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martes, 19 de abril de 2016

Con relación a Ratzinger-Benedicto XVI [Padre Alfonso Gálvez, 2 de 3]



(...) Por supuesto que estas afirmaciones provocarán el escándalo de muchos y el desmentido de no pocosLo que no es suficiente por sí solo para demostrar que no están fundadas en la realidad. La Palabra del Papa ya no significaba nada (aunque, según algunos, también es digno de tener en cuenta que, de forma casi continuada, todo parece indicar que el mismo Benedicto XVI parecía querer evitar los enfrentamientos y hacer frente a los verdaderos problemas). La verdad es que nunca su Persona había sido acusada, calumniada, despreciada y perseguida, del modo y manera como ocurrió durante su Pontificado. Hasta la Corte Suprema de los Estados Unidos se atrevió a acusar y condenar al Vaticano (un Estado independiente regido por un Pontífice religioso que es también Soberano en lo civil). 

Los teólogos más encumbrados, y hasta Arzobispos de prestigio y Cardenales, ya no encontraron inconveniente en enfrentarse al Papa y en criticarlo abiertamente, además de oponerse a sus decisiones (la Iglesia austriaca, por ejemplo, rechazó los nombramientos episcopales emanados del Santo Padre, sin que nadie pusiera objeción alguna a tal forma de conducta). Después, tal como hemos dicho, aparecería el miedo. Y con el miedo, el servilismo, que es el tributo que pagan los cobardes y aprovechados. La Iglesia Católica, otrora Maestra definidora del comportamiento y de las relaciones humanas en todo el Mundo, quedaba así reducida prácticamente a la condición de otra ONG más.

(...) Habremos de limitarnos a la exposición de los dos puntos principales en la obra de J.Ratzinger--Benedicto XVI que han sido decisivos en la creación de la Nueva Iglesia: su colaboración e influjo en los Documentos del Concilio Vaticano II y sus tesis historicistas. Estas últimas determinantes, a su vez, de sus doctrinas sobre la evolución de los dogmas y su re-interpretación de las dos Fuentes de la Revelación, a saber: la relectura de la Biblia (dependiente de la circunstancia histórica y del sentimiento del hombre que interpreta), y la Tradición Viviente (que ya no es una Tradición fija y ultimada, sino evolutiva y que se desarrolla según el momento histórico y los sentimientos del hombre actual).

No vamos a hablar aquí de su decisiva participación en la elaboración de los Documentos conciliares, hecho bien conocido por todos los historiadores y confesado repetidas veces por el mismo Ratzinger. Ni de los resultados y consecuencias del Concilio como un todo, que es un problema que se ha convertido en una de las cuestiones más debatidas de la era postconciliar: catástrofe para la Iglesia, según los tradicionalistas, y primavera eclesial para progresistas y neocatólicos.

(...) En un artículo escrito ante la apertura de la Cuarta Sesión del Concilio, con respecto a la redacción del Esquema XIII, que luego se convertiría en la Gaudium et Spes, decía Ratzinger: Las formulaciones de la ética cristiana, por lo que atañe al hombre real que vive en su tiempo, están revestidas necesariamente del espíritu de su tiempo (...)  ninguna época puede decidir lo que es permanente si no es desde su propio punto de vista.

En cuanto a su teoría sobre la Tradición Viviente, se concreta de una forma expresa en sus doctrinas sobre el Magisterio (...) asegura que el Magisterio de siempre debe ser interpretado desde el Magisterio posterior o más reciente; cuando en realidad quiere decir dejado sin efecto, como de hecho lo afirma expresamente en varias ocasiones, dejando así en entredicho su famosa doctrina de la continuidad. Para Ratzinger, la Constitución Gaudium et Spes, es también un auténtico Anti-Syllabus. Y en cuanto a los errores condenados por Pío IX, que en realidad responden según él a circunstancias históricas del tiempo de ese Pontífice, han dejado de tener validez. (...) Como cualquiera puede ver, según estas doctrinas, cualquier doctrina del tiempo pasado se puede invalidar desde el punto de vista del tiempo presente. Y dado que este razonamiento se puede repetir en cadena e indefinidamente, llegamos a concluir que solamente podemos sostener que jamás podremos estar seguros de nada.



(...) Hemos repetido insistentemente que, a nuestro modesto parecer, la crisis a la que se alude es la más grave y peligrosa que ha padecido la Iglesia a lo largo de toda su Historia. También hemos intentado mostrar que la terrible situación actual, por la que atraviesa la Iglesia, no es sino la consecuencia de los pecados de los cristianos (si bien es verdad que aquí la referencia apunta principalmente a los católicos, que son quienes integran la Única y Verdadera Iglesia), concretados en una tremenda y general Apostasía de la que no es ajena la misma Jerarquía Eclesiástica.

La Apostasía significa un consciente y voluntario abandono de la Fe, y es quizá la más grave traición que los miembros de la Iglesia pueden cometer. (...) A partir del Concilio Vaticano II, un poderoso Movimiento dentro de la Iglesia ha intentado torpedear al Magisterio y con éxito al parecer. De ahí que grandes masas de católicos se encuentren sumidos en la confusión con respecto al contenido de su Fe.

La Teología neomodernista de los tiempos del Concilio y posteriores ha puesto en duda el valor del Magisterio anterior al Concilio. E incluso algunos miembros de la Jerarquía Eclesiástica, apoyándose en el mismo Concilio, han atacado el Magisterio de los Papas que lo han precedido. Por otro lado, la ambigüedad de algunos textos conciliares ha dado lugar a que se susciten dudas sobre verdades fundamentales de la Fe, además de ser interpretados como cambios con respecto al Magisterio anterior. (...) sin tener cuenta las consecuencias demoledoras que de ahí se derivaban para la Iglesia.

Si un Concilio anterior puede ser atacado por otro posterior, por la misma razón y según las reglas de la Lógica, el segundo puede ser también desautorizado desde el primero. Una vez admitido que un Concilio es capaz de poner en entredicho las Doctrinas proclamadas por otro, es evidente que el valor y credibilidad de todos los Concilios se destruyen por sí mismos y caen por su propio peso.

Si se alega, como viene haciendo la Teología neomodernista, apuntando sobre todo al Concilio de Trento, que las Doctrinas promulgadas en un Concilio solamente son válidas para su época y según las categorías de pensamiento propias de su tiempo, es evidente que, según eso, exactamente lo mismo podrá ser dicho de cualquier Concilio: ¿Quién será capaz de garantizar que los Documentos del Concilio Vaticano II no serán rechazados por una Teología posterior, bajo el pretexto de que habrán de ser interpretados según las categorías de pensamiento del momento, y reconocidos como válidos, por lo tanto, sólo para esa época? Con lo que desembocamos en el fundamento de las doctrinas historicistas, propias del Modernismo, que han impregnado la Teología Católica desde el Concilio Vaticano IIPara estas ideologías inmanentistas, no es la Revelación la que determina al hombre, sino el hombre de cada momento histórico quien juzga e interpreta a la Revelación. De este modo la ecuación es patente: Subjetivismo igual a Modernismo. (Aquí)

Igualmente es conocido que el Cardenal Ratzinger (nunca desmentido por Benedicto XVI), sostuvo públicamente que la Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano IIes un auténtico Documento ``contra-Syllabus'' (el Syllabus fue publicado junto a la Encíclica Quanta Cura, de Pío IX). Si se tiene en cuenta que el Syllabus, junto con la Encíclica Pascendi de San Pío X, son los Documentos que condenaron solemnemente el Modernismo y pretendieron acabar de raíz con dicha herejía, no cabe duda que el problema de la aparente discrepancia de Magisterios queda claramente planteado.


(Continúa)