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lunes, 7 de septiembre de 2020

Entrevista a Luis Fernando Pérez Bustamante. De protestante a apologeta católico (por el padre Javier Olivera)

NOTICIAS VARIAS 7 de Septiembre de 2020





ADELANTE LA FE




MARCHANDO RELIGIÓN

domingo, 6 de septiembre de 2020

Viganò: Hay un superdogma del Concilio que se considera intocable



Respuesta de monseñor Carlo Maria Viganò al P. Raymond J. de Souza en el debate en torno al Concilio

Hace algunos días, poco después de otro artículo de contenido análogo publicado por el P. Thomas Weinandy (aquí), el P. Raymond J. de Souza escribió un comentario titulado ¿Promueve el cisma el rechazo del Concilio por parte de monseñor Viganò? El autor expone a continuación lo que piensa: «En su último testimonio, el exnuncio manifiesta una postura contraria a la fe católica en cuanto a la autoridad de los concilios ecuménicos».

Puedo comprender que en ciertos aspectos mis intervenciones resulten bastante molestas a quienes apoyan el Concilio, y que poner su ídolo en tela de juicio suponga un motivo suficiente para incurrir en las más severas sanciones canónicas tras haber dado la alarma alertando de cisma. A la molestia de esos va unido cierto enojo por ver -pese a mi decisión de no hacer apariciones públicas- que mis intervenciones despiertan interés y fomentan un saludable debate sobre el Concilio, y más en general sobre la crisis de la jerarquía eclesiástica. No me atribuyo el mérito de haberlo iniciado; antes de mí, eminentes prelados e intelectuales de alto nivel ya habían puesto en evidencia que hace falta una solución. Otros han puesto de relieve la relación de causa-efecto entre el Concilio Vaticano II y la apostasía actual. Ante tan numerosas y argumentadas denuncias, nadie ha propuesto jamás soluciones válidas o aceptables; por el contrario, para defender el tótem conciliar se ha recurrido a desacreditar al interlocutor, a condenarlo al ostracismo y a la acusación genérica de querer atentar contra la unidad de la Iglesia. Esta última acusación resulta tanto más grotesca cuando más patente es el estrabismo de los acusadores que desenfundan el martillo de herejes contra quienes defienden la ortodoxia católica mientras se desloman haciendo reverencias a los eclesiásticos, religiosos y teólogos que atentan a diario contra la integridad del Depósito de la Fe. Las dolorosas experiencias de tantos prelados, entre los que destaca sin duda monseñor Marcel Lefebvre, confirman que también en ausencia de acusaciones concretas hay quienes consiguen valerse de las normas canónicas para perseguir a los buenos, guárdandose al mismo tiempo de utilizarlas contra los verdaderos cismáticos y herejes.
Es inevitable recordar a este respecto a aquellos teólogos que habían sido suspendidos por sus enseñanzas, apartados de los seminarios o sancionados con censuras por el Santo Oficio, y que precisamente por esos méritos suyos fueron convocados al Concilio como asesores y peritos. Entre ellos se encuentran los rebeldes de la teología de la liberación que fueron amonestados durante el reinado de Juan Pablo II y rehabilitados por Bergoglio, por no mencionar a continuación a los protagonistas del Sínodo para la Amazonía y los obispos del camino sinodal que promueven una iglesia nacional alemana herética y cismática. Sin olvidar a los obispos de la secta patriótica china, plenamente reconocidos y promovidos por el acuerdo entre el Vaticano y la dictadura comunista de Pekín.
El padre De Souza y el padre Weinandy, sin entrar a valorar los argumentos que expuse y que ambos califican desdeñosamente de intrínsecamente cismáticos, deberían tener la buena educación de leer mis intervenciones antes de censurar mi pensamiento. En ellas encontrarían el dolor y el trabajo que en los últimos años me llevó por fin a entender que había sido llamado a engaño por aquellos a quienes, constituidos de autoridad, jamás se les habría ocurrido replicar a esta farsa y haber denunciado este engaño: laicos, eclesiásticos y prelados se encuentran en la dolorosa situación de tener que reconocer un fraude astutamente tramado, fraude que a mi juicio consistió en servirse de un concilio para dar visos de autoridad a las iniciativas de los novadores y granjearse la obediencia del clero y del pueblo de Dios. Esa obediencia ha sido fingida por los pastores, sin la menor excepción, para derribar desde dentro la Iglesia de Cristo.

He escrito y declarado en varias ocasiones que precisamente a raíz de dicha falsificación los fieles, respetuosos para con la autoridad de la Jerarquía, no se han atrevido a desobedecer en masa la imposición de doctrinas heterodoxas y ritos protestantizados. Por otra parte, esa revolución no se ha producido de golpe y porrazo, sino siguiendo un proceso, por etapas, en que las novedades introducidas a modo de experimento terminaban por volverse norma universal con vueltas de tuerca cada vez más apretadas.

Asimismo, he recalcado varias veces que si los errores y equívocos del Concilio ecuménico formulados por un grupo de obispos alemanes y holandeses no se hubieran presentado so capa de la autoridad de un concilio habrían merecido probablemente la condena del Santo Oficio, y sus escritos incluidos en el Índice. Tal vez por eso mismo quienes alteraron los esquemas preparatorios del Concilio se encargaron, durante el pontificado de Pablo VI, de debilitar la Suprema Congregación y suprimir el Índice de libros prohibidos, en el cual en otros tiempos habrían terminado sus propios escritos.

De Souza y Weinandy sostienen evidentemente que no es posible cambiar de opinión, y que es preferible seguir en el error a desandar lo andado. Pero esa actitud es muy extraña: multitudes de cardenales y obispos, de sacerdotes y laicos, de frailes y monjas, de teólogos y moralistas y de laicos e intelectuales católicos han considerado que en nombre de la obediencia a la Jerarquía se les ha impuesto el deber de renunciar a la Misa Tridentina y que se la sustituyan por rito calcado del Book of Commom Prayer de Cranmer*; que se han abandonado tesoros de doctrina, de moral, de espiritualidad y un patrimonio artístico y cultural de valor incalculable, borrando dos mil años de Magisterio en nombre de un Concilio que además se ha querido pastoral en vez de dogmático. Les han dicho que la Iglesia conciliar se ha abierto por fin al mundo, que se ha liberado del odioso triunfalismo postridentino, de incrustaciones dogmáticas medievales, de oropeles litúrgicos, de la moral sexofóbica de San Alfonso, del nocionismo del Catecismo de San Pío X y del clericalismo de la curia pacelliana. Se nos ha pedido renunciar a todo en nombre del Concilio; transcurrido medio siglo, ¡observamos que no se ha salvado nada de lo poco que al parecer había quedado vigente! (*El Book of Common Prayer fue un libro devocional publicado en el 1552 por el arzobispo anglicano Thomas Crammer a raíz de la reforma de Enrique VIII con oraciones y lecturas para los protestantes ingleses. N. del T.)

Y sin embargo, si repudiar la Iglesia Católica preconciliar para abrazar la renovación postconciliar ha sido recibido como un gesto de gran madurez, como un signo profético, una manera de estar a tono con los tiempos y, en definitiva, algo inevitable e incontestable, repudiar hoy un experimento fallido que ha llevado a la Iglesia al colapso se considera señal de incoherencia o insubordinación, según el lema de los novadores: ni un paso atrás. En aquel entonces la revolución era saludable y obligada; ahora la restauración sería dañina y fomentaría divisiones. Antes se podía y debía renegar del glorioso pasado de la Iglesia en nombre del aggionarmento; hoy en día se considera cismático poner en tela de juicio varias décadas de desviaciones. Pero lo más grotesco es que los defensores del Concilio sean tan inflexibles con quienes niegan el Magisterio preconciliar mientras estigmatizan con la jesuítica y denigrante calificación de rígidos a los que por coherencia con dicho Magisterio se niegan a aceptar el ecumenismo y el diálogo interreligioso (que han desembocado en Asís y en Abu Dabi), la nueva eclesiología y la reforma litúrgica nacidos del Concilio Vaticano II.

Es evidente que nada de esto tiene fundamento filosófico, no digamos teológico. El superdogma del Concilio se impone por encima de todo. Todo lo anula, todo lo deroga, pero no tolera que se lo trate de la misma manera. Pero eso mismo confirma que el Concilio, aun siendo un concilio ecuménico legítimo –como ya he afirmado en otras ocasiones– no es como los demás, porque si lo fuera, los concilios y el Magisterio anterior deberían ser vinculantes (no sólo de palabra), lo cual habría impedido que se formularan los errores contenidos o implicados en los textos conciliares. Una ciudad dividida contra sí misma…

De Souza y Weinandy no quieren reconocer que la estratagema adoptada por los novadores fue de lo más astuta: conseguir que se apruebe la revolución bajo un aparente respeto a las normas por parte de cuantos pensaban que se trataba de un concilio católico como el Vaticano I; afirmar que se trataba de un concilio meramente pastoral y no dogmático; hacer creer a los padres conciliares que los puntos delicados se organizarían y se aclararían los equívocos, que toda reforma se reconsideraría en el sentido más moderado… Y mientras los enemigos lo habían organizado todo, hasta los más mínimos detalles, al menos veinte años antes de la convocatoria del Concilio, había quienes creían ingenuamente que Dios impediría el golpe de los modernistas, como si el Espíritu Santo pudiera actuar contra la voluntad subversiva de los novadores. Ingenuidad en la que yo mismo caí junto a la mayoría de mis compañeros en el episcopado, formados y criados en la convicción de que a los pastores –y en primer lugar y por encima de todos al Sumo Pontífice– se les debía obediencia incondicional. 

De ese modo los buenos, con su concepto distorsionado de obediencia absoluta, obedeciendo incondicionalmente a los pastores fueron inducidos a desobedecer a Cristo, precisamente por quienes tenían muy claros sus objetivos. En este caso también salta a la vista que la aceptación del magisterio conciliar no ha impedido el disenso con el Magisterio perenne de la Iglesia, sino que más bien lo ha exigido como lógica e inevitable consecuencia.

Al cabo de más de cincuenta años todavía no quieren darse cuenta de algo innegable: que se quiso emplear un método subversivo hasta entonces aplicado en los ámbitos político y civil, aplicándolo sin comentarios a la esfera religiosa y eclesial. Este método, típico de quienes tienen un concepto como mínimo materialista del mundo, sorprendió desprevenidos a los padres conciliares, que creyeron sinceramente ver en ello la acción del Paráclito mientras los enemigos supieron hacer trampa en las votaciones, debilitar a la oposición, derogar procedimientos establecidos y presentar normas en apariencia inocuas que luego tendrían un efecto rompedor de sentido contrario

Que aquel concilio tuviera lugar en la basílica del Vaticano, con los padres en mitra, capa pluvial y hábito coral, y Juan XXIII con tiara y manto, era plenamente coherente con una puesta en escena pensada a propósito para engatusar a los participantes para que no se preocuparan y creyeran que al final el Espíritu Santo remediaría los embrollos del subsistit in o los despropósitos sobre la libertad religiosa.

A este respecto, me permito citar un artículo publicado hace unos días en Settimo Cielo, titulado Historicizar el Concilio Vaticano II: así influyó sobre la Iglesia el mundo de esos años (aquí). En él, Sandro Magister nos da a conocer un estudio del profesor Roberto Pertici sobre el Concilio, el cual recomiendo leer en su totalidad pero se puede sintetizar en estos dos párrafos:

La disputa que está encendiendo a la Iglesia sobre cómo juzgar el Vaticano II, no debe ser solo teológica porque, ante todo, lo que hay que analizar es el contexto histórico de ese evento, especialmente de un Concilio que, desde un punto de vista programático, declaró querer abrirse al mundo.

Soy consciente de que la Iglesia -como confirmaba Pablo VI en Ecclesiam suam- está en el mundo pero no es del mundo: tiene valores, comportamientos, procedimientos específicos que no pueden ser juzgados ni enmarcados con criterios totalmente histórico-políticos, mundanos. Por otra parte, hay que añadir, tampoco es un cuerpo separado. En los años sesenta –y los documentos conciliares están llenos de referencias en este sentido– el mundo se dirigía hacia la que hoy llamamos globalización, estaba ya muy condicionado por los nuevos medios de comunicación de masa, se difundían a gran velocidad ideas y actitudes inéditas, emergían formas de mimetismo generacional. Es impensable que un evento de la amplitud y relevancia del Concilio se desarrollara dentro de la basílica de San Pedro sin confrontarse con lo que estaba sucediendo fuera de ella.

A mi entender, ésta es una clave interesante para interpretar el Concilio, pues confirma la influencia que tuvo en él el pensamiento democrático. La gran coartada del Concilio fue presentar como decisiones colegiadas y casi como un plebiscito la introducción de novedades que de otro modo serían inaceptables. No fue ciertamente el contenido concreto de las actas ni su futuro alcance a la luz del espíritu del Concilio lo que abrió la puerta a doctrinas heterodoxas que ya se introducían sigilosamente en ambientes eclesiásticos del norte de Europa, sino el carisma de la democracia, asumido de modo casi inconsciente por los obispos del mundo entero en aras de una sumisión ideológica que desde hacía tiempo veía como muchos miembros de la Jerarquía poco menos que se sometían a la mentalidad secular

El ídolo del parlamentarismo surgido de la Revolución Francesa –que tan eficaz resultó para subvertir el orden social en su totalidad– debió de significar para algunos prelados una etapa inevitable de la modernización de la Iglesia que había que aceptar a cambio de una especie de tolerancia por parte del mundo contemporáneo hacia todo lo que ella se empeñaba en ofrecer de lo que era antiguo y estaba superado. ¡Craso error! Este sentimiento de inferioridad por parte de la Jerarquía, esta sensación de atraso e insuficiencia ante las exigencias del progreso y de las ideologías traicionaron una visión sobrenatural muy deficiente y un ejercicio aún más deficiente de las virtudes teologales

¡Es la Iglesia la que debe atraer a sí al mundo, y no al revés! El mundo debe convertirse a Cristo y al Evangelio, sin que se presente a Nuestro Señor como a un revolucionario por el estilo del Che Guevara y a la Iglesia como una organización filantrópica más preocupada por la ecología que por la salvación eterna de las almas.
Afirma De Souza, al contrario de cuanto he escrito, que yo he calificado al Concilio de «concilio del Diablo». Me gustaría saber de dónde sacó esas supuestas palabras mías. Supongo que sea una interpretación errónea y atrevida que hizo de la palabra italiana conciliabolo [conciliábulo], según la etimología latina, que no corresponde al significado actual en italiano. Deduce de esta errónea traducción suya que tengo «una postura contraria a la fe católica en lo que se refiere a la autoridad de los concilios ecuménicos». 
De haberse tomado la molestia de leer mis declaraciones al respecto, habría entendido que precisamente porque profeso la mayor veneración por los concilios ecuménicos y por todo el Magisterio en general, no me es posible conciliar las clarísimas enseñanzas ortodoxas de todos los concilios hasta el Vaticano II con las equívocas y a veces heterodoxas de este último. Y no creo que sea el único. El mismo P Weinandy no es capaz de conciliar el papel del Vicario de Cristo con Jorge Mario Bergoglio, que es al mismo tiempo ocupante y demoledor del cargo. Pero para De Souza y Weinandy, contra toda lógica, es posible criticar al Vicario de Cristo, pero no al Concilio; a ese concilio, y no a otro. La verdad es que nunca he visto tanta solicitud en recalcar los cánones del Concilio Vaticano I cuando algunos teólogos hablan de redimensionamiento del Papado o de sentido sinodal. Tampoco he visto tantos defensores de la autoridad del de Trento mientras se niega la esencia misma del sacerdocio católico.

Cree De Souza que con mi carta al P. Weinandy yo buscaba en él un aliado. Aunque fuese cierto, no creo que tuviera nada de malo, en tanto que dicha alianza tuviera por objeto la defensa de la Verdad en el vínculo de la Caridad. En realidad, mi intención fue lo que vengo declarando desde el principio: establecer una comparación que permita entender mejor la crisis actual y sus causas para que la autoridad de la Iglesia pueda pronunciarse a su debido tiempo. 

Jamás me he permitido imponer una solución definitiva ni resolver cuestiones que quedan fuera de mis competencias como arzobispo y caen directamente bajo la jurisdicción de la Sede Apostólica. No es, por tanto, lo que afirma el P. De Souza, y tampoco lo que incomprensiblemente me atribuye el P. Weinandy, que haya caído «en el pecado imperdonable contra el Espíritu Santo». Tal vez podría creer en la buena fe de ambos si tuvieran la misma severidad al juzgar a nuestros adversarios comunes y a ellos mismos; desgraciadamente no me parece que sea así.

Dice el P. De Souza: «Cisma. Herejía. Obra del Diablo. Pecado imperdonable. ¿Cómo pueden aplicarse ahora estas palabras al arzobispo Viganò por voces respetadas y escuchadas?» 

Creo que la respuesta es ya bastante obvia: se ha roto un tabú y se ha iniciado un debate a gran escala en torno al Concilio Vaticano II, debate que hasta ahora estaba restringido a ámbitos muy reducidos del cuerpo eclesial. Lo que más molesta a los partidarios del Concilio es constatar que esta controversia no versa sobre si el Concilio es o no criticable, sino sobre qué se puede hacer para remediar los errores y sus pasajes equívocos. Es un hecho innegable sobre el que ya no cabe ninguna labor de deslegitimación. Lo dice también Magister en Settimo Cielo, refiriéndose a «la disputa que está encendiendo la Iglesia sobre cómo juzgar el Concilio» y a «las controversias que periódicamente se reabren en los medios de comunicación , denominados católicos, sobre el significado del Vaticano II y el nexo que existiría entre dicho Concilio y la situación actual de la Iglesia». 
Pretender que se crea que el Concilio está por encima de toda crítica es falsificar la realidad, independientemente de las intenciones de quien critica su carácter equívoco y su heterodoxia.
Sostiene además el padre De Souza que el profesor John Paul Meenan habría demostrado en LifeSiteNews (aquí) «los puntos flacos de la argumentación de monseñor Viganò y de sus errores teológicos». 

Dejo al profesor Meenan el honor de refutar mis intervenciones sobre la base de lo que afirmo, no de cuanto no digo y deliberadamente se quiere malinterpretar. También en este caso, cuánta indulgencia con las actas del Concilio, y qué severidad más implacable hacia quien pone en evidencia las lagunas, hasta el punto de insinuar sospechas de donatismo.

Por lo que respecta a la famosa hermenéutica de la continuidad, me parece evidente que no deja de ser una tentativa -quizás inspirada en un concepto un tanto kantiano de los asuntos de la Iglesia- de conciliar un preconcilio y un postconcilio, cosa que nunca había sido necesario hacer hasta entonces. Está claro que la hermenéutica de la continuidad es válida y tiene que seguir dentro del discurso católico: en lenguaje teológico se llama analogía fidei, y es uno de los elementos fundamentales a los que debe atenerse el estudioso de las ciencias sagradas

Pero no tiene sentido aplicar ese criterio a un caso aislado que precisamente por su carácter equívoco ha conseguido expresar o dar a entender lo que por el contrario se debería haber condenado abiertamente, porque supone como postulado que hay verdadera coherencia entre el Magisterio de la Iglesia y el magisterio contrario que actualmente se enseña en las academias, en las universidades pontificias, en las cátedras episcopales y en los seminarios y se predica desde los púlpitos. 

Pero mientras es ontológicamente necesario que la totalidad de la Verdad sea coherente consigo misma, no es posible, al mismo tiempo, faltar al principio de no contradicción, según el cual dos proposiciones que se excluyen mutuamente no pueden ser ciertas las dos
Así, no puede haber la menor hermenéutica de la continuidad entre sostener la necesidad de la Iglesia Católica para la salvación eterna y la declaración de Abu Dabi, que está en continuidad con las enseñanzas conciliares. 
No es, por tanto, cierto que rechazo la hermenéutica de la continuidad en sí; sólo cuando no se puede aplicar a un contexto claramente heterogéneo. Pero si esta observación mía resulta infundada y se quieren dar a conocer sus deficiencias, con mucho gusto las repudiaré yo mismo.

En la conclusión del artículo, el P. De Souza pregunta provocativamente: «Sacerdote, curialista, diplomático, nuncio, administrador, reformados, informador… ¿Podría ser que, al final, a esta lista haya que añadir hereje y cismático?» No es mi intención responder a los insultos y las palabras gravemente ofensivas del P. Raymond K.M., que no son propias de un caballero. Me limito a preguntarle: ¿a cuántos cardenales y obispos progres sería superfluo plantearles la misma cuestión, sabiendo de antemano que la respuesta es lamentablemente positiva? Quizás, antes de ver cismas y herejías donde no los hay, sería oportuno y más provechoso combatir los errores y divisiones allí donde se instalan y propagan desde hace décadas.

Sancte Pie X, ora pro nobis!

3 de septiembre de 2020

Festividad de San Pío X, papa y confesor

NOTICIAS 6 DE SEPTIEMBRE DE 2020



CHIESA E POST CONCILIO

Derroquemos la dictadura de la salud

(...) Los enormes intereses de las multinacionales farmacéuticas y los principales financistas de la OMS ya no son un misterio para nadie, pero también tenemos claros los estrechos vínculos entre la izquierda en el poder y el sionismo globalista que se ha centrado en China como la nueva potencia hegemónica. Nadie sueña con negar que muchos enfermos y varias muertes son atribuibles al Coronavirus, pero que el origen de la enfermedad no fue natural y que, a través de una amplificación sistemática de los datos, se aprovechó para provocar una guerra económica a nivel planetario. además de lanzar una operación global de ingeniería social, es un hecho que se impone cada vez más en las mentes más lúcidas y alertas. El objetivo parece ser una redefinición radical de la persona humana como ser relacional y, en consecuencia, ilustrados que creen que gobiernan la tierra y tienen como objetivo reducir a la humanidad a una masa de esclavos.

SECRETUM MEUM MIHI



Pocos desenmascaran el bombardeo a la Familia
Selección por José Martí

El Papa firmará en Asís su tercera encíclica, ‘Hermanos todos’ (Carlos Esteban)



El sábado 3 de octubre, Su Santidad firmará su nueva encíclica, ‘Hermanos todos’, en el Sagrado Convento de Asís, ha confirmado el director de la Oficina de Prensa del convento, Enzo Fortunato.

“A las 15:00 horas, el Papa celebrará la Santa Misa en la tumba de san Francisco y, al final, firmará la encíclica”, ha dicho Fortunato, añadiendo que será una visita privada, “sin la participación de los fieles”, probablemente como medida de seguridad ante la pandemia, informa Europa Press.

‘Hermanos todos’ será la tercera encíclica de Francisco, tras ‘Lumen fidei’ y ‘Laudato si’’, a cuyo estudio se ha consagrado el presente año.

Como su título indica, la encíclica versará previsiblemente de la importancia de la fraternidad humana, un asunto en el que el Papa ha insistido a lo largo de todo su pontificado, muy especialmente desde la firma del Pacto por la Paz interreligiosa de Abu Dabi, conjuntamente con el Gran Imán de la Mezquita de Al Azhar.
Carlos Esteban

Viganò: Francisco es a la vez el sostenedor y el demoledor del papado



El arzobispo Viganò defendió su crítica al Vaticano II contra los ataques de los padres Thomas Weinandy y Raymond J. De Souza, quienes lo acusan de estar promoviendo un “cisma”, según informa el 3 de setiembre el sitio web CatholicFamilyNews.com.

Viganò pregunta si los dos se atreverían también a hablar de “cismas” y “herejías” donde realmente existen: entre los cardenales y obispos liberales.

Él observa que los que critican al Vaticano II no reciben respuestas: “La única respuesta es la deslegitimación del interlocutor, su ostracismo, y la acusación genérica de querer atacar la unidad de la Iglesia”. La conclusión de Viganò es que el “martillo de herejes” es arrojado contra los que defienden el catolicismo.

Las doctrinas heterodoxas y los ritos secularizados fueron impuestos en la Iglesia con la ayuda de una obediencia distorsionada y mediante la introducción de novedades ad experimentum, advierte Viganò. Él enfatiza que muchas proposiciones del Vaticano II habría sido condenadas por el Vaticano si  hubiesen sido presentadas por algunos obispos alemanes u holandeses, sin el manto de un Concilio.

Viganò llama al Vaticano II un “golpe de los modernistas”, mientras los católicos ingenuos creían que Dios “impediría” esto. Sobre Francisco, Viganò escribe que él es “a la vez, el sostenedor y el demoledor del papado”.

Gloria in excelsis Deo



Duración 2:30 minutos



- LETRA en latín, y también su traducción al castellano (español): (Lyrics): 


Glória in excélsis Déo, ..............Gloria a Dios en el Cielo, 
et in térra pax homínibus............y en la tierra paz a los hombres 
bónae voluntátis. ..................... de buena voluntad. 
Laudámus Te. ...........................Te alabamos, 
Benedícimus Te. .......................Te bendecimos, 
Adorámus Te. ...........................Te adoramos, 
Glorificámus Te. ........................Te glorificamos, 
Grátias ágimus Tíbi ....................Te damos gracias 
propter mágnam glóriam Túam. ...por Tu inmensa gloria. 
Dómine Deus, ............................Señor Dios, 
Rex caeléstis, ............................Rey celestial, 
Déus Páter omnípotens. ..............Dios Padre todopoderoso.
Dómine Fili unigénite ...................Señor Hijo único 
Iésu Chríste. ...............................Jesucristo. 
Dómine Déus, .............................Señor Dios, 
Agnus Déi, .................................Cordero de Dios, 
Fílius Pátris. ...............................Hijo del Padre. 
Qui tóllis peccáta múndi, .........Tú que quitas el pecado del mundo, 
miserére nobis. ............................ten piedad de nosotros. 
Qui tóllis peccáta múndi, .........Tú que quitas el pecado del mundo, 
súscipe deprecatiónem nóstram. ...atiende nuestra súplica. 
Qui sédes ...................................Tú que estás sentado 
ad déxteram Pátris, ......................a la derecha del Padre, 
miserére nobis. ............................ten piedad de nosotros. 
Quóniam Tu sólus Sánctus. ...........Porque sólo Tú eres Santo. 
Tu sólus Dóminus. ........................Sólo Tú Señor. 
Tu sólus Altíssimus, ......................Sólo Tú Altísimo, 
Iésu Chríste, .................................Jesucristo, 
cum Sáncto Spíritu .......................con el Espíritu Santo 
in glória Déi Pátris. ........................en la gloria de Dios Padre. 
Amen. ..........................................Amén.

EN PARTITURA

Duración 3:20 minutos


sábado, 5 de septiembre de 2020

NOTICIAS VARIAS 5 de septiembre 2020

Aborto en la nueva anormalidad: argumentos científicos y enseñanzas católicas (Un artículo de Mario Uriostegui)



Ponemos los ojos en Francia y en una nueva ley, hablamos del aborto en la nueva anormalidad, ¿o normalidad?

“Así es como mueren las civilizaciones y se aniquila el genio de los pueblos. Los que vengan después de nosotros corren un gran peligro”

Bernard Ginoux, obispo de Montauban, pronunciándose por el aborto hasta los 9 meses en Francia

Hace un mes se aprobó que Francia (la otrora Hija mayor de la Iglesia) aprobó una inverosímil y reprobable ley. Resulta que el parlamento galo, en su sesión del 31 de julio, adoptó una enmienda para añadir el “sufrimiento psicosocial” como criterio de peligro para la salud de la mujer en el caso del aborto o según el vacuo eufemismo: “interrupción médica del embarazo”.

Aborto voluntario y aborto “médico-terapéutico”

Se debe señalar que, en Francia, la interrupción voluntaria del embarazo (IVG, por sus siglas en francés) está permitida hasta las 12 semanas de gestación (es decir, hasta la semana 14 de amenorrea). Por otro lado, la interrupción médica de embarazo (IMG) se puede realizar en cualquier momento de la gestación, pero bajo ciertos criterios y condiciones médicas.

Argumentos científicos

Son varios los miembros de la comunidad científica quienes de manera rigurosa afirman y demuestran que la vida humana inicia a partir de la concepción. A continuación se exponen las afirmaciones de algunos de ellos.

El científico Moore-Persaud, en su obra Embriología Clínica (Elsevier – Mc Graw-Hill, 10ª edición, p. 23) señala que: “el desarrollo humano es un proceso continuo que se inicia cuando un ovocito (óvulo) de una mujer es fecundado por un espermatozoide del varón”.
El gran genetista francés y considerado el padre de la genética moderna, el Dr. Jérôme Lejeune,: “En cuanto los 23 cromosomas del espermatozoide se encuentran con los 23 cromosomas del óvulo, toda la información necesaria y suficiente esta allí, reunida en el ADN para determinar todas las cualidades de un nuevo ser humano”.
A.L. Vescovi, Prof. de Biología Celular en el instituto. de Investigación del Hospital San Rafael de Milán: “el embrión es un ser humano. Esto es innegable. Cualquier intento de hacer comenzar la vida humana en un momento posterior es arbitrario y no sostenido por argumentación científica”.
Jean Rostand en 1980, premio Kalinga (1959) junto con Jérôme Lejeune, declaraban que científicamente la vida humana inicia con la fecundación. De acuerdo con Rostand, la vida inicia: “En la primera célula constitutiva de la persona humana, es decir en el óvulo fecundado, existe un ser humano y está todo entero, con todas sus potencialidades”.
Jan Langman en 1975 describre en su libro de embriología médica describe que el desarrollo humano inicia con la fecundación, 40 años más tarde, Keith Moore lo sostiene en su libro de The Developing Human: Clinically Oriented Embryology.

A partir de dichas afirmaciones se puede apreciar cómo el código genético de los cromosomas de todas las células de un individuo es el mismo y que ese código coincide con el de la que fue su primera célula, es decir, el óvulo fecundado y que ese código es distinto del de las células de sus padres.
Podemos ver entonces que desde el principio la primera célula de cada nuevo organismo animal tiene señales específicas propias de un ser sensitivo, no de un ser vegetativo. Entonces ¿es humano? Sí ¿tiene vida? Sí ¿qué hay que hacer? Respetar esa vida.
Enseñanza de la Santa Madre Iglesia sobre el aborto: No matarás

Desde los primeros inicios de la Iglesia la tradición apostólica ha enseñado que: “Dos caminos hay, uno de la vida y otro de la muerte; pero grande es la diferencia que hay entre estos caminos… Segundo mandamiento de la doctrina: No matarás… no matarás al hijo en el seno de su madre, ni quitarás la vida al recién nacido… Mas el camino de la muerte es éste: que no se compadecen del pobre, no sufren por el atribulado, no conocen a su Creador, matadores de sus hijos, corruptores de la imagen de Dios; los que rechazan al necesitado, oprimen al atribulado, abogados de los ricos, jueces injustos de los pobres, pecadores en todo. ¡Ojalá os veáis libres, hijos, de todos estos pecados!”. (Didache 2:1–2 [A.D. 70])

Además de que Padres de la Iglesia también tocaban este tema de manera directa: “El asesinato, estando una vez y para siempre prohibido, no permite destruir ni siquiera el feto en el vientre… Obstaculizar un nacimiento es meramente una forma más rápida de matar; no importa si tomas una vida nacida o destruyes una que va a nacer. Ese es un hombre que va a ser; tienes la fruta ya en la semilla” (Apología 9:8 [A.D.197]) Tertuliano, Padre de la Iglesia del siglo II.

Por último, hay que recordar algo muy importante: Los “católicos” que apoyen o practiquen el aborto están bajo pena de excomunión
“La cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana. “Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae” (CIC can. 1398), es decir, “de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito” (CIC can. 1314), en las condiciones previstas por el Derecho (cf CIC can. 1323-1324). 
Con esto la Iglesia no pretende restringir el ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido, el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad.”

En resumen, lo expuesto anteriormente rompe y pone en duda los pseudo argumentos de los grupos e individuos pro aborto y todo porque al aceptar que el óvulo fecundado es un cuerpo independiente y vivo, (es un ser humano desde la concepción) nos damos cuenta de que el aborto es un asesinato por intereses personales y ahora políticos; así de sencillo. Además, que las enseñanzas de la Iglesia Católica protegen al no nacido desde los primeros siglos y excomulga de manera automática a quien practique, sea cómplice o asista en un aborto por atentar contra el quinto mandamiento: No matarás.

En cuanto a Francia (y todos los demás países que atentan contra la vida de los no nacidos), es tan abominable lo que sucede que solo se le podría comparar con Babilonia o la Roma de Calígula, ni siquiera hay palabras para describir que desde la carnicería de la Revolución Francesa hasta hoy, pasó de ser la Hija mayor de la Iglesia a convertirse en cuna de paganismo y ofertorio a demonios.

Santo Dominguito de Val, rogad por nosotros.

Mario Uriostegui

viernes, 4 de septiembre de 2020

León XIII sigue siendo el Papa más longevo de la Historia (Carlos Esteban)



Hoy saltaba la noticia anecdótica de que Benedicto XVI, a sus 93 años y 141 días, se convertía en el Papa más longevo de la historia, superando en un día al segundo, León XIII. Pero Joseph Ratzinger no es Papa. En todo caso, es el hombre más longevo entre los que han sido Papas.

Podría haberlo sido. De haber sido diferente la historia, de haber tomado él mismo otra decisión, de no haberse sentido superado por la presión del cargo, efectivamente, Benedicto XVI sería el Papa más longevo de la historia.

Pero -disculpen que insistamos- Benedicto XVI no es el Papa. Renunció. Todos hemos visto el vídeo del momento, o podemos verlo. El Papa es Francisco, y de ninguna manera pueda haber dos Papas.

Sí, es cierto, sigue en el Vaticano, vestido de blanco, los propios cardenales le besan el anillo y el propio Francisco le llama “Santidad”. Como, por otra parte, se hace con los obispos o aun reyes eméritos, que conservan tratamientos y símbolos de su pasado cargo.

También es cierto que muchos han puesto sus esperanzas en teorías de la conspiración un poco cogidas por los pelos, sobre defectos formales en la redacción latina de su renuncia, sobre la posibilidad de un desdoblamiento del ministerio petrino. Es cierto que todo lo dicho en el párrafo anterior no contribuye mucho a aclarar el panorama, como que la furia renovadora de Francisco y su estilo campechano en el hablar -por no decir nada de su peculiar criterio en la elección de amistades- ha llevado a muchos a confundir deseos con realidades y caer en la trampa ‘benevacantista’.

Pero Benedicto ha tenido múltiples ocasiones de deshacer el malentendido, si lo hubiere, y en cambio ha insistido en lo obvio: que el único Papa es Francisco. Por otra parte, en la historia de la Iglesia se han dado situaciones aún más confusas en la determinación del Papa. Me viene ahora a la cabeza el cónclave de 1378 en el que los cardenales eligieron a Urbano VI en el convencimiento de que, de no hacerlo, el populacho romano que fuera de la sala entonaba “¡romano lo queremos o, al menos, italiano!” les descuartizaría. Pero Urbano VI es un Papa de la Iglesia, reconocido como tal. Y en este casi no ha habido un solo cardenal que haya disputado la condición de Francisco como Papa legítimo.

En Infovaticana, para qué negarlo, no nos distinguimos por un entusiasmo indescriptible sobre la renovación que quiere traer a la Iglesia el Santo Padre. Pero es el Santo Padre. Y, en cualquier caso, no nos correspondería a nosotros decidir lo contrario.
Carlos Esteban

Actualidad Comentada | La primera llaga de la Iglesia | 04.09.2020 | P. Santiago Martín FM



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Extra Ecclesiam nulla salus: ¿de qué manera es necesaria la Iglesia para la salvación? (Peter Kwasniewski)



Lo que sí está claro es que si alguien llega a saber que la Iglesia es necesaria para la salvación y no se hace católico no se puede salvar.

Ahora bien, ¿qué significa saber que la Iglesia es necesaria para la salvación? Los documentos de la Iglesia siempre dicen que si alguien lo sabe y no obra en consonancia no se salva. ¿Existen realmente personas así? Da la impresión de que quienes están interesados en salvarse -por ejemplo, anglicanos, ortodoxos y luteranos practicantes- tienen lo que consideran buenas razones para no convertirse; parece también que los que sí se convencen de que a la Iglesia Católica la fundó Cristo son precisamente los que se convierten, a no ser que mueran en un accidente, camino de la catequesis previa al bautismo.

Podrían darse raras excepciones. Simone Weil era una rara avis, una judía que creía plenamente en Jesucristo y en la Iglesia Católica, pero no se convirtió porque creía que si un judío se convierte traiciona al pueblo hebreo. Pero se diría que no es normal entender que A es necesario para B y luego no hacer A si se quiere B. Sería como dijera: «Dios quiere que vaya a tal isla; a la isla sólo puedo llegar en barco, luego… no tomo el barco». ¿Cómooo?

Sería difícil afirmar (como hace buena parte de la teología moderna) que quienes se preocupan poco o nada por salvar su alma inmortal obran motivados por un deseo implícito de salvarse. Eso sí, quienes quieren salvarse del pecado y heredar la vida eterna se puede decir que tienen un deseo implícito de Cristo y de su Iglesia. Lo malo es que si tomamos al pie de la letra lo que la Iglesia viene diciendo desde hace medio siglo, cuesta entender que una persona sincera cualquiera pueda ser excluida del Reino de los Cielos.

Entiéndase, no andamos a la busca de motivos para excluir a nadie –cuantos más se salven, ¡más será Dios glorificado!–; pero tampoco queremos despojar la cruz de Cristo de su eficacia salvífica ni a la Iglesia de la misión que Dios le encomendó. 

El extra Ecclesiam nulla salus (fuera de la Iglesia no hay salvación) no se debe reducir a algo banal ni disolver en un tópico como «todo el que hace la voluntad de Dios en la medida en que alcanza a entender se salva». Sería convertir la Encarnación y la Pasión, no digamos el testimonio de los mártires y misioneros, en un ridículo error de mal gusto con el que se habrían excedido.

Otra forma de plantear la cuestión: ¿qué se entiende por que alguien obre «de buena fe» o «de mala fe»? Y otra manera más de plantearla: ¿en qué medida debe ser vago o específico el deseo implícito para que sirva de deseo de salvarse? ¿Es suficiente con desear en general ser feliz, pacífico y justo? ¿Es necesario creer -como dice en la Epístola a los Hebreos- que hay un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos? Santo Tomás dice al parecer cosas diferentes en distintos pasajes en cuanto a la medida de fe explícita que es necesaria.

Veamos una comparación: decir que la Iglesia es necesaria para la salvación es como decir que para ir a la Luna hace falta una lanzadera espacial. No se puede ir a la Luna en barco, en avión o con una escalera; del mismo modo, tampoco se puede ir al Cielo con una religión falsa. La cuestión del conocimiento surge porque Dios está interesado en salvar a los hombres, pero no tiene mayor interés en llevarlos a la Luna. Si Dios quisiera llevar hombres a la Luna, en ese caso se podría decir que si uno sabe que para ir allí hace falta una lanzadera espacial y se niega a servirse de ella, no puede ir a la Luna.

Con todo, uno podría llegar a nuestro satélite subiendo por una escalera, siempre que apoyase su fe en una ignorancia invencible. Cuando decimos que para ir a la Luna se necesita una lanzadera espacial, nos referimos a los medios que el hombre tiene a su disposición; no hablamos del poder de Dios, que para llevar hombres a la Luna no necesita ninguna lanzadera. Y de la misma manera, Dios puede salvar a los hombres sin necesidad de que sean miembros visibles de la Iglesia, aunque en ese caso los medios que pone el hombre son esencialmente insuficientes, del mismo modo que una escalera no sirve para ir a la Luna.

Debe de ser bastante infrecuente que alguien posea un conocimiento explícito de que la Iglesia es necesaria para la salvación y aun así se niegue a incorporarse a ella. De todos modos -y esto ya es más frecuente- tiene una ignorancia culpable de ello.
Si, por lo tanto, se salva alguien que no esté integrado a la Iglesia por los medios ordinarios, debemos decir que se ha integrado por medios extraordinarios. Si sólo es posible salvarse estando en gracia de Dios, y si esa gracia se obtiene en la Iglesia y a través de ella, eso quiere decir que todos los salvados deben de pertenecer a la Iglesia.
Hay que distinguir entre estar unido a la Iglesia en sentido estricto y estar unido a ella de una cierta manera. Todos los que se salvan están unidos a la Iglesia de una manera determinada, dado que es imposible salvarse sin estar en gracia de Dios, la cual es un vínculo de unidad con el Espíritu Santo, y por lo tanto con la Iglesia. Pero no todos los que se salvan están unidos a la Iglesia en sentido estricto, ya que sólo quienes están plenamente unidos a ella en el fuero externo pertenecen en sentido estricto a la Iglesia. 

Esto último enseñan las encíclicas Mystici Corporis y Mortalium animos (los seguidores de la doctrina del P. Feeney* sostienen que ello no sólo basta pertenecer a la Iglesia en sentido estricto –en lo cual están bastante acertados–, sino que tampoco se salva nadie sin pertenecer en sentido estricto a la Iglesia). (*El P. Leonard Feeney tenía interpretación excesivamente estricta del extra Ecclesia nulla salus, y llegó a ser excomulgado por Pío XII, si bien se reconcilió con la Iglesia y fue absuelto años más tarde, permitiéndose esta interpretación estricta. —N. del T.)

Indudablemente es imprescindible estar unido de alguna manera a la Iglesia, del mismo modo que es necesario estar en gracia. Dado que la pertenencia a la Iglesia es ciertamente necesaria, y aun así los papas hablan de la posibilidad de la salvación para las almas que en sentido estricto no son miembros de la Iglesia por ignorancia invencible, hay muchos (como el P. William Most) que sostienen que el dogma extra Ecclesiam nulla salus significa la necesidad de pertenecer de algún modo a la Iglesia.

Ahora bien, entendida como el sentido primario del dogma, tal interpretación debe de ser incorrecta. Precisamente porque la Iglesia es necesaria para la salvación, no se puede salvar quien sabe –o está en condiciones de saber– que la Iglesia es necesaria y aun así se niega a integrarse a ella en el fuero externo y muere por tanto separado de ella. Si la necesidad de la Iglesia para la salvación no fuera otra cosa que la necesidad del estado de gracia, esta conclusión no se seguiría. Un protestante podría haberse bautizado de niño, alcanzando con ello el estado de gracia (pues la gracia santificante la comunica el bautismo); podría saber que la unión con la Iglesia Católica es necesaria pero (en la falsa hipótesis de la que hablamos) sólo en esta medida: que persevere en el estado de gracia. No podría condenarse por negarse a integrarse externamente a la Iglesia porque no se le ha expuesto ninguna razón por la que está obligado a hacerlo.

Dicho de otro modo: cuando la necesidad de la Iglesia para la salvación se entiende correctamente como necesidad de plena comunión con la Iglesia visible y jerárquica fundada por Cristo, toda persona que cobre conciencia de esta exigencia –implícita en los fundamentos mismos de la fe cristiana– tiene que hacerse católica en el fuero externo para salvarse. Por el contrario, si la necesidad se entendiera vagamente como necesidad de estar en gracia de Dios o de actuar impulsado por el Espíritu Santo, nunca existiría una razón vinculante para que un no católico se hiciera católico; todos los motivos serían meramente personales y provisionales (como «no creo que pueda perseverar en la gracia sin los sacramentos que da la Iglesia»). Desgraciadamente, eso es ni más ni menos lo que tienden a decir los ecumenistas hoy en día, si es que no van más allá y disuaden enérgicamente a la gente para que no se convierta.

Por fin estamos en situación de atar estos cabos. Como explicó el Santo Oficio en 1949, el dogma extra Ecclesiam nulla salus significa la necesidad de pertenecer en sentido estricto a la Iglesia –pero precisamente con necesidad de medio, no como un componente intrínsecamente necesario para alcanzar la gracia santificante (en pocas palabras, el motivo es que sería metafísicamente imposible para un alma entrar en el Cielo sin haberse santificado, pero no es metafísicamente imposible que Dios santifique a alguien que no es miembro de la Iglesia en sentido estricto [1]). De donde se desprende que quien sabe que la Iglesia es necesaria no se puede salvar si se niega a integrarse abiertamente a ella. Por eso, los partidarios de Feeney tienen razón en que la necesidad de pertenecer a la Iglesia es una necesidad de pertenecer a ella en sentido estricto, pero no la tienen cuando afirman que de dicha necesidad se desprende que no se salva nadie que no sea en sentido estricto miembro de la Iglesia.

Recapitulemos:

La pertenencia a la Iglesia es necesaria en sentido estricto como necesidad de medios (vida sacramental de la Iglesia, aceptación de su doctrina y disciplina, etc.). No se ha concedido al hombre otra manera de salvarse. Explicación: a la hora de administrar la gracia, Dios no está limitado por los sacramentos que ha instituido ni, en un sentido más amplio, ligado a ningún medio creado. Por consiguiente, Dios es capaz de hacer que un hombre se salve sin que esté en plena comunión con la Iglesia Católica, pero el hombre no es capaz de salvarse separado de dicha comunión. La única vía accesible al hombre para la salvación es la única que Cristo ha revelado y establecido para nuestro bien y para honra de Dios. Por eso, sería contrario a la voluntad de Dios, y hasta pecaminoso, no andar por la vía mencionada en la medida en que uno sabe o está en condiciones de saberlo [2].

La pertenencia a la Iglesia Católica es necesaria de una manera determinada como necesidad de fin (la unión con Dios mediante la gracia), sin la cual nadie se puede salvar en modo alguno, ni siquiera por el poder de Dios. Es decir, que todo el que se salve habrá vivido por la caridad y habrá sido guiado por el Espíritu de Dios a la tierra prometida. No hay manera de salvarse sin la gracia del Espíritu Santo, que es el núcleo central, el alma de la pertenencia a la Iglesia. La gracia es siempre la gracia de Cristo; siempre está vinculada a la Pasión y por tanto siempre está objetivamente relacionada con la Iglesia que es Cuerpo Místico de Cristo, que es donde uno se une a Dios. Por eso, está también objetivamente ligada al Santísimo Sacramento, ya que «si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su Sangre no tendréis vida en vosotros» (Jn.6,53).

Aunque nada que sea sobrenatural entra en la capacidad humana (por eso no se puede decir con verdad que un hombre se salva por sí mismo), Dios ha provisto al hombre de un medio para ocuparse en su salvación. Al ejercer su libre albedrío con la ayuda de la gracia actual que Dios nunca niega, el hombre puede dar todos los pasos necesarios para salvarse: puede buscar y obtener el bautismo y la catequesis, adherirse al Credo, rezar como le enseña la Iglesia y frecuentar los sacramentos. Todo ello requiere la asistencia de la gracia, y sin embargo ha sido ordenado por Dios de tal manera que el hombre puede cooperar con la gracia con sólo estar dispuesto a ello. Por ejemplo, yo siempre puedo querer ir a Misa los domingos, y si nadie me lo impide, puedo de hecho hacerlo. Se puede decir que nunca me falta libertad para hacer ese bien. En su gran misericordia, Dios lo ha dispuesto así para que la salvación esté al alcance de todo el que la desee.

Peter Kwasniewski

NOTAS:

[1] Hay ciertas cosas que, en sentido estricto, son imposibles para el hombre. El hombre no puede hacer nada para salvarse si prescinde de la única religión verdadera que ha instituido Dios por medio de su Hijo. Salvarse fuera de ella sería una contradicción en los términos. Con todo, eso no quiere decir que Dios no pueda en su misericordia salvar a un hombre que de hecho está apartado de la religión pero no se opone personal y obstinadamente a ella. En ese caso, la posibilidad recae enteramente en Dios y no en el hombre. «Lo que es imposible a los hombres es posible para Dios» (Lc.18,27).

[2] La disertación de Ludwig Ott sobre el deseo implícito concuerda con esta postura: «La necesidad de pertenecer a la Iglesia no es una mera necesidad de precepto, sino también una necesidad de medio, como lo demuestra la comparación de la Iglesia con el Arca, medio de salvación del Diluvio. No obstante, la necesidad de medio no es una necesidad absoluta, sino hipotética. En circunstancias especiales, a saber, en caso de ignorancia invencible o de incapacidad, la pertenencia de hecho a la Iglesia se puede suplir con el deseo de la misma. No es necesario que esté explícito, pero también se puede incluir en la disposición moral para cumplir fielmente la voluntad de Dios (deseo implícito). De este modo, pueden también alcanzar la salvación quienes estén fuera de la Iglesia Católica”. Fundamentals of Catholic Dogma, ed. James Bastible, trans. Patrick Lynch (Rockford, Il.: TAN Books and Publishers, 1974), p. 312.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

¿Por qué el Vaticano II no puede simplemente ser olvidado? (Peter Kwasniewski)



El Vaticano II debe ser recordado como un momento en el que la jerarquía de la Iglesia, en diversos grados, se rindió a la más sutil (y por lo tanto más peligrosa) forma de mundanidad ¿Por qué el Vaticano II no puede simplemente ser olvidado, sino que debe ser recordado con vergüenza y arrepentimiento?, un artículo de Peter Kwasniewski para LifeSiteNews

Traducido por Beatrice Atherton para Marchando Religión

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Ciertamente que hoy es un “signo de los tiempos” ver tantas discusiones sobre el Concilio Vaticano II, la mayoría de las cuales son mucho más realistas en la evaluación de sus posibles defectos de lo que ha sido el caso en décadas pasadas, cuando era obligatorio celebrar el Concilio como un verdadero Pentecostés o, en último término, como un momento de rectificar los problemas legados de cuatro siglos de catolicismo tridentino. Debemos agradecer al arzobispo Viganó por volver a encender una discusión que se podría caracterizar como “más vale tarde que nunca.”

Desafortunadamente, muchas de las respuestas publicadas al artículo de Viganó parecen estar motivadas por un deseo de “salvar el rostro eclesial.” George Weigel se refugia en benignas generalidades y en el culto al héroe Woltyla. Adam De Ville apela a la Volknología para descartar las críticas al Concilio como un “trauma escogido” que colapsa en el tiempo. El obispo Barron da respuestas con frases con gancho a sólidas preguntas. John Cavadini expresa simpatía por Viganó pero, después de catalogar todas las cosas maravillosas que él encuentra en el Concilio, simplemente se refugia en la afirmación de Benedicto XVI de que no fueron los documentos del Concilio los culpables, sino su aplicación o desarrollo unilateral por los teólogos postconciliares, sin reconocer que fueron estos mismos teólogos quienes habían redactado o influido en los documentos conciliares y sabían precisamente qué novedades y ambigüedades se habían albergado en ellos. 

En mi opinión, sólo Anthony Esolen y Hubert Windisch han mostrado haber captado hacia donde apuntaba Viganó: para Esolen, “el tiempo del Concilio en la historia ha pasado,” y necesita ser “destronado”, mientras que para Windisch, las raíces de la crisis se ven con claridad en el “replanteo” de la Iglesia frente al mundo, que fue la preocupación central de la pastoral estratégica del Concilio.

Uniéndose a la discusión más recientemente está el Padre Thomas G. Weinandy, o.f.m, capuchino, con un ensayo titulado: Vatican II and the Work of the Spirit” (Vaticano II y la Obra del Espíritu), y que lleva como subtítulo: “Lo suyo ha sido una gracia severa, pero también una gracia benéfica.” 

Para Weinandy, cuya posición de principio contra las desviaciones del Papa Francisco le valió tanto la enemistad del oficialismo como el gran respeto de los católicos preocupados por la crisis actual, el Vaticano II parece haber precipitado una crisis porque expuso males que estuvieron ocultos y latentes por mucho tiempo. Fue un mal necesario, como lacerar un forúnculo o cauterizar una herida. Escribe por ejemplo: “Es una ingenuidad pensar que tantos sacerdotes, previo al Concilio eran hombres de una fe profunda y que luego, de la noche a la mañana, después del Concilio, fueron corrompidos por el Concilio o por el espíritu del Concilio, y desecharon su fe y dejaron el sacerdocio.” El padre Weinandy también declara que el Vaticano II puso en movimiento muchos buenos procesos e iniciativas que están dando fruto hoy.

Al punto del padre Weinandy, que señala que los males que vemos después del Concilio estuvieron presentes antes del Concilio y que el Concilio simplemente los reveló, respondería:

1- Tenemos que distinguir entre tres grupos dentro de la Iglesia antes del Concilio. Estaban los corruptos, los confundidos y los honrados. ¿Cuál fue el efecto del Concilio en estos tres grupos? El punto del padre Weinandy apunta principalmente al corrupto: el Concilio los sacó a la luz. Sin embargo, él no aborda el efecto sobre los confundidos, que es darles a ellos la impresión de que el camino del corrupto era el legítimo. Tampoco aborda el efecto sobre los honrados, que fue reducir su capacidad para desafiar a los corruptos o influir sobre los confundidos. El punto del padre Weinandy puede sostenerse por un largo tiempo, es decir, que fue una gracia exponer este mal, pero esto es completamente compatible con decir que sacar todo este mal a la luz también lo aumentó.

2- No se debe sucumbir al subjetivismo sutil. Supongamos que había, por toda la Iglesia, sacerdotes corruptos teniendo pensamientos corruptos mientras celebraban la Misa; supongamos que su celebración de la Misa era subjetivamente mala, aunque exteriormente buena. Es, de hecho, algo mucho peor que celebraran sus Misas también mal exteriormente. Es decir, agregar la corrupción al ritual visible es de hecho la adición de un mal. Sería como si un montón de personas que interiormente anhelan ser asesinos en masa (juego de palabras. N. de traducción, misa y masa en inglés se dicen igual: mass) luego actuaran según sus antojos. La cantidad neta de mal no se mantiene igual solo porque las intenciones no han cambiado.

A la lista de los frutos positivos del Concilio del padre Weinandy, respondería:

(1) Parte de su lista es verdad, porque Dios siempre saca bien del mal. Esto incluye, por ejemplo, el hecho de que las órdenes religiosas en implosión dieran paso a otras nuevas y mejores.

(2) Parte de su lista es verdad, porque de hecho el Concilio no fue del todo malo. En este amplio contexto, espero que el pontificado de Juan Pablo II dé más frutos teológicos para la Iglesia que el mismo Concilio, pero el padre Weinandy tiene razón de que el Concilio fue una condición para su elección.

(3) Parte de su lista no es muy cierta, porque había muchos buenos frutos germinando en la Iglesia antes del Concilio, y el Concilio se hizo eco de ellos en lugar de aplastarlos. Este es un punto clave: si el padre Weinandy quiere decir que los males ya presentes, pero expuestos después del Concilio, no pueden ser atribuidos al Concilio, entonces tiene que decir lo mismo para lo bueno que siguió al Concilio. No todas las cosas buenas que sucedieron después del Concilio pueden ser atribuidas a éste. ¡Éste sería el mismo caso de la falacia post hoc, ergo propter hoc que a los anti-tradicionalistas les encanta lanzar a los tradicionalistas! Por ejemplo, el uso renovado de la Escritura en teología y la renovación de la patrística ya estaban en marcha antes del Concilio y pueden ser vistas fácilmente en el trabajo de muchos teólogos quienes, trasladados a la escena eclesiástica de hoy, sin duda se encontrarían más a gusto entre los tradicionalistas.

En pocas palabras, el padre Weinandy ha exagerado el caso para mantener al Concilio relevante para la vida diaria de la Iglesia.

No me subscribiría a la opinión de que el Concilio debiera ser “olvidado” como si nunca hubiera ocurrido.

No es así como funciona la historia. Más bien, debe ser recordado con vergüenza y arrepentimiento como un momento en el cual la jerarquía de la Iglesia, en diversos grados, se rindió a la más sutil (y por tanto más peligrosa) forma de mundanidad
Más aún, los errores contenidos en los documentos, así como también los muchos errores comúnmente atribuidos al Concilio o promovidos por éste, deben ser anotados en un syllabus y anatemizados por un futuro Papa o concilio, de modo que las materias controversivas puedan resolverse, como sabia y caritativamente lo han hecho los anteriores concilios con respecto a los errores de su tiempo.
Así como ha expuesto Viganó la complicidad con el mal del Vaticano y de muchos en la jerarquía en el caso de Theodore McCarrick, así también él ha encendido una luz brillante sobre los males doctrinales y litúrgicos que plagan la Iglesia a causa de las orientaciones, decisiones y textos del Concilio. A él se le debe tomar con seriedad. Ya no basta con señalar algunas cosas buenas que dijo el Vaticano II o algunas cosas buenas que han sucedido en el último medio siglo. Eso ya lo sabemos. Es también una gran tontería decir sobre este punto: “Tú sabes, la Iglesia no era perfecta antes del Concilio”, como si alguien afirmara que lo era.

La mayoría de los que ha “respondido” a Viganó, en diversos grados, pasa por alto la mayoría de las preguntas importantes. Es como si hubieran llegado muy tarde a una fiesta en la que la conversación en profundidad se ha mantenido desde hace mucho tiempo, en este caso, desde El Caballo de Troya en la Ciudad de Dios, de Dietrich von Hildebrand; Iota Unum de Romano Amerio; hasta Phoenix from the Ashes (Fenix desde las cenizas) de Henry Sire; Concilio Vaticano II: una historia nunca escrita de Roberto de Mattei; e irrumpieran con observaciones que antes fueron retomadas y discutidas durante horas. Después de una incómoda pausa la conversación se retoma entre los participantes serios, mientras que los que la han interrumpido se alejan para tomar un cóctel sintiéndose satisfechos de haber “dejado en claro su punto.” ¡Ay!, pero eso estuvo fuera de lugar y no avanzó en nada la discusión, sino que meramente la interrumpió.
Lo que no se puede negar en cualquier evaluación objetiva es que entre 1962 y 1965, se llevó a cabo un “cambio de paradigma” en cuanto a la íntima relación de identidad, continuidad, tradición y cultura. Estas fueron disociadas de una manera que fue radicalmente no católica e inestable.
Sólo como para completar este artículo, me ha llamado la atención el artículo del padre Serafino M. Lanzetta Vatican II and the Calvary of the Church (Vaticano II y el Calvario de la Iglesia) (Catholic Family News, 3 de agosto). Altamente recomendable como una de las mejores intervenciones en este debate en ser publicada, un ejemplo del tipo de intervención, manejo matizado y de profundo pensamiento exigidos por la gravedad del asunto.

Peter Kwasniewski

*Nota de edición: La fotografía pertenece al artículo original publicado por LifeSiteNews. MarchandoReligion declina toda responsabilidad

Este artículo sobre el Vaticano II puede leerse en su sitio original en inglés aquí: