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sábado, 4 de julio de 2020

El alma de los niños (Sir John Henry Newman)



Lo que sí sabemos, en cambio, por nuestros recuerdos y por nuestra propia experiencia de la infancia, es que en el alma del niño hay, en los primeros años después del bautismo, un discernimiento del mundo invisible en las cosas visibles, una captación de lo Soberano y Adorable, y una incredulidad e ignorancia acerca de lo perecedero y cambiante, que deja marcado en el alma un emblema propio del cristiano maduro, que se ha emancipado de las cosas del mundo y vive en la convicción íntima de la Presencia de Dios.

No quiero decir que un niño tenga ningún principio formado en su corazón, o hábitos de obediencia o capacidad de distinguir entre lo visible y lo invisible, como los que promete Dios en nombre de Cristo como recompensa a aquellos que alcanzan la edad de discreción. No debemos olvidar que, a pesar de su nuevo nacimiento, el mal está en él, aunque sea sólo como semilla. Pero el niño tiene este gran don: haber llegado recientemente desde la presencia de Dios y no entender del todo todavía el lenguaje de esta escena presente, que es una tentación, un velo que se interpone entre el alma y Dios. La sencillez con que el niño actúa y piensa, su pronta aceptación de lo que se le dice, su cariño ingenuo, su confianza franca, su desvalimiento evidente, su ignorancia del mal, su incapacidad para ocultar sus pensamientos, su conformidad, su rápido olvido de los problemas, su capacidad para admirar sin codiciar y, sobre todo, su espíritu de reverencia que mira todas las cosas a su alrededor como maravillas, prendas y figuras del Único Invisible, son todo pruebas de que, por así decir, hasta hace poco se encontraba en un estado de cosas más elevado. Bastaría con observar la seriedad y el asombro con que un niño escucha cualquier descripción o cuento, o también lo libre que está de ese espíritu de orgullosa independencia que se instala en el alma a medida que pasa el tiempo.

[…]

Está claro que la inocencia del niño no participa de esta santidad más alta. El niño es un anticipo de lo que al final se cumplirá en él. La belleza más grande de su alma se encuentra en la superficie y cuando, con el paso del tiempo, se pone a la acción (como es su deber), al instante desaparece. Sólo mientras permanece inactivo es como el agua tranquila en que se refleja el cielo. Por tanto, no debemos lamentar que los años de la infancia hayan pasado ni suspirar por los recuerdos de placeres puros y contemplaciones que no podemos recuperar. Sino que, más bien, lo que éramos de niños es un barrunto, un presagio santo, dado para nuestro consuelo, de lo que Dios iba a hacer con nosotros si rendíamos el corazón a la guía del Espíritu Santo, una profecía del bien que nos espera, una muestra de lo que tendremos, multiplicado, en el cielo. Así que la infancia es una prenda de la inmortalidad, porque lleva sobre sí, en figura, esas altas y eternas excelencias en que consisten las alegrías del cielo; y el Creador, que nos ama inmensamente, no nos daría las sombras si no fuera a darnos algún día las realidades.

Sir  John Henry Newman

De nuevo, el Concilio ( P. Santiago Martín FM)


Duración 8:15 minutos



viernes, 3 de julio de 2020

Caso del cardenal Pell



El caso de Pell sigue resonando y, después de meses en una prisión de máxima seguridad, lo tenemos inocente. La justicia australiana ha quedado muy mal en todo este caso pero, a fin de cuentas, ha contado con instrumentos que han permitido al cardenal defenderse. En otros sitios esta defensa es imposible.

Suspenden a un sacerdote en EE UU por llamar “gusanos y parásitos” a BLM (Carlos Esteban)



El obispo de Lafayette-in-Indiana, Timothy Doherty, ha suspendido del ministerio público al padre. Theodore Rothrock, de Santa Isabel Seton, en Carmel, por llamar a los organizadores de Black Lives Matter, la organización financiada por Soros que está detrás de las violentas protestas que se propagan por todo Estados Unidos, “gusanos y parásitos”.

“El obispo expresa su preocupación pastoral por las comunidades afectadas”, se lee en una nota hecha pública por la Diócesis de Lafayette-in-Indiana. “La suspensión ofrece al Obispo una ocasión de discernimiento pastoral por el bien de la diócesis y por el bien del Padre Rothrock”.

Curiosamente (o no), estos mismos días se ha podido escuchar en vídeo la homilía del padre Rick Walsh, paulista, en su iglesia de San Pablo en Nueva York, donde asegura que “Cristo es lesbiana, homosexual, bisexual, transgénero y queer”. En San Pablo se celebró una ‘Misa del Orgullo’ -ignoramos si tienen también misa especial para los otros seis pecados capitales- el pasado 25 de junio, teniendo por celebrante a Walsh, quien cree que en el bautismo “nosotros que somos LGBTQ”, estamos viviendo ahora en Cristo y que “somos Cristo”.

No hay noticia de que el cardenal Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York, haya reconvenido a Walsh, no digamos retirarle del ministerio público.

Seguro que hay una razón eclesial profunda que explique que un sacerdote pueda condonar un pecado considerado gravísimo por la moral católica y, antes, por la Torá bíblica, sin que le pase absolutamente nada mientras que un párroco es retirado del ministerio público por cargar contra una organización marxista violenta que ha inspirado motines con más de una veintena de muertos. Pero no estamos seguros de querer saber cuál es.

Jesús: remedio para todos los males (P. Stefano Maria Manelli, fundador de los franciscanos de la Inmaculada)



" En estos tiempos de fe muerta, de maldad triunfante, el modo más seguro para permanecer libres del mal pestilente que nos rodea es el de fortalecernos con la comida eucarística ." - Padre Pío 

Este pensamiento del Padre Pío parece evidente que la verdad histórica lo confirma con frecuencia. De hecho, en la historia hay períodos de renovación espiritual y florecimiento que enriquecen a la Iglesia y a la sociedad con gran bienestar, en todos los sentidos; así como, por el contrario, hay períodos caracterizados por la devastación y las ruinas morales que precipitan el caos y la corrupción según el modelo impuesto por el " imperio de la oscuridad " (Lc 22, 53). 

Desafortunadamente, este pensamiento del Padre Pío refleja plenamente la situación en la que se encuentran la Iglesia y la Sociedad en estos días. Con el Padre Pio y como Padre Pio, nosotros también, desafortunadamente, podemos y debemos definir nuestros tiempos real y dramáticamente como " tiempos de fe muerta e impiedad triunfante ", con la agravante de un ateísmo militante y una mundanidad dominante que hace palidecer a todos los períodos anteriores de decadencia y ruina en la historia humana. Hay una respuesta del Padre Pío que define la condición de extrema miseria en la que nos encontramos. « ¿Cómo considera nuestro tiempo, padre? ", preguntaron al Padre Pio. Y el Padre Pío respondió: "Es el momento de la confusión». 

La persona que le preguntó al Padre Pío había entendido mal el término "confusión" e inmediatamente preguntó: "¿Qué significa confusión?". Y el Padre Pío: «Significa la ruina de todos los valores». ¿No estamos, de hecho, en el momento de la "ruina de todos los valores", que se llama, de la manera más cruda, "tiempos de fe muerta y de maldad triunfante"?

Todos sufrimos la ruina de los valores máximos: vida (anticoncepción, aborto, eutanasia), fe (sincretismo, ateísmo, relativismo), familia (divorcio, separación), matrimonio (convivencia, matrimonio entre personas del mismo sexo), juventud (discotecas, drogas), paz (terrorismo). 

Pero, ¿cómo podemos salvarnos y defendernos de esta "ruina" que el Padre Pío llama "el mal pestífero que nos rodea"? La respuesta del Padre Pío tiene un valor universal y perenne: es necesario nutrirse y fortalecerse con la Comida Eucarística. Si la batalla es dura, si la lucha es dura, uno no debe creer que no hay forma de no sucumbir y ganar. El medio existe y es el medio divino que sostuvo a los mártires, los apóstoles, los misioneros en todo el trabajo más duro: es el "Alimento Eucarístico" que es el "pan de los fuertes". Por lo tanto, nos alimentamos santos con este "alimento eucarístico". 

P. Stefano Maria Manelli, fundador de los franciscanos de la Inmaculada.

Comisarían a los consagrados de Comunión y Liberación (C.Esteban)




¿Otra institución al borde de ser ‘misericordiada’? El Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida ha nombrado comisario para los consagrados de Comunión y Liberación, los Memoris Domini, el jesuita Gianfranco Ghirlanda, informa Aciprensa.

El dicasterio en cuestión está a cargo del cardenal Kevin Farrell, ‘pupilo’ del defenestrado pedófilo Theodore McCarrick, con quien vivió varios años en Washington. Y ha sido Farrell quien ha impuesto, con la aprobación del Papa, a los consagrados de Comunión y Liberación (CyL) el mando de un jesuita “para que la guíe [a la asociación] en el proceso de revisión del directorio y del estatuto y contextualmente en el saneamiento de algunos problemas asociativos ya señalados al dicasterio”.

El 29 de mayo de 2018, Farrell se reunió con los responsables, incluida su presidente, Antonella Frongillo, y les transmitió un mensaje que, para un oído atento y con alguna experiencia en las formas de la actual Curia, presagiaba lo que ha acabado llegando: “El dicasterio los ha convocado hoy porque, en el ejercicio de la propia competencia al servicio de la asociación de fieles, ha solicitado reiteradamente a la presidenta, desde el 29 de mayo de 2018, proceder a la modificación de algunas normas contenidas en el directorio y a una reforma del estatuto”.

El vaticanista Aldo Maria Valli daba la primicia en su blog Duc in Altum, quien asegura que Ghirlanda se enfrenta a una espinosa misión. En el núcleo de todo está la figura del padre Julián Carrón, presidente de Comunión y Liberación desde 2005, luego de la muerte del fundador, Luiggi Giussani, al mismo tiempo que consejero eclesiástico de los Memores Domini, lo que suscita problemas de democracia interna y libertad para los miembros de la asociación”.

Valli añade “el asunto de la crisis de identidad que está marcando a Comunión y Liberación, con la consecuente ruptura interna y el sufrimiento de cuantos, en la línea de Carrón, ya no reconocen en CYL el movimiento tal como lo quiso y lo fundó don Giussani”.

El decreto del 26 de junio pide explícitamente a Ghirlanda, que ya se ha ocupado de ‘asesorar’ en anteriores ocasiones al Regnum Christi de los Legionarios de Cristo y al Sodalicio de Vida Cristiana en sus procesos de revisión de estatutos, que vele para que en los Memores Domini “haya una clara separación entre el ámbito de gobierno de la asociación y el ámbito de la conciencia de sus miembros” y exista “una real representatividad de los órganos de gobierno de la asociación”.

En el proceso de revisión, que se hará con una comisión presidida por el delegado pontificio, se deberá seguir una “consulta en todas las casas, acogiendo las contribuciones de todos los miembros”. Los miembros y las funciones de la comisión serán decididos por el delegado y el dicasterio, que recibirán las sugerencias sobre su composición de parte del consejo directivo de los Memores Domini.

Carlos Esteban

jueves, 2 de julio de 2020

The Suicide of a “Conservative” Bishop




The Suicide of a “Conservative” Bishop

In the last two weeks, we witnessed in awe the insane suicide of San Rafael Bishop Eduardo Taussig, Argentina, Caminate-Wanderer writes. Under Bishop León Kruk, San Rafael was an extraordinary magnet of vocations. The international Institute of the Incarnate Word was founded at that time in San Raffael. Until today, its clergy is very Catholic and the diocese has an excellent Catholic laity.

Taussig Refuses Communion

Bishop Taussig got himself into trouble when he agreed with the local government to accept the re-introduction of Mass with compulsory Communion in the hand. He showed the full force of his legalism when on Corpus Christi he denied communion to an old man with a cane who was unable to take Communion in his hand. In the whole area there have been no cases of coronavirus.

Hecatomb in the Seminary

Taussig ordered the diocesan seminary to ban Communion on the tongue. Therefore, the rector of the seminary presented his resignation which was accepted. The vice-rector was discharged and sent home to his family. Taussig made himself the new rector, forcing the seminarians to receive Communion in the hand. Those who stayed back and did not receive Communion were considered suspect.

Regardless of the losses

The deans and most of the parish priests of Taussig’s diocese pleaded with him, sometimes with tears, because they could in conscience not refuse Communion on the tongue. Taussig was merciless. He removed recently ordained Father Horacio Valdivia from the parish and sent him home because he had imparted Communion on the tongue and celebrated Mass without a mask. He closed down St. Francis Solano parish in San Rafael because the priests and faithful refused to deny Communion on the tongue, even after Taussig had lectured them.

Taussig Is a “Good Man”

The incredible thing: Taussig is a Conservative. Among all the conservative Argentinean priests in Rome, he was the most conservative when he earned his doctorate at the Angelicum and was living in the Convitto San Tommaso, where Gloria.tv’s Father Reto Nay got to know and appreciate him. He has been on Francis' list of unwanted bishops for many years because he represents what Francis hates the most: education and hailing from a good family. There is even the hypothesis that Taussig is terrified by the recent expulsion of Saint Luis Bishop Martínez. Knowing that he is next on Francis’ list, he wanted to placate Francis’ mercy, seeking to save himself at the expense of his flock. San Raffael and San Luis Seminaries are the last two Catholic Seminaries in Argentina.

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Podemos leer todo esto en español en el post de The Wanderer, titulado "El suicidio de un obispo" pinchando aquí

Incógnitas sobre el final de un pontificado (Roberto De Mattei)




La abdicación de Benedicto XVI pasará a la historia como uno de los sucesos más catastróficos de nuestro siglo, porque no sólo dio paso a un pontificado desastroso, sino ante todo a una situación de creciente caos en la Iglesia. Más de siete años después del desdichado 11 de febrero de 2013, la vida de Benedicto XVI y el pontificado de Francisco se acercan inexorablemente a su fin. No sabemos cuál de las dos cosas tendrá lugar primero, pero en ambos casos hay peligro de que el humo de Satanás envuelva el Cuerpo de Cristo de un modo que no tendrá precedentes en la historia.

El pontificado de Bergoglio ha llegado a su fin. Si no desde el punto de vista cronológico, al menos desde la perspectiva de su impacto revolucionario. El Sínodo para la Amazonía ha fracasado, y la exhortación Querida Amazonia del pasado 2 de febrero ha resultado ser una lápida para muchas esperanzas en el mundo progresista, sobre todo en la zona germánica. El coronarivus Covid-19 ha sepultado definitivamente los ambiciosos proyectos pontificios para 2020, presentándonos la imagen de un papa derrotado y solo en medio del vacío espectral de una Plaza de San Pedro sin gente. Por otra parte, la Divina Providencia, que siempre regula todas las vicisitudes humanas, ha permitido a Benedicto asistir a la debacle que siguió a su abdicación. Pero probablemente lo peor aún esté por venir.

Era previsible que con dos pontífices conviviendo en el Vaticano, un sector del mundo conservador descontento con Francisco dirigiese la mirada a Benedicto considerándolo el verdadero Papa enfrentado al falso profeta. Aun estando convencidos de que Francisco había cometido errores, esos conservadores no quisieron seguir el camino abierto por la Correctio filialis dirigida al papa Francisco el 11 de agosto de 2016. Probablemente esto se deba a que la Correctio pone de relieve que las desviaciones bergoglianas tienen su raíz en los pontificados de Benedicto XVI y Juan Pablo II e incluso antes, en el Concilio Vaticano II. Para muchos conservadores, por el contrario, la hermenéutica de la continuidad de Juan Pablo II y Benedicto XVI no admite rupturas, y dado que el pontificado de Bergoglio representa al parecer la negación de dicha hermenéutica, la única solución al problema es perder de vista a Francisco.

El propio Benedicto, al atribuirse el título de papa emérito y seguir vistiendo de blanco e impartiendo la bendición apostólica ha realizado gestos que parecen fomentar esta impracticable obra de sustitución del papa antiguo por otro nuevo. Con todo, el argumento principal es la distinción entre munus y ministerium, por la que Benedicto parece querer conservar para sí una especie de pontificado místico dejando el ejercicio del gobierno en manos de Francisco. El origen de esta tesis se remonta a un discurso que pronunció monseñor Georg Gänswein el 20 de mayo de 2016 en la Pontificia Universidad Gregoriana, en el cual sostenía que Benedicto no había abandonado su oficio, sino que le habría dado una nueva dimensión colegiada convirtiendo en un ministerio casi compartido. De nada ha servido que en una declaración a LifeSiteNews publicada el 14 de febrero de 2019 el propio monseñor Gänswein corroborase la validez de la renuncia al ministerio petrino, afirmando: «Sólo hay un papa legítimamente elegido: Francisco». La idea de una posible redefinición del munus petrino ya estaba lanzada. Ante la objeción de que el papado es uno e indivisible y no tolera divisiones internas, los mencionados conservadores responden que eso demuestra precisamente la invalidez de la dimisión de Benedicto XVI. La intención de éste –dicen– era conservar el pontificado, suponiendo que dicho oficio pudiera dividirse en dos. Pero esto es un error sustancial, ya que la naturaleza monárquica y unitaria del pontificado es de derecho divino. Por tanto, la renuncia de Benedicto XVI sería inválida.

Es fácil refutarlo afirmando que en caso de demostrarse que Benedicto XVI hubiera tenido intención de dividir el pontificado, modificando así la constitución de la Iglesia, habría incurrido en herejía. Y como ese concepto herético del papado habría sido desde luego anterior a su elección, la elección de Benedicto debería considerarse nula por el mismo motivo por el que se considera nula la abdicación. En ningún caso sería papa. Pero estos son discursos abstractos, porque sólo Dios juzga las intenciones, mientras que el derecho canónico se limita a evaluar el comportamiento externo de los bautizados. Una célebre sentencia del derecho romano, recordada tanto por el cardenal Walter Brandmüller como por el cardenal Raymond Leo Burke, afirma: De internis non iudicat praetor: un juez no juzga cuestiones internas. Por otra parte, el canon 1526 § 1 del nuevo Código de Derecho Canónico recuerda que «onus probandi incumbit ei cui asserit» (la carga de la prueba incumbe al que afirma). No es lo mismo indicio que prueba. El indicio indica la posibilidad de un hecho, en tanto que la prueba demuestra la certeza en cuanto al mismo. La regla de Agatha Christie según la cual tres indicios equivalen a una prueba sirve en la literatura, pero no tiene validez ante un tribunal civil o eclesiástico.

Es más, si el papa legítimo es Benedicto XVI, ¿qué pasaría si se muriera de un día para otro o si, antes de morirse, faltara el papa Francisco? Teniendo en cuenta que muchos de los actuales purpurados han sido creados por Francisco y que ninguno de los cardenales electores lo considera antipapa, la sucesión apostólica quedaría interrumpida, lo cual perjudicaría la visibilidad de la Iglesia. La paradoja está en que para demostrar la nulidad de la renuncia de Benedicto se valen de sofismas jurídicos, pero luego, para resolver el problema de la sucesión de Benedicto o de Francisco sería necesario recurrir a soluciones extracanónicas. La tesis del visionario franciscano Jean de la Roquetaillade (Giovanni di Rupescissa, 1310-1365), según la cual cuando sea inminente el final de los tiempos aparecerá un papa angélico a la cabeza de la Iglesia invisible es un mito difundido por muchos falsos profetas que jamás ha sido aceptado por la Iglesia. ¿Será ése el camino que siga un sector del mundo conservador? Sería más lógico sostener que los cardenales reunidos en cónclave, después de la muerte o renuncia de Francisco al pontificado contarían con la asistencia del Espíritu Santo. Y si es cierto que los cardenales podrían rechazar la influencia divina eligiendo a un papa peor que Francisco, también es cierto que la Providencia podría reservarnos sorpresas inesperadas, como pasó con la elección de Pío X y otros grandes pontífices de la historia.

Lo que necesitamos es un papa santo y, antes aún, un próximo papa. Con el título de The Next Pope, ha aparecido hace pocos días un excelente libro del periodista inglés Edward Pentin publicado por Sophia Institute Press (The Next Pope: The Leading Cardinal Candidates). Lo más meritorio de esta obra de más de 700 páginas es que nos recuerda que habrá un próximo papa y nos brinda, aportando descripciones de 19 papables, toda la información necesaria para entrar en la época posfranciscana.

Es necesario convencerse de que la hermenéutica de la continuidad ha fracasado, porque atravesamos una crisis en la que se deben evaluar los hechos, no sus interpretaciones. «Lo inaceptable de tal actitud –señala Peter Kwaskniewski– lo demuestra entre otras cosas el insignificante éxito de los conservadores en lo que respecta a invertir reformas desastrosas, tendencias, actitudes e instituciones establecidas a raíz y en nombre del último concilio con aprobación o tolerancia pontificia».

El papa Francisco nunca ha teorizado sobre la hermenéutica de la discontinuidad, sino que ha querido llevar el Concilio a la práctica, y la única respuesta que puede superar esa praxis está en la realidad concreta de los hechos teológicos, litúrgicos, canónicos y morales, no en un estéril debate hermenéutico. Según esta perspectiva, el verdadero problema no será la continuidad o discontinuidad entre el próximo pontífice y el papa Francisco, sino su relación con el núcleo histórico del Concilio Vaticano II. Algunos conservadores desean eliminar a Francisco mediante sofismas en nombre de la hermenéutica de la continuidad. Pero si es posible acusar a un papa de discontinuidad con su predecesor, ¿por qué no admitir la posibilidad de la solución de continuidad entre un concilio y los que lo precedieron? En este contexto, son dignas de aprecio las recientes intervenciones sobre el Concilio Vaticano II del arzobispo Carlo Maria Viganò y el obispo auxiliar de Astaná Athanasius Schneider, que han tenido el valor de afrontar un debate teológico y cultural ineludible. Esta labor de revisión histórica y teológica del Concilio es necesaria para disipar las sombras que se espesan sobre el fin del pontificado, así como para evitar una división que podría obligar a los buenos católicos a elegir entre un papa malo pero legítimo y otro de mejor doctrina o místico aunque desgraciadamente ilegítimo.

Roberto De Mattei

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

miércoles, 1 de julio de 2020

NOTICIAS VARIAS 1 de Julio de 2020




THE WANDERER

El suicidio de un obispo

Vatican News

Tiempo de prueba, tiempo de evangelio

One Peter Five

Why Viganò’s Critique of the Council Must Be Taken Seriously



Selección por José Martí

El arzobispo Viganò al borde del cisma. La lección no acogida de Benedicto XVI [Comentario personal]





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En 2011, Benedicto XVI lo nombró nuncio apostólico en Estados Unidos. Hace nueve años el manso papa teólogo no podía ciertamente imaginar que el arzobispo Carlo Maria Viganò –que desde 2016 ha vuelto a la vida privada, pero no oculta– le habría culpado de haber “engañado” a toda la Iglesia haciendo creer que el Concilio Vaticano II era inmune a herejías; es más, que había que interpretarlo en perfecta continuidad con la doctrina verdadera de siempre.

Precisamente a esto ha llegado Viganò en estos días, en un crescendo persistente de denuncia de las herejías de la Iglesia de estos últimos decenios, que tiene a la raíz de todo el Concilio, y que ha llegado a los dimes y diretes con Phil Lawler, director de CatholicCulture.org.

Atención: no una mala interpretación del Concilio, sino el Concilio en cuanto tal, todo en bloque. De hecho, en sus últimas intervenciones públicas, Viganò ha rechazado como demasiado tímida y vacua incluso la pretensión de algunos de “corregir” el Vaticano II aquí y allí, en los textos que, a su juicio, son más declaradamente heréticos, como es el caso de la declaración “Dignitatis humanae” sobre la libertad religiosa. Porque lo que hay que hacer de una vez por todasha conminadoes “olvidarse de él ‘totalmente’”.

Naturalmente, al mismo tiempo hay que “expulsar del sagrado recinto” a todas esas autoridades de la Iglesia que, tras ser identificadas como culpables del engaño y a las que se “invita a enmendarse”, no lo hagan.

Según Viganò, lo que ha desnaturalizado a la Iglesia a partir del Concilio es una especie de “religión universal que fue teorizada en primer lugar por la masonería”, cuyo brazo político es ese “gobierno mundial fuera de todo control” que los poderes “sin nombre y sin rostro” persiguen como objetivo y que ahora incluso doblegan a sus intereses la pandemia del coronavirus.

El pasado 8 de mayo, los cardenales Gerhard Müller y Giuseppe Zen Zekiun firmaron de manera incauta un llamamiento de Viganò contra este inminente “Nuevo Orden Mundial”.

Y el propio presidente de Estados Unidos ha respondido entusiasmado, con un tuit que se ha convertido en viral, a una carta abierta de Viganò a Donald Trump, que le ha invocado como guerrero de la luz contra el poder de las tinieblas que actúan tanto en el “deep state” como en la “deep Church”.

Sin embargo, volviendo a la temeraria acusación que Viganò ha lanzado contra Benedicto XVI por sus “intentos fracasados de corrección de los excesos conciliares invocando la hermenéutica de la continuidad“, es obligatorio devolverle la palabra al acusado.

La hermenéutica de la continuidad –o, más exactamente, “la hermenéutica de la reforma, de la renovación en la continuidad del único sujeto Iglesia”– es, de hecho, la piedra clave de la interpretación que Benedicto XVI dio del Concilio Vaticano II en su memorable discurso a la curia vaticana en la vigilia de Navidad de 2005, primer año de su pontificato.

Es un discurso que hay que volver a leer íntegro:


He aquí, de manera resumida, cómo el papa Joseph Ratzinger desarrolló su exégesis del Concilio Vaticano II.

Inició recordando que también después del Concilio de Nicea del año 325 la Iglesia estuvo sacudida por enormes conflictos, que hicieron que san Basilio escribiera:

“El grito ronco de los que por la discordia se alzan unos contra otros, las charlas incomprensibles, el ruido confuso de los gritos ininterrumpidos ha llenado ya casi toda la Iglesia, tergiversando, por exceso o por defecto, la recta doctrina de la fe...”.

Pero, ¿por qué las repercusiones del Vaticano II han sido tan conflictivas? La respuesta de Benedicto XVI es que todo ha dependido “de su hermenéutica”, es decir, de su “clave de lectura y de aplicación“.

El conflicto ha surgido porque “se han confrontado dos hermenéuticas contrarias y se ha entablado una lucha entre ellas”.

Por un lado, ha habido una “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura” y, por el otro, una “hermenéutica de la reforma, de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia”.

Según la primera hermenéutica, “sería preciso seguir, no los textos del Concilio, sino su espíritu”, dando espacio a “los impulsos hacia lo nuevo” que estarían implicados en los textos, “en los cuales, para lograr la unanimidad, se tuvo que retroceder aún, reconfirmando muchas cosas antiguas ya inútiles.”.

Pero con ello –objetó el papa– “se tergiversa en su raíz la naturaleza de un Concilio como tal. De esta manera, se lo considera como una especie de Asamblea Constituyente, que elimina una Constitución antigua y crea una nueva”, cuando en realidad “la Constitución esencial de la Iglesia viene del Señor” y los obispos deben ser, sencillamente, sus “administradores” fieles y sabios.

Hasta aquí, Benedicto XVI pareció atribuir la hermenéutica de la discontinuidad sólo a la corriente progresista de la Iglesia. Sin embargo, más adelante en el discurso, analizando a fondo la voluntad del Concilio de “determinar de manera nueva la relación entre la Iglesia y la edad moderna”, afronta directamente la cuestión sobre la cual, no los progresistas, sino los tradicionalistas se han empecinado más, hasta romper con la Iglesia como hicieron los seguidores de Marcel Lefebvre y hoy parece estar a punto de hacer Viganò.

Es la cuestión de la libertad religiosa, sobre la cual se pronunció la declaración conciliar “Dignitatis humanae”. Una declaración a la que Viganò acusa de las peores cosas, hasta escribir que “si la Pachamama ha podido ser adorada en una iglesia, se lo debemos a la ‘Dignitatis humanae’”.

Efectivamente, es innegable que sobre la libertad religiosa el Concilio Vaticano II marcó una clara discontinuidad, por no decir una ruptura, con la enseñanza ordinaria de la Iglesia del siglo XIX y principios del XX, claramente antiliberal. Benedicto XVI lo reconoció explícitamente en ese discurso y explicó también las razones históricas, que precisamente al ser históricas han cambiado en el tiempo y han permitido que el Concilio, “reconociendo y haciendo suyo, con el decreto sobre la libertad religiosa, un principio esencial del Estado moderno”, retome nuevamente “el patrimonio más profundo de la Iglesia”, el “de Jesús mismo” y de “los mártires de la Iglesia primitiva”, que “murieron por la libertad de profesar la propia fe, una profesión que ningún Estado puede imponer, sino que sólo puede hacerse propia con la gracia de Dios, en libertad de conciencia”.

“Precisamente en este conjunto de continuidad y discontinuidad en diferentes niveles consiste la naturaleza de la verdadera reforma”, dijo el papa Ratzinger en ese discurso. “El concilio Vaticano II, con la nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y ciertos elementos esenciales del pensamiento moderno, revisó o incluso corrigió algunas decisiones históricas, pero en esta aparente discontinuidad mantuvo y profundizó su íntima naturaleza y su verdadera identidad”.

Hay, por tanto, una “hermenéutica de la discontinuidad” que también Benedicto XVI dijo aprobar, porque “precisamente en este conjunto de continuidad y discontinuidad en diferentes niveles consiste la naturaleza de la verdadera reforma”.

Sin embargo, llegados a este punto, vale la pena dejarle a él la palabra y reproducir a continuación la parte final de ese discurso sobre el Concilio, en el que argumentó ampliamente lo que antes hemos resumido en pocos párrafos.

Los argumentos contrarios de Viganò están disponibles en las páginas web que le dan eco. Les corresponde a los lectores hacer la debida comparación [Mi opinión personal está al final de esta entrada]

*

“En este proceso de novedad en la continuidad…”

de Benedicto XVI

[…] En el gran debate sobre el hombre, que caracteriza el tiempo moderno, el Concilio debía dedicarse de modo especial al tema de la antropología. Debía interrogarse sobre la relación entre la Iglesia y su fe, por una parte, y el hombre y el mundo actual, por otra (cf. ib., pp. 1173-1181). La cuestión resulta mucho más clara si en lugar del término genérico "mundo actual" elegimos otro más preciso: el Concilio debía determinar de modo nuevo la relación entre la Iglesia y la edad moderna.

Esta relación tuvo un inicio muy problemático con el proceso a Galileo. Luego se rompió totalmente cuando Kant definió la "religión dentro de la razón pura" y cuando, en la fase radical de la revolución francesa, se difundió una imagen del Estado y del hombre que prácticamente no quería conceder espacio alguno a la Iglesia y a la fe.

El enfrentamiento de la fe de la Iglesia con un liberalismo radical y también con unas ciencias naturales que pretendían abarcar con sus conocimientos toda la realidad hasta sus confines, proponiéndose tercamente hacer superflua la "hipótesis Dios", había provocado en el siglo XIX, bajo Pío IX, por parte de la Iglesia, ásperas y radicales condenas de ese espíritu de la edad moderna. Así pues, aparentemente no había ningún ámbito abierto a un entendimiento positivo y fructuoso, y también eran drásticos los rechazos por parte de los que se sentían representantes de la edad moderna.

Sin embargo, mientras tanto, incluso la edad moderna había evolucionado. La gente se daba cuenta de que la revolución americana había ofrecido un modelo de Estado moderno diverso del que fomentaban las tendencias radicales surgidas en la segunda fase de la revolución francesa. Las ciencias naturales comenzaban a reflexionar, cada vez más claramente, sobre su propio límite, impuesto por su mismo método que, aunque realizaba cosas grandiosas, no era capaz de comprender la totalidad de la realidad.

Así, ambas partes comenzaron a abrirse progresivamente la una a la otra. En el período entre las dos guerras mundiales, y más aún después de la segunda guerra mundial, hombres de Estado católicos habían demostrado que puede existir un Estado moderno laico, que no es neutro con respecto a los valores, sino que vive tomando de las grandes fuentes éticas abiertas por el cristianismo.

La doctrina social católica, que se fue desarrollando progresivamente, se había convertido en un modelo importante entre el liberalismo radical y la teoría marxista del Estado. Las ciencias naturales, que sin reservas hacían profesión de su método, en el que Dios no tenía acceso, se daban cuenta cada vez con mayor claridad de que este método no abarcaba la totalidad de la realidad y, por tanto, abrían de nuevo las puertas a Dios, sabiendo que la realidad es más grande que el método naturalista y que lo que ese método puede abarcar.

Se podría decir que ahora, en la hora del Vaticano II, se habían formado tres círculos de preguntas, que esperaban una respuesta.

Ante todo, era necesario definir de modo nuevo la relación entre la fe y las ciencias modernas; por lo demás, eso no sólo afectaba a las ciencias naturales, sino también a la ciencia histórica, porque, en cierta escuela, el método histórico-crítico reclamaba para sí la última palabra en la interpretación de la Biblia y, pretendiendo la plena exclusividad para su comprensión de las sagradas Escrituras, se oponía en puntos importantes a la interpretación que la fe de la Iglesia había elaborado.

En segundo lugar, había que definir de modo nuevo la relación entre la Iglesia y el Estado moderno, que concedía espacio a ciudadanos de varias religiones e ideologías, comportándose con estas religiones de modo imparcial y asumiendo simplemente la responsabilidad de una convivencia ordenada y tolerante entre los ciudadanos y de su libertad de practicar su religión.

En tercer lugar, con eso estaba relacionado de modo más general el problema de la tolerancia religiosa, una cuestión que exigía una nueva definición de la relación entre la fe cristiana y las religiones del mundo. En particular, ante los recientes crímenes del régimen nacionalsocialista y, en general, con una mirada retrospectiva sobre una larga historia difícil, resultaba necesario valorar y definir de modo nuevo la relación entre la Iglesia y la fe de Israel. Todos estos temas tienen un gran alcance —eran los grandes temas de la segunda parte del Concilio— y no nos es posible reflexionar más ampliamente sobre ellos en este contexto.

Es claro que en todos estos sectores, que en su conjunto forman un único problema, podría emerger una cierta forma de discontinuidad y que, en cierto sentido, de hecho se había manifestado una discontinuidad, en la cual, sin embargo, hechas las debidas distinciones entre las situaciones históricas concretas y sus exigencias, resultaba que no se había abandonado la continuidad en los principios; este hecho fácilmente escapa a la primera percepción.

Precisamente en este conjunto de continuidad y discontinuidad en diferentes niveles consiste la naturaleza de la verdadera reforma. En este proceso de novedad en la continuidad debíamos aprender a captar más concretamente que antes que las decisiones de la Iglesia relativas a cosas contingentes —por ejemplo, ciertas formas concretas de liberalismo o de interpretación liberal de la Biblia— necesariamente debían ser contingentes también ellas, precisamente porque se referían a una realidad determinada en sí misma mudable. Era necesario aprender a reconocer que, en esas decisiones, sólo los principios expresan el aspecto duradero, permaneciendo en el fondo y motivando la decisión desde dentro.

En cambio, no son igualmente permanentes las formas concretas, que dependen de la situación histórica y, por tanto, pueden sufrir cambios. Así, las decisiones de fondo pueden seguir siendo válidas, mientras que las formas de su aplicación a contextos nuevos pueden cambiar. Por ejemplo, si la libertad de religión se considera como expresión de la incapacidad del hombre de encontrar la verdad y, por consiguiente, se transforma en canonización del relativismo, entonces pasa impropiamente de necesidad social e histórica al nivel metafísico, y así se la priva de su verdadero sentido, con la consecuencia de que no la puede aceptar quien cree que el hombre es capaz de conocer la verdad de Dios y está vinculado a ese conocimiento basándose en la dignidad interior de la verdad.

Por el contrario, algo totalmente diferente es considerar la libertad de religión como una necesidad que deriva de la convivencia humana, más aún, como una consecuencia intrínseca de la verdad que no se puede imponer desde fuera, sino que el hombre la debe hacer suya sólo mediante un proceso de convicción.

El concilio Vaticano II, reconociendo y haciendo suyo, con el decreto sobre la libertad religiosa, un principio esencial del Estado moderno, recogió de nuevo el patrimonio más profundo de la Iglesia. Esta puede ser consciente de que con ello se encuentra en plena sintonía con la enseñanza de Jesús mismo (cf. Mt 22, 21), así como con la Iglesia de los mártires, con los mártires de todos los tiempos.

La Iglesia antigua, con naturalidad, oraba por los emperadores y por los responsables políticos, considerando esto como un deber suyo (cf. 1 Tm 2, 2); pero, en cambio, a la vez que oraba por los emperadores, se negaba a adorarlos, y así rechazaba claramente la religión del Estado. Los mártires de la Iglesia primitiva murieron por su fe en el Dios que se había revelado en Jesucristo, y precisamente así murieron también por la libertad de conciencia y por la libertad de profesar la propia fe, una profesión que ningún Estado puede imponer, sino que sólo puede hacerse propia con la gracia de Dios, en libertad de conciencia.

Una Iglesia misionera, consciente de que tiene el deber de anunciar su mensaje a todos los pueblos, necesariamente debe comprometerse en favor de la libertad de la fe. Quiere transmitir el don de la verdad que existe para todos y, al mismo tiempo, asegura a los pueblos y a sus gobiernos que con ello no quiere destruir su identidad y sus culturas, sino que, al contrario, les lleva una respuesta que esperan en lo más íntimo de su ser, una respuesta con la que no se pierde la multiplicidad de las culturas, sino que se promueve la unidad entre los hombres y también la paz entre los pueblos.

El concilio Vaticano II, con la nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y ciertos elementos esenciales del pensamiento moderno, revisó o incluso corrigió algunas decisiones históricas, pero en esta aparente discontinuidad mantuvo y profundizó su íntima naturaleza y su verdadera identidad. La Iglesia, tanto antes como después del Concilio, es la misma Iglesia una, santa, católica y apostólica en camino a través de los tiempos; prosigue "su peregrinación entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios", anunciando la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. Lumen gentium, 8).

Quienes esperaban que con este "sí" fundamental a la edad moderna todas las tensiones desaparecerían y la "apertura al mundo" así realizada lo transformaría todo en pura armonía, habían subestimado las tensiones interiores y también las contradicciones de la misma edad moderna; habían subestimado la peligrosa fragilidad de la naturaleza humana, que en todos los períodos de la historia y en toda situación histórica es una amenaza para el camino del hombre.

Estos peligros, con las nuevas posibilidades y con el nuevo poder del hombre sobre la materia y sobre sí mismo, no han desaparecido; al contrario, asumen nuevas dimensiones: una mirada a la historia actual lo demuestra claramente. También en nuestro tiempo la Iglesia sigue siendo un "signo de contradicción" (Lc 2, 34). No sin motivo el Papa Juan Pablo II, siendo aún cardenal, puso este título a los ejercicios espirituales que predicó en 1976 al Papa Pablo VI y a la Curia romana.

El Concilio no podía tener la intención de abolir esta contradicción del Evangelio con respecto a los peligros y los errores del hombre. En cambio, no cabe duda de que quería eliminar contradicciones erróneas o superfluas, para presentar al mundo actual la exigencia del Evangelio en toda su grandeza y pureza. El paso dado por el Concilio hacia la edad moderna, que de un modo muy impreciso se ha presentado como "apertura al mundo", pertenece en último término al problema perenne de la relación entre la fe y la razón, que se vuelve a presentar de formas siempre nuevas.

La situación que el Concilio debía afrontar se puede equiparar, sin duda, a acontecimientos de épocas anteriores. San Pedro, en su primera carta, exhortó a los cristianos a estar siempre dispuestos a dar respuesta (apo-logía) a quien le pidiera el logos (la razón) de su fe (cf. 1 P 3, 15). Esto significaba que la fe bíblica debía entrar en discusión y en relación con la cultura griega y aprender a reconocer mediante la interpretación la línea de distinción, pero también el contacto y la afinidad entre ellos en la única razón dada por Dios.

Cuando, en el siglo XIII, mediante filósofos judíos y árabes, el pensamiento aristotélico entró en contacto con la cristiandad medieval formada en la tradición platónica, y la fe y la razón corrían el peligro de entrar en una contradicción inconciliable, fue sobre todo santo Tomás de Aquino quien medió el nuevo encuentro entre la fe y la filosofía aristotélica, poniendo así la fe en una relación positiva con la forma de razón dominante en su tiempo.

La ardua disputa entre la razón moderna y la fe cristiana que en un primer momento, con el proceso a Galileo, había comenzado de modo negativo, ciertamente atravesó muchas fases, pero con el concilio Vaticano II llegó la hora en que se requería una profunda reflexión. Desde luego, en los textos conciliares su contenido sólo está trazado en grandes líneas, pero así se determinó la dirección esencial, de forma que el diálogo entre la razón y la fe, hoy particularmente importante, ha encontrado su orientación sobre la base del Vaticano II.

Ahora, este diálogo se debe desarrollar con gran apertura mental, pero también con la claridad en el discernimiento de espíritus que el mundo, con razón, espera de nosotros precisamente en este momento. Así hoy podemos volver con gratitud nuestra mirada al concilio Vaticano II: si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia.

Roma, a 22 de diciembre de 2005

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COMENTARIO PERSONAL

Con la confianza puesta en Dios, el tiempo dirá quién tiene la razón porque "realmente" la situación por la que atraviesa la Iglesia es muy grave. Y todo cuanto se ha escrito sobre el Concilio Vaticano II, por personas de gran experiencia y fieles a la Iglesia de siempre, nos debe de hacer pensar dónde se encuentra la verdad, pues sólo "la Verdad" es la que nos hace libres. 

Los hechos son contundentes. Y estos hechos subrayan que, efectivamente, la influencia del Concilio Vaticano II y su "espíritu" (que no el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesucristo) han producido unos resultados nefastos. Y es en éstos en donde debemos de fijarnos, atendiendo a las palabras de Jesús: "Por sus frutos los conoceréis". Los frutos obtenidos en la Iglesia, desde el Concilio Vaticano II, son catastróficos (Hay abundante literatura sobre esto). Luego "algo huele mal en el Concilio". 

Y dada su importancia, hay que tener en cuenta que algunos males sólo pueden remediarse si se corta de raíz la causa que los ha provocado. Por lo que yo, en este caso concreto, comulgo más con Monseñor Viganò que con Benedicto XVI. 

Ahora, lo que los católicos tienen que hacer es rezar con fervor para que el Señor abra los ojos y disponga los corazones de quienes componen la Jerarquía de la Iglesia, de manera que no se pierda nada de aquello que es esencial a la Iglesia de siempre, una Iglesia que se tiene que ir adaptando a los tiempos, pero sin perder nunca su propia identidad.

"Jesucristo es el mismo, ayer y hoy y por los siglos". Y su Palabra, bien interpretada por el Magisterio Perenne de la Iglesia, siempre es actual y siempre dice algo a los hombres de todos los tiempos y lugares ... ¡Por algo Jesucristo es Dios!

No es ni la palabra de Benedicto XVI, cuando no ha hablado  "ex cathedra" (pues no habló "ex cathedra"), ni la palabra de Monseñor Viganò, en cuanto tales, lo que realmente importa, sino "toda palabra que sale de la boca de Dios" (o, si se quiere, de la boca de los hombres, en tanto en cuanto éstos sean fieles a esa Palabra).

A los cristianos de a pie sólo nos queda rezar y hacerlo con todas nuestras fuerzas y con gran confianza en el Señor, pues sabemos que Él no nos va a pedir nada que esté por encima de nuestras fuerzas. 

Sabemos también que "todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre" (Mt 7, 8). Y Él no va a dejarnos solos: "Sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20)

Por eso no debemos de tener miedo: "En el mundo tendréis tribulación; pero confiad: Yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33). Sólo nos pide que tengamos fe: "Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4)

José Martí

Prominente prelado italiano se une al arzobispo Viganò



“Quiero hacerle llegar mi adhesión a su mensaje” que “me parece que ha captado el corazón vivo de nuestra experiencia eclesial”, escribió el 16 de junio al arzobispo Viganò el jubilado arzobispo de Ferrara-Comacchio, monseñor Luigi Negri. Así lo informa el 30 de junio el sitio web MarcoTosatti.com.

Negri agrega que “nos adherimos a usted” y “nos gustaría poder acompañarlo como los últimos discípulos en su paso seguro por el camino de la verdad, la belleza y la bondad”.

Un día después Viganò contestó que el momento presente “nos lleva de nuevo a las cosas básicas de la vida, a la simplicidad del Bien y al horror del Mal, a la necesidad de elegir el lado de pertenencia”. Él comenta que algunos consideran esa concepción como una banalización, como si el Evangelio no pudiera dar respuestas a los interrogantes de hoy y la Palabra Divina necesitara ser adaptada por ellos, para hacerla más seductora para el mundo.

Como ejemplo, Viganò menciona a obispos que “casi obsesivamente” se preocupan por la “inclusión” y “la teología verde”, auspiciando “el nuevo orden mundial” y una “casa común para las religiones abrahamitas”, mientras sus sacerdotes y fieles se sienten abandonados.

martes, 30 de junio de 2020

La razón inhibida



Después de más de cien días de pandemia, cuarentena y un sinfín de hipótesis, teorías y personajes que nacen y mueren como la hierba de verano (¿quién se acuerda hoy de la Dra. Chinda Brandolino?), aquí va otra retahíla de reflexiones.

1. Lo que más exaspera de la situación no es tanto el encierro, que en el interior del país es relativo, sino el menosprecio de la inteligencia. Los políticos y las elites científicas con la complicidad del periodismo, se burlan abiertamente de la capacidad racional de las personas, y éstas aceptan mansamente esa burla (...). Decía Aristóteles que las pasiones oscurecen, dificultan y a veces incluso impiden el ejercicio de la razón. El miedo es una pasión, y estamos viendo cómo ha sido capaz de inhibir el uso de la razón en la enorme mayoría de los habitantes del país y del mundo, que se revelan incapaces de concluir ante los datos de la realidad, que son fácilmente accesibles, y creen a pie juntillas el discurso oficial. Y aquellos que sí se dan cuenta, se callan porque es políticamente incorrecto cuestionar la pandemia, no sea que lo confundan a uno con Trump, Bolsonaro o algún otro impresentable.

2. El periodismo juega un papel fundamental en la generación del pánico social. Una vez que pase la pandemia, seguramente se harán varios estudios sobre los titulares permanentes que estamos obligados a leer. Lo curioso es que a pesar de que gran parte de ellos son evidentemente ridículos, la gente los sigue comprando y aterrándose. El fin de semana escribía un medio de prensa este alarmante título: “Rusia se acerca a los 9000 muertos por coronavirus”. Rusia tiene 150 millones de habitantes. ¿Alguien puede realmente creer que se trata de una situación desesperada? Sí, la mayoría de los lectores se espantan de lo que está sucediendo en Rusia.

3. Muchos periodistas mienten y amparan la mentira de los demás. Hace algunos días nos anunciaban la víctima más joven de Covid en Argentina: una bebé de un año que había sido contagiada. Hacia el final de la nota deslizaban que, además, tenía antecedentes de enfermedad neurológica y pulmonar, con dependencia de oxígeno. ¿De qué murió esta pobre niñita? Es claro que no murió de coronavirus sino con coronavirus. Esto me hace pensar en la veracidad de las cifras de muertos y preguntarme si no estarán infladas por difuntos que murieron de las patologías de las que habitualmente se mueren las personas pero, por las dudas, los anotan como muertos por Covid. Y no es una suposición peregrina. Curiosamente, los datos oficiales de Italia indican que durante los dos meses que duró lo más álgido de la pandemia, no murió ningún italiano por enfermedades cardiovasculares. ¿No será que a todos a los que le dio un infarto los pasaron al casillero del Covid?

4. Se ha escuchado hablar mucho en los últimos tiempos del ingeniero español radicado en Silicon Valley —lo cual es ya un pasaporte de genialidad— Tomás Pueyo quien, apenas conocido el avance de la pandemia elaboró en pocos días una estrategia que llamó del “martillo y la danza”, y publicó, como el mismo dice, “en un blog para amigos”.“Más de 40 millones de personas lo leyeron en los días siguientes, fue traducido en 40 idiomas y su difusión fue decisiva para que muchos gobiernos impusieran cuarentenas estrictas en todo el mundo”, se afirma. La pregunta que me surge es cómo fue posible que los gobiernos mundiales tomaran decisiones tan trascendentes para sus poblaciones a partir del artículo de un ignoto personaje aparecido en un blog. Es como si yo publicara en mi blog del Wanderer un artículo en el que hago elucubraciones sobre los beneficios que tendría para la religión el retorno de la misa tradicional, y en cuestión de una semana todos los episcopados mundiales adoptaran la liturgia preconciliar e impusieran, con medidas draconianas, a sus sacerdotes y fieles tal celebración. ¿Alguien creería posible tal situación? La tacharíamos de demencial y absurda. Pues bien, eso mismo, de modo análogo, ocurrió con el artículo del ingeniero español.

5. Pueyo afirmaba, entre otras cosas, que Estados Unidos tendría 10 millones de muertos por coronavirus. Hoy hay en aquel país 150.000 muertos, es decir, el 1,5% de lo predicho por el geniecillo de Silicon Valley. Y a pesar de la evidencia abrumadora de su error, Pueyo sigue siendo asesor de muchos gobiernos, incluido Argentina. 

Algo similar afirmó por esos días de marzo el prestigioso Imperial College de Londres: la pandemia dejaría 20 millones de muertos en el mundo. Hoy hay 500.000, el 2,5 % de lo anunciado. 

Frente a errores tan brutales, nadie reacciona. Y lo curioso es que la institución mundial que debería haberse involucrado en la cuestión, y me refiero a la OMS, apoyó abiertamente estas predicciones. No sólo eso, hace pocos días el director adjunto de esa organización, Ranieri Guerra, afirmó que la pandemia, que se encuentra en franco retroceso en Europa, puede volver en el otoño y provocar cincuenta millones de muertos como ocurrió con la Gripe Española. Pareciera que esta gente no tiene vergüenza, y tampoco la tienen los países que siguen considerando a la OMS como la autoridad mundial en salud. Las únicas reacciones conocidas han sido la de Trump, que retiró a Estados Unidos de la OMS, cinco diputados italianos que denunciaron penalmente a Guerra por terrorismo mediático y Javier Milei.

6. Estamos viendo en las últimas semanas el castigo que está imponiendo el mundo a los países que no obedecieron los diktate de la nomenklatura, como es el caso de Suecia. Los medios anunciaban que ese país se había convertido en el paria de Europa, y la OMS falsificó datos para perjudicarlo. Suecia tiene 5300 muertos por coronavirus. ¿Es, acaso, un número tan aterrador para infligirle tamaño castigo? ¿No es completamente irracional?

7. En este breve video se enseña una sencilla técnica de manipulación. La semana pasada, diez reconocidos científicos italianos de diversas especialidades firmaron una declaración en la que aseguran que el Covid ha perdido su agresividad inicial y se está apagando. Han sido duramente atacados y cuestionados, entre otros, por la misma OMS. Me pregunto si no será el caso de que, quien dice que la carpeta es verde en contra de la mayoría que afirma que es roja, es censurado. 

8. Espanta el cinismo de los políticos. En el discurso del viernes pasado, el presidente Fernández afirmó: “De lo que estamos enamorados es de la vida y por eso la cuidamos tanto y nos pesa tanto ese número de 1000 personas que dejaron de estar entre nosotros”. Esto lo dice una semana después de asegurar que en septiembre enviará al Congreso el proyecto de ley del aborto. Curioso enamoramiento de la vida; en todo caso debería aclarar que se trata de un enamoramiento selectivo. Y añade su lamento y pesar por los mil muertos que el coronavirus ha dejado en Argentina a lo largo de tres meses. Una vez más, me pregunto por qué su pesar por estos muertos y no por los que murieron de un infarto o de cáncer, que son muchos más de mil. ¿O es que los muertos por coronavirus tienen coronita y son más importantes que otros?

9. Según afirma Fernández, el único remedio para el coronavirus es el confinamiento, por lo tanto, tendrá encerrado a los argentinos todo el tiempo que haga falta para cuidarnos de la muerte. No entiendo por qué no aplica esa misma lógica a otros casos. En Argentina mueren 600 personas por mes debido a accidentes de tránsito, y el único remedio efectivo que se conoce es que no haya circulación de automóviles. ¿Por qué, entonces, no los prohibe? Mueren también 6100 personas por mes debido a problemas cardiovasculares. ¿Por qué no prohibe entonces la sal, las carnes grasas y el tabaco?

10. Para finalizar, el viernes nos enterábamos que investigadores de la Universidad de Barcelona han descubierto en muestras congeladas de aguas servidas de marzo de 2019, la presencia del Covid19. Si este dato se confirma, tendremos que el famoso bichito estaba circulando por Europa un año antes de que los europeos se dieran cuenta. Estimo que el año pasado era un virus domesticado y se le ocurrió volver a las salvajes costumbres de sus ancestros en 2020, justamente el año de las elecciones de Estados Unidos, donde no se decidirá solamente quién ocupará la Casa Blanca sino, en muchos sentidos, el destino del mundo. Pura coincidencia.

The Wanderer

La guillotina de la Revolución Francesa. 500 cadáveres encontrados en París



Sobre la «madre de todas las revoluciones» (la Revolución Francesa) hemos hablado ya varias veces en este sitio (ver aquí, aquí o aquí, por ejemplo).

Y hasta le hemos dedicado más de un vídeo (AQUÍ, en un claustro universitario). Pero parece que nunca es suficiente. Las divisas de «libertad, igualdad, fraternidad… o muerte», son estúpidamente enseñadas como mágicas palabras de este mundo tiránico de pensamiento único.

Pero cada tanto a alguno se le escapa la liebre y las verdades van surgiendo. Como ahora, que dos siglos después, los diarios comienzan a dar noticia de ese romántico, silencioso y económico instrumento inventado por José Ignacio Guillotin, como señala hoy, entre otros el diario ABC al decir que, tras varios años de investigaciones, se han descubierto, ocultos en la Capilla Expiatoria de París, los huesos de más de 500 franceses guillotinados en la antigua Plaza de la Revolución, la actual Plaza de la Concordia.

¡Toda una revelación! Claro, al menos para el vulgo que se ha «tragado» lo de la «democrática» y «popular» revolución de los franceses. Tan democrática y popular que según sus estadísticas dejó el siguiente saldo de guillotinados: 31 % eran obreros o artesanos; el 28% campesinos; el 20% mercaderes o comerciantes; el 9% nobles y el 7% eclesiásticos…[1]


La silenciosa máquina se estrenó el 27 de abril de 1792. El 16 de agosto se la colocó en la Plaza del Carrousel, frente a las Tullerías aunque, más adelante, en la época de Robespierre, se la trasladase frente a la antigua Bastilla, en la plaza de San Antonio. Las crónicas narran que, el hedor de la sangre coagulada era tan insoportable que apenas si uno podía pasar a varios metros de la plaza contaminada y llena de moscas.

Hoy, al menos para el gran público, estas cosas comienzan a hacerse conocidas (un muy buen libro es el del Padre Alfredo Sáenz, aquí).

Porque es así nomás: si uno no piensa, puede perder la virilidad; pero si piensa, puede perder la cabeza…

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi, SE 

[1] Para quien quiera desayunarse con más datos y estadísticas, basta con consultar el trabajo en conjunto sobre los crímenes de la Revolución cfr. AA.VV, Le livre noir de la Révolution Française, Cerf, Paris 2008, Pág. 882.