Todos sabemos que los cardenales y demás personal que ingresa al cónclave hace un solemne juramento de secreto con una gravísima amenaza: si revelan lo que allí ocurrió, sufren la pena de excomunión. Y también sabemos que hay un buen número de cardenales que creen en los efectos de la excomunión tanto como creen en Papá Noel. Es decir, no es extraño que hablen y que las noticias se filtren. Es por eso posible, en teoría, saber cómo se desarrolló el cónclave de la semana pasada.
Pero el problema no es entonces el secreto, sino los así llamados vaticanistas que, como periodistas, deben llenar páginas con lo que saben y con lo que imaginan, además de operar, y mentir, para beneficio de los sectores que les pagan que, invariablemente son progresistas de diverso pelaje. Por eso mismo, en los últimos días hemos encontrado varias versiones de lo ocurrido, y el elemento en común que tienen es que nunca los candidatos conservadores habrían recibido votos y, en cambio, pretenden convencer de que la elección de Robert Prevost fue sido una jugada maestra de los cardenales progresistas.
Nunca me convencieron esas versiones y elaboré la mía propia, sin ningún secreto cardenalicio revelado que me hubiese llegado al oído, y por simple deducción: los conservadores tenían un número de votos, aunque reducido, y los progresistas nunca habrían desistido de votar un candidato que no fuera puramente de ellos. Finalmente, una fuente confiable me pasó algunos datos que me animo a publicar no solamente por mi confianza en esa fuente, sino porque es verosímil y se ajusta más o menos a lo que yo había pensado.
En primer lugar, y algo que ya dije en estos días, el sector conservador venía preparando este cónclave desde hacía años. Tenían estrategias; no fueron crudos como les ocurrió en 2013.
En segundo lugar, y tal como lo informó el Corriere della sera, se produjo una reunión del grupo conservador, liderado por el cardenal Dolan, en el apartamento del cardenal Burke, en vía Rusticucci, pocos días antes del cónclave a la que concurrió el entonces cardenal Prevost.
¿Cómo fueron las votaciones?
Primera votación
Como todo el mundo esperaba, en esta votación se tomó la temperatura del ambiente lo que implicó una dispersión de preferencias. Sin embargo, cinco cardenales recibieron un número notable de votos.
Pietro Parolin. Fue el que más votos obtuvo, pero por debajo de los 50 que se creían seguros.
Robert Prevost tuvo un desempeño mucho mejor de lo esperado.
Luis Antonio Tagle, votado por el ala progresista dura.
Peter Erdö, votado por los más conservadores.
Anders Arborelius, votado también por el centro.
Segunda votación
El voto conservador divido entre Erdö y Arborelius alcanzó la cantidad prevista: no más de 30 votos, y se sabía que no iba a crecer y que no constituía el tercio de bloqueo. Es por ese motivo, y visto el panorama, que se activa la estrategia prevista con anticipación.
En la mañana del jueves, el cardenal Prevost mantiene una larga y fructífera conversación durante el desayuno con el cardenal Dolan que, como decíamos, era el líder de los votos conservadores.
Poco después, el cardenal Erdö y el cardenal Arborelius se retiran, como se había previsto en la estrategia.
De esta manera, Prevost alcanza y supera a Parolin en la votación: recibe sus votos originales más los aportados por el sector conservador.
Tercera votación
Ante esta situación, el cardenal Parolin no tiene más remedio que buscar un acuerdo con el cardenal Tagle y el sector progresista. Parolin había intentado antes del cónclave conseguir el apoyo de los conservadores que habían rechazado contundentemente tal posibilidad.
Sin embargo, muchos de los votantes de Tagle se niegan a apoyar a Parolin por motivos de animadversión personal. Era muy difícil que los alemanes o que Höllerich lo votaran. Por otro lado, se sabía que el Papa Francisco había dejado muy claramente señalado que no quería que su sucesor fuera el Secretario de Estado y los bergoglianos de paladar negro obedecerían a su caudillo.
Así las cosas, el cardenal Parolin no consigue recuperarse y, aunque suma algunos votos, son insuficientes. El cardenal Prevost, en cambio, crece y se acerca a los 89 votos.
Cuarta votación
La suerte estaba echada y el cardenal Parolin lo sabía. No podía arriesgarse a perder en la votación, pues hubiese sido una humillación intolerable para quien pasó los últimos doce años tratando de ser Papa y, por otro lado, sabía que le acarrearía inevitablemente perder su puesto. Anuncia, por tanto, que se retira.
Así entonces, el cardenal Robert Prevost se convierte en el papa León XIV con más de 100 votos
Sin embargo, unos 30 cardenales progresistas duros prefieren un voto de protesta, y escriben en sus papeletas el nombre de una mezcla heterogénea de cardenales, entre los que se encuentra sobre todo Mario Grech y Jean-Marc Aveline.
Conclusión: A diferencia de lo que dice la prensa naturalmente progre y los periodistas pautados, como la inefable Elisabetta Piqué, la elección del cardenal Prevost no fue un triunfo de los bergoglianos. Todo lo contrario: ganó con el voto imprescindible de los conservadores. Y éstos no actuaron como último remedio, sino como fruto de una estrategia muy bien pensada y sabiendo perfectamente a quien estaban votando. Y, hasta ahora, no los ha defraudado.