BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



viernes, 7 de mayo de 2021

Estamos hartos y tenemos soluciones (Vídeo) Natalia Prego, Fernando López Mirones

DURACIÓN 7:07 minutos


La Dra Natalia Prego Cancelo especialista en medicina comunitaria y el biólogo Fernando López Mirones reclaman un debate científico, precisamente en honor a los que sufren y a los fallecidos. Médicos y Científicos , biólogos por la verdad unidos, hartos del autoritarismo, porque tienen soluciones.

La grieta en la Iglesia II (Monseñor Héctor Aguer)

INFOCATÓLICA

En la primera nota del mismo título, publicada en InfoCatólica, presenté algunos antecedentes bíblicos, las divisiones en las primeras comunidades cristianas, concretamente los sjísmata que asolaban a la Iglesia de Corinto, y que San Pablo combatió con energía. Asimismo, señalé el origen de la grieta actual en una interpretación del «espíritu del Concilio», corregida repetidamente por Pablo VI. Doctrinalmente, la grieta se abre a causa de la pretensión progresista de imponer «nuevos paradigmas», desdeñando la gran tradición eclesial.

Yo empleo espontáneamente el calificativo de progresista. Según la tercera acepción del término, registrada en el Diccionario de la Real Academia Española, se llama así a «la persona, colectividad, etc. con ideas avanzadas, y a la actitud que esto entraña». En un sentido religioso el término comenzó a usarse ampliamente después del Concilio Vaticano II; hoy en día al movimiento o corriente se le puede atribuir la desacralización o secularización de la misión de la Iglesia, que es reformulada para orientarla, en diálogo con otras religiones y culturas, a hacerse levadura de la fraternidad universal, ya que todos somos hermanos, fratelli tutti. El planeta es la patria, y la humanidad su pueblo, empeñados en un proyecto común para rehacer la historia en una unidad pluriforme que engendre nueva vida. Las prioridades son el cuidado de la naturaleza, la defensa de los pobres y la construcción de redes de respeto y fraternidad. Se me ocurre que ante estos avances católicos –que constituyen una verdadera gnosis- la masonería ha quedado descolocada. Este es el lugar para introducir una breve digresión semántica: adelphós –hermano- se decía en la Grecia clásica de los miembros de la misma tribu o nación. En el Nuevo Testamento designa a los miembros de la comunidad cristiana, que comparten la gracia de la adopción filial recibida en el Bautismo. No he encontrado que en el Nuevo Testamento se llame adelphós a un no cristiano.

El Cardenal Robert Sarah, que ha sido inmediatamente «misericordiado» al igual que otros obispos considerados molestos, ha descrito en un libro magnífico la noche que se cierne sobre la Iglesia. En esa obra anota que en comparación con la situación actual, el modernismo de principios del siglo XX, al cual San Pío X destinó la Encíclica Pascendi dominici gregis fue «un simple resfrío». Prolongando esa imagen, podemos decir que ahora hemos pescado una terrible pulmonía (el covid 19 es inocente).

Me detengo un momento en la caracterización del progresismo eclesiástico, que asume implícitamente una filosofía del progreso y el pathos religioso intramundano que es una de sus notas. Hablo de él en términos absolutos, excluyendo versiones y matices. Me parece importante advertir que los mismos se verifican en la adhesión a los criterios progresistas, en las conclusiones pastorales que de ellos se derivan, y en las realizaciones que se producen en las diócesis, desde las más leves o desvaídas hasta las rigurosas. Al hablar del progresismo habría que tener en cuenta las gradaciones que se distinguen entre sí sin perder el nombre, es decir, una identidad fundante. Esta circunstancia ayuda a ser ponderados en el juicio de posiciones eclesiales y de personas, para evitar injusticias que engendran confusión.

La inspiración progresista estaba en pleno auge en los años 70 del siglo pasado; se presentaba como la realización legítima del «espíritu del Concilio», en ajenidad y aun en oposición a la gran Tradición de la Iglesia. El otro borde de la orilla de la grieta era despreciado como «tradicionalismo» –así se hablaba-, como una actitud «conservadora». El progresismo, que tenía sus mentores y un gran poder de difusión, era una verdadera ideología; su incomodidad con la tradición expresaba aquella heterogeneidad que San Vicente de Lerins, en el siglo V, consideraba deformación del auténtico desarrollo católico de la doctrina y las instituciones eclesiales. Ese «nuevo modelo de hablar» –sentenciaba- es más propio de los herejes que de los católicos. El progresismo abrió una grieta en la sólida estructura de la comunión eclesial, y tuvo derivaciones políticas asociadas con los movimientos subversivos que florecían en aquel tiempo.

Mencionemos ahora la dimensión operativa. Cuando gente de ese estilo se apodera de una diócesis en la que todo discurría católica y pacíficamente, instaura una especie de imperialismo: el control despótico puede encubrirse con un rostro de simpatía y con buenos modales. Inclusive puede apelar a una devoción sentimental, como las que profesan algunos movimientos y sociedades apostólicas. La principal presa codiciada es el Seminario, inmediatamente comienzan con la coacción y los ardides para lograr que los candidatos cambien su visión de las cosas y adopten los nuevos planteos; esta actitud suele provocar la dispersión. Algunos se acomodarán a las nuevas circunstancias, otros dejarán el Seminario. El progresismo es esencialmente infecundo; en las diócesis que domina no surgen normalmente vocaciones (¿qué sólidas razones puede ofrecer para que un joven entregue su vida a Dios y a la Iglesia?). Me viene a la memoria al escribir esto la sentencia de Soren Kierkegaard en su Ejercitación del cristianismo: «Lo absoluto consiste únicamente en escoger la eternidad».

El Vaticano II ha ofrecido en los Decretos Presbyterorum ordinis y Optatam totius Ecclesiae renovados criterios para el fomento de las vocaciones sacerdotales, fundados en una teología del ministerio presbiteral y en una espiritualidad que –en mi opinión- valen especialmente para los sacerdotes diocesanos; quienes no tendrán necesidad entonces de unirse a terceras órdenes, o adoptar la espiritualidad de sociedades y movimientos apostólicos. Si en una diócesis se adoptan esa teología y esa espiritualidad del ministerio, pueden florecer vocaciones. Los textos conciliares deben ser leídos, como enseñó reiteradamente Benedicto XVI, a la luz de la Gran Tradición de la Iglesia; en esa continuidad se destacan, a la vez, su arraigo y su novedad. La condición es asumir con fidelidad y coraje esos criterios en una diócesis, instrumentando una inteligente pastoral vocacional.

El vaciamiento de los Seminarios comienza con la decadencia de la formación humanística, que según los Padres Conciliares debe apoyarse en el «patrimonio filosófico de perenne validez» (Optatam totius, 15); incautamente se lo abandona sin advertir que la adhesión a sistemas filosóficos modernos no ofrece el fundamento adecuado para la reflexión teológica. El Vaticano II exhortaba a «profundizar en los misterios y descubrir su conexión por medio de la especulación, bajo el magisterio de Santo Tomás» (Optatam totius, 16). El desprecio de Santo Tomás, y el desconocimiento de la renovación tomista protagonizada por Cornelio Fabro, van unidos a un cierto biblicismo y el recurso exclusivo a la teología positiva. Se arruina así el pensamiento de la fe, que debe acompañar a la oración, tratándose de personas que han de ejercer un ministerio de predicación para hacer crecer a los fieles en el conocimiento y el amor a Jesucristo. Los problemas culturales de hoy, sobre todo en una sociedad descristianizada, exigen que el testimonio cristiano esté avalado por una formación que habilite para el diálogo, y si es necesario, para la discusión serena y profunda de aquellas cuestiones más urgentes sobre las cuales hay que contar con el influjo confusionista y superficial de los medios de comunicación.

En la Argentina, diócesis con ochocientos mil o un millón de habitantes cuentan apenas con un centenar de sacerdotes, y los seminaristas se cuentan con los dedos de una mano; ¡pero no les falta obispo auxiliar! Apunto a un rasgo curioso: la multiplicación de obispos auxiliares.

Un signo evidente de la destrucción se encuentra en la liturgia: ni respeto de las rúbricas, ni solemnidad, ni belleza. En la Constitución Sacrosanctum Concilium se recurre constantemente al adjetivo sagrado para designar a la liturgia y sus realidades. El capítulo VI está dedicado a la música sagrada; se dice: «Consérvese y cultívese con sumo cuidado el tesoro de la música sacra» y concretamente «foméntense diligentemente las scholae cantorum…» (n. 114). En cuanto a los Seminarios, se afirma: «Dése mucha importancia a la enseñanza y a la práctica musical en los seminarios» (115). Más aún: «La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana…» y no se excluye la polifonía. Pero caído en manos progresistas se destruye tanto la scholae cuanto el coro polifónico, y se imponen ritmos sincopados y percusivos, los cantos populares carentes de todo valor artístico; se iguala siempre por lo bajo. Además, se prohíbe el latín, con lo que se eliminan aquellos cantos que habían llegado a ser ampliamente utilizados por el pueblo.

En otro artículo me he referido a la falsa oposición entre estudio y pastoral; el menosprecio de la aplicación al estudio comienza en el Seminario, la doctrina, entonces (la didajé o didaskalía), es postergada por una preferencia que se otorga a la hipertrofia de una pastoral, que no pasa muchas veces de devaneos insustanciales. Prematuramente se envía a los seminaristas a las parroquias. Es esta otra dimensión de la grieta que se manifiesta luego en la distribución de los cargos y en la elección de obispos. El progresismo presume de pastoralidad.

Un detalle que puede juzgarse sin mayor relieve, pero que es significativo: el odio de la sotana, cuyo uso suele ser prohibido a los seminaristas; por otra parte, no se cuida respetar la obligación de los clérigos de usar una vestimenta que los distinga. Se trata de secularizar todas las realidades eclesiales; he oído decir ya hace tiempo a algunos obispos que no existe distinción entre sagrado y profano. Un hombre primitivo se escandalizaría de semejante afirmación. Los estudios de fenomenología de la religión muestran claramente que aun en las culturas más antiguas existía un sentido de lo sagrado: era «lo otro», «lo distinto», lo perteneciente al mundo de los dioses. Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, instituyó la nueva y definitiva sacralidad en su persona y en su sacrificio pascual, asumiendo y cumpliendo por superación el esbozo de las culturas primitivas y la ritualidad de la Antigua Alianza. Los seminaristas deben ser educados en el reconocimiento de estas realidades para que comprendan la centralidad que tiene en la Iglesia la celebración de los misterios del culto divino.

La cuestión que aquí he esbozado me parece de máxima actualidad, cuando muchos en la Iglesia, impulsados por ciertas declaraciones oficiales, subordinan el orden sobrenatural de los sacramentos a la cobertura de cuestiones culturales, sociales y políticas. No advierten que el principal aporte que puede hacer la comunidad eclesial es la gracia del Señor, capaz de renovar los corazones para que tiendan sinceramente a buscar la justicia tan deseada y a trabajar por ella. El peor servicio que la Iglesia puede hacerle al mundo es mundanizarse, y perder su originalidad para competir con las fuerzas políticas y sociales, consintiendo así con el vacío de Dios que afecta a la cultura actual. ¿Quién puede hacerlo presente, devolverlo al mundo, sino ella? En esto reside el error principal del progresismo.

Quedó explicada la dimensión operativa de la grieta, los casos repetidos en todo el mundo cuando una diócesis es atrapada por la dialéctica progresista. Resta una posible cuestión: puede ocurrir, milagrosamente casi, según las leyes de la inescrutable providencia de Dios, que a una diócesis devastada –pienso en situaciones extremas que se registran en tantos países, digamos por ejemplo Alemania o España-, o hundida en la inoperancia y confundida por la promoción insensata de un diálogo que ha ido corroyendo su sustancia, llega un obispo según la tradición, un hombre de recta doctrina y mucha oración, un caso que en estos últimos años pudo verificarse ut in paucioribus (con poca frecuencia). ¿Qué deberá hacer? Entregar su vida en un empeño pastoral de reconstrucción. Para ello, será prioridad formar sacerdotes: promover con inteligencia la pastoral vocacional, que articule la pastoral familiar y la educativa; si esta actividad tiene éxito, como es muy probable, podrá pensar en la formación de los seminaristas en la propia diócesis. Crear su seminario diocesano -¡si lo dejan!- para aplicar en él los criterios del Vaticano II, en lugar de enviar candidatos a una institución en la que están vigentes las deformaciones impuestas por el falso «espíritu del Concilio», o deficiencias en diversos aspectos. En estas cuestiones se juega el futuro de la Iglesia. Es de esperar una intervención providencial del Señor, y la intervención de su Madre y de San José. Como en el camino hacia Emaús, el Señor parece pasar de largo –autos prosepoiēsato porrōteron poreuesthai - los discípulos le dijeron con insistencia, casi forzándolo: «quédate con nosotros porque ya es tarde y el día se acaba» –Meinon meth’ hēmōn- (Lc 24, 28-30). ¡Sí, quédate con nosotros, Señor, porque se acabó el día, y ha caído la noche sobre la Iglesia!

+ Héctor Aguer

Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
Académico de Número de la Academia de Ciencias y Artes de San Isidro.
Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma).

Buenos Aires, jueves 29 de abril de 2021.
Memoria de Santa Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia.

La grieta en la Iglesia I (Monseñor Héctor Aguer)

 INFOCATÓLICA


No es arbitrario considerar que la grieta actual de la Iglesia está íntimamente relacionada con las proyecciones del Concilio Vaticano II. Leyendo las discusiones de los Padres en el aula se advierte la contraposición de dos tendencias.

Monseñor Héctor Aguer – 14/07/20 10:15 AM

En la Argentina actual suele usarse el nombre de grieta para caracterizar la situación política, las divergencias ideológicas entre partidos o sectores de la sociedad, y la discordia, que torna imposible, o muy difícil de lograr, cualquier acuerdo o entendimiento. En realidad, son males ancestrales en nuestra historia. El nombre empleado, asumido por los comentaristas como un término técnico es por demás elocuente. La grieta es, por definición, la «quiebra o abertura que se hace naturalmente en cualquier cuerpo sólido»; es una rotura o hendidura que, aunque no llega a dividir del todo, implica pérdida o menoscabo. Así ocurre en el cuerpo social; por eso principalmente el país se empantana en el subdesarrollo. La grieta es todo lo contrario de la solidaridad, de la amistad social.

El fenómeno señalado se verifica también en la Iglesia, en las comunidades cristianas, y asimismo en este ámbito sucede desde los inicios. Me permito unas pocas referencias bíblicas. El menoscabo es doble, del orden de la fe y del de la caridad. Un caso bien notorio es el de la Iglesia de Corinto, tal como aparece en las dos cartas del Apóstol Pablo. Este reprueba severamente las discordias, por ejemplo: «En el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo, yo los exhorto a que se pongan de acuerdo»; es decir, que digan todos lo mismo (tò autò légete pántes, que digan y piensen lo mismo); «que no haya divisiones (sjísmata, cismas) entre ustedes y vivan en perfecta armonía», con el mismo pensamiento, manera de ver, sentimiento (nóos) y el mismo juicio o convicción (gnōmē), 1 Cor 1, 10.

Pablo registra la gravedad de los hechos: «Cada uno afirma: yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo» (1 Cor 1, 12). Dios ha dispuesto otra cosa para la Iglesia: «Que no haya división -sjísma- y que todos los miembros del cuerpo sean mutuamente solidarios», literalmente: que se preocupen, tengan la misma solicitud -merimnōsin- los unos por los otros. La vida cristiana descarta los arrebatos, la agitación interior que infla el alma, la irritación, el resentimiento y la cólera (1 Tim 2, 8: joris orges kài dialogismoû); el ideal es vivir en paz unos con otros (1 Tes 5, 13: eirenéute en heautôi); ser pacientes con todos (ib. 14: makrothyméite pròs pántas), ayudarse mutuamente a llevar las cargas (Gál 6, 1-2: allelon tà báre bastádzete), y corregir con dulzura (ib. en pnéumati praÿtetos, con espíritu de suavidad).

Todas estas actitudes son posibles, y se hacen necesarias, como aplicación y vivencia de una fe que se comparte unánimemente; los pastores de la Iglesia deben cuidar esa identidad de la fe, como servidores de Cristo, que alimentan con las enseñanzas de la fe y de la buena doctrina (1 Tim 4, 6: tes kalés didaskalías), rechazando los mitos ridículos, cuentos de viejas (ib. 7: graodeis mýthous). La exhortación del Apóstol a su discípulo Timoteo vale para todos los tiempos: «... arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y afán de enseñar» (2 Tim 4, 2: en páse makrothymía kái didajé). Sigue una profecía, cumplida reiteradamente en la historia de la Iglesia: «Llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina -tes hyglainoúses didaskalías-, por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas» -mýthous- (2 Tim 4, 2-4). ¡Una excelente descripción de las herejías y, en general, de los errores que dan la espalda a la gran tradición eclesial!. San Vicente de Lerins señalaba que los herejes no sólo no veneran la antigüedad, sino que se apegan a la novedad con todas sus fuerzas; con espíritu de disensión pretenden dar a la Iglesia un aspecto nuevo. Por eso concluía: «Evita las novedades profanas de lenguaje».

No es arbitrario considerar que la grieta actual de la Iglesia está íntimamente relacionada con las proyecciones del Concilio Vaticano II. Leyendo las discusiones de los Padres en el aula se advierte la contraposición de dos tendencias. Sin embargo, los documentos conciliares fueron aprobados por una casi unanimidad. En la votación final de cada uno de ellos, los votos negativos fueron, según los casos, 2, 3, 4, 5, 6, 10, 11, 14, 19, 35, 39, 70, 75, 164. El día de la conclusión de la Asamblea, cuando se aprobaron los últimos cuatro documentos, se desencadenó un momento de alegría en el que todos se abrazaban emocionados. Sin embargo, las divergencias que se notaron claramente en el aula conciliar, reaparecieron en el posconcilio. La invocación de un supuesto «espíritu del Concilio» inspiró toda clase de arbitrariedades en materia dogmática, moral, espiritual y de doctrina social. Pablo VI señaló que se trataba de una crisis de fe, y procuró hacerle frente en su magisterio de los años 1968 - 1978. Un caso digno de especial mención fue la oposición de vastos sectores eclesiales a la encíclica Humanae vitae. El largo pontificado de Juan Pablo II permitió hacer un balance y ubicar en su sitio las reformas realizadas. Lo mismo puede decirse del magisterio de Benedicto XVI, quien insistió recordando que los textos del Vaticano II deben ser leídos «a la luz de la gran tradición de la Iglesia». Este Papa dio un paso fundamental para superar la grieta litúrgica al autorizar el empleo de la forma extraordinaria del rito romano. El disenso tenía causas más profundas, que se revelan en la extensión de la grieta actual.

Algunos autores que ejercen un influjo importante, consideran que el Concilio ha revolucionado la manera del hacer y del pensar creyente. Se propone entonces la construcción de un «humanismo nuevo», basado en un cambio radical de paradigmas en diálogo con otras religiones y culturas; la Iglesia tendría que hacerse levadura de la fraternidad universal. Llama la atención el empleo de términos clásicos del vocabulario masónico; la finalidad de la acción eclesial sería hallar, en contacto con otras tradiciones religiosas y renovando el proceso de deshelenización del cristianismo, pistas de resolución de los problemas que afectan a la humanidad de hoy.

La misión evangelizadora de la Iglesia es así alterada en sus elementos esenciales; se la desea incorporar a un proyecto mayor que la supera: una verdadera gnosis, análoga a la que San ireneo refutaba en el siglo II, en su obra «Contra las herejías». Se fomenta de este modo la grieta al reconocer un valor positivo al conflicto, con la convicción insólita de que conduciría a una unidad plena y a la creación de nueva vida; en este planteo asoma la inspiración hegeliana. La misión que el Señor encomendó a los Apóstoles con las palabras inconfundibles del mandato registrado al final de los Evangelios de Mateo y de Marcos, queda secularizada completamente: se trataría de concebir el planeta como patria, y la humanidad como pueblo, para empeñarse en un proyecto común, que ya no es procurar expresamente que todos los hombres crean en Jesucristo, asuman su enseñanza y cumplan todo lo que Él nos ha mandado.

Para emplear los símbolos del Apocalipsis podríamos decir: la Bestia de la tierra, el falso profeta, induce a adorar a la Bestia del mar, la potencia secular divinizada (cf. Apoc. 13). Los nuevos paradigmas de pensamiento y acción tendrían así cabida en el contexto del pluralismo ético-religioso que caracteriza al mundo contemporáneo, y diseñarían en él un modo de hacer la historia para alcanzar una unidad pluriforme que engendre nueva vida. En estos términos se habla. La finalidad es el cuidado de la naturaleza, la defensa de los pobres, la construcción de redes de respeto y fraternidad.

Con toda razón, el Cardenal Robert Sarah ha escrito que en comparación con la situación de la Iglesia actual, la crisis modernista, descrita y condenada por San Pío X, fue «un simple catarro». Obviamente, quienes permanecen fieles a la gran tradición eclesial, a la que conocen muy bien y a la que adhieren con amor, no pueden aceptar una transformación de la misión eclesial contraria a su identidad. La grieta afecta a los dos órdenes, el de la fe y el de la caridad; verdad y amor -alētheia y agápē- son inseparables; una especie de «concordia ecumenista» es incompatible con la integridad de la Verdad católica. La alteración de la conciencia teologal y teológica, con la pretensión de diseñar y realizar nuevos sistemas de presentación de la verdad cristiana, solo puede llevar a la ruina de la fe y el más estruendoso fracaso pastoral.

Los principales responsables de la grieta eclesial somos los hombres de Iglesia, con nuestros errores y pasiones (epithymíai, un término frecuente en la Escritura). Pero se debe incluir también un factor preternatural: aquel que es mentiroso -pséustes- y padre del pséudos, mentira, falsedad, acción disfrazada (cf. Jn 8, 44); el diablo, cuyo nombre -diábolos- designa a quien desune, separa, inspira odio o envidia (del verbo diabállo: entrometerse, apartar de algo, disuadir, calumniar, atacar, acusar). La etimología incluye la acción de mezclar y confundir, una especialidad suya; en el caso que nos ocupa importa recordar que la concordia en la Iglesia no puede asegurarse sino en la común aceptación de la Verdad, sin mezclas. La alteración del modo de hablar es en realidad consecuencia de un cambio de pensamiento. San Vicente de Lerins, un Padre del siglo V, como dijimos anteriormente, señalaba como característica de los herejes que no solo no veneran la antigüedad, sino que se apegan con todas sus fuerzas a la novedad; «dan una forma nueva al aspecto exterior de la Iglesia», decía, de allí su recomendación: «Evita las novedades profanas de lenguaje».

Una pregunta clave: ¿Qué papel se le reserva a Jesucristo en esos proyectos de nuevos paradigmas?. Me he referido especialmente a este problema fundamental para la misión de la Iglesia en mi artículo «Predicar a Jesucristo», publicado oportunamente en «InfoCatólica». Jesús afirma ser «la luz del mundo»; o se vive en la luz (phōs) siguiéndolo a Él, o se permanece en las tinieblas (skotía), Jn 8, 12. En la Última Cena le responde a Tomás, que busca orientación: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6). Son estos términos absolutos que revelan la identidad del Señor, están por encima de cualquier otra gnosis porque constituyen la única gnosis auténtica: Jesús es el Camino (hodós) que por la Verdad (alētheia) conduce a la Vida (zōḗ); así interpreta el pasaje la mayoría de los Padres de la Iglesia. Él es el camino, y la meta en su unión con el Padre (Jn 14, 10: «Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí»). Pedro afirmó ante el Sanedrín: «No existe bajo el cielo otro Nombre (ónoma) dado a los hombres, por el cual podamos alcanzar la salvación» (Hech 4, 12). Se trata, entonces, de la salvación; es interesante señalar que este término, sôtèría, ya en el griego clásico significaba la liberación, salud o conservación plenaria de la persona, seguridad para alguien tan inseguro como el ser humano. No puede reducirse a un beneficio provisorio, ni mezclarse con él. La Iglesia no puede dejar de proclamar esta realidad, de presentarla con el máximo respeto y amor por todos; es el servicio que les debe, ejercido con una prudencia que jamás se identifica con el acomodo o el relativismo, porque es sabiduría en el Espíritu Santo.

Por último: podríamos decir que existe una única grieta (si cabe ese nombre) necesaria, imprescindible, evangélica. Los Sinópticos, al presentar la predicación de Jesús muestran que ella, que Él es signo de contradicción; así lo anunció el anciano Simeón a María: Jesús sería sêmeion antilegómenon, y a la Madre una espada le atravesaría el corazón; entonces quedarían al descubierto los íntimos pensamientos de los hombres (Lc 2, 34s.). Jesús mismo declara que no vino a traer la paz (eirene) sino la espada (májaira), y expone los términos de esa grieta: «He venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra» (Mt 8, 34 s.). Vino a separar (dijásai); este verbo, dijádzo, significa dividir en dos. Es la división contraria a la que provoca el Enemigo; de su influjo perverso precisamente separa, en función de la Verdad, del Amor, de la salvación. Suscita la libertad, para que esa elección, lejos de menoscabar, solidifique el Cuerpo de la Iglesia, para que reine en él -entonces sí- la paz, la armonía de la fraternidad. ¿Paradojal?. Es el misterio mismo de Cristo y de su Evangelio. La grieta es una salida, un éxodo. Cito a Joseph Ratzinger: «No podemos encontrar a Dios sino en este éxodo, en este salir de la comodidad de nuestro presente para entrar en el ocultamiento de la luminosidad proveniente de Dios».

El cristianismo no es irenista. Quien prefiera otra cosa a Cristo no es digno de Él. San Benito expresó bellamente, en su Regla, instrumento fundamental de la edificación de Europa, el absoluto del cristianismo: «No anteponer absolutamente nada a Cristo» (Nihil omnino Christo praeponere). Omnino: entera, absolutamente, totalmente.

+ Héctor Aguer, Arzobispo emérito de La Plata

Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.

Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma).

Los obispos no sancionarán al ladrón de las elecciones en Estados Unidos

 ES NEWS


Los obispos estadounidenses no harán cumplir el Derecho Canónico contra el ladrón electoral y militante del aborto Joe Biden, predice George Neumayr en The Spectator. Los obispos estadounidenses carecen de la voluntad de negar la Comunión a Biden, a pesar de que el Canon 915 “obliga al ministro de la Sagrada Comunión a rechazar el Sacramento” a aquéllos que están en “pecado grave manifiesto”. Neumayr pregunta: “Si la facilitación directa de Biden de la matanza de niños no nacidos no entra en esa categoría, ¿qué lo hace?”

Neumayr observa que la Iglesia del Vaticano II ha engendrado a muchos de sus propios destructores. Llama a Biden un “católico” anticatólico que persigue a su propia Iglesia. Los obispos podrían haber aplastado a esta serpiente en su caparazón, pero debido a su laxitud y heterodoxia declinaron hacerlo. Biden es para Neumayr el producto de la pasividad de los obispos, la culminación de un catolicismo secularizado que los obispos permitieron que se extienda durante décadas.

Estos obispos explican por qué no aplican el derecho canónico contra los enemigos de la Iglesia, diciéndonos que “no somos guardianes de la Eucaristía”. Neumayr observa que tal afirmación habría sorprendido a los primeros obispos de la Iglesia. “Al negarse a controlar el sacramento de la Sagrada Comunión, los obispos han permitido que los enemigos de la Iglesia lo controlen”. Biden y sus amigos exigen autonomía para sí mismos en la esfera política, mientras se reservan el derecho de burlar las reglas de la Iglesia.

Todos los prelados influyentes de Francisco están en el tanque para Biden. Neumayr nombra a McElroy de San Diego, Gregory de Washington, Cupich de Chicago y Tobin de Newark. El cardenal de Nueva York, Timothy Dolan, un supuesto “conservador” que dijo que “las cuestiones incendiarias son cosa del pasado”, no es mejor. Ellos dicen que la Iglesia debe buscar el “diálogo” por encima de la confrontación. Neumayr observa que “por supuesto, ese diálogo nunca se produce”. Identifica esto como el llamado “enfoque pastoral” que ha vaciado los pastos de la Iglesia y expuesto el rebaño a los lobos.

Cardenal y obispos lanzan el Día Internacional de la Reparación (Contra los obispos desviados)



El cardenal de Hong Kong, Joseph Zen, el obispo auxiliar de Astana, Athanasius Schneider y el obispo auxiliar jubilado de Chur, Marian Eleganti, publicaron junto con 15 sacerdotes y decenas de intelectuales un llamamiento datado el 5 de mayo, en el que se critica al Sínodo alemán en curso.

Califican las ideas del sínodo de “descaradamente contrarias” a la doctrina católica, diciendo que entre sus errores se encuentra el ataque al matrimonio y al sacerdocio, porque quieren imponer “uniones sodomíticas” y “sacerdotes casados y mujeres”.

Los firmantes observan que el clero alemán, salvo contadas excepciones, se está apartando de la Iglesia. El llamamiento se refiere a la próxima “bendición homosexualista” del 10 de mayo en toda Alemania, que es apoyada abiertamente por 2.500 sacerdotes y agentes de pastoral y más o menos abiertamente por la mayoría de los obispos: “El camino sinodal alemán tiende cada día a convertirse en un paso hacia el cisma declarado y la herejía”.

El llamamiento pide a Francisco (¡!) que ponga fin a “estas derivaciones” del Sínodo alemán y que aplique “sanciones canónicas” -aunque en la Iglesia del Novus Ordo las sanciones sólo se utilizan contra los católicos, nunca contra los liberales heterodoxos:

Como medida inmediata, el llamamiento proclama el 10 de mayo como Día Internacional de Oración y Reparación contra las ofensas y sacrilegios cometidos por los desviados obispos alemanes.

Los católicos están llamados a rezar las Letanías del Sagrado Corazón. El sacerdote celebrará la Missa pro remissione peccatorum.

El Tradicionalismo, concepto y características

 MARCHANDO RELIGIÓN


Generalmente, cuando se menciona a la tradición se hace hincapié en un conjunto de acervos culturales, de hábitos sociales, costumbres, del folclore de un pueblo, de formas de expresión artísticas, instituciones políticas, etc, todas relacionados siempre con el pasado. Básicamente son aspectos materiales y simbólicos- discursivos que pertenecen a los tiempos pasados de una organización social y que son transmitidos de generación en generación.

Si tomamos el diccionario de la RAE se define al término tradicionalismo como una doctrina filosófica y política que toma a la tradición católica como criterio y fuente de la verdad. También lo caracteriza como un sistema político que consiste en mantener o restablecer las instituciones antiguas. Y además hace referencia al tradicionalismo como una tendencia consistente en la adhesión a las ideas, normas o costumbres del pasado.

La tradición es considerada como una forma de socialización de las nuevas generaciones. Se introduce a los jóvenes integrantes de una comunidad con respecto a contenidos simbólicos ya preestablecidos. Es, además, una forma de integración y cohesión social. Y por último, conforma un elemento distintivo de identidad entre diversas comunidades y sociedades.

En este artículo insistiremos que, además de relacionar a la tradición con aspectos materiales, simbólicos- culturales del pasado de una comunidad en cuestión, será fundamental enfocarse en el aspecto espiritual y los asuntos de la fe. La religión no está desligada de la tradición. De esta manera, buscamos establecer una conexión entre lo material, lo simbólico y lo espiritual.

Pero empecemos a buscar una definición de ¿qué es la tradición?. Para tener un concepto completo nos remitiremos al año 1870 y a Bienvenido Común en su libro titulado La Política Tradicional de España. Allí definía a la tradición como la vida de los pueblos. Este concepto básico abarca prácticamente a todo lo que una comunidad ha engendrado a lo largo de su historia e incluye a los aspectos materiales, simbólicos y espirituales en conjunción con la presencia de principios, dogmas y doctrinas de carácter trascendente, eterno y universal.

Es importante recalcar que la obra citada basa todo su marco conceptual en la religión Católica, en sus principios morales y espirituales. Esto no es un dato menor, ya que existen otras concepciones de tradición por fuera fuera del catolicismo. A lo largo de este escrito explicaremos sobre los fundamentos conceptuales del tradicionalismo católico y que en próximos artículos veremos más en detalle.

Para ejemplificar este concepto citaremos el siguiente párrafo del libro antes mencionado, que será de utilidad para comenzar a desarrollar el tema a tratar.

Los hechos, que engendrados ya por los principios eternos de la justicia y de la verdad, ya por el instinto de la conservación y de la gloria, se elaboran unos a otros de siglo en siglo, juntamente con las evoluciones y vicisitudes por que los pueblos van pasando en la prolongación de las edades, constituyen su historia, sus hábitos, su política, su arte, su literatura, su vida en suma; y esa vida literaria, civil y social, dilatándose de generación en generación, no es ni más ni menos que el conjunto de las tradiciones del pueblo; las cuales, purificándose con el transcurso del tiempo en el crisol de la experiencia, forman a la vez su educación, y transmitiendo a las posteridades sucesivas, las prosperidades y lo infortunios, los errores y las grandezas de los hombres y de los tiempos pasados, constituyen su memoria. (La Política Tradicional de España, páginas 5 y 6)

En este texto que acabamos de transcribir encontramos los elementos salientes que nos van a permitir tener una mayor comprensión del concepto de tradición y sus implicancias en la vida social de los hombres.

En las primeras frases encontramos esta que dice: los principios eternos de justicia y de verdad. Aquí el autor da por entendido de la existencia objetiva de principios que al ser eternos, están por fuera de la historia y pertenecen a una realidad trascendente. O sea, existen principios y valores que definen verdades objetivas atemporales y que no son construcciones sociales de los hombres.

Este conjunto de principios se concretan, se vuelven materia, en el desempeño histórico de una comunidad. Es en la historia por lo tanto, donde se ponen de manifiesto y forman parte del crisol de la experiencia, una frase interesante para desglosar.

Podemos decir que la experiencia de una comunidad o de un pueblo, es la aplicación práctica de estos principios eternos y su desarrollo en la vida social y en una época determinada. Lo verdadero y eterno se manifiesta y se materializa en un tiempo histórico, Adquiere una particularidad en el tiempo que le toca manifestarse e incorpora lo propio de ese momento histórico. Asimismo, la experiencia es acción, es movimiento de ejecución de lo trascendente en la vida del aquí y del ahora. Es de carácter social y por lo tanto, no es una introspección subjetiva e interior.

Otra frase importante: las evoluciones y vicisitudes por que los pueblos van pasando. Aquí se despoja al término evolución de la perspectiva positivista y revolucionario. Una nueva etapa histórica no aniquila a la anterior, todo lo contrario, es en la tradición donde lo únicamente verdadero permanece y se despliega a lo largo de la historia incorporando como propio el aporte de las nuevas generaciones. El sentido del progreso está dado por lo que permanece y no sólo por las “novedades” que surgen en el devenir de la vida. Por lo tanto, la evolución, el cambio y si se quiere el progreso, se produce en el despliegue de lo trascendente, eterno y verdadero en conjunción con lo nuevo que se incorpora como manifestación histórica.

La tradición implica transmitir, dar a la nuevas generaciones lo que las anteriores poseen. Cada generación nueva recibe ese legado, pero a su vez introduce su propia experiencia vital. Pero atención, no puede ni debe haber contradicción entre lo que es transmitido y lo que aporta la nueva generación. Se trata de despliegue no de revolución. Ni tampoco un proceso de interpretación y resignificación hermenéutica del pasado.

Así es que, tal como lo afirmaba Rafael Gambra, la evolución tradicional se halla regida, antes bien, por normas morales que son de carácter universales y eternas , y además que la orientan; y cuyo cumplimiento le brinda , como en la vida de los individuos, su valoración moral. Para Gambra, la tradición no es sólo entrega o acto de entregar el patrimonio de una generación a la siguiente, sino que «el más tradicionalista no es el que sólo conserva, ni el que además corrige, sino el que añade y acrecienta porque sigue mejor el ejemplo de los fundadores: producir y prolongar con el esfuerzo de sus obras. (La Monarquía Social y Representativa página 98).

Otro punto interesante es que, siguiendo a Francisco Elias de Tejada, lo que diferencia a las distintas comunidades políticas no se basa en factores sociales, culturales, étnicos, económicos o geográficos. Lo que diferencia realmente a una comunidad de otra es la tradición y ello hace que exista una diversidad y amplitud de comunidades políticas. Esta tesis la expuso en su obra Las Causas Diferenciadoras de las Comunidades Políticas.

Para este autor, y en concordancia a lo venimos exponiendo, la tradición es el lazo que ata y une esas diferentes empresas o leit motivos de las distintas épocas históricas, dándoles trabazón a ellas. (Las Causas Diferenciadoras de las Comunidades Políticas, página 12)

De esta manera podemos sintetizar lo que la tradición implica. 

La existencia de principios trascendentes, universales y eternos que constituyen el contenido de la tradición.
Éstos se materializan en un momento histórico determinado y en una comunidad concreta.
Además encontramos la presencia del patrimonio perteneciente a las generaciones pasadas que aportaron lo suyo.
También existe lo nuevo del presente, lo actual que aporta cada nueva generación.
Lo nuevo se “alimenta” de lo trascendente y de lo transmitido de las generaciones anteriores, pero a su vez “vive” su momento histórico.
La tradición es la expansión de los principios perennes y universales que permanecen a lo largo de la historia de una comunidad.

En síntesis, la palabra tradición hace referencia a la presencia de un legado que se transmite de generación en generación por obra de un sujeto transmisor a un sujeto receptor. Lo que se transmite es, en su esencia, un conjunto de principios, un acervo permanente de verdades trascendentes y que asumen renovadas formas históricas.

La tradición no es un producto de lo social, sino al revés. Es a partir de la tradición que existe lo social. Es lo que permanece, es ese universo de sentido en donde las generaciones actuales encuentran su sustento.

Así es que el tradicionalismo como doctrina política y social debe ser considerada y valorada como algo más que la reminiscencia del pasado. No es la nostalgia de un mundo del pasado o de una edad dorada. Es una doctrina de lo trascendente, de lo universal, de lo perenne que constituye el fundamento objetivo de todo ordenamiento social. En la tradición se hace presente la verdadera esencia metafísica y espiritual de un pueblo

Lamentablemente, las concepciones individualistas y materialista propias de la modernidad y el influjo del ideario revolucionario, construyeron una especie de velo que impide identificar la presencia, repetimos, objetiva, de la Verdad expresada en la tradición. En futuros artículos trataremos sobre este tema.

Leonardo Olivieri

martes, 4 de mayo de 2021

Segunda entrevista de Radio Spada a monseñor Viganò

 ADELANTE LA FE


Excelencia, nos disponemos a concluir la entrevista que iniciamos a primeros de marzo con motivo de la presentación del libro Galleria neovaticana, prologado por V.E. (el libro ya está disponible en inglés con el título de Neovatican Gallery, y dentro de muy poco tiempo verá la luz en español). Señalemos para empezar que aquella conversación ha tenido resonancia mundial; en apenas unas semanas, se ha traducido a numerosos idiomas y ha provocado un extenso debate. Destaca ampliamente el interés y la atención suscitados, y alguna crítica minoritaria por aquí y por allá –sobre todo en lo referente a Benedicto XVI– aunque no muy consistente en el aspecto teológico; la polémica tenía que ver sobre todo con lo que dijo V.E. con relación a cierta influencia hegeliana en el pensamiento de Ratzinger. ¿Tenía V.E. noticia de ello? Si le parece, podría ofrecer una respuesta; de lo contrario, procederemos con el resto de las preguntas.

Vamos a dividir la conversación de hoy en varias partes que señalaremos previamente para beneficio de los lectores a fin de que resulte más provechosa: 

una sobre el papel que desempeña actualmente el mundo anglosajón en la defensa de la Tradición
otra sobre la cuestión mariana
otra sobre la liturgia 
y por último otra sobre el ecumenismo

Empecemos por los países de habla inglesa, a los que va dirigida la nueva edición de la obra de Marco Tosatti. Aunque desde un punto de vista histórico se podría decir que la oposición a la ideología conciliar hablaba mucho en francés (también por el camino que trazó monseñor Marcel Lefebvre en ese sentido), en la actualidad se observa una ampliación significativa de dicho frente en el mundo anglosajón, en particular en los EE.UU. No olvidemos tampoco, dentro de los evidentes límites que tuvo, el célebre indulto de Agatha Christie, señal para nada indiferente para su época (comienzos de los setenta). Por su trayectoria diplomática, V.E. conoce desde hace décadas la realidad de los países de habla inglesa, sobre todo por haberse desempeñado como nuncio en Washington. ¿Qué piensa de esta evolución? ¿Cuál sería su causa? ¿Qué puede prever de cara al futuro?

Supongo que si en un principio la oposición a la ideología conciliar se expresaba en francés como usted afirma, ello se debió a que en aquellos años Francia gozaba de un nivel intelectual de bastante espesor tanto entre los laicos como en el clero, por lo que les era manifiesto el vínculo entre lo que pasaba en la sociedad y lo que pasaba en la Iglesia. No olvidemos que Francia se las tuvo que ver con los duros conflictos sociales del 68 y con una forma de progresía radical tal vez menos difundida en Italia, sobre todo fuera de las grandes ciudades. En Francia pudieron darse más clara cuenta de la revolución que se estaba desarrollando en un país de tradición católica que ya había conocido las persecuciones y las consecuencias de los gobiernos anticlericales. En Inglaterra, donde el catolicismo minoritario siempre se las tuvo que ver con el anglicanismo, la evidente aproximación de la Iglesia conciliar a las posturas litúrgicas y doctrinales del protestantismo dio lugar a una respuesta firme y coral por parte de los fieles y de muchos no católicos que encontraban incomprensible que la Santa Sede contemporizara con la mentalidad secularizada de la sociedad moderna. El conocido como Indulto de Agatha Christie manifestó la decepción de numerosos intelectuales por la decisión de eliminar la liturgia tradicional, que constituía un elemento diferenciador ante los anglicanos, pareciendo con ello que se renegara de siglos de resistencia heroica a la persecución por parte de los católicos. El sano ecumenismo preconciliar, que siempre había generado un constante movimiento de regreso de los anglicanos al seno de la Iglesia Católica hasta los mismos años setenta, sobre todo a raíz de la reforma litúrgica, sufrió un parón y las conversiones se orientaron a partir de entonces a las iglesias orientales. Según las tesis heterodoxas conciliares, se pensaba que había que abandonar en el cisma y la herejía a los que deseaban reintegrarse al único Redil del único Pastor.

Italia, sede del Papado y gobernada por la Democracia Cristiana, respondió mínimamente a la revolución conciliar, quizás precisamente porque el catolicismo no parecía estar en riesgo de extinción.

El despertar de los Estados Unidos es más reciente, y es fruto del retraso con el que los católicos de ese país han visto en peligro la fe y la liturgia en la vida diaria. En los años cincuenta la Iglesia estadounidense estaba en plena expansión gracias a la clarividencia de Pío XII y al apostolado de muchos prelados excelentes, entre los que no podemos dejar de evocar al arzobispo Fulton Sheen. Aquel entusiasmo propio de una nación relativamente joven, aquellas innumerables conversiones y la juventud del catolicismo estadounidense retrasaron probablemente la manifestación externa de la crisis, que ya estaba en curso en las universidades jesuitas y en las camarillas progresistas de los que salieron Biden, Kerry, Pelosi y otros políticos supuestamente católicos (véase aquí).

En temas relacionados con la moral pública como por ejemplo el respeto a la vida coincidían incluso presidentes que no eran católicos, con el aplauso del episcopado y de los fieles. Hasta hace muy poco la separación entre la base y el vértice en la sociedad y en la Iglesia no se ha hecho visible; por un lado, con presidentes declaradamente partidarios del aborto, empezando por Bill Clinton, y por otro con obispos mucho más allegados al progresismo europeo, que no sólo se ha extendido por Francia y el Reino Unido, sino también por Italia y países de arraigada tradición católica como España, Portugal e Irlanda. Esta división ha puesto asimismo en evidencia el distanciamiento entre el pueblo y los políticos y entre los fieles y los obispos. Es normal –y yo añadiría que hasta loable y providencial– que en vista de la traición operada por el estamento político y la Jerarquía se hayan despertado las conciencias y hayan visto en el presidente Trump un defensor de los valores tradicionales del pueblo de su país en el que también podían cifrar su confianza los católicos. El fraude electoral del pasado 3 de noviembre consolidó por el contrario el pactum sceleris, la inicua alianza, entre el Estado profundo y la Iglesia profunda para instalar en la Casa Blanca a un presidente que se dice católico pero está entregado en cuerpo y alma a la ideología globalista y a los planes del Nuevo Orden Mundial, con el apoyo determinante de los obispos, los intelectuales y la prensa católica progre. La gestión de la pseudopandemia en Estados Unidos ha desenmascarado a la iglesia profunda y abierto los ojos a muchos fieles para que se den cuenta de la complicidad entre los partidarios del Gran Reinicio. Cuando salga realmente a la luz el verdadero resultado de las elecciones presidenciales y se pueda proceder a unas nuevas elecciones no viciadas de intromisiones y manipulaciones, Biden se llevará consigo a la iglesia profunda de EE.UU., dando así un nuevo impulso al compromiso social de los católicos, sobre todo a los que no están dispuestos a aceptar adulteraciones de la Fe, la moral y la liturgia de la Iglesia.

Nunca como últimamente se ha hablado tanto de la devoción a María. El debate por así llamarlo sobre los títulos de la Virgen se desató cuando Bergoglio volvió a restar importancia una vez más a la Corredención. Para defender las prerrogativas de María publicamos hace poco el Libro de oro de María Santísima. No creemos que pueda existir catolicismo sin María. Creemos también que es imposible disociar el Concilio y los gestores del postconcilio del origen del ataque antimariano que estamos presenciando. Por una parte, la socavación directa o indirecta mediante discursos públicos y documentos, y por otro dejando aflorar un sentimentalismo neoaparicionista que parece la negación del verdadero culto mariano. No olvidemos que con Juan Pablo II en el solio de San Pedro y Ratzinger en la Congregación para la Doctrina de la Fe se llevaron a cabo –en nombre del ecumenismo y con las características típicas de la dinámica revolucionaria1 operaciones inaceptables en ese sentido. Un par de pequeños ejemplos: 1) En 1996, durante el XII Congreso Mariológico Internacional celebrado en Częstochowa, un grupo de teólogos entre los que figuraban tres ortodoxos, un anglicano y un luterano publicaron una declaración contra la proclamación del dogma de la Corredención. En perfecto estilo dialogante-indiferentista –he ahí el quid de la cuestión–, se calificaron de ambiguos los títulos de Corredentora, Mediadora y Abogada. El texto se publicó más tarde en el diario de la Santa Sede (2). 2) Dejando provisionalmente en un segundo plano las desastrosas consecuencias de la Reforma sobre el culto mariano y como si se pudiera amar a María separándola del Cuerpo Místico de Cristo, opacando su función de Triunfadora sobre todas las herejías, Juan Pablo II afirmó en la audiencia general del 12 de noviembre de 1997: «Los escritos de Lutero manifiestan amor y veneración por María, exaltada como modelo de todas las virtudes: sostiene la santidad excelsa de la Madre de Dios y afirma a veces el privilegio de la Inmaculada Concepción, compartiendo con otros reformadores la fe en la virginidad perpetua de María».(3) ¿Cómo ha experimentado personalmente V.E. la decadencia conciliar del culto mariano? ¿Qué nos puede decir, como prelado, de lo que ha visto en relación con este tema en sus largos años de actividad en Italia y el extranjero? ¿Ha tenido María Santísima algo que ver con la toma de conciencia de V.E. en lo que se refiere a la crisis de la Iglesia?

Algo que tienen en común los herejes de todos los tiempos es la intolerancia hacia el culto reservado a la Santísima Virgen y a la doctrina mariana que éste supone y de la cual es expresión litúrgica. Y no tiene nada de sorprendente: Satanás ve en la Madre de Dios a Aquella que con su Hijo aplastó la cabeza de la Serpiente antigua y a lo largo de la historia ha desbaratado los ataques del Infierno contra la Iglesia, la que al final de los tiempos obtendrá la victoria final sobre el Anticristo y sobre Satanás.

La Santísima Trinidad se complace en participar en la obra de la Redención con Nuestra Señora, a la cual ha concedido privilegios que ninguna otra criatura ha podido imaginar jamás: en primer lugar, preservarla del pecado original y mantener intacta la virginidad antes, durante y después del nacimiento del Salvador. En María, la nueva Eva, Satanás ve a la criatura que triunfa sobre él y repara la tentación y la caída de Eva; por eso es Corredentora junto a Cristo, nuevo Adán.

La devoción filial a la Virgen es dificilísima de erradicar del pueblo cristiano. Incluso después de la pseudorreforma protestante el culto a la Virgen sobrevivió hasta el punto de que se necesitaron grandes esfuerzos para extirparlo; no es fácil arrancar del corazón de los sencillos el amor a la Madre Celestial siendo éste tan espontáneo, natural y consolador. Pienso en los herejes que han regresado al seno de la Iglesia por la devoción a María Santísima gracias a un simple avemaría que su madre les había enseñado a rezar de pequeños. Esta devoción es sencilla, humilde, dulce, confiada y purísima; no se menoscaba en quien desconoce lo más excelso de la doctrina, porque nos ve como hijos y a Ella como Madre, por encima de todo lo demás, y reconoce en Ella a la salvadora, la misericordiosa, la Abogada a la que en todo momento se puede recurrir por graves que sean nuestras culpas, aun cuando se tiene miedo de alzar la mirada a su Divino Hijo al que hemos ofendido. «He ahí a tu Madre» (Jn. 19,26-27).

Por eso Satanás odia a «a Señora», como la llama en los exorcismos. Sabe de sobra que el poder de Jesucristo no queda opacado en modo alguno por la Madre, sino que la exalta, porque mientras a él el orgullo lo arrojó al Infierno, la humildad de Ella fue ensalzada sobre todas las criaturas concediéndole que llevara en su seno al Hijo de Dios, que Lucifer no toleraba que pudiese encarnarse asumiendo un cuerpo humano.

La decadencia del culto mariano después del Concilio es la última expresión, y yo añadiría que la más aberrante y escandalosa, de la aversión de Satanás a la Reina del Cielo. Ésa es una indicación de que aquella asamblea no provenía de Dios, como tampoco provienen de Él quienes también osan poner en tela de juicio los títulos y méritos de la Virgen Santísima. Por otra parte, ¿qué hijo se atrevería a rebajar a su propia madre para agradar a los enemigos de su padre? Esta complicidad descarada con herejes y paganos resulta mucho más grave cuando pone en duda el honor de la que es Madre de Dios y Madre nuestra, la Predilecta de la Trinidad a la que Dios Padre ha elegido por Hija, Dios Hijo por Madre y el Espíritu Santo por Esposa?

Creo que el don de mi conversión, de mi toma de conciencia en lo que respecta al engaño conciliar y a la apostasía actual, ha sido posible gracias a mi devoción constante a la Virgen, que nunca me ha faltado. Guardo el recuerdo vivísimo del rezo del Santo Rosario desde niño, cuando bajo los bombardeos aliados en abril de 1944 mi madre nos llevaba al refugio antiaéreo bajo nuestra casa de Varese y me estrechaba contra ella invocando la protección de la Virgen, cuya imagen iluminaba con una lamparita. El Rosario bendito siempre ha sido el alma de mi vida de oración.

Será la Santa Virgen la que aplaste bajo sus pies los ídolos infernales que infestan y profanan la Iglesia de su Hijo. Será Ella quien restituya la corona real al Hijo, al que sus propios ministros han desterrado. Será Ella quien sostenga y proteja a los buenos en esta hora de las tinieblas. Y será Ella quien implore gracias de conversión y arrepentimiento en los pecadores.

El tema de la liturgia también es importante. Parece que una de las batallas más arduas hoy en día es la de explicar a los fieles la gran diferencia entre la Misa de siempre y la que es fruto de la revolución conciliar neomodernista. No sólo por la teología subyacente, sino por la historia de la propia Misa de Pablo VI. Son pocos los católicos que saben que esa reforma se llevó a cabo con la ayuda de una comisión en la que intervinieron destacados protestantes, con los frutos ahora evidentes; o sea, un rito ecuménico. Hoy en día reina desgraciadamente un clima de indiferentismo sustancial en materia litúrgica, resultante de los contradictorios contenidos del motu proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI, como ya dijimos en la conversación anterior (4). Hablando también de la Misa, en una intervención de V.E. en el blog de nuestra amiga la Dra. M. Guarini el 9 de junio del año pasado, V.E. afirmó: «A lo largo de la historia, cuando se han propagado herejías, la Iglesia siempre se ha apresurado a condenarlas, como hizo cuando el conciliábulo de Pistoia en 1786, que en cierta forma fue precursor del Concilio Vaticano II». ¿Le importaría ampliar esta reflexión? ¿Qué elementos se pueden destacar de la bula Auctorem Fidei con relación a la autoridad? ¿Qué se debe hacer para hacer ver a la mayor cantidad posible de personas lo que da a entender este párrafo?

Estoy de acuerdo con usted en que desde luego es difícil sostener que el Cuerpo Místico pueda elevar a su Jefe la oración litúrgica –que es un acto oficial, solemne y público– con una voz dúplice. Esa duplicidad puede significar hipocresía, que repugna a la sencillez y coherencia de la Verdad católica, como también repugna a Dios, cuya Palabra es eterna y es la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Cristo no puede dirigirse al Padre con una voz perfecta, que los novadores llaman forma extraordinaria, y al mismo hacerlo también con una voz imperfecta que hace un guiño a los enemigos de Dios, la forma ordinaria.

Por otro lado, la propia e infelicísima expresión forma ordinaria delata que se es consciente de que hay cierta ordinariez, que en el lenguaje de cada día indica algo que no tiene nada que lo distinga, común, de poco valor o escaso nivel. No es ningún elogio decir que alguien es un ordinario. Por eso, creo que esta situación hay que aceptarla y soportarla como una fase transitoria en la que desde luego la liturgia tradicional tiene oportunidad de volver a difundirse haciendo mucho bien a las almas en vista de la necesidad de volver al único rito católico y a la indispensable abolición de su versión conciliar. Recordemos que en la liturgia la Iglesia se dirige a la majestad de Dios, no a los hombres; los bautizados, miembros vivos de la Iglesia, se unen a la oración litúrgica a través de los ministros sagrados que hacen de pontífices o de puente entre ellos y la Santísima Trinidad. Nada hay más ajeno al espíritu católico que convertir la liturgia en una especie de acto antropocéntrico.

He mencionado el concilio de Pistoya por la considerable cantidad de errores propuestos que ya habían sido condenados en la bula Auctorem Fidei y más todavía por el magisterio postconciliar. Y digo considerable porque, así como la Verdad es coesencial a Dios, también la mentira es el sello distintivo de Satanás, que reitera su grito de rebelión a través de los siglos atacando siempre la Verdad que odia con odio inextinguible. Desde Ario a Loisy y de Lutero al P. Martin SJ LGTBQ, todo está inspirado por el mismo. Por eso la Iglesia ha condenado SIEMPRE el error y afirma SIEMPRE la misma Verdad, y por eso los herejes vuelven a plantear los mismos errores. No se diferencia en nada de la infidelidad del pueblo de Israel al adorar el becerro de oro ni de las abominaciones de Asís, la Pachamama o Astaná.

A punto ya de concluir, no podemos dejar de tocar más concretamente el tema del ecumenismo que, como se puede observar en los que hemos tratado hasta ahora, está estrechamente ligado a todos los aspectos de la crisis que estamos viviendo. Se confirma también al menos en los encuentros Pablo VI y Atenágoras, el beso al pie del ortodoxo Melitón, y así hasta triunfar en los encuentros de Asís de 1986 (Juan Pablo II) y 2011 (Benedicto XVI) y llegar al documento de Abu Dabi y la imagen pagana que se llevó a San Pedro durante el Sínodo para la Amazonía. Ese indiferentismo está condenado sin tapujos tanto en la teoría como en la práctica en innumerables documentos pontificios (por ejemplo Mortalium animos de Pío XI, Pascendi de San Pío X y el Syllabus de Pío IX. No sólo repugna a la luz sobrenatural de la Fe, sino ante todo a la luz natural de la razón por ilógico, falso y perverso, y ha podido prosperar gracias a la complicidad de los progresistas y, por desgracia, de no pocos conservadores. Por la experiencia de V.E., y en particular por las diversas misiones que ha desempeñado en varios continentes, ¿ha observado –al menos en la vida privada– alguna toma de conciencia por parte del episcopado en ese sentido? Es decir: dejando aparte la prudencia pública, ¿hay entre el clero alguien que, al menos apartado de los micrófonos, reconozca la gravedad de esta apostasía? En caso afirmativo, ¿le parece que la complicidad ha aumentado a lo largo de los años a medida que se encarecía la gravedad de los actos cometidos?

Los obispos y sacerdotes que aman a Nuestro Señor saben muy bien que hay una incongruencia insalvable entre la Fe revelada y la doctrina conciliar. Lo saben también de sobra los mercenarios, mitrados o no, que propagan los errores y promueven la revolución. Ahora bien, mientras los mercenarios se proponen realmente transformar la Iglesia en una especie de ONG imbuida de principios masónicos, los buenos pastores no se resignan a creer que muchas concesiones no son la necesaria consecuencia de errores bien concretos insinuados por el Concilio, sino una especie de incidencia por el camino que tarde o temprano se corregirá. Ese error, filosófico y psicológico más que teológico, los induce a asociar la causa de la crisis actual y la fidelidad al Magisterio inmutable de la Iglesia, en una labor titánica destinada al fracaso precisamente por ser vana y antinatural.

Permítame una comparación. Si un médico observa los síntomas de una enfermedad determinada, la identifica en su diagnóstico y elige una terapia encaminada a eliminar la causa de los síntomas, que no se limite a eliminarlos. No podrá curar los síntomas si no los asocia a la dolencia, porque en ese caso el paciente se aliviaría momentáneamente para morir más tarde. En política es igual: si un gobernante observa un aumento de la criminalidad a causa de la inmigración descontrolada, no conseguirá nada si no pone coto a la inmigración clandestina. Pues bien: si esto es evidente en cosas de la vida diaria, ¿cómo no va a ser igual en cuestiones que revisten mucha mayor gravedad como las relativas al culto debido a la majestad de Dios, la honra de la Iglesia y la salvación de las almas?

Creo que mis hermanos en el episcopado deberían tener la humildad para reconocer el engaño en que han caído; para identificar las causas doctrinales, morales y litúrgicas de la crisis; para desandar el cómodo camino que erróneamente emprendieron y retomar la senda estrecha y ardua que abandonaron y que a lo largo de los siglos ha demostrado ser el único camino que se puede recorrer: la vía de la Cruz, del sacrificio de sí mismo y de dar testimonio heroico de la Verdad, o sea de Jesucristo. Cuando lo hagan se multiplicarán los ataques del Demonio y sus secuaces contra la Iglesia, como siempre ha sucedido: «Si me persiguieron a Mí, también os perseguirán a vosotros» (Jn. 15,18-27), pero se ganarán el Cielo y la palma de la victoria. Y por el contrario, si creen que pueden entenderse con el mundo y su príncipe, tendrán que dar cuenta a Dios de las almas que les ha confiado. Y también de la propia.

Esta claudicación con la mentalidad mundana trasluce tal vez una falta de valor y pusilanimidad, todo lo contrario de las virtudes que deben distinguir al católico, y más todavía si es un ministro de Dios: «El Reino de los Cielos padece fuerza1, y los que usan la fuerza se apoderan de él» (Mt.11,12).

Gracias por la entrevista, monseñor.

1 No tiene nada de sorprendente que, siguiendo el guión revolucionario, en este periodo de tiempo haya habido declaraciones favorables al culto mariano, obviamente alternadas con prácticas contrarias e insertas en un contexto general neomodernista que ha producido los frutos hoy evidentes.

2 L’Osservatore Romano, 4 de junio de 1997.

3 Audiencia general del 12 de noviembre de 1997,


4 Obsérvese en particular en el pasaje: «Art. 1.- El Misal Romano promulgado por Pablo VI es la expresión ordinaria de la “Lex orandi” (“Ley de la oración”), de la Iglesia católica de rito latino. No obstante, el Misal Romano promulgado por san Pío V, y nuevamente por el beato Juan XXIII, debe considerarse como expresión extraordinaria de la misma “Lex orandi” y gozar del respeto debido por su uso venerable y antiguo. Estas dos expresiones de la “Lex orandi” de la Iglesia en modo alguno inducen a una división de la “Lex credendi” (“Ley de la fe”) de la Iglesia; en efecto, son dos usos del único rito romano.».

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Obispo Schneider intenta enseñar la religión católica de Francisco

 ES NEWS


En la oración de Francisco a Abraham, pronunciada en su visita a Irak en marzo, hay “mucha confusión”, dijo el obispo Athanasius Schneider a la Cofradía de Nuestra Señora de Fátima el 16 de abril (vídeo a continuación):

“Cristianos, judíos y musulmanes no son los mismos hijos de Abraham”, subraya. Según Schneider, los judíos son “descendientes biológicos” de Abraham, y también algunos árabes, “pero los cristianos, la Iglesia, son los verdaderos hijos de Abraham por la fe”.

Schneider repite la obviedad de que, según el Evangelio, sólo son verdaderos hijos de Abraham los que creen en Cristo.

Es por ello que califica de “traición al Evangelio” decir que los judíos y musulmanes modernos tienen la misma fe que los cristianos y tienen en Abraham al mismo padre: “No podemos cambiar el Evangelio para ser políticamente correctos”.

Schneider trata de hacer entender a Francisco que Cristo exige a toda la humanidad que crea que él es el Hijo de Dios, porque “quien se niegue a creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él”. (Jn 3, 36).

lunes, 3 de mayo de 2021

Vaticano: ¿Reforma democrática? No; autocrática (Cardenal Viganò)

 ADELANTE LA FE

De conformidad con la enésima disposición promulgada por aquel que colegial y sinodalmente gobierna de modo despótico a golpe de motu proprios, los cardenales de la Santa Iglesia romana podrán ser sometidos a proceso y juzgados por laicos. Es imposible encontrar explicaciones razonables a las extemporáneas decisiones de Bergoglio, que ya ha infiltrado a no pocos laicos en los dicasterios romanos y en el sínodo de los obispos, o en todo caso a religiosos no ordenados, en nombre de la sinodalidad, la democratización y la paridad de género. Como tampoco sirve de nada invocar el Código de Derecho Canónico, que el Romano Pontífice puede derogar a su antojo. De nada sirve deplorar la subversión jerárquica que permite que un miembro de la Iglesia discente juzgue a un miembro de la Iglesia docente. 

Quien crea que las normas y reformas bergoglianas son motivadas por rectos propósitos y tienen por objeto el bien del cuerpo eclesial está en la luna. Si se tiene la honradez intelectual para reconocer que la finalidad de estas innovaciones es la demolición de la Iglesia Católica y la concentración tiránica del poder, se entenderá su plena coherencia y eficacia. 

Someter a los prelados a un tribunal compuesto de laicos nombrados por el principal inquilino de Santa Marta significa sustraer jurisdicción a los pastores para concentrarla en un individuo bajo la apariencia de democracia, colegialidad y participación de los laicos en el gobierno de la Iglesia. Aquí tenemos una astuta paradoja: Bergoglio impone reformas aparentemente democráticas contrarias a la constitución monárquica de la Iglesia de Cristo con el solo fin de dividir y de arrogarse todo el poder que él mismo afirma querer combatir. Mediante esta jugada, acapara poder para castigar o absolver a quien le dé la gana, garantizándose así la sujeción de los cortesanos y promoviendo una curia de aduladores y corruptos sobornables.

Omne regnum divisum contra se desolabitur: et omnis civitas vel domus divisa contra se, non stabit (Mt. 12, 25).

+ Carlo Maria Viganò

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Misericordia 2.0: Francisco amenaza a sus cardenales con tribunales seculares

 ES NEWS



Por un lado, Francisco se hace el “humilde” y el “obispo de Roma”, pero por otro lado se está convirtiendo en un gran dictador que trata al resto de los obispos como si fueran sus monaguillos.

El golpe más reciente de Francisco es un Motu Proprio del 30 de abril que permite que los obispos y cardenales sean juzgados ante el tribunal civil y laico del Vaticano.

Hasta ahora, la Signatura Apostólica, compuesta por prelados, podía juzgar estos casos. El nuevo motu proprio llega a raíz de los escándalos financieros del Vaticano, de los que el propio Francisco es responsable por haber saboteado la reforma financiera del Vaticano.

El arzobispo Carlo Maria Viganò señala en un comentario del 1 de mayo que las nuevas normas promueven una “centralización tiránica del poder”, mientras que Francisco da la impresión de “democracia”, “colegialidad” y “participación de los laicos”.

Al someter a los prelados a un tribunal laico nombrado por Francisco y dependiente de él, quita competencias a otros obispos y las concentra en su propia mano, analiza Viganò.

Esta medida le permitirá castigar o absolver “a quien quiera a su antojo, asegurando el servilismo de los cortesanos y promoviendo una curia de aduladores”.

domingo, 2 de mayo de 2021

La acción del Espíritu Santo en la vida del discípulo.

 ALFONSO GÁLVEZ

Duración 43:11 minutos

https://www.alfonsogalvez.com/podcast/episode/efd71194/iv-domingo-de-pascua

Homilía predicada el 2 de mayo de 2010. Texto evangélico: Jn. 16: 5-14.