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jueves, 15 de mayo de 2025

Qué ocurrió en el cónclave



Todos sabemos que los cardenales y demás personal que ingresa al cónclave hace un solemne juramento de secreto con una gravísima amenaza: si revelan lo que allí ocurrió, sufren la pena de excomunión. Y también sabemos que hay un buen número de cardenales que creen en los efectos de la excomunión tanto como creen en Papá Noel. Es decir, no es extraño que hablen y que las noticias se filtren. Es por eso posible, en teoría, saber cómo se desarrolló el cónclave de la semana pasada.

Pero el problema no es entonces el secreto, sino los así llamados vaticanistas que, como periodistas, deben llenar páginas con lo que saben y con lo que imaginan, además de operar, y mentir, para beneficio de los sectores que les pagan que, invariablemente son progresistas de diverso pelaje. Por eso mismo, en los últimos días hemos encontrado varias versiones de lo ocurrido, y el elemento en común que tienen es que nunca los candidatos conservadores habrían recibido votos y, en cambio, pretenden convencer de que la elección de Robert Prevost fue sido una jugada maestra de los cardenales progresistas.

Nunca me convencieron esas versiones y elaboré la mía propia, sin ningún secreto cardenalicio revelado que me hubiese llegado al oído, y por simple deducción: los conservadores tenían un número de votos, aunque reducido, y los progresistas nunca habrían desistido de votar un candidato que no fuera puramente de ellos. Finalmente, una fuente confiable me pasó algunos datos que me animo a publicar no solamente por mi confianza en esa fuente, sino porque es verosímil y se ajusta más o menos a lo que yo había pensado.

En primer lugar, y algo que ya dije en estos días, el sector conservador venía preparando este cónclave desde hacía años. Tenían estrategias; no fueron crudos como les ocurrió en 2013.

En segundo lugar, y tal como lo informó el Corriere della sera, se produjo una reunión del grupo conservador, liderado por el cardenal Dolan, en el apartamento del cardenal Burke, en vía Rusticucci, pocos días antes del cónclave a la que concurrió el entonces cardenal Prevost.

¿Cómo fueron las votaciones?

Primera votación

Como todo el mundo esperaba, en esta votación se tomó la temperatura del ambiente lo que implicó una dispersión de preferencias. Sin embargo, cinco cardenales recibieron un número notable de votos.

Pietro Parolin. Fue el que más votos obtuvo, pero por debajo de los 50 que se creían seguros.

Robert Prevost tuvo un desempeño mucho mejor de lo esperado.

Luis Antonio Tagle, votado por el ala progresista dura.

Peter Erdö, votado por los más conservadores.

Anders Arborelius, votado también por el centro.

Segunda votación

El voto conservador divido entre Erdö y Arborelius alcanzó la cantidad prevista: no más de 30 votos, y se sabía que no iba a crecer y que no constituía el tercio de bloqueo. Es por ese motivo, y visto el panorama, que se activa la estrategia prevista con anticipación.

En la mañana del jueves, el cardenal Prevost mantiene una larga y fructífera conversación durante el desayuno con el cardenal Dolan que, como decíamos, era el líder de los votos conservadores.


Poco después, el cardenal Erdö y el cardenal Arborelius se retiran, como se había previsto en la estrategia.

De esta manera, Prevost alcanza y supera a Parolin en la votación: recibe sus votos originales más los aportados por el sector conservador.

Tercera votación

Ante esta situación, el cardenal Parolin no tiene más remedio que buscar un acuerdo con el cardenal Tagle y el sector progresista. Parolin había intentado antes del cónclave conseguir el apoyo de los conservadores que habían rechazado contundentemente tal posibilidad.

Sin embargo, muchos de los votantes de Tagle se niegan a apoyar a Parolin por motivos de animadversión personal. Era muy difícil que los alemanes o que Höllerich lo votaran. Por otro lado, se sabía que el Papa Francisco había dejado muy claramente señalado que no quería que su sucesor fuera el Secretario de Estado y los bergoglianos de paladar negro obedecerían a su caudillo.

Así las cosas, el cardenal Parolin no consigue recuperarse y, aunque suma algunos votos, son insuficientes. El cardenal Prevost, en cambio, crece y se acerca a los 89 votos.

Cuarta votación

La suerte estaba echada y el cardenal Parolin lo sabía. No podía arriesgarse a perder en la votación, pues hubiese sido una humillación intolerable para quien pasó los últimos doce años tratando de ser Papa y, por otro lado, sabía que le acarrearía inevitablemente perder su puesto. Anuncia, por tanto, que se retira.

Así entonces, el cardenal Robert Prevost se convierte en el papa León XIV con más de 100 votos

Sin embargo, unos 30 cardenales progresistas duros prefieren un voto de protesta, y escriben en sus papeletas el nombre de una mezcla heterogénea de cardenales, entre los que se encuentra sobre todo Mario Grech y Jean-Marc Aveline.

Conclusión: A diferencia de lo que dice la prensa naturalmente progre y los periodistas pautados, como la inefable Elisabetta Piqué, la elección del cardenal Prevost no fue un triunfo de los bergoglianos. Todo lo contrario: ganó con el voto imprescindible de los conservadores. Y éstos no actuaron como último remedio, sino como fruto de una estrategia muy bien pensada y sabiendo perfectamente a quien estaban votando. Y, hasta ahora, no los ha defraudado.

La mentira del catastrofismo climático se derrumba: Científicos reconocen que la tendencia en la Antártida «se ha revertido»



Durante años, hemos sido bombardeados con historias alarmistas sobre el cambio climático, con especial énfasis en el deshielo de la Antártida. Esta narrativa catastrofista, promovida por organismos supranacionales, ha sido la base para imponer políticas globalistas que afectan a todos los países. Sin embargo, lo que parecía una verdad incuestionable está comenzando a desmoronarse gracias a nuevos datos científicos.

El estudio que desmonta la narrativa

Un reciente estudio, liderado por la Universidad Tongji de China, ha puesto en evidencia la manipulación de los datos climáticos. Utilizando información de los satélites GRACE y GRACE-FO de la NASA, los investigadores han descubierto que, entre 2021 y 2023, la masa de hielo en el este antártico ha aumentado, contradiciendo el relato que nos habían impuesto sobre el deshielo constante en la región.

En particular, se ha documentado un incremento de 108 gigatoneladas de hielo por año en las zonas de Wilkes Land y Queen Mary Land, lugares donde anteriormente se reportaba una pérdida media de 142 gigatoneladas anuales. Este hallazgo es revolucionario, ya que cuestiona la afirmación de que el hielo polar está desapareciendo sin cesar.

La manipulación ideológica detrás del catastrofismo climático

La narrativa que nos presentaron durante años acerca del cambio climático y el deshielo en la Antártida no era producto de un análisis científico riguroso, sino de una estrategia de manipulación ideológica. Organismos internacionales, como la ONU y Bruselas, impulsaron políticas climáticas extremas basadas en una falacia.

La agenda 2030 fue otra de las herramientas utilizadas para difundir el miedo y la crisis climática, la cual sigue siendo repetida por gobiernos y medios de comunicación. El supuesto deshielo de la Antártida, uno de los elementos más repetidos, se usó para sembrar el pánico y justificar políticas de control económico, energético y social que afectan a la población.

¿Qué significa este hallazgo científico?

El estudio reciente demuestra lo que muchos sabíamos pero no podíamos probar: las narrativas mediáticas y políticas del catastrofismo climático eran erróneas. Este hallazgo subraya lo que algunos científicos han defendido durante años: el clima de la Tierra es mucho más dinámico y menos predecible de lo que se nos ha hecho creer.

Los datos no pueden ser manipulados al gusto de los intereses políticos. La realidad es que los procesos climáticos de la Tierra son extremadamente complejos, y no basta con una observación puntual para extraer conclusiones definitivas. Las afirmaciones absolutistas que nos han vendido sobre el clima son erróneas, y los estudios recientes lo demuestran.

Además, este cambio de perspectiva obliga a reflexionar sobre cómo se ha manejado la información climática en los últimos años. Los alarmismos infundados no solo son peligrosos, sino que también desinforman al público y dificultan la toma de decisiones basadas en datos reales y verificables.

¿Por qué debemos cuestionar el catastrofismo climático?

La respuesta está clara: el catastrofismo climático ha sido utilizado como una herramienta de control político y económico. El alarmismo sobre el deshielo en la Antártida no solo ha servido para crear una falsa sensación de emergencia, sino que ha sido la base para imponer políticas que afectan negativamente a la soberanía de las naciones.

La agenda 2030 y otras iniciativas globalistas, que en teoría buscan luchar contra el cambio climático, están basadas en supuestos falsos que no son válidos. En lugar de centrarse en soluciones equilibradas y basadas en la evidencia, estas políticas han priorizado objetivos ideológicos y sectarios que buscan una reestructuración de la sociedad y la economía a nivel global.

Reflexión final: la verdad siempre sale a la luz

Este nuevo estudio sobre la Antártida es solo un ejemplo de cómo las mentiras sobre el cambio climático comienzan a caer. Los intereses ideológicos y políticos que han impulsado la narrativa del catastrofismo climático se están desmoronando a medida que más estudios serios y objetivos salen a la luz. Al final, la verdad siempre prevalecerá, y lo que parecía ser una verdad incuestionable terminará cayendo por su propio peso.

Es fundamental que sigamos cuestionando las narrativas que nos imponen desde los organismos internacionales y los medios de comunicación. Solo así podremos asegurar que las políticas climáticas que se adopten en el futuro sean basadas en hechos reales, y no en falsedades ideológicos que solo han servido para manipular a la sociedad.

El PP se quita la careta en el Congreso: apoyo al Pacto Verde y a la agenda 2030




El PP defiende en el Congreso la «hoja de ruta» de Von der Leyen que mantiene el Pacto Verde

El Partido Popular (PP) ya no engaña a su electorado. Tras años de aparentar oposición al globalismo y al PSOE en España mientras apoyaba sus políticas en el Parlamento Europeo, ahora se quita la careta definitivamente. El partido ha dejado clara su postura al respaldar el Pacto Verde de la Unión Europea en el Congreso. La diputada Milagros Marcos lo expresó claramente este martes en el Congreso, afirmando que el PP apuesta por una estrategia que equilibre la lucha contra el cambio climático y la competitividad.

La eurodiputada Dolors Montserrat ha reforzado esta línea argumental, destacando que el PP siempre ha defendido el Pacto Verde. Asegura que Europa debe liderar la lucha contra el cambio climático, «Queremos que Europa enseñe al mundo a sumarse en la lucha contra el cambio climático. La mejor de hacerlo es con el liderazgo de Ursula von der Leyen y el Green Deal (Pacto Verde)» ha dicho. Sin embargo, esta postura deja al descubierto el giro definitivo hacia el globalismo y la Agenda 2030.

Una traición al sector primario español

El apoyo al Pacto Verde representa un duro golpe para el sector primario español. Agricultores y ganaderos ven cómo el partido que tradicionalmente les respaldaba, al menos teóricamente, apuesta ahora por políticas que limitan su actividad en nombre del cambio climático. Esta postura rompe con la imagen que el PP trató de mantener ante su electorado más conservador, que ahora debe asumir que el partido se alinea con el globalismo izquierdista de la UE.
La doble cara del PP: Europa y España

Hasta ahora, el PP había jugado a dos bandas: apoyando iniciativas globalistas en Europa mientras criticaba medidas similares en territorio nacional. Sin embargo, ya no hay margen para la confusión. El mensaje es claro: el PP prefiere la agenda 2030 y la transición ecológica impulsada desde Bruselas. Esto desmonta cualquier argumento que sus votantes pudieran utilizar para justificar su apoyo al partido, ya que ahora su postura está más clara que nunca.

No es transición ecológica, es demolición nacional

Lo que el PP llama transición ecológica es, en realidad, una demolición nacional. El denominado Pacto Verde Europeo no busca fortalecer a España, sino imponer políticas que sacrifican nuestra soberanía energética y productiva. Ni el PP ni el PSOE velan por los intereses nacionales; ambos se han quitado la careta, mostrando su alineación con agendas globalistas que perjudican a nuestra economía y desprotegen a las familias españolas.»
Los votantes ya no pueden alegar engaño

Esta vez, los simpatizantes del PP ya no podrán afirmar que fueron engañados. El apoyo abierto al Pacto Verde y a la estrategia de Von der Leyen confirma que el partido apuesta descaradamente por el globalismo y la Agenda 2030. Es lo que le piden si quiere gobernar próximamente. Si el votante mantiene su respaldo en las urnas, será con pleno conocimiento de sus prioridades y políticas. El tiempo de los engaños ha terminado.

Los primeros días del Papa León XIV



A casi una semana de su aceptación, el papa León ya está provocando debates en los medios de comunicación de todo el mundo. Manteniendo una perspectiva equilibrada, es justo decir que todavía es demasiado pronto para ofrecer una interpretación histórica o incluso teológica de su pontificado. Sin embargo, poco a poco podemos destacar algunos detalles indicativos de su liderazgo eclesiástico que ya han salido a la luz en estos primeros días.

Cristo, el Papa, la Iglesia

Una pequeña aclaración: mirar el pasado de un Papa como obispo y cardenal es ciertamente útil para comprender su pensamiento, pero hay que recordar que tal análisis es siempre bastante limitante.

Esto es cierto por dos razones, una natural y otra sobrenatural, por así decirlo. La razón natural es que una vez que un hombre se convierte en Papa, y por lo tanto se vuelve injuzgable (según la famosa fórmula canónica: Prima Sedes a nemine judicatur nisi a Deo), puede expresar posiciones que antes había mantenido discretas u ocultas, ya sea para evitar presiones o marginaciones por parte de autoridades superiores.

La razón sobrenatural, en cambio, está relacionada con la gracia del Estado.

No hay que olvidar que cuando un cardenal es elegido Papa y pronuncia la famosa palabra Accepto («Acepto»), está sellando un contrato matrimonial y sobrenatural entre él y la Iglesia. En este sentido, el Papa es verdaderamente el Vicario de Cristo, donde «vicario» significa aquel que comparte plenamente el poder que se le ha confiado. Cristo es el Sumo Pontífice de la Iglesia, Cristo es el Esposo de la Iglesia, pero al entregar las llaves del Cielo a Pedro, le concede toda su autoridad, sin que Pedro pueda ir «más allá» de ella. Sin embargo, tampoco puede disminuir el poder del papado.

Pues bien, la gracia de estado del papado puede transformar verdaderamente al hombre designado para tan gran ministerio.

El Magisterio de las Lágrimas

Volvamos por un momento al día en que el Papa León apareció en el balcón de la Plaza de San Pedro. Pocos analistas han destacado, quizás, las lágrimas que Prevost mostró al mundo. Esas lágrimas no deben darse por sentadas, a pesar de que el lugar donde el Papa se prepara antes de hacer su primera aparición pública se llama la «Sala de las Lágrimas». Esa emoción es el signo de esa debilidad enteramente humana que Dios puede transformar en fuerza.

El papado no es principalmente un honor, sino una gran cruz. Después de todo, el Papa es el Vicario de Cristo, y en todo, está llamado a compartir el poder del Señor, incluida la cruz. Creo que el Papa León es consciente de esto.

Durante la Missa pro Ecclesia (9 de mayo de 2025), en su primera homilía como Pontífice, dijo explícitamente: «Me has llamado a llevar esa cruz y a ser bendecido con esa misión«. Esas lágrimas ya son un acto magistral, renovado el domingo pasado durante el primer Regina Coeli de Leo.

La crisis de la ley

Hay otro aspecto que me gustaría destacar. En un artículo mío publicado en The European Conservative en vísperas del Cónclave de 2025, escribí:

«Un aspecto que [Benedicto XVI y Francisco] descuidaron, aunque de maneras muy diferentes, fue el papel del derecho en la vida de la Iglesia. Benedicto XVI prefirió recurrir lo menos posible a los mecanismos legales, favoreciendo un liderazgo más espiritual que institucional. Francisco, por otro lado, a menudo ha eludido o incluso torcido la ley para sus propios fines, usándola selectivamente. […] Sin embargo, esta misma «crisis de derecho» —marcada por normas ignoradas, procedimientos improvisados y expulsiones injustificadas— sigue siendo uno de los legados más graves y estructurales que han quedado. Es poco probable, sin embargo, que los cardenales lo reconozcan como tal. Es probable que las dinámicas en juego se desarrollen en otros frentes: pastoral, geopolítico, mediático e incluso económico. El riesgo, sin embargo, es que se siga pasando por alto un problema que socava la cohesión y la credibilidad de la Iglesia desde dentro y a largo plazo».

Hasta cierto punto, mi preocupación ha sido reconocida. El nuevo Papa es matemático, filósofo, teólogo y canonista. Además, es agustino, y el mismo san Agustín afirmaba que la paz —una de las palabras clave de su agenda— es «la tranquilidad del orden» (cfr. De Civitate Dei XIX, 13.1).

Un hombre que es a la vez matemático y canonista inspira esperanza, no sólo por el rigor del método y el amor por la precisión y el orden, sino también por su conciencia de este aspecto específico de la crisis de la Iglesia: la crisis del derecho. Además, es muy tranquilizador saber que el Papa recién elegido está abierto a las propuestas y a los consejos de dos estimados cardenales, canonistas y conservadores, como el húngaro Péter Erdő y el estadounidense Raymond Leo Burke, dos figuras eclesiásticas que, sin duda, son conscientes de la actual crisis del derecho y del derecho en la Iglesia católica.

Sin embargo, el nuevo Papa es también filósofo y teólogo. Esto no se da por sentado. Hoy, de hecho, hay una tendencia a estudiar filosofía sin teología, o teología sin filosofía, pero este es un enfoque moderno y erróneo, contraproducente y perjudicial, porque no se puede comprender completamente una de las dos sin la otra. Además, Robert Francis Prevost estudió filosofía en los Estados Unidos de América, en la Universidad de Villanova (Pensilvania). ¿Por qué es tan importante este aspecto? La respuesta es simple: la filosofía no se estudia de la misma manera en todo el mundo. Hoy en día, existen dos grandes tradiciones de estudio filosófico a nivel mundial: el modelo continental y el modelo analítico.

El modelo continental se desarrolló principalmente en Europa con pensadores como Hegel, Heidegger y Derrida. Este modelo favorece una visión holística de los problemas más que su análisis, pero sobre todo prefiere el enfoque histórico, a menudo vinculado a la experiencia subjetiva y al cambio de las condiciones sociales. Los filósofos continentales tienden a explorar temas como la existencia, la conciencia y la sociedad, utilizando un estilo más literario y menos estructurado en comparación con los filósofos analíticos. Joseph Ratzinger es un ejemplo de teólogo continental.

Los filósofos analíticos, por su parte, buscan descomponer los problemas filosóficos en partes más simples (análisis, precisamente), utilizando un método riguroso, lógico y sistemático para llegar a conclusiones precisas y verificables. Este último enfoque está mucho más cerca de la escolástica medieval, que se basaba en la argumentación lógica y en un método dialéctico para profundizar en la teología y la filosofía, y en el supuesto de que la verdad es objetiva. Prevost estudió este tipo de filosofía, supongo. Me gustaría subrayar que este aspecto de la formación de Prevost no es marginal: escribo esto como filósofo que estudió bajo ambos modelos, en Italia (continental) y en Suiza (analítico).

Las palabras clave del pontificado de León XIV

En el artículo anterior de presentación de León XIV, afirmé que hay tres palabras que presentan su agenda de gobierno. Estamos a la espera de la publicación de su primera encíclica —que suele ser también programática para todo el pontificado— para confirmar o corregir el análisis. Sin embargo, creo que ya puedo discernir una cuarta palabra clave muy importante.

Recapitulando: las palabras son «paz» y «justicia» con respecto a las relaciones exteriores de la Iglesia, hacia el mundo; y la «unidad» y la «misión» en lo que se refiere a las relaciones internas de la Iglesia, con sus propios hijos. Se trata, sin duda, de cuatro exigencias apremiantes de la vida eclesial contemporánea. El escudo oficial del papa León lleva como lema una cita de San Agustín: in illo uno unum, «en el único Cristo somos uno». Este lema es explicativo en este sentido.

Sin embargo, como he escrito en otro lugar, debemos superar el riesgo de confundir la unidad de la Iglesia —uno de sus cuatro signos esenciales, fundada en la verdad— con una confederación de posiciones diversas e incluso contradictorias. No espero de este Pontífice una solución rápida o repentina a este grave problema de la Iglesia de hoy, porque el Papa debe guiar y gobernar la institución de Cristo con prudencia y sano realismo.

Sin embargo, es ciertamente necesario que comience a trabajar en esta dirección. He aquí, pues, una de las grandes tareas de este Papa: trabajar por la verdadera unidad de la Iglesia.

Como se ha dicho, el Papa León XIV fue elegido como un Papa de convergencia. Reunió los votos de los que amaban a Bergoglio, de los que se habían opuesto a él en mayor o menor medida, de los que querían bloquear a Parolin, de los que simplemente se dejaban llevar y de los que creían sinceramente en el ex prefecto de los obispos. En resumen, Prevost fue el nombre que unió a todos, pero esto no es suficiente para crear la unidad de los católicos.

La verdadera unidad es la comunión, es decir, tener juntos un munus, un don divino, que es la fe católica, es decir, universal, destinada a todos los hombres de buena voluntad.

La cuarta palabra clave a destacar es «misión». A lo largo de los últimos doce años, el papa Bergoglio, muy astutamente, retóricamente hablando, ha repetido continuamente que hay una diferencia sustancial entre proselitismo y misión, y que los católicos deben ser misioneros sin tratar de hacer prosélitos.

Una distinción artificial, no inmediatamente clara, y evidentemente de origen rahneriano: según el jesuita Karl Rahner, de hecho, no sería necesario hablar de Jesucristo para ser misioneros. Habló del «cristianismo anónimo», un concepto que sigue siendo muy popular entre los jesuitas de hoy.

De acuerdo con esta idea, incluso aquellos que no son formalmente cristianos pueden vivir de acuerdo con los valores cristianos y así ser salvados por la gracia de Dios. Rahner sostenía que Dios obra en cada persona, independientemente de su religión, y que aquellos que viven con «amor y justicia», incluso sin conocer el cristianismo, pueden ser considerados «cristianos anónimos». La necesidad de la gracia sacramental, por lo tanto, no solo queda relegada a un segundo lugar, sino que se elimina.

Para Francisco, del mismo modo, «misión» significaría anunciar el Evangelio a través de obras de amor (léase: filantropía), sin invitar a nadie a la conversión. El proselitismo, por otro lado, sería un intento agresivo de convencer a otros de cambiar de religión, a menudo con insistencia o presión.

Como es evidente, no hay término medio entre estos dos polos. El sentido auténticamente católico de la misión ha sido siempre otro: mostrar a los demás, con el ejemplo de vida y la enseñanza de la doctrina, la necesidad de convertirse en cristianos para alcanzar la salvación eterna.

El Papa León parece haber retomado la centralidad de Cristo y la necesidad de tener a Cristo como único punto de referencia para llevar al hombre de vuelta a Dios. Este aspecto nos invita a reflexionar sobre otra dimensión importante del nuevo pontificado leonino.

¿Un Papa que «convertirá» el léxico de Bergoglio?

Quien espera que Prevost borre o se pronuncie claramente y con firmeza contra el Magisterio de Bergoglio no sólo piensa con mucha ingenuidad, sino que también olvida que la Iglesia siempre ha sido gobernada según un criterio de prudencia y con la mirada puesta en el largo plazo.

Aquellos que lean mis escritos habrán notado que a menudo me gusta recordar el antiguo adagio romano que representa el modus operandi de la Iglesia Católica Romana: cunctando regitur mundum, «se gobierna el mundo demorando». Este criterio es fundamental, y es bien conocido y aplicado incluso por los revolucionarios, porque es el único eficaz.

También Francisco, como buen jesuita, conocía y aplicaba este principio. En este sentido, hay que entender otra frase recurrente y aparentemente críptica de Bergoglio: «El tiempo es mayor que el espacio». La interpretación precisa de estas palabras nos fue dada en su momento por el cardenal ultrabergogliano Víctor Manuel Fernández, quien, en una entrevista el 10 de mayo de 2015 con el periódico italiano Il Corriere della Sera, dijo:

«El Papa se mueve lentamente porque quiere estar seguro de que los cambios tienen un impacto profundo. La lentitud es necesaria para su efectividad. Sabe que hay algunos que esperan que con el próximo Papa todo vuelva a ser como antes. Si uno va despacio, es más difícil volver atrás. Lo deja claro cuando dice que el tiempo es mayor que el espacio. (…) Hay que entender que su objetivo es reformas irreversibles. Si un día siente que le queda poco tiempo, y que no lo suficiente para hacer lo que el Espíritu le pide, pueden estar seguros de que se acelerará».

Esto es exactamente lo que sucedió. Francisco aceleró durante el período final de su reinado, temiendo no tener tiempo suficiente para colocar todas las premisas revolucionarias, las cuales, como malas hierbas nocivas, continuarán brotando e infestando el buen campo incluso después de su muerte, a menos que alguien tome medidas para arrancarlas de raíz.

El Papa Prevost, independientemente de su opinión real sobre el pontificado de Bergoglio, es muy consciente del daño causado por su predecesor y, hasta cierto punto, creo, tratará de remediarlo.

Uno de los métodos que adoptará, para no escandalizar a la gran multitud de católicos que, de hecho, desconocen lo que realmente ha sucedido en las últimas décadas, consistirá en una «conversión» gradual de los muchos conceptos introducidos por Francisco. Al fin y al cabo, no hay que olvidar que la estrategia constante de los neomodernistas es terminológica: no consiste tanto en acuñar nuevas palabras, como en utilizar el vocabulario de la tradición católica, vaciándolo de su significado original y llenándolo de contenido revolucionario.

Lo que el Papa Prevost puede (y debe) hacer es tomar estas mismas palabras y rellenarlas con su auténtico significado. La palabra «misión», por ejemplo, puede volver a ser cristocéntrica.

Del mismo modo, la palabra «sinodalidad» puede sufrir la misma restauración saludable. Después de todo, el concepto de «sínodo» es auténticamente católico. Se refiere a todo el colegio de obispos reunido para discutir asuntos relacionados con la fe, la moral y el cuidado pastoral. El término proviene del griego synodos, que significa «caminar juntos», pero se refiere a la dimensión consultiva del episcopado, no a una transformación democrática de la Iglesia Católica.

El Papa, de hecho, nunca ha sido una mónada. Si bien tiene el primado sobre todos los obispos del mundo y es la fuente de la potestad de jurisdicción, es oportuno y prudente que escuche las necesidades, las peticiones y las llamadas del Pueblo de Dios, a través de la mediación de los «supervisores» —los mismos obispos— que están llamados en todo el mundo a alimentar a los cristianos con el pan de la Palabra y de la Eucaristía.

El Papa León XIV podría devolver el peso y el papel propios a los cardenales que, según el Derecho Canónico, «asisten al Romano Pontífice, actuando colegialmente cuando son convocados juntos para considerar asuntos de la mayor importancia, e individualmente, a través de los diversos oficios que cumplen para ayudarlo, especialmente en el cuidado cotidiano de la Iglesia universal» (can. 349); y lo mismo a los obispos.

Recordemos que «es [exclusivamente] prerrogativa del Romano Pontífice, según las necesidades de la Iglesia, determinar y promover los modos en que el Colegio de los Obispos puede ejercer colegialmente su función para la Iglesia universal» (can. 336 § 3).

Además, el Código de Derecho Canónico dedica una sección entera al concepto del Sínodo de los Obispos. Allí leemos:

«El Sínodo es un grupo de obispos que han sido elegidos de diferentes regiones del mundo y se reúnen en momentos fijos para fomentar una unidad más estrecha entre el Romano Pontífice y los obispos, para ayudar al Romano Pontífice con sus consejos en la conservación y el crecimiento de la fe y la moral y en la observancia y el fortalecimiento de la disciplina eclesiástica. y considerar las cuestiones relativas a la actividad de la Iglesia en el mundo». (Can. 342)

No es de escándalo, entonces, que el Papa León diga: «Queremos ser una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina» (8 de mayo de 2025). Francisco utilizó la sinodalidad como pretexto, por un lado, para ampliar el poder consultivo de los obispos a los laicos, e incluso a los no creyentes y enemigos de la Iglesia, con el fin de democratizar las definiciones de fe y moral; y, por otro lado, centralizar en sus manos el gobierno de la Iglesia.

León podría utilizar la misma sinodalidad para restaurar el papel consultivo de obispos y cardenales y la subsidiariedad de la Iglesia, según la cual el Papa es responsable de resolver las disputas de interés común, mientras que los obispos se encargan de los asuntos locales debido a su mayor proximidad a ellos.

También en cuanto a la sinodalidad, es oportuno recordar lo que dijo Robert F. Prevost en Chiclayo, Perú, el 14 de marzo de 2023. Era el día en que el monje agustino, hasta entonces obispo de Chiclayo, se despedía de su diócesis por haber sido nombrado por Francisco prefecto del Dicasterio para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina:

«Ayer se cumplieron diez años de la elección del Papa Francisco. Conocí a Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires. En ese momento, yo era el general de los agustinos. Me había encontrado con él varias veces, y cuando fue elegido, dije a algunos de mis hermanos: «Bueno, esto es algo muy bueno: gracias a Dios nunca llegaré a ser obispo». No le diré la razón, pero digamos que no todos los encuentros con el cardenal Bergoglio fueron siempre de pleno acuerdo, digamos, entre nosotros dos, no siempre de mutuo acuerdo».

Algunas consideraciones finales

El gesto simbólico de León XIV instalándose en el Palacio Apostólico, rompiendo con la anomalía introducida por Francisco, marca un retorno visible a la solemnidad del papado y a su papel universal, no reducible al de un simple obispo de Roma.

En continuidad con esta elección, la sincera devoción mariana manifestada por el nuevo Pontífice —como lo demuestra su visita al Santuario de Nuestra Señora del Buen Consejo en Genazzano y el canto espontáneo del Regina Coeli en su primera ocasión— revela un corazón profundamente anclado en la espiritualidad católica, donde María es el principio de toda auténtica renovación eclesial.

Sin embargo, para discernir la dirección real de este pontificado, será decisivo observar a quién León XIV confiará la dirección de los dicasterios romanos: una elección que podría confirmar o contradecir la dirección inicial.

La pregunta fundamental sigue siendo, aunque nunca demasiado lejana, ¿será un Papa en plenitud, o se limitará a ser el Obispo de Roma? Porque es la crisis del Papado y del Magisterio, y no otra cosa, la que está en la raíz de la crisis del sacerdocio, de la liturgia y de la fe misma. Sólo una auténtica restauración de la autoridad doctrinal puede reabrir plenamente los caminos de la gracia en el seno del cuerpo eclesial.

Gaetano Masciullo

miércoles, 14 de mayo de 2025

Robert Francis Prevost, papa León XIV. Análisis preliminar



El cardenal Robert Francis Prevost ha sido elegido papa en el cuarto escrutinio. Como muchos esperaban, el resultado no se hizo esperar, aunque para él no fue tan rápido. ¿Qué podemos esperar? Se había dicho que no habría otro papa de Sudamérica, y tenemos a un peruano. Si no de nacimiento, desde luego de formación y adopción. Parece un pontífice amable y diplomático. Tres principios orientadores lo definen: unidad en la Iglesia, paz en el mundo y justicia social. Con todo, tiene importantes puntos vulnerables que pueden ser explotados por personas hostiles a Cristo.

El 8 de mayo de 2025 el colegio cardenalicio escogió a Robert Francis Prevost, monje agustino que fue Prefecto del Dicasterio para los Obispos durante el reinado de Francisco desde el 12 de abril de 2023. Ha elegido el nombre de León, que tiene mucha solera en la tradición católica.

La fecha del 8 de mayo es de gran importancia simbólica para los católicos, ya que se trata de la festividad de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya, y es asimismo la conmemoración de la aparición del arcángel San Miguel en el monte Gargano (Italia) en el lejano año 490. No sólo eso; el Cónclave se inició el 7 de mayo, coincidiendo con la fiesta movible tradicional del patronazgo de San José sobre la Iglesia Universal. Todas estas celebraciones tienen que ver con el triunfo de la Iglesia sobre sus adversarios.

El nombre de Prevost no figuraba entre los candidatos más esperados, por lo que su elección ha sido sorpresiva para muchos. En un principio, la mayoría daban por sentado que en seguida saldría Pietro Parolin o, de prolongarse el Cónclave, se optaría por un candidato con una capacidad semejante a la del ex Secretario de Estado pero con una imagen política menos compleja, como el Patriarca de Jerusalén Pierbattista Pizzaballa.

¿Es Prevost un papa de conciliación como han sugerido algunos? En mi opinión, parece harto improbable, y más teniendo en cuenta la celeridad con que lo han elegido. Los cardenales ya tenían dos tercios de los votos en el cuarto escrutinio, y eso da a entender que Prevost no fue una opción de última hora surgida después de varios intentos fallidos de mediación entre facciones opuestas.

Karol Wojtyła sí que fue un candidato de conciliación, y resultó elegido después de ocho votaciones para romper el empate entre el conservador Giusseppe Siri y el más liberal Giovanni Benelli. Ratzinger, por el contrario, fue elegido al igual que Prevost después de cuatro recuentos.

Ratzinger era el sucesor natural de Juan Pablo II. Prevost, aunque era un posible sucesor natural de Francisco, encaja más en las características de un papa de convergencia. Eso quiere decir que a pesar de que los cardenales provenían de posturas diversas o incluso encontradas, vieron en el purpurado americano al candidato ideal, capaz de unir las diversas corrientes que circulan en la Iglesia. Su nombre y el amplio acuerdo al que se llegó probablemente surgieron ya en las congregaciones generales que precedieron al Cónclave.

Antes del Cónclave, y durante el mismo, se habló mucho de que había llegado la hora de que por fin se eligiese a un papa italiano, en parte para restablecer la credibilidad de la curia romana, gravemente debilitada por el gobierno centralista de Francisco. Por otra parte, muchos pronosticaron que después de la experiencia del pontífice argentino sería improbabilísimo que saliera otro sudamericano. Ambos pronósticos fallaron, o al menos sólo acertaron en parte. Prevost no es italiano, pero tiene ciudadanía peruana, lo cual lo hace sudamericano. Si no de nacimiento, por lo menos de formación y adopción.

Prevost apareció con la indumentaria pontificia tradicional –cruz pectoral (la típica cruz-relicario de los obispos preconciliares), estola pontificia y muceta roja–, recuperando así la estética romana tradicional de la que Francisco había prescindido totalmente, por no decir rechazado. El nombre escogido, León, evoca intensamente la tradición católica. Muchos católicos conservadores y tradicionalistas, impactados por ambos elementos, han manifestado un repentino entusiasmo en las últimas horas. En situaciones así, es natural que las emociones se impongan sobre un análisis racional.

Si bien es cierto que León es un nombre de larga tradición para un pontífice, no debemos caer en el error de interpretarlo desde la perspectiva del progre promedio conforme a nuestra mentalidad personal. Lo que hay que hacer es, por el contrario, procurar verlo razonadamente dentro de los parámetros de la persona. Al fin y al cabo, Prevost ha sido considerado hasta el momento un progresista moderado, como veremos más adelante. En los esquemas mentales de un sacerdote estadounidense habitual formado después del Concilio, el nombre León significa esencialmente dos cosas: pacifismo y doctrina social. San León Magno fue el papa que cortó el paso al bárbaro destructor Atila. León XIII está considerado el creador de la doctrina social de la Iglesia, pero las bases ya las había sentado Bonifacio VIII en la Unam Sanctam.

Acta de aceptación del Romano Pontífice con el nombre asumido, redactada por el ceremoniero pontificio en calidad de notario

¿Por qué eligieron a Prevost?

La paz y la justicia, en el sentido de justicia social, serán con mucha probabilidad dos de los temas centrales del nuevo pontificado leonino. Esto se hizo evidente con las primeras palabras que pronunció en el balcón: «La paz sea con vosotros (…) En la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante (…). Dios os ama a todos, y el mal no prevalecerá. Estamos todos en manos de Dios. Por eso, en unidad, de la mano de Dios y unos con otros, avancemos (…). Me han elegido como sucesor de San Pedro y para que camine con vosotros en una Iglesia unida, siempre en pos de la paz y la justicia.»

Un aspecto particularmente positivo del discurso inaugural de León XIV es que, aunque alude a Francisco –como cuando habla de tender puentes de diálogo con el mundo de hoy–, expresa estos conceptos en un sentido más ortodoxo: «Cristo nos precede. El mundo necesita su luz. La humanidad lo necesita para que sea el puente al que hay que llegar por Dios y por su amor». Como si dijera: los puentes están muy bien, pero al final, sólo hay un puente verdadero, que es Jesucristo. Llama asimismo la atención la importancia que concede a la labor misionera de la Iglesia: «Doy también las gracias a mis hermanos del colegio cardenalicio que me han elegido sucesor de San Pedro y para que caminemos en una Iglesia unida para proclamar el Evangelio, para ser misioneros». Y una vez más: «Entre todos debemos ver cómo ser una Iglesia misionera», y «recemos unidos por esta nueva misión, por toda la Iglesia y por la paz del mundo, y pidamos esta gracia especial a María nuestra Madre».

Paz y justicia, pues. Fueron estas dos de las primeras necesidades que observaron los purpurados que habrían de elegir al nuevo pontífice. Un papa capaz de mediar, más diplomático que pastoral, para remediar los graves conflictos que han surgido y que puedan surgir en un futuro cercano. Un papa capaz, como San León Magno, de parar los pies a muchos atilas –o al menos a los que son percibidos como tales– que tratan de invadir y de empezar guerras. No sólo Putin con Ucrania, Xi Jin Ping con Taiwán o Netanyahu con Palestina, sino también Trump. De hecho, a pesar de ser estadounidense y miembro con carnet del Partido Republicano, Prevost siempre (al menos hasta la fecha) ha mantenido una postura enfrentada con la del magnate-presidente. Por el estilo de Francisco y Pietro Parolin.

Cuando J.D. Vance, vicepresidente de EE.UU., desencadenó la controversia al invocar la doctrina tomista del ordo amoris, fue objeto de acerbas críticas en los medios sociales por parte del entonces cardenal Prevost, que escribió en X: «J.D. Vance se equivoca. Jesús no nos pide que amemos al prójimo con arreglo a una escala o jerarquía». Además, la justicia supone seguir centrándose en temas que ya eran prioritarios para Francisco, como la ecología, la inmigración y los pobres.

De todos modos, está por verse si León seguirá exactamente los pasos de Bergoglio.

Aunque los cardenales electores han apuntado en 2025 a un papa que pudiera mediar por la justicia y la paz en el mundo, buscaban también a alguien capaz de mediar en pro de la unidad de la Iglesia. En realidad, la unidad es el tercer tema más importante que se observa en el discurso inicial de León. La Iglesia tiene que volver a la unidad después de años de profundas divisiones, disputas ideológicas y teológicas y hasta conflictos económicos que han surgido durante el pontificado de Bergoglio.

En la solemne Misa pro Ecclesia que puso fin al Cónclave en la Capilla Sixtina el pasado viernes 9 de mayo a las 11 de la mañana, el recién electo pontífice destacó repetidas veces conceptos de los que los católicos ya no estamos tan acostumbrados a oír hablar, como la santidad y el camino a la santidad.

En el interior del Cónclave

¿Qué pasó entonces durante el Cónclave? Si la elección de Prevost no fue accidental, como da a entender la rapidez con que se llevó a cabo, y si la mayoría de los electores habían sido creados por Francisco, ¿se podría identificar un plan estratégico detrás de esta elección?

Por el momento se pueden considerar tres posibilidades. La primera sería que Prevost era el plan B por si no resultaba Parolin. En los últimos días se había hablado mucho de la ambición de Parolin de ascender al solio pontificio y de sus esfuerzos para ganarse el mínimo necesario de votos de los conservadores y los progresistas. Era en reacción a las facciones más progres que apoyaban a Tolentino de Mendonça y Jean-Marc Aveline, los más conservadores, que promovían a Péter Erdö, y los más moderados, que apoyaban a Pierbattista Pizzaballa.

Sin embargo, no se había pensado mucho en la posibilidad de que Parolin tuviera una estrategia alternativa, una manera de conseguir la elección de alguien de su cuerda –otro revolucionario más moderado– en caso de que su nombre quedara demasiado comprometido, que fue ni más ni menos lo que pasó. Si era eso lo que esperaba Parolin, teniendo en cuenta que estaba en el balcón de San Pedro, todo sonrisas junto al cardenal Vinko Puljić, puede ser que considere a su colega Prevost maleable, o al menos simpatizante de sus tendencias.

Sea como fuere, vale la pena recordar que se esperaba que Wojtyła resultase débil y se dejara influir fácilmente por muchos de sus electores, y sin embargo demostró ser un dirigente firme que imprimió un ritmo decisivo a la historia de la Iglesia, independientemente de cómo evaluemos su pontificado. Dicho de otro modo: en cuanto uno llega al primado, no hay garantía de que vaya a cumplir las expectativas de quienes lo promovieron.

Por otro lado, podría ser que Prevost fuera el fruto de la convergencia de votos cross-sectional obtenida bajo la discreta astuta de figuras influyentes como el cardenal italiano Giusseppe Versaldi, que fue creado cardenal por Benedicto XVI y ejerció de prefecto de la Congregación para la Educación Católica con Francisco en 2015 y 2022, y es un típico representante de la Curia Romana.

Se cree que en los últimos años Versaldi ha construido una red de apoyo y credibilidad en torno a Prevost. Discretamente, contribuyó a darlo a conocer y conseguirle el respeto del episcopado italiano y autoridad en los palacios vaticanos y promocionándolo como una alternativa viable a Pietro Parolin. Es más espiritual y confiable, y además diplomático.

Es innegable la personalidad reservada de Prevost. Quienes lo han tratado en los últimos años, tanto en Perú como en el Vaticano, lo describen como amable, callado, receptivo y dispuesto a escuchar todos los puntos de vista. Un papa diplomático, como se esperaba después de doce años de la pastoral centralista e ideologizada de Francisco.

En cualquier caso, en los próximos años –o incluso meses– podríamos asistir a un fortalecimiento positivo de la Curia.

Una tercera posibilidad se ha planteado en las últimas horas, proponiendo que quien verdaderamente estuvo detrás de la elección del Papa fuera el cardenal Timothy Dolan de Nueva York. Se cree que desempeñó un papel fundamental, como ya hizo en el Cónclave anterior cuando contribuyó a materializar la candidatura de Jorge Mario Bergoglio, aunque más tarde quedó decepcionado.

Según algunos medios, Dolan intentó reparar algunas brechas en la Iglesia de EE.UU. Por un lado estaba el bando de los los antitrumpistas como McElroy y Wilton Gregory, y por el otro conservadores como Di Nardo y el propio Dolan. Terminaron por reconocer que había llegado la hora de la unidad.

No tiene nada de sorprendente, pues, que monseñor Dolan señalara que el futuro pontífice sería una combinación de los últimos tres. Ahora que ha sido elegido Prevost, puede afirmar que tenía razón. Se afirma que las verdaderas maniobras han tenido lugar en el Pontificio Colegio Norteamericano.

Seguro de sí mismo, Dolan tuiteó y lució su habitual sonrisa mientras se contaban los votos de Prevost, candidato con un perfil que permitía proponerlo exitosamente como candidato ideal: estadounidense de nacimiento pero misionero en el Perú, sólido en la doctrina y con experiencia en la Curia como ex prefecto de la Congregación para los Obispos, y además habla con soltura italiano, inglés y español.

Una vez conseguido un amplio apoyo de los estadounidenses, se afirma que los votos decisivos para la elección de Prevost han provenido de los purpurados de Asia y África. Los mismos que no consiguió ganarse Parolin, a pesar de los rumores sobre un posible acuerdo con otro favorito de primera hora como el filipino Tagle. Se cuenta que en las primeras congregaciones los cardenales de Asia y África estaban indecisos, y que al final sus votos se inclinaron hacia Occidente, o al menos hacia un concepto particular de Occidente.

Es posible asimismo que Prevost contase con el respaldo de miembros de la Curia a raíz del cuantioso donativo que, según varias fuentes, hizo Trump con motivo de los funerales de Francisco: se dice que ascendió a 14 millones de dólares.

Es de suponer que la Santa Sede acogió con gratitud el donativo, teniendo en cuenta el déficit dejado por Bergoglio, que se cifra en 70 millones de euros. Algunos lo han considerado un gesto de generosidad, en tanto que otros han sospechado ulteriores motivos, sobre todo si se piensa en la estrecha relación de Trump con monseñor Dolan, figura clave del Cónclave, al que Trump ya elogió en una ocasión con estas palabras: «Aunque no tengo preferencias, tenemos a un cardenal en Nueva York que es muy bueno. Vamos a ver qué pasa».

Quién era Prevost antes de ascender al pontificado

A lo largo de su vida, Robert F. Prevost siempre se ha mantenido apartado de los focos y las cámaras, incluso siendo obispo y más tarde cardenal de la Curia. Es una señal alentadora después de doce años de un protagonismo promovido por los medios que en ocasiones ha resultado molesto, inapropiado y hasta perjudicial para los fieles.

De todos modos, no se sabe gran cosa de su postura en relación con algunos temas. Hasta ahora, Prevost ha estado en el bando de Francisco en temas como inmigración y pobreza. Ha expresado apoyo a la postura introducida por Bergoglio de dar la Comunión a católicos divorciados que se han vuelto a casar por lo civil. Está claramente a favor de la sinodalización de la Iglesia, como puso de relieve en su discurso inaugural. Cuestión que causa no poca inquietud.

Es probable que se oponga a bendecir parejas del mismo sexo a raíz de las concesiones de Fiducia supplicans. Y todavía es una incógnita su actitud hacia las trabas a la Misa Tridentina que impuso Tratitiones custodes.

Tampoco está clara su postura con respecto a los acuerdos secretos entre el Vaticano y China, iniciados por Parolin y renovados en varias ocasiones por Francisco. Por último, aún no se sabe a ciencia cierta si está entre los prelados partidarios de que se hagan modificaciones a la Humanae vitae de Pablo VI o incluso se la derogue.

En todo caso, ha tenido una trayectoria muy rápida. Ingresó en la orden de San Agustín en 1977 e hizo sus votos solemnes en 1981. Posee estudios de matemáticas, teología y derecho canónico, y fue ordenado sacerdote en 1982. Tres años más tarde se integró a la misión agustina en Perú, y estuvo a cargo de la prelatura territorial de Chulucanas. Tras un breve periodo en Estados Unidos entre 1987 y 1988 como director vocacional y de misiones, regresó al país andino y dirigió durante diez años el seminario de Trujillo, donde enseñó derecho canónico y ocupó diversos cargos pastorales y administrativos.

En 1999 fue elegido provincial de los agustinos de Chicago, y en 2001 prior general de la orden, cargo que desempeñó hasta 2013. En 2014, el papa Francisco lo nombró administrador apostólico de la diócesis de Chiclayo, y el año siguiente obispo. Más tarde ejerció cargos importantes en la Coferencia Episcopal Peruana entre 2018 y 2023, en los que contribuyó a la estabilidad política del país.

En enero de 2023 el papa Francisco lo nombró prefecto del Dicasterio para los Obispos, que es uno de los cargos más importantes y complicados de la Curia, con una importancia probablemente similar a la de la Secretaría de Estado y la de Doctrina de la Fe. El prefecto del Dicasterio para los Obispos es el que supervisa la designación de prelados en todo el mundo. En septiembre del mismo año obtuvo la púrpura cardenalicia.

Hay un último y crucial aspecto a tener en cuenta sobre Robert Prevost, que es motivo de gran preocupación. Después de años de escándalos de abusos sexuales azotando a la Iglesia, el nuevo pontífice arrastra consigo graves acusaciones de encubrimiento. Según algunas fuentes, esas acusaciones son de la época en que era obispo de Chiclayo entre 2006 y 2010, cuando habría protegido a dos sacerdotes acusados de dicho delito. Igualmente está en tela de juicio su posible responsabilidad en un caso en que estuvo implicado su amigo y patrocinador el cardenal de Chicago, Blase Joseph Cupich, cuando Prevost era provincial de los agustinos allí.

No está claro si las acusaciones son fundadas o si son un intento de desacreditar a prelados influyentes.

En todo caso, los enemigos de la Iglesia, tanto externos como internos, podría aprovecharse de esas cuestiones para hacerlo objeto de presiones en su pontificado. Como suele suceder, los medios informativos evitarán esos temas hasta que León XIV provoque a algún personaje importante o se acarree las iras de facciones descontentas de la Iglesia, cosa que recuerda a lo que pasó durante el pontificado de Benedicto.

Gaetano Masciullo

(Artículo original. Traducido por Bruno de la Inmaculada)

martes, 13 de mayo de 2025

Nota editorial de RORATE: Afinidad



Puedes criticarnos todo lo que quieras, pero sentimos un cariño cada vez mayor por León XIV. Hay algo inconfundiblemente bueno en él. Tiene buen corazón. Parece sinceramente amable. Y eso ya es una cualidad enorme para un obispo, y no tan común como debería.

Probablemente (¿seguramente?) nos decepcionará… Parece que así funciona el mundo: errores, decepciones y remordimientos. Dolor por lo que se hizo, y por lo que no se hizo. Miedo a actuar, y miedo a quedarse fuera. Rabia por los caminos equivocados, y lágrimas por las situaciones que no se pueden arreglar. Es el precio de la Caída.

Que los católicos tradicionales le den al nuevo papa el cariño, la estima, el respeto y las oraciones que merece. De forma libre y sin miedo, con esperanza en lo mejor, sabiendo que tal vez no sea correspondido, y esperando ser decepcionados. Parece que ese es nuestro destino.

Que la Virgen lo proteja, y nos proteja, y que la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo y la Misa y Liturgia Tradicional en latín crezcan con fuerza hasta el fin de los tiempos.

El triunfo final de Cristo y la lucha del cristiano



Homilía del 20 de abril de 2012

DURACIÓN 45:11 MINUTOS

Hacia otra lógica: con Francisco murió la generación del Concilio



Todavía no dimensionamos lo que significa el pontificado de León XIV por una cuestión sencilla: apenas ha comenzado, y sólo podemos tomar detalles y pocas palabras para elaborar hipótesis. Sin embargo, sí podemos comenzar a dimensionar lo que significó el pontificado de Francisco. Yo lo estoy sintiendo de un modo casi físico; como si una enorme piedra me hubiese sido quitada de encima. Pero es necesario que pase el tiempo para terminar de digerir lo que significó la pesadilla de doce años por la que atravesó la Iglesia y todos nosotros.

Sin embargo, sí podemos, de a poco, volver a lo que era este blog antes de que Bergoglio se asomara a la loggia vaticana: un lugar de reflexión y discusión sobre el cristianismo y la Iglesia, y no un medio de repercusión y de amortiguamiento emocional de los estropicios constantes del Porteño en Roma. Eso implicará, claro, que el número de lectores disminuya y que el número de enemigos aumente. Porque lamentablemente los católicos nos caracterizamos por pelearnos a muerte por cuestiones que son opinables y tendemos a ver la Iglesia desde nuestro propio y muy limitado espacio.

Y para empezar quisiera reflexionar y proponer la discusión acerca de un punto que señalé en el post del viernes y del que un avisado comentarista se hizo cargo. Y lo titulo así: con Francisco murió la generación del Concilio. Él fue la flor más colorida y perfumada del Vaticano II, el que llevó hasta la exacerbación lo que dejó el Concilio o, si se quiere, la interpretación rupturista con la que invariablemente fue leído. Pero la flor —era un amorphophallus titanum— se marchitó y murió, como todo lo que transita por el mundo sublunar. Prevost es de otra generación; formado por cierto en los 80 y 90, es decir, en el posconcilio, pero es de una generación que no tiene compromiso emocional con el Concilio y esto, en mi opinión, exige un cambio de lógica para analizar su incipiente pontificado.

El primer ejercicio que deberemos hacer, complejo y difícil, es dejar de lado las categorías “preconciliar” y “posconciliar” y, consecuentemente, “hermenéutica de la continuidad” o “hermenéutica de la ruptura”. La Iglesia de 2025, es decir, la Iglesia que comienza a ser pastoreada por León XIV ya no es la Iglesia posconciliar, porque esta categoría es del pasado y pertenece a otra lógica. Lo es ciertamente desde el punto de vista cronológico, tanto como es postridentina o posnicena, pero es una Iglesia que comienza a reconfigurar un nuevo rostro, cosa que hubiese ocurrido aunque el elegido hubiese sido otro cardenal. No importa el nombre; importa el tiempo. Esta es mi hipótesis, y sé que puede ser urticante para muchos de mis amigos más tradicionalistas. Sin embargo, creo que debemos recordar que, a lo largo de su historia bimilenaria, la Iglesia cambió muchas veces de rostro, porque la Iglesia es siempre joven y nunca envejece. Si cualquier de nosotros pudiese retroceder en el tiempo y vivir una semana en una ciudad cristiana del siglo XII, se sentiría ciertamene en casa, pero vería un rostro de la Iglesia destinto que al pudiera ver en el siglo XVIII o en el siglo XX.

Un cambio rotundo fue con Nicea y luego con Calcedonia, y también lo fue después de Letrán IV y de Trento. El rostro de la Iglesia post tridentina era muy diferente al de la Iglesia del siglo XIV. Y esa “iglesia tridentina” tuvo momentos gloriosos e hizo un bien enorme no solamente a los católicos sino a toda la humanidad. Pero esa Iglesia y ese rostro se agotaron, necesariamente, porque las cosas humanas se agotan. Y aunque esta afirmación pueda ser cuestionada por algunos, creo que es bueno recordar que la Iglesia no se fundó en Trento, ni en Letrán, ni en Calcedonia ni en Nicea. Se fundó en Cesarea de Filipo, al norte de Galilea, en algún día del año 30. Lo que vino después fue la obra del Espíritu Santo, que engrandeció y embelleció a la Iglesia, a través de todos sus concilios, de sus Papas, de sus doctores y de sus santos. Todo eso —desde Cesarea de Filipo hasta Francisco— es la Iglesia católica, con sus luces y sus sombras; pero es todo eso. No se trata de “borrar” el Vaticano II y volver a la “iglesia preconciliar”; la solución no está en volver a la iglesia de 1940, y pretender la «restauración» de esa iglesia es un error.

Por eso mismo no valen los reduccionismos ni de un lado ni de otro. No vale, como dicen los progresistas, que debamos poner entre paréntesis la Iglesia posterior Nicea hasta el Vaticano II, porque todo lo que ocurrió en el medio fueron corrupciones de la filosofía griega o de los poderes políticos. Y tampoco lo que dicen mis queridos amigos los tradicionalistas enragés, que debemos borrar los paréntesis solamente a la Iglesia que surgió en Trento y culminó en 1962, porque todo lo demás “no es doctrina segura”.

La Iglesia —insisto— nos guste o no, a lo largo de su historia ha ido adoptando diversos rostros, lo que no significa de ninguna manera, como pretendió Francisco y los suyos, que ese nuevo rostro implicaba una nueva persona. Como decía en 2023 el entonces cardenal Robert Prevost: “No es tan simple como decir: ‘¿Sabes qué?, en esta etapa vamos a cambiar la tradición de la Iglesia después de dos mil años en cualquiera de esos puntos’”. Hay puntos que no se pueden cambiar y son precisamente los puntos que constituyen a la persona. Y los puntos son muy sencillos: no se puede cambiar la Revelación de Dios, y a la Revelación la encontramos en las Sagradas Escrituras y en la Tradición, que se expresa fundamentalmente en los cánones de los concilios ecuménicos. Por eso mismo, no pueden venir eruditos biblistas a decirnos que lo que escribieron San Juan o San Lucas en sus evangelios no quiere decir lo que siempre la Iglesia dijo que quería decir, y tampoco pueden venir los sabiondos patrólogos a explicarnos que en realidad el bueno era Arrio y que el concilio de Nicea fue un fraude porque así lo descubrieron en un par de textos (lo que, por cierto, les permite acumular publicaciones, fama e invitaciones a disertar herejías por todas las facultades del teología del mundo). Esos son los puntos que no se cambian, y eso incluye, por si ha pasado desapercibido, también a la liturgia, que es la expresión más bella, pura y simbólica de la Tradición y no puede ser, como decía el Papa Benedicto XVI, el fruto de la elaboración de eruditos de escritorio.

¿Cuáles serán los cambios que poco a poco la Iglesia deberá ir definiendo para configurar su nuevo rostro, luego de los traumáticos años del posconcilio y del pontificado de Francisco? Creo que constituirán una buena ocasión para ir discutiéndolos en esta página en los meses por venir, si así Dios lo quiere. Pero adelanto uno, con apenas algunas palabras que deberemos profundizar más adelante: la defensa de la liturgia tradicional, que es inclaudicable, debe encontrar otros argumentos. Porque la lógica cambió, debemos ya dejar de lado el Breve examen crítico y toda la maraña de razones que sabemos casi de memoria y que nos fueron tan importantes y tan útiles para un tiempo que ya pasó. Por lo pronto, deberemos aceptar que el novus ordo se quedará varios años más entre nosotros [creo que la restuaración litúrgica será posible sólo cuando el Papa y los obispos sean los nacidos a partir de los años 90] y que deberemos convivir con él por un buen tiempo; nos guste más o menos. Y que los que a él asisten o lo celebran, no son siempre herejes, ni malvados ni confundidos. Yo, como la mayoría de los que leen estas páginas, conocemos a decenas de sacerdotes que celebran el nuevo rito porque no tiene otra opción o porque no conocen o aprecian el rito tradicional, y lo hacen con devoción y piedad, y del mejor modo que pueden. Y son hombres virtuosos, de vida ejemplar y edificante. Ya no podemos seguir con condenas a diestras y siniestras; defendamos la misa tradicional —insisto que es un principio inclaudicable— pero no condenemos a los hermanos —sí, hermanos— que asisten a ella sólo ocasionalmente, o que asisten a la misa de Pablo VI porque no tienen otra opción. Esa lógica sólo nos llevará a sectarizarnos.

Termino con un texto que me parece apropiado. Pertenece a El pastor de Hermas, uno de los primeros textos de los Padres de la Iglesia, escrito a fines del siglo I y que durante algunos siglos fue considerado canónico:

Y levantando una especie de vara reluciente, me dijo: «¿Ves algo muy grande?» Y yo le dije: «Señora, no veo nada.» Ella me dijo: «Mira, ¿no ves enfrente de ti una gran torre que es edificada sobre las aguas, de piedras cuadradas relucientes?» Y la torre era edificada cuadrada por los seis jóvenes que habían venido con ella. Y muchísimos otros traían piedras, y algunos de ellos de lo profundo del mar y otros de la tierra, y las iban entregando a los seis jóvenes. Y éstos las tomaban y edificaban. Las piedras que eran arrastradas del abismo las colocaban, en cada caso, tal como eran, en el edificio, porque ya se les había dado forma; y encajaban en sus junturas con las otras piedras; y se adherían tan juntas la una a la otra que no se podía ver la juntura; y el edificio de la torre daba la impresión como si fuera edificado de una sola piedra. Pero, en cuanto a las otras piedras que eran traídas de tierra firme, algunas las echaban a un lado, otras las ponían en el edificio, y otras las hacían pedazos y las lanzaban lejos de la torre. Había también muchas piedras echadas alrededor de la torre, y no las usaban para el edificio; porque algunas tenían moho, otras estaban resquebrajadas, otras eran demasiado pequeñas, y otras eran blancas y redondas y no encajaban en el edificio. Y vi otras piedras echadas a distancia de la torre, y caían en el camino y, con todo, no se quedaban en el camino, sino que iban a parar a un lugar donde no había camino; y otras caían en el fuego y ardían allí; y otras caían cerca de las aguas y, pese a todo, no podían rodar dentro del agua, aunque deseaban rodar y llegar al agua”. [Tercera visión, c. 2]

La torre que construyen los seis jóvenes es la Iglesia. Y la construyen con piedras disímiles, traídas de diferentes sitios y que poseen diferentes formas, pero que luego de ser colocadas en el edifico, calzan perfectamente, a punto tal, que la torre parece construida de una sola piedra. No se trata del “poliedro irregular” del que hablaba y pretendía el Papa Francisco. Son muchas piedras, sí, pero se convierten en una sola. La Iglesia se construye con una enorme diversidad de hombres, de diferentes colores y nacionalidades, y de diferentes formas: es la diversidad. Sin embargo, el Espíritu Santo los une en un solo edificio de modo tal que conforman la unidad. Es lo que expresa el lema del Papa León XIV: “En el Uno [es decir, en Cristo] somos uno”. Somos una sola Iglesia unidos en el Uno, que es su Esposo.

Pero también dice El pastor que hay otras piedras que no sirven para construir el edificio, y que son abandonadas, y arrojadas fuera o que arden en el fuego. Esas piedras son las que no aceptan conformar la unidad que se establece en los puntos que vimos antes: Sagradas Escrituras y Tradición. Quienes se rehusan a ser formados por las enseñanzas que siempre sostuvo la Iglesia, y nos vienen con fantasías tales como el sacerdocio femenino, el adulterio santificado o la sodomía bendecida, son piedras que jamás podrán formar parte de la torre. Son las piedras que “tienen moho, están resquebrajadas, son demasiado pequeñas, y otras son blancas y redondas y no encajan en el edificio” y, por eso mismo, son arrojadas lejos.

WANDERER

domingo, 11 de mayo de 2025

León XIV: esto es lo que piensa el Papa del Opus Dei




DURACIÓN 10:54 MINUTOS

León XIV y el futuro de la Iglesia



La fumata blanca sorprendió elevándose desde la chimenea de la Capilla Sixtina a las 6 y 8 minutos de la tarde del jueves 8 de mayo mientras las luces del crepúsculo iluminaban la columnata de Bernini. Una hora después, la plaza de San Pedro y la Via della Conciliazione eran un hormiguero en el que bullían más de cien mil personas, mientras cerca de mil millones se conectaban a los medios de comunicación para verlo. Como ya había sucedido en 1978 con el papa Wojtyła, no entendieron en un primer momento el nombre del nuevo pontífice cuando lo anunció el cardenal Dominique Mamberti. La multitud estalló en un largo y sonoro aplauso. La muchedumbre aclamaba al 267º sucesor de San Pedro, el cardenal Robert Francis Prevost, que asumía el cargo con el nombre de León XIV.

La primera impresión es la más importante, porque es intuitiva y se imprime en la memoria. Por eso, en un artículo anterior, mientras nos preguntábamos cuáles serían las primeras palabras que diría el recién elegido pontífice desde el balcón de San Pedro, escribimos: «Es indudable que las palabras y gestos con que el próximo papa inaugure su pontificado revelarán ya una tendencia y brindarán un primer elemento para que el sensus fidei del pueblo católico pueda discernir. Sea cual sea el nombre que elija, el pontífice elegido por el colegio cardenalicio, ¿querrá seguir las huellas de Francisco, o emprenderá una vía diferente a la de un pontificado que, según muchos, ha sido catastrófico para la Iglesia?»

Ya conocemos la respuesta, y ha sido un indicio de cambio, al menos en lo que respecta al estilo de gobierno del que se sirvió Francisco para su primer mensaje. Escoger un nombre tan poco común, que evoca a un papa con un amplio magisterio doctrinal como fue León XIII, así como a pontífices santos y luchadores, como San León Magno y San León IX, revela claramente una tendencia. Igualmente significativa ha sido la manera en que se ha presentado el nuevo papa al pueblo romano. La sobriedad manifestada por León XIV vino acompañada de su reconocimiento de la dignidad de la Iglesia, al la cual honró con las solemnes vestiduras que exige el ceremonial: la muceta roja, la estola pontificia y la cruz pectoral de oro, cosa que no se hizo hace once años.

En las primeras palabras de su alocución, León XIV deseó paz en nombre de Cristo resucitado, y en las últimas recordó que el 8 de mayo es la festividad en que tradicionalmente se hace la súplica a Nuestra Señora de Pompeya, tras lo cual rezó el Avemaría junto con los fieles e impartió su primera bendición Urbi et orbi concediendo indulgencia plenaria. Hay que añadir que el 8 de mayo es la fiesta de María Mediadora de todas las Gracias yla Aparición de San Miguel Arcángel, príncipe de las milicias celestiales y protector de la Iglesia. Esto no ha escapado a los que conocen el lenguaje de los símbolos. [* N. del T.: Agreguemos por nuestra parte que los argentinos celebran el 8 de mayo a su patrona, Nuestra Señora de Luján. En cuanto a la Virgen de Pompeya, es una devoción muy arraigada en Italia, y no sólo en su basílica de Nápoles, pues de hecho esta práctica devocional se transmite por radio y televisión a todo el país].

Muchos se están desviviendo por rescatar hechos y dichos del obispo y más tarde cardenal Prevost, a fin de hacerse una idea del rumbo que puede imprimir a su pontificado. Temen que la ruptura en las formas con el papa Francisco se corresponda con un distanciamiento análogo en los contenidos. Pero en una época en que la praxis se impone sobre la doctrina, la restauración de las formas lleva implícito un restablecimiento de la sustancia. Téngase presente, además, que todo pontífice recibe en el momento de su elección gracias de estado proporcionales a la labor que habrá de cumplir, y en muchos casos se han producido cambios en la actitud de un papa una vez asumido el ministerio petrino. Por eso, como acertadamente ha afirmado en un comunicado el cardenal Raymond Leo Burke garantizando su apoyo al nuevo pontífice, hace falta rezar para que el Señor le conceda «sabiduría, fuerza y ánimo en abundancia para hacer todo lo que pide Dios en estos tormentos tiempos». Proponemos que la intercesión sugerida por monseñor Burke a la Virgen de Guadalupe se añada la de la Virgen del Buen Consejo que se venera en el santuario agustino de Genazzano.

Por supuesto, no se puede cejar en la vigilancia y la lucha contra los enemigos externos e internos de la Iglesia, pero no es este momento de desengaño y la preocupación, sino de alegría y esperanza. Es un momento de alegría porque la Iglesia Romana ha elegido al Vicario de Cristo, León XIV, añadiendo otro eslabón a la cadena apostólica que lo vincula a San Pedro. Es la hora de la esperanza, porque el sucesor de San Pedro es el jefe en la Tierra del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. Y la Iglesia, a pesar de las pruebas y persecuciones a las que se ha visto sometida a lo largo de la historia, siempre resurge triunfante como su divino Fundador.

Comentando las palabras del Evangelio de San Lucas (24, 36-47), escribe San Agustín: «Como acabasteis de oír, después de la resurrección el Señor se apareció a sus discípulos y los saludó con estas palabras: “Paz a vosotros”. Esta es la paz y este el saludo de la salud, pues saludo es nombre derivado de salud. ¿Qué hay mejor que el hecho de que la salud misma salude al hombre? Cristo es, en efecto, nuestra salud. Es nuestra salud él que por nosotros fue herido y fijado con clavos a un madero y, tras ser bajado de él, colocado en un sepulcro. Pero resucitó del mismo con las heridas curadas, aunque conservando las cicatrices, pues juzgó que, en bien de sus discípulos, era conveniente mantenerlas para sanar con ellas las heridas de su corazón. ¿Qué heridas? Las de la incredulidad» (Sermón 116, 1).

La incredulidad de un mundo que ha dado la espalda a Cristo es la causa principal de falta de paz en nuestros tiempos. Por esa razón, León XIV, hijo de San Agustín, en su primera homilía, pronunciada el 8 de mayo ante los cardenales electores, hablando de un mundo sin fe ha afirmado que la Iglesia debe ser «cada vez más la ciudad puesta sobre el monte, arca de salvación que navega a través de las mareas de la historia, faro que ilumina las noches del mundo». El Papa evocó la célebre expresión de San Ignacio de Antioquía (Carta a los romanos, proemio), cuando «conducido en cadenas a esta ciudad, lugar de su inminente sacrificio, escribía a los cristianos que allí se encontraban: “En ese momento seré verdaderamente discípulo de Cristo, cuando el mundo ya no vea más mi cuerpo” (Carta a los Romanos, IV, 1). Hacía referencia a ser devorado por las fieras del circo –y así ocurrió– pero sus palabras evocan en un sentido más general un compromiso irrenunciable para cualquiera que en la Iglesia ejerza un ministerio de autoridad: desaparecer para que permanezca Cristo, hacerse pequeño para que Él sea conocido y glorificado (cf. Jn 3,30), gastándose hasta el final para que a nadie falte la oportunidad de conocerlo y amarlo.

Que Dios me conceda esta gracia, hoy y siempre, con la ayuda de la tierna intercesión de María, Madre de la Iglesia».

Se podría decir que en estas palabras resuena un presagio. En su primera aparición en el balcón de la Plaza de San Pedro, alguna lágrima corrió por el rostro de León XIV. Esas discretas lágrimas pueden expresar la emoción de un hombre que ante una multitud que lo aclama contempla todo su pasado desde la parroquia de Chicago hasta su inesperada llegada al vértice de la Iglesia. Pero pueden r igualmente manifestar la tristeza de quien vislumbra el futuro de la Iglesia y del mundo.

¿Cómo no recordar el llanto silencioso y profético de la Virgen de Siracusa, adonde se dirigió el cardenal Prevost en septiembre del año pasado con ocasión del septuagésimo primer aniversario de su milagrosa lacrimación? ¿Y cómo recordar también, en vísperas del 13 de mayo, el Tercer Secreto de Fátima, que describe a un papa afligido de dolor y pena que atraviesa una ciudad en ruinas y asciende a un monte en el que el martirio lo espera a los pies de la cruz?

Sólo Dios conoce el futuro del papa León XIV, pero el mensaje de Fátima, con su promesa del triunfo final del Corazón Inmaculado de María, es una certeza que anima a los corazones devotos en estos sorprendentes días de mayo que han traído un nuevo pontífice a la Iglesia.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Roberto De Mattei