BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



viernes, 19 de junio de 2020

Biden a mi me recuerda a Pujol, Mas, Torra, Junqueras...

GERMINANS GERMINABIT



Joe Biden es candidato a la presidencia de Estados Unidos por el Partido Demócrata, el que fuera vicepresidente de Barak Obama, ahora se bate en duelo con el actual presidente Donald Trump del Partido Republicano. Hasta aquí una nueva pugna electoral, que nada tendría que ver con la religión si no es porque frecuentemente vemos el nombre del candidato demócrata con el apelativo del "católico" Biden. Porque el ex-vicepresidente nunca ha ocultado su condición religiosa, y presume de ello a pesar de sus muchísimas contradicciones entre su teórica fe y sus postulados políticos.

Por el otro lado el vilipendiado Donald Trump, que no es católico, ha demostrado un apoyo a los valores cristianos, a los derechos de los creyentes y a la vida de los no nacidos de una forma tan contundente que nunca se había visto en un presidente norteamericano. Más allá de algunas actitudes poco ortodoxas en su vida pública y privada, que rompen los esquemas de lo políticamente correcto, es innegable que hay un candidato que defiende el nuevo orden mundial para acabar con los valores cristianos y otro que a pesar de sus excentricidades, cree en una Norteamérica y en un mundo donde se mantengan los valores tradicionales de la religión, la vida y la familia.


Biden no ha dudado en defender los postulados del aborto de una forma descarada, no solo en el pasado sino ahora que se ha convertido en candidato a la presidencia. El poderoso lobby abortista Planned Parenthood ya ha anunciado todo su apoyo económico al candidato demócrata. Él no ve ninguna contradicción entre su condición de católico y su apoyo al asesinato de niños indefensos. Corren además buenos tiempos para él, se puede fotografiar con el Papa Francisco, como se puede ver en la fotografía que encabeza este artículo, un Papa que ha demostrado públicamente su enemistad con su contrincante Donald Trump.

Ahora los hombres de Francisco en Norteamérica callan y no entran a denunciar esa clarísima contradicción del candidato, no fue así en el pasado cuando a Biden se le negó la comunión en alguna Iglesia católica, cuando algunos párrocos le dijeron sin tapujos que no estaba en comunión con la Iglesia alguien que defendía el aborto. Ahora corren otros aires, se calla ante Biden y todas los ataques van hacia Trump, al que critican incluso que vaya a una iglesia católica a rezar.

En Cataluña ya hace mucho tiempo que esta incoherencia está a la orden del día y nuestros obispos callan y bendicen a políticos que permiten que se ataquen los valores cristianos y que se aprueben leyes que van contra la familia y contra la vida. Fíjense por ejemplo en el President Pujol idolatrado por obispos y clérigos y puesto como modelo de cristiano, cuando quien más quien menos todo el mundo sabía que su familia, especialmente en las cuestiones económicas, de modélica nada, o sus sucesores Mas o Torra, todos aparecen públicamente como católicos, se sienten orgullosos de ello, pero sus diputados votan leyes amorales en el Parlamento de Madrid y aquí en Cataluña promulgan decretos contrarias a los valores cristianos y a la Iglesia.


Y ya no hablemos de los herederos del genocida Companys, el tan católico Oriol Junqueras, al que los obispos visitan en la cárcel como si de un hijo se tratara. El líder preso de Esquerra, va siempre a recibir la Comunión en las Misas, y si es de manos de un obispo mejor, mientras su partido anti-católico va atacando a la Iglesia y promocionando leyes anti-cristianas. Eso sin contar que él mismo ha dicho que va a Misa de vez en cuando y que casi nunca se confiesa, y yo que creía que para comulgar se tenía que estar en gracia de Dios, cumpliendo con los preceptos de la Iglesia entre ellos acudir a Misa todos los domingos y fiestas de guardar y estar absuelto de tus pecados.

Todo esto sin entrar en el tema identitario de Cataluña, en el que pienso que es muy anti-cristiano promover la división y el enfrentamiento entre catalanes como han hecho algunos de estos católicos ilustres. Pero claro, en este tema nuestros obispos no les van a llamar la atención porque ellos mismos también encienden el fuego con algunas de sus declaraciones y comunicados, posicionándose al lado de los golpistas y reclamando su libertad.

Francisco Fabra

La carta de Viganò



La evidencia en sí misma, enseña santo Tomás, es aquella que se impone inmediatamente al sujeto. La luminosidad del sol o la humedad del agua se nos imponen. No hay discusión al respecto; no queda más que aceptar esa realidad, y si alguien duda o niega que el sol sea luminoso o que el agua sea húmeda, no dudaremos en dudar de la salud mental de esa persona.

El P Jerónimo Nadal, uno de los compañeros de San Ignacio de Loyola, fundó en 1561 en Palma de Mallorca el colegio de Nuestra Señora de Montesión, el más antiguo que posee la Compañía en todo el mundo. Fue atendido durante siglos por una comunidad floreciente de padres jesuitas. La foto de la derecha representa a la decrépita comunidad actual: diez ancianitos con una edad promedio de ochenta años que hace presagiar la pronta desaparición de una comunidad histórica y centenaria. Este ejemplo, tomado al azar, no es más que uno entre cientos. La vida religiosa en la iglesia católica está desapareciendo, y en la mayor parte de los casos el proceso es irreversible.

¿Cuándo comenzó esta tragedia? No hace falta discutirlo demasiado: el concilio Vaticano II fue el inicio de la debacle que ha sumido a la iglesia católica, y no solamente a sus congregaciones religiosas, en una de sus crisis más graves a lo largo de toda su historia milenaria. Y este afirmación es evidente en sí misma; como la luminosidad del sol, no necesita ser demostrada ni discutida. Es cuestión de hojear el Anuario Pontificio de los últimos cincuenta años, o de visitar el convento de la esquina, que probablemente haya dejado de ser convento por falta de inquilinos para comprobar la verdad de la proposición.

Esta realidad evidente, indiscutible e innegable —y tenemos derecho a dudar de la salud mental de quien la discuta o la niegue—, ya no puede ser ocultada como lo fue durante décadas por las piroctenias de pontificados rumbosos como los de Juan Pablo II o de Benedicto XVI. Ha sido el Papa Francisco quien, con su tosquedad, ha dejado ver a todo el mundo la realidad: el rey esté desnudo.

En un artículo publicado hace poco más de cinco años en este mismo blog, yo escribía: “Para ponerlo en imágenes del infante don Juan Manuel: hasta la llegada del Papa Francisco, nadie se había animado a decir que el rey estaba desnudo. A Pablo VI, a Juan Pablo II y a Benedicto XVI los vimos desnudos pero la cosa era aún vidriosa, no muy clara y, razonablemente en muchos casos, era mejor callarse como los súbditos del rey moro: quizás era verdad que el rey estaba finamente vestido y que era nuestra miopía e impureza la que nos impedía ver sus atuendo y nos mostraba, en cambio, la desnudez del soberano. Pero la llegada de Bergoglio cambió todo: el rey está, evidentemente, desnudo”.


Vuelvo ahora sobre el tema porque en los últimos días observo que ya son muchos más que un puñado de tradis o de bloggers los que están finalmente, admitiendo cabizbajos la realidad que se impone con el peso de una montaña. La larga carta de Mons. Viganó del 9 de junio pasado lo demuestra. Allí habla del “vínculo causal entre los principios enunciados -o implícitos- del Concilio Vaticano II y su consiguiente efecto lógico en las desviaciones doctrinales, morales, litúrgicas y disciplinarias que han surgido y se están desarrollando progresivamente hasta el día de hoy”. Y afirma: “El monstruo generado en los círculos modernistas podría haber sido, al comienzo, equívoco, pero ha crecido y se ha fortalecido, de modo que hoy se muestra como lo que verdaderamente es en su naturaleza subversiva y rebelde. La criatura concebida en aquellos tiempos es siempre la misma, y sería ingenuo pensar que su perversa naturaleza podría cambiar. Los intentos de corregir los excesos conciliares -invocando la hermenéutica de la continuidad- han demostrado no tener éxito”.

Muchos descalificarán sin discutir estas afirmaciones recurriendo a la fácil descalificación del autor. Y es verdad que Mons. Viganò quizás hable demasiado y lo haga desde un ignoto refugio por temor a las misericordiosas represalias pontificias, pero nadie puede negar su autoridad y competencia. No cualquiera llega a ser nuncio en Estados Unidos, y no cualquiera se anima a hacer sus declaraciones y acusaciones que nunca han podido ser rebatidas. En todo caso, quienes lo discuten, podrían comenzar desmontando lo que afirma en su carta y probando que, efectivamente, el Vaticano II fue un beneficio para la Iglesia.

El problema, en el fondo, es que son pocos los que quieren asumir la incomodidad que supone rever las propias posiciones mantenidas durante décadas. Por ejemplo, el juanpablismo ingenuo, edificado sobre los engañosos recuerdos de juventud. Como bien dice Viganò, “Hemos pensado que ciertos excesos eran sólo exageraciones de los que se dejaron arrastrar por el entusiasmo de novedades, y creímos sinceramente que ver a Juan Pablo II rodeado por brujos sanadores, monjes budistas, imanes, rabíes, pastores protestantes y otros herejes era prueba de la capacidad de la Iglesia de convocar a todos los pueblos para pedir a Dios la paz, cuando el autorizado ejemplo de esta acción iniciaba una desviada sucesión de panteones más o menos oficiales, hasta el punto de ver a algunos obispos portar el sucio ídolo de la pachamama sobre sus hombros, escondido sacrílegamente con el pretexto de ser una representación de la sagrada maternidad”.

O bien, la reforma litúrgica, que fue emprendida no por el Concilio sino por el “espíritu del Concilio”, aduciendo motivos pastorales. ¿Quién puede hoy en buena fe afirmar que esa reforma fue pastoralmente exitosa? Basta contabilizar el compromiso real de los católicos con la fe católica para sacar conclusiones que no dejan lugar a dudas.

Reconocer el error y repararlo no es tarea fácil y exige muchas virtudes, y la primera de ellas es la humildad: “Esta operación de honestidad intelectual exige una gran humildad, primero que nada, para reconocer que, durante décadas, hemos sido conducidos al error, de buena fe, por personas que, constituidas en autoridad, no han sabido vigilar y cuidar al rebaño de Cristo…”, escribe Mons. Viganò.

Soy moderadamente optimista sobre la posibilidad que no sea solamente un arzobispo escondido, otro itinerante y algún que otro emérito los que sean capaces de reconocer la situación terminal en la que se encuentra la Iglesia. Significativamente, Aldo Maria Valli, un histórico periodista con serias credenciales y durante años exponente del neoconismo católico, es quien comenta con claridad la carta de Viganò. Todo un cambio para los que avizoran los signos de los tiempos. Pero para que la imprescindible reacción católica ocurra, además de la virtud de la humildad y de otras muchas, debe mantenerse el saludable factor que la hace posible: Bergoglio. Es justamente el actual pontífice el catalizador que ha permitido que la reacción se produzca. Como decía Chernyshevski, inspirador de Lenin, “cuanto peor, mejor”.

The Wanderer

jueves, 18 de junio de 2020

Entrenándonos a defender la verdad (Padre Custodio Ballester)



Gracias a Dios hemos de felicitarnos de algo verdaderamente sorprendente: y es que el pensamiento crítico abunda muchísimo más entre los católicos y en general entre los cristianos, que entre todos aquellos que combaten a la religión (a toda religión) y entre los que viven ajenos o de espaldas a toda creencia. Es decir que el borreguismo está en el bando de los hijos de las tinieblas, que dice el arzobispo Viganó en su carta a Donald Trump, que se ha hecho viral.

Curiosamente somos la gente de fe, los más preparados para distinguir entre la realidad y las apariencias; los más conscientes de que cada vez nos enfrentamos a más realidades que no son lo que parecen: y no sólo eso, sino que hemos afianzado la conciencia de que nos han ido metiendo paso a paso en una realidad virtual (una mentira cuidadosamente construida) totalmente ajena a la realidad. La fe, y sobre todo la necesidad de defenderla y preservarla, nos ha hecho críticos y ha acentuado nuestra capacidad de discernimiento. 

Y frente a la gente de fe, está el gran circo montado con los pérfidos (los absolutamente creyentes, pero engañados), que son llevados los pobres de aquí para allá como rebaño de borregos por los hijos de las tinieblas, que tiran de sus hilos manejándolos como marionetas. Y quieren hacernos creer a todos, que ese circo al que se da tanto bombo, es la realidad en que vivimos. Así, les vemos hoy por todo el mundo arrodillándose como borregos a una señal de sus domesticadores. ¡Quién nos dijera que hasta los veríamos de rodillas! Lo suyo sí que es fe de carbonero. Si sus doctores les dicen que se prosternen de rodillas o que comulguen con ruedas de molino como las de género, pues ellos como perritos amaestrados y como papagayos bien entrenados. 


Y mientras eso pasa entre los hijos de las tinieblas, la descendencia de la Serpiente, donde cantan todos a una sola voz y obedecen a un solo amo, el Enemigo Invisible de toda la humanidad, que dice Viganó; mientras eso ocurre en el lado oscuro, entre los hijos de la luz crece la capacidad crítica ante unos “medios de comunicación sistémicos que no quieren difundir la verdad, sino silenciarla y distorsionarla”; y cada vez son más los que en ese martilleo insistente de mentiras bellísimas y de maldades enternecedoras, saben distinguir el bien del mal y la verdad de la mentira. Incluso en el mismo seno de la Iglesia, denuncia Viganó en su carta a Trump, hay “pastores aliados de los hijos de las tinieblas”, porque “al igual que existe un Deep state (Estado profundo), existe una Deep church que traiciona sus obligaciones y abjura de sus compromisos con Dios”.

Sabe Viganó mejor que nadie, que la obediencia ciega (que no deja de ser un caso grave de ceguera) es el peor peligro que nos acecha a los creyentes: como fue terrible para los nazis, que los ejecutores del terrorismo de Estado se parapetasen tras la obediencia debida. Y sabe perfectamente Viganó que esa lacra de “la obediencia debida”, ciega y acrítica -sometida a los protocolos-, es una actitud tremendamente peligrosa, sobre todo en medio de la vorágine de la corrupción. Bien lo sabe él, que cargó sobre sus hombros la responsabilidad moral de denunciar a todo un cardenal, McCarrick, de una vida de depravación y abusos, y que no se amilanó por verlo en el círculo más íntimo de consejeros del papa Francisco, sino que insistió en pasarle directamente los informes y hacer público que obraban en poder del papa sin que, aparentemente, hubiesen surtido ningún efecto a pesar del largo tiempo transcurrido.

Cuando el nivel de instrucción y de lectura entre los católicos era ciertamente bajo, bien estuvo recurrir a la fe del carbonero (“doctores tiene la Iglesia”); pero hoy esa fe ciega está en la otra trinchera. Los católicos sabemos que ser creyente es ser obediente: claro que, a la Iglesia, como depositaria de la ley de Dios y de la doctrina revelada: obediente por tanto a los mandamientos divinos, tan claros y tan fáciles de interpretar, que ya no necesitamos ir diciendo a cada paso, como nuestros antepasados, que “doctores tiene la Iglesia”. Afirma Mons. Viganò, que hay una deep church, una “iglesia profunda” capaz de articular teologías peregrinas como la homosexual, “obispos que están al servicio del deep state, del globalismo, del pensamiento único, del Nuevo Orden Mundial al que invocan cada vez con más frecuencia en nombre de una fraternidad universal que no tiene nada de cristiano, sino que evoca los ideales masónicos de quienes pretenden dominar el mundo expulsando a Dios de los tribunales, de las escuelas, de las familias, quizá incluso de las iglesias”. Obispos a los que, explica Viganó, recientemente él mismo ha denunciado. 


Gracias a Dios, esa fe ciega y acrítica del carbonero ya no está en el campo de batalla (¡y cuán dura es la batalla que nos espera!) de los hijos de la luz, sino en el de los hijos de las tinieblas. Llevamos demasiado tiempo en retirada, pero ha empezado el rearme. Y sin la menor duda, nuestras armas aventajan en mucho a las armas del Enemigo Invisible de la humanidad. Es ciertamente alentador ver cómo el arzobispo Viganó y junto a él gran número de católicos de todo nivel, desde cardenales a simples laicos, se atreven a denunciar.

Aparte de los escritos de Viganó (hoy, la carta a Trump; y el 8 de mayo, el “Llamamiento para la Iglesia y para el mundo a los fieles católicos y a los hombres de buena voluntad”, iniciado con el Véritas liberabit vos de Jn 8,32, firmado por gran número de fieles, sacerdotes, obispos y hasta cardenales), escritos que son claro indicio de que muchos en la Iglesia está despertando de la modorra (“es importante -dice- que los buenos despierten de su modorra”), y se están poniendo en pie para hacer frente con valentía no sólo al deep state, sino también a la deep church que tanto se esmera en mantenernos amodorrados en íntima colaboración con el deep state.


Ahí tenemos como síntoma muy esperanzador, el movimiento de muchos católicos en defensa de las iglesias abiertas al culto durante la pandemia, en valiente oposición tanto a las autoridades que las cerraron, como a la gente de iglesia que las secundaron y que últimamente se han cargado las procesiones del Corpus en toda la cristiandad, no así las manifestaciones contra el racismo y la desindustrialización inminente. Extraña, cuando menos, ha sido la prohibición del culto fuera del templo (cuando están abiertos ya los bares, los restaurantes y hasta las discotecas y las playas) decretada por las autoridades civiles con el obsequioso silencio de las eclesiales. 

La verdad es que los hijos de la luz somos muchísimos más que los hijos de Satanás, pero tan discretos, que hemos mantenido un silencio excesivamente largo. En ocasiones por cobardía. Pero Dios ha mantenido la llama encendida y ha hecho resonar la voz de los más humildes. Nunca olvidaré la fuerza de la Marcha por la Vida, de Washington, a la que fui invitado dos años por priests for life. Ése era el potente fermento del resurgir de la Iglesia y de su santa doctrina sobre la sacralidad de la vida. Empezando por la de los no nacidos. Una defensa de la vida a la que después de casi medio siglo, -dice el arzobispo en su carta a Trump, “por primera vez, Estados Unidos tiene en usted un presidente que defiende valientemente el derecho a la vida, que no se avergüenza de denunciar la persecución de los cristianos en todo el mundo, que habla de Jesucristo y del derecho de los ciudadanos a la libertad de culto. Su participación en la Marcha por la Vida, y más recientemente su proclamación del mes de abril como el Mes Nacional de Prevención del Abuso Infantil, son acciones que confirman en qué bando desea usted luchar. Y me atrevo a creer que ambos libramos esta batalla en el mismo bando, aunque con diferentes armas”.

Cuando la vida de los más ancianos se descarta como inútil y las autoridades firman protocolos para desecharlos con el mismo estilo del programa nazi para la eutanasia, cuando la existencia de los no nacidos ha perdido el valor sagrado que le ha dado el buen Dios y se violenta la inocencia de los niños en las escuelas con programas de depravación sexual, el silencio de los “buenos” resulta atronador. Si los que tenéis que ser luz, no sois luz. ¡Qué grande es la oscuridad! (Mateo 6, 23). ¿Somos los perros mudos y los centinelas silenciosos de los que habla San Bonifacio? No seré yo quien juzgue ni conteste a esa pregunta. Otro más grande un día lo hará. 

Y entretanto sigue adelante nuestro entrenamiento para defender la Verdad.

Custodio Ballester Bielsa, Pbro.

martes, 16 de junio de 2020

La poesía olvidada y Cantos del final del camino-José Martí (3 de 3)




“Yo soy de mi amado y mi amado es mío; él pastorea entre azucenas” (Cant 6, 3)



22. Yo tu vida viviera
si tú me la entregaras por entero,
y la mía te diera
si, en trueque verdadero,
quisieras cambiarlas, cual yo quiero.



23. Es tu amor lo que anhelo,
la causa de mi dicha adelantada.
Descorre, amado, el velo:
que vea tu mirada
suspirando por mí, y enamorada.



24. Si vivir es amar y ser amado,
sólo anhelo vivir enamorado;
si la muerte es de amor ardiente fuego
que abrasa el corazón, muera yo luego.



25. En tu sola presencia,
tan solo en ella puedo ser colmado;
y todo es carencia,
aunque todo es amado
porque todo tus labios han besado.



 26. En lágrimas bañado
llora mi corazón, de amor herido,
en penas angustiado
del tiempo que ya es ido
y por no haber amado se ha perdido.



27. De tu vergel un ave
por tu ausencia cantaba en desconsuelo;
y oyó tu voz suave
y, alzándose del suelo,
a buscarte emprendió veloz su vuelo.



28. Necesito, Señor, verte.
Necesito ser tu amigo,
necesito estar contigo...
y venga luego la muerte.



29. Ansioso, fui a buscarte
por las holladas sendas del destino,
hasta, por fin, hallarte,
cansado y peregrino,
allí donde se acaba ya el camino.



30. Y dando la labor por acabada
aun ni siquiera en ciernes comenzada,
el bardo enmudeció con gran tristeza:
¿Quién osará cantar a la Belleza …?
Y fuese, al fin, en marcha apresurada,
dejando atrás su péñola olvidada.




FIN


La poesía olvidada y Cantos del final del camino-José Martí (2 de 3)






11. El mar embravecido
y en la zozobra, casi, de la nave...
de lo desconocido
un vientecillo suave
llega, y nadie de dónde viene sabe.



12. Y en lo más escondido,
cuando mi ser entero se conmueve
y parece perdido,
un vientecillo leve
de mi alma el centro lo remueve.



13. Y libre alzo el vuelo,
pues antes un hilillo lo impedía …
y encuentro así el consuelo
que antes no tenía,
esclavo, cuando libre me creía.


“De nuevo os veré y se alegrará vuestro corazón y nada podrá quitaros vuestra alegría” (Jn 16, 22)
“Aparta ya de mí tus ojos, que me matan de amor” (Cant 6, 5)


14. Vino hasta mí el Amado
antes que el sol naciera por el teso,
 y, habiéndome mirado,
sentí en sus ojos eso
que sólo amor lo cura con un beso.



15. Si de nuevo me vieres
allá en el valle, donde canta el mirlo,
no digas que me quieres,
no muera yo al oírlo
si acaso tú volvieras a decirlo.



16. Amado, en tu mirada
rebosa el corazón, enamorado,
sin nostalgia de nada,
sintiéndose embriagado
y hacia tí todo el ánimo volcado.



17. Pues eres poesía,
y belleza reside en tu mirada,
colmando de alegría,
jamás imaginada,
a todo el que recibe tu llamada.



18. Con ansias de saber si me querías
mis ojos a los tuyos se volvieron,
mas viendo en su fulgor lo que sentías,
los míos por tu amor desfallecieron.



19. Pasando por los prados
tus ojos con los míos se encontraron;
miráronse callados
y heridos se quedaron
en la llaga de amor que se causaron.



20. Si, a cambio de mi nada,
tu vida me la das para que viva,
y me das tu mirada,
en mis ojos se aviva
la llama que, en los tuyos, me cautiva.


21. La luz que de tus ojos
al corazón atento le llegaba
quitaba sus enojos
y tal valor le daba
que ya temor ninguno le quedaba.

Continuará

La poesía olvidada y Cantos del final del camino-José Martí (1 de 3)



Ya conocemos algo de la biografía del padre Alfonso Gálvez. Entre sus muchos libros ha escrito también poesía, siendo de éstos su libro más importante el que se titula “Cantos del Final del Camino” (CFC). Yo he escrito también un libro sobre poesía de título la Poesía Olvidada. Tanto el padre Alfonso como yo nos hemos inspirado, sobre todo, aunque no únicamente, en la poesía de San Juan de la Cruz.

Tengo para con el padre Alfonso una deuda de gratitud muy grande, pues lo conozco desde que yo era un niño de 12 años; y le debo, en muy buena parte, mi formación católica y mi amor al Señor. Por eso, esta entrada en el blog (que dividiré en tres) tiene ese sentido de cariño y de agradecimiento hacia este hombre que tanto bien ha hecho y que sigue haciendo; y a quien aprecio como a mi mejor amigo. He seleccionado 30 poesías (15 suyas y 15 mías) y las he colocado juntas, pues aunque las mías no tienen la calidad literaria de las suyas, al menos están escritas con el corazón. Y me consta que tanto su corazón como el mío laten al unísono … y ambos en el Corazón de Jesús, 
Nuestro Señor. Para diferenciarlas, de modo que no haya confusión, he colocado las suyas en rojo y las mías en negro. Es mucho lo que debo a este hombre de Dios, a este santo sacerdote que cuenta ya con 88 años de edad y 64 años de ministerio sacerdotal. Intercalado en azul aparecen algunas citas bíblicas que tienen una cierta relación con las poesías que vienen debajo. La selección podría haber sido otra, pero ésta me ha parecido que estaba bien.


“Desde la creación del mundo, las perfecciones invisibles de Dios - su eterno poder y su divinidad- se han hecho visibles a la inteligencia a través de las cosas creadas” (Rom 1, 20) 


1. El olor de las rosas 
me llegó, paseando por el prado. 
Y las vi tan hermosas 
que, su aroma inhalado 
me llevó, sin notarlo, hasta mi amado. 


2. El viento está soplando:
 cálido, dulce, suave y amainado.
 Y déjame gozando, 
en un fuego callado,
 hablándome, en suspiros, de mi amado. 


3. En la antesala, amado, 
de tu viña, me estabas aguardando; 
y, tu vino gustado, 
me dejaba palpando 
que tú en él te me estabas entregando. 


4. Es la voz del Esposo 
como la huidiza estela de una nave, 
como aire rumoroso, 
como susurro suave, 
como el vuelo nocturno de algún ave. 


5. Mi Amado, las estrellas, 
el mar que besan proas de mil naves, 
los ojos de doncellas, 
el canto de las aves, 
aquello que te dije y que tú sabes. 


¡Necios y torpes de corazón para creer todo lo que anunciaron los Profetas! ¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y así entrara e su gloria? (Lc 24, 25, 26)


6. Me requirió el Amado 
para que de las cosas me olvidara,
 y junto a su costado, 
su herida contemplara
 y de amor sus sollozos escuchara. 


7. ¡Oh amarga senda, dura y empinada, 
larga y abrupta, de aridez rocosa, 
que convirtió mi vida en azarosa 
búsqueda ansiosa de alma enamorada…! 


8. A las nevadas cimas 
de las blancas montañas subiremos 
cruzando valles y salvando simas. 
Y cuando al fin lleguemos, 
los cantos del amor entonaremos. 


9. Cuando sólo tú cuentes, 
porque haya mi cáliz apurado,
 sentiré como sientes.
 Y, en tus ojos mirado, 
veré mi cuerpo todo iluminado. 


10. En la hermosa aventura 
que es la vida, a tu lado, no temía
 hundirme en la espesura, 
pues la luz que veía 
en tus ojos, los míos encendía. 

Continuará

domingo, 14 de junio de 2020

Cómo el latín nos salva la vida



El latín no es una lengua muerta en absoluto. Pensemos que la palabra más pronunciada en este 2020 es "virus", que en latín significa "veneno". Un raro ejemplo de cómo hemos impreso nuestra marca peculiar en un término definido desde muy antiguo. Y como éste, muchos otros términos de la lengua de Cicerón se usan comúnmente, como "media", plural de “médium”, medio. Y podríamos seguir y seguir. Pero para convencernos completamente y de una manera precisa sobre la importancia de este antiguo idioma, pesadilla para muchas generaciones de estudiantes de secundaria, es necesario aterrizar y explicar por qué debemos estar agradecidos a la lengua de Virgilio y Tácito, y por qué no es un tostón de otra época, sino un salvavidas que nos enseña a vivir mejor. 

Con un recorrido temático por los grandes latinos, desde Horacio hasta Séneca, desde Catulo hasta Petronio, desde Lucrecio hasta Quintiliano, encontraremos la respuesta que los hombres de hace dos mil años dieron a sus problemas, desde el infeliz enamoramiento, hasta la intolerancia hacia los días santos, con toda su carga de supersticiones, desde el rechazo de los símbolos de estado hasta las penalidades escolares. Respuestas que también pueden calmar nuestras ansiedades diarias o hacernos mirar el presente con un mirada distinta. 

Cayo Valerio Catulo se dedicó al ocio

En una época de modernidad líquida como la nuestra, tenemos que redescubrir no sólo un idioma, sino también una cultura, una civilización, anclada en cimientos sólidos: pero sin idealizaciones románticas. Por el contrario: básicamente tenemos que demostrar y enseñar cómo algunos problemas sociales y cómo las principales debilidades y vicios del mundo contemporáneo tienen raíces muy profundas; y raíces igual de profundas, las virtudes más bellas. Tenemos la obligación de explorar el mundo de la antigua civilización romana, de la que hemos heredado no sólo la forma de hablar, sino también la forma de pensar, la forma de juzgar y la forma de sentir.

Me doy cuenta de que, hace unas décadas, nadie hubiera tenido que pedir disculpas por el latín, ya que la oferta escolar era monolítica y estaba totalmente centrada en los estudios humanísticos. Y, sin embargo, las propuestas de reforma de las leyes educativas de los años 70 ya eran descabelladas en todo el mundo occidental. Será bueno recordar una anécdota ocurrida entonces en las Cortes, donde el ministro de Educación José Luis Villar Palasí -antiguo alumno del Instituto Luis Vives de Valencia hombre profundamente humanista por tanto- dio una aguda respuesta al ministro Solís. Se discutía en las Cortes el proyecto del nuevo Bachillerato. Durante la intervención de nuestro personaje, surgió la voz del ministro secretario general del Movimiento, José Solís Ruiz, nacido en la localidad cordobesa de Cabra, quien dijo: “Señor ministro, ¡más deporte y menos latín!” La respuesta del titular de Educación Nacional fue inmediata, rotunda y divertida: “Señor ministro, gracias al latín, los nacidos en Cabra se llaman egabrenses”. La carcajada en los escaños fue inmediata. El titular de Educación ya se daba cuenta en aquel momento de que, después de años de estudio, sólo los estudiantes muy raros podían traducir un fragmento de unas pocas líneas de un clásico latino. Lo mismo que sucede hoy en día, incluso entre los sacerdotes de las nuevas generaciones. ¡Nihil sub sole novum! Nada nuevo bajo el sol.

José L. Villar Palasí, 
ministro de Educación 1968-73

Ahora la escuela ha cambiado mucho; pero, al no pertenecer yo a las filas de los laudatores temporis acti (aduladores del tiempo pasado, según dice Horario en el fragmento 174 de la Epístola a los Pisones) quisiera reiterar que "cambio" no siempre es una indicación de declive irreversible: diferente no necesariamente significa "peor", y por lo tanto es bueno reflexionar un poco sobre el estado de esta “soporífera” disciplina. 

Hace unos años, escribí a un obispo con sede en Cataluña una carta encabezada con este epígrafe: “¡Viva el latín!”. Le hablaba sobre la historia y belleza de una lengua aparentemente inútil. No recibí respuesta alguna. Quizás no poseía argumentos. No hay duda de que aquellos que hemos estudiado mínimamente algo de latín, o en el Instituto o en el Seminario, tenemos más recursos: en primer lugar, nuestro acceso a las lenguas romances, a su léxico y a su estructura gramatical, suele ser más fácil y más profundo del de aquellos que nunca han tenido la suerte de estudiar latín. Además, el procedimiento mediante el cual nos sumergimos en una nueva lengua que queremos aprender, es muy similar al que aplicamos para resolver un problema matemático: manejamos no sólo la deducción, sino también la inducción (el sistema de aprendizaje infantil, es decir ex nihilo). Y el latín nos ayuda.

Además, traigo una paradoja a la atención de los lectores: el latín nunca murió porque tal vez ni siquiera nació. Permítanme explicarme mejor: el latín literario, en el que están formados el 99% de los estudiantes de latín, es una construcción intelectual muy refinada, pero que ciertamente no coincide con el latín hablado por la gran masa de ciudadanos de Roma y el Imperio, el llamado sermo cotidiano, del que por cierto derivan nuestras lenguas. Para reconstruir aquella lengua popular, tenemos muy pocos elementos: algunas inscripciones en las paredes escaparon a la acción destructiva de la época (pienso en Pompeya); algunos epígrafes abren una brecha a favor de esta tesis cuando, a veces, con sus "errores", nos confirman la discrasia que existía entre el latín oficial y el cotidiano. Nos ayudan algunos pasajes de autores conocidos (pienso en la charla de los libertos en el Banquete de Trimalción en el “Satiricón” de Petronio) que a pesar de ser reelaboraciones artísticas del discurso, ciertamente nos hacen comprender cómo aquellos libertos vernáculos tenían que hacer inmersión lingüística en el latín que se utilizaba diariamente en el foro. En resumen, creo que si absurdamente hoy pudiéramos conocer a Cicerón, realmente creo que nos sorprendería la forma en que se dirige a su esposa Terencia o su hija Tullia, muy diferente del latín solemne que estamos acostumbrados a leer en sus discursos y obras filosóficas. 

Sí, de alguna manera los romanos tenían una mirada muy lúcida, que había identificado y anticipado algunos problemas ya en su tiempo, aunque quizás sólo en forma incipiente. Problemas que hoy nos afectan de manera generalizada. Pienso, por ejemplo, en el tema de la contaminación ambiental que se experimentó sobre todo en las metrópolis de la época, Roma, Alejandría y algunas otras (el saneamiento de estas ciudades fue una epopeya). Pienso también en necesidades aparentemente más frívolas, como el anhelo de un poco de ayuda para algunos retoques estéticos: un problema, evidentemente, que sólo unas pocas mujeres de condición media-alta sentían como apremiante y sobre las cuales Ovidio se detiene en varios puntos de su obra, tanto en “Medicamina faciei femineae” así como en el tercer libro de su “Ars amatoria”.

Pero sobre todo, si el latín es realmente, como alguien dijo, el "código genético de Occidente", me parece que más que un rival que está "frente a nosotros", es un amigo que está "dentro de nosotros", y eso yo lo noto paradójicamente en mí, habiéndolo descubierto desde que en 2007 empecé a celebrar la Santa Misa según el modo extraordinario, que me obliga a entender y percibir de nuevo en latín. Os lo puedo asegurar de corazón. 

La antigua de Baia, en el golfo de Nápoles

Además, ya que en el campo de la medicina estamos descubriendo cómo la genética es la rama decisiva para resolver muchos tipos de problemas, tengamos en cuenta este particular. Eso de andar añadiendo o quitando tramos de la secuencia genética ni que sea en los virus, nos está trayendo más problemas que soluciones. Lo mismo nos pasa en el plano histórico, cultural y moral: estamos procediendo con temeraria irresponsabilidad a la eliminación masiva de secuencias enteras de nuestro ADN. de lo genético. Pero no podemos desembarazarnos y echar por la borda nuestros orígenes sin que esto nos pase factura. Nadie que no sepa quién es y de qué historia proviene puede saber a dónde ir.

Hace ya dos mil años, aunque esa época y esa civilización eran muy diferentes a las nuestras, nos estábamos preguntando acerca de problemas y dramas similares a los presentes. Un poco porque creo (en la línea de una autora que no tenía nada que ver con el latín, Agatha Christie con su señorita Marple) que la naturaleza humana siempre es similar a sí misma.

Con el aprendizaje y el uso del latín tenemos a nuestro alcance figuras de grandes maestros. A uno sobre todo: Séneca. Él era un hombre con una inteligencia muy aguda, pero que nos conquista porque era muy humano, lleno de contradicciones, de las cuales a menudo se justifica: pienso, por ejemplo, en cómo responde como filósofo a las críticas de quienes le reprocharon que aprovechase su posición en el más alto nivel en la corte (tutor de Nerón y luego, de hecho colíder del Imperio) para acumular una riqueza fabulosa. Bueno, pues responde así: primero dice que un filósofo no necesariamente tiene que ser pobre: ​​debe aprender que los bienes materiales son caducos y fugaces, y debe saber prescindir de ellos ocasionalmente; pero no se le puede atribuir la culpa de tener un vasto patrimonio (Séneca nos explica que sólo los aretes de su esposa valían tanto como el patrimonio de alguna rica familia). Vemos también cómo después de condenar la ligereza de las vestimentas en los centros turísticos de moda como Baia, en el golfo de Nápoles que era el Montecarlo de la época, también frecuentado por Nerón y otros millonarios de aquel tiempo, describe los pasatiempos de la élite de vacaciones con tanta precisión como para hacernos deducir que si los describe tan bien es que los frecuentó. ¡Él también estuvo allí! El propio Séneca dice que si la filosofía es la medicina del alma, él no es más que un enfermo como otros tantos, pacientes de un mismo hospital, capaz de aplicar remedios paliativos, pero no terapias decisivas, a su enfermedad.


Séneca también conocía bien los males del espíritu, las que hoy llamaríamos “distonías neurovegetativas” y los ataques de ansiedad. De hecho, varias veces en las Cartas a Lucilio, nos describe precisamente un ataque de este mal que tuvo que sufrir a menudo. Francamente parece ser un contemporáneo nuestro, en muchos sentidos, incluso al presentar los argumentos reconfortantes, muy modernos y a veces paradójicos, que sabe elaborar. 

Leer a este autor también resulta útil si queremos reflexionar sobre el fracaso educativo: en la última conversación del filósofo con su alumno el joven Nerón (que nos es relatada por Tácito en los Anales), el joven emperador demuestra haber entendido muy bien las enseñanzas del maestro: de hecho, muy bien; y se presenta como un interlocutor retóricamente versado, temeroso y muy insidioso.

Séneca y Nerón (E. Barrón)

Sobre el tema del fracaso educativo, pero también político y familiar, nos resulta muy útil Cicerón: por desgracia estamos acostumbrados a pensar en los clásicos como personajes ejemplares, cuya grandeza está esculpida en lápidas de mármol, rodeado de gloria, que pasaron a la historia por el valor paradigmático de lo que escribieron y por sus acciones. Pero olvidamos que también eran hombres: por lo tanto, no exentos de caídas y fracasos, a veces espectacularmente sensacionales.
Queridos amigos y lectores: al latín no se le reconoce el mérito que merece en nuestra cultura, porque estudiarlo y dominarlo requiere tiempo, aplicación y no poco esfuerzo. Sin embargo no más que para otras asignaturas: pienso en las matemáticas, la química, la física, todas las disciplinas que en el currículum escolar incluso son asignaturas troncales para las que se requiere un cierto grado de profundidad: en todas hay picos de insuficiencia, y no por ello se suprimen. El hecho es que vivimos en una época en que todo lo que es mínimamente difícil, que requiere tiempo, esfuerzo, concentración no episódica (en estudios como en las relaciones humanas) es relegado por la moda dominante. No es tendencia. Todo debe ser fácil e inmediatamente inteligible: y de hecho estamos viendo los resultados.
Para concluir, ¿cómo pueden ayudarnos la lengua y la cultura latinas a sobrevivir en esta era oscura de posmodernidad líquida? En primer lugar, nos ayuda a trabajar con una complejidad sintáctica cuya técnica es aplicable a cualquier análisis de la realidad.

Espero que después de esta disquisición, surja un poco de inquietud y deseo de aprender lengua y cultura latinas. Creo que son cruciales. Y nos facilitan las claves para vivir mejor: saber relativizar y saber mirar más allá de nuestro estrecho horizonte personal. Aquellos que viven ahogados en problemas cotidianos, esos pequeños problemas que envenenan la vida, pueden ver que el amor infeliz, la traición, los desacuerdos familiares, las decepciones escolares, no sólo son males que nos afligen hoy en día, sino que son problemas que ya tenía el ciudadano romano de hace dos mil años y quizás de manera más generalizada. Y sus recursos tan “latinos” para afrontar los problemas, no desmerecían en absoluto de los tan tecnificados que manejamos hoy. Creo sinceramente que relativizar un poco es la clave si no para vivir mejor y exentos de problemas, sí al menos para no ahogarnos en ellos.

Mn. Francesc M. Espinar Comas

Párroco del Fondo de Santa Coloma de Gramenet