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jueves, 6 de noviembre de 2014

Razones de la Encarnación (1 de 10)

De todos los misterios del Cristianismo, el más misterioso, por así decirlo, el más incomprensible e inconcebible, al menos para mí, es el de la Encarnación del Hijo de Dios. En este misterio se pone de manifiesto, de una manera palpable y visible, en Jesucristo, el Amor que Dios ha tenido y sigue teniendo a los hombres. Un amor que no es genérico (el mismo para todos); cada uno es amado por Dios de un modo personalísimo y único; y por supuesto, total: "Me amó y se entregó a Sí mismo por mí" (Gal 2, 20) dice San Pablo. Me permito hacer mías también las palabras que se leen en el Salmo ocho: "¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él; y el hijo de Adán para que cuides de él?" (Sal 8, 5). Aunque mi asombro, en realidad, es mayor que el del salmista, pues cuando fueron escritas estas palabras aún no había venido Jesucristo a este mundo.



La esencia de este misterio queda expresada muy bien en el comienzo del Evangelio de San Juan, cuando dice: "Y el Verbo se hizo carne. Y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14). El Verbo es la Palabra de Dios, el Hijo de Dios, Dios mismo, Aquél "por quien todo fue hecho y sin el que nada se hizo de cuanto ha sido hecho" (Jn 1, 3).  1,3). 


También lo podemos leer en algunas de las cartas del apóstol Pablo; por ejemplo cuando, hablando del Verbo, dice:  "Teniendo  la forma de Dios, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a Sí mismo, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, en su condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2, 6-8). Y dice en otro lugar que fue "probado en todo igual que nosotros, menos en el pecado" (Heb 4, 15). 


Dios, en la Persona de su Hijo, se hizo realmente hombre, sin dejar de ser Dios, actuando por obra y gracia del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María. Al niño, que nació en un pesebre, porque no había sitio para Él en ningún otro lugar, le fue puesto por nombre Jesús; y aun siendo Dios, como realmente lo era, en cuanto hombre "crecía en sabiduría, en edad y en gracia, delante de Dios y de los hombres" (Lc 2, 52) y a sus padres "les estaba sujeto" (Lc 2, 51).  Así se lee en el Credo, que es la profesión de fe de todos los cristianos: 

"Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre". 


Dos son, pues, las razones por las que se hizo hombre: Una de ellas es "nuestra salvación", la cual era imposible debido al pecado original. Tal fue la gravedad del pecado de nuestros primeros padres que afectó a toda la naturaleza humana; una naturaleza que, en aquel momento, estaba representada sólo por ellos dos; pero que se transmitió a todos sus descendientes, hasta llegar a nosotros y a los que vayan a nacer en el futuro, cuando nazcan. Se habla así de que el hombre nace en un estado de "naturaleza caída".  

Por eso san Pablo llama al pecado "misterio de iniquidad" (2 Tes 2, 7). Es realmente un misterio que el pecado de nuestros primeros padres haya tenido estos efectos. Eso nos hace entrever algo acerca de la gravedad del pecado. Aunque no acabemos de comprenderlo, puesto que es un misterio, lo cierto es que todos nacemos con el pecado original. No se trata de un pecado personal. Sólo lo fue para nuestros primeros padres. Pero afectó a toda la naturaleza humana. Por eso se dice que es un pecado de naturaleza. "En Adán todos murieron" (1 Cor 15, 22), dice san Pablo [y pues morir es estar sin Vida, siendo Dios la Vida, la muerte, en este contexto, es estar separados de Dios, que no otra cosa es el pecado. Por eso se dice también que "en Adán todos pecaron", que viene a ser lo mismo].


Quien muriese sin haber sido bautizado, y no hubiese cometido ningún pecado personal (normalmente esto es lo que ocurre con los niños muy pequeños) no iría al Infierno, lógicamente, pues Dios, que es justo y misericordioso, no lo permitiría. Sin embargo, tampoco podría ir al cielo. No debe olvidarse que el cielo es concedido gratuitamente. Se trata de un don de carácter sobrenatural, que requiere de la gracia santificante. Y ésta se recibe, ordinariamente, en el sacramento del bautismo. Jesús habla de la necesidad del bautismo para salvarse "Quien crea y sea bautizado se salvará" (Mc 16, 16) [no obstante, debe de tenerse en cuenta que existen también el bautismo de sangre y el bautismo de deseo, pero se trata de situaciones extraordinarias, que sólo Dios conoce. Lo propio y lo sensato es bautizar al niño lo más pronto posible, desde que nace]. 


La palabra salvación se refiere a la visión beatífica, es decir, a la visión de Dios en el cielo. Ésta es un regalo, y no es exigible por la naturaleza humana, en cuanto tal; de manera que si, por las razones que sean, Dios no la concede a todos, eso no supone ninguna injusticia para con ellos, quienes, por otra parte, disfrutarían de un estado de felicidad natural, que satisfaría a su naturaleza humana. Se suele hablar del limbo, como del lugar adonde irían. (Sobre este tema ya he escrito en otras entradas de este mismo blog)



(Continuará)

miércoles, 5 de noviembre de 2014

El mundo según la Biblia (2 de 2)

3. Refiriéndose a "aquellos que optan por rechazar a Dios"

Éste es el significado corriente que se da en el Evangelio a la palabra "mundo": alude a aquellas personas que eligen como lo más importante de su vida otras cosas diferentes a Dios: el dinero, el poder, el sexo, las drogas, etc. Incluso puede tratarse de cosas que, en si mismas, son buenas, pero que dejarían de serlo si, de alguna manera se las endiosa y adquieren para nosotros una importancia superior a Dios. Tales podrían ser la música, el cine, los amigos, la propia voluntad, etc. 


En este sentido, la tarea principal de un cristiano a lo largo de su vida es la de ir arrancando de sí mismo, poco a poco, ayudado por la gracia, todo lo que observa que hay en él de "mundo", sea lo que fuere, en tanto en cuanto es consciente de que puede separarle de su unión con Dios en Jesucristo. Casi todas las expresiones bíblicas usan el término "mundo" con este significado. Pongamos algunos ejemplos:


- "El que quiera ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios" (Sant 4,4)

- "No os amoldéis a las normas del mundo presente" (Rom 12, 2)
- "Ellos no son del mundo como tampoco Yo soy del mundo" (Jn 17, 14)
- "Si el mundo os odia sabed que antes me ha odiado a Mí "(Jn 15, 18) 
- "Los hijos de este mundo son más sagaces que los hijos de la luz" (Lc 16, 8)
- "Tened buen ánimo: Yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33)
- "Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo, y el mundo los escucha"( 1 Jn 4, 5)

El simple hecho de que todo el mundo hable bien del papa Francisco, a mí personalmente me pone en guardia; pues resulta que aquellos que más alaban su labor y están más contentos de su actuación son justo los que más odian a la Iglesia: ateos, judíos, musulmanes, protestantes, etc. Como sabemos el papa Francisco elegido hombre del año 2013 por la revista Time, un medio que es enemigo del Papado. Acerca de este asunto puede leerse un buen artículo de Cesár Uribarri , que transcribí en este mismo blog y que desapareció misteriosamente a las pocas horas de ser publicado en "Religión en Libertad". No hay que ser muy espabilado para caer en la cuenta de que si tu enemigo habla bien de tí, eso no puede ser una buena señal. Si ésto, que es evidente, no se ve, es que algo -y algo importante- debe de estar fallando.


El Papa se debe a su Iglesia y su misión, entre otras, (y esto no es ninguna opinión personal) es la de guiar a SU rebaño por el buen camino, y dar ideas claras a SUS fieles (a los fieles católicos, no al mundo). Siendo esto así, como lo es, su proceder -tanto en su actuación como en sus palabras- está produciendo mucha confusión entre aquellos fieles católicos, que son los verdaderos, que pretenden seguir manteniéndose firmes en lo que siempre ha sido la doctrina de la Iglesia. Ésta no puede cambiar y el Papa tiene la obligación de iluminarles con sus palabras y con su vida.

En vista de lo que está ocurriendo no puedo evitar que acudan a mi mente aquellas palabras que pronunció Jesucristo, como advertencia a sus discípulos, y que no necesitan comentario, por su claridad diáfana: "¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!" (Lc 6,26). "Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que Yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia" (Jn 15,19). 


Si Jesús y sus palabras significan aún algo para nosotros ... y aplicamos la sana lógica aristotélica, la conclusión se impone por sí soladejamos al lector que la adivine

¿Es que ha llegado ya la hora de cambiar la doctrina perenne de la Iglesia Católica? Eso no puede hacerse. Yo estoy convencido de que "teóricamente" (al menos de momento) la doctrina no se va a tocar. Así se tendrá contentos a los "tradicionalistas", que considerarán que ha ocurrido lo que tenía que ocurrir. Sin embargo, se trata, en realidad, de una trampa y de un engaño; pues la "praxis" será otra. Habrá un cambio de hecho que es, en definitiva, lo que importa. Aparecerá como que la Iglesia sigue siendo la Iglesia de siempre, ..., pero si no queremos ser engañados, debemos de fijarnos en los frutos que se han producido y que se van a producir: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7, 20). Éstos son los que indican la veracidad o falsedad de lo que se dice o de lo que se escribe. Y el hecho que se observa -para el que quiera ver- es que todas las teorías modernistas, de apertura al mundo y de olvido o rechazo de lo sobrenatural, están cada vez más infiltradas en la Iglesia: no hay más que abrir los ojos. 


La condición normal de un cristiano es el odio del mundo, pues así ocurrió con Jesús. Y ya nos advirtió que sucedería así:  "Si el mundo os odia sabed que antes me ha odiado a Mí "(Jn 15, 18). Nos encontramos, en cambio, con el aplauso del mundo ante las decisiones papales que están teniendo lugar actualmente. "Ellos son del mundo -decía Jesús-; por eso hablan según el mundo, y el mundo los escucha"( 1 Jn 4, 5). ¿No deberían hacernos pensar estas palabras del Señor? Si el mundo que, por definición y en términos bíblicos, reniega de Dios y de Jesucristo, este mundo, digo, aplaude y escucha al papa Francisco, la única conclusión lógica posible es la de que el papa está hablando según el mundo, es del mundo ... Por eso tiene a su favor a la inmensa mayoría de los medios de comunicación de masas. Y todos aquellos que son enemigos declarados de la Iglesia, ahora alzan la voz en favor de este Papa: ¡éste  es el Papa que la Iglesia necesita, un Papa comprensivo, que está con los tiempos modernos y que no se ha quedado estancado en el pasado, etc. Parece como si se hubiese olvidado que "Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será siempre" (Heb 13, 8). 


Todo está ocurriendo como si la  Iglesia estuviera corriendo tras el mundo, para no quedarse atrás en esta carrera a ninguna parte ... A mi entender, no se acaba de distinguir entre el "mundo" que necesita ser salvado (es decir, el conjunto de todos los hombres) y, para ello, no tiene otro camino que acoger el Mensaje de Jesucristo: "Yo soy el Camino" (Jn 14, 6) y el "mundo" que es enemigo de Jesucristo, a quien odia, igual que odia a la Iglesia y a los que permanecen fieles a las enseñanzas de Jesús.  


Con relación a la pastoral, es fundamental tener en cuenta que nunca se puede alterar el mensaje original: Se puede -y se debe- profundizar en ese mensaje, para darlo a conocer a todos y que éstos puedan comprenderlo ... pero sin alterar la esencia del mensaje. De lo contrario se estaría engañando a la gente, haciéndole pasar por palabra de Dios lo que es un mero invento del hombre. Lo que está bien claro -o debería de estarlo- es que no se puede servir a Dios y al mundo; son incompatibles: "el que quiera ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios" (Sant 4,4). Ante la victoria aparente del mal, el cristiano debe grabar muy fuerte, en su mente y en su corazón, las palabras de Jesús, esas que "no pasarán" (Mt 24, 35):  "Tened buen ánimo: Yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33)

martes, 4 de noviembre de 2014

El mundo según la Biblia (1 de 2)

En la Biblia la palabra "mundo" tiene tres posibles connotacionesSu correcto significado, en cada caso, se sobreentiende por el contexto en el que aparece. 

1. Refiriéndose a "todo lo que existe"

- "Dios hizo el mundo y todo lo que hay en él" (Hech 17, 24)

- "En Él [en Jesucristo] nos eligió antes de la creación del mundo" (Ef 1, 4)
- "Vino al mundo para salvar a los pecadores" (1 Tim 1, 15)
- "Nada hemos traído a este mundo y nada tampoco podremos llevarnos de él" (1 Tim 6,7) 
- "En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por Él" [por Jesucristo] (Jn 1,10)

En este sentido, se puede afirmar del mundo que es bueno, pues  "vio Dios todo lo que había hecho; y he aquí que era muy bueno" (Gen 1, 31)




2. Refiriéndose a "todos los hombres"


- "No he venido a condenar al mundo sino a salvarlo" (Jn 12, 47)
- "Yo he hablado públicamente al mundo" (Jn 18, 20) 

En los versículos que siguen la palabra mundo, aunque sea de modo implícito, se puede entender como aquellos lugares de la tierra adonde se debe ir y también como las personas a las que se debe evangelizar: "Id por todo el mundo [lugares de la Tierra] y predicad el Evangelio a toda criatura" (Mc 16, 15). "Id y enseñad a todas las gentes" (Mt 28, 19). Con estas expresiones: toda criatura, todas las gentes, el Señor se refiere, de modo implícito, a todo el mundo. Son modos de expresar una misma idea que aquí sería "todas las personas"

Aunque si hay algo que queda muy claro es el deseo del Señor de que su mensaje llegue a todos los hombres que pueblan la tierra. El mensaje de Jesús no tiene que desenvolverse en la esfera de lo privado ni en la de los sentimientos personales, como algunos pretenden. Cuando un ángel del Señor se apareció a ciertos pastores que pernoctaban al raso y velaban por sus rebaños, éstos se llenaron de temor. Y el ángel les dijo: "No temáis; mirad que os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor" (Lc 2, 10-11) 

Se trata de algo extraordinario, ocurrido en un determinado momento histórico, como es el nacimiento de Jesús. La alegría que esto supone es tan grande que nadie tiene derecho a guardársela para sí solo. Es una "alegría para todos los hombres".  Así habló el Señor a sus discípulos: "Gratis lo habéis recibido: dadlo gratis" (Mt 10, 8). Este mensaje fue revelado tan solo a unos cuantos hombres, los apóstoles, para que ellos, a su vez, lo transmitieran a otros ... y así hasta el final de los tiempos. 


La Iglesia Católica, fundada por Jesucristo, es la encargada de llevar a cabo esa misión y de interpretar fielmente las palabras de JesúsComo sabemos, las fuentes de la Revelación son las Sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. Ésta tiene que mantener a salvo el depósito revelado, sin omitir ni añadir nada, sabiendo que las palabras de Jesús que, además de verdadero hombre, es verdadero Dios (el único Dios) sirven para todos los hombres de todos los lugares del mundo y de todos los tiempos: no son palabras que estén condicionadas por el momento y el lugar. Ciertamente su aplicación, en cada caso, puede ser diferente, por razones pastorales, pues lo que se pretende es que el Mensaje llegue a todos los hombres y de la manera más eficaz posible. Las palabras de Jesús podrán ser así mejor comprendidas y asimiladas por ellos para que puedan ponerlas en práctica en sus vidas ... pero sin olvidar nunca -y ésto es sumamente importante- que deben ser auténtica palabra de Dios lo que se les transmite y no doctrinas meramente humanas, pues "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy y lo será siempre" (Heb 13, 8) 



(Continuará)

lunes, 3 de noviembre de 2014

El misterio del pecado

El pecado es un "misterio de iniquidad"  (2 Tes 2, 7), que se opone al Amor de Dios, y como tal debe ser castigado. Las palabras de San Pablo que vienen a continuación son muy fuertes, y difíciles de entender, pero son verdad, pues son palabras de las Sagradas Escrituras cuyo autor principal es el Espíritu Santo. Dice así: "A Aquél que no conoció pecado [esto es, a Jesucristo], le hizo pecado [también se puede decir, sin faltar a la verdad, que el Hijo se hizo pecado, pues en Dios, que es Uno, hay una sola Voluntad] por nosotros, para que [nosotros] nos hiciéramos justicia de Dios en Él" (2 Cor 5, 21). 



Dios Padre descargó su Justicia contra su Hijo, que era el Justo entre los justos, Aquél que no conocía pecado y a quien nadie podía acusarle de pecado (Jn 8, 46) ...  porque "le hizo pecado". Jesús tomó sobre sí -e hizo suyos, realmente suyos- todos los pecados de todos los hombres de todos los tiempos y lugares, desde Adán y Eva hasta el final de los tiempos: "se hizo pecado por nosotros"Dios castigó el pecado en su propio Hijo, quien hizo así posible que "nos hiciéramos justicia de Dios en Él". Dio su Vida por nosotros: hizo suyos, realmente suyos, nuestros pecados; apareció como realmente pecador -sin serlo- ante su propio Padre; y padeció en Sí mismo el castigo que merecían nuestros pecados, como si Él los hubiera cometido. Hasta ese extremo nos amó Dios. No cabe amor mayor que éste. 


La muerte de Jesús en la cruz fue la máxima expresión posible de su amor por nosotros: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13) [un amor ciertamente incomprensible e inmerecido]; y lo hizo para que nosotros pudiéramos tener vida en Él, ya que sólo "Él es la Vida" (Jn 14, 6). "Yo he venido -dice Jesús, refiriéndose a las ovejas que lo siguen- para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10).


"En resumen -dice san Pablo-  igual que por el pecado de uno solo vino la condenación sobre todos los hombres, así también por la justicia de uno solo viene sobre todos la justificación que da la vida" (Rom 5, 18). 


Es fundamental, por lo tanto, que los pecados sean reconocidos y confesados como tales pecados, y no negarlos"Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1, 8). Es de justicia reconocer la verdad. En el episodio de la mujer adúltera se ponen de manifiesto la justicia y la misericordia del Señor. Cuando los escribas y fariseos llevaron a esta mujer ante Jesús y le preguntaron, para tentarle, si debía de ser lapidada o no, Jesús les respondió: "Aquel de vosotros que esté sin pecado que le arroje la piedra el primero" (Jn 8, 7). Entonces se fueron yendo todos, comenzando por los más ancianos, y se quedó solo con la mujer, que estaba delante: "Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?" Ella contesto: "Ninguno, Señor". Jesús le dijo: Tampoco Yo te condeno.[Misericordia y perdón] Vete y no peques más [Verdad y justicia] (Jn 8, 10-11)


¿Acaso no ha practicado la Iglesia la comprensión y la misericordia hacia los pecadores, que lo somos todos, durante veinte siglos? ¡Por supuesto que lo ha hecho! ... pero nunca los ha engañado ni les ha ocultado la verdad: era necesario que se arrepintieran de sus pecados para poder alcanzar el perdón; era necesario que reconocieran la verdad y que al pecado le llamaran pecado; y una vez confesado el pecado y arrepentidos por haberlo cometido, entonces -y sólo entonces- actuaba la misericordia y el perdón por parte de Dios. Al unirse a Jesucristo y recobrar la gracia, el pecado desaparecía, como si nunca se hubiera cometido, porque en Jesucristo, mediante su muerte en la Cruz por Amor, la justicia de Dios fue satisfecha, de una vez por todas y para siempre. La Cruz fue el triunfo del Bien sobre el Mal. Allí se manifestó el Amor de Dios, allí Dios se reconcilió con el hombre, en Jesucristo.


"¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?. El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley. Pero gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo" (1 cor 15, 55-57)

domingo, 2 de noviembre de 2014

El misterio del matrimonio indisoluble

No deja de ser significativo que el Señor hablara -ya en su tiempo- de "esta generación adúltera y pecadora" (Mc 8, 38). Y lo hace, precisamente, cuando está refiriéndose a la obligación de los cristianos de no avergonzarnos de Jesucristo y de sus palabras si no queremos que Él también se avergüence de nosotros al final de los tiempos. 

Llamar a las cosas por su nombre es esencial para todo cristiano que pretenda ser y comportarse como tal. Y hay un punto concreto -entre tantos otros- que pretende hacerse pasar hoy por pastoral, pero que, en realidad, trastoca el dogma de la Iglesia y la doctrina de Jesucristo. Es el que se refiere a la indisolubilidad del matrimonio, que se encuentra muy bien expresado en el Evangelio de san Marcos, haciendo referencia al Génesis: "Al principio de la creación Dios los hizo varón y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán dos en una sola carne; de modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido no lo separe el hombre" (Mc 10, 6-9). Y como de nuevo en casa los discípulos le preguntaron sobre esto, les dijo: "Cualquiera que repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, adultera" (Mc 10, 12).




Como vemos, el Señor no se anda con paños calientes cuando habla. Y no creo que nadie pretenda practicar la pastoral mejor de lo que lo hacía Jesucristo. La pastoral se refiere al modo de hacer llegar la doctrina de un modo más asequible a aquellos que nos escuchan, pero de ninguna de las maneras a cambiar la doctrina que se ha recibido. 


Saco a relucir este tema de la indisolubilidad del matrimonio porque Jesucristo lo elevó a la categoría de sacramento. Luego no es un tema baladí éste de la unión que tiene lugar cuando se casan un hombre y una mujer. San Pablo compara esta unión entre los esposos a la que existe entre Cristo y la Iglesia. Y dice: "Los maridos deben amar a sus esposas como a su propio cuerpo. Quien ama a su esposa, a sí mismo se ama, pues nadie aborrece nunca su propia carne, sino que la alimenta y la cuida, como Cristo a la Iglesia, porque somos miembros de su Cuerpo". (Ef 5, 28-30). Y, cita de nuevo el Génesis (Gen 2, 24), que es el libro más antiguo de la Biblia, al igual que lo hizo Jesús: "Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne" (Ef 5, 31) ... Y añade a continuación (y esto es muy importante): "Gran misterio es éste, pero yo lo digo referido a Cristo y a la Iglesia" (Ef 5, 32).

Misterio, pues, también, éste de la unión que existe entre los esposos, equiparada a la que existe entre Cristo y la Iglesia. "Sois cuerpo de Cristo y miembros cada uno por su parte" (1 Cor 12, 27). "Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos los demás comparten su gozo" (1 Cor 12, 26). En este cuerpo misterioso de Cristo, o Cuerpo Místico, que es la Iglesia"Cristo es la cabeza de la Iglesia" ( Ef 5, 23) "y nosotros somos miembros de su cuerpo" (Ef 5, 30).

Marido y mujer ya no son dos, sino "una sola carne" (Gen 2,24). Y la unión entre ellos es del mismo rango que la que se da entre Cristo y su Iglesia; unión a la que san Pablo se refiere como "gran misterio" (Ef 5, 32). Y esto es así hasta el extremo de que "lo que Dios ha unido no lo puede separar el hombre" (Mc 10, 9). Se está intentando cambiar esta doctrina, disfrazándola de pastoral. Sin embargo, las leyes divinas no pueden ser alteradas por los hombres; son leyes de naturaleza. Y los escritos o leyes que se dicten en sentido contrario, no pueden modificar esta realidad. 


Las cosas son tal y como aparecen ante Dios, o sea, tal y como nos han sido reveladas por Jesucristo. Conclusión: Puesto que el adulterio, para Jesucristo, es un pecado, como tal debe ser reconocido y juzgado. Ahora bien, y de esto no cabe ninguna duda:  Si el adúltero se arrepiente y vuelve con su mujer (o la adúltera se arrepiente y vuelve con su marido), "Dios, que es rico en misericordia" (Ef 2, 4) hará que ese pecado desaparezca como si nunca hubiera sido cometido, si los esposos hacen un uso adecuado del sacramento de la confesión que, a tal efecto, fue instituido también por Jesucristo.

Tal es el poder de Dios y el poder de su Amor frente a la malicia del pecado. Pero recordemos lo que dijo Jesús a la mujer adúltera, después de haberla perdonado: "Vete y no peques más(Jn 8, 11) 

sábado, 1 de noviembre de 2014

Adhesión al papa Francisco, a pesar de todo

La preocupación más grande que tiene la Iglesia, como tal Iglesia, -en contra de lo que dice el Papa- no son los jóvenes sin empleo ni los jubilados en soledad (problemas que son reales, por supuesto). No, el verdadero problema que padece hoy la Iglesia es la falta de fe en Jesucristo

Sabemos que el Papa que tenemos es legítimo ...  Esto no ha sido puesto en duda, en ningún momento, en este blog. Ahora bien, tal como están las cosas, se impone tener las ideas muy claras: su legitimidad como Papa no puede hacer que una mentira se transforme en verdad porque él lo haya dicho




Esto no debemos de olvidarlo, por el bien de la Iglesia. Si lo que el Papa dice es conforme al sentir de la Iglesia de siempre, obediencia plena y total sumisión. Pero si lo que dijese fuera en contra de la Iglesia, como tal, instituida por Jesucristo, o pusiera en tela de juicio verdades incontrovertibles ... puesto que eso no podría estar reflejado por escrito de forma oficial, so pena de ser declarado hereje y depuesto como Papa, entonces, con toda serenidad y completa confianza en la Providencia divina, sabiendo que "todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios" (Rom 8, 28), debemos proceder como lo hacía san Pablo, cuando decía: "Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech 5, 29). Y actuar conforme a lo que la Iglesia siempre ha enseñado. De ese modo, tendremos la seguridad de no equivocarnos y de mantenernos fieles a Jesucristo, a quien amamos -y queremos amar- sobre todas las cosas.

Es justamente ahora cuando debemos vivir con una mayor ilusión y entrega. Es la hora de la prueba. Tenemos que vivir vigilantes. Y actuar conforme a los consejos que podemos leer en cualquier parte de la Biblia que abramos; en particular, en los Evangelios y el Nuevo Testamento. 


Así, por ejemplo, en la carta a los efesios les dice san Pablo: "Mirad con cuidado cómo vivís; no como necios, sino como sabios, redimiendo el tiempo, porque los días son malos. Por eso no seáis insensatos, sino entended cuál es la voluntad del Señor" (Ef 5, 15-17). Y a los romanos: "Ya es hora de que despertéis del sueño" (Rom 13, 11). Y el mismo Jesucristo: "Cuando comiencen a suceder estas cosas, tened ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se aproximas vuestra  Redención" (Lc 21, 28) 

Así es como debemos actuar los cristianos para dar un auténtico testimonio de Jesús, a saber, "cantando y alabando al Señor en nuestros corazones; y dando siempre gracias por todo al que es Dios y Padre, en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo" (Ef 5, 20), "luchando unánimes por la fe del Evangelio y no dejándonos intimidar en nada por los adversarios" (Fil 1, 28). "Y no os entristezcáis como los que no tienen esperanza" (1 Tes 4, 13). 


Las palabras del Señor, como siempre, son muy consoladoras, en este sentido:  "Bienaventurados seréis cuando os injurien y persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en el cielo" (Mt 5, 11-12). Es cierto que las pruebas por las que tendremos que pasar serán muy fuertes y muy difíciles de soportar. Pero nunca tendremos motivos para estar tristes, pues "fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación os dará la fuerza para que podáis superarla" (1 Cor 10, 13).

jueves, 30 de octubre de 2014

El papa Francisco y la Verdad (José Martí)

Nos encontramos con una serie de declaraciones y frases del papa Francisco pronunciadas en diferentes ocasiones (homilías, discursos, entrevistas, etc.) que nos dejan un tanto perplejos y confundidos. Nos gustaría que no hubiesen sido pronunciadas, pero la verdad está por encima de nuestros deseos. Y no debe ser ocultada. Lo que el Papa ha dicho lo ha dicho y no podemos decir que no lo ha dicho o que quería decir otra cosa diferente de la que dijo. Eso sería faltar a la verdad; y no nos lo podemos permitir pues, de hacerlo, estaríamos actuando contra el mismo Dios, a quien amamos, que en la Persona de su Hijo, afirmó: "Yo soy la Verdad" (Jn 14, 6). 

A continuación transcribo  sólo una pequeñísima muestra de algunas de las expresiones que ha pronunciado el Papa, en el año y medio que lleva de Pontificado, en lo que concierne básicamente a la idea de la Verdad y de su proclamación a las gentes. Tales frases -y muchas otras más, que van en la misma onda- están dando la vuelta al mundo. Raro es el día que no aparece una frase papal discutible, cuando menos:

"El proselitismo es una solemne tontería y no tiene sentido" 
"No estoy interesado en convertir a los evangélicos al 

catolicismo"
- "Debemos compartir nuestra experiencia  (...)  Que aquellos que sean cristianos lo hagan con la Biblia y aquellos que sean musulmanes lo hagan con el Corán."
- "Cada uno tiene su propia idea del Bien y del Mal y debe elegir seguir el Bien y combatir el Mal como lo concibe. Bastaría eso para cambiar el mundo"
- "Los males más graves que afligen al mundo en estos tiempos son la desocupación de los jóvenes y la soledad en que se deja a los viejos""¿Es posible continuar así? -se pregunta-. Esto, pienso yo, es el problema más urgente que la Iglesia tiene ante sí", etc, etc, ...

Si estos pensamientos significan algo, en ellos se niega que haya una verdad absoluta, lo que equivales a negar (aunque no se diga expresamente) la divinidad de Jesucristo, quien dijo de sí mismo: "YO SOY el Camino, LA VERDAD y la Vida" (Jn 14,6). Según el santo Padre si cada uno elige seguir el bien y combatir el mal COMO LO CONCIBE, con eso es suficiente para cambiar el mundo. ¿Cambiarlo? ¿En qué sentido? ¿Cómo pueden hacerse tales afirmaciones? Posiblemente cambiaría el mundo, pero no en el sentido de un mayor conocimiento de Jesucristo... ¿entonces? Es muy preocupante que tales palabras hayan salido de la boca del Papa. De lo que no cabe duda es de que se trata de opiniones que no tienen nada que ver con el sentir de la Iglesia de dos milenios de antigüedad. 

Aceptar esas expresiones como verdaderas supondría unas consecuencias catastróficas para la Iglesia, muchas de las cuales son ya hechos consumados. Entre ellas:

1. Las misiones y el mandato de ir por todo el mundo y de predicar el Evangelio a toda criatura, tal como dijo Jesucristo, habrían pasado al olvido.

2. Los católicos no podrían pretender ya el tener la Verdad absoluta Cada uno tendría su verdad; y su propia idea de lo bueno y de lo malo: la conciencia individual se convertiría en la regla esencial para distinguir entre el bien y el mal. Y eso que dijo Jesucristo sobre que Él es Dios y que Él es la Verdad  y que sólo sus palabras son palabras de vida eterna ... todo eso se quedaría en simples modos de hablar que acabarían quedando relegados también al olvido.




3. Y aplicando un poco de lógica, nos vamos a encontrar con declaraciones eclesiásticas en el sentido de rehabilitar a Lutero ... Y si no, al tiempo ... tal vez esto ocurra dentro de tan solo tres años, el 31 de octubre de 2017, fecha en la que se cumplen 500 años desde que fueron clavadas sus 95 tesis en la puerta de la Iglesia del Palacio de Wittenberg, tesis que fueron condenadas por la bula Exsurge Domine del papa León X el 15 de junio de 1520, quien exigió de Lutero que se retractara de ellas; pero el monje alemán, ya famoso en toda Europa, rechazó esta exigencia públicamente en la Dieta de Worms de 1521, de modo que fue excomulgado. Así se daba inicio a la Reforma protestante, que es la mayor catástrofe que ha sobrevenido a la Iglesia en toda su Historia hasta hoy, pues por primera vez la unidad de fe de la cristiandad quedó destruida, en clara contradicción con la voluntad de su Fundador: "Que todos sean uno" (Jn 17, 21). La influencia protestante está haciéndose sentir cada vez con más fuerza en el interior de la Iglesia católica actual. Ahí tenemos, si no, la falsa noción de ecumenismo, que tan extendida está hoy en día. 


4. Amistad, comprensión y misericordia para con los enemigos de la Iglesia: los judíos, los musulmanes, los masones, los protestantes, los ateos, etc, al mismo tiempo que se ridiculiza y se ataca a los que se mantienen fieles a la Tradición de la Iglesia de toda la vida: éstos son unos intolerantes, que no se avienen a los nuevos tiempos; y para ellos sólo hay palabras duras, como si fueran todos unos fariseos que se atienen sólo a la letra y a las normas. Me vienen a la mente las palabras de Jesús: "Se acerca la hora en la que quien os dé muerte piense que así sirve a Dios" (Jn 16, 2)

5. Ya no será el pecado la causa de todos los males sino la corrupción, la cual es peor que los pecados, según dice el Papa ... Debería haber dicho que la corrupción es el peor de los pecados, dando así por sobreentendido que hay otros pecados, también condenables. Pero no. Condena al infierno a todos los corruptos, pero sólo a ellos. ¿Por qué? Pues porque, por lo visto, según el Papa (que no según la Iglesia) el único pecado, propiamente dicho, sería el pecado social. Los demás pecados serían pecadillos, a los que ni siquiera hay por qué condenar. No hay que darles tanta importancia. Para ellos l
a fórmula a seguir debe ser: ¿Quién soy yo para juzgar?. Y mientras tanto, la confusión en el pueblo cristiano es cada vez mayor, porque ésta no es la Iglesia que conocemos, ésta no es la Iglesia de siempre. Por supuesto que no nos podemos salir de ella, pues el papa Francisco sigue siendo el legítimo Papa, nos guste o no nos guste. Legalmente eso es así. Y así lo aceptamos. Cariño y respeto por la dignidad que supone el Pontificado. Ahora bien: de ahí a aceptar que todo lo que el Papa dice es poco menos que palabra de Dios hay un abismo. Lo que prima y debe primar siempre es la Verdad, por encima de cualquier otro razonamiento. Se impone aquí a todos los cristianos la necesidad del discernimiento a la luz de la fe de la Iglesia


6. Lo sobrenatural y los misterios, que son los puntos claves del Cristianismo, serán relegados a un segundo término, quedando sólo lo meramente natural. Dejará de explicarse lo natural a la luz de lo sobrenatural, para juzgar lo sobrenatural con criterios meramente humanos; y así se negarán los milagros y todo aquello que no se comprenda "racionalmente". La religión de Dios quedará reducida a la religión del hombre ... Claro que una religión sin Dios no es tal religión, sino un "engendro" humano, como se ha dado tantas veces en la historia. Estos "engendros" siempre acaban mal, pues se basan en la mentira. La verdadera Iglesia será de tipo catacumbal, como en los primeros siglos del cristianismo; aunque en este caso, los mayores enemigos serán aquellos que dirán llamarse cristianos, aunque realmente no lo sean.


El Papa no niega ningún dogma expresamente, pues eso supondría su destitución de Papa, como hereje; además, se produciría, probablemente, un cisma en el seno de la Iglesia. Sin embargo, hay que reconocer siempre la verdad. Y, en este caso concreto, lo cierto es que no se habla de los dogmas, como si se tratase de algo sin importancia e intrascendente, siendo así que son la base de la vida de la Iglesia: sin dogmas, la pastoral no tiene ningún sentido. Dios no permitirá que su Iglesia sea destruida, pero quedará reducida a su mínima expresión. Los verdaderos cristianos habrán de ser buscados con lupa. Estamos en una situación de apostasía generalizada a nivel mundial. Desconocemos si estamos ya en los últimos tiempos; pero no cabe duda de que los signos anunciados por Jesucristo y en el Nuevo Testamento acerca de esos tiempos, se están cumpliendo prácticamente todos. Desde luego, no podemos saber ni el día ni la hora. Pero sí que debemos despertar ya del sueño.

Como digo, lo que está ocurriendo es de una gravedad sin precedentes. Todo queda reducido a lo natural, a aquello que cabe en nuestro cerebro de mosquito; en cambio,  lo sobrenatural y los misterios del Cristianismo brillan por su ausencia. Nadie -o muy pocos- habla ya de ello. De modo que hay muchísima gente -muchos cristianos- que desconocen su fe; y no siempre sin culpa por su parte. Y, sin embargo, las palabras del Señor no pueden ser más claras: "Si alguno se avergüenza de Mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con sus santos ángeles" (Mc 8, 38).


miércoles, 29 de octubre de 2014

El Cristianismo, sin misterios, no es nada (2 de 2)

Es imposible de concebir que Dios nos haya amado del modo en que lo hizo;  le pertenecemos: "Habéis muerto y vuestra vida está escondida, con Cristo, en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con Él" (Col 3, 3-4). Una vez que, por la gracia de Dios, llegamos a descubrir esta realidad, ninguna otra cosa nos puede ya importar más que su Amor y el cumplimiento de su Voluntad. De modo que tenemos que hablar, sin miedo, aunque ello nos cueste la vida, no buscando nunca nuestro propio interés sino el de Jesucristo, y así el Padre será glorificado en el Hijo. 

Ciertamente estamos ante un misterio y una realidad sobrenaturalDios ha querido ser nuestro amigo, además de ser nuestro Señor ...  Se trata de un misterio de Amor éste en el que estamos embarcados en el seno de la Iglesia; concedido por pura gracia, sin merecimiento alguno por nuestra parte. No nos podemos, pues, vanagloriar de nada, sino dar gracias a Dios por todo, en Jesucristo. Maravillosa y misteriosa realidad  es ésta de que Dios nos ame como lo ha hecho y como, además, sigue haciéndolo.


Ante este amor tan grande nuestra actitud no puede ser otra que la gratitud y una disposición total a lo que Él quiera de nosotros, que siempre será lo mejor, sin ninguna duda. No nos debe extrañar, por lo tanto, la exclamación que hace San Pablo y, sobre todo, la seguridad con la que la hace, cuando escribe a los cristianos de Roma:  "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación o la angustia, la persecución o el hambre, la desnudez, el peligro o la espada?"  (Rom 8,35), añadiendo, un poco más adelante: "Estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni las potestades, ni la profundidad, ni criatura alguna podrá separarnos del Amor de Dios, que está en Cristo Jesús, Señor nuestro".(Rom 8, 38-39). 


El Cristianismo se basa en los misterios. Si le quitamos los misterios al cristianismo y nos quedamos sólo con aquello que entendemos, si hacemos eso, entonces, aunque nos sigamos llamando cristianos, hemos dejado de serlo. Queremos una religión sin misterios, fabricada por nosotros mismos, una religión sin Dios, en definitiva, en donde lo comprendamos todo. No admitimos que hayan realidades que nos sobrepasen. Queremos eliminar todo lo sobrenatural del Cristianismo. Esto es un grave error, pues incurre en la mentira y niega la realidad de los hechos históricos, particularmente la divinidad de Jesucristo y todo lo que de ahí deriva. Deberíamos caer en la cuenta de aquello que dijo Santo Tomás y que sigue siendo cierto, y es que "lo sobrenatural no anula lo natural sino que lo supone y lo perfecciona"


El más grave problema, a mi entender, por el que atraviesa hoy la Iglesia es la influencia nefasta de la herejía modernista, en su propio seno, influencia que se ha dejado sentir, sobre todo, a partir del Concilio Vaticano II Según el papa San Pío X -así lo dice en su encíclica Pascendi - esta herejía es la suma de todas las herejías. Por eso, es preciso abrir bien los ojos y estar vigilantes para saber distinguir entre los auténticos pastores y aquellos que son lobos con piel de oveja. La regla que nos da San Pablo, a este respecto, ya la conocemos: "Aunque nosotros mismos -dice- o un ángel del Cielo os anunciásemos un evangelio diferente del que os hemos predicado, ¡sea maldito!" (Gal 1, 8). 




La predicación de San Pablo, era una réplica de lo que predicaba Jesús: "Los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría; nosotros, en cambio, predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentilespero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1 Cor 1, 22-24). 

La regla para diferenciar, sin posibilidad de error, entre la fe verdadera y sus sucedáneos, es siempre la Cruz, el escándalo y la locura de la Cruz: "Entrad por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y estrecha la senda que lleva a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran! " (Mt 7, 13-14). Un cristianismo sin Cruz no es tal. Si nos quitaran el misterio de la Cruz nos estarían quitando a Jesucristo, Aquél que es nuestra Vida, nos lo estarían quitando todo y la vida dejaría de tener sentido ... Una vida sin amor, ¿qué vida es ésa? La Cruz es, en el fondo (se quiera confesar o no) el gran Misterio que no acabamos de entender y que, por lo tanto, queremos suprimir. ¡Es urgente que lo veamos, que caigamos en la cuenta de que esto es así ...! : la lucha contra la Cruz es la lucha contra el Amor y es la lucha contra Jesucristo. Es la lucha contra Dios y su Iglesia. No debemos olvidarlo.


Y es que no acabamos de darnos cuenta de la gravedad del pecado, del significado profundo del pecado como "misterio de iniquidad" (2 Tes 2, 7); hasta tal punto llega la gravedad del pecado que hizo "necesario", para librarnos de él y darnos la posibilidad de salvarnos, la manifestación de otro Misterio que arrasa con todo y que lo puede todo, cual es el misterio del Amor de Dios, amor que le llevó hasta el extremo de hacerse hombre, como uno de nosotros, en la Persona de su Hijo, posibilitando así nuestra salvación. (Salvación objetiva)


Sólo el Amor de Dios fue capaz de vencer el pecado y de anularlo: destruirlo. Pero para que esta destrucción del pecado se haga efectiva en cada uno de nosotros es preciso que, arrepentidos de todos nuestros pecados y haciendo uso del sacramento de la confesión, nos unamos a Jesucristo, pues en Él somos uno. Entonces -y sólo entonces- nuestro sacrificio, unido al Suyo, será agradable a los ojos del Padre. Y nuestra salvación será efectiva (Salvación subjetiva).


Dios ha dejado en nuestras manos nuestra propia salvación. Su gracia la tenemos asegurada, en el sentido de que nunca se la va a negar a todo Aquél que, arrepentido de corazón, se la pida, pues "Dios es rico en misericordia" (Ef 2, 4). De nosotros depende si queremos o no salvarnos. Si nos humillamos ante Él y reconocemos nuestros pecados como tales pecados y verdaderas ofensas a Dios; si lamentamos haberlos cometido, por la injusticia y la falta de amor que suponen para con Él. Y si, finalmente, nos confesamos de ellos ante un sacerdote, que actúa "in persona Christi", que no nos quepa la menor duda de que tales pecados quedarán completamente destruidos y eliminados, como si nunca hubiesen sido cometidos. Tal es el Amor que Dios nos tiene.

martes, 28 de octubre de 2014

El Cristianismo, sin misterios, no es nada (1 de 2)

No debemos olvidar que cuando hablamos de la Religión católica nos estamos moviendo en el terreno de lo sobrenatural. El cristianismo entró en el mundo como una Religión llena de misterios: la Creación, el Pecado, la Encarnación, la Trinidad, Jesús como verdadero Dios y verdadero hombre, María como madre de Dios, la Cruz, la Resurrección real de Jesús, en cuerpo y alma, y su Ascensión a los Cielos, la Eucaristía con Cristo realmente presente bajo las especies del pan y del vino, la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo (santa y pecadora a un tiempo), la existencia real del cielo y del infierno,  etc... Evidentemente, y como misterios que son, no podemos comprenderlos


El sepulcro vacío
Lejos de rechazar al Cristianismo por sus misterios, son éstos los que lo hacen más creíble. Como está escrito: "Lo que ni ojo vio, ni oído oyó, ni llegó al corazón del hombre, eso preparó Dios para los que le aman" (1 Cor 2, 9).  Además, si "nadie conoce lo que hay en Dios sino el Espíritu de Dios" (1 Cor 2, 11b) "que lo penetra todo, hasta las profundidades de Dios" (1 Cor 2, 10), "y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido" (1 Cor 2, 12)

Entonces, si tenemos su Espíritu, ¿no es lógico esperar que ese Espíritu nos enseñe lo sublime, lo grandioso, lo inconcebible, lo inexplicable, lo maravilloso, lo misterioso que hay en Dios? Y esto no lo digo yo. Son palabras de Nuestro Señor: "El Espíritu Santo que el Padre enviará en mi Nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho" (Jn 14, 26). Poco cuadraría a la divinidad de Jesús el habernos enseñado únicamente cosas que podíamos aprenderlas por nosotros mismos o de algún otro hombre


Los misterios son verdades que se sustraen a nuestra mirada, no porque sean oscuros en sí mismos, que no lo son, [al contrario: son verdades luminosas y sublimes] sino porque nuestros ojos no son capaces de alcanzarlos por sus propias fuerzas: nos sobrepasan. Sólo el Espíritu Santo nos puede ayudar a vislumbrar algo de estos misterios, en esta vida terrena. Y, además, lo está deseando. Pero sólo lo hará si se lo pedimos a Dios con fe. También esto nos lo dejó dicho Jesús: "si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden?" (Lc 11, 13). 

¿A qué o a quién nos estamos refiriendo cuando hablamos del Espíritu Santo?  En las Sagradas Escrituras se lee lo siguiente: "el Amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rom 5, 5). Y también:  "¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" (1 Cor 3, 16). 


Teniendo esto en cuenta, al decir que el Espíritu Santo habita en nosotros [porque gratuitamente Dios nos ha concedido ese Don que no podríamos conseguir de ninguna manera por nosotros mismos], estamos afirmando que es Dios mismo quien habita en nosotros [el Amor de Dios, que se identifica con Dios, puesto que "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8], supuesto que nos encontremos en estado de gracia. El conocimiento de esta sublime realidad es lo que nos hace capaces de enfrentarnos, sin miedo, a cualquier situación, por dura y difícil que sea, pues "si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?" (Rom 8, 31). "No temáis a los que matan el cuerpo -decía Jesús- pero no pueden matar el alma; temed, ante todo, al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno" (Mt 10, 28). 


Tal vez ahora podamos entender algo mejor estas palabras de San Pablo: "cuando soy débil entonces soy fuerte" (2 Cor 12, 10). Y también estas otras: "Vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí(Gal 2, 20). Vienen a significar que es precisamente en su debilidad cuando se manifiesta con mayor eficacia la fuerza de Dios. Esto me recuerda aquellas palabras de san Juan Bautista cuando, hablando de Jesús, decía: "Es necesario que Él crezca y yo disminuya" (Jn 3, 30). También me vienen a la mente otras palabras del Señor: "Cuando hagáis todo lo que se os ha mandado, decid: somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer" (Lc 17, 10).  "Guardaos de practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de otro modo no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos" (Lc 6, 1). Lo que no significa que tengamos que escondernos al obrar: "Brille vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los Cielos" (Mt 5, 16).  


La clave, como siempre, se encuentra en el Amor de Dios. Desde el momento en que "hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene" (1 Jn 4, 16), ninguna otra cosa nos importa ya sino mantenernos en ese Amor; no pensamos en ser reconocidos ni alabados por nuestras buenas obras; tan solo nos interesa que el mundo conozca a Jesucristo y lo ame: "El amor de Cristo nos urge" (2 Cor 5, 14)  Nuestra vida ya no es nuestra, porque se la hemos entregado a Él; pero tenemos, en cambio, la Suya, que Él nos ha dado. "Para mí la vida es Cristo" (Fil 1, 21), decía san Pablo.

(Continuará)