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lunes, 3 de junio de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD; DIOS ESPÍRITU SANTO (III)

Pero lo verdaderamente importante es que el Espíritu Santo no es, sencillamente, una fuerza divina que vivifica y santifica. Lo esencial es que se trata de un ser personal: el Espíritu Santo es una persona y una Persona Divina, al igual que lo son el Padre y el Hijo. Esto se puede ver en diversos pasajes del Nuevo Testamento en los que es descrito como "Alguien" distinto del Padre y del Hijo; y que se encuentra, por otra parte, en una relación íntima con ellos. Se trata, pues de "Alguien" -o sea, una persona-, "distinto" -es decir, no es el Padre ni es el Hijo- , y "en relación íntima con el Padre y el Hijo" - tan "íntima" que es Dios mismo. De modo que el mismo y único Dios, además de ser Dios Padre y de ser Dios Hijo, es también Dios Espíritu Santo.

La distinción personal se encuentra expresada con gran claridad en el mandato de bautizar dado por Jesús: "Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). En esta fórmula trinitaria del bautismo, el Espíritu Santo es equiparado al Padre y al Hijo, siendo realmente Dios igual que lo son el Padre y el Hijo. Aparece también en el Bautismo de Jesús: "Cuando Jesús fue bautizado, mientras estaba en oración, se abrió el cielo y bajó el Espíritu Santo sobre Él, en forma corporal, como una paloma. Y se oyó una voz que venía del cielo: Tú eres mi Hijo, el Amado. En Tí me he complacido" (Lc 3, 21-22). (pasaje que aparece, además, en los otros dos sinópticos: Mt 3, 13-17; Mc 1,9-11; también San Juan evangelista hace referencia al descenso del Espíritu sobre Jesús en el Bautismo: "Juan (el bautista) dio testimonio diciendo: He visto al Espíritu que bajaba del Cielo como una paloma y permanecía sobre Él. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar en agua me dijo: 'Sobre el que veas que desciende el Espíritu y permanece sobre Él, ése es quien bautiza en el Espíritu Santo' " (Jn 32,33)


Donde encontramos los textos más explícitos en torno al Espíritu Santo como Persona es en el discurso de despedida de Jesús, en la Última Cena, cuando les promete a sus discípulos la venida del Espíritu Santo: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y Yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre: el Espíritu de Verdad, al que el mundo no puede recibir porque no le ve ni le conoce; vosotros le conocéis porque permanece a vuestro lado y está en vosotros" (Jn 14, 15-17). Y poco más adelante añade: "Os he hablado de todo esto estando con vosotros; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en Mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho" (Jn 14, 25-26)... Y luego: "Cuando venga el Paráclito que Yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de Mí" (Jn 15, 26).

Así pues, según nos dice Jesús, se trata de un Enviado distinto del Hijo ... "que el Padre enviará en Mi Nombre" (Jn 14,26) y también ... "que Yo os enviaré de parte del Padre" (Jn 15,26). Dos son los que envían: el Padre y el Hijo. Uno es el Enviado: el Espíritu Santo. Y además: "Os conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si Yo me voy, os lo enviaré" (Jn 16,7). Más adelante trataré de explicar, en la medida en que Dios me dé a entender, el significado de estas enigmáticas palabras. De momento, y aunque solo sea a grosso modo, parece desprenderse de la lectura de este texto que es condición necesaria para que venga el Espíritu Santo, el que tenga que ser enviado por el Padre y por el Hijo. O, en otras palabras: Sólo si el Hijo (Cristo resucitado) regresa junto al Padre, entonces y sólo entonces, el Espíritu podrá venir a nosotros, porque ambos nos lo enviarán: Uno solo de Ellos no podría hacerlo.

Me viene a la memoria el siguiente párrafo del Evangelio que, de alguna manera, viene a ser una explicación , aunque necesitada de ser profundizada personalmente por cada uno: "En el último día, el más solemne de la fiesta, puesto Jesús en pie exclamó: 'Si alguno tiene sed venga a Mí y beba. Quien cree en Mí, como dice la Escritura, de sus entrañas brotarán ríos de agua viva'. Esto lo dijo refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él. Pues todavía no había sido dado el Espíritu, ya que Jesús aún no había sido glorificado" (Jn 7, 37-39). De ahí que Jesús diga a sus discípulos: "Os conviene que Yo me vaya" (Jn 16,7).

Y para que ellos entiendan mejor el porqué era tan importante que Él se fuera, les dice: "Todavía tengo que deciros muchas cosas, pero no podéis sobrellevarlas ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de la Verdad, Él os guiará hasta la Verdad completa, pues no hablará por Sí Mismo, sino que hablará de lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir. Él me glorificará porque recibirá de lo Mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es Mío. Por eso dije que recibirá de lo Mío y os lo anunciará" (Jn 16, 12-15). Y les habla claramente: "Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre" (Jn 16,28). Y es desde ahí, junto a Su Padre, como podrán ambos enviarnos Su Espíritu.

(Continuará)

domingo, 26 de mayo de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS ESPÍRITU SANTO (II))

En el Nuevo Testamento nos encontramos con textos que hablan del Espíritu, en primer lugar, como una fuerza divina que vivifica. Es el caso en que el ángel le dice a María: "El Espíritu Santo descenderá sobre tí y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1,35).  Y, en San Mateo se puede leer que, antes de que José conviviese con su esposa "se encontró que María había concebido por obra del Espíritu Santo" (Mt 1, 18). Estas expresiones nos recuerdan algunas del Antiguo Testamento, como aquellas en que se dice que "la tiniebla cubría la faz del abismo y el Espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas" (Gen 1,2) o  bien: "El Espíritu del Señor llena la tierra" (Sab  1,7).

En la concepción de Jesús en el vientre de María hay una intervención especial del Espíritu de Dios, de modo que el hijo engendrado por María será llamado, en forma exclusiva y única, Hijo de Dios (Lc 1,35)

Luego se dice que "cuando Jesús fue bautizado  mientras estaba en oración, se abrió el cielo y bajó el Espíritu Santo sobre Él en forma corporal, como una paloma..." (Lc 3,21-22). El Espíritu Santo se encuentra constantemente presente en todo el Nuevo Testamento: "Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto..." (Lc 4,1). Cuando Juan Bautista habla de Jesús les dice a los judíos: "Él os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego" (Mt 3, 11). Pedro, en su predicación a Cornelio, le explica "cómo a Jesús de Nazaret le ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder, y pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él" (Hech 10, 38).

En la sinagoga de Nazaret, cuando Jesús lee el texto de Isaías (Is 61, 1-2), se atribuye a Sí mismo las palabras que pronuncia: "El Espíritu del Señor está sobre Mí, por lo que me ha ungido para evangelizar a los pobres...Y enrollando el libro se lo devolvió al ministro y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en Él. Y comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír" (Lc 4, 18. 20-21). Tenemos también otras palabras del profeta Isaías (Is 42, 1-2), que Jesús se atribuye a Sí mismo: "He aquí a mi Siervo, a quien elegí; mi Amado, en quien se complace mi alma. Pondré mi Espíritu sobre Él y anunciará la justicia a las naciones" (Mt 12, 18). Jesús afirma que actúa con el poder del Espíritu: "Si Yo expulso a los demonios por el Espíritu de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros" (Mt 12-28)



El Espíritu Santo es también fuerza divina que santifica. Por ejemplo, tenemos el caso del Bautista que "estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre" (Lc 1,15). Esto ocurrió también con sus padres: "Isabel quedó llena del Espíritu Santo" (Lc 1,41)  y  Zacarías "quedó lleno del Espíritu Santo" (Lc 1,67). Y lo mismo podemos decir del anciano Simeón de quien se escribe que "el Espíritu Santo estaba en Él" (Lc 2,25). Después de resucitar, una de las veces en que Jesús se apareció a los apóstoles, "sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les son perdonados; y a quienes se los retengáis, les son retenidos" (Jn 20, 22-23).

La historia de la Iglesia primitiva podría describirse como la epopeya del Espíritu Santo, que se manifiesta con mucha frecuencia, como podemos leer en los Hechos de los Apóstoles y en las cartas de San Pablo, especialmente. Así Jesús, poco antes de su Ascención a los cielos, dijo a sus discípulos: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra" (Hech 1,8), lo que ocurrió diez días después, el día de Pentecostés: "Estaban todos reunidos en el mismo lugar. Y sucedió que, de repente, sobrevino del cielo un ruido como de viento huracanado, que invadió toda la casa en la que estaban. Se les aparecieron lenguas como de fuego, que se distribuían y se posaban sobre cada uno de ellos. Y todos se llenaron del Espíritu Santo..." (Hech 2, 1-4).

En el discurso que dio San Pedro entonces, a consecuencia del cual se bautizaron unas tres mil personas, dijo entre otras muchas cosas, hablando de Jesús: "A este Jesús le resucitó Dios, y de eso todos nosotros somos testigos; exaltado, pues, a la diestra de Dios, y recibida del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo derramó según vosotros veis y oís" (Hech 2, 32-33). El poder del Espíritu Santo se manifiesta con muchísima frecuencia en todas las actuaciones de los apóstoles. Por ejemplo, cuando Pedro estaba predicando sobre Jesús, en casa del centurión Cornelio, "que todo el que cree en Él recibe por su Nombre el perdón de los pecados" (Hech 10,43) "...descendió el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban la palabra... Y entonces habló Pedro: ¿Podrá alguien negar el agua del bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros? Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo" (Hech 10, 44.47.48).

Y San Pablo: "¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?" (1 Cor 3,16) "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?" (1 Cor 6, 19). Todos los bautizados han sido santificados por el Espíritu Santo: "Habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre de Jesucristo el Señor y en el Espíritu de nuestro Dios" (1 Cor 6, 11). Y en otra ocasión: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos dado" (Rom 5,5)... "Recibistéis un espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: Abba, Padre. El mismo Espíritu da testimonio junto con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios" (Rom 8, 15-16).

Eso significa que, puesto que no nos pertenecemos, es preciso vivir según el Espíritu y no según la carne: "Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Ahora bien, vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu , si es que el Espíritu habita en vosotros. Si alguien no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es de Cristo" (Rom 8, 8-9). Pero tenemos una gran esperanza, y es que "el Espíritu acude en ayuda de nuestra flaqueza, pues no sabiendo pedir lo que conviene, el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rom 8,26)

sábado, 11 de mayo de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS ESPÍRITU SANTO I)


En todo lo que se ha venido hablando hasta ahora acerca de Dios, el objetivo principal ha sido, y sigue siendo, el de conocerlo, en la medida en la que esto sea posible, a la luz de la fe y de las enseñanzas contenidas en el Nuevo Testamento, tomando siempre como guía aquello que la Iglesia Jerárquica, en comunión con el Santo Padre, considera que es la recta interpretación de la Escritura,  y no olvidando que toda Escritura es divinamente inspirada (2 Tim 3, 16-17) y que cuantas cosas fueron escritas en el pasado, para nuestra enseñanza han sido escritas, con el fin de que  por la paciencia y por el consuelo de las Escrituras, mantengamos la esperanza (Rom 15,4) y plenamente consciente de las palabras que dice Jesús por boca de San Juan, en el Apocalipsis:  si alguien añade algo a esto, Dios enviará sobre él las plagas escritas en este libro; y si alguien substrae alguna palabra a la profecía de este libro, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa que se describen en este libro (Ap 22, 18-19).

Así es que, con la ayuda de Dios, que sé que no me ha de faltar, me propongo continuar hablando del misterio de la Santísima Trinidad, en el mismo sitio en que lo dejé. Y como punto de referencia y de inicio voy a tomar prestadas las palabras que San Pablo dirigió a los corintios, cuando les dijo: "¿Qué hombre conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así también, nadie conoce lo que hay en Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Cor 2,11). Y poco antes: Está escrito que "lo que ni ojo vio, ni oído oyó, ni llegó al corazón del hombre, eso preparó Dios para los que le aman. Pues bien:  A nosotros nos lo ha revelado Dios por su Espíritu, pues el Espíritu lo penetra todo, hasta las profundidades de Dios" (1 Cor 2, 9-10)


Mucho hay escrito sobre el Espíritu de Dios, ya incluso en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, cuando se dice: "El Espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas" (Gen 1,2). El Espíritu se identifica aquí con el viento, que no se considera como una simple fuerza natural sino como una fuerza que se atribuye directamente a Dios: "Dios hizo soplar un viento sobre la Tierra, de manera que las aguas decrecieron" (Gen 8,1). Es digno de mencionar aquí el pasaje de la Biblia en el que Dios se manifiesta a Elías en el monte Horeb, aunque no fue precisamente en el fuerte viento donde se le manifestó: "Un viento fortísimo conmovió la montaña y partió las rocas... pero el Señor no estaba en el viento. Detrás del viento un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Detrás del terremoto, un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Detrás del fuego un susurro de brisa suave. Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto, salió y se detuvo a la puerta de la cueva. Entonces le llegó una voz que decía:- ¿Qué te trae aquí, Elías?" (1 Re 18, 11-13). El viento que procede de Dios no es precisamente un viento impetuoso.

Otro significado de Espíritu, muy relacionado con el anterior, es el de aliento, un aliento que da vida, una vida que procede de Dios. Es el mismo Dios quien infunde su aliento en los vivientes, en particular en el hombre: "El Señor Dios formó al hombre del polvo de la Tierra, insufló en sus narices aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser vivo" (Gen 2, 7). El aliento de vida aparece como aliento de Dios; y su ausencia es causa de muerte: "Les retiras tu aliento y mueren, vuelven al polvo. Pero envías tu Espíritu, y son creados, y renuevas la faz de la tierra" (Sal 104, 29-30). "El Espíritu de Dios me ha creado, el aliento del Omnipotente me ha dado la vida" (Job 33,4)

Pero el Espíritu de Dios va mucho más allá: "Os daré un corazón nuevo y pondré en vuestro corazón un Espíritu nuevo. Arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré mi Espíritu en vuestro interior y haré que caminéis según mis preceptos, y guardaréis y cumpliréis mis normas ... Vosotros seréis mi pueblo y Yo seré vuestro Dios" (Ez 36, 26-28) . Este Espíritu está relacionado también con la sabiduría: "¿Quién podrá conocer tu designio si Tú no le das la sabiduría y envías desde las alturas tu santo Espíritu?" (Sab 9,17). Y de una manera permanente reposará plenamente este Espíritu en el futuro Mesías, es decir, en Jesús, según predice el profeta Isaías, predicción que se hizo realidad, como sabemos: "Sobre Él reposará el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor" (Is 11,2)

jueves, 2 de mayo de 2013

E-MAIL SOBRE EL ABORTO


Hola: 

Cuando sabemos, sin ningún género de dudas, que el aborto es un crimen, la muerte de un ser humano que, además, está completamente desprotegido y que es inocente.

Cuando sabemos que, legalmente, se ha reconocido este derecho a matar... ¡Y no hacemos nada! ...siendo ésta la mayor injusticia que existe ... creo que nuestra conciencia debería despertar ya de una vez. ¡Y actuar! ... Se nos va a juzgar no sólo por lo que hacemos mal, sino por aquello que podríamos haber evitado que se hiciera y no lo hicimos.

Dicen que se va a "modificar" la ley del aborto ... pero todas las noticias que se tienen al respecto es que se va a quedar prácticamente igual, con algún ligero retoque, y además, el aborto seguirá estando financiado por el Gobierno, o sea, por todos nosotros.

Pienso que es el momento...¡ahora!... de no mirar para otra parte como si eso no fuera con nosotros. Se impone un mínimo de humanidad para evitar todas esas muertes que, se quiera o no se quiera, de algún modo pesan también sobre nuestras conciencias... sobre todo si no hacemos nada, si no hacemos absolutamente nada.

Esa es la razón por la que te escribo este e-mail. Espero que te haga pensar un poquito, sin intereses ocultos o partidistas de ningún tipo, basándote sólo en la verdad de las cosas ... ¡Y que reacciones!

No podemos consentir que el mal triunfe en un mundo como éste que tan necesitado está de ideas claras ... y que tan engañado vive y tan metido de lleno en la mentira que no es capaz de llamar a las cosas por su nombre.

Y así, por más demostrado que esté desde el punto de vista científico y desde todos los puntos de vista, que el aborto es la muerte de un ser humano, como nosotros (pero más pequeñito), da la impresión, por nuestro modo de reaccionar (o más bien, de no reaccionar) de que se trata de algo banal y sin importancia ...¡nos tiene sin cuidado, vamos!

Parece mentira, pero siendo algo tan sencillo de entender, desgraciadamente la gente cierra los ojos ante esta realidad. ¡En general, salvo excepciones, por lo único que la gente se indigna hoy es por los recortes! ... Nos subleva mucho más el hecho de que nos quiten nuestro dinero que el hecho, muchísimo más grave, de que se estén matando a mas de 300 personas diariamente.

Hemos cambiado el chip ... ¡Y lo que es aún peor: el aborto, siendo, como es, un crimen, se ve hoy como una señal de progreso; y como un derecho!. Así está recogido expresamente en la ley vigente. Esto es muy grave.

Si por un casual (y tal vez no tan casual) alguno de nosotros pensáramos de este modo es que tenemos un serio problema y deberíamos replantearnos nuestra existencia ... ¡con urgencia y muy seriamente!

En fin, cuento contigo. Tal vez firmar esta petición no sirva de mucho. Pero lo que es seguro es que si ni siquiera hacemos esto, va a servir aún menos.

Te envío el enlace que yo ya he firmado, por si te animas.


Nota: Este e-mail (con algún retoque de forma, que no de fondo) fue dirigido a unos compañeros el 29 de abril de este año de 2013 
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miércoles, 24 de abril de 2013

NUEVO BLOG

Comienzo una nueva andadura, con la apertura de un nuevo blog y algunos ligeros cambios en éste. El lector atrevido se preguntará  el porqué de estos cambios. En realidad, no hay ninguna razón de peso para proceder como yo lo he hecho. Pero me ha parecido conveniente hacerlo así  porque quiero diferenciar entre cuestiones doctrinales y problemas de actualidad religiosa y política, por un lado. Y, por otro dedicar una sección a todo lo que se refiera a reflexiones personales que, por así decirlo, van dirigidas de un modo más directo al alma y a la sensibilidad del sufrido lector. 

Aunque, básicamente, el tema de fondo de ambos blogs va a seguir siendo el el mismo, es decir, la religión católica y su importancia esencial para la vida de la sociedad en la que vivimos, he realizado un desglose llevando parte de las entradas  al nuevo  blog. que he titulado "Il Trovatore" .En concreto han sido 68 el número de entradas migradas al nuevo blog, siguiendo el criterio explicado en el anterior párrafo.

Por supuesto, las entradas que han sido borradas de este blog  y migradas a  "Il Trovatore" no se encuentran ya aquí, sino en el  nuevo blog, al cual puede acceder. mediante el  enlace "Il Trovatore" situado en la parte superior derecha de este blog.

Este "Blog católico de José Martí"  queda reducido así, al día de hoy, a tan solo 46 entradas. En principio este blog seguirá su curso habitual, como hasta ahora. Además se ha introducido una sección especial en la que irán apareciendo todas las homilías del Santo Padre Francisco (incluiremos también las que ya ha pronunciado hasta este momento)

Con relación al nuevo blog añadir tan solo que se va a introducir una nueva sección dedicada expresamente a la poesía; en particular a la poesía de trasfondo religioso, y tomando como referencia esencial las liras del gran místico español que fue San Juan de la Cruz..

En fin, me pareció que debía dar una pequeña explicación acerca de este ligero cambio en el actual blog así como hacer ya, de paso, alguna "propaganda" sobre mi nuevo blog "Il Trovatore". Eso es todo... por ahora.

martes, 23 de abril de 2013

IMPOSIBLE ENCONTRAR A JESÚS FUERA DE LA IGLESIA


Este vídeo dura poco más de tres minutos. Recoge parte de una homilía del Santo Padre Francisco en el día de su onomástica. Como señala el Papa es imposible encontrar a Jesús si no es en la Iglesia Católica.

jueves, 18 de abril de 2013

De la 4ª HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO (Domingo de Ramos, 24 mar 13)


En esta homilía el Papa nos insiste en la necesidad de la cruz para poder dar un testimonio verdadero de Jesucristo, un testimonio alegre, propio de los jóvenes y de los que se sienten jóvenes. El verdadero cristiano nunca envejece. Ya lo decía Chesterton: "El gigantesco secreto del cristiano es la alegría" . Y como he escrito en post anteriores, sin cruz no hay verdadera alegría, pues ésta va unida al amor y el amor, para ser auténtico, ha de ser un amor crucificado, crucificado con Jesucristo.
A continuación transcribo parte del texto de la homilía pronunciada por el Papa Francisco el Domingo de Ramos, 24 de marzo de este año 2013

1. Ésta es la primera palabra que quisiera deciros: Alegría. ¡No seáis nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo! No os dejéis vencer jamás por el desánimo. Nuestra alegría no nace de tener muchas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús, que está entre nosotros; nace de saber que, con Él, nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles, aun cuando en el camino de la vida tropecemos con problemas y obstáculos que parecen insuperables, y ¡hay tantos! Y en este momento viene el enemigo, viene el diablo, tantas veces disfrazado de ángel, e insidiosamente nos dice su palabra. No le escuchéis. Sigamos a Jesús. Nosotros acompañamos, seguimos a Jesús, pero sobre todo sabemos que Él nos acompaña y nos carga sobre sus hombros: en esto reside nuestra alegría, la esperanza que hemos de llevar a este mundo nuestro. Y, por favor, no os dejéis robar la esperanza, ¡no os dejéis robar la esperanza: esa que nos da Jesús!

¿Por qué Jesús entra en Jerusalén? O, tal vez mejor, ¿cómo entra Jesús en Jerusalén? La multitud lo aclama como rey. Y Él no se opone, no la hace callar ( Lc 19,39-40). Pero, ¿qué tipo de rey es Jesús? Mirémoslo: montado en un pollino, no tiene una corte que lo siga, no está rodeado por un ejército símbolo de fuerza. Los que lo acogen son gente humilde, sencilla, que tienen el sentido de ver en Jesús algo más, que tienen el sentido de la fe, que dice: Éste es el Salvador. Jesús no entra en la Ciudad Santa para recibir los honores reservados a los reyes de la tierra, a los que tienen el poder, a los que dominan; entra para ser azotado, insultado y ultrajado, como anuncia Isaías en la Primera Lectura ( Is 50,6); entra para recibir una corona de espinas, una caña, un manto de púrpura: su realeza será objeto de burla; entra para subir al Calvario cargando un madero.

2. Y he aquí la segunda palabra: Cruz. Jesús entra en Jerusalén para morir en la cruz. Y es precisamente aquí donde resplandece su ser rey según Dios: su trono regio es el madero de la cruz. Pienso en lo que decía Benedicto XVI a los Cardenales: Vosotros sois príncipes, pero de un rey crucificado. Ese es el trono de Jesús. Jesús toma sobre sí... ¿Por qué la cruz? Porque Jesús toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, el de todos nosotros, y lo lava, lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios. Miremos a nuestro alrededor: ¡cuántas heridas inflige el mal a la humanidad! Guerras, violencias, conflictos económicos que se abaten sobre los más débiles, sed de dinero que nadie puede llevarse consigo, lo debe dejar. Mi abuela nos decía a los niños: El sudario no tiene bolsillos. Amor al dinero, al poder, la corrupción, las divisiones, los crímenes contra la vida humana y contra la creación. Y también –cada uno lo sabe y lo conoce– nuestros pecados personales: las faltas de amor y de respeto a Dios, al prójimo y a toda la creación. Y Jesús en la cruz siente todo el peso del mal, y con la fuerza del amor de Dios lo vence, lo derrota en su resurrección. Este es el bien que Jesús nos hace a todos en el trono de la cruz. La cruz de Cristo, abrazada con amor, nunca conduce a la tristeza, sino a la alegría, a la alegría de ser salvados y de hacer un poquito eso que Él ha hecho el día de su muerte.

3. Hoy hay tantos jóvenes en esta plaza: desde hace 28 años, el Domingo de Ramos es la Jornada de la Juventud. Y ésta es la tercera palabra: Jóvenes. Queridos jóvenes, os he visto en la procesión cuando entrabais: os imagino haciendo fiesta en torno a Jesús, agitando ramos de olivo; os imagino mientras aclamáis su nombre y expresáis la alegría de estar con Él. Vosotros tenéis una parte importante en la celebración de la fe. Nos traéis la alegría de la fe y nos decís que tenemos que vivir la fe con un corazón joven, siempre: un corazón joven incluso a los setenta, ochenta años. Corazón joven. Con Cristo el corazón nunca envejece. Pero todos sabemos, y vosotros lo sabéis bien, que el Rey a quien seguimos y nos acompaña es un Rey muy especial: es un Rey que ama hasta la cruz y que nos enseña a servir, a amar. Y vosotros no os avergonzáis de su cruz. Más aún, la abrazáis porque habéis comprendido que la verdadera alegría está en el don de sí mismo, en el don de sí, en salir de uno mismo, y en que Él ha triunfado sobre el mal con el amor de Dios. Lleváis la cruz peregrina a través de todos los continentes, por las vías del mundo. La lleváis respondiendo a la invitación de Jesús: «Id y haced discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,19), que es el tema de la Jornada Mundial de la Juventud de este año. La lleváis para decir a todos que, en la cruz, Jesús ha derribado el muro de la enemistad, que separa a los hombres y a los pueblos, y ha traído la reconciliación y la paz [...] Preparaos bien, sobre todo espiritualmente en vuestras comunidades, para que este encuentro sea un signo de fe para el mundo entero. Los jóvenes deben decir al mundo: Es bueno seguir a Jesús; es bueno ir con Jesús; es bueno el mensaje de Jesús; es bueno salir de uno mismo, a las periferias del mundo y de la existencia, para llevar a Jesús. Tres palabras: alegría, cruz, jóvenes.

Pidamos la intercesión de la Virgen María. Ella nos enseña el gozo del encuentro con Cristo, el amor con el que debemos mirarlo al pie de la cruz, el entusiasmo del corazón joven con el que hemos de seguirlo en esta Semana Santa y durante toda nuestra vida. Que así sea.

domingo, 10 de marzo de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (Introducción al Espíritu Santo)


Hablar de Dios es muy difícil. Según Santo Tomás, "sólo Dios habla bien de Dios". De modo que la empresa en la que me he metido, al tocar este tema de la Santísima Trinidad,  no deja de ser ardua y compleja. Y, sin embargo, considero que es necesaria, porque Dios nos ha dado la razón para que la usemos. Es clásica la definición del hombre como animal racional. Al hacer uso de nuestra razón actuamos conforme a la naturaleza que Dios nos ha dado. Las personas, en general, no solemos hacer precisamente un uso excesivo de dicha facultad. Tendemos, más bien,  a que otros piensen por nosotros y a que nos den la tarea resuelta. Pero no es eso lo mejor para nosotros, ni muchísimo menos.

Es conveniente y necesario leer y comprender lo que otros han dicho acerca de cualquier tema (siempre que se trate de personas de las que uno pueda fiarse, por su categoría intelectual y por su conocimiento del asunto sobre el que escriben). Por supuesto que lo es. Aunque no es suficiente. Es preciso hacer propias aquellas ideas, expresadas por otros, acerca de la realidad de la que se esté tratando. Y, para ello, se requiere de la reflexión y el silencio, poniendo el máximo empeño posible de nuestra parte, y siendo conscientes de la presencia de Dios, pues "en Él vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28).

Sólo se sabe bien aquello que se asimila. Y asimilar ciertas cosas, como en el tema que nos ocupa, no sólo requiere meditar en ellas, mediante el estudio y mediante una lectura sosegada, despierta y tranquila. Nadie pone en duda de que esto sea algo necesario, pero no es, ni con mucho, suficiente, ya que aquí estamos tratando de verdades cuya comprensión plena es imposible, nos sobrepasan, están más allá de nuestras posibilidades; siempre nos quedaremos cortos por mucho que digamos.

¿Quiere eso decir que lo mejor que podríamos hacer sería poner punto en boca y callarnos, para no decir majaderías? Pienso que no. Dios conoce muy bien nuestras limitaciones; y cuenta ya con ello. En realidad, lo único que Dios nos pide es que tratemos de conocerle, que pongamos de nuestra parte todo lo que realmente dependa de nosotros. Y que tengamos confianza: Él pondrá lo que nos falte. Dios sólo quiere ver si el amor que decimos tenerle es auténtico, si hacemos todo lo posible (¡y lo imposible!) por conocerlo, en la medida de nuestras posibilidades, y amarlo, sobre todo con vistas a hacer el máximo bien posible a las personas que nos rodean pues, como decía el apóstol Pedro: "cada uno debe poner al servicio de los demás los dones que ha recibido" (1 Pet 4,10).

Dios cuenta con nosotros, sus discípulos, para darse a conocer al resto de personas. ¿Por qué? Pues porque así lo ha dispuesto. Tal es su voluntad. Se nos manifiesta ordinariamente a través de otras personas. Y, a través de nosotros, puede llegar también a otras personas, para que lo conozcan y lo amen. Y, como dice San Pablo: "¿Cómo invocarán a Aquel en quien no creyeron? ¿Y cómo creerán, si no oyeron hablar de Él? ¿Y cómo oirán si nadie les predica? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?" (Rom 10, 14-15). Hay algo que está muy claro, con relación a Dios, y es que "sin fe es imposible agradarle, pues es preciso que quien se acerca a Dios crea que existe y que es remunerador de los que le buscan" (Heb 11,6). 

De ahí la importancia vital de la fe. Y de ahí la responsabilidad que tenemos los cristianos de procurar conocer a Jesucristo, para amarle y vivir conforme a lo que Él quiera para nosotros. Y luego, debemos darlo a conocer a los demás. Los cristianos poseemos un tesoro de valor incalculable. Pero este tesoro no es sólo para nosotros sino para que puedan disfrutar de él el mayor número posible de personas. "Nadie enciende una lámpara para ponerla en un sitio oculto, ni debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que los que entren vean la luz" (Lc 11,33)

Y no debemos preocuparnos demasiado por el fruto que podamos producir. Es suficiente tener siempre "in mente" y, sobre todo, en el corazón, las palabras del Señor. Eso es lo único que importa. Y el fruto es seguro: "El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 5). Y con la seguridad que nos dan estas palabras de Jesús, podemos atrevernos a hablar, cada uno en función del puesto que desempeñe en la sociedad, puesto que la misión de predicar es sólo para los que han sido enviados, es decir, los sacerdotes.

¿Y qué tenemos que hacer, entonces, los demás cristianos? ¿Acaso nosotros no podemos hablar? Por supuesto que sí: podemos y debemos. Pero de otra manera. Conscientes de que "llevamos este tesoro en vasos de barro, para que se reconozca que la sobreabundancia del poder es de Dios, y no proviene de nosotros" (2 Cor 4,7), prestemos también mucha atención a aquello a lo que el apóstol Pedro nos exhorta, cuando dice: "Glorificad a Cristo Jesús en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de nuestra esperanza" (1 Pet 3, 15).

En consecuencia: ¿qué podemos hacer para dar testimonio de nuestra fe, conforme a las enseñanzas del Señor? Podríamos decir aquí bastantes cosas. Me limitaré a consignar algunas que considero fundamentales: 

Lo primero de todo, conocer muy bien esas enseñanzas, mediante la lectura asidua y atenta del Evangelio y del resto del Nuevo Testamento, sobre todo; y luego, no cesar de pedir al Señor, insistentemente, que aumente nuestra fe

Más cosas: participación frecuente en la Santa Misa, al menos los domingos y fiestas de precepto, tal como lo manda nuestra Santa Madre la Iglesia; práctica frecuente de los sacramentos, en particular el sacramento de la Penitencia, con la confesión de nuestros pecados (¡un sacramento que está tan olvidado y del que tan poco se habla, siendo, como es, tan importante!) y, por supuesto, el sacramento de la Eucaristía, es decir, la comunión, siempre que se tengan las debidas disposiciones y se esté en estado de gracia, con la alegría de estar recibiendo a Jesús, realmente presente en dicho Sacramento, oculto bajo las especies del pan y del vino.

Por supuesto, el cumplimiento esmerado de los mandamientos de la Ley de Dios, etc... Si hiciéramos todas estas cosas, eso se reflejaría en nuestra vida, porque se vería que Jesucristo es el centro de toda nuestra existencia; de alguna manera, Él estaría presente en nosotros, hablándole al mundo de aquello que le conviene para su felicidad auténtica, ya en esta vida, y para su salvación eterna.

En cualquier caso, no hay que apurarse, porque Dios no va a pedir lo mismo a todos sino a cada uno en función de aquellos dones que haya recibido y de sus circunstancias particulares, que sólo Él conoce perfectamente, mucho mejor que nosotros mismos. No es bueno, por lo tanto, compararse con los demás. Pero eso sí: debemos procurar amar a Dios, como el que más, puesto que "cada uno recibirá su recompensa conforme a su trabajo" (1 Cor 3,8), o lo que es igual, conforme a su amor, al amor que ponga en aquello que haga, que no otra cosa es el trabajo bien hecho. 

Sigamos, por lo tanto, el consejo que daba el apóstol Pablo a los colosenses: "Todo cuanto hagáis hacedlo de corazón, como hecho para el Señor y no para los hombres, sabiendo que recibiréis del Señor el premio de la herencia" (Col 3, 23-24)
(Continuará)

sábado, 9 de febrero de 2013

CIENCIA Y VERDAD (y IV)


POSIBILIDAD DE LA CIENCIA COMO CONOCIMIENTO

Nos hacemos ahora la siguiente pregunta: ¿Puede el pensamiento llegar a conocer, efectivamente, la realidad material? Existe un prejuicio que hace de la materia una realidad impenetrable por la inteligencia, prejuicio que tiene como trasfondo el dogma dualista de la separación absoluta entre el espíritu y la materia, dualismo muchas veces inconsciente y fuertemente arraigado en la conciencia occidental desde Descartes.

Sin embargo, la mejor manera de abordar un problema es considerar todos sus datos sin ningún tipo de prejuicios. Por lo tanto, si la ciencia, como así ocurre, nos descubre en la naturaleza una profunda inteligibilidad, sería anticientífico declarar a priori que ese hecho es contradictorio e incomprensible. Por el contrario, el hecho de que la materia sea pensable debe ser considerado-sin ningún tipo de ideas preconcebidas- como el único punto de partida que hace posible una investigación ulterior.

Son varias las cosas que han de ser tenidas en cuenta. De un lado, el hombre de ciencia cree en la existencia de un mundo exterior, con el que puede entrar en diálogo y descifrarlo. De otro lado, como resultado de ese diálogo, el esfuerzo científico desemboca en unas teorías que parecen muy alejadas del mundo real. Y, no obstante, a pesar de su gran abstracción, no se trata de teorías ilusorias, al margen de la realidad. No son puras construcciones del espíritu humano, pues su aplicación a lo real concreto está, de hecho, transformando el mundo.


Louis de Broglie, uno de los máximos representantes de la Física Moderna, hace, por ejemplo, afirmaciones como ésta: "Lo maravilloso del progreso de la ciencia es que nos ha revelado que existe una concordancia entre nuestro pensamiento y lo real". La conclusión a la que se llega parece, pues, bastante clara: la materia se deja penetrar por el pensamiento, puede ser conocida; lleva en sí la capacidad de ser pensada y comprendida. El esfuerzo del científico queda así suficientemente justificado y recompensado. De lo contrario no tendría ningún sentido.

LÍMITES DE LA CIENCIA

El último punto a considerar, de gran interés, es el relativo a los límites propios que tiene la ciencia, límites que deben ser considerados para situar a la ciencia en el lugar que le corresponde, sin denigrarla por ello, ni muchísimo menos, pero tampoco haciendo de ella un ídolo y endiosándola como si ella fuera capaz de resolver todos los problemas y satisfacer todos los deseos de la persona humana.

Debido a su propio método de acceso a la realidad, la ciencia nos revela sólo lo real material y en su aspecto cuantitativo. El problema surge cuando no se admite que pueda existir algún otro modo, diferente y válido, para acceder a lo real (que no sea utilizando el método científico). Desde esa perspectiva sólo sería real aquello que pudiera ser reducido a números, pero tal reducción es una simplificación que ignora la riqueza de lo real y es, por lo tanto, falsa. Es evidente que, si la ciencia experimental ha nacido parcelando la realidad y considerando sólo el aspecto cuantitativo de la misma, no puede tener una pretensión de explicación total. Cuando tal cosa ocurre, lo que es bastante frecuente, la ciencia se está saliendo de su cometido como tal ciencia, erigiéndose en metafísica. Pero ésa no es su misión. Este fenómeno es conocido como cientifismo o ciencismo. La ciencia, en sí misma, es ajena a él.


Algunos científicos, sin embargo, caen en el error del cientifismo. Pero es conveniente tener las ideas bien claras, pues lo cierto es que el error que cometen no se debe a su condición de científicos sino a su modo personal de interpretar los resultados a los que llega la ciencia, absolutizándolos. Una posible causa de este modo de actuar, que podríamos llamar "psicológica" (por llamarla de algún modo), habría que buscarla en el hecho constatado de que la sola explicación científica de cualquier cosa deja a la persona insatisfecha. ¿Por qué? Pues porque la mente humana, por su propia conformación, aspira a poseer un conocimiento completo -y no parcial- de las cosas: es éste un aspecto muy importante para el desarrollo de toda persona, como tal persona.

Lo honesto en un científico es dar a los resultados de sus experiencias el valor que realmente tienen, admitiendo que existen otros modos, también válidos, de acceder a una misma realidad. No es propio de un científico honrado pretender que la visión que proporciona la ciencia, como modo particular de encuentro con el mundo, es la única posible, ignorando que existen otras maneras, reales también, de comprender el mundo.

El hecho mismo de reflexionar sobre la ciencia, que es precisamente lo que yo estoy haciendo en este estudio, no es propiamente ciencia, pues no se utiliza el método científico en esta reflexión. Cuando un científico reflexiona sobre su propia disciplina objeto de estudio no lo hace ya como tal científico; es decir, no hace uso del saber científico sino que acude a otros saberes. Tales pueden ser su propio buen sentido, con los riesgos a los que se expone al hacerlo así (como prejuicios, falta de sentido crítico,...) o bien el saber filosófico y, concretamente, la rama de la filosofía que se conoce como Filosofía de la Naturaleza.

La apertura del científico a otro tipo de saberes diferentes del saber científico, y válidos igualmente, al mismo tiempo que lo perfecciona como persona (ser, por definición, esencialmente abierto a la verdad, independientemente de las formas que ésta adopte) hace patente, de una manera "vivencial", si podemos expresarlo así, los límites propios del saber científico.


Y, además, existe cierto tipo de realidades que quedan fuera del alcance de la ciencia; por ejemplo: la libertad no tiene ningún sentido para la ciencia, no porque no sea real, sino porque su realidad, científicamente hablando, no tiene sentido. La libertad sigue siendo un hecho, una realidad. Por supuesto que sí; pero en un sentido completamente diferente del que la ciencia entiende como realidad. De hecho, los más graves problemas humanos superan el alcance de la ciencia. No es misión de la ciencia, por poner algún ejemplo, promover amor y esperanza en los corazones de las personas, enseñar el sentido de la vida, etc.

La ciencia, por sí sola, no puede satisfacer todas las exigencias de la persona humana. Hacer esta afirmación no significa, en absoluto, condenar a la ciencia. Lejos de mí tal propósito, por lo demás absurdo: la ciencia es fundamental para el progreso humano. Ahora bien, dicho lo cual, no debe perderse de vista que la ciencia no puede ni debe ser endiosada. Aquí se la considera en el punto en el que debe estar; o sea, como un modo, muy importante, sin duda, pero no único, de acceder a la realidad.

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Cito, a continuación, la bibliografía en la que me he basado para confeccionar este artículo:

  1. Artigas, Mariano: "Ciencia, Razón y Fe"
  2. Aubert, J. M. : "Filosofía de la Naturaleza"
  3. Cardona, Carlos: " Metafísica de la opción intelectual"
  4. García Morente, Manuel: "Fundamentos de Filosofía"
  5. Gilson, Etiénne: "El realismo metódico"
  6. Gutiérrez Ríos, Enrique: "La ciencia en la vida del hombre"
  7. Millán Puelles, Antonio: "Fundamentos de Filosofía"
  8. Zubiri, Xavier: "Naturaleza, Historia, Dios"

viernes, 8 de febrero de 2013

MATRIMONIO


Es éste un vídeo de HO muy interesante que, sin discriminar en absoluto a los homosexuales, llama a las cosas por su nombre. Sólo el matrimonio como institución de origen divino y, por lo tanto, natural, es propiamente matrimonio: Muy bien argumentado.


sábado, 2 de febrero de 2013

CIENCIA Y VERDAD (III)


Con relación a los dos tipos de ciencias a los que nos hemos referido, las ciencias experimentales y las filosóficas, está claro que hay algo en común entre ellas. En ambas se busca la verdad de las cosas, cada una con su propio método, pero siempre a la luz de la razón.

Pues bien: existe una tercera clase de ciencias: las ciencias teológicas. Si hubiera que dar de ellas una definición, ésta es análoga a la de las ciencias filosóficas, o sea, estudio de la totalidad del ser, atendiendo a sus causas últimas, incluyendo aquí el origen y el sentido de todo lo que es; sólo que, en este caso, el conocimiento adquirido se tiene utilizando como dato cierto y punto de partida, la luz de la Revelación; o la luz de la fe, que viene a ser lo mismo. Por razones obvias, podemos decir, igual que hacíamos con la filosofía, que no toda teología es ciencia teológica: lo es únicamente si acepta, como real, el punto de partida que la hace posible, o sea, la verdad íntegra de la Revelación, sin excluir nada de ella.

La existencia de Jesucristo es un hecho histórico que nadie puede negar. Evidentemente, si la Ciencia Teológica toma como punto de partida el Dato Revelado, es decir, que Dios se ha hecho realmente hombre en Jesucristo y que ha fundado su Iglesia, su verdadera y única Iglesia, que es la Iglesia Católica, dando sentido a todo cuanto ha sido, es y será, no cabe duda de que para hacer ciencia teológica se requiere, necesariamente, de la fe (como se ha dicho). Es a la luz de la fe cuando el conocimiento de la verdad se enriquece infinitamente.

Por eso podemos hablar de Ciencia, y hacerlo de modo riguroso, si nos referimos a la verdadera Teología, pues como se dijo al principio es lo propio de toda ciencia el conocimiento de la verdad. No importa el método usado, en realidad, si la meta de toda auténtica ciencia es la verdad. Conviene no olvidarlo. Si el grado de verdad conseguido, haciendo uso del dato Revelado, es superior al que se obtiene haciendo uso solamente de la razón, habremos de concluir que, incluso como Ciencia, la Teología es superior a la Filosofía. Como diría Santo Tomás de Aquino, lo sobrenatural supone lo natural como base y, además, lo perfecciona. En otras palabras, la fe no se opone a la razón, sino que la supone y la conduce a su plenitud. Dicho lo cual, sin embargo, y para evitar confusiones, en lo que sigue, cuando usemos la palabra ciencia nos estaremos refiriendo exclusivamente a las ciencias experimentales, pues tal es el uso que se da comúnmente a dicha palabra.

¿QUÉ SE ENTIENDE POR CIENCIA?

Subjetivamente, la ciencia es un saber acerca de las cosas, pero no cualquier tipo de saber, sino un saber sistemático. Es decir: no sólo se sabe algo sino que se sabe también el porqué de ese algo que se sabe. Es bien conocida la clásica definición de ciencia como "conocimiento cierto por sus causas". Es precisamente en este sentido en el que, con frecuencia, se dice que el estudio debe ser una actividad científica: el que estudia debe esforzarse en obtener un saber sistemático.

Desde un punto de vista objetivo, la palabra ciencia designa un conjunto de "proposiciones" o afirmaciones sobre la realidad, a las que podemos llamar verdades científicas. Éstas aparecen siempre como conclusiones o resultado de algún tipo de demostración, estando, además, relacionadas entre sí de una manera lógica. Considerada de este modo, la ciencia es un sistema. Las demostraciones, en sí mismas, no forman parte de la ciencia, aunque son necesarias para su construcción.

En la actualidad se suele llamar también ciencia a un conocimiento ordenado de algún aspecto de la realidad, aunque no se sea capaz de llegar a conocer sus "porqués". Tal es el caso de la Botánica, la Zoología, la Historia, etc. No obstante, atendiendo a la definición de ciencia, aunque se les llame ciencias, en rigor no lo serían, al no ser capaces de dar una explicación de aquello que describen. De hecho, para evitar equívocos, se las suele conocer normalmente como ciencias descriptivas.




PRINCIPIOS DE LA CIENCIA

Antes de seguir avanzando, en esta breve exposición, conviene recordar que existen unos principios,  conocidos como principios de la ciencia o primeros principios, sin los cuales ninguna ciencia sería posible. Nos estamos refiriendo aquí a aquellos juicios evidentes e inmediatos, acerca de la realidad, que toda persona posee de modo natural, perteneciendo a lo que suele denominarse sentido común. Se trata de certezas, que evidencian salud mental en quien las posee como tales certezas y que no admiten ningún tipo de discusión. A modo de ejemplo, citaremos tres de ellos: 1) El principio de objetividad del mundo exterior: Las cosas están ahí, independientemente de que sean o no pensadas por mí. 2) El principio de identidad: Toda cosa es idéntica a sí misma. 3) El principio de no-contradicción: Una cosa no puede ser y no ser, al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto.

Estos principios tienen un doble carácter. Son, a la vez, originales y originarios. Originales, pues no existe ninguna demostración previa por medio de la cual se llegue a ellos. Y originarios en el sentido de que toda demostración, aunque sólo sea de modo implícito, debe tenerlos en cuenta. Negarlos equivaldría a negar la misma ciencia, de la cual son soporte.

Si se admite que sólo es verdad aquello que se puede demostrar o, dicho de otro modo, si se identifican verdad y verdad científica, se llega a una contradicción. Una posible demostración "por reducción al absurdo" podría ser ésta: 

1. Partimos de que la ciencia existe y de que, como tal ciencia, está formada por verdades científicas (verdades demostrables).
2. Consideramos que no existe otro tipo de verdades que las científicas y que cualquier verdad, para poder serlo, ha de poder demostrarse.

Pues bien. Consideremos que dicha hipótesis inicial es cierta. Y supongamos, por ejemplo, que A es una verdad científica. Por la propia definición de verdad científica, A debe poder ser demostrada. Se requiere de otra verdad científica B, en la cual debe apoyarse. Claro que B, por idénticas razones, necesita de otra verdad C, y ésta de otra D, ...,  Y así,  ¿hasta cuando?  Se trataría de un proceso sin fin, pues partimos de la base de que no existe ningún tipo de verdad que no sea científica. La conclusión a la que se llega, haciendo uso de la Lógica, es la de que, al no haber un punto de partida inicial que sea verdad, sin más, resulta que todo ese conjunto de verdades demostradas es una quimera, pues no tiene ninguna base firme en la que poder apoyarse. 

Curioso: Partiendo de que la ciencia existe y está formada por un conjunto de verdades científicas, y considerando, como hipótesis de trabajo, que sólo estas verdades científicas son verdad, llegamos a la conclusión de que ninguna de ellas es verdad,  pues nada puede ser demostrado, en rigor. Y si eso es así, no habría, entonces verdades científicas, de modo que no existiría la ciencia. Pero, ¿cómo es posible que, simultáneamente,  exista y no exista la ciencia? Al identificar verdad con verdad científica incurrimos en una contradicción. Puesto que dicha identificación es falsa, al conducir a conclusiones absurdas, debe ser cierta la contraria, a saber: Existen verdades evidentes e indemostrables que, no siendo, por lo tanto, científicas, son, sin embargo, verdad. Tales son, precisamente, los primeros principios que, sin ser ciencia ellos mismos, hacen posible la ciencia, aunque no se haga referencia a ellos de un modo directo. La ciencia auténtica no contradice el sentido común; y tiene la verdad como fundamento. 

No hay más que pensar un poco. Un ejemplo lo aclarará: Si toda verdad, para serlo, tuviese que ser una verdad científica, entonces, puesto que no se puede demostrar que haya cosas, resulta que las cosas no existen, no existe nada. Conclusión ésta que es impropia de una mente que funcione bien. Si desaparece el sentido común, estamos perdidos.
(Continuará)

jueves, 31 de enero de 2013

CIENCIA Y VERDAD (II)


Continuando con nuestro discurso, es bueno traer aquí a colación a Santo Tomás de Aquino, un filósofo excepcional, además de ser un gran teólogo y un gran santo, pues es muy claro y rotundo en lo que dice, como puede apreciarse cuando afirma taxativamente: "El estudio de la filosofía no se ordena a saber qué pensaron los hombres, sino a conocer cuál es la verdad de las cosas".

Esa frase, tan simple a primera vista, debería ser, sin embargo, objeto de reflexión. Lo que se dice en ella es fundamental, pues es lo que nos va a permitir discernir entre una auténtica filosofía (o ciencia filosófica, propiamente dicha) y otras corrientes de pensamiento, conocidas también como filosóficas, pero que no son, en absoluto, filosofía. Nos estamos refiriendo a todas esas disciplinas "filosóficas", de signo idealista, que suelen estar dotadas de una gran lógica y coherencia interna y que, de algún modo, son capaces de justificarlo todo... ¡bueno, todo excepto a sí mismas! Y es que parten de una premisa falsa en la que TODO (es decir, todo lo que es real) es reducido a pensamiento.

¿Cómo es posible que pueda hacerse esta reducción? -nos preguntamos. La razón se rebela contra ese absurdo y el sentido común desmiente estas "filosofías" que, en buena lógica, no deberían existir. Pero, claro está, se trata de hechos, de hechos que se han dado históricamente (y que se siguen dando en la actualidad, tal vez con más fuerza que nunca). Una posible explicación de que esto haya sucedido (y de que esté sucediendo) es que el entendimiento realiza una opción, por la que renuncia a depender de lo real como causa de conocimiento. En su afán de querer comprenderlo todo con claridad (las "ideas claras y distintas" a las que se refería Descartes), y dominarlo todo con la mente, están dispuestos a lo que sea, aun cuando para ello tengan que realizar una elección reduccionista como punto de partida, de modo que lo real queda reducido a pensamiento: Ser es ser pensado.


Ésta es, por una parte, la grandeza del idealismo (si es que se le puede llamar así): la de ser un gran sistema de pensamiento, con una extraordinaria coherencia lógica y sin fallos en sí mismo; razón por la cual ejerce una poderosa influencia sobre la mente humana. Claro que, por otra parte, adolece de un grave error, un error que es anterior a su doctrina misma: ¡y es que no respeta la realidad tal y como es, sino que la reduce a lo que quiere que sea, de acuerdo con unas reglas arbitrariamente elegidas por el propio pensamiento! Y ésta es su verdadera miseria.

El no aceptar las limitaciones de la mente en el conocimiento de lo real, el querer hacer simple lo que en sí mismo es complejo (lo real) mediante un proceso de reducción, con el único objeto de comprenderlo todo, ése -y no otro- es el gran fallo del idealismo: un edificio perfecto (ideal, si se quiere), pero construido sobre arena o, para ser más exactos, sobre la nada, sobre un artificio que es producto únicamente del pensamiento humano. Así es el idealismo: todo un prodigio de la mente humana (¡de esto no cabe duda!), pero que no acerca, sin embargo, a la realidad. Y esta nota de acercamiento a la realidad, para conocerla, es esencial en cualquier ciencia que se precie de tal, como vimos al principio.

La conclusión salta a la vista: construir sobre premisas falsas no puede conducir nunca a nada verdadero. El idealismo, al intentar construir la realidad, tomando por realidad su propio pensamiento, produce un distanciamiento de la auténtica  realidad: ésta no puede ser reducida a pensamiento. El verdadero científico es realista: es humilde, en definitiva. Se esfuerza por comprender la realidad que le rodea, y de la que él mismo forma parte. Pero es consciente de sus limitaciones y de la infinitud del ser que pretende comprender. La tarea no es fácil, pero eso, en vez de asustarle, le espolea a comprender cada vez con mayor profundidad y rigor esa realidad que se le resiste, siempre desde el máximo respeto, un delicado respeto, a la realidad de las cosas; y no consintiendo nunca que sus ideas sobre la realidad primen sobre la realidad misma.

De nuevo acude a nuestro pensamiento la genial frase del genial Santo Tomás, que nos sitúa en terreno firme y no movedizo, frase que todo filósofo, y también todo científico, debería grabar a fuego en su mente, porque, en efecto, "el estudio de la filosofía no se ordena a saber qué pensaron los hombres, sino a conocer cuál es la verdad de las cosas".
(Continuará)

lunes, 28 de enero de 2013

CIENCIA Y VERDAD (I)

Reproduzco aquí, con el mismo título, un artículo que publiqué hace años en una revista científica, con ligeros retoques de forma, dejando prácticamente intacto el contenido, aunque actualizado.
Es cierto que estoy escribiendo en un blog cuya temática principal concierne a todo lo relacionado con la religión católica, lo que no obsta, sin embargo, para que pueda permitirme el hablar también de otro tipo de cuestiones que, de alguna manera, hagan referencia a la Religión Católica. El caso que nos ocupa ahora es el de la relación entre ciencia y verdad. Dado que Jesucristo dijo de Sí Mismo que Él era el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6), creo que está más que justificada esta "injerencia" científica. Un científico honesto, con un gran amor hacia la verdad, en el caso de que no fuera creyente, es lo más probable que acabase creyendo en Dios: la historia nos muestra bastantes ejemplos en este sentido, lo que no es de extrañar y está en perfecta consonancia con lo que dijo Jesús:  todo el que es de la verdad escucha mi voz (Jn 18,37). Quede claro, no obstante, que aquí no se está emitiendo juicio, de ningún tipo, sobre aquellos científicos que, por lo que sea, no creen en Dios. El juicio acerca de las personas es algo que no nos compete a nosotros: sólo a Dios. Así lo decía el apóstol Pablo: "En cuanto a mí, ni siquiera yo mismo me juzgo...Quien me juzga es el Señor" ( 1 Cor 4, 3.4)

Todo acercamiento a la verdad supone, pues, o debe suponer, un acercamiento a Dios, que es lo que definitivamente importa, en realidad. La razón y la Fe están perfectamente conjuntadas y en plena armonía.Y es lógico que así sea, puesto que Una es la Luz de la que ambas proceden: la Sabiduría Divina. De modo que no puede haber entre ellas ningún tipo de contradicción, como enseguida vamos a ver. 

OBJETO DE LA CIENCIA

El fin último de toda ciencia es la verdad, entendida ésta como un acuerdo del pensamiento con las cosas. Es decir: las cosas están ahí y de lo que se trata es de conocerlas. La inteligencia necesita aprender a acercarse a las cosas, para que éstas se le manifiesten cada vez más y mejor.

El acercamiento a la realidad, para hacerse con ella intelectualmente, supone una cierta manera, un modo concreto de preguntarse por ella, un método, que en este caso sería un método de interrogación. Mediante un sistema de preguntas previas la inteligencia afronta la realidad. Sólo entonces las cosas dan la respuesta que permite conocerlas que tal es, precisamente, el objeto de la ciencia.

Son las cosas las que imponen su esfuerzo al científico. El hecho de que haya rectificaciones no confirma el escepticismo de que no se puede conocer nada. Es todo lo contrario: si se rectifica es precisamente porque hay algo "ahí fuera" que nos está diciendo: "Aquí estoy siendo, no como tú pensabas, sino como realmente soy". La verdad no es algo subjetivo, sino que es inherente a las cosas, las cuales son su fundamento. El posible error, caso de haberlo, no estaría nunca en las cosas sino en el juicio acerca de ellas.


HACIA UNA CLASIFICACIÓN DE LAS CIENCIAS

Es tan compleja y tan variada la realidad que una sola ciencia no puede abarcarla, de ninguna de las maneras. Según la clase de realidad (o el aspecto de ella que se considere), se tendrán las diversas clases de ciencia. No existe una única ciencia de la realidad. Además, por otra parte, como dice acertadamente Zubiri, debe de tenerse en cuenta que "las ciencias no se hallan yuxtapuestas, sino que se exigen mutuamente para captar diversas facetas y planos de diversa profundidad de un mismo objeto real". Un objeto se conocerá tanto mejor cuanto mayor sea el número de ciencias que lo consideren, estudiándolo con el mayor número de métodos posible.

La palabra método procede del término griego methodos, que significa camino o sendero. En términos genéricos, un método es el camino o procedimiento que se sigue para conseguir algo. En lo que concierne a una determinada ciencia el método se refiere al modo que tiene dicha ciencia de acercarse a la realidad que pretende conocer. El que se utilice, para ello, un método u otro, va a depender, entre otras cosas, del tipo de realidad en estudio. Es evidente que no se pueden estudiar con el mismo método la naturaleza de la libertad y la naturaleza del agua, por poner algún ejemplo.

De modo que el primer gran problema que se nos plantea es el de la clasificación de las ciencias. No es una tarea fácil. Se han dado muchas y muy buenas clasificaciones. Intentando ser sistemáticos, podríamos distinguir, al menos, en principio, dos clases de ciencias: las ciencias positivas o categoriales (llamadas comúnmente experimentales) y las ciencias filosóficas (o trascendentes).

Las ciencias experimentales proporcionan un conocimiento sólo de la realidad material y desde un determinado aspecto (o categoría) de la misma. Es el caso de la Física, la Química, la Biología, la Matemática, etc.


Las ciencias filosóficas no son experimentales, en el sentido propio de esa palabra, pero no son tampoco puras construcciones teóricas al margen de la realidad. Se basan también en la experiencia, pero entendida ésta en un sentido más completo, proporcionando un conocimiento de toda la realidad (y no sólo de la realidad material).

Si distinguimos entre el Ser, en tanto que es, y el Conocimiento del Ser, tenemos dos grandes capítulos de la filosofía, a saber, la Ontología (o teoría del ser) y la Gnoseología (o teoría del conocimiento): los demás saberes filosóficos son modos imperfectos, secundarios, de la noción de filosofía. Se suele hablar de filosofía segunda: tal es el caso de la Ética, la Estética, la Psicología, la Sociología, la Filosofía de la Naturaleza, etc. Estas disciplinas aún no se han salido de la filosofía porque los objetos a los que se refieren están íntimamente enlazados con lo que los objetos son. Esta idea es fundamental pues las soluciones que se dan a los problemas, propiamente filosóficos, de la Ontología y la Gnoseología, repercuten profundamente en esas otras elucubraciones que llamamos Ética, Estética, etc...

No obstante lo dicho, es cierto que en el campo de las ciencias filosóficas es más fácil deslizarse hacia el "camelo" que en las ciencias experimentales. Y esa es, básicamente, la razón por la que no puede decirse de toda filosofía que sea ciencia filosófica: lo será únicamente en la medida en que se acerque a la realidad. Y sólo en esa medida. La realidad es la piedra de toque a la que se debe acudir siempre, como fundamento que es de toda ciencia, entendiendo por realidad la totalidad de lo que es, de lo que tiene ser.

En lo que concierne al mundo exterior, éste es percibido de modo inmediato a través de los sentidos (intuición sensible). Su evidencia es manifiesta; no se precisa de ningún tipo de demostración. Éste es el primer paso: la percepción de lo real concreto. Sobre esta base, y utilizando la razón adecuadamente, el pensamiento se va enriqueciendo a medida que va aumentando el conocimiento de lo real, que no otro es el sentido del pensar. Se piensa para conocer, para conocer cosas. Pero las cosas ya estaban ahí antes de que yo las pensara. Y pensando acerca de ellas, yo no las modifico en su ser: mi pensamiento no las altera.


La famosa expresión de Descartes: "Cogito, ergo sum" ("pienso, luego existo"), debería ser sustituida por alguna otra como, por ejemplo, la que utiliza Etiénne Gilson en su libro El Realismo metódico, a saber: "Res sunt, ergo cogito" ("las cosas son, luego pienso"). Dice textualmente este autor:" 'Pienso' es una evidencia, pero no la evidencia primera, y por eso no llegaremos a nada basándonos en ella. 'Las cosas son' es otra evidencia; y ésta sí que es la primera de todas y la que conduce, por una parte, a la ciencia, y por otra, a la metafísica; por consiguiente es un método sano tomarla como punto de partida". Y continúa diciendo, más adelante, en el mismo libro: "No tenemos más que dos caminos: o sujetarnos a los hechos y ser libres de nuestro pensamiento. O, liberándonos de los hechos, caer en la esclavitud de nuestro pensamiento". Es evidente que sólo el primer camino es el que conduce a la ciencia.

(Continuará)