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viernes, 10 de noviembre de 2017

Monseñor Novel: Huelga, sí ... pero a la japonesa (Padre Jorge)



No me negaran que monseñor Novell, actual obispo de Solsona, es, cuando menos, peculiar. Hace unas semanas pudimos ver a monseñor votando en el ilegal referéndum del 1 de octubre. Quizá pudieron pensar que había llegado al tope de sus insensateces. Je. Pero qué ingenuos.
Hace un par de días lo hemos descubierto sumándose a la huelga o lo que sea a favor de la independencia, en contra del 155, a favor de la república catalana o en contra de lo que sea menester. Parece que la adhesión a la huelga consistió en el cierre de las oficinas del obispado y del museo diocesano, al menos oficialmente. Y digo esto, porque uno no descarta que llevara consigo cosas como supresión de misas, cierre de parroquias o clausura de confesionarios, aunque en esto parece que la huelga es permanente.
Los católicos, especialmente sacerdotes y no digamos obispos, estamos para otras cosas. Para anunciar el evangelio, para convertir las almas a Cristo, para predicar la misericordia, para dejarnos alma, vida y corazón en la causa del Reino de Dios. La situación de la fe en España en general, y en Cataluña en especial, y no digamos en Solsona, es dramática. Pues ya lo ven, en medio de esta situación, la gran ocurrencia del obispo es adherirse a una huelga con evidente contenido político.
Estoy de acuerdo en que puede haber cosas que realmente nos urjan en la causa de Jesucristo: la descristianización, el abandono de la fe, la disminución de la práctica religiosa en general, la legitimación del aborto como derecho, la corrupción económica y política, leyes de ideología de género, la eutanasia que está llegando, la pobreza que sigue, la violencia y la guerra… ¿Sigo?
Pues bien, quizá en estos casos sea obligación de conciencia de obispos y sacerdotes lanzarse a la huelga general… pero a la japonesa. Es decir, están las cosas de tal modo y manera, que no podemos limitarnos a una misita celebrada de cualquier manera, una predicación de tópicos, las reuniones de siempre y un ratito de despacho. No puede ser, si realmente nos urge el celo por las almas, limitar nuestra vida pastoral a unos reducidos horarios, media hora de misa, despacho a días alternos, y mejor si lo hacen laicos, y poca cosa más.
Cuando vemos languidecer a nuestra Iglesia del alma, nos queda vivir en la más decepcionante resignación o echar dos narices al asunto, lanzarnos a la huelga a la japonesa y no cansarnos de predicar, celebrar, convocar convencidos de que mientras haya una sola persona que no acoja a Cristo en su vida, no podremos descansar un minuto. Más aún, y si todos se convierten a Jesucristo, entonces será el momento de cuidar esas vidas para que crezcan incansablemente en santidad.
¿Huelga nosotros? ¿Brazos cruzados? ¿Con un mundo que sufre, que no conoce a Cristo, que vive en a indigencia moral? ¿De huelga? ¿Cerrando despachos, museos, iglesias? ¿Nos hemos vuelto locos? La única huelga que se nos permite, o mejor se nos exige, es a la japonesa, una huelga de celo que no nos deje tranquilos ante las necesidades de la gente.
Ya lo ven. Así estamos y el obispo de Solsona huelga por el derecho a decidir y la estelada. Este chico, con todo respeto, monseñor, no está bien. 
Padre Jorge

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FIRST THINGS

jueves, 9 de noviembre de 2017

Todo empezó con el "espíritu del Concilio". La "Correctio" explicada por Pietro De Marco (Sandro Magister)



> Todos los artículos de Settimo Cielo en español
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Recibo y publico. El autor ha enseñado en la universidad pública de Florencia y en la pontificia facultad teológica de Italia central.

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EL BAGAJE HERÉTICO DE MUCHA DE LA PRÁCTICA PASTORAL ACTUAL

por Pietro De Marco

Lo que me ha convencido a firmar la "Correctio" es su núcleo doctrinal, es decir, el poner en claro las "propuestas falsas y heréticas propagadas en la Iglesia", también por el Papa Francisco. Las propuestas censuradas tienen, de hecho, la característica de ir al corazón de las opiniones y actitudes intelectuales de relevancia teológico-dogmática, difundidas desde hace decenios en la "koinè" intelectual católica.

El Papa Jorge Mario Bergoglio participa espontáneamente en dicha "koinè", efecto de lo que se llama habitualmente "espíritu del Concilio", es decir, del Concilio construido por la intelligentsia fuera del aula conciliar y afirmado en los años sucesivos. Enteras generaciones, sobre todo las que hoy son más mayores de edad, están impregnadas de este espíritu, del que son aún portadoras sin hacer autocrítica, como si la Iglesia no hubiera pasado más de medio siglo de tormento por los errores y los efectos perversos inducidos precisamente por ese "espíritu".

Con el actual pontificado se va difundiendo e imponiendo, como opinión pública de la Iglesia, una visión "conciliar" hecha de pocas fórmulas, que en su mayoría liquidan lo que es la esencia del catolicismo -razón e institución, dogma y liturgia, sacramentos y moral-; opinión reforzada por el apoyo personal del Papa, llena de certezas, sin discernimiento de las implicaciones, suficiente y despreciativa hacia quien se opone a ella. Actúa exactamente como cualquier otra ideología.

Efectivamente, se capta un aspecto suyo argumentativo y retórico no sólo en las continúas exteriorizaciones del pontífice, sino también en documentos oficiales como "Amoris laetitia"De este modo, por poner algún ejemplo, 
- la distinción entre regular e irregular se considera "artificiosa y externa";
- el juicio que se tiene acerca del protestantismo desde hace siglos se atribuye al "miedo y el prejuicio sobre la fe del otro"
- el respeto a la Tradición significa "guardar en naftalina, como si fuera una manta que hay que proteger contra los parásitos"
- la multisecular legitimación de la pena de muerte por parte de la Iglesia se reconduce a la "preocupación de conservar íntegros el poder y las riquezas", etcétera. 
Son las actitudes de supresión y las retóricas "de base" típicas -además del repertorio anticlerical- que infestaron los años sesenta y setenta (tengo un recuerdo concreto y copioso de todo esto, entre Florencia y Bolonia), del que nunca se ha liberado el "momentum" conciliar militante, pero que estaba en declive hasta que la elección de Bergoglio como Papa, paradójicamente, lo ha legitimado de nuevo en los vértices de la Iglesia.

De hecho, premisas y efectos de esta cultura están expresados en las propuestas definidas "falsas y heréticas" por la "Correctio". Dichas propuestas deben entenderse como las tesis implícitas, o sea, como las premisas mayores de lo que habitualmente esa visión "conciliar" afirma desde hace años, o propone creer, e implementa en el llamado terreno pastoral. Cuando palabra y práctica son llevadas a su objetiva premisa de naturaleza doctrinal, aparece el poder erosivo, destructivo. Son éstas, de hecho, las vorágines doctrinales que hacen posible desde hace decenios que la pastoral se base en fórmulas liberadoras, accesibles, generosas, acompañadas por garantías para el fiel respecto a su fundamento "evangélico": fundamento dado por evidente, dada la conformidad de Jesús, -un Jesús débil y "pecador"- a cuanto experimentado de manera habitual por lo humano.

Ante todo esto, la "Correctio" es como una pequeña "Pascendi", la encíclica antimodernista de hace ciento diez años, pero que -y esto es dramático- no procede de un pontífice, sino que está dirigida a él censurándolo.

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Se ha observado con detalle como precisamente en las culturas teológicas y pastorales "críticas" que acompañan la acción del Papa, cuyo fin es siempre degradar la ley canónica, hay actualmente una atención inédita a la norma. ¿Por qué? Porque la sensibilidad pastoral, vacía de razones teológicas, se ha convertido en una carrera para aligerar, para eximir. Las preocupaciones pastorales que guían al clero y al episcopado consisten, hoy en día, en intentar garantizar una especie de tratamiento igualitario a los fieles, en gratificarlos con un reconocimiento público de igualdad de derechos de los cuales el acceso a la eucaristía es sólo la parte emergente, sin importar cuál es su situación ante la teología moral y el derecho canónico. Muy pocos parecen darse cuenta -tampoco el Papa lo hace-, pero hoy en día la praxis pastoral de la misericordia copia precisamente la maquinaria perversa de la hipertrofia de los derechos individuales, sobre todo en las sociedades urbanas y secularizadas de todo el mundo, en las "periferias existenciales" pequeñoburguesas más que en las "favelas".

Derechos y ventajas, por consiguiente: la pastoral tiende a parecerse a una acción empresarial de fidelización de los clientes. Hoy el acceso a petición a la eucaristía; mañana, mucho más. Efectivamente, más allá de la teología moral y del derecho, son cada vez más evidentes la disolución de la teología de la gracia y de la vida sobrenatural, la reducción de los sacramentos a antropología y ética social.

El resultado inmediato es un paradójico pelagianismo sin normas, a no ser las individuales, intuitivas, emocionales, de situación, que es la línea recorrida durante siglos por los protestantismos modernizados y por los cristianismos "sin Iglesia". No asombra, entonces, el descubrimiento casi entusiasta de Lutero que aflora en las palabras de Bergoglio y que la "Correctio" denuncia desconcertada.

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Por esto, la primera formulación censurada por la "Correctio" ("Homo iustificatus iis caret viribus…") es, en su tecnicidad, la más profunda, en el sentido que va más al centro del drama pluridecenal de la teología católica reciente y que denuncia, en la "pastoralidad" corriente, el vaciamiento de la cognición de la gracia, sobre todo de la gracia santificadora, sustituida por la pretensión del fiel a la justificación con respecto a Dios y a la Iglesia.

Incluso la más generosa de las hipótesis respecto a Francisco, a saber: que pretenda ganar un consenso general en el mundo para Roma para vehicular, después, con la autoridad que le conferiría una nueva legitimación universal, el anuncio eterno, hoy no escuchado, más bien imposible de recibir, tendría sentido si la actual fase de fidelización no dejara tras de sí los escombros de las verdades como realidad en la que creer mañana.

Esta hipótesis en dos tiempos (ser "accesible" hoy para ser nuevamente escuchado mañana, en una predicación y un anuncio rigurosamente ortodoxos) caracterizaba aún las rectas intenciones del Papa Juan XXIII y de los Padres Conciliares. 

Pero la cultura "de base" que obra en Bergoglio ya no participa en ello de ningún modo. Hoy, el ser "accesibles" equivale en realidad a un acrítico hacerse iguales para ser aceptados, sin ninguna "metanoia" en el otro. Porque mientras tanto el otro se ha convertido en un canon, y además líquido.

Esta atracción mimética hacia el mundo, es decir, hacia la laicidad moderna, que en cincuenta años ha producido en la Iglesia un dramático desangramiento de hombres, siendo la Compañía de Jesús una de las más afectadas, tiene como bagaje un nudo de convenciones falsas y heréticas. A dichos conjuntos miméticos, propuestos con autoridad por intelectuales innovadores, a dicho cúmulo de medias verdades y errores, se opusieron todos los últimos Papas.

Pero ahora hay un Papa que, por primera vez, se convierte en garante y actor "in capite" precisamente de ese corrosivo magma postconciliar y del infeliz intento hodierno de contentar a los fieles rebeldes a expensas de la verdad y profundidad cristianas. Y la presión sociológica del mundo de los divorciados es, para muchos teólogos y moralistas, sólo un pretexto.

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Este texto es una síntesis de una intervención más amplia del profesor Pietro De Marco, que puede leerse integramente en esta otra página de Settimo Cielo:

> La mia posizione entro la "Correctio"

¿“Misa ecuménica”? Será mucho peor


Actualización sobre el caso de la burda obstaculización de la policía romana a un camión que recordaba al cardenal Caffarra



Purgas en la Iglesia: Necesidad del martirio blanco (Benedetta Frigerio)






Se puede estar de acuerdo o no con los contenidos en la carta del teólogo consultante de la Conferencia Episcopal Estadounidense, el hermano capuchino Thomas G. Weinandy, que por sus palabras ha sido privado de líder, pero no se puede negar que éstas describen una realidad evidente, dando voz a las preguntas de tantos a quienes el Papa no ha dado respuesta.

Y menos se puede negar que aquellos que buscan obedecer a la Tradición y a la doctrina milenaria de la Iglesia, habiendo pedido al Papa la causa de su hablar ambiguo (¿quién puede negar que sea usado, como nunca antes, por los medios anticlericales a su favor y por todos aquellos obispos y prelados, valorados por Francisco, que sostienen abiertamente la necesidad de cambiar la doctrina o la liturgia en sentido protestante?), frecuentemente demandando audiencia, no están más considerados de ser recibidos por el Pontífice.

Repetimos, se puede estar de acuerdo o no sobre aquello que ha decidido hacer el capuchino, pero no se puede negar que éstos son los hechos y que éstos suscitan cuando menos preguntas. Cierto que puedes probar a justificarlos convirtiéndolos casi en un método, pero las consecuencias de tales actitudes son también evidentes: cualquiera que plantee una pregunta sobre afirmaciones nunca escuchadas a un Pontífice, sobre la anarquía en las conferencias episcopales, sobre el escándalo que se vive frente al vuelco desenfrenado de la moral católica, es literalmente identificado como un enemigo del Papa y de la Iglesia.

Es lamentable que en el trasfondo que precede a la publicación de la carta de Weinandy se deduce lo contrario, según un trato común a muchos de cuantos han actuado primero pidiendo claramente aclaraciones y expresando preocupaciones al Pontífice  y posteriormente, después una respuesta faltante y una audiencia no dada, publicarlas.

El primer trato es el amor profundo por la Iglesia, cerca al riesgo de perder el propio cargo o de ser relegado al margen. Como le acaeció al cardenal Burke o al cardenal Sarah que, expresando en cada uno de sus escritos o conferencias la fidelidad a la Iglesia o al Papa hasta la muerte y el dolor por la confusión actual, han avanzado en sus preguntas o reafirmando la doctrina pagando con la marginación.

Así, a la par de Burke y Sarah, también Weinandy escribió al Pontífice “con amor por la Iglesia y sincero respeto por Su oficio. Usted es el Vicario de Cristo sobre la tierra, el pastor de su grey, el sucesor de San Pedro y así la roca sobre la cual Cristo construirá su Iglesia”
Y como sabemos que los cardenales que han formulado los “dubia” sobre Amoris Laetitia, e incluso Sarah, han obrado después de haber pasado horas y horas frente al Tabernáculo, así ha hecho Weinandy que lo ha contado confesando el haber pedido largamente a Dios, y de haberle dicho así: “Si Vos quieres que escriba cualquier cosa, debes darme una señal clara. Esto es la señal que pido. Mañana temprano iré a Santa María la Mayor a orar y después iré a San Juan de Letrán. Después de que retorne a San Pedro… Durante este intervalo, debo encontrar a cualquiera que conozca, pero que no vea desde hace tiempo… no puede ser estadounidense, canadiense o inglés… deberá decirme en el curso de nuestra conversación: ‘Continúe con su buen trabajo de escritura’”. La narración prosigue con el encuentro con un obispo (no estadounidense, canadiense ni inglés) conocido 20 años antes de que hubiese leído algún libro suyo y que le dijo: “Continúe con su buen trabajo de escritura”.

Otra característica, además del amor por la Iglesia y por la plegaria, es la integridad de estos hombres, cuya reputación y conducta santa y humilde son notables. En fin, cuantos han hablado sabiendo que pueden pagar con la pérdida de su propio cargo han demostrado que la fidelidad a la Palabra del Señor (y por lo tanto a su persona) supera cada uno de los otros bienes.

Pero como ha notado en una de sus investigaciones Dan Hitchens son pocos los que están dispuestos a sufrir así por la Iglesia. De hecho, entre los teólogos o guías perplejos, entrevistados en cuatro continentes, muchos no han deseado aparecer públicamente por miedo a perder su puesto de trabajo, admitiendo abiertamente el no estar dispuesto al “martirio blanco”. En cambio muchos otros prefieren negar el problema abiertamente, no soportando el dolor de la laceración pensando así contribuir a calmar los ánimos. Es lamentable que mientras tanto la mentira, que nace de la ambigüedad, continúe creciendo sobre la piel de los fieles y del mundo. Junto a la cerrazón y la intransigencia de quienes hablando de puentes, cierran la puerta en la cara a quien pregunta humildemente sus razones.

Al contrario, Weinandy ha actuado con fe, no tanto calculando las consecuencias de un gesto, sino en conformidad con su trabajo de teólogo y la voluntad divina. Así como han hecho Sarah y los cardenales citados, entre ellos sobre todo Meisner y Caffarra, cuya muerte y ofrenda de vida pareció a muchos una derrota, pero que para el cristiano es la coronación suprema de la victoria.

Porque no hay sacrificio como aquél no sólo del propio puesto, reputación, honor o dolor de verse representados como enemigos de lo que más se ama en el mundo, sino de la propia vida, que puede ser usado por Dios para la salvación de los hombres y por lo tanto, de la Fe


Por lo tanto, preguntar humildemente razones de afirmaciones y acciones contrarias  o ambiguas, conscientes de la propia tarea de guías, por amor a la Iglesia, en conformidad al mandato de Dios, es el único camino para salvarlas, aunque cueste una pérdida, un fracaso o la existencia misma. 

Quienes tienen fe saben que lo que para todos es una pérdida, como es la muerte del grano de trigo, es la semilla más fecunda de vida para la Viña del Señor.

Artículos de interés 8 de Noviembre











CRISIS MAGAZINE (semanal)

"Una interesante nota litúrgica de 2009 sobre la Eucaristía" de Fra Cristoforo

martes, 7 de noviembre de 2017

Artículos de interés 7 de Noviembre


- ONE PETER FIVE


Entrevista: Josef Seifert en el debate de Amoris Laetitia con Rocco Buttiglione (Maike Hickson)

Sobre el miedo pastoral (Padre RP)

- CATHOLIC HERALD


Ordinariato cabeza 'excluidos de los eventos de la Reforma'




LIFE SITE NEWS


Truck honoring Dubia Cardinal stopped by police while circling Vatican


LA NUOVA BUSSOLA QUOTIDIANA

Hoy en 1917, el comunismo soviético nació del terror (Stefano Magni)




LITURGIA Y TRADICIÓN CATÓLICA





FIRST THINGS
LA AMBIVALENCIA DE PRINCIPIOS DEL PAPA FRANCISCO (Robert P. Imbelli) 

Con Lutero no hay reforma sino una religión nueva, que no es la Religión católica ( LP. Serafino M. Lanzetta)

(RORATE CAELI)

En este día se cumplen los 500 años de la protesta de Martín Lutero en Wittenberg, con sus 95 tesis. Es frecuente retroceder hasta aquel 31 de octubre de 1517 –día en que supuestamente Lutero clavó esas 95 tesis en la puerta de la Catedral – como comienzo de la Reforma Protestante, si bien no todos los historiadores comparten esta visión. De hecho, el verdadero punto de inflexión luterano no ha de encontrarse en la protesta de Lutero contra las indulgencias, sino en su “Experiencia de la Torre” (o “del retrete”, como lo expresó Lutero, cf. Charlas de Sobremesa, 3232c), la cual representa el Durchbruch, el ‘fragmento convincente’ de la Reforma que se hizo ‘oficial’ en el año 1520, cuando Lutero compuso su De captivitate babilonica Ecclesiae, ofreciendo su nueva doctrina sobre los sacramentos en relación a la gracia.

El evento para este aniversario ha sido recibido en el mundo católico con una emoción y un entusiasmo inesperados. Por ejemplo, el cardenal Kasper, en un reciente libro sobre Lutero considerado desde su potencial ecuménico, nos invita a mirar al antiguo monje agustino como un nuevo San Francisco de Asís, quien simplemente quería vivir el Evangelio con sus hermanos; Lutero debiera ser enumerado “en la larga tradición de los reformadores católicos que lo precedieron”. Recientemente, Monseñor Galantino, secretario de la Conferencia Episcopal Italiana, dijo que “la Reforma [Luterana] fue un hecho del Espíritu Santo”.

A su vez, Lutero es ensalzado por escritores y expertos como ‘católico disidente’. Este es el título del libro de Peter Stanford, en el que convierte a Lutero en profeta del Vaticano II, entre otros logros, al predecir la igualdad del pueblo de Dios enraizada en un ‘sacerdocio compartido’ entre todos los católicos. “Esto es puro Lutero”, dice Stanford, pero quizás no recuerde que el sacerdocio común de todos los fieles no es uno que se ‘comparte’ horizontalmente hablando, en cuanto a Lutero, sino que deriva de la consagración de todo el pueblo a Cristo en el bautismo. Por sobre todo, el sacerdocio común se diferencia ontológicamente del sacramento del orden sagrado y está jerárquicamente subordinado a él para poder cumplir con su naturaleza: es exactamente lo que negó Lutero con su nueva visión teológica de una Iglesia sin jerarquía (básicamente sin el Papa) y sin el orden sagrado, considerado fuente de poder para los romanistas. Lutero quería una Iglesia sin el magisterio papal para poder interpretar las sagradas escrituras sin mediadores. Él afirmaba su propia autoridad según su comprensión personal de la Biblia. Pero la única manera de derribar ese obstáculo romano era aboliendo el sacramento del orden sagrado y afirmando que todos somos sacerdotes, obispos e incluso Papas. El ‘sacerdocio compartido’ de Lutero es el resultado de su visión personal, uniendo los sacramentos con la búsqueda de una ‘zona libre de magisterio’ llamando a la nobleza de la nación alemana.

Sin embargo, podríamos preguntar ¿por qué vincular a Lutero con el Vaticano II? Un erudito norteamericano, R.R. Gaillardetz, nos ofrece una respuesta: “El Concilio Vaticano Segundo fue un evento de significado sin igual en la historia del catolicismo moderno. Debemos retroceder hasta la reforma protestante para encontrar un evento que se equipare con el impacto del Vaticano II sobre el catolicismo romano”. Quizás se trate solo del impacto, pero no es para nada honesto adaptar las enseñanzas católicas a la visión revolucionaria de Lutero. Deseo presentar algunas claves de esta revolución, lugar de profecía, en concordancia con el punto de Richard Rex: que la de Lutero era una nueva religión. En un artículo reciente en “The Tablet” (14 de octubre de 2017) él escribió: “Delegado papal y teólogo, el cardenal Cajetan, identificó intuitivamente las semillas de una nueva religión cuando se reunió con Lutero en Habsburgo en octubre de 1518. […] La realidad es que el cardenal Cajetan tenía razón. Era una nueva religión” (ver su libro publicado recientemente, The making of Martin Luther).

Algunas pistas sobre el tormento interior de Lutero

Vale la pena considerar un dato sobre la vida de Lutero antes de encarar su visión. Según Heinz Shilling – historiador alemán cuya biografía de Lutero es considerada una de las más precisas – Lutero rezaba el rosario, meditaba, y cantaba salmos hasta quedar exhausto. Sin embargo, estos ejercicios extenuantes de piedad lo condujeron a la desesperación porque creía que no era capaz de ofrecerlos como debía, convirtiéndose en objeto de la ira de Dios y sin Su perdón. No se trataba de mulieres, un problema de castidad, sino de un verdadero profundo sufrimiento moral, como un nudo, que uno puede interpretar distanciado de Dios. La “Experiencia de la Torre” no solo fue luz para su mente sino también liberación de una carga. Su oración para encontrar un Dios misericordioso fue finalmente escuchada. En la torre, tuvo una comprensión instantánea de Romanos 1:17: “El justo vive por la fe” y luego pudo contar, en una de sus Charlas de Sobremesa: “Cuando comprendí que la justicia de Dios es la misericordia, y que nos justifica por medio de ella, fue un remedio para mi aflicción” (n. 4007).

Esta nueva comprensión de la relación entre justicia y misericordia – de una justicia vista ahora desde la misericordia y solo como algo pasivo que renuncia al castigo – es la nueva piedra angular del edificio cristiano de Lutero. Esta experiencia fue refrescante y convincente en cuanto a que finalmente se podía ofrecer la misericordia como justicia a través de la fe. Más allá de esta posición teológica discutible, que convierte a la justicia en misericordia al punto de perder su identidad, aquí observamos el punto de quiebre: Lutero hizo de su pedido subjetivo de un Dios misericordioso el principio arquitectónico de su teología. Esto marcará una revolución en teología y en la historia del pensamiento, en cuanto a que será el verdadero comienzo del modernismo: la primacía del sujeto, y luego de la consciencia, sobre el objeto, sobre el bien y Dios mismo. Aquí encontrará su primera raíz la primacía del sujeto y de la consciencia por sobre la verdad y el bien. En esta perspectiva, la declaración de Lutero en Worms ante el emperador Charles V de Habsburgo (1521) es verdaderamente interesante:

“Si no se me convence mediante testimonios de la Escritura y claros argumentos de la razón (porque no le creo ni al Papa ni a los concilios ya que está demostrado que a menudo han errado, contradiciéndose a sí mismos), por los textos de la Sagrada Escritura que he citado, estoy sometido a mi conciencia y ligado a la palabra de Dios. Por eso no puedo ni quiero retractarme de nada, porque hacer algo en contra de la conciencia no es seguro ni saludable”. (Obras de Lutero, vol. 32: Carrera del Reformador II, Fortress Press 1958, p. 112).

El cardenal Kasper no estará contento con la designación de Lutero como padre del modernismo, por el hecho de que mientras el modernismo es un llamado a la libertad ‘autónoma’, la libertad de Lutero era en busca de Dios. Por eso no iba a ser el precursor de lo moderno, sino el último heredero del pensamiento medieval sobre la unidad religiosa de la societas christiana. Mi pregunta es simplemente esta: ¿hay mucha diferencia entre una libertad autónoma con primacía sobre la verdad, y una teónoma cautiva de la Palabra de Dios? Solo hay una diferencia, según el nivel diferente sobre el que yacen: la primera sobre un nivel natural y la segunda sobre uno sobrenatural, pero ambas se asocian en cuanto a la primacía del sujeto sobre el objeto, sin la mediación de una razón metafísica tan apreciada por la población medieval. Una libertad cautiva de la Palabra de Dios también se utilizará para justificar cualquier tipo de libertad, ya sea para contradecir el magisterio inmutable de la Iglesia o para cubrir aparentemente pecados o debilidades en busca de un Cristo más allá de la Iglesia y de los sacramentos.

Nominalismo o arbitrio de Dios

Lutero seguía la corriente filosófica del Nominalismo que conoció a través del occamismo de Gabriel Biel (1410-1495), aunque de todas formas terminó convirtiéndose en su enemigo con la doctrina de la justificación. Lutero reveló que su “querido maestro” era Guillermo de de Occam (fines del siglo XIII – 1349/50), un filósofo y teólogo franciscano que en el año 1319 fue profesor en Oxford. Para Occam, la realidad es inexpresable en su universalidad. Todo lo que existe es individual. Por lo tanto no hay naturaleza o esencia, las cosas que existen son solo entidades singulares, creadas inmediatamente por voluntad de Dios. Dado que cualquier ser vivo existente está vinculado directamente a la voluntad de Dios sin ninguna ‘razón’ en sí mismo, esta voluntad divina no puede ser más que absoluta, es decir, sin ninguna otra razón más que el hecho de manifestarse como es, necesariamente y sin razón comprensible. El proceso de razonamiento es en última instancia inútil porque todo lo que podemos saber es la realidad como pluralidad de individuos, pero nunca podemos saber la razón detrás de esta pluralidad; nuestros conceptos para identificar entidades existentes son simples sonidos convencionales con un fin pragmático, solo un flatus vocis. Por lo tanto, las palabras que pronunciamos no tendrían sentido porque no hay un vínculo con la realidad más allá del de señalar a algo. ¿No es este supuesto todo un tema hoy día?

Lutero hará propia esta visión nominalista: solo Dios es necesario y lo que Él haga es necesario y absoluto, sin razón comprensible. Nadie puede discutir lo que Dios ha planeado o lo que hace porque no hay otra razón que Su voluntad. No olvidemos la razón como tal no tiene valor para Lutero: lo llevaría de vuelta a considerar a Dios más allá de la aceptación sencilla (ciega) de su misericordia sanadora. Esta visión será crucial en el problema de la libertad.

El problema del libre albedrío o de un Dios contradictorio

De hecho, para Lutero, “el libre albedrío es una gran mentira”. En De servo arbitrio (1525) que Lutero escribió oponiéndose a Erasmo de Róterdam, quien anteriormente había escrito De libero arbitrio contra Lutero, el revolucionario alemán reconoce que Erasmo tenía razón al señalar la esencia de todos los problemas, la cuestión verdadera: el problema del libre albedrío. El libre albedrío no existe y es solo un desafío del orgullo del hombre hacia Dios. Lutero explica que si uno tuviera libre albedrío, podría comprender la inescrutabilidad de Dios. Pero dado que Dios es insondable, el hombre no es libre y todo lo que haga es porque está ‘obligado’ a hacerlo. Al final, la obligación procede de la necesidad de Dios. En otras palabras, el libre albedrío no existe, sino la necesidad, y la única manera posible de abrazar esta necesidad es con la fe. La fe hace que aceptemos incluso las contradicciones, llevándonos a confiar en el poder salvador de Cristo.

En realidad, es la contradicción en sí misma la que justifica la fe y hace que el hombre descubra su condición de creatura y sus debilidades ante la majestad de Dios. Para Lutero, Dios se muestra por lo que realmente es precisamente en contraposición (o contradicción), es decir, sub contraria specie. Lutero inaugura un proceso dialectico, una polarización del ocultamiento y descubrimiento de un misterio. El poder de Dios solo puede ser comprendido en Su debilidad y Su abandono total en la cruz, así como la gracia de su amor se descubre en el rechazo del mismo por el pecado y las ofensas de la humanidad. La teología de la cruz es esencialmente un proceso de ‘revelación y ocultamiento’ de Dios, siempre mediante lo contrario. El amor requiere del odio para revelarse a un alma plenamente, así como la fe requiere de su negación e incluso del cautiverio por dudas y pecados de los hombres. Cuanto más se oscurece la fe más convincente es. Puede parecer extraño, pero Dios solo puede ser apreciado como Dios cuando se afirma su negación. La negación de Dios es pecado.

Cristo solo puede ser amado como un amable Salvador si lucha permanentemente contra el demonio. Estrictamente hablando, uno no puede tener una idea clara de Cristo sin el demonio. Uno no puede ser salvado del infierno por Cristo si el mismo Cristo no es condenado por mi pecado al infierno. Aquí, la contradicción tiene su justificación final en un Dios contradictorio, que para salvarme a mí tiene que ponerse contra sí mismo: ¡la batalla del pecado y la gracia! Esto abre el camino a la comprensión de la vida del spirit (der Geist) de Hegel, como proceso dialéctico donde la afirmación es superada por una negación para encontrar su síntesis en un bien mayor y mejor (la suma dialéctica del bien y el mal).

Sin embargo, la formulación teológica de una contradicción elevada a principio de conocimiento representa el destronamiento de la ‘teología negativa’ por parte de la teología de un Dios contradictorio: la gracia y el pecado pueden coexistir porque en última instancia están basados en la oposición del intelecto contra a la voluntad de Dios. Por lo tanto, los humanos no son libres de elegir no pecar, mientras que Dios no está obligado por ninguna disposición racional a actuar más allá de Su voluntad divina (arbitraria), infalible e inmutable. Entonces, no podemos hacer más que lo que Dios estableció desde la eternidad. Aquí está la raíz de la teoría de la predestinación de Calvino.

La gracia que cubre el pecado: el problema de la justificación

La ausencia de libertad es la exaltación de la fe. Pero surge una pregunta: ¿puede la fe ser satisfecha de no captarse nada del misterio de Dios, aceptando ciegamente el misterio de una disposición divina eterna? ¿Dónde está la libertad de la fe para dar un paso adelante y proclamar “yo creo”? De ser así la fe no es un acto humano libre sino que es impuesta por necesidad. Por supuesto que esto facilitará el camino de la secularización, es decir, la renuncia de la fe en nombre de la libertad y del laicismo del Estado. No obstante, el rol de la fe (sin conocimiento) en el sistema religioso de Lutero es interesantemente de gran valor. ¿De qué se trata esto? Es importante referirse primero al pecado original, que para Lutero es además y por sobre todo un “pecado radical”, identificado como rebelión de la carne. Considerando que el hombre pecó contra Dios y su disposición al pecado – la concupiscencia de la carne, es tan fuerte, que el hombre vive siempre en pecado. Todo lo que haga es pecaminoso. “Toda buena obra es pecado” escribió Lutero contra Latomus (uno de los teólogos de la universidad de Lovaina), y “mientras vivamos, el pecado es esencialmente inherente a las buenas obras, así como la habilidad de reír es inherente al hombre” (Obras de Lutero, vol. 32, Contra Latomus, cit., pp. 168-169.186-187). Por el pecado original, el hombre es cautivo del pecado como tal. Nada puede ayudarlo a sanar más que creer firmemente que ha sido salvado por Cristo. La fe es una “confianza cordial”, es confiarle el corazón a Dios a través de Cristo.

Es más, la fe solo es considerada como un esfuerzo personal, el acto de creer en Dios, más que una manera de aceptar verdades para ser salvo. La fe es el camino para creer cordialmente que mis pecados han sido perdonados y gracias a ello la justicia es ofrecida como un amor que perdona. La justicia no estará presente en mí como herencia – solo el pecado puede adherirse a la naturaleza humana – pero me será otorgada siempre y cuando crea firmemente. La justicia corresponde precisamente a Cristo y me es dada como préstamo temporario cuya duración depende de la intensidad de la fe. En cierto sentido, es una fe que produce gracia en lugar de una gracia que produce fe. ¿Pero qué hay de la primera infusión de la fe en el bautismo por medio de la gracia? Si la fe es necesaria como alternativa a la libertad, Lutero tiene que concluir que la gracia es tan necesaria como la fe. ¡Es lo mismo que decir que la gracia ya no es un don sino un derecho! Pero como derecho, deja de ser gracia, dado que gracia significa gratuidad.

La visión de la naturaleza humana de Lutero es profundamente pesimista: por la ausencia de libre albedrío un hombre es condenado a cometer pecados que infectan su alma permanentemente. Ninguna medicina, ningún hospital, es capaz de sanar al pecador, por lo tanto puede volver finalmente a casa y ser una persona feliz. El hombre de Lutero está condenado permanentemente a un hospital de campaña, donde solo recibe breves tratamientos de primeros auxilios: no hay estudios completos ni terapia intensiva porque sencillamente no tendrán efecto en el enfermo. Simplemente, no tienen sentido.

¿Es esta teología, con su fuerte trasfondo filosófico, una reforma de la doctrina católica o más bien el comienzo de una nueva creencia? Coincido definitivamente con Richard Rex: se trata de una religión nueva.

P. Serafino M. Lanzetta
(Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original)