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martes, 22 de septiembre de 2020

¿Es el Vaticano II "intocable"? (Monseñor Viganò)

 CHIESA E POST CONCILIO

Me impresionó mucho el comentario de Peter Kwasniewski titulado Por qué la crítica de Viganò al Concilio debe tomarse en serio . Aparecido en One Peter Five el pasado 29 de junio ( aquí y aquí también ), quedó entre los artículos que me hubiera gustado comentar: lo voy a hacer ahora, agradeciendo al autor y a la redacción el espacio que me quieren conceder. 

En primer lugar, me parece que puedo compartir prácticamente todo el contenido de lo que escribió Kwasniewski: el análisis de los hechos es extremadamente claro y lúcido, y refleja exactamente mi pensamiento. Y lo que me alegra especialmente es señalar que "tras la publicación de la carta del arzobispo Viganò del 9 de junio y las intervenciones escritas sobre el mismo tema que siguieron, la gente empezó a preguntarse qué significaría" cancelar "el Concilio Vaticano II." 

Considero interesante que se empiece a cuestionar un tabú que desde hace casi sesenta años ha impedido cualquier crítica teológica, sociológica e histórica del Concilio, sobre todo cuando esta intangibilidad reservada al Vaticano II no es válida -según sus partidarios- para ningún otro documento magisterial o para la Sagrada Escritura

Hemos leído innumerables intervenciones en las que los defensores del Concilio definieron los Cánones de Tridentino, el Programa del Beato Pío IX, la Encíclica Pascendi de San Pío X, la Humanae vitae y la Ordinatio sacerdotalis de Pablo VI como "obsoletos" . La misma modificación del Catecismo de la Iglesia Católica, con el que se modifica la doctrina sobre la legitimidad de la pena de muerte en nombre de un "cambio de entendimiento" del Evangelio, demuestra que para los Novator no hay dogma, ningún principio inmutable que pueda ser inmune a revisión o anulación: la única excepción está representado por el Vaticano II, que por su naturaleza -ex se , dirían los teólogos- disfruta de ese carisma de infalibilidad e inerrancia que, a la inversa, se le niega a todo el depositum fidei . 

Ya he expresado mi opinión sobre la hermenéutica de la continuidad teorizada por Benedicto XVI y constantemente retomada por los defensores del Vaticano II que, ciertamente de buena fe, intentan hacer una lectura armoniosa del Concilio con respecto a la Tradición. Me parece que los argumentos a favor del criterio hermenéutico propuestos por primera vez en 2005 (1) se limitan a un análisis puramente teórico del problema, ignorando obstinadamente la realidad de lo que ocurre ante nuestros ojos desde hace décadas. Este análisis parte de un postulado válido y compartible, pero que, en este caso concreto, presupone una premisa que no es necesariamente cierta. 

El postulado es que todos los actos del Magisterio deben leerse e interpretarse a la luz de todo el cuerpo magisterial, en razón de la analogía fidei (2), que de alguna manera también se expresa en la hermenéutica de la continuidad. Este postulado, sin embargo, parte del supuesto de que el texto que vamos a analizar es un acto específico del Magisterio, con su grado de autoridad claramente expresado en las formas canónicas previstas. Y aquí es donde está el engaño, aquí es donde se dispara la trampa. Porque los Novator fueron capaces, con intencionalidad, de poner la etiqueta de "Concilio Ecuménico Sacrosanto" en su manifiesto ideológico, así como a nivel local los jansenistas que manipularon el Sínodo de Pistoia habían logrado encubrir sus tesis heréticas con autoridad, y fueron luego condenados por Pío VI (3).

Por un lado, el católico mira la forma del Concilio al considerar sus actos como expresión del Magisterio y, en consecuencia, trata de leer su sustancia , claramente equívoca, si no totalmente errónea, en línea con la analogía de la fe, por ese amor y veneración que todos los católicos tienen por la Madre Iglesia. No pueden entender que los Pastores hayan sido tan inexpertos como para imponerles una adulteración de la Fe, pero al mismo tiempo comprenden la ruptura con la Tradición y tratan de explicar esta contradicción. 

Por otro lado, el modernista mira la sustancia del mensaje revolucionario que pretende transmitir, y para darle una autoridad que no tiene y que no debería tener, "magisterializa" a través de la forma del Consejo, publicándolo en forma de actos oficiales. Sabe bien que se está exagerando, pero utiliza la autoridad de la Iglesia -que en condiciones normales desprecia y rechaza- para hacer prácticamente imposible la condena de esos errores, que han sido ratificados nada menos que por la mayoría de los Padres sinodales. 

El uso instrumental de la autoridad para fines opuestos a los que la legitiman es una estratagema muy astuta: por un lado garantiza una especie de inmunidad, un “escudo canónico” a las doctrinas heterodoxas o cercanas a la herejía; por otro lado, permite imponer sanciones a quienes denuncien estas desviaciones, en virtud de un respeto formal a las normas canónicas. En el ámbito civil esta forma de proceder es típica de las dictaduras; si esto también sucedió dentro de la Iglesia, es porque los cómplices de este golpe de Estado no tienen el más mínimo sentido sobrenatural, no temen ni a Dios ni a la condenación eterna, y se consideran partidarios del progreso, investidos de un papel profético que los legitima en todas sus atrocidades, así como las masacres masivas del comunismo las llevan a cabo dirigentes del partido convencidos de que están promoviendo la causa del proletariado. 

En el primer caso, el análisis de los documentos conciliares a la luz de la Tradición choca con la constatación de que han sido formulados de tal manera que ponen de manifiesto la intención subversiva de sus autores, y conduce inevitablemente a la imposibilidad de interpretarlos en el sentido católico, sin debilitar todo el corpus doctrinal. En el segundo caso, la conciencia de la novedad de las doctrinas insinuadas en los actos conciliares requería una formulación deliberadamente equívoca, precisamente porque sólo haciendo creer a las personas que estaban en consonancia con el magisterio perenne de la Iglesia podría haberlas hecho suyas la misma asamblea autorizada que se suponía que tenía que ser clara para difundirlos.  

Cabe destacar que la mera necesidad de buscar un criterio hermenéutico para interpretar los actos conciliares demuestra la diferencia del Concilio Vaticano II con cualquier otro Concilio Ecuménico, cuyos cánones no dan lugar a ningún malentendido. El objeto de la hermenéutica puede ser un pasaje poco claro de la Sagrada Escritura o de los Santos Padres, pero ciertamente no un acto del Magisterio, cuya tarea es precisamente disipar esa falta de claridad. Sin embargo, tanto los conservadores como los progresistas coinciden inconscientemente en reconocer una especie de dicotomía entre lo que es un Concilio y lo que es ese Concilio: el Vaticano II; entre la doctrina de todos los concilios y la expuesta o implícita en ese concilio. 

Mons. Pozzo, en uno de sus escritos recientes en el que también cita a Benedicto XVI, afirma acertadamente que " un Concilio es tal sólo si permanece en la estela de la Tradición y debe leerse a la luz de toda la Tradición ". (4) Pero esta afirmación, impecable para la teología, no lleva necesariamente a considerar católico al Vaticano II, sino a preguntarse si lo es, al no quedarnos en el hecho de la Tradición y al no poder ser leído a la luz de toda la tradición, sin molestar a los hombres que la querían, y si puede definirse realmente como tal. Esta pregunta ciertamente no puede encontrar una respuesta imparcial en aquellos que orgullosamente profesan ser sus partidarios, defensores y creadores. Y obviamente no me refiero a la legítima defensa del Magisterio católico, sino sólo al Vaticano II como el "primer concilio" de una "nueva iglesia" que pretende ocupar el lugar de la Iglesia católica, a la que se descarta, apresuradamente, como preconciliar. 

También hay otro aspecto que en mi opinión no debe pasarse por alto, a saber, que el criterio hermenéutico - visto en el contexto de una crítica seria y científica del texto - no puede ignorar el concepto que quiere expresar: no es posible imponer un Interpretación católica de una proposición que en sí misma es claramente herética o cercana a la herejía, simplemente porque está insertada en un texto magisterial declarado. 

La proposición de Lumen Gentium: "Pero el plan de salvación también incluye a aquellos que reconocen al Creador. En primer lugar están los musulmanes, que, profesando tener la fe de Abraham, adoran con nosotros a un Dios único y misericordioso que juzgará a los hombres en el último día"(LG, 16) no puede ser interpretada de manera católica: en primer lugar porque el dios de Mahoma no es uno y trino, y en segundo lugar porque el Islam condena como blasfema la Encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad en Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Afirmar que “el plan de salvación también incluye a quienes reconocen al Creador” y que “en primer lugar entre ellos están los musulmanes” contradice descaradamente la doctrina católica, que profesa que la Iglesia católica es la única arca de salvación. La salvación eventualmente alcanzada por los herejes y, más aún, por los paganos, proviene siempre y únicamente del tesoro inagotable de la Redención de Nuestro Señor que está custodiado por la Iglesia, mientras que la pertenencia a cualquier otra religión es un impedimento para la búsqueda de la bienaventuranza eterna. Quien se salva, se salva por el deseo, al menos implícito, de pertenecer a la Iglesia, y a pesar de su adhesión a una religión falsa: nunca en virtud de ella. Porque el bien que contiene no le pertenece, sino que ha sido usurpado; mientras que el error que contiene es lo que la hace intrínsecamente falsa, ya que la mezcla de errores y  de verdad engaña más fácilmente a sus seguidores. 
No es posible modificar la realidad para hacerla corresponder a un esquema ideal: si la evidencia muestra la heterodoxia de algunas proposiciones de los documentos conciliares (y de manera similar, de actos del magisterio bergogliano) y si la doctrina nos enseña que los actos del magisterio no contienen errores, la conclusión no es que esas proposiciones no sean erróneas, sino que no pueden ser parte del Magisterio. Punto. 
La hermenéutica sirve para aclarar el significado de una oración oscura o que parece contradecir la doctrina, no para corregirla sustancialmente ex post. Tal procedimiento no proporcionaría una simple clave para la lectura de los textos magisteriales, sino que constituiría una intervención correctiva y, por tanto, la admisión de que en esa proposición específica de ese documento magistral concreto se ha afirmado un error que debe subsanarse. Y habría que explicar no sólo por qué ese error no se evitó desde el principio, sino también si los Padres sinodales que aprobaron ese error, y el Papa que lo promulgó, pretendieron usar su autoridad apostólica para ratificar una herejía, o si quisieron valerse de la autoridad implícita derivada de su papel de Pastores para avalarla sin cuestionar al Paráclito. 

Mons. Pozzo admite: “La razón por la que el Concilio ha sido recibido con dificultad reside, por tanto, en el hecho de que ha habido una lucha entre dos hermenéuticas o interpretaciones del Concilio, que de hecho han coexistido en oposición entre sí”. Pero con estas palabras confirma que la opción católica de adoptar la hermenéutica de la continuidad va de la mano con la opción innovadora de recurrir a la hermenéutica de la ruptura, en una arbitrariedad que demuestra la confusión imperante y, lo que es más grave, el desequilibrio de las fuerzas en juego a favor de una u otra tesis. "La hermenéutica de la discontinuidad corre el riesgo de terminar en una ruptura entre la Iglesia preconciliar y la Iglesia posconciliar y presupone que los textos del Concilio, como tales, no serían la verdadera expresión del Concilio, sino el resultado de un compromiso », escribe Mons. Pozzo. Pero la realidad es exactamente ésta, y negarla no resuelve el problema en lo más mínimo, sino que lo agrava, al negarse a reconocer la existencia del cáncer, incluso cuando llegado muy claramente a su metástasis. 

La afirmación de Mons. Pozzo de quel el concepto de libertad religiosa expresado en Dignitatis humanae no contradice el Syllabus de Pío IX (5) demuestra que el documento conciliar es en sí mismo deliberadamente ambiguo. Si sus redactores hubieran querido evitar tal ambigüedad, habría bastado con hacer referencia a las proposiciones del Syllabus en una nota al pie; pero esto nunca habría sido aceptado por los progresistas, que pudieron deslizar un cambio de doctrina precisamente por la ausencia de referencias al Magisterio anterior. Y no parece que las intervenciones de los Papas posconciliares -y su misma participación, incluso en ceremonias no católicas o incluso paganas- hayan corregido alguna vez, o de alguna manera, el error propagado siguiendo la interpretación heterodoxa de Dignitatis humanae . Tras un examen más detenido, se adoptó el mismo método en la redacción de Amoris Laetitia , en el que la disciplina de la Iglesia en materia de adulterio y concubinato se formuló de tal manera que teóricamente podría interpretarse en un sentido católico, mientras que, de hecho, fue aceptada en el único y obvio sentido herético que querían difundir. Tanto es así que la clave de la interpretación deseada por Bergoglio y sus exegetas en materia de Comunión de divorciados [ aquí ] se ha convertido en la auténtica interpretación del Acta Apostolicae Sedis (6)

La intención de los defensores del Vaticano II resulta ser un esfuerzo de Sísifo: en cuanto, con mil esfuerzos y mil distinciones, logran formular una solución aparentemente razonable que no afecta directamente a su ídolo, aquí se desautorizan inmediatamente sus palabras. por las declaraciones de signo contrario de un teólogo progresista, de un prelado alemán o del mismo Francisco. Así, la roca conciliar vuelve a rodar colina abajo, donde la gravedad la atrae a su lugar natural. 

Es obvio que, para un católico, un Concilio es ipso facto de tal autoridad e importancia que acepta espontáneamente sus enseñanzas con devoción filial. Pero es igualmente obvio que la autoridad de un Concilio, de los Padres que aprueban sus decretos y de los Papas que los promulgan, no da lugar a la aceptación de documentos que estén en flagrante contradicción con el Magisterio, o al menos lo debiliten. Y si este problema persiste después de sesenta años, revelando una perfecta coherencia con la voluntad deliberada de los Innovadores que elaboraron sus documentos e influyeron en sus protagonistas, debemos preguntarnos qué es el óbex, el obstáculo insuperable, que nos obliga, contra toda razonabilidad , a considerar católico lo que no lo es, en nombre de un criterio que se aplica única y exclusivamente a lo ciertamente católico.

Es necesario tener muy claro que la analogía fidei se aplica a las verdades de la Fe, precisamente, y no al error, ya que la unidad armoniosa de la Verdad en todas sus articulaciones no puede buscar coherencia con lo que se le opone. Si un texto conciliar formula un concepto herético o cercano a la herejía, no existe ningún criterio hermenéutico que lo pueda hacer ortodoxo, simplemente porque ese texto forme parte de las Actas de un Concilio. Sabemos bien qué engaños y qué hábiles maniobras han realizado consultores y teólogos ultra avanzados, con la complicidad del ala modernista de los Padres. Y sabemos bien con qué connivencia aprobaron Juan XXIII y Pablo VI estos "ataques sorpresa", en violación de las normas que ellos mismos aprobaron. 

El defecto sustancial, por tanto, radica en haber llevado, fraudulentamente, a los Padres conciliares a aprobar textos ambiguos - ellos los consideraron lo suficientemente católicos como para merecer el placet-  y luego, usar esa misma ambigüedad para hacerles decir exactamente lo que querían los Novator. 

Esos textos no pueden hoy modificarse  en su sustancia para hacerlos ortodoxos o más claros: simplemente deben ser rechazados - en las formas que la Autoridad Suprema de la Iglesia estime conveniente, a su debido tiempo - porque están viciados por una intención maliciosa. Y también habrá que establecer si un acontecimiento anómalo y desastroso como el Vaticano II puede todavía merecer el título de Concilio Ecuménico, cuando su heterogeneidad con respecto a los anteriores sea universalmente reconocida. Una heterogeneidad tan evidente que requiere el recurso a la hermenéutica, algo que nunca ha sido necesario para ningún otro Concilio. 

Cabe señalar que este mecanismo inaugurado por el Vaticano II ha experimentado un resurgimiento, una aceleración -incluso una oleada sin precedentes- con Bergoglio, quien, deliberadamente, recurre a expresiones imprecisas, astutamente formuladas fuera del lenguaje teológico, precisamente con la intención de desmantelar, pieza por pieza, lo que queda de la doctrina, en nombre de la aplicación del Concilio. Es cierto que en Bergoglio la herejía y la heterogeneidad con respecto al Magisterio son evidentes y casi descaradas; pero es igualmente cierto que la Declaración de Abu Dhabi [ ver ] no habría sido posible sin la premisa de Lumen gentium. 

Peter Kwasniewski afirma acertadamente: "Lo que hace que el Vaticano II sea singularmente merecedor de repudio, es la mezcla, el revoltijo, de elementos excelentes, buenos, indiferentes, negativos, genéricos, ambiguos, problemáticos y erróneos, todo en textos de enorme extensión". La voz de la Iglesia, que es la voz de Cristo, es -en cambio- clara y sin ambigüedades, y no puede engañar a quienes  confían en su autoridad. Por eso el último consejo es absolutamente irrecuperable. Si el proyecto de modernización ha resultado en una pérdida masiva de la identidad católica e incluso de la competencia doctrinal básica y la moral, la única solución es rendir el último homenaje al gran símbolo de ese proyecto y verlo enterrado

Concluyo reiterando un hecho que en mi opinión es muy indicativo: si el mismo compromiso que los Pastores han prodigado durante décadas en la defensa del Vaticano II y de la "iglesia conciliar" se hubiera utilizado para reafirmar y defender la totalidad de la doctrina católica, o incluso sólo para promover  el conocimiento del Catecismo de San Pío X, entre los fieles, la situación del cuerpo eclesial sería radicalmente diferente. Y también es cierto que los fieles educados en la fidelidad a la doctrina habrían reaccionado con horcas a las adulteraciones de los Innovadores y sus protectores. Quizás la ignorancia del pueblo de Dios fue pensada, precisamente, para que los católicos desconocieran el fraude y la traición perpetrados contra ellos, de la misma manera que el prejuicio ideológico que pesa sobre el Rito Tridentino sólo sirve para evitar que se le compare con las aberraciones de las ceremonias reformadas.

La anulación del pasado y de la Tradición, la negación de las raíces, la deslegitimación del disenso, el abuso de autoridad y el aparente respeto por las reglas: ¿no son éstos los elementos recurrentes de todas las dictaduras?

+ Carlo Maria Viganò, arzobispo
21 de septiembre de 2020
San Mateo, apóstol y evangelista
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1.http://www.vatican.va/content/benedictxvi/it/speeches/2005/december/documents/hf_ben_xvi_spe_20051222_roman-curia.html
2. CIC, 114: Por "analogía de la fe" nos referimos a la cohesión de las verdades de fe entre ellas y en la totalidad del proyecto de Revelación.
3. Es interesante notar que, incluso en ese caso, de las 85 tesis sinodales condenadas con la Bula Auctorem fidei , las totalmente heréticas fueron sólo 7, mientras que las demás fueron definidas "cismático, erróneo, subversivo de la jerarquía eclesiástica, falso, imprudente, caprichoso, insultante a la Iglesia y su autoridad, que lleva al desprecio de los sacramentos y las prácticas de la Santa Iglesia, ofensivo a la piedad de los fieles, disturbios al orden de las diversas iglesias , el ministerio eclesiástico, la quietud de las almas; en contraste con los decretos tridentinos, ofensivos a la veneración debida a la Madre de Dios, los derechos de los Consejos Generales ».
4. https://www.aldomariavalli.it/2020/09/10/concilio-vaticano-ii-rinnovamento-e-continuita-un-contributo-di-monsignor-pozzo/
5. "Al mismo tiempo, sin embargo, el Vaticano II in Dignitatis humanae reafirma que la única religión verdadera subsiste en la Iglesia católica y apostólica, a la que el Señor Jesús confía la misión de comunicarla a todos los hombres (DH, n. 1), y con esto niega el relativismo y el indiferentismo religioso, también condenado por el Syllabus de Pío IX ”.
6. https://lanuovabq.it/it/lettera-del-papa-ai-vescovi-argentini-pubblicata-sugli-acta
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Nota del blogero

* Se trata de una traducción realizada haciendo uso del traductor de Google, por lo que es posible que aparezca alguna expresión que no se entienda por completo. En todo caso, yo lo he revisado de modo que si éstas aparecen estén reducidas al mínimo. Imagino que este escrito saldrá también, con mejor traducción, en Adelante la Fe. Si eso ocurre, lo indicaré aquí mismo, mediante un link. Gracias

Al link correspondiente se accede pinchando aquí o también aquí 

NOTICIAS VARIAS 20 y 21 de septiembre de 2020



ABC Sociedad

La trampa del Valle de Caídos (José Francisco Serrano)

The Wanderer

Il Settimo Cielo

¿Fin del cristianismo? Un cardenal analiza el caso de Holanda


Selección por José Martí

domingo, 20 de septiembre de 2020

Cuando el Vaticano se sentía orgulloso del Valle de los Caídos

INFOVATICANA

 


“Esto mandamos, determinamos, decretando que las presentes Letras sean y permanezcan siempre firmes, válidas y eficaces y que consigan y obtengan sus plenos e íntegros efectos y las acaten en su plenitud aquellos a quienes se refieran actualmente y puedan referirse en el futuro; así se han de interpretar y definir; y queda nulo y sin efecto desde ahora cuanto aconteciere atentar contra ellas, a sabiendas o por ignorancia, por quienquiera o en nombre de cualquiera autoridad”.

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Esta semana ha vuelto a situarse en el foco mediático el Valle de los Caídos. Una Basílica situada en el valle de Cuelgamuros, en la sierra de Guadarrama, cuya construcción -que tuvo lugar de 1940 a 1958- ordenó el Jefe del Estado español en ese momento, Francisco Franco, tras la Guerra Civil española. Un lugar dedicado a los combatientes caídos de ambos bandos de la contienda, donde se rezaría por su eterno descanso, dejando como garantes de tal misión a una pequeña comunidad benedictina.

Mucho se ha hablado de la dejadez de la Iglesia respecto a este lugar y, en concreto, con la obsesión del actual Gobierno de España, que se empecinó hace un año en sacar de ese lugar los restos del impulsor de todo aquello, Francisco Franco, sin encontrar ninguna pega por parte de la jerarquía eclesiástica española. Esta semana, el mismo Gobierno ha anunciado que “resignificará” el lugar, dejándolo como un cementerio civil y extinguiendo la Fundación de los monjes que allí viven. Por ahora el silencio de la Iglesia, de nuevo, se hace pesado.

No era así hace 60 años, cuando el Papa -nada menos que Juan XXIII- concedió la condición de Basílica a este lugar. Un honor que dejaba entrever el aprecio de entonces a la intención de la obra que había impulsado Franco. ¿Defenderán los obispos españoles la voluntad de Juan XXIII?

Les ofrecemos la Carta Apostólica Salutiferae Crucis, por la que Su Santidad Juan XXIII elevó al honor y dignidad de Basílica menor a la iglesia de la Santa Cruz del Valle de los Caídos:

Yérguese airoso en una de las cumbres de la sierra de Guadarrama, no lejos de la Villa de Madrid, el signo de la Cruz Redentora, como hito hacia el cielo, meta preclarísima del caminar de la vida terrena, y a la vez extiende sus brazos piadosos a modo de alas protectoras, bajo las cuales los muertos gozan el eterno descanso. Este monte sobre el que se eleva el signo de la Redención humana ha sido excavado en inmensa cripta, de modo que en sus entrañas se abre amplísimo templo, donde se ofrecen sacrificios expiatorios y continuos sufragios por los Caídos en la guerra civil de España, y allí, acabados los padecimientos, terminados los trabajos y aplacadas las luchas, duermen juntos el sueño de la paz, a la vez que se ruega sin cesar por toda la nación española. Esta obra, única y monumental, cuyo nombre es Santa Cruz del Valle de los Caídos, la ha hecho construir Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España, agregándola una Abadía de monjes benedictinos de la Congregación de Solesmes, quienes diariamente celebran los Santos Misterios y aplacan al Señor con sus preces litúrgicas.

Es un monumento que llena de no pequeña admiración a los visitantes: acoge en primer lugar a los que a él se acercan un gran pórtico, capaz para concentraciones numerosas; en el frontis ya del templo subterráneo se admira la imagen de la Virgen de los Dolores que abraza en su seno el cuerpo exánime de su Divino Hijo, obra en que nos ha dejado el artista una muestra de arte maravilloso. A través del vestíbulo y de un segundo atrio, y franqueando altísimas verjas forjadas con suma elegancia, se llega al sagrado recinto, adornado con preciosos tapices historiados; se muestra en él patente la piedad de los españoles hacia la Santísima Virgen en seis grandes relieves de elegante escultura, que presiden otras tantas capillas. En el centro del crucero está colocado el Altar Mayor, cuya mesa, de un solo bloque de granito pulimentado, de magnitud asombrosa, está sostenida por una base decorada con bellas imágenes y símbolos. Sobre este altar, y en su vértice, se eleva, en la cumbre de la montaña, la altísima Cruz de que hemos hecho mención. Ni se debe pasar por alto el riquísimo mosaico en que aparecen Cristo en su majestad, la piadosísima Madre de Dios, los apóstoles de España Santiago y San Pablo y otros bienaventurados y héroes que hacen brillar con luz de paraíso la cúpula de este inmenso hipogeo.

Es, pues, este templo, por el orden de su estructura, por el culto que en él se desarrolla y por sus obras de arte, insigne entre los mejores, y lo que es más de apreciar, noble sobre todo por la piedad que inspira y célebre por la concurrencia de los fieles. Por estos motivos, hemos oído con agrado las preces que nuestro amado hijo, el Abad de Santa Cruz del Valle de los Caídos, nos ha dirigido, rogándonos humildemente que distingamos este tan prestigioso templo con el nombre y los derechos de Basílica Menor. En consecuencia, consultada la Sagrada Congregación de Ritos, con pleno conocimiento y con madura deliberación y con la plenitud de nuestra potestad apostólica, en virtud de estas Letras y a perpetuidad, elevamos al honor y dignidad de Basílica Menor la iglesia llamada de Santa Cruz del Valle de los Caídos, sita dentro de los límites de la diócesis de Madrid, añadiéndola todos los derechos y privilegios que competen a los templos condecorados con el mismo nombre. Sin que pueda obstar nada en contra. Esto mandamos, determinamos, decretando que las presentes Letras sean y permanezcan siempre firmes, válidas y eficaces y que consigan y obtengan sus plenos e íntegros efectos y las acaten en su plenitud aquellos a quienes se refieran actualmente y puedan referirse en el futuro; así se han de interpretar y definir; y queda nulo y sin efecto desde ahora cuanto aconteciere atentar contra ellas, a sabiendas o por ignorancia, por quienquiera o en nombre de cualquiera autoridad.

Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día siete del mes de abril del año mil novecientos sesenta, segundo de nuestro Pontificado.
D. Card. Tardini

La ley de Carmen Calvo omite toda mención a los crímenes de la izquierda en la Guerra Civil



Hace ya cinco días que Carmen Calvo anunció la nueva ley que ha preparado para imponer a los españoles la visión sesgada de la izquierda sobre la Guerra Civil.

Así fue el golpe de Estado de 1934 contra la 2ª República que el PSOE no quiere condenar
Los 50 niños asesinados a los que Sánchez no recuerda y su relación con las 13 Rosas

El Gobierno ha filtrado el texto del anteproyecto a dos grupos de izquierdas

He estado esperando estos días a que el anteproyecto de ley se publicase en el BOE o en las webs de La Moncloa o del Ministerio de la Presidencia, pero nada. Hasta el momento, lo único que conocíamos es el resumen de la ley que el Gobierno ha presentado a los medios. Para mi sorpresa, la web “Todos los nombres” del sindicato anarquista CGT y la página de Facebook de la “Asociación Recuperación Memoria Histórica Aranjuez” publicaron lo que parece ser el texto del anteproyecto este miércoles 16 de septiembre (de hecho, el documento de la primera web citada incluye el membrete oficial). Cabe suponer que el Gobierno les ha facilitado el texto del anteproyecto antes de publicarlo en el BOE. Curioso sentido de “lo público”…

El anteproyecto identifica al bando republicano con «la democracia»

Podéis leer el anteproyecto en cuestión pulsando aquí. Su contenido coincide básicamente con los fines autoritarios anunciados por el PSOE. Viene a ser un intento ampliado de reescribir la historia al gusto de la izquierda que provocó y perdió la Guerra Civil Española. Por ejemplo, así es como el texto explica los motivos del estallido de la Guerra Civil:

“Hasta la Constitución de 1978, esos periodos democráticos eran abruptamente interrumpidos por quienes pretendieron alejar a nuestro país de procesos más inclusivos, tolerantes, de igualdad, justicia social y solidaridad. El último de ellos, protagonizado por la Segunda República Española y sus avanzadas reformas políticas y sociales, fue interrumpido por un golpe de Estado apoyado por las potencias fascistas del Eje y una cruenta Guerra Civil que tenía como objetivo poner fin a la democracia y acabar con los demócratas”.

Los hechos y datos que no cuadran con esa visión de la historia

Como vimos ayer, en 1934 el PSOE, junto con los comunistas y anarquistas, dieron un golpe de estado antidemocrático en reacción a la entrada en el Gobierno de ministros de la derecha, que había ganado las elecciones de noviembre de 1933. Antes de la guerra el PSOE ya abogaba por instaurar una dictadura socialista en España, y unos días antes del inicio de la contienda, fuerzas policiales afines al PSOE y a las órdenes del gobierno secuestraron y asesinaron a uno de los líderes de la oposición, el derechista José Calvo Sotelo, un crimen de Estado que muchos historiadores señalan como el hecho detonante del alzamiento del 18 de julio.

Por aquel entonces, mucha gente en España tenía la percepción de que la izquierda pretendía instaurar una dictadura socialista. Como he señalado, el propio PSOE lo anunció sin rodeos. Ya desde 1932 el Partido Comunista venía defendiendo la implantación de una dictadura soviética en España. Tras la victoria del Frente Popular, se desató una brutal ola de violencia política que fue denunciada el 16 de junio de 1936 desde la tribuna de las Cortes por José María Gil Robles, jefe de la CEDA, señalando que desde el 16 de febrero al 15 de junio de 1936, 269 personas fueron asesinadas y 1.287 heridas de diferente gravedad, 160 iglesias fueron destruidas totalmente y 251 templos sufrieron asaltos, incendios, destrozos e intentos de asalto. Muchos de esos crímenes fueron provocados por la propia izquierda.

Así pues, si en julio de 1936 media España se alzó contra la otra mitad fue por miedo a ser exterminada por ésta, como ya había ocurrido 19 años antes en Rusia a causa de la revolución bolchevique. De hecho, la propia izquierda empujó a muchos católicos a apoyar a los alzados al lanzar contra ellos una brutal persecución anticatólica que se saldó con el asesinato de 13 obispos, 4.184 sacerdotes, 2.365 religiosos, 283 religiosas -muchas de ellas, además, violadas por los izquierdistas- y muchos seglares que fueron llevados al paredón por el mero hecho de ser católicos.

A partir del 18 julio de 1936, la España republicana se convirtió en una dictadura soviética, en la que no había libertad de religión ni de expresión, salvo para aquellos afines a la izquierda. De hecho, esa dictadura soviética que se implantó en media España recibió el apoyo del dictador y genocida comunista Stalin, cuyos agentes en el bando republicano -la mayoría de ellos miembros de la temible NKVD, la versión soviética de la Gestapo- no sólo se encargaron de dirigir la acción de las chekas (los centros de tortura de presos políticos gestionados por socialistas, comunistas y anarquistas) contra católicos y derechistas, sino también contra los comunistas trotskistas del POUM, opuestos a Moscú y cuyo líder, Andreu Nin, fue desollado vivo en una de esas chekas, situada en Alcalá de Henares y controlada por el NKVD. Identificar a esa dictadura soviética con la “democracia” es un brutal acto de cinismo.

El texto omite toda referencia a los crímenes del bando republicano

Pero además de sus manipulaciones para blanquear al bando republicano y presentar la Guerra Civil como una contienda entre demócratas y antidemócratas (cuando en realidad ambos bandos eran abiertamente antidemócratas), lo más llamativo del texto son sus omisiones. He repasado sus 69 páginas y en ellas no aparece ni una sola mención de los crímenes cometidos por el bando republicano ni a las víctimas de esos crímenes. Alguien podría alegar, lógicamente, que no procede detallar hechos concretos en una ley. Es cierto. Pero el caso es que el texto de la Ley Calvo sí menciona, por ejemplo, a las “personas privadas de libertad o que padecieron deportación, trabajos forzosos o internamientos en campos de concentración, colonias penitenciarias militarizadas, dentro o fuera España, por su defensa de la República o por su resistencia al régimen franquista dirigida al restablecimiento de un régimen democrático”.

La ley omite toda mención a los crímenes izquierdistas en esa guerra

Alguien que no conozca los hechos ocurridos en la Guerra Civil Española, y que sólo sepa de ellos lo que pueda leer en ese anteproyecto, sacará la falsa impresión de que en España hubo una guerra en la que un bando era fascista y mató a mucha gente, y el otro bando era demócrata y no cometió ningún abuso. Es la visión manipulada de la historia que viene reiterando la izquierda en general y el PSOE en particular desde hace décadas, y que ya quedó plasmada en la “Ley de Memoria Histórica” de 2007.

Significativamente, la mayor matanza de la Guerra Civil, cometida por la izquierda en Paracuellos, no es mencionada en el anteproyecto, ni ningún otro crimen cometido por miembros de los partidos de izquierda en el bando republicano, incluso contra otros izquierdistas. De hecho, no se reconoce en ninguna parte del texto que la izquierda hubiera hecho nada malo: no hay ni una sola autocrítica, lo cual es insultante para los familiares de los que fueron torturados y asesinados por socialistas, comunistas y anarquistas.

Una ley elaborada por un partido que se vio implicado en muchos de esos crímenes

Es evidente el motivo de esa visión manipuladora de la historia que se aprecia en ese anteproyecto: una considerable parte de los crímenes de guerra cometidos por los republicanos son imputables a miembros del PSOE, incluyendo dirigentes tan relevantes como la diputada y chekista Margarita Nelken, a la que el PSOE ha dedicado 20 calles en otras tantas localidades españolas. La propia masacre de Paracuellos fue perpetrada siendo presidente del Consejo de Ministros el socialista Francisco Largo Caballero, que entre 1932 y 1935 había sido presidente del PSOE y que hoy tiene dos monumentos dedicados a él en Madrid.

Las preguntas que deberíamos hacernos todos los españoles ante una ley como ésta son varias: ¿cómo esperar que sea imparcial un partido que se vio implicado en aquellos crímenes, por los que nunca ha pedido perdón y de los que ni siquiera quiere hablar? ¿Cómo creerse que el PSOE tiene la sincera intención de velar por la “memoria democrática”, si ese partido abogaba por una dictadura socialista durante la Segunda República y ahora gobierna de la mano de comunistas que tienen como referente a un dictador tan brutal como Lenin?

¿Cómo esperar que haga un censo de víctimas de la Guerra Civil -como afirma el anteproyecto- un partido incapaz de contar los muertos de una pandemia en 2020? ¿Y cómo esperar que ese censo sea completo e imparcial cuando muchas de esas víctimas fueron torturadas y asesinadas por miembros del PSOE, y aún hoy ese partido se niega a reconocer aquellos crímenes? 

Eso no es una “ley de memoria democrática”: más bien parece una ley para manipular la historia y tapar el pasado criminal y sangriento del PSOE.

Elentir

sábado, 19 de septiembre de 2020

Actualidad Comentada | El fracaso del diálogo | 18.09.2020 | P. Santiago Martín FM




12:47 minutos


La muerte de una juez del Supremo abre una profunda crisis en EE UU (Carlos Esteban)




La muerte de madrugada de la juez Ruth Bader Ginsburg a los 87 años, a poco más de un mes de las presidenciales norteamericanas más transcendentales en décadas, ha abierto una profunda crisis política y hace posible imaginar un futuro sin aborto en el país.

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El momento no podía ser más dramático. Estados Unidos está viviendo la campaña electoral más dura y radicalizada en muchas décadas, en medio de acusaciones cruzadas de fraude electoral y golpe de Estado, con la crisis del Covid dividiendo los estados y dificultando acercarse a las urnas el 3 de noviembre y decenas de ciudades víctimas de violentas protestas raciales que parecen no tener fin.

A un lado tenemos un presidente, Donald Trump, el más pro-vida desde Roe vs Wade (la sentencia que convirtió el aborto en derecho constitucional), odiado a muerte por el establishment, y al otro un Partido Demócrata que ha radicalizado sus posturas progresistas al máximo, especialmente su compromiso con el aborto, y que se ha convertido en rehén de las ‘tribus’ de colectivos de supuestos agraviados. Y, en medio de este desbarajuste, muere la juez más progresista del Supremo, Ruth Ginsburg.

¿Por qué es tan importante? Porque, a efectos de la política interior, la contribución más importante que puede hacer un presidente norteamericano en su mandato es la elección de jueces para el Supremo -que es también allí el Constitucional- cuando se produce una vacante, porque el cargo es vitalicio salvo que el sujeto renuncie voluntariamente.

El Supremo es el único intérprete autorizado de la Constitución, y la principal razón de que la Carta Magna norteamericana no haya tenido que sustituirse en toda su historia es, sencillamente, porque el tribunal le hace decir lo que estime oportuno, estirando el texto cuanto se les antoje. ¿Cómo, si no, podría nadie encontrar en un documento legal de finales del XVIII un supuesto ‘derecho constitucional’ al aborto, o la imposición del matrimonio homosexual, por citar solo dos casos flagrantes? Para muchos observadores, esto convierte al tribunal en una especie de ‘dictadura colegiada’ de nueve personas, responsable de los principales experimentos de ingeniería social en el país.

Hasta ahora, en el mandato de Trump se han producido dos vacantes, cubiertas tras una desesperada lucha en el Congreso por sendos candidatos de Trump, Neil Gorsuch y Brett Kavanaugh. Solo quedaba uno, la (hasta ahora) incombustible Ginsburg para cambiar la mayoría en el tribunal hacia el lado conservador, permitiendo vislumbrar la posibilidad de que en un futuro se revierta la sentencia que en los setenta hizo del aborto provocado un derecho constitucional.

¿Hay tiempo? Esa es la gran cuestión. Para complicar las cosas, los testigos de la muerte de Ginsburg aseguran que sus últimas palabras fueron para pedir que fuera el próximo presidente, surgido de las urnas de noviembre, quien elija a su sustituto. Este supuesto deseo en su lecho de muerte carece en absoluto de valor jurídico o institucional, pero sí un gran peso propagandístico.

El equipo de Biden ya ha saltado para demandar que se respete el deseo de la difunta, y legiones de demócratas han acudido a las redes sociales con amenazas de ‘quemar’ el país si a Trump se le ocurre intentar colar a uno de los suyos en el Supremo. Claro que es una amenaza un tanto hueca, dado que ya están quemando el país desde la muerte a manos de la policía de George Floyd.

Naturalmente, los trumpistas están urgiendo al presidente a que haga lo contrario, y nombre a toda prisa un sustituto para Ginsburg. A su favor tienen un argumento crucial: visto que la elección promete ser muy disputada y con toda probabilidad contestada por el perdedor, se abre la posibilidad de que haya que recurrir al Supremo para que decida en caso de disputa, como sucediera en Florida en las elecciones que enfrentaron a George W. Bush y Al Gore. Para ello es crucial que el tribunal esté completo.

Por primera vez desde los setenta, el fin del ‘reinado’ del aborto constitucional parece al alcance de la mano, pero en unas circunstancias tan explosivas que amenazan con una verdadera guerra civil.

Carlos Esteban

El cisma antes del cisma (Carlos Esteban)



En principio, ser periodista católico debería ser lo más fácil del mundo. Después de todo, el buen periodismo consiste en esforzarse por encontrar la verdad de lo que pasa y contarla, y nuestra fe es la verdad y Cristo nos recordó que la verdad nos hace libres.

Esa es la teoría. La práctica es un poco más difícil, porque nuestra Iglesia, al menos la Iglesia Militante, como todos nosotros, vive (también) en el tiempo, y es también una institución confiada a seres falibles y vulnerables a todas las tentaciones y todos los errores.

Por eso hay cosas de las que resulta muy difícil hablar. Por ejemplo, del cisma, un cisma con minúscula, no declarado, pero absolutamente real. Precisamente porque no se declara, porque evitamos cuidadosamente la palabra, porque hacemos verdaderos equilibrismos de lógica y retórica para no ver lo evidente es por lo que no tenemos la terrible sensación de vivir una nueva ruptura de la Iglesia, con todas sus calamitosas consecuencias.

Pero hay dos iglesias, se llamen o no así, y las dos pretenden ser la Iglesia Católica, cada una con su doctrina y sus prácticas, y cada vez se hablan menos entre sí. Sí, una de ellas habla constantemente de ‘tender puentes’, pero son puentes que tiende con los de fuera; y de diálogo ... pero a quienes tienen las ‘dudas’ inadecuadas, por muy cardenales que sean, ni siquiera se les responde.

Por ejemplo, el obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Pla ha publicado una extensa carta en la que dice, entre otras muchas y muy provechosas cosas, que “el enemigo se ha hecho presente en el seno de la Iglesia”. No es original: ya Pablo VI dijo en su día que el humo de Satanás se había colado por las rendijas en la Iglesia.

El caso es que a muchos la carta puede parecerles magnífica, la obra de un pastor realmente preocupado por la salvación de sus ovejas, pero a otros, en cambio, se les antoja aborrecible. Es el caso de José Manuel Vidal, director de Religión Digital, que escribe a propósito de la carta desde su cuenta de Twitter: “¡Qué vergüenza de obispo! ¿Quién le regaló la mitra? ¿Cómo es posible que siga pensando así en tiempos de Francisco? ¿A qué se espera para removerlo y enviarlo a un monasterio sin monjes? ¡Y qué daño para la credibilidad eclesial!”.

¡Qué vergüenza de obispo! ¿Quién le regaló la mitra? ¿Cómo es posible que siga pensando así en tiempos de Francisco? ¿A qué se espera para removerlo y enviarlo a un monasterio sin monjes? ¡Y qué daño para la credibilidad eclesial! @ReligionDigit https://t.co/SEWQhoyfCZ

— José Manuel Vidal (@JosMVidal1) September 16, 2020

No es exactamente lo que uno esperaría de tan eximio defensor del ‘pontificado de la misericordia’ -ya hemos observado que suele tratarse de una misericordia selectiva y unidireccional-, pero entendemos a Vidal. Precisamente porque nosotros tenemos reacciones parecidas con algunos prelados que ensalzan su portal de información religiosa. Hoy mismo nos ha pasado con una vídeoconferencia sobre la presentación del Concurso Iberoamericano de Cuentos Laudato Si’, una iniciativa apadrinada, entre otros, por el arzobispo de Madrid y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española, el cardenal Carlos Osoro.

Los ejemplos se pueden acumular hasta el infinito. Es la terrible sensación de leer o escuchar a determinados teólogos, sacerdotes, obispos o meros fieles y pensar: “Si esto es católico, yo no soy católico; y si yo soy católico, esto no es católico”. Es más que razonable que, institucionalmente, se hagan llamadas a la unidad en la Iglesia y esfuerzos por evitar el cisma abierto. Pero la ‘teoría de la doble verdad’ no puede mantenerse eternamente, y en algún momento habrá que hablar de esta división tácita que nos está convirtiendo en una iglesia esquizofrénica.

Carlos Esteban

viernes, 18 de septiembre de 2020

El diario de los obispos italianos defiende la película de Netflix acusada de normalizar la pedofilia (Carlos Esteban)



Netflix ha lanzado una película, ‘Cuties’, en la que niñas de 11 años aparecen en actitudes claramente provocativas y sexualizadas hasta el punto de que la propia empresa ha tenido que retirar el explícito ‘trailer’ con que la anunciaba en redes y los consumidores han condenado la cinta con un récord de puntuaciones negativas (más de un millón). Pero el diario oficial del episcopado italiano, Avvenire, ha preferido atacar a quienes protestan contra la película.

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“No se explica la campaña contra Netflix”, empieza el artículo. “No hay “escandalosa sexualización de adolescentes” alguna, como han escrito algunos de los seiscientos mil firmantes de una petición”. Antes de seguir, les invito a que echen un (rápido) vistazo a la selección resumen que ha hecho la propia Netflix de la cinta y vean, por sí mismos, si hay “sexualización de adolescentes” (¿a los 11 años ya se es adolescente?), como creen los seiscientos mil usuarios que han protestado, o no, como cree el redactor del diario de los obispos italianos.

Para el redactor, Andrea Fagioli, quienes protestan es porque “o no la han visto o se han limitado a ver el cartel. O quizá no lo hayan entendido o la hayan visto desde un punto de vista incorrecto”. El correcto, se entiende, es el que considera digno de ver a niñas de 11 años en actitudes de ‘strippers’ porque es, en realidad, una denuncia a la sexualización de la infancia. Es algo bueno, ya saben.

Se trata originalmente de una película francesa, “Mignonnes”, que cuenta la historia de Amy, una niña senegalesa musulmana de 11 años que vive en un barrio deprimido en Francia. Se une a un grupo de otras preadolescentes que realizan cuadros de baile hipersexualizados en los que imitan las contorsiones de las ‘strippers’.

Y como es una ‘denuncia’, Fagioli y, por extensión, el episcopado italiano, no ve nada escandaloso en la película, al revés. La idea de que las actrices que aparecen son, lógicamente, niñas en torno a los 11 años y que se les hace exhibirse de esa forma no parece pesar, en absoluto, en su juicio, como tampoco el hecho de que la coartada de la ‘denuncia’ abre un gigantesco campo de posibilidades a la legitimación de la pornografía blanda incluso, como en este caso, la pedofilia. ¿O cree Fagioli que sólo o principalmente van a visionar la película quienes se interesan por el ‘contenido de denuncia social’ y no los que se sienten atraídos por las menores?

En un momento en que la Iglesia, desde 2002, ha sufrido como verdadera plaga, causante de no pocas defecciones, casos de pedofilia en el clero y su encubrimiento por los obispos, la incapacidad del órgano de los obispos italianos de ver cuál es el problema en una película, rechazada por millones, que muestra a niñas meneándose al gusto de cualquier pedófilo es, cuando menos, problemática.

Carlos Esteban

No queremos que éste reine sobre nosotros (Javier Olivera Ravasi)



Duración 50:50 minutos



La persecución anticristiana viene desde los inicios de la historia. En una hora de exposición, el Padre Javier Olivera Ravasi va desmenuzando los diversos gritos que se lanzan contra Cristo, el Salvador, que instituyó la Iglesia Católica. 

El texto de la presente conferencia se encuentra aquí: 

https://www.quenotelacuenten.org/2020/09/18/no-queremos-que-este-reine-sobre-nosotros/?subscribe=already#blog_subscription-2


“No queremos que éste reine sobre nosotros”

P. Javier Olivera Ravasi, SE


Conferencia dictada el 19/6/2019

Tucumán, Argentina

El Demonio atrapa innumerables cristianos con esta trampa




En lo que podría parecer un flujo de malas noticias de nunca acabar puede ser muy fácil para los cristianos dejarse tentar por el Demonio y caer presa de esta sutil trampa

El filósofo francés Gabriel Marcel caracterizó vívidamente la enfermedad moderna denominada “alienación”, el omnipresente malestar del hombre occidental, con estas provocativas palabras:

“Consideremos la desesperación. Tengo en mente el acto por el cual uno desespera de la realidad en su totalidad, como uno podría desesperar de una persona. (…) Creo que en la raíz de la desesperación existe siempre esta afirmación: “No hay nada en la esfera de la realidad a la cual yo pueda dar crédito, ni seguridad, ni garantía.” Es una declaración de completa insolvencia.” Gabriel Marcel, “Sobre el Misterio ontológico”, La filosofía del Existencialismo

Los activos líquidos de la realidad se han agotado y después de una infructuosa búsqueda de ayuda social o psicológica, no queda nada sino una gran depresión, una paralizante falta de compromiso con los deberes de la vida.

En ninguna otra parte de este mundo moderno es más evidente esta oscuridad espiritual que en la exterminio de la familia tradicional. La incertidumbre de la fidelidad desde el interior y los intentos propagandísticos de la política de minar la familia desde el exterior, nos han empujado más y más cerca a un mundo sin estructura, sin moral, sin lealtad y sin paz.

En estas circunstancias, en lo que pareciera ser un flujo de malas noticias sin parar, puede ser muy fácil para los cristianos caer en esta trampa del desánimo. Podría parecer como si no importara lo que hagamos ya que la marea no se puede revertir; no importa cuanto protestemos o cuantas campañas hagamos: los resultados son más y más limitados. Hasta estamos tentados a pensar que Dios no está escuchando nuestras oraciones o que tal vez ha elegido no responderlas porque también nosotros somos demasiado cómplices y comprometidos para que seamos dignos Su intervención. Nos sentimos abandonados.

Podemos leer acerca de un santo que tuvo este sentimiento en el Antiguo Testamento: Elías (1 Reyes 19) Él estaba listo para desesperar y rendirse. Dios le envió un ángel con comida y bebida, y, después de dormir, fue capaz de continuar hacia el monte de Dios. Podemos ver esto como una parábola: Dios nos envía mensajeros, de manera obvia u oculta, llevando sustento y buenos consejos para nuestro viaje.

También podemos ver en la historia de Elías una advertencia contra la desesperación, la cual en la medida que está en nosotros, nos hace inútiles a Dios, a nosotros mismos y a nuestro prójimo. En verdad Dios generalmente no salva los reinos con signos milagrosos en los cielos (aunque Él puede hacer esto y lo ha hecho). Él parece preferir el silencioso método de brindar ayuda a esta o esa persona mediante un acto de caridad, como una madre dando alimento y bebida a su hijo, o un esposo prestando oído a su esposa, o un parroquiano dando una mano a otro parroquiano que se está cambiando de casa. Son nuestras ilusiones de “ganar a lo grande” lo que nos hace descuidar las pequeñas victorias de la caridad que son semillas de mostaza del reino de Dios

Mi esposa estaba leyendo recientemente un libro llamado “Thérèse, quelque secrets de la joie” (Teresa, algunos secretos de la alegría) y encontró una sección que nos ofrece una perfecta meditación para nuestros tiempos. Aquí está su traducción:
“Había sido anunciado que el Demonio iba a cerrar la tienda y ofrecer sus herramientas a cualquiera que deseara pagar los precios.

El día de la venta, sus herramientas fueron expuestas de una manera atractiva: malicia, odio, envidia, celos, sensualidad, engaño. Todos los instrumentos del mal estaban ahí, cada uno marcado con su precio.

Separado del resto, estaba un implemento de apariencia inofensiva, también de condición usada, pero el precio era mucho más elevado que todos los otros.

Alguien le preguntó al Demonio qué era. “Es el desánimo”, fue la respuesta.

“¡Bueno! ¿por qué le ha puesto un precio tan alto?”

“Porque”, respondió el Demonio, “Es tan usado por mí que los otros difícilmente importan. Con este yo puedo meterme dentro de cualquiera y una vez dentro, puedo maniobrarlo de la manera que más me ayude. Esta herramienta es para usarse cada día porque yo la uso con casi todos y muy pocas personas saben que me pertenece.”
Sobra decir que el precio solicitado por el Demonio por el desánimo era tan elevado que el instrumento nunca se vendió. El demonio está siempre en posesión de este ¡y continúa poniéndolo a trabajar!” (2)Pierre Descouvemont, Thérèse, quelque secrets de la joie [Thérèse, Some Secrets of Joy] (Paris: Editions du Cerf, 2006), 80.

El desánimo es de hecho la herramienta más práctica del Demonio, ya que con esta él puede apagar la práctica de todas las virtudes, el esfuerzo por erradicar nuestros vicios, la confianza en Dios expresada en la oración ( si es obviamente respondida o no, porque ninguna oración es desoída y toda oración tiene un efecto), y la confianza básica requerida para llevar adelante la obra que Él ha puesto en nuestras manos, por más modesta o insignificante que pueda parecer, por más que carezcan de frutos visibles y mucho menos de frutos deslumbrantes.

Nuestro Señor hizo más en Sus horas de silenciosa oración que en Su predicación pública a las multitudes; logró más cuando era clavado a la Cruz que cuando multiplicaba hogazas y peces. Necesitamos volver una y otra vez a Su paradójico ejemplo y ver que los estándares del mundo, su noción de éxito, no son de Dios. Él triunfa en el momento en el que todos los demás parecen haber fallado. Él hace esto una y otra vez en la historia de la salvación. “Él desplegó el poder de su brazo; dispersó a los que se engrieron en los pensamientos de su corazón. Bajó del trono a los poderosos, y levantó a los pequeños; llenó de bienes a los hambrientos, y a los ricos despidió vacíos.” (Lucas 1, 51-53)

Peter Kwasniewski

jueves, 17 de septiembre de 2020

Nota de prensa de la Asociación Para la Defensa del Valle de los Caídos



Ante la aprobación del borrador de proyecto de Ley de Memoria Democrática, la Asociación Para la Defensa del Valle de los Caídos quiere poner de manifiesto lo siguiente:

– Dicha aprobación supone una discriminación y persecución por motivos de opinión e ideológicos insoportable para la ciudadanía contraria a los arts 14 y 16 de la Constitución Española, a los arts 1, 7 y 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos y art. 21 de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea.

– El Valle de los Caídos, le pese a quien le pese se erigió como lugar de Paz, reconciliación y concordia. Parece claro que proyectos de Ley como el que hoy nos ocupa, obedecen a un espíritu contrario a la reconciliación entre los españoles.

– Esta asociación representa legalmente a un más que significativo número de familias, que teniendo acreditada la presencia de los restos de sus familiares caídos en la guerra civil, de ambos bandos contendientes, en los osarios del Valle de los Caídos, se niegan a que dichos restos sean removidos, trasladados y ni mucho menos sometidos a proceso de identificación forense de cualquier tipo. Estas familias ya pusieron de manifiesto su negativa de permiso, por escrito ante Patrimonio Nacional en su día.

En este sentido, esta Asociación quiere recordar lo siguiente:

1.- El informe forense del Ministerio de Justicia fechado el 15 de diciembre de 2011 y firmado por el prestigioso forense D. Andrés Bedate Gutiérrez ya dejó claro que la complejidad de exhumación de cualquier resto del Valle de los Caídos es “extrema”.

2.- Un posterior informe también del Ministerio de Justicia, de fecha 28 de febrero de 2018, cuantificó en 213.392.846,23 euros el incremento de los créditos presupuestarios para acometer la exhumación e identificación de los restos de los caídos que reposan en los osarios de la Basílica del Valle de los Caídos.

3.- Otro informe, más reciente, evacuado por el Consejo Médico Forense con fecha 1 de Octubre de 2018, pone de manifiesto en al menos 24 ocasiones, la extrema dificultad de exhumación de restos desde diferentes puntos de vista especialmente los técnicos y jurídicos.

Por todo esto, y pareciendo claro que el Gobierno del Reino de España no parece dispuesto a tomar en consideración estos cualificados informes, cuya elaboración fue encargo del mismo gobierno y que a nuestro parecer son extraordinariamente taxativos, queremos dejar claro que esta Asociación Para la Defensa del Valle de los Caídos emprenderá cualquier iniciativa de tipo legal, incluyendo las que competan a organismos y Tribunales internacionales en defensa de las familias de caídos inhumados en el Valle de los Caídos cuya representación legal ostenta esta asociación.

– Respecto al anuncio de “resignificación” del Valle de los Caídos, la opinión de esta asociación no es diferente. Examinaremos la argumentación en la que el gobierno intente sustentar jurídicamente dicha “resignificación” y por supuesto nos opondremos en los Tribunales de Justicia a lo que esta asociación considere improcedente o contrario a la Ley.

– Por último, no podemos dejar de expresar nuestro pesar al observar cómo, para el gobierno no existen más víctimas de la guerra que las de un solo signo. Al igual que en el tema de las exhumaciones de restos del Valle para el gobierno parece haber muertos de “primera” y muertos de “segunda”. Al parecer los miles de víctimas en la retaguardia republicana, en las “sacas” descontroladas en checas, etc. no son motivo de preocupación para un gobierno que se cuelga el cartel de “democrático”. Si con este borrador de Ley se hubiera sido mínimamente ecuánime, el gobierno no sólo obtendría algo de (fingida) objetividad, sino que además daría cumplimiento a la resolución del Parlamento Europeo condenatoria del comunismo (2019/2819 RSP).

Para terminar, esta asociación quiere poner una vez más de manifiesto, su respeto por todas las víctimas de la guerra civil española fuese cual fuese el bando en el que combatieron. Sus sacrificios, los de todos ellos, no merecen una clase política actual que por acción u omisión parece empeñada en volver a enfrentar a los que ya llevaban años reconciliados y supieron en su día perdonar.

ADVC
15 de septiembre de 2020

NOTICIAS VARIAS 16 y 17 de Septiembre de 2020


ADELANTE LA FE


“El pontificado de Francisco está clínicamente extinguido”. Entrevista al profesor Roberto de Mattei

INFOVATICANA

Selección por José Martí

La formación sacerdotal. Las vocaciones



La mala memoria, o el parentesco ideológico, lleva a cancelar el recuerdo de lo que se ha vivido décadas atrás en el orden eclesial, con sus gravísimas consecuencias en la vida social y política; se disimula así el fracaso estruendoso del progresismo, con todos sus matices.

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Estudiosos y comentaristas de la vida eclesial han afirmado, repetidamente, que el Concilio Vaticano II fue una revolución, que no se limitó a reformas instrumentales, sino que cambió para siempre la manera de pensar y de hacer teología. Según la orilla de la grieta eclesial en que cada uno se encuentra ubicado, difiere la valoración que se hace de aquel episodio histórico enfocado en su totalidad: para unos fue una feliz circunstancia que ha de sumarse al registro de épocas gloriosas del catolicismo; para otros fue una calamidad, fuente de múltiples desgracias que todavía padecemos.

Lo razonable es conservar distancia respecto de estos juicios contrastantes; lo que no se puede negar, eso sí, es que a la gran asamblea ecuménica siguió una crisis de proporciones. Pablo VI, dolorido, habló del «crudo invierno» que sobrevino en lugar de la primavera que se esperaba, y afirmó que por una rendija se había filtrado en la Iglesia el «humo de Satanás». El mismo pontífice censuró repetidamente las arbitrariedades que se cometían en nombre del «espíritu del Concilio», y reconoció que se trataba de una crisis de fe; por eso, en 1968 -el punto desbordante del desastre- proclamó el Año de la Fe, y publicó el Credo del Pueblo de Dios, reafirmando la verdad de la doctrina católica. Quienes hemos vivido aquellos años terribles -yo era seminarista- no lo podemos olvidar; en la mesa del desayuno o del almuerzo se discutía lo que habían discutido los Padres, el día anterior, en el aula conciliar. ¡No fue, ciertamente, el mejor clima para nuestra formación!.

Con la apelación al «espíritu del Concilio», en los años siguientes se justificaban los atentados que el capricho subjetivo exhibía como realizaciones del aggiornamento propiciado por el Vaticano II; esa nueva actitud era presentada como imprescindible fidelidad al mundo moderno, criticando a la Iglesia de siempre como aferrada a posiciones de inmovilismo y de atraso. Publicaciones de teología y de pastoral alimentaban esa fiebre de destrucción. El Cardenal Robert Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, ha señalado gráficamente que, en comparación con esa enfermedad terrible, el modernismo descrito y condenado por San Pío X, en la encíclica Pascendi fue «un simple catarro».

En aquellos años, miles de sacerdotes en todo el mundo abandonaron la vida sacerdotal; la inobservancia del celibato fue sostenida por las críticas de teólogos y pastores a esa histórica disciplina eclesial -gloria del catolicismo según muchos pontífices-, con incomprensión de su sentido y valor.

He resumido a modo de proemio del tema a tratar lo que ya he observado en otras intervenciones. Una revisión serena de aquellos episodios invita a reconocer que el Concilio fue -es- los documentos, textos aprobados casi por unanimidad, que es preciso leer, como enseñó Benedicto XVI, a la luz de la gran tradición de la Iglesia y en continuidad con ella, según una ley de desarrollo homogéneo. La observación que algunos hacen y que identifica al Vaticano II como una revolución, me parece interesada, esconde un intento de volver a la vigencia del «espíritu del Concilio», pasando por alto el largo y glorioso pontificado de Juan Pablo II, y el breve pero igualmente ilustre del Papa Ratzinger.

En aquellos años ya recordados se verificó un progresivo desmantelamiento de la estructura de los seminarios, que ofrecían todavía una versión clásica, con la propuesta teórica y los ensayos prácticos de reemplazarlos por pequeñas comunidades. El Concilio había ofrecido un programa de renovación en el Decreto Optatam totius Ecclesiae, aprobado después de siete redacciones previas en la última etapa conciliar, con solo quince votos en contra, que el día de la promulgación pontificia, 28 de octubre de 1965, se redujeron a tres. El itinerario formativo, lógicamente, debía referirse a la naturaleza del ministerio y la vida de los presbíteros, que fue el contenido del Decreto Presbyterorum Ordinis, aprobado en su octava redacción el último día de sesiones, 7 de diciembre del mismo año, con solo cinco «non placet». Me apresuro a señalar que donde fueron atendidas las indicaciones de ambos textos se produjo una recuperación de los seminarios y del número de vocaciones, pero este feliz resultado estuvo lejísimo de constituirse en un fenómeno general. Algo, mucho, muchísimo, fue arrollado para siempre por el malhadado «espíritu del Concilio».

En las consideraciones que siguen me limito a esos dos documentos, prescindiendo de las disposiciones de la Santa Sede expresadas en la Ratio promulgada por Pablo VI, en 1970, la de Juan Pablo II, de 1992, y la reciente, con fecha 8 de Diciembre de 2016. Dejo de lado, asimismo, la Exhortación Apostólica Postsinodal del Papa Wojtyla, Pastores dabo vobis. Los textos del Concilio han sido una fuente insoslayable; por eso prefiero limitarme a ellos.

Una primera indicación de Optatam totius Ecclesiae es que en la formación sacerdotal deben unirse estrechamente tres dimensiones: doctrinal, espiritual y pastoral (n. 8). Este principio básico no resulta fácil de instrumentar en un itinerario seminarístico; el propósito es plasmar una personalidad sacerdotal, teniendo en cuenta que el candidato es el protagonista de ese proceso, que él asume con plena voluntad.

Se trata, dice el texto, de aprender a vivir secundum forman Evangelii. Pensemos en el significado de la noción de forma en la teoría hilemórfica; la referencia indica el alma: cimentarse en la fe, la esperanza y la caridad para alcanzar el espíritu de oración, el vigor de las demás virtudes y el celo por ganar a todos los hombres para Cristo. No falta en este contexto la invitación a amar y venerar «con filial confianza a la Santísima Virgen María, a la que Cristo, muriendo en la cruz, entregó como madre al discípulo». Se debe valorar esta exhortación a la devoción mariana, sobre todo considerando que el Decreto sobre la Vida y Ministerio de los presbíteros calla completamente este punto tradicional. ¿Cómo puede explicarse semejante olvido?. En mi opinión, podría vincularse este defecto con algunas intervenciones en el aula conciliar, que calificaron de exagerada la devoción mariana propia del catolicismo, siguiendo publicaciones que preconizaban lo que se llamó minimalismo, un reflejo de la protestantización de la Iglesia. Por la voz de los santos la tradición católica proclamó que de Maria numquam satis: nunca se alabará lo suficiente a la Madre del Señor, nunca será bastante nuestro amor a ella.

Se registra en el Decreto Optatam una cuádruple referencia a la madurez de la personalidad, a la cual deben tender los seminaristas. Se postula el crecimiento en una madurez más plena (plenioris maturitatis profectum, n. 10); cultivar la necesaria madurez humana (debita maturitas humana, n. 11); fomentar la sólida madurez de la personalidad (ad solidam personae maturitatem promovendam, ib.). Esta condición consiste en la estabilidad del espíritu, la capacidad de tomar decisiones prudentes, la rectitud en el modo de juzgar sobre los acontecimientos y los hombres, el dominio del propio carácter, la reciedumbre (animi fortitudinem), sinceridad, fidelidad a la palabra dada, buena educación (urbanitas)... en suma: los sacerdotes han de ser hombres hechos, y todo ello unido a la caridad. Hacia ese ideal se avanza gradualmente (gradatim), paso a paso. Es importante señalar que el concepto de madurez no debe restringirse a la sola dimensión psicológica; ésta, por cierto, debe quedar asegurada, valiéndose cuando es necesario del recurso profesional correspondiente, pero aquí se trata del nivel espiritual de la persona, de orden natural y sobrenatural, que comprende la inteligencia, la afectividad, la voluntad y el dinamismo sanante de la gracia. El texto conciliar observa muy válidamente que la disciplina, el orden exterior, es imprescindible en el seminario, pero que debe convertirse en interna aptitudo, íntima convicción de abrazar ese orden, y hacerlo por razones sobrenaturales (ib. 11); así no se reducirá a una observancia exterior y farisaica.

En muchos lugares, en los años del posconcilio se prescindió del valor de la disciplina, que es un instrumento necesario, arte, método, regla de vida del discípulo, tal como lo entendió la Iglesia desde los tiempos apostólicos. Hoy en día está de moda insistir en la alegría (gaudium, laetitia), pero se habla poco de la cruz; mejor dicho, no se habla. Se pretende un Cristo sin la cruz, es decir, descristianizado; se elude el instrumento que permite alcanzar el gozo que el Evangelio ofrece. Así se deforma la verdad de la vida cristiana.

La cuarta referencia a la madurez califica la elección de la vida sacerdotal como una decisión muy seria, optione mature deliberata, y por tanto verdaderamente libre (n. 12). En relación con el tema de la madurez, el Decreto Optatam se refiere brevemente a la educación para el celibato sacerdotal; este es un don y a la vez una tarea contínua, para que el sacerdote pueda entregar al Señor un corazón indiviso, a fin de amar a todos como el Señor mismo los ama (n. 10). La expresión amore indiviso, según se indica en una nota, procede de la encíclica de Pío XII Sacra Virginitas, de 1954. En cuanto se trata de un don precioso de Dios, hay que rogarlo humildemente (humiliter impetrandum); en cuanto tarea, es preciso apresurarse a corresponder libre y generosamente, con la ayuda de la gracia del Espíritu Santo. El Concilio exhorta a advertir a los candidatos sobre las contingencias riesgosas que acechan a la castidad del sacerdote maxime in praesentis temporis societate. ¡En la sociedad de entonces, los años 60 del siglo pasado!. ¿Qué habría que decir hoy, después de décadas de exitosa «revolución sexual», en una sociedad que exhibe sin recato alguno su gusto ostentoso de la fornicación, y con el influjo de la propaganda mediática en la imaginación de las masas?. El texto infundía ánimo mencionando los oportunos auxilios divinos y humanos. Los segundos serían las normas clásicas de la educación cristiana y los últimos hallazgos de la psicología y la pedagogía sanas; el adjetivo sanae no está de más, es una buena cautela. En este punto, y a la luz de la experiencia, me parece oportuno añadir la necesidad de un cuidadoso discernimiento sobre las posibles tendencias homosexuales de algunos candidatos, para apartarlos con decisión del camino emprendido si ellas se confirman; el celibato requiere una clara virilidad.

La cuestión del celibato ha vuelto a cobrar plena actualidad con ocasión de los nuevos conatos para lograr su descarte. El Sínodo de la Iglesia Alemana, que no sabemos en qué acabará, y antes el Sínodo de la Amazonia han propuesto la vieja solución de ordenar viri probati, hombres casados preparados para el caso. El argumento es ahora la necesidad de contar con más sacerdotes en las regiones donde escasean, y faltan las vocaciones; no se examina en profundidad cuáles son las causas de este fenómeno, para remediar el cual existen otras soluciones. La apelación a la Iglesia primitiva es errónea. Los Apóstoles no llevaron consigo esposas e hijos cuando se entregaron a la misión; en siglos posteriores la ordenación como diáconos, presbíteros y aun obispos de hombres casados, implicó el compromiso de vivir en continencia; el celibato esclesiástico es, pues, de origen apostólico, y no una invención tardía del Rito Romano. Dicho esto sin menoscabo del respeto y aprecio debidos a la diversa disciplina de las Iglesias Orientales.

La importancia del asunto no escapó a los Padres del Vaticano II, como aparece claramente en el Decreto Presbyterorum Ordinis. En el n.16 de este texto se expresa el valor y la excelencia del celibato mediante el uso de comparativos: facilius, liberius, expeditius, aptiore, latius, cuatro adverbios y un adjetivo. Mediante el celibato guardado por amor del reino de los cielos (cf. Mt 19, 12), los sacerdotes se unen más fácilmente a Cristo con un corazón indiviso (indiviso corde, cf. 1 Cor 7, 32-34); se entregan más libremente a Él y por Él al servicio de Dios y de los hombres; sirven con mayor disponibilidad a su reino y a la obra de regeneración sobrenatural, y se hacen más aptos para recibir una más amplia paternidad espiritual. Equivale a un signo del mundo futuro, el de la resurrección, en el cual el matrimonio no tendrá lugar, y desde ahora evoca el misterio de la unión de la Iglesia -todos los fieles- con su único Esposo, Cristo. En este contexto, el Concilio renueva su reconocimiento y aprecio por el don, y encomienda a los sacerdotes que pidan con toda la Iglesia la gracia de la fidelidad.

Dos años después, Pablo VI publicó la encíclica Sacerdotalis caelibatus; era un tiempo de enorme confusión, cuando se difundían numerosos errores y se registraron con abundancia deserciones de la vida sacerdotal, incluso entre superiores y profesores de los seminarios. Desde esta perspectiva resulta patética, y misteriosa, la condenación que Juan XXIII hizo en el discurso de apertura del Concilio de los «profetas de calamidades». Las calamidades, previstas por la gente más lúcida, se cumplieron cabalmente. Pío XII en su encíclica Menti nostrae, sobre el fomento de la santidad de la vida sacerdotal (1950), destacaba agudamente: «Se está desarrollando entre los sacerdotes, cada día más extensa y gravemente, el ansia de novedades, en especial entre aquellos que están menos dotados de erudición y doctrina y llevan una vida menos ejemplar». Esa tendencia se agravó hasta extremos impensables impulsada por la manía del aggiornamento, descartando el punto justo, el de la prudencia, que el Papa Pacelli señalaba sobre todo a propósito de los métodos apostólicos, entre «la desordenada ansia de novedades de unos y el aferramiento al pasado de otros». Actualmente, el discurso oficial cuando evoca aquellos años conciliares, olvida mencionar la grave crisis que siguió y que, por otra parte, continúa manifestándose en nuestro doloroso presente.

Al final del n. 11 se encuentra una bella expresión de lo que allí se llama ratio del Seminario, es decir, su organización y vida: se mencionan la dedicación a la piedad y el silencio -pietatis es silentii studio- y el interés por ayudarse unos a otros -mutui adiutorii sollicitudine- de modo que esa organización sea ya una especie de iniciación -quaedam initiatis- de la futura vida del sacerdote.

Antes de pasar a ocuparme, siquiera brevemente, de la cuestión de los estudios y de la formación pastoral, quiero señalar que en Optatam totius Ecclesiae y en Presbyterorum Ordinis encontramos un diseño de espiritualidad sacerdotal válida en primer lugar para el clero diocesano; solo que después no ha sido reconocida y presentada frecuentemente como una espiritualidad en el ministerio y, por consiguiente, en la diócesis, la Iglesia particular presidida por el obispo. Por eso, me parece lamentable que los sacerdotes diocesanos que aspiran a un vida intensa de piedad, de oración, a la santidad, se asocien a movimientos y organizaciones que promueven una espiritualidad sentimental, devocionalista, que los absorbe en sucedáneos de lo que la comunidad diocesana representa, y de lo que en ella puede vivirse en fraternidad presbiteral. Es una paradoja: en muchos lugares, el Concilio no ha sido bien conocido y asumido.

La propuesta de revisión de los estudios (recognitio) pretendía que el conjunto de las disciplinas filosóficas y teológicas se articule mejor (artius componentur, n. 14), y que «todas ellas concurran armoniosamente a abrir cada vez más las inteligencias de los alumnos al misterio de Cristo». Se comienza por las humanidades y las ciencias (humanistica et scientifica institutione, n. 13), formación necesaria para acceder a los estudios superiores; o sea que el Concilio aspiraba a que los sacerdotes sean personas cultas, y añado por mi cuenta: no «culteranas» ni «cultósicas», que ostenten la superficialidad de un diletante. Más allá de lo que se pueda implementar curricularmente, no sería difícil suscitar el interés, acopio de sabiduría y belleza reunido, siglo tras siglo, por la humanidad y por la Iglesia. Salgo al cruce de un prejuicio «pauperista», típicamente argentino, como que esa formación cultural, lo más completa y profunda que se pueda, impida dedicarse con entrega, con amor, a los más pobres de nuestra sociedad, y hacerlo poniéndose a su nivel. En el n. 13 se exige adquirir el conocimiento de la lengua latina, «que les capacite para entender y utilizar las fuentes de no pocas ciencias y los documentos de la Iglesia». Corresponde, en este punto, decir algo acerca del odio del latín, que tiene raíces en el progresismo de los años 60; a ello se suma la inclinación a despreciar lo que se ignora. El idioma del Lacio, tan importante para escribir y hablar bien el castellano y para pensar con coherencia lógica, es una lengua que de suyo resulta difícil de adquirir si no se le dedica el tiempo necesario. Desgraciadamente, al menos en la Argentina, se persiste en disminuir las horas curriculares de latín -donde se conserva su estudio-; los pretextos son siempre los mismos: más que pretextos prejuicios ideológicos. De este modo se cierra a los futuros sacerdotes el acceso directo a la cultura latina y la posibilidad de leer y gustar, en su texto original, a los Santos Padres de Occidente.

La Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la Liturgia, en el capítulo VI, dedicado a la música sagrada, establecía que había que conservar y cultivar con máximo cuidado (summa cura, n. 114) el tesoro de la música sacra, que era preciso fomentar las scholae cantorum y dar mucha importancia a la enseñanza y la práctica musical en los seminarios; disposiciones posconciliares de la Santa Sede ratificaron esa recomendación de las scholae y los coros polifónicos. Se reconocía el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana, sin perjuicio de fomentar también el canto religioso popular (n. 118). Donde existían aquellos organismos se los suprime arbitrariamente para cumplir con el designio de la devastación de la liturgia. Para cerrar este punto, quiero mencionar la desconocida u olvidada Constitución Apostólica Veterum sapientia de Juan XXIII (22 de febrero de 1962), sobre el renacimiento, estudio y uso del latín.

Continuando con el hilo argumentativo del Decreto sobre la formación sacerdotal, corresponde registrar las orientaciones referidas a los estudios filosóficos, cuya finalidad es adquirir «un conocimiento sólido y coherente del hombre, del mundo y de Dios, apoyados en el patrimonio filosófico de perenne validez» (n. 15). Aunque el Concilio cita a Santo Tomás como maestro de los estudios teológicos, la expresión innixi patrimonio philosophico perenniter valido puede ser referida principalmente al tomismo, sin forzar el significado de los términos, que llevan una referencia en nota a la encíclica de Pío XII, Humani generis (12 de agosto de 1950). El tomismo ha conocido en el siglo XX una obra de restauración esencial debida al Padre Cornelio Fabro. No se omite indicar que también hay que tener en cuenta la filosofía moderna, para alcanzar el recto conocimiento de la mentalidad actual; a los autores que tuvieron mayor influjo, convendría añadir ahora el itinerario posterior del pensamiento, en las décadas que siguieron al tiempo conciliar. El propósito de los estudios filosóficos era «suscitar en los alumnos el amor a la verdad, la cual ha de ser rigurosamente buscada, observada y demostrada (quaerendae, observandae, demostrandae), reconociendo al mismo tiempo con honradez los límites del conocimiento humano». El problema de la verdad se plantea contemporáneamente de modo más serio y radical que medio siglo atrás, a causa de la difusión masiva y del contagio cultural del relativismo y del constructivismo. ¿La verdad?. Digámoslo sencillamente: o es considerada inexistente, o inalcanzable, o cada uno tiene la suya, o la fabrican e imponen los «formadores de opinión». Si el futuro sacerdote queda atrapado en este círculo opinativo, compromete su futura predicación y la facultad de orientar a los fieles en la bruma que crea confusión aun en los medios eclesiales. Bien asimilada, la filosofía tomista ofrece como fruto una cabeza bien armada, y a la vez libre y curiosa por la totalidad del saber.

En cuanto a los estudios teológicos, se afirma que la Sagrada Escritura debe ser como el alma de toda la teología (veluti anima esse debet, n. 16), por eso hay que formarse en su estudio con especial diligencia. La enseñanza de las disciplinas teológicas, dogmática, moral, liturgia, derecho canónico ha de ser «a la luz de la fe, bajo la dirección del Magisterio de la Iglesia», de manera que «reciban con toda exactitud de la divina Revelación la doctrina católica, ahonden en ella, la conviertan en alimento de su propia vida espiritual y puedan anunciarla, exponerla y defenderla en el ministerio sacerdotal». ¡Ojalá estas indicaciones se hubieran observado siempre y cabalmente!. La referencia a Santo Tomás -Sancto Thoma magistro- lo presenta como guía autorizada de la especulación teológica para profundizar en los misterios de la salvación y descubrir su conexión.

El Concilio Vaticano II no definió expresamente qué significa pastoral; se comprende, sin embargo, qué intenta decir en el n. 19 y los que siguen: todo aquello que se refiere de modo particular al sagrado ministerio (sacrum ministerium); añado predicación, catequesis, praxis confessionis, apostolado de los laicos, etc. La así llamada teología pastoral me parece una disciplina sin contornos precisos, que se presta a parloteos insustanciales en papel impreso. El término pastoral se ha convertido en una especie de talismán. En cuanto a la relación de la teología con la vida espiritual, simplemente me complazco en recordar la sentencia de Evagrio en su Tratado de la oración: «Si eres teólogo orarás verdaderamente, y si oras verdaderamente eres teólogo». En las últimas décadas han proliferado las «teologías de...», en desmedro de la teología de Dios, que eso es fundamentalmente la Theología.

El «contenido» de los seminarios son los seminaristas, las vocaciones. La temática de la vocación sacerdotal es vastísima, en sus dimensiones teológica, histórica, espiritual y sociológica -eclesiológica y cultural-; no puedo abordarla ahora. Solo quiero, para concluir, y desde la experiencia argentina, apuntar unos pocos datos. En los años posconciliares, la difusión del progresismo diezmó los seminarios diocesanos y los noviciados de los institutos religiosos. En los años 80, unos pocos fueron restaurados, y creados algunos nuevos con los criterios dispuestos en los textos conciliares aquí estudiados. Los sacerdotes que deseaban una buena formación para los jóvenes que ellos orientaban, los dirigían a esos centros que constituían una esperanza para la Iglesia. Muchas diócesis continúan todavía hoy en la penuria; algunas de ellas, incluso de un millón o más de habitantes, solo cuentan con cuarenta o cincuenta presbíteros, y los seminaristas, si los hay, pueden contarse con los dedos de una mano. Creo que no exagero; ¡no podrían ayudar a la Amazonia, como sabiamente sugirió el Cardenal Sarah!.

Suceden algunos hechos difíciles de comprender y de explicar. La suerte del Seminario depende del Obispo, de sus convicciones acerca de la orientación del mismo, del acierto en la elección de los formadores, de su asidua cercanía o de su más o menos relativo desinterés. Suele ocurrir que el cambio de Obispo dé al traste con lo que trabajosamente había logrado su antecesor, o implique, si no hay Seminario propio, que los seminaristas sean transferidos a un centro distinto del que frecuentaban. ¿Qué pasará ahora con el Seminario de la diócesis de San Luis, después del desplazamiento de su excelente Obispo?. Otro caso: como resultado de un lamentable conflicto, ha sido cerrado el Seminario «Santa María Madre de Dios», de la diócesis de San Rafael; ¿qué será de los 40 jóvenes que allí se formaban?, ¿quién los recibirá, aquí en nuestro país, al menos?. Estos sucesos manifiestan un problema serio de la Iglesia en la Argentina, silente, pero que muchísimos sacerdotes y laicos perciben y sufren. La mala memoria, o el parentesco ideológico, lleva a cancelar el recuerdo de lo que se ha vivido décadas atrás en el orden eclesial, con sus gravísimas consecuencias en la vida social y política; se disimula así el fracaso estruendoso del progresismo, con todos sus matices. La «cultura del encuentro» requiere objetividad, sinceridad, amor verdadero. ¿Qué «encuentro» se puede alcanzar si se fomenta y practica la «grieta»?. Digo lo que he dicho con el máximo respeto y afecto por todos, y no sin pena.

+ Héctor Aguer, arzobispo emérito de La Plata

La respuesta de los obispos españoles ante la amenaza de derribar la mayor cruz del mundo




Este martes, con motivo de la presentación de su ley de manipulación de la historia, Carmen Calvo dijo que el Gobierno se plantea derribar la Cruz del Valle de los Caídos.

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Una exhibición de odio anticristiano que recuerda a la de 1936

Con su amenaza de derribar la Cruz, el Partido Socialista se suma al odio de los comunistas de Podemos, que hace dos años reclamó derribar esa Cruz afirmando que es “simbología fascista” (sic): una exhibición de talibanismo anticristiano que recuerda peligrosamente a la destrucción del Cerro de los Ángeles, incluyendo el fusilamiento de una imagen de Cristo en 1936 por fanáticos izquierdistas. Cabe preguntarse si con esa provococación los socialistas y sus aliados comunistas pretenden captar el apoyo de la ultraizquierda más fanática y del fundamentalismo islámico, pues ambos tienen como denominador común su furibundo odio al Cristianismo.

Un acto de profanación que sería abiertamente ilegal

A eso hay que añadir que la vicepresidenta socialista ya ha adelantado que pretende expulsar a los monjes benedictinos de la Abadía del Valle de los Caídos. La propuesta del Gobierno incluiría desacralizar la Basílica del Valle, una profanación que atenta contra el Acuerdo entre el Estado español y la Santa Sede sobre asuntos jurídicos, firmado el 3 de enero de 1979 y cuyo Artículo I señala: “Los lugares de culto tienen garantizada su inviolabilidad con arreglo a las Leyes”.

Como ya he señalado otras veces, los citados acuerdos entre España y la Santa Sede tienen rango de tratado internacional, según ratificó el Tribunal Constitucional en su sentencia 66/1982, por lo que en este caso es aplicable lo que señala el Artículo 96 de la Constitución Española sobre dichos tratados: “Los tratados internacionales válidamente celebrados, una vez publicados oficialmente en España, formarán parte del ordenamiento interno. Sus disposiciones sólo podrán ser derogadas, modificadas o suspendidas en la forma prevista en los propios tratados o de acuerdo con las normas generales del Derecho internacional”. Es decir, que ese acuerdo no puede ser derogado ni lesionado por una ley ordinaria, de modo que lo anunciado por el Gobierno sería una clara ilegalidad, además de un grave ataque contra la libertad religiosa.

Una afrenta y una provocación contra todos los cristianos

Por otra parte, el anuncio del Gobierno del posible derribo de la citada Cruz tendría una relevancia mundial. Y es que la del Valle de los Caídos es la mayor cruz monumental del mundo. Con sus 150 metros de alto (la altura de un edificio de 50 pisos), está a mucha distancia de la segunda más grande, la de Dambana ng Kagitingan (Filipinas), con 95 metros de altura y construida en 1970 con un diseño muy parecido a la cruz de San Lorenzo de El Escorial. Su derribo sería una afrenta y una provocación contra todos los cristianos del mundo, algo que cabe enmarcar en la visceral cristianofobia que viene caracterizando al PSOE desde sus inicios, un odio al Cristianismo que le llevó a tomar parte en la brutal persecución anticatólica perpetrada por la izquierda durante la Guerra Civil Española, una persecución con millares de víctimas.

Indignación entre el pueblo católico y silencio entre sus obispos

El anuncio hecho anteayer por el Gobierno ha provocado indignación entre muchos católicos y también entre muchos españoles que no lo son. Unos y otros se sienten escandalizados por el hecho de que en plena pandemia, y ante los más de 50.000 muertos que ya nos ha costado la incompetencia y las graves negligencias de este Gobierno en materia sanitaria, la prioridad de socialistas y comunistas sea iniciar una nueva persecución anticatólica, como lo hicieron en 1936.

Desde el martes por la mañana, en las redes sociales muchas personas se han preguntado cuál sería la respuesta de la Conferencia Episcopal Española, que agrupa a los obispos de nuestra Nación. Cuando el rebaño está siendo atacado, es lógico que el pastor acuda en su auxilio. En las últimas horas hemos visto declaraciones en defensa de la Cruz de cargos electos de Vox, de varias asociaciones y también de sacerdotes que participan activamente en las redes sociales. He estado buscando y rebuscando en la web de la Conferencia Episcopal, en sus redes sociales y en los medios de comunicación, y nada: ni una sola palabra de nuestros obispos ante ese ataque del Gobierno contra la Cruz, la Basílica y la Abadía del Valle de los Caídos.

La CEE sí que se pronunció sobre el Ramadán hace unos meses

Ayer, el digital izquierdista Religión Digital aseguraba, citando a fuentes oficiales, que los obispos españoles “no tienen previsto hacer valoración alguna” sobre el citado anteproyecto de ley. Cuesta entender este silencio de nuestros obispos ante ese ataque. Hace unos meses, la CEE sí que se pronunció para dirigir un mensaje de afecto a los musulmanes por el Ramadán, pero ante la amenaza del Gobierno español de derribar la mayor cruz del mundo, silencio absoluto. Cabe preguntarse si para recibir el apoyo de nuestros obispos, los monjes benedictinos del Valle de los Caídos tendrán que ponerse un turbante y peregrinar a La Meca… Termino recordando una cita del Evangelio de San Lucas: “Os digo que si éstos callan, gritarán las piedras”.

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