercara gente a felicitarlo por celebrar la misa tridentina, pero él les negaba el saludo. A un grupo de laicos le dijo que lo hizo “por obediencia al cardenal” pero que era “una carga insoportable”. Dotro además forzaba a que los laicos leyesen las lecturas, cuando en el rito tridentino corresponde al sacerdote. De todo esto hay testimonios.

Ahora Bergoglio, desde la silla petrina, despliega ya sin disimulo y con ropaje jurídico una conducta que –en realidad– hace años llevaba aplicando.

Esta medida empuja a los fieles tradicionales a asistir al rito Novus Ordo Missae, que en la mayoría de casos –en la Argentina y en el mundo– viene acompañada de infinitos abusos litúrgicos y hasta sacrilegios; al limitarse las misas tridentinas los fieles serán llevados a asistir a las celebraciones en las condiciones en que se vienen realizando.

Se trata, por tanto, de un hostigamiento con olor a oveja, realizado por “el papa de la misericordia”: no son los pajarracos feministas, no son los comunistas de hoz y martillo, no es la izquierda con sus bombos, no son los jacobinos franceses con la guillotina. Es algo mucho peor: es la persecución de vestido blanco, la consumación de un plan trazado contra la liturgia católica que nos remonta cincuenta años en el pasado, manifestando un odio verdaderamente demoníaco.

Por este motivo, aunque el pontificado de Bergoglio sin dudas es anticristiano, el problema litúrgico no empezó en el 2013. Hace más de cinco décadas que se ha vuelto común la arbitrariedad por parte de los jerarcas. Con honrosas excepciones que conocemos y valoramos, los párrocos y los obispos han sido cómplices por acción u omisión. Es un hecho que, por la fuerza, sin derecho y contra el derecho, se quiere suprimir la misa de la tradición católica. Grandes inteligencias, como el padre Leonardo Castellani, fustigaron este despotismo que pinta la idiotez del subordinado como una virtud, y que retrata la resistencia a las medidas injustas como acto de soberbia.

Prohibir la misa tridentina es un clarísimo mensaje –por si faltaba– que no hace falta explicitar, pero que no obstante conviene hacerlo: Francisco está desautorizando la lucha contra la herejía, está atacando lo mejor de Trento, arremetiendo contra la Tradición bajo pretexto de que limita un rito, empuja a los fieles a que asistan al triste, irreverente y patético cambalache en que se ha convertido –en infinidad de casos– la Misa Nueva.

Pachamama sí, Misa Tridentina no

Los grupos de fieles afectos a la liturgia tradicional son de los más vivos de la Iglesia hoy. Por el contrario, los grupos de bautizados progresistas atraviesan largos años de infertilidad. Sin embargo –y en paralelo con el cierre del seminario de San Rafael, Mendoza (Argentina), el más fecundo del país–, el Papa Francisco intenta pisarle la cabeza a los tradicionalistas. Otra vez. Pretende aplastar justamente al grupo que está creciendo. Mientras tanto, con los grupos más estériles de la Iglesia (que rechazan la fe y la tradición católica) se tiene una “paciencia” infinita.

Enfoquemos aquí: miles de sacerdotes y obispos vienen declarando públicamente barbaridades sin que ese comportamiento tenga consecuencias. Un integrante de la Pontificia Academia para la Vida rechaza la Humanae Vitae y la doctrina moral sobre la vida[8], y pretende “reevaluar” la calificación de las relaciones homosexuales[9]; el P. James Martin rechaza el catecismo[10] y es felicitado públicamente por Francisco[11]; los sacerdotes alemanes bendicen lo que Dios reprueba sin consecuencias[12], la mitad de los obispos norteamericanos da la comunión a los políticos abortistas[13].

Los luteranos comulgan en misas católicas[14], los políticos aborteros como Alberto Fernández pueden comulgar[15], pero los tradicionalistas no pueden asistir a la Misa Tridentina. Sobre todo esto que ha pasado, Bergoglio escribe –a modo de justificación– que quienes desean participar en la liturgia antigua crean divisiones. Bergoglio no quiere tradicionalismo en la Iglesia: cualquier otra cosa, sí.

La autoridad, el mando y la justa orden

Esta medida alimentará la confusión ya existente en torno al legítimo ejercicio de la autoridad. Los malos teólogos enseñan que el subordinado sólo debe rehusarse a obedecer órdenes manifiestamente injustas: “le ordeno que mate a ese inocente”; “le ordeno que le robe a tal persona tal cosa”. Sin embargo, una orden teóricamente legítima puede ser ilícita si sus efectos previsibles son nefastos, aunque el objeto de la medida no sea desordenado per se.

Por ejemplo, aunque el obispo tenga formalmente el derecho, puede constituir una medida deshonesta poner su mejor teólogo al frente de una parroquia donde apenas dos personas asisten a misa, en vez de permitirle predicar a cientos de feligreses en otro lugar más concurrido. Cosa que Bergoglio hizo cuando era cardenal, por ejemplo, con el padre Martín Poladian, eximio teólogo que terminó como párroco de una iglesia a la que asistían dos feligreses, luego de haber dado sermones ante varios centenares en la Basílica de San José de Flores, una de las más grandes y bellas de Buenos Aires.

Por parte del subordinado, no existe obligación de obedecer las órdenes que estén fuera de la competencia de la autoridad: el mando que el jefe recibe le viene dado para cumplir con los fines de su misión y quien manda sólo tiene competencia para ordenar en cuanto al cumplimiento de esos fines. No puede impartir órdenes inmorales así como tampoco dictar normas por enemistad manifiesta (ya sea hacia personas en particular o hacia la Iglesia en general).

En este sentido, aunque la nueva normativa está dentro de la competencia del Papa, es importante preguntarnos si acaso la enemistad manifiesta de Francisco para con la Tradición Católica la volvería nula. En efecto, existen sobrados indicios de rechazo hacia los fieles y sacerdotes más tradicionales durante este pontificado. Por otro lado, es palmaria la carencia de argumentos sólidos para restringir la misa tridentina: se señala a los cristianos que prefieren la liturgia tradicional como responsables de las restricciones que Francisco aplica a la misa tridentina. Ahora son ellos, no el Papa Francisco, los responsables de las limitaciones del rito tradicional: habrían malversado el privilegio dado por Benedicto.

¿Desde cuándo se puede suprimir el uso de un rito porque quienes lo practican supuestamente sean de una forma u otra? ¿Qué tipo de criterio es éste? ¿No es evidente que estamos ante una típica falacia ad hominem?

Con Traditiones Custodes se da a entender que la finalidad de Benedicto XVI era únicamente atender a los deseos de algunos nostálgicos, como un gesto de mera “magnanimidad” para con ellos, como si se tratara de un privilegio sujeto a la condición de buen comportamiento. Así, el argumento de Bergoglio para limitar la misa tradicional es que quienes la frecuentan son mala gente.

Siguiendo este razonamiento, entre los que asisten al Novus Ordo hay egoístas, envidiosos, mentirosos, adúlteros, estafadores, explotadores de empleados, cobardes, trepadores, obsecuentes. ¿Habría que restringir el Novus Ordo por estos motivos?

¿Nos damos cuenta de que es un planteo sin sentido? Los motivos que explican esta limitación son ideológicos, no una defensa de la fe ni de la doctrina.

El documento de Francisco por el cual contradice a Benedicto XVI, imponiendo más restricciones a la Misa Tridentina, lleva el tramposo título de Traditionis Custodes. El nombre es exactamente lo contrario de lo que el documento significa, porque lejos de custodiar la tradición lo que en realidad hace es mancillarla: otro recurso de la Guerra Semántica.

Así, Francisco –poniéndose por encima de Benedicto y de la tradición– determina que el rito tradicional no forma parte de la liturgia de la Iglesia Católica, puesto que, según él, la lex orandi de la Iglesia sólo se expresa en el Nuevo Misal.

Para fundamentar su decisión de establecer el Rito Nuevo como única expresión de la lex orandi, Francisco dice que San Pío V abrogó en el siglo XVI los ritos que no tuvieran más de doscientos años de antigüedad. Sin embargo, la misa tridentina posee al menos cinco siglos de antigüedad, y numerosos elementos de ella se remontan incluso más atrás en el tiempo. Es patente que Bergoglio concluye lo contrario a su propio argumento.

Cabe enfatizar, además, que las leyes o normas irracionales no son leyes: si se pretende hacer del ad hominem una ley, entonces se sanciona un prejuicio. Obedecer o dar nuestro consentimiento a esta medida significa –en palabras brillantes de Juan Manuel de Prada[16]– pedirnos que al entrar en la iglesia nos quitemos no sólo el sombrero sino también la cabeza.

Ni nuestra fe ni la virtud de la obediencia ni la caridad nos pueden exigir que nos quitemos la cabeza. Sin embargo, dice de Prada, “esto, exactamente esto, es lo que me acaba de pedir Bergoglio”. Y explica: “Soy católico y no puedo ser irracional. No puedo aceptar una cosa y la contraria; no puedo dividir en dos mi cabeza. No puedo obedecer indicaciones contradictorias, como si fuese un cadáver o un robot que responde a impulsos eléctricos”. Y por lo tanto: “La obediencia no puede asentir a algo absurdo, no puede someterse a mandatos contradictorios por ahorrarse disgustos o complicaciones. El Dios en el que creo es Logos; y por lo tanto no puede pedirme que me quite la cabeza. El ‘motu proprio’ de Bergoglio me lo pide y no pienso hacerlo”.

Prudencia, obediencia y resistencia a la autoridad

La prudencia es la regla maestra. De ahí que sea posible dejar de obrar ciertas cosas buenas y esto porque –según las circunstancias– un acto bueno puede generar un mal. Ejemplo: devolver lo robado es algo bueno, pero si se robó un arma y su dueño ha perdido la razón, no debe devolverse. Lo mismo pasa aquí en torno a la autoridad: aunque obedecer sea bueno en general, en este caso particular sería nefasto. Este documento del Papa Francisco es una muestra de profunda enemistad hacia los fieles tradicionales y, por lo tanto, no obliga en conciencia.

Esperemos que sean muchos los sacerdotes y obispos que tengan la santa audacia de resistir esta medida. El deber de la jerarquía es guardar celosamente la verdad, custodiar la tradición, preservar la Palabra de Dios, y todas estas obligaciones se cumplen con la transmisión y la celebración de la Misa Tridentina. La misa de siempre es un excelente medio para cumplir los fines propios del sacerdocio. Esta medida del Papa, como muchas otras de idéntico espíritu anti tradicional, constituye el nervio de algo que no sólo podemos sino que debemos combatir.

Los sacerdotes y los fieles deben desobedecer a Francisco. El pecado no sería celebrar la misa tridentina. El pecado sería dejar de rezarla porque eso le da más poder al hombre que tiraniza la Iglesia desde el 2013: Jorge Mario Bergoglio. Es la hora de la santa desobediencia, la cual, en realidad, es la obediencia a un principio superior. El Papa no puede cambiar la Tradición por decreto, tanto como no puede limitar el rezo del Padrenuestro, el Avemaría o el Gloria. No es el monarca absoluto, debe ser el custodio de la tradición. La medida es abusiva, y una medida contra el bien común de la Iglesia es nula.

Esto nos lleva al punto de si un pontífice puede ser resistido legítimamente. Nos limitaremos a reproducir las afirmaciones de grandes teólogos: “Pedro no necesita nuestra adulación. Aquellos que defienden ciega e indiscriminadamente cada decisión del Sumo Pontífice son los que menoscaban la autoridad de la Santa Sede: destruyen, en lugar de fortalecer sus cimientos” (Melchor Cano); “si el Papa con sus órdenes y sus actos destruye la Iglesia, se le puede resistir e impedir la ejecución de sus mandatos” (Francisco de Vitoria); “Si el Papa dictara una orden contraria a las buenas costumbres, no se le ha de obedecer; si tentara hacer algo manifiestamente opuesto a la justicia y al bien común, será lícito resistirle; si atacara por la fuerza, por la fuerza podrá ser repelido” (Francisco Suárez);“Usted debe resistir de frente a un papa que abiertamente desgarra la Iglesia, por ejemplo, al rehusar conferir beneficios eclesiásticos, excepto por dinero o intercambio de servicios… caso de simonía, que aun cometido por el papa, debe ser denunciado” (Tomás Cardenal Cayetano); “habiendo peligro próximo para la fe, los prelados deben ser argüidos, inclusive públicamente, por los súbditos. Así, San Pablo, que era súbdito de San Pedro, le arguyó públicamente” (Santo Tomás de Aquino); “En respuesta a la pregunta: “¿Qué debe hacerse en casos en que el Papa destruya la Iglesia con sus malas acciones?: Ciertamente pecaría; tampoco se le debería permitir actuar de tal forma, ni debería ser obedecido, en lo que fuera malo, pero debiera ser resistido con cortés reprensión (.)… Él no tiene el poder para destruir; por lo tanto, si hay evidencia de que lo está haciendo, es lícito resistirlo. El resultado de todo esto es que si el Papa destruye la Iglesia con sus órdenes y sus actos, puede ser resistido y la ejecución de sus mandatos, prevenida. El derecho a la resistencia del abuso de autoridad de los prelados viene de la Ley Natural” (Sylvester Prieras, teólogo dominicano, respondió a las 95 tesis de Lutero); “Así como es legal resistir al papa si asaltara la persona de un hombre, es lícito resistirlo si asalta las almas o perturba al estado o se esfuerza por destruir la Iglesia” (San Roberto Belarmino).

El conjunto de todas las medidas que el Papa Francisco viene aplicando desde el inicio de este pontificado habilita a los católicos a resistir sistemáticamente no sólo a “Traditionis Custodes” sino también a la persona del Papa, quien ha demostrado sobradamente ser un adversario de la catolicidad de la Iglesia. Por obediencia a Dios, preparémonos para desobedecer a Bergoglio.

[1] Cfr. https://bit.ly/3xi2Vbb

[2] Cfr. https://bit.ly/3i2R78a

[3] Infocatólica reproduce la entrevista aquí: https://bit.ly/3x1IYFi

[4] Cfr. https://twitter.com/padrefjd/status/1415996306292621314?s=21

[5] Cfr. https://bit.ly/2US8AaA

[6] Cfr. https://bit.ly/371aSH1

[7] Prefacio a “El desarrollo orgánico de la liturgia. Los principios de la reforma litúrgica y su relación con el movimiento litúrgico del siglo XX antes del Concilio Vaticano II” por Dom Alcuin Reid, San Francisco 2004. Cfr. en Amazon, https://amzn.to/3i8Wumq

[8] Cfr. https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=31347. Ver también: https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=31497. Y también: https://bit.ly/3iR40RS

[9] Cfr. https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=35809.

[10] Cfr. https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=31323

[11] Cfr. https://bit.ly/3rC4JKI

[12] Cfr. https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=40521

[13] Cfr. https://lat.ms/3x8wbRw

[14] Cfr. https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=40573

[15] Cfr. https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=36917

[16] Cfr. https://bit.ly/2VgIMod

lunes, 2 de agosto de 2021

¿Qué es el hombre? Una pregunta que el próximo papa ya no podrá esquivar

IL SETTIMO CIELO

El post de Settimo Cielo “Cónclave a la vista, todos se distancian de Francisco” ha tenido mucha resonancia, tanto por las conjeturas sobre la sucesión, como por haber puesto en evidencia el extraño silencio de dos libros gemelos que abordan este tema, ambos escritos por autores de renombre tanto en Italia como en el extranjero, a saber: Andrea Riccardi y Giuseppe De Rita, y con títulos decisivamente alarmantes sobre el estado de salud de la Iglesia católica en el octavo año de pontificado de Jorge Mario Bergoglio: “La Chiesa brucia” y “El gregge smarrito”.

El primer silencio apuntado por Settimo Cielo en los dos libros se refiere al papa Francisco, y es tanto más significativo cuanto que es obra de dos personalidades que le han apoyado hasta ahora, como si ahora quisieran distanciarse de él y pensar más en su sucesor que en él.

El segundo silencio -ciertamente más relevante- deja en cambio en la sombra los desafíos reales que la Iglesia está llamada a afrontar hoy en día. En los dos libros, a pesar de que tienen apuntes interesantes, hay poco o nada sobre ese cambio de la idea de hombre que es el resultado más revolucionario de la cultura actual, y que es opuesto a la antropología cristiana.

Bueno, precisamente sobre esta cuestión ha escrito el siguiente comentario un experto de reconocido valor como Sergio Belardinelli (en la foto), profesor de sociología de los procesos culturales en la Universidad de Bolonia, pero tal vez más filósofo que sociólogo.
Sus intereses científicos vierten principalmente sobre las dinámicas socioculturales relacionadas con el desarrollo de las sociedad complejas, con una referencia particular a la religión, la política, la identidad cultural, la bioetica. Entre sus libros más recientes: “L’altro Illuminismo. Politica, religione e funzione pubblica della verità,” Rubbettino 2010; “Sillabario per la tarda modernità”, Cantagalli 2012; “L’ordine di Babele. Le culture tra pluralismo e identità”, Rubbettino 2018; “All’alba di un nuovo mondo”, Il Mulino 2019 (junto a Angelo Panebianco).

De este último libro Settimo Cielo publicó en el momento de su salida algunos extractos, también estos relacionados con la cuestión que nos atañe en esta entrada y con las incertidumbres de la Iglesia en su respuesta a los nuevos desafíos:


Desde el 2008 al 2012 Belardinelli ha sido también el coordinador científico del "Comitato per il Progetto Culturale" presidido por el cardenal Camillo Ruini.

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UN DESCUIDO QUE PUEDE SALIR CARO

de Sergio Belardinelli

También yo he leído los dos libros de los que habla Sandro Magister, pero nunca habría sabido conectarlos, como hace él, con el futuro conclave. Una pista muy buena y convincente que seguro llamará la atención de muchos vaticanistas y expertos en cosas que tienen que ver con el presente y futuro de la Iglesia católica.

Lo que en cambio me ha asombrado a mí también es la poca atención que se presta en ambos libros a lo que para la Iglesia y para el mundo contemporaneo sigue siendo el mayor desafío: la cuestión antropológica.

Como subraya justamente Magister, estamos frente a una verdadera “revolución” en la manera de comprender el nacimiento, la procreación, el morir, el libre albedrío, que poco tiene que ver con el modelo que encontramos en la Biblia.

No es solo la cuestión del aborto, la eutanasia o la reproducción asistida; también la especificidad de la propia naturaleza humana, su primado sobre los otros seres vivos y, por ende, el lugar que ocupa el hombre en este mundo están en discusión.

Por consiguiente, no es solo una cuestión de salvaguardar y custodiar el mundo que compartimos con los demás seres vivos, un deber al cual no podemos negarnos de ninguna manera, sino que, según una cierta cultura cada vez más aguerrida, es como si, al ser hombres, hubiésemos de alguna manera usurpado algo, dañado los derechos de otro, tanto si este otro es animal o vegetal.

Considerad las implicaciones culturales, sociales y políticas de todos estos aspectos: es curioso que se hable poco o nada sobre ello en libros que incluso querrían relanzar el papel de la Iglesia en el mundo contemporáneo. Pero si de verdad la Iglesia es “experta en humanidad”, entonces este es el momento de decir que ha llegado el tiempo de demostrarlo, porque es precisamente la humanidad del hombre la que se está poniendo en discusión.

Por mucho que el asunto pueda parecer abierto a opiniones, sostengo que es precisamente este el tema sobre el cual hoy la Iglesia tiene mucho que decir al mundo. Y también podría volver a ganar una relevancia capaz de mitigar la dramática dificultad de hablar al corazón de los hombres, de la que habla el libro de Riccardi.

Es evidente que sobre la cuestión antropológica pesa el magisterio de san Juan Pablo II y Benedicto XVI, el aura de “no negociabilidad” que los envuelve, por lo que se prefiere eludirlo. Un “vacío pragmático”, como lo llama Magister, que ciertamente no está ayudando al papa Francisco y menos aún a su sucesor.

La muerte del «eslabón perdido». Un mito colonialista que se acaba

 QUE NO TE LA CUENTEN

Con alegría y extrañeza a la vez, abrimos hoy el diario liberal «La Nación», de la Argentina, donde vemos este artículo que, en gran parte, reafirma lo que desde hace años venimos divulgando en nuestro sitio y en nuestros cursos en los que seguimos en todo al incansable Dr. Raúl Leguizamón, acerca del fraude de la «evolución» del hombre a partir de los simios.

Parece que, ahora, ni hubo eslabón perdido ni somos hijos de la Mona Lucy…

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi, SE

Enigma prehistórico: por qué la ciencia decidió abandonar la búsqueda del eslabón perdido

Por German Wille

Fuente: La Nación

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La imagen es fácilmente reconocible, un clásico de la divulgación científica. En ella se ve de perfil una serie de personajes que caminan en fila india. El primero de la hilera es un mono, en general un chimpancé. El último, un hombre. Los cuatro o cinco seres que hay entre ellos representan la transición entre el primate y el humano. Es quizás la ilustración más popular para simbolizar la evolución humana.

Y al calor de esa idea de progresión evolutiva lineal, que parece representar esa imagen, se consolidó otro concepto, el de el eslabón perdido. Esta noción, que todavía tiene vigencia hoy en el imaginario popular y en algunos medios de comunicación, alude a la existencia de algún ancestro de la humanidad actual, que fue en parte simio y en parte humano.


Una de las tantas versiones que representan la evolución humanaWashington University in St. Louis


El eslabón perdido era la pieza crucial que unía a la humanidad con los monos y, por lo tanto, con el resto de la naturaleza. Por mucho tiempo, la búsqueda de algún fósil que comprobara la existencia de este eslabón fue una obsesión de buena parte de la comunidad científica, que veían el objetivo de su búsqueda como el Santo Grial de la evolución.

Pero a esta altura es fundamental aclarar que hay dos conceptos que se vertieron aquí que no son correctos. Es que, para la ciencia, en primer lugar, la idea de una evolución progresiva y lineal no tiene asidero en la historia natural.

Y en segundo lugar, también desde un punto de vista científico, el eslabón perdido no existe, o al menos se trata de un concepto por completo erróneo. Así es. Por más atractivo que resulte, posiblemente haya llegado la hora de descartarlo.

«A fines del siglo XIX, el ‘eslabón perdido’ se convirtió en una expresión familiar que se usaba principalmente en relación con la evolución humana y, específicamente, con la hipotética conexión entre primates y humanos», cuenta a LA NACION María Pía Tavella, antropóloga y docente de Evolución Humana en la UNCGza. María Pía Tavella

El eslabón perdido en el siglo XIX

Naturalistas y divulgadores de la ciencia utilizaron el término “eslabón perdido” en el siglo XIX, especialmente luego de la aparición de El Origen de las especies, el libro que Charles Darwin publicó en 1859.

Entonces, “muchos científicos se abocaron a la búsqueda de esta ‘pieza faltante’ para conectar a los humanos con el resto del reino animal, una evidencia crucial para demostrar la teoría de la evolución por selección natural”, explica a LA NACION María Pía Tavella, licenciada en Antropología especializada en antropología Genética, becaria del Conicet y docente de Evolución Humana en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).

Ernst Haeckel sostenía, como lo ilustra esta imagen de 1874, que desde los organismos unicelulares hasta el hombre, la evolución constaba de 24 pasos y que en el paso 23, estaba el eslabón perdidoAndares de la ciencia / Anthropologenie oder Entwicklungsgeschichte des Menschen

El naturalista alemán Ernst Haeckel era uno de los que entendían la evolución como un proceso progresivo desde las formas más simples a las más complejas. Pocos años después de la publicación del libro de Darwin, este científico estipuló que en la naturaleza existían 24 estadios hasta llegar al ser humano, y estableció al eslabón perdido en el anteúltimo de ellos. Era un ente que existía entre medio del orangután y el Homo sapiens.

Aún sin tener la menor evidencia de la existencia de ese ser, le puso el nombre científico de Pithecanthropus alalus o, en términos populares, “el hombre mono sin habla”.

El anatomista holandés Eugene Dubois, por su parte, también se obsesionó con la idea de encontrar al eslabón perdido y entre 1891 y 1892 descubrió en Java los restos fósiles de lo que luego sería identificado como el Homo erectus. Entonces, su hallazgo sacudió tanto al universo científico como al de la opinión pública, y pocos dudaron del hecho de que ese “Hombre de Java” encontrado era, en rigor, el famoso eslabón. Pero, pese al entusiasmo reinante, no lo era.

En 1898, el New York Journal anunciaba el hallazgo de los restos de «el hombre de Java» y aseguraba que se trataba de el eslabón perdido. Andares de la ciencia

“El eslabón perdido viviente”

“A fines del siglo XIX, el ‘eslabón perdido’ se convirtió en una expresión familiar que se usaba principalmente en relación con la evolución humana y, específicamente, con la hipotética conexión entre primates y humanos. Fue utilizado tanto por científicos como por periodistas. Pero también por entretenedores y presentadores de exhibiciones de curiosidades”, cuenta Tavella.

En relación con esto último, tanto en Estados Unidos como en Europa comenzaron a exhibirse en ferias personas de etnias “exóticas”, a quienes se presentaba muchas veces como “el eslabón perdido viviente”. Un ejemplo de ello fue Kraos, una niña laosiana que sufría de hipertricosis, una afección por la que crece el pelo en áreas del cuerpo donde no suele crecer.

De acuerdo con lo que cuenta el biólogo catalán Alex Richter-Boix en su sitio de biología y ecología evolutiva Evoikos, Kraos fue “capturada” en su país en 1881 y años más tarde recorrió toda Europa de la mano del promotor de espectáculos canadiense Antonio, el Gran Farini. La niña era presentada como “El eslabón perdido: la prueba viviente de la teoría del origen del hombre de Darwin”.

Krao, la niña de Laos afectada con hipertricosis era presentada en las ferias europeas bajo el nombre de «el eslabón perdido viviente»Andares de la ciencia

De este modo, se comprueba también cómo la idea de un eslabón perdido servía de excusa para reafirmar los prejuicios eurocentristas respecto de otros grupos humanos y para confirmar una perspectiva racista desde una supuesta teoría científica evolutiva. Así también, en los Estados Unidos, numerosos afroamericanos eran exhibidos como seres considerados a medio camino entre el Homo sapiens y los chimpancés.

Darwin y la scala naturae

Pero más allá de estos nocivos efectos colaterales de su teoría, lo que logró Darwin con su obra (a El origen de las especies le siguió, en 1871, la publicación de El origen del hombre) fue confirmar que la humanidad no era otra cosa que el resultado de un proceso natural, con un origen compartido con otros animales. El hombre y la mujer no eran, de esta manera, el propósito último del universo, como se sostenía hasta entonces.

Tavella cita a la antropóloga y escritora estadounidense Misia Landau, quien señaló que la narración estándar de la evolución humana empezó necesariamente con un héroe, y ese no era otro que el naturalista británico.

Charles Darwin, autor de El origen de las especies y El origen del hombre, dos obras clave para la ciencia del siglo XIX. Biografías y vidas

“Dado que la teoría expuesta por Darwin proponía un origen común entre simios y humanos, se esperaba que su ancestro común tuviera la característica de ambos. Así empezó la búsqueda del eslabón perdido en el registro fósil y surgió la disciplina que hoy conocemos como Paleoantropología”, explica la antropóloga Tavella.

Entonces también se debatía en qué lugar del planeta sería posible hallar a este nexo entre simios y humanos. Algunos científicos hablaban de Asia, y otros, de África.

Sin embargo, antes aún de la teoría darwiniana, existía el concepto de la Scala naturae del pensamiento cristiano del iluminismo, o de la cadena de los seres vivos, a los que se jerarquizaba de los más simples a los más complejos. De modo que, asegura Tavella, “la idea de eslabones perdidos en la cadena de seres, la noción de huecos en el registro fósil ya estaba muy establecida con anterioridad a El origen de las especies en la Inglaterra victoriana”.


Ilustración del Pithecanthropus alalus, el «hombre mono sin habla» que había imaginado el naturalista alemán Ernst Haeckell

“No hay eslabón perdido”

Para el 1900, el eslabón perdido había pasado de ser un concepto científico hipotético a convertirse en un objeto materializado -ilusoriamente- en sitios de excavación, museos, periódicos, caricaturas y mercados. Muchos creyeron haberlo encontrado, muchos fueron desestimados, pero pocos dudaron de su existencia.

Sin embargo, ya por aquel entonces había voces que se elevaban contra el que parecía ser un concepto científico universal. Es el caso del antropólogo británico Edward Clodd, que ya en 1895 escribió algo que prácticamente se sostiene hasta el día de hoy. “El hombre no es ni descendiente ni hermano de los simios, sino una especie de primo. Y la respuesta a la pregunta: ‘¿Dónde está el eslabón perdido?’, es: no hay eslabón perdido, y nunca lo hubo”, expresó el científico, que también era banquero y escritor.

“Las similitudes y diferencias entre simios y humanos se explican del mismo modo que las similitudes y diferencias de los simios entre sí -prosiguió Clodd-. Las similitudes son causadas por la descendencia de un ancestro común, mientras que las diferencias han surgido lentamente de formas sutiles. Los primates forman las ramas superiores del árbol de la vida, cuya rama más alta es el hombre”.

Restos del Homo naledi, encontrados cerca de Johanesburgo, en Sudáfrica

La cita es extensa, pero vale para entender el por qué de la negativa científica a hablar del eslabón perdido, aunque el concepto insista en persistir hasta el día de hoy y aparezca aun en algunos titulares casi cada vez que los paleoantropólogos encuentran los fósiles de algún homínido.

Así ocurrió, por caso, cuando se descubrió el Australopithecus africanus, en 1924, con la aparición del Homo habilis, en 1964 y con el hallazgo del Austalopithecus aferensis, la famosa Lucy, en 1974.

La evolución como un árbol ramificado

De regreso a la ilustración que lleva en fila india del mono al hombre, la primera vez que se publicó fue en un libro de 1965 llamado El hombre primitivo (Early Man), del antropólogo estadounidense Francis Clark Howell. El ya clásico dibujo fue realizado por Rudolph F. Zallinger y lleva por título “El camino hacia el Homo sapiens”.

Una versión abreviada de la ilustración conocida como «el camino del Homo sapiens», publicada originalmente en el libro Early Man, del año 1965. Washington University in St. Louis

Aunque en ese libro, el propio Howell advirtió que no debía tomarse de modo literal como si se tratara de una progresión directa entre las especies, la popularidad de la imagen fue tan vertiginosa e inmensa que no se pudo impedir su malinterpretación.

“El problema es que la imagen da a entender que la evolución humana se dio como un proceso unilineal y progresivo, y que ese proceso tiende a un fin: el hombre blanco moderno”, señala Tavella.

Sin embargo, agrega la científica, hace décadas que esa visión está “desterrada por la evidencia paleontoantropológica y genética”. No hubo evolución lineal. En cambio, “los homínidos se ramificaron y divergieron en géneros y especies separadas desde los principios de su evolución”.

Entonces, para representar el proceso evolutivo, no tiene nada que hacer la fila india, sino más bien la idea de un arbusto muy ramificado donde los humanos “son solo una ramita”, como señala el antropólogo británico Robert Foley, autor del libro Humanos antes de la humanidad, de 1997.


Ilustración de un grupo de neandertales

“La metáfora de la evolución como un árbol ramificado es uno de los componentes principales ya desde la teoría darwinista -afirma Tavella-, donde los organismos actuales (los extremos de las ramas) descienden de ancestros comunes en el pasado. Sin embargo, esta noción aparece menos representada en la literatura de divulgación y en la enseñanza básica, donde se sigue colando el lastre de la ‘escala evolutiva’, herencia del siglo XVIII”.

Para redondear estos conceptos, la antropóloga señala que las representaciones lineales transmiten la falsa idea de que los primates actuales son nuestros antepasados, cuando más bien compartimos ancestros. “La separación entre el linaje humano y el de chimpancés y gorilas ocurrió hace entre 6 y 8 millones de años, por lo que cada línea evolutiva siguió su proceso independiente todo este tiempo”, asegura.

Como prueba de que ciertos especímenes primitivos no eran nuestros antepasados, sino más bien nuestros “primos por decirlo de alguna manera, baste decir que hay evidencia genética de que el Homo Sapiens se cruzó con especies de homínidos con las que convivió en el Pleistoceno medio, como el Homo neanderthalensis o los Denisovanos.

Si bien el homo sapiens, el ser humano actual, habita sin otros homínidos el planeta hace 30.000 años, todavía hay pruebas de las hibridaciones que realizó con humanos arcaicos. “Podemos observar entre 2-4 por ciento de ancestría genética de origen neandertal en poblaciones actuales de Eurasia y hasta 6 por ciento de ancestría proveniente de los Denisovanos en algunas poblaciones oceánicas”, informa Tavella.

El 

Homo sapiens convivió unos miles de años con el Homo neanderthalensis y con los Denisovanos

La evolución es un hecho, no un propósito

Otro mito con respecto a la evolución tiene que ver con que es un proceso progresivo hacia organismos “mejores” o “superiores”. Por lo contrario, como sostenía el célebre paleontólogo estadounidense Stephen Jay Gould, la evolución es un hecho, no un propósito. Esto es, el devenir evolutivo es resultado de una interacción única entre procesos azarosos y deterministas, no es el resultado de un plan.

«La evolución se basa en continuidades y discontinuidades -agrega Tavella-. La naturaleza biocultural de los humanos es la principal discontinuidad que emerge de nuestra historia evolutiva. Los seres humanos nos definimos por habernos convertido en seres complejos. La cuestión es si esa complejidad es exclusiva de nuestra especie o si ha emergido en otras especies”.

Lo cierto es que la conducta humana y su capacidad mental han sido el auténtico distintivo -más que lo anatómico- para diferenciar a los Homo sapiens de otras especies animales. Se cree que estos rasgos puramente humanos surgieron como respuesta a los frecuentes cambios climáticos ocurridos en el período pleistoceno, gracias a los cuales nuestros ancestros desarrollaron habilidades para la cooperación, el aprendizaje social y la acumulación cultural.


Algunas poblaciones actuales de Oceanía tienen un 6% de ancestría genética proveniente de los Denisovanos, coom el que se representa en la imagen

“Entre los rasgos que ayudan a definir el comportamiento humano moderno se señalan varios: el lenguaje articulado y simbólico, el manejo del fuego, la tecnología lítica de láminas (herramientas de piedra), la talla sobre hueso, la ornamentación corporal, la práctica de rituales o la construcción de redes de intercambio”, señala Tavella.

La antropóloga añade que muchas de esas adquisiciones evolutivas ya estaban presentes en otras especies del género homo -sobre todo en los Neandertales, pero quizás también en sus antecesores, los Homo heidelbergensis-, pero es el Homo sapiens quien las generaliza “a escala planetaria”.

En conclusión, contrariamente a lo que todavía puede creerse, la evolución no es un proceso lineal ni progresivo, sino más bien ramificado y azaroso. Y por eso mismo, al no existir una gradación escalonada entre las especies, tampoco es posible que exista un solo eslabón que haga la conexión entre una y otra.

En otras palabras el eslabón perdido no existe, o, al menos, es un concepto erróneo. A esta altura, es apenas un mito, una antigua utopía científica que se extinguió pero que, de todas formas, sigue dando batalla en los medios y en el imaginario popular.

Por German Wille

Estudiar latín en el siglo XXI. P. Javier Olivera Ravasi, SE

 QUE NO TE LA CUENTEN

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Actualidad Comentada | Creyentes e incrédulos en la Iglesia | P. Santiago Martín FM | Magnificat.tv

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Duración 7:38 minutos

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viernes, 30 de julio de 2021

¿Carece Traditionis Custodes de legitimidad jurídica?



Debido a las sistemáticas debilidades de Traditionis Custodes aquellos que actúen conforme a él arriesgan cometer pecados de imprudencia e injusticia, pecados contra la caridad y la comunión eclesial.

Dadas sus falsedades fundacionales, ¿CareceTraditionis Custodes de legitimidad jurídica?, un artículo de Peter Kwasniewski para LifeSiteNews

Traducido por Beatrice Atherton para Marchando Religión

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En el artículo 1 del motu proprio Traditionis Custodes se lee: “Los libros litúrgicos promulgados por los Santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, de conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano.”

Aquí el Papa afirma que el Novus Ordo es la única ley de oración para el rito romano. Es imposible ver cómo esto es compatible con la historia de la Iglesia y con su reverencia por los venerables ritos de la antigüedad y de la Edad Media, epitomizados en el Missale Romanum de 1570 y sus integrales ediciones posteriores. También ellos son la lex orandi y no puede ser de otra manera. En vez de eso el motu proprio hace torpemente que la “lex orandi” cumpla su función como término jurídico canónico, capaz de ser aplicado ad libitum, como si fuera una etiqueta extrínseca. En realidad, la lex orandi es un todo complejo de históricos textos de oración, ceremonias y música que componen el rito romano.

La única manera de sostener la ficción del Artículo 1 es declarar que hay una continuidad tan grande entre el antiguo y nuevo misal que el nuevo es simplemente una versión actualizada del antiguo, que el Novus Ordo es sustancialmente el mismo que el rito tradicional romano que le precedió. La carta de Francisco a los obispos hace justamente esa movida:
“Por tanto, hay que suponer que el Rito Romano, adaptado varias veces a lo largo de los siglos a las necesidades de la época, no sólo se ha conservado, sino que se ha renovado «en el fiel respeto de la Tradición». Quien desee celebrar con devoción según la forma litúrgica precedente, no tendrá dificultad en encontrar en el Misal Romano reformado según la mente del Concilio Vaticano II todos los elementos del Rito Romano, en particular el canon romano, que constituye uno de los elementos más característicos.”
Sólo se puede mirar con asombro la flagrante falsedad de este par de afirmaciones.

Tal como Michael Fiedrowicz (entre muchos otros) ha sin dudas demostrado en su reciente libro: “The Traditional Mass: History, Form, and Theology of the Classical Roman Rite” (La Misa tradicional: historia, forma y teología del rito romano clásico), el rito romano ha sido testigo de muchos cambios a través de los siglos, pero su desarrollo ha sido lento, progresivo y continuo; un verdadero cuerpo orgánico de textos, ceremonias y música. Nunca fue “adaptado” para un siglo en particular, por un súper comité que trata todo el material de la liturgia como materia bruta para su disposición para ser reorganizada, reescrita e innovada ad libitum, con un fiat papal para la promulgación. San Pío V no creó un nuevo set de libros litúrgicos, sino que codificó tan cuidadosamente como era posible la práctica histórica de la Iglesia de Roma, una lex orandi completamente expresiva de la fe católica que estaba bajo ataque por los protestantes. En forma solemne él estableció este rito de la Misa como una regula fidei mediante su Bula Apostólica Quo Primum del 14 de julio de 1570. Esta Bula fue republicada en ediciones posteriores del misal por sus sucesores en el papado, como un signo de continuidad de la lex orandi, precisamente así para que la lex credendi pudiera ser completamente preservada y transmitida.

En claro contraste, los libros litúrgicos promulgados por Pablo VI fueron diseñados a partir de fragmentos y piezas de antiguos occidentales más antiguos y de fuentes no occidentales, empalmados con nuevas composiciones y desvinculados de una herencia lingüística, de rúbricas y música que era compartida, con variaciones locales, por todos los católicos occidentales anteriores a la reforma. Su misal fue el primero desde 1570 en no ser precedido con Quo Primum, una elocuente ausencia que testifica su discontinuidad con la tradición precedente. Llámese a esto como se quiera, esta interrupción de la transmisión es lo que hizo posible en primer lugar, la confusa situación para la cual Summorum Pontificum fue dirigida como una respuesta pastoral.

Por lo tanto, cuando Francisco afirma que “todos los elementos del rito romano” serán encontrados en el moderno misal romano de Pablo VI y de Juan Pablo II,” él está afirmando una falsedad, y necesitamos llamarle la atención sobre eso de la forma más clara y firme como sea posible. Cuan vastamente los dos misales, el tradicional y el moderno, se contrastan y divergen ha sido materia de voluminosos estudios académicos. Yo he contribuido a esta labor con varias conferencias que serían una útil lectura mientras nos esforzamos en responder tan mal argumentado y factualmente erróneo motu proprio:

“Más allá de “los olores y las campanas”: porqué necesitamos el contenido objetivo del Usus Antiquior” (“Beyond ‘Smells and Bells’: Why We Need the Objective Content of the Usus Antiquior”)

“Dos “formas” del rito romano: ¿hecho litúrgico o fiat canónico?” (“Two ‘Forms’ of the Roman Rite: Liturgical Fact or Canonical Fiat?”)

“Más allá de Summorum Pontificum: la obra de recuperar la herencia Tridentina” (“Beyond Summorum Pontificum: The Work of Retrieving the Tridentine Heritage”)

“Liturgia bizantina, Misa tradicional latina y el Novus Ordo, dos hermanos y un extraño” (“The Byzantine Liturgy, the Traditional Latin Mass, and the Novus Ordo—Two Brothers and a Stranger”)

Ya que la declaración de la continuidad sustantiva y las revisiones meramente superficiales no pueden ser mantenidas contra la evidencia de lo contrario, el Papa Benedicto, en un espíritu que podría llamar caritativo pragmatismo, decidió dejar que ambas de estas “tradiciones” – una que tiene siglos de antigüedad y la otra, recién creada en los sesenta – coexistieran en una situación sin precedentes.

Él no podía pensar de otra manera para romper el impase que la decisión de Pablo VI había creado, y deseó ser tan generoso como fuera posible para con aquellos que continuaban adheridos a la liturgia tradicional, a los que no se les podía imputar como una falta moral o de algún modo opuesta a la Fe sin poner, simultáneamente, en cuestión la coherencia interna de la Iglesia. Él mismo había tenido muchas dudas sobre la reforma litúrgica y vio como necesario permitir que la forma más antigua – en realidad, un rito diferente, a todas luces – siguiera en vigor.

De acuerdo con el juicio de una comisión de cardenales designada años antes por el Papa Juan Pablo II, el Papa Benedicto XVI afirmó que el rito Tridentino, el cual él apodó “forma extraordinaria”, “nunca fue abrogado” (Summorum Pontificum, artículo 1; cf. Con Grande Fiducia, “este Misal no ha sido nunca jurídicamente abrogado y, por consiguiente, en principio, ha quedado siempre permitido”). La razón profunda de por qué no fue abrogado, sin embargo, no es que Pablo VI simplemente se olvidó de hacerlo, o que se falló en los pasos correctos. Más bien:
“Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial. Nos hace bien a todos conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia y de darles el justo puesto.” Con grande fiducia, énfasis añadido
Son afirmaciones de un hecho eclesiológico: nos dicen cómo son las cosas en realidad. Cuando él habla así, el Papa Benedicto no está dirigiendo un asunto de disciplina, sino expresando verdades sobre la naturaleza de la liturgia católica en la historia y su inherente autoridad como obra de la tradición.

Tan a fondo evacúa Francisco el motu proprio de Benedicto de su sentido teológico que parece que el nuevo motu proprio “ha legislado sobre la base de un argumento incompleto y una información falsa”, como observa Christophe Geffroy. La contradicción de Francisco con respecto a su predecesor en este punto es obvia, ya que el mensaje fundamental de Traditionis Custodes es: “Lo que para las generaciones anteriores era sagrado no sigue siendo sagrado y grandioso para nosotros también, y súbitamente puede ser totalmente prohibido y considerado dañino. No nos conviene a ninguno de nosotros preservar las riquezas que se han desarrollado en la fe de la Iglesia y en la oración, y en absoluto, darles cabida.”

¿Qué debemos hacer con esta contradicción? Un Papa o el otro están en lo correcto y, de nuevo, sólo uno puede estarlo, porque se trata de afirmaciones de verdades universales y no determinaciones prudenciales. Vamos a decirlo una vez más: no estamos tratando aquí con esa o esta preferencia litúrgica, con dar o retirar particulares permisos. Lo que están en juego es una afirmación teológica acerca del estatus objetivo de las obras de tradición litúrgica, algo que no depende de una decisión papal, a menos que ahora la autoridad papal se extienda a reescribir el pasado, algo que los teólogos sostienen que ni siquiera Dios omnipotente puede hacer.

Hay al menos tres falsedades que juegan un rol esencial en Traditionis Custodes:

Tal como hemos discutido, la Nueva Misa no es lo que él dice que es. Válida, sin duda, pero sin ser ingenuos de entendimiento, ni por ninguna métrica, se puede decir que es sólo una “adaptación” más del mismo Missale Romanum.

Los motivos de Juan Pablo II y Benedicto XVI son descaradamente tergiversados en el par de documentos de Francisco y sus premisas teológicas son directamente contradictorias.

El mundo tradicional no es lo que él dice que es, y los resultados de la promocionada encuesta no han sido suministrados con honestidad al público. Sabemos de obispos, especialmente en los Estados Unidos, que presentaron positivos informes, algo que nunca se podría deducir a partir del severo tono de la carta papal. Una fuente al interior de la Congregación para la Doctrina de la Fe resumió para mí la totalidad de la encuesta: “cautelosamente positiva”. Esto no pega para nada con la imagen pintada por Francisco y las notoriamente hostiles conferencias episcopales de Francia e Italia, ¿En quién debemos confiar? El escándalo McCarrick fue investigado solo por las presiones externas; la investigación fue hecha a paso de tortuga y el informe final fue inadecuado. La transparencia del Vaticano o la afición a decir la verdad no inspira confianza. Sin embargo, ¿se les pide a los obispos arrojar florecientes feligresías de católicos fieles bajo el autobús a causa de resultados supuestamente negativos de una encuesta, sobre la base de “tú solo confía en nosotros”?

Permítanme ofrecerles una comparación: imagínense que una autoridad civil ordena a un muy apreciado zoológico de la ciudad cerrar a causa de “frecuentes y tristes informes” de incidentes de animales que dañan a los visitantes, y porque, de todos modos, la única gente que va al zoológico odia a los animales. Pero si tales incidentes de hecho no tuvieran lugar con regularidad, y que la última afirmación fuera una total falsedad y calumnia, ¿en qué sentido los subordinados estarían obligados a cerrar el zoológico?

Estas falaces afirmaciones son las columnas sobre las que se levantan las directivas disciplinarias de Francisco. Pero el sentido común y la lógica invitan a preguntarse: ¿puede un documento basado en falsedades tener peso jurídico? ¿Puede ser tomado seriamente como un instrumento jurídico? Un instrumento está viciado si se promulga sobre una base falsa, resultado de la falta de un debido conocimiento y prudencia reglamentaria del legislador. De forma lógica: “Dado X, debe hacerse Y. Pero X es demostrablemente falso, por tanto, debemos abstenernos de hacer Y.”

Otro principio consagrado de la ley canónica es relevante: una ley dudosa no obliga. Muchos obispos ya han indicado la necesidad de un cuidadoso estudio antes de implementar el motu proprio, a pesar de que el documento entra en vigor inmediatamente. Mientras ellos deliberan qué hacer, tengan esto en cuenta: tal y como está, entre errores, contradicciones y ambigüedades, Traditionis Custodes está tan repleto de dudas que se hace difícil ver se podría actuar responsablemente sobre en esto. Dada sus sistemáticas debilidades, aquellos que actúen conforme a él arriesgan cometer pecados de imprudencia e injusticia, pecados contra la caridad y la comunión eclesial. No podemos dejar de notar con dolor cuan consistentemente las nuevas disposiciones encajan en su totalidad con el patrón del pontificado de Francisco, con sus frutos de ambigüedad y anarquía.

Peter Kwasniewski

miércoles, 28 de julio de 2021

«La liturgia no es un juguete de los papas; es patrimonio heredado de la Iglesia» Contundentes declaraciones sobre Traditionis custodes de monseñor Rob Mutsaerts

 ADELANTE LA FE


Rob Mutsaerts, obispo auxiliar de Bolduque (Países Bajos) ha publicado esta contundente declaración en su blog. El Papa ha pedido parresía, y está recibiendo una buena dosis de todo el mundo.

Un malvado edicto del papa Francisco

Monseñor Rob Mutsaerts

Obispo auxiliar de Bolduque

El papa promueve la sinodalidad: todos tienen que poder hablar, y hay que escucharlos a todos. No se puede decir que sea así con el motu proprio Traditionis custodes que acaba de publicar, tiránico decreto que ordena el cese inmediato de la Misa Tradicional. Con ello, Francisco tacha con gruesas líneas el texto de Summorum Pontificum, el motu proprio por el que Benedicto concedió amplias libertades a la Misa de siempre.

Si Francisco se expresa de forma autoritaria sin consultar con nadie es señal de que está perdiendo autoridad. Ya había quedado claro cuando la Conferencia Episcopal Alemana hizo caso omiso de los consejos del Sumo Pontífice sobre la sinodalidad. Igualmente pasó en Estados Unidos cuando Francisco pidió a la conferencia de allí que no redactase un documento sobre la recepción digna de la Comunión. Pero ahora que hablamos de la Misa Tradicional, ¡el Papa debe de haber pensado que en este caso sería mejor dejarse de consejos y decretar una orden de ejecución!

El lenguaje que emplea recuerda mucho a una declaración de guerra. Desde Pablo VI, todos los papas han dejado resquicios para la Misa de siempre. Cuando se efectuaban cambios en ese sentido, se trataba siempre de revisiones mínimas, como los indultos de 1984 y 1989. Juan Pablo II creía firmemente que los obispos debían ser generosos con las autorizaciones para celebrar la Misa Tridentina. Y Benedicto abrió la puerta de par en par con Summorum Pontificum: «Lo que antes era sagrado sigue siendo sagrado». Francisco, en cambio, da un portazo con Traditionis custodes. La sensación es de traición, y es una bofetada en la cara a sus predecesores.

Por cierto, la Iglesia nunca ha abrogado ritos. Ni siquiera lo hizo en Trento. Francisco rompe de un plumazo con la Tradición. Su motu proprio contiene de forma concisa y tajante algunas propuestas y órdenes. Lo explica con más detalle en una declaración más extensa adjunta al documento. Declaración que contiene bastantes inexactitudes. Entre otras, afirma que después del Concilio Pablo VI hizo lo mismo que San Pío V después de Trento. Nada podía estar más lejos de la verdad. Recordemos que antes de Trento circulaban bastantes manuscritos y las liturgias locales proliferaban como hongos. Era un caos.

En Trento se quiso recuperar ritos, eliminar inexactitudes y verificar la ortodoxia de los ritos existentes. Aquel concilio no se ocupó de reescribir las rúbricas ni añadió nada: ni oraciones eucarísticas, ni leccionarios ni calendarios nuevos. De lo que se trató fue de garantizar una continuidad orgánica ininterrumpida. El Misal de 1570 remite al de 1474, y éste a su vez a otros hasta el siglo IV. A partir del siglo IV hubo continuidad. Después del siglo XV, hay cuatro siglos más de continuidad. De vez en cuando se introducían como mucho unas leves alteraciones; se añadía una festividad, una conmemoración o una rúbrica.

En el documento conciliar Sacrosanctum Concilium el Concilio pidió reformas litúrgicas. En su conjunto, es un documento conservador. Se conservaba el latín, y el canto gregoriano mantenía el lugar que legítimamente le corresponde en la liturgia. Pero lo que pasó después del Concilio no tiene nada que ver con los textos conciliares. El infame espíritu del Concilio no aparece en los documentos del Concilio. Apenas el 17% de las oraciones del Misal de Trento siguen intactas en el de Pablo VI. Difícilmente se puede hablar de continuidad o de desarrollo orgánico. Benedicto lo reconoció, y por eso hizo tantas concesiones a la Misa de siempre. Y hasta llegó a decir que no hacía falta que nadie le pidiera autorización («lo que antes era sagrado sigue siendo sagrado»).

Ahora el papa Francisco quiere hacer creer que su motu proprio es parte del desarrollo orgánico de la Iglesia, pero la realidad lo contradice totalmente. Al hacer poco menos que imposible la celebración de la Misa en latín, rompe de una vez con la tradición litúrgica milenaria de la Iglesia Católica Romana. La liturgia no es un juguete de los papas; es patrimonio heredado de la Iglesia. La Misa de siempre no es cuestión de nostalgia o de gusto. El Papa tiene que ser custodio de la Tradición; es un jardinero, no un inventor. El derecho canónico es algo más que la ley positiva; existen también el derecho natural y el derecho divino. Más aún, existe igualmente la Tradición, y no se la puede dejar de lado así como así.
Lo que ha hecho el papa Francisco no tiene nada que ver con la evangelización, y menos aún con la misericordia. Se trata más bien de ideología.
Vaya usted a cualquier parroquia donde se celebre la Misa de siempre y, ¿con qué se encuentra? Con personas que simplemente quieren ser católicas. No suelen meterse en disputas teológicas ni se oponen al Concilio (aunque sí a la manera en que se puso en práctica). Les encanta la Misa en latín por su sacralidad, su trascendencia, el carácter central que ocupa la salvación de las almas, y la dignidad de la liturgia. Se ven familias numerosas. El que llega se siente acogido. Y apenas se celebra en unos pocos lugares. ¿Qué interés tiene el Papa en quitarle eso a la gente? Repito lo que dije más arriba: es ideología: o se acepta el Concilio –incluida su puesta en práctica, con tantas aberraciones–, ¡o nada! Son un grupo relativamente pequeño de fieles (por cierto, un número que va en aumento, mientras el Novus Ordo está en decadencia) que se sienten a gusto con la liturgia tradicional, y hay que acabar con ellos. Eso es ideología y es maldad.

Si realmente se quiere evangelizar, si de verdad se quiere tener misericordia, apoyar a las familias, católicas, se honra la Misa Tradicional. A partir de la fecha de promulgación del motu proprio no se podrá celebrar la Misa de siempre en parroquias (¿dónde si no?); hay que pedir permiso al obispo, el cual es posible que sólo lo conceda para ciertos días; y en el caso de los sacerdotes que se ordenen más adelante y quieran celebrar la Misa de siempre, el obispo habrá de pedir orientación a Roma. ¿Se puede ser más dictador, menos pastor, más inmisericorde?

En el artículo 1 de su motu proprio, Francisco dice que el Novus Ordo (la Misa actual) es »la única expresión de la lex orandi del Rito Romano». O sea, que ya no distingue entre el rito ordinario (el de Pablo VI) y el extraordinario (la Misa Tridentina). Siempre se había dicho que ambos son expresión de la Lex orandi, no sólo el Novus Ordo. Una vez más, ¡la Misa de siempre nunca fue abolida! No veo que Bergoglio hable nunca de los numerosos abusos litúrgicos que se dan en infinidad de parroquias por todo el mundo. Todos es posible en las parroquias… menos la Misa Tridentina. Todas las armas entran en acción para erradicar la Misa de siempre.

¿Por qué? Por Dios, pero ¿por qué? ¿A qué viene esta obsesión de Francisco por borrar del mapa a ese pequeño grupo de tradicionalistas? El Papa debería ser el guardián de la Tradición, no su carcelero. Amoris laetitia se distinguía por su vaguedad, pero Traditionis custodes es una innegable declaración de guerra.

Sospecho que a Francisco le va a salir el tiro por la culata con este motu proprio. Será muy positivo para la Fraternidad San Pío X. Nunca habrían podido imaginar el favor tan grande que les iba a hacer el papa Francisco…

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

El Gobierno ha impulsado su agenda ideológica durante la pandemia

 EL TORO TV


Duración 4:49 minutos

https://eltorotv.com/programas/el-gato-al-agua/el-gobierno-ha-impulsado-su-agenda-ideologica-durante-la-pandemia-20210724

Coronavirus: ¿Y si los disidentes tuvieran razón?

 EL TORO TV


Duración 3:40 minutos



Traditionis custodes: un acto de debilidad

 CORRISPONDENZA ROMANA



(Cristiana de Magistris) Después de una lectura atenta y tranquila del reciente motu proprio Traditionis Custodes , desprovisto de esa acritud e indignación que casi inevitablemente suscita un documento -como éste- de tonos draconianos y tendenciosos, el texto no parece ser un acto de fuerza pero de debilidad, un canto de cisne que, cerca del final, canta con una voz que ya no es bella sino más fuerte.

El documento presenta una serie de anomalías canónicas que los juristas deberán examinar detenidamente. Quisiéramos detenernos en un solo punto, el litúrgico, que nos parece de un significado absolutamente revolucionario y poco fiable. En el artículo 1 del documento, como para dar luz a todo lo que sigue, leemos: " Los libros litúrgicos promulgados por los Santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, de conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son los única expresión de la lex orandi del rito romano ».

Mucho hay que decir al respecto de acuerdo con los decretos del Concilio Vaticano II , dado que el misal de Pablo VI -como ha quedado ampliamente demostrado- fue mucho más allá del dictado conciliar, acuñando una liturgia ex novo, en completa discontinuidad no sólo con la tradición resumida en el misal de San Pío V, pero también con la voluntad de los mismos Padres conciliares.

En cualquier caso, esta Liturgia realizada "en una mesa" (Cardenal Ratzinger), ya no puede considerarse parte del Rito Romano . Una personalidad de la profundidad de monseñor Gamber lo afirmó con vigor tras la entrada en vigor del nuevo misal. La nueva liturgia es un " Ritus modernus ", dijo, ya no es un " Ritus Romanus " . El padre Louis Bouyer, miembro del Movimiento Litúrgico, que en general estaba a favor de las innovaciones conciliares, se vio obligado a afirmar: " Debemos hablar con claridad: hoy en día prácticamente no hay liturgia digna de ese nombre en la Iglesia católica ". « Hoy - continuó monseñor Gamber refiriéndose a la liturgia reformada - nos enfrentamosescombros de una tradición de casi dos mil años ». El padre Joseph Gelineau, uno de los partidarios de la renovación, podría decir: “ Que aquellos que, como yo, han conocido y cantado una solemne misa gregoriana en latín, la recuerden, si pueden. Que la comparen con la Misa que tenemos ahora. No solo las palabras, las melodías y algunos de los gestos son diferentes. A decir verdad, es una liturgia diferente de la Misa. Esto hay que decirlo sin ambigüedad: el rito romano que conocíamos ya no existe (le rite romain tel que nous avons connu n'existe plus). Fue destruido (il est détruit) ».

Que el Rito Romano ya no sobrevive en el misal reformado de Pablo VI, son los liturgistas amigos y enemigos de la Tradición quienes lo afirman. Por tanto, el misal reformado -como afirma K. Gamber- merece el título de missal modernus pero no romanus .

A la luz de estas elementales consideraciones litúrgicas, ¿cómo podemos entender el artículo 1 del motu proprio? A lo que se añade - en la carta a los Obispos - la afirmación sorprendente y tendenciosa: "Por tanto, debemos creer que el Rito Romano, adaptado varias veces a lo largo de los siglos a las necesidades de la época, no sólo se ha conservado, sino renovado". en fiel respeto a la Tradición ' . Quien desee celebrar con devoción según la forma litúrgica precedente, no tendrá dificultad en encontrar todos los elementos del Rito Romano en el Misal Romano reformado según la mente del Concilio Vaticano II ”. Y termina: « en particular el canon romano, que constituye uno de los elementos más característicos". Ahora es necesario aclarar que en el misal de Pablo VI el Canon Romano no es -ni siquiera en su edición típica- el Canon Romano del misal de San Pío V.Es el que más se le asemeja, pero no en de cualquier manera coincida con él. El padre RT Calmel OP, entre 1968 y 1975, escribió nada menos que 4 artículos, luego agrupados bajo el significativo título Reparación pública al ultrajado Canon Romano.(en el nuevo misal) para explicar su belleza e inmutabilidad, así como las antinomias existentes entre el Canon romano del misal de San Pío V y el de Pablo VI. Nos duele - sí, también nos duele - encontrar en un documento pontificio (además dirigido a los obispos) tanta inexperiencia. Pero que así sea. Y no es el único. También queda por explicar qué es ahora el misal de San Pío V, ya que ya no es una expresión del rito romano, siendo el misal de Pablo VI la única expresión de la lex orandi del rito romano. ¿Ha dejado de ser un rito romano después de al menos 400 años de vida?

El otro problema grave que surge es la legitimidad de tal acto. De nuevo Klaus Gamber, en su estudio “La reforma de la liturgia romana”, se pregunta si un pontífice supremo puede modificar un rito. Y responde negativamente, ya que el Papa es el custodio y garante de la liturgia (así como de los dogmas), no su amo. « Ningún documento de la Iglesia - escribe Gamber -, ni siquiera el Código de Derecho Canónico, dice expresamente que el Papa, como Pastor Supremo de la Iglesia, tiene derecho a abolir el Rito tradicional. Los límites están claramente puestos a la plena et suprema potestas del Papa […]. Más de un autor (Gaetano, Suarez) expresa la opinión de quela abolición del rito tradicional no es competencia del Papa. […]. Ciertamente no es tarea de la Sede Apostólica destruir un rito de tradición apostólica, pero su deber es mantenerlo y tramandarl o ”. De ello se deduce que el Rito Romano, expresado por el misal de San Pío V, no se abroga ni se deroga y todos los sacerdotes conservan el derecho a celebrar la Misa y los fieles a asistir a ella.

Finalmente, es asombroso y doloroso leer en la Carta a los Obispos que la intención de este motu proprio no es otra que la de San Pío V después del Concilio de Trento: " Me consuela en esta decisión el hecho de que, después de el Concilio de Trento, también San Pío V derogó todos los ritos que no podían presumir de una antigüedad probada, estableciendo un único Missale Romanum para toda la Iglesia latina ». Pero San Pío V hizo exactamente lo contrario de lo que hizo el Papa Francisco con este motu proprio. Es cierto que san Pío V estableció un único Missale Romanum para toda la Iglesia latina , pero este misal, a diferencia del de Pablo VI impuesto por Francisco, solo fue restaurado, en cumplimiento de los decretos tridentinos, para ser un instrumento de unidad para todos. Católicos porque sea más antiguo, no porque sea más nuevo . ¿Cómo puede el misal de Pablo VI ser un instrumento de unidad si (además de un sinfín de otros problemas) ha alcanzado una creatividad, es decir, una diversidad, "al límite de lo soportable", como reconoce el mismo Pontífice? Además, la "antigüedad probada" de los ritos deseados por el Papa de Lepanto requería una continuidad interrumpida de al menos 200 años. Esto significa que el rito moderno de Pablo VI, bajo el gran Inquisidor, habría sido elegantemente eliminado, sin ninguna esperanza, ni remota, de poder elevarse al rito único de todo el cristianismo. Sin mencionar que San Pío V con el toro Quo primum blindaba su Misal a perpetuum, haciéndolo impecable. Por tanto, el motu proprio invoca la autoridad de quienes lo condenan. También aquí es sorprendente constatar tal inexperiencia histórica en un documento pontificio.

En conclusión, el motu proprio, si quieres leer en profundidad, es una declaración de guerra, pero también es el reconocimiento de una derrota. Es un aparente acto de fuerza que cubre una debilidad e inexperiencia básicas. El misal reformado fue una catástrofe en todos los niveles: litúrgico, dogmático, moral. El resultado evidente es que ha vaciado iglesias, conventos y seminarios. Al no poder imponerlo por la fuerza de la tradición, que no transmite, se quiere imponerlo mediante leyes. Pero es una operación improbable, fundada en el engaño y, por tanto, destinada al fracaso. No es un golpe fatal dado al rito romano, sino la eutanasia del rito moderno. No es una franja fatal, sino una poda vivificante del misal de San Pío V, que -por el odio que suscita entre los márgenes modernistas de la jerarquía- confirma que es lo más hermoso de esta parte del Cielo », que nos fue transmitido por nuestros padres y que se lo pasaremos a nuestros hijos, aunque tengamos que purificarlo con nuestra sangre.