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domingo, 29 de marzo de 2020

Coronavirus: ¿el cisne negro de 2020? (Roberto de Mattei)



El cisne negro (Cygnus attratus) es un ave rara originaria de Australia que recibe su nombre de la coloración de su plumaje. Nassim Nicholas Taleb, analista financiero y ex agente de Wall Street, en su libro El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable (Paidós Barcelona 2011), lo escogió como metáfora para explicar que a veces pueden darse sucesos inesperados y catastróficos que pueden afectar la vida entera de la sociedad.

Para Marta Dassù, del Aspen Institute, el coronavirus es el cisne negro de 2020. Explica que la epidemia está acarreando la crisis para la actividad económica de las naciones occidentales y «demuestra la fragilidad de las cadenas productivas a nivel internacional; cuando un eslabón de la cadena recibe un golpe, el impacto se vuelve sistémico» (Aspenia, 88 (2020), p. 9). «Ha llegado la segunda pandemia –escribe por su parte Federico Rampino en La Reppublica del pasado 22 de marzo–, y también hay que afrontarla y curarla. Se llama Gran Depresión, y tendrá un balance de víctimas paralelo al del virus. En Estados Unidos ya nadie emplea la palabra recesión porque se queda corta».

La economía interconectada del mundo se manifiesta como un sistema precario, pero el impacto del coronavirus no sólo será económico y sanitario, sino también religioso e ideológico. La utopía de la globalización, que hasta septiembre del año pasado parecía triunfar, sufre una irremediable debacle. El pasado 12 de septiembre el Papa había invitado a los dirigentes de las principales religiones y a las figuras más destacadas de los ámbitos político, económico y cultural a participar en un acto solemne que habría de tener lugar en el Vaticano el próximo 14 de mayo: el Pacto Global por la Educación. Por esas mismas fechas, la profetisa de la ecología profunda Greta Thunberg llegaba a Nueva York para participar en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2019. En aquellas vísperas del Sínodo para la Amazonía, el Romano Pontífice les envió a ella y a los demás participantes en la cumbre un videomensaje en el que expresaba su plena conformidad con los objetivos mundialistas. El pasado 20 de enero, el Papa dirigió asimismo un mensaje a Klaus Schwab, presidente del Foro Económico Mundial de Davos en el que subrayaba la importancia de una «ecología integral que tenga en cuenta la totalidad de las implicaciones de la complejidad y de las interconexiones de nuestra casa común».

A escasos meses de aquello, nos vemos ante una situación totalmente inédita. De Greta ya nadie se acuerda, el Sínodo para la Amazonía fracasó, los dirigente políticos internacionales han demostrado su ineptitud para hacer frente a la emergencia, el Pacto Mundial se ha frustrado y la Plaza de San Pedro, epicentro espiritual del mundo, está vacía. 
 
Las autoridades eclesiásticas se adaptan, y a veces se adelantan a las civiles prohibiendo las misas y toda clase de ceremonia religiosa. El acto más significativo y paradójico ha sido la clausura del Santuario de Lourdes, lugar por excelencia de sanación física y espiritual, que cierra sus puertas por miedo a que alguien se contagie si va a rogar a Dios por su salud. ¿Se trata todo ello de una maniobra? ¿Nos encontramos ante un poder totalitario que restringe las libertades de los ciudadanos y persigue a los cristianos?

Ahora bien, sorprende una persecución que parece exenta de toda resistencia heroica, hasta el martirio de los perseguidos, a diferencia de como ha sucedido en las grandes persecuciones a lo largo de la Historia. En realidad, no cabría hablar de persecución anticristiana, sino de autopersecución por parte del propio clero, que al cerrar los templos y prohibir las misas da muestras de llevar a su máxima coherencia el proceso de autodemolición iniciado en los años sesenta con el Concilio Vaticano II. Desgraciadamente y salvo excepciones, al encerrarse en su casa, también el clero tradicionalista parece ser también víctima de esta autopersecución.

Resulta conmovedor el gesto de generosidad con que 8000 médicos han respondido al llamamiento del gobierno italiano, que pedía 300 voluntarios para ayudar en los hospitales de Lombardía. ¡Cuán edificante sería que el presidente de la Conferencia Episcopal pidiese a los sacerdotes que nunca les faltaran a los fieles los sacramentos en las iglesias, las casas ni los hospitales! Muchos invitan a la oración pero, ¿quién recuerda la posibilidad de que nos hallemos en puertas de un gran castigo! Y sin embargo ésa fue la predicción de Fátima, cuyo centenario fue recordado por muchos en 2017. Este 25 de marzo, el cardenal António Augusto dos Santos Marto, obispo de Leiria-Fátima, ha renovado el acto de consagración al Sagrado Corazón de María para toda la Península Ibérica. Se trata de un acto ciertamente meritorio, pero la Virgen pidió algo más: la consagración en concreto de Rusia, hecha por el Papa en unidad con los prelados de todo el mundo. Ése es el acto, todavía pendiente, que todos esperan que se realice antes de que sea tarde.

En Fátima Nuestra Señora anunció que si el mundo no se convertía varias naciones serían aniquiladas. ¿Cuáles serán? ¿Y de qué forma serán exterminadas? Lo cierto es que el mayor castigo no consiste en la destrucción de los cuerpos, sino en el entenebrecimiento de las almas. Dicen las sagradas Escrituras que todos serán castigados por medio de aquello con lo que pecan (cf. Sab.11,16). Y aun el pensamiento pagano, por boca de Séneca, nos recuerda que el castigo del delito está en el propio delito (De la fortuna, 2ª parte, cap. 3).

El castigo comienza a partir del momento en que se pierde el concepto de un Dios justo y remunerador haciéndose la falsa idea de un Dios que, en palabras del papa Francisco «no permite las tragedias para castigar las culpas» (Ángelus del 28 de febrero de 2016). «¿Cuántas veces pensamos que Dios es bueno si nosotros somos buenos, y que nos castiga si somos malos? Pero no es así», recalcó en la Misa de la Natividad del pasado 24 de diciembre. E incluso el papa bueno, Juan XXIII, recordó que «el hombre, que siembra la culpa, recoge el castigo. El castigo de Dios es su respuesta a los pecados del hombre. [Por eso Jesús] nos dice que huyamos del pecado, causa principal de los grandes castigos» (radiomensaje del 28 de diciembre de 1958).

Prescindir de la idea del castigo no es evitarlo. El castigo es la consecuencia del pecado, y sólo la contrición y la penitencia de los propios pecados puede librar de la pena que inevitablemente acarrean por haber alterado el orden del universo. Cuando los pecados son colectivos, los castigos también lo son. ¿Cómo nos vamos a sorprender de la mortalidad que le sobreviene a un pueblo cuando los gobiernos se mancillan con leyes homicidas como las que permiten el aborto, y durante la epidemia se sigue dando prioridad a la masacre, como en Gran Bretaña, donde las autoridades han permitido el aborto en casa para no interrumpir la matanza mientras dura la epidemia? Y cuando en vez de los cuerpos son atacadas las almas, ¿quién se va a extrañar de que la pérdida de la fe sea el castigo de los culpables? Negarse a ver la mano de Dios tras las grandes catástrofes de la Historia es síntoma de esa falta de fe.

El castigo colectivo sobreviene repentinamente, como un cisne negro que aparece de improviso sobre las aguas. Verlo nos desconcierta, y no sabemos de dónde viene ni qué presagia. El hombre es incapaz de prever los cisnes negros que de la noche a la mañana se ciernen sobre su vida. Pero estos sucesos no son fruto del azar como sostienen Taleb y todos los que analizan la actualidad desde una perspectiva humana y secularista, olvidando que la casualidad no existe y que las acciones de los hombres están siempre sujetas a la voluntad de Dios
 
Todo depende de Dios, y cuando Dios comienza a actuar llega hasta el final. «Pero Él no cambia de opinión; ¿quién podrá disuadirle? Lo que le place, eso lo hace» (Job 23, 13).

Roberto de Mattei
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

sábado, 28 de marzo de 2020

Roma llora en medio de las tinieblas, urbi et orbi del Papa Francisco, el Vaticano y el coronavirus, un mundo que desaparece.



En estos momentos dramáticos e históricos tenemos la imagen que definirá para la historia este pontificado. La ciudad de Roma refleja en la historia en su piel y los elementos meteorológicos se suman a sus alegrías o tristezas. Roma llora y así acompañó ayer a la bendición con el Santísimo del Papa Francisco ante una plaza de San Pedro vacía, buscada y llamativamente vacía. Hemos de reconocer que los italianos son verdaderos artistas y cuidan la imagen como nadie. La escenografía de ayer era insuperable. La inmensidad y belleza pensada por Bernini se manifestó en todo su esplendor. Cada imagen, cada columna, cada sombra, cada gota de agua que caía sobre el noble pavimento, la elegancia del orgulloso obelisco, la imponente fachada de San Pedro, el silencio de la corona de mártires que rompía el cielo romano… Simplemente insuperable. Las famosas series de Sorrentino nunca pudieron pensar que la realidad superaría la más imposible de las ficciones. Muchos piensan que se quedó solo en esto, pura escenografía y que el contenido no era muy sincero, no ha pasado tanto tiempo de la adoración de la pachamama en el Vaticano, pero como Dios ve los que hay dentro de cada corazón, y esto es lo único que importa, estamos tranquilos. Esperemos que no sigamos siendo despreciables sepulcros blanqueados y nuestra oración sea agradable a los ojos de Dios. La indudable belleza de las imágenes de ayer debe corresponder a la belleza de la oración sincera en nuestras almas; quizás es mejor dejarnos de argumentos extraños e hincar más las rodillas.

Todavía no somos conscientes de la realidad que vivimos. Hay miles de personas a las que el virus les ha tocado en la propia piel o la de sus seres queridos, otros muchos podemos caer en el riesgo de ver todo esto como un espectáculo que no nos afecta. Necesitamos tiempo para asimilar y para ser conscientes de la catástrofe planetaria que estamos viviendo. Pensamos, y nos encantaría equivocarnos, que estamos al comienzo de una epidemia que cambiará el rumbo de la humanidad. Las plagas no vienen solas y, si sobrevivimos, nos tocará vivir en un mundo muy distinto que lo que hasta ahora hemos conocido. Es imprevisible cuándo puede terminar esto y mucho más imprevisible las enormes consecuencias económicas y sociales que traerá. La soberbia de muchos de los gobiernos del llamado primer mundo piensan que con dinero, sumas infinitas de ceros, solucionaran lo que nos está cayendo encima. Los países más pobres intentan engañar a sus ciudadanos porque poco pueden hacer al no contar con posibilidades sanitarias para atender a nadie. Los datos estadísticos, todos, que nos machacan cada día son un termómetro que puede estar muy alejado de la realidad. En tiempos de guerra la información es un arma fundamental y en eso estamos.

Nos gustaría que el Vaticano, como excepción, porque pensamos que un poco distinto de los demás debería de ser, nos diera la información real y precisa de lo que está sucediendo. Es muy triste que nos tengamos que enterar que lo que sucede intra muros con sacacorchos. Hoy es complicado ocultar las noticias y mejor contar con información completa y garantizada que con elementos sueltos que no hacen sino crecer la incredulidad en organismos que deben llevar la verdad en su esencia. Hoy tenemos noticia de que el Vaticano ha pedido 650 pruebas de coronavirus a Estados Unidos. Con este número se pueden hacer pruebas a la totalidad de la población del Vaticano. Parece que al fin se están tomando las cosas en serio y esperemos contar con un informe detallado de la situación. Han pasado los tiempos, al menos eso queremos creer, en que estar apestado suponía la exclusión de la sociedad. Hoy sabemos que es una enfermedad, y como tal hay que tratarla; no sirve de nada demonizar a los contagiados y el éxito de los países que mejor han tratado esta epidemia ha consistido en controlar las cepas de contagio; en caso contrario terminaremos todos contagiados.

Dentro de los muros del Vaticano contamos con un sector de población joven, compuesta fundamentalmente por las fuerzas de seguridad, la Guardia Suiza y la Gendarmería, que pueden ser como un 50% de los habitantes del pequeño estado. La otra mitad está compuesta por gente de edad muy avanzada y formada por sacerdotes, religiosos y religiosas que viven en sus casas, en pequeñas comunidades, o en Santa Marta. El nivel de riesgo para este grupo es altísimo y en él se encuentran evidentemente los dos papas que actualmente habitan en el estado pontificio. Si esto no se corta el contagio será masivo, si es que ya no lo es. El Papa Francisco vive en el peor sitio posible para evitar el contagio. Las noticias nos dicen que no piensa cambiar de residencia buscando un refugio más seguro. Esta decisión le obliga a permanecer confinado en su pequeño apartamento salvo para las pocas salidas institucionales. No es la mejor solución ni sanitaria, ni psicológica para una persona que ha manifestado en repetidas ocasiones que necesita el sentirse cercano a otras personas.

Ayer, la plaza de San Pedro, nos ofreció una imagen memorable que quedará en nuestro recuerdo y define todo un momento de nuestra historia. Estamos en las manos de Dios. Él guiará nuestros pasos, pero nos ha dado unas capacidades que tenemos que ejercitar. 
 
Los amigos de la ‘Civiltá Cattolica’ siguen con sus globalismos y defendiendo el llamado nuevo orden mundial y temen que la peste cambie sus planes. Argumentos de otros tiempos que hoy vemos tan lejanos.

«Jamás ha hablado nadie como ese hombre».

Buena lectura. 
 
Specola

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Una escena única en la Historia de la Iglesia y las profecías de Fátima (Carlos Esteban)



Nunca volveremos a ver lo que vimos ayer en la Plaza de San Pedro, gigantesca y espectral en la noche vacía, durante la bendición de Su Santidad. La impresionante escena llevó a muchos a buscar signos y paralelismos con el Tercer Secreto de Fátima y la visión que desarrolla.
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Cuando, precisamente en la Festividad de la Virgen de Fátima, el Papa Juan Pablo II sufrió el atentado del turco Ali Agca, no pocos vieron en la escena el cumplimiento de esa misma profecía, pero al menos partes de ella parecen ajustarse visualmente mucho mejor a lo que vimos ayer.

Ignoro cuál es el valor del texto confiado a Sor Lucia. Sé que no es obligatorio creerlo y que, de hacerlo, hasta qué punto se presta a interpretación, cuánto tiene de alegoría, de recreación, de ‘estampa’ que requiere ser descifrada. Me limitaré, por eso, a reproducir el texto que hoy he releído viendo la escena del Papa solitario subiendo trabajosamente las escaleras hacia el altar, bajo la Cruz.

“Escribo en obediencia a Vos, Dios mío, que lo ordenáis por medio de Su Excelencia Reverendísima el Señor Obispo de Leiria y de la Santísima Madre vuestra y mía.

“Después de las dos partes que ya he expuesto, hemos visto, al lado izquierdo de Nuestra Señora, un poco más en lo alto, a un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo; pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba, con su mano derecha dirigida hacia él; el Ángel señalando la tierra con su mano derecha, dijo con fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia! Y vimos, en una inmensa luz que es Dios, ‘algo semejante a como se ven las personas en un espejo cuando pasan ante él’, a un Obispo vestido de Blanco; ‘hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre’. También a otros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo modo murieron unos tras otros los Obispos sacerdotes, religiosos y religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la sangre de los Mártires y regaban con ella las almas que se acercaban a Dios”.

La profecías no están para saciar nuestra curiosidad sobre el futuro, sino como advertencia para enseñarnos. Son casi siempre condicionales, es decir, el resultado depende, en buena medida, de nuestra propia respuesta.

El papa Francisco mandó una bendición a todo el mundo ante la crisis del #COVID19. Ofició una misa en el Vaticano, en la plaza de San Pedro totalmente vacía. Así fue la ceremonia inédita: pic.twitter.com/tOZykTSMfh— Ciro Gómez Leyva (@CiroGomezL) March 28, 2020
 
Carlos Esteban

¿COMO SALDREMOS DE ESTA CRISIS? (I) (Capitán Ryder)



 
Es una pregunta recurrente entre periodistas, filósofos y hombres de Iglesia estos días.

Muchos de ellos deslizan o manifiestan abiertamente la idea de que «es un grito de la naturaleza», una especie de venganza de la Tierra.

Ésta es la respuesta que dan muchos pastores empezando por el propio Papa.

Ligada a esta idea, necesariamente, va la negación de que se pueda tratar de un castigo Divino. En la Iglesia moderna esta posibilidad nunca forma parte de la ecuación.

De ahí que en este pontificado, por ejemplo, no se exhorte a la conversión - alguna vez se ha hecho de manera retórica - salvo la «ecológica». El único pecado que habría que dejar atrás sería éste. En el resto «la Iglesia hospital de campaña» realizará un «acompañamiento» en el que nunca se planteará ninguna exigencia clara de cambio de vida.

Así, por ejemplo, con motivo del coronavirus decía el Cardenal Cristóbal López Romero, Arzobispo de Rabat:
«no se debe pensar que el coronavirus es un castigo de Dios, sería una blasfemia».
«No hagamos a Dios responsable de lo que es nuestra responsabilidad, nuestra forma de vida, nuestra forma de actuar. Volvamos a Dios en la oración para pedirle que nos libere de este flagelo, pero asumiendo nuestras responsabilidades».
El Papa Francisco lo planteaba de modo más directo en la entrevista con Jordi, como llama cariñosamente a quien constantemente se burla de los católicos:
«Dios perdona siempre. Nosotros perdonamos de vez en cuando. La naturaleza no perdona nunca. Los incendios, los terremotos…la naturaleza está pataleando para que nos hagamos cargo del cuidado de la naturaleza».
Y a la pregunta, ¿Es usted optimista? respondió con el conjunto de lugares comunes marca de la casa:
«Es una palabra que no me gusta, porque el optimismo me suena a maquillaje. Yo tengo esperanza en la humanidad, en los hombres y en las mujeres, tengo esperanza en los pueblos. Tengo mucha esperanza. Los pueblos que van a tomar de esta crisis enseñanzas para repensar sus vidas. Vamos a salir mejores, menos, por supuesto. Muchos van a quedar en el camino y es duro. Pero tengo fe: vamos a salir mejores».
Unas manifestaciones, no son las únicas estos días, de personas ligadas a la Iglesia, que muestran la nadería intelectual y, sobre todo, espiritual en la que se mueve el catolicismo.

Este pensamiento se desmontaría con una única pregunta:
¿Cómo explican la epidemia de peste negra que en sus cálculos más optimistas dejó por el camino un tercio de la población en Europa? ¿Alguna afrenta especial realizada a las ratas o las pulgas ligadas a éstas, que eran los agentes transmisores? ¿demasiado CO2 en una época en la que sólo se usaba la leña? ¿no reciclaban lo suficiente?
Es simplemente ridículo.

Pero dejando un planteamiento, digamos, en el plano de la lógica, me interesa mucho los mensajes que lanza sobre la Fe.

Para sostener la idea de que Dios no castiga nunca (dan igual los pecados de los hombres) hay que pasar casi por encima de la totalidad de la Biblia: el diluvio, Sodoma y Gomorra, los Salmos que nos hablan de un «Dios celoso» «al que sólo a él adorarás y darás culto» o las palabras del propio Jesús camino del calvario. En este último caso tomemos lo que dice Charles Journet:
La primera palabra es relatada por San Lucas. Jesús, poco antes de ser puesto en la Cruz, hizo entrever el abismo de la injusticia de los hombres. Los castigos que ésta desencadena son espantosos. «Le seguía una gran muchedumbre del pueblo y de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por Él. Vuelto a ellas, Jesús dijo: ¡Hijas de Jerusalén!, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos, porque vendrán días en que se dirá: “¡Dichosas las estériles, y los vientres que no engendraron, y los pechos que no amamantaron!”. Entonces dirán a los montes: “Caed sobre nosotros”; y a los collados: “Ocultadnos”; porque si esto se hace con el leño verde, con el seco, ¿qué será?» (Lc 23, 27-31).
Pero además, la idea tiene un contrasentido total porque lo que se afirma indirectamente es que si Dios castigase sería un Dios cruel, nada misericordioso, pero si es la naturaleza a la que le imputa la situación actual, en este caso, sería una naturaleza sabia, que se revuelve ante los pecados de los hombres con toda la razón del mundo. 

¿Cabe mayor despropósito? El mismo supuesto castigo sería purificador en el caso de la naturaleza y absolutamente cruel en el caso de Dios.

Esta idea, entre otras, explica las profanaciones constantes de muchos hombres de Iglesia en las décadas pasadas: conciertos de rock en Iglesias, comidas, instalación de urinarios, encuentros ecuménicos, etc. Cualquier cosa tiene que ser soportada por Dios sin rechistar. Otra cosa es el hombre moderno o la naturaleza a quienes cualquier arañazo tiene que ser necesariamente vengado.

El segundo párrafo de Francisco tampoco tiene ninguna base católica, más bien al contrario. Podía haber sido dicho por cualquier político de la actualidad. Una esperanza en salir mejor de la crisis sin volver la mirada a Dios, sin la Gracia Santificante. Simplemente, porque sí, como si el hombre no estuviese herido por el pecado original. Como si fuese suficiente tropezar en una piedra para aprender.

Aquí también la historia le desmiente.

Por eso, a la pregunta de ¿cómo vamos a salir de esta crisis? Parece claro que no lo haremos con mejor teología que la que entramos.

Capitán Ryder

NOTA: No sé si es un castigo o no, pero se me ocurren pocas sociedades más apóstatas que ésta. No sólo eso, que hagan gala, en su vida diaria, de la constante burla a Dios. Se podrían poner mil ejemplos. Pero, según la teología moderna, esto no es motivo de castigo; otra cosa es no reciclar la basura en, al menos, cuatro cubos distintos.

Jn 13, 31-32




En cuanto salió (Judas), dijo Jesús: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, Dios también lo glorificara a él en sí mismo, y pronto le glorificará”.

Casi un trabalenguas, pero no hay que desesperar. Estas son las palabras que salen de la boca de Jesús en el momento en que Judas se marcha. Hace un momento, hemos leído que “Jesús se turbó en su espíritu”(Jn. 13, 21) al hablar de la traición que iba a sufrir a manos de Judas Iscariote. ¿Cómo puede pasar tan pronto a hablar de que esto, que es la traición que le llevará a su muerte, también el momento de la gloria?

Ante el sufrimiento presente o en que nos va a venir, fácilmente nos vemos desbordados y completamente absortos en nuestro dolor. La angustia del mundo ahora mismo a causa de la pandemia es prueba de ello. Y cada caso, dentro de las UCI de tantos hospitales, verdaderas tragedias humanas… muchas veces se quedarán es eso… tragedias humanas, puramente humanas. Jesús, sin embargo, ante el sufrimiento, es capaz de mantener esa visión sobrenatural, que tantas veces se queda relegado, para nosotros, en un consuelo que tan solo somos capaces de ver después de terminada la tribulación. Y menuda pena, puesto que no vemos la situación en su totalidad, y así no le podemos dar todo su valor y todo su significado.

Jesús ve en la cruz que ha de sufrir la gloria venidera. Jesús, al aceptar el suplicio que significa para él su obediencia al Padre exclama, “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él”. No se encierra en el dolor del momento por la traición de un amigo. No se queda anulado ante el dolor físico que le vendrá encima dentro de poco. Sino que es capaz de ver esta aceptación de la voluntad de su Padre como la glorificación del Hijo del hombre.

Para el que está cerca del Señor, las cruces son su gloria. Las dificultades son su manera de compartir la cruz. Y la Cruz es la única manera de tomar a asalto el Reino de Cielo. Nos queda pedirle al Señor que no nos deje quedarnos ciegos a la realidad sobrenatural ante el sufrimiento terrenal. En los momentos de mayor dificultad y sufrimiento, al igual que hizo Jesús, podemos glorificar a Dios, aceptando su voluntad con el amor a un Padre que solo quiere el bien de sus hijos. Seguramente no veremos ese bien con claridad, pero sí podemos saber que el hecho de que nos amoldemos a la voluntad del Padre, muriendo a la nuestra propia, siempre glorifica a Dios.

Suficiente por hoy. Que el Señor nos conceda tal claridad ante el sufrimiento venidero. 
 
misatradicional

Actualidad comentada: "Pedir sin insultar" - Padre Santiago Martin F.M.


Duración 9:43 minutos

viernes, 27 de marzo de 2020

Decreto de la Penitenciaría Apostólica relativo a la concesión de indulgencias especiales a los fieles en la actual situación de pandemia, 20.03.2020



PENITENCIARÍA APOSTÓLICA

DECRETO

Se concede el don de Indulgencias especiales a los fieles que sufren la enfermedad de Covid-19, comúnmente conocida como Coronavirus, así como a los trabajadores de la salud, a los familiares y a todos aquellos que, en cualquier calidad, los cuidan.


“Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración”(Rom 12:12). Las palabras escritas por San Pablo a la Iglesia de Roma resuenan a lo largo de toda la historia de la Iglesia y orientan el juicio de los fieles ante cada sufrimiento, enfermedad y calamidad.

El momento actual que atraviesa la humanidad entera, amenazada por una enfermedad invisible e insidiosa, que desde hace tiempo ha entrado con prepotencia a formar parte de la vida de todos, está jalonado día tras día por angustiosos temores, nuevas incertidumbres y, sobre todo, por un sufrimiento físico y moral generalizado.

La Iglesia, siguiendo el ejemplo de su Divino Maestro, siempre se ha preocupado de cuidar a los enfermos. Como indicaba San Juan Pablo II, el valor del sufrimiento humano es doble: " Sobrenatural y a la vez humano. Es sobrenatural, porque se arraiga en el misterio divino de la redención del mundo, y es también profundamente humano, porque en él el hombre se encuentra a sí mismo, su propia humanidad, su propia dignidad y su propia misión." (Carta Apostólica Salvifici Doloris, 31).

También el Papa Francisco, en estos últimos días, ha manifestado su cercanía paternal y ha renovado su invitación a rezar incesantemente por los enfermos de Coronavirus.

Para que todos los que sufren a causa del Covid-19, precisamente en el misterio de este padecer, puedan redescubrir "el mismo sufrimiento redentor de Cristo" (ibíd., 30), esta Penitenciaría Apostólica, ex auctoritate Summi Pontificis, confiando en la palabra de Cristo Señor y considerando con espíritu de fe la epidemia actualmente en curso, para vivirla con espíritu de conversión personal, concede el don de las Indulgencias de acuerdo con la siguiente disposición.

Se concede la Indulgencia plenaria a los fieles enfermos de Coronavirus, sujetos a cuarentena por orden de la autoridad sanitaria en los hospitales o en sus propias casas si, con espíritu desprendido de cualquier pecado, se unen espiritualmente a través de los medios de comunicación a la celebración de la Santa Misa, al rezo del Santo Rosario, o del himno Akàthistos a la Madre di Dios, a la práctica piadosa del Vía Crucis, o del Oficio de la Paràklisis a la Madre de Dios o a otras oraciones de las respectivas tradiciones orientales, u otras formas de devoción, o si al menos rezan el Credo, el Padrenuestro y una piadosa invocación a la Santísima Virgen María, ofreciendo esta prueba con espíritu de fe en Dios y de caridad hacia los hermanos, con la voluntad de cumplir las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración según las intenciones del Santo Padre), apenas les sea posible.

Los agentes sanitarios, los familiares y todos aquellos que, siguiendo el ejemplo del Buen Samaritano, exponiéndose al riesgo de contagio, cuidan de los enfermos de Coronavirus según las palabras del divino Redentor: "Nadie tiene mayor amor que éste: dar la vida por sus amigos" (Jn 15,13), obtendrán el mismo don de la Indulgencia Plenaria en las mismas condiciones.

Esta Penitenciaría Apostólica, además, concede de buen grado, en las mismas condiciones, la Indulgencia Plenaria con ocasión de la actual epidemia mundial, también a aquellos fieles que ofrezcan la visita al Santísimo Sacramento, o la Adoración Eucarística, o la lectura de la Sagrada Escritura durante al menos media hora, o el rezo del Santo Rosario, o del himno Akàthistos a la Madre di Dios, o el ejercicio piadoso del Vía Crucis, o el rezo de la corona de la Divina Misericordia, o el Oficio de la Paràklisis a la Madre de Dios u otras formas de las respectivas tradiciones orientales de pertenencia, para implorar a Dios Todopoderoso el fin de la epidemia, el alivio de los afligidos y la salvación eterna de los que el Señor ha llamado a sí.

La Iglesia reza por los que estén imposibilitado de recibir el sacramento de la Unción de los enfermos y el Viático, encomendando a todos y cada uno de ellos a la Divina Misericordia en virtud de la comunión de los santos y concede a los fieles la Indulgencia plenaria en punto de muerte siempre que estén debidamente dispuestos y hayan rezado durante su vida algunas oraciones (en este caso la Iglesia suple a las tres condiciones habituales requeridas). Para obtener esta indulgencia se recomienda el uso del crucifijo o de la cruz (cf. Enchiridion indulgentiarum, n.12).

Que la Santísima Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia, Salud de los Enfermos y Auxilio de los Cristianos, Abogada nuestra, socorra a la humanidad doliente, ahuyentando de nosotros el mal de esta pandemia y obteniendo todo bien necesario para nuestra salvación y santificación.

El presente decreto es válido independientemente de cualquier disposición en contrario.

Dado en Roma, desde la sede de la Penitenciaría Apostólica, el 19 de marzo de 2020.

Mauro. Card. Piacenza

Penitenciario Mayor

Krzysztof Nykiel

Regente

Una pataleta de la naturaleza (Fray Gerundio de Tormes)



Desde las alturas del Purgatorio se ve al mundo muy ajetreado estos días. No es para menos. En un abrir y cerrar de ojos parece que ha cambiado todo. Ha caído sobre los humanos una situación terrible, una enfermedad sumamente peligrosa, que ya se ha cobrado muchas vidas, con la segura previsión de que el número se elevará, extendiéndose sin límite hasta que se pueda dominar.

Desde aquí se ven las cosas con ojos de eternidad, siempre interpretadas como algo permitido por la Providencia de Dios, que no solamente corrige y castiga a sus hijos, sino que –precisamente a través de eso-, pone en sus manos la posibilidad de la conversión. Mientras los hombres discuten y se pelean por decir que esto es –o no-, un castigo de Dios, aquí sabemos que para los que aman a Dios, todo lo que les sucede es para su bien, (Rom. 8, 28) y eso debería ser suficiente para calmar todo sentido de polémica y abrir la puerta del corazón al Dios de todo consuelo (2 Cor. 1, 3). Por supuesto que es un castigo. Si lo sabremos nosotras, que estamos aquí esperando el Premio Definitivo.

Lamentablemente, se ha perdido –incluso en gran parte de la Iglesia jerárquica-, el sentido del castigo ejemplar como fuente y posibilidad de escarmiento y por eso mismo, origen de un cambio de actitud. En ese mundo tan materializado y tan soberbio, tan orgulloso de sí mismo, tan autosatisfecho de sus progresos técnicos, tan petulante por su dominio de la ciencia y de sus logros médicos, que se permite instituir el aborto de millones de niños y el asesinato de ancianos y enfermos antes de su muerte natural; en ese mundo que se ríe de Dios legalizando las transgresiones de sus mandatos, que se jacta de no necesitar a Dios y se enorgullece de sus pecados… no parece haber espacio para pensar que pueda necesitar un castigo y una reparación por sus pecados.

Y una vez más aparece aquí la verdad de las palabras del Señor: Si no hacéis penitencia, todos igualmente pereceréis (Lc. 13, 1-5). La penitencia es para todos, porque el castigo es para todos y por tanto la conversión está al alcance de todos. Cada cual tendrá que responder en libertad, para rechazar o no esta pedagogía divina. Pero a esa libertad, irá engarzada siempre la responsabilidad. Que producirá en unos, olor de muerte para muerte y en otros, olor de vida para vida. (2 Cor. 2, 16)

Aquí arriba pensamos que este tiempo es favorable para volver a plantearse la vuelta a Dios como Señor y Creador. La vuelta a Jesucristo como Redentor y Salvador. Cuando Dios castigó a los israelitas en el desierto con mordeduras de serpientes, Moisés imploró al Señor y éste le ordenó levantar un estandarte con una serpiente de bronce, de tal modo que todo el que mirara a la serpiente en lo alto, quedaría curado (Núm. 21, 4-9).

En el Antiguo Testamento sí se creía en los castigos de Dios y en la posibilidad de reparar la falta cometida. Y en el Nuevo Testamento, se afirma con toda naturalidad que Dios corrige y castiga a los que ama (Heb. 12, 4-7) y se pone en boca del Espíritu la misma frase en el libro del Apocalipsis (3, 19). Y la Iglesia, a lo largo de tantos siglos, siempre consideró que la Providencia divina prepara los caminos para la conversión de los pecados, incluso con castigos que conforman parte de lo que es la Pedagogía Divina con los hombres.

Hoy en día, una Iglesia que ha querido hacerse humana, demasiado humana, que ha funcionado desde hace ya muchos años con argumentos humanos y superficiales, se avergüenza en tantas ocasiones -por boca de algunos de sus Pastores-, negando de forma dramáticamente cobarde, que esto no es sino un castigo de Dios, ante un mundo engreído y fatuo. Y tú, Cafarnaúm, ¿te levantarás hasta el Cielo? Hasta el infierno te hundirás (Mt. 11, 26).

Y en el colmo de la pandemia vírica, vemos desde el Purgatorio la pandemia universal de esa parte de la Jerarquía que se enreda en explicaciones que, evitando lo sobrenatural, acaban siendo mucho más trasnochadas, paganas e insulsas, zafándose mezquinamente del uso de la palabra castigo.

Por eso Francisco declara ante un periodista anticristiano, que esto es una pataleta de la Naturaleza. Menuda patraña, salida de boca del que debería ser el Vicario de Cristo. Aquí arriba ha sentado muy mal, aunque ya estamos acostumbrados.

Por su parte, el eco-impío Leonardo Boff insiste en que es un castigo de la Pachamama. Tanto querer librarse de lo sobrenatural, para acabar en el feticismo pachamámico de una naturaleza molesta y vengadora porque se la explota y se la maltrata. La venganza de la Casa Común, podría ser el nombre de una nueva Serie (amazónica, claro) en varias Temporadas, que hablaría de la Pachamama-Madre Tierra, que sí es celosa de lo suyo y que sí castiga con razón. No como Dios. Ya conocemos quiénes podrían ser los protagonistas destacados de la Serie.

Mientras tanto, hay un buen número de sacerdotes fieles, que están dando su vida y animando a convertirse y volverse a Dios. A abandonar la antigua vida de pecado y volver al amor del Señor. A volver a la alabanza divina, que no convierta el Sacrificio de la Misa en una pachanga más, como si fuera una fiesta popular. Y a afrontar la muerte con el sentido cristiano que este mundo creía ya superado. Y esperar la muerte, cuando llegue por voluntad de Dios, con la esperanza del reencuentro con Él.

Han llegado hasta aquí arriba en estas semanas muchas almas que, ante esta situación y heridas de muerte por el virus, han podido y querido arrepentirse, han logrado mirar a la Serpiente de Bronce en esas últimas ocasiones que la Gracia les ha proporcionado, gracias a la intercesión y la oración de tantos y tantos fieles actuando –todos a una-, con eso tan maravilloso que es la Comunión de los Santos.

Es cierto que no se están celebrando misas al público durante estos días, pero se están celebrando más que nunca misas privadas, en las que Jesucristo sigue muriendo por nuestros pecados y por la Salvación del mundo. Ahí estamos nosotras –almas purgantes- todos los días bien presentes, unidas también por la Comunión de los Santos al sufrimiento de la Humanidad, para que vuelva los ojos a su Dios. El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

La Iglesia verdadera de Jesucristo que no se haya plegado a las consignas paganas de muchos Pastores, deberá aconsejar levantar la mirada a Jesucristo para volver a Él: Cuando yo sea levantado sobre la Tierra, atraeré a todos hacia Mí (Jn. 12, 32). Bendito castigo divino, si muchas almas se vuelven hacia Jesucristo, que es la Verdad, la Resurreción y la Vida.
Fray Gerundio

Luz al final del túnel




La terrible crisis sanitaria a la que el mundo se está enfrentando durante estos meses tendrá importantes consecuencias en muchos ámbitos de nuestras vidas. Mucho más de lo que somos capaces de imaginar hoy. Pero como en otros momentos trágicos de la Historia de la humanidad se abrirán nuevas oportunidades para las generaciones venideras. En el terreno de las ideas, podemos intuir algunas claves del escenario que tenemos por delante.

Como un gigante con los pies de barro, la doctrina oficial de la corrección política se ha evaporado de un plumazo evidenciando su fragilidad y su vacuidad. Si hasta hace cuatro días las grandes preocupaciones eran el lenguaje inclusivo, el catamarán de Greta, la ingeniería social del movimiento LGTB o la apología del multiculturalismo hoy han quedado derrotadas por un minúsculo microbio, que también ha acabado con la soberbia y la prepotencia de nuestra sociedad, recordando que somos simples criaturas mortales incapaces de controlar nuestro destino.

En momentos difíciles como los que estamos viviendo ahora, las viejas instituciones y las ideas que nos enseñaron nuestros padres son, una vez más, nuestro último refugio: la familia, la nación, la fe, la disciplina, la autoridad, la jerarquía, la milicia, la firmeza, la determinación, el coraje, el sacrificio por los demás, el cuidado de nuestros mayores y de los más débiles, la reivindicación de nuestros símbolos, la cultura, la amistad y, en definitiva, el amor a nuestro prójimo. Todas ellas saldrán victoriosas de esta cruenta batalla que se cobrará la vida de miles de personas en todo el mundo, pero que abrirá una gran oportunidad para que las mejores ideas vuelvan a guiar el destino de las naciones.

Puede escucharse en video:

 Duración 1:55 minutos

Jn. 13, 21-30



No voy a transcribir la cita aquí. Así cada uno tiene que sacar el Nuevo Testamento y encontrarlo por su cuenta. El ejercicio no vendrá mal.

Esta es una escena entrañable a la vez que desgarrador. Se percibe, o mejor, se palpa, a la vez una terrorífica presencia del demonio, con todo su odio, toda su soberbia, toda su repugnancia, junto con otro elemento que mejor se describe con una palabra que no acostumbramos(por error) utilizar al hablar de nuestra relación con Jesús: la ternura, junto con la confianza de donde puede brotar esa cercanía.

Por un lado está la entrañable escena de San Juan, recostado sobre el pecho de Jesús. La cercanía de dos amigos entre los cuales hay una confianza perfecta. La presencia de Jesús siempre imponía. No hay más que ver la manera que tenían los fariseos de tratarle, siempre con sus malas artes y engaños, pero se le acercaban con respeto. Entre sus amigos, entre sus más cercanos, ese respeto no restaba nada a la cercanía total, sin extrañezas, llena de ternura. Ojalá nuestra oración fuera más un rato de recostar nuestra cabeza en el pecho de Jesús: ¡quién pudiera seguir el ejemplo de San Juan!

Choca esa ternura con el odio de Judas. Esta es la escena en que Satanás entra definitivamente en él. Si había alguna reserva en la cabeza de Judas, aquí consiente, del todo, a la tentación, y no hay vuelta atrás. Cuánta podredumbre había infectado ya el corazón del traidor. En todo lo que hacía Jesús, Judas le miraba con ese odio que tintaba cuanto veían sus ojos. Jesús revela a San Juan quién es el que le va a entregar a través un último acto de caridad hacia Judas. Le entrega un trozo de pan mojado. Judas ya no podía aguantar más y con ese gesto de cariño, con esa muestra de ternura, el demonio, Satanás, entra en él. Cuando está de por medio el demonio, la comunicación se destroza completamente. Se desbarata irremediablemente. Entra la soberbia, el odio, la inquina y todos son malentendidos. Incluso las palabras mejor intencionadas se toman a mal. Pasa en los matrimonios, entre padres e hijos, entre amigos, entre hermanos. Característica infalible: allí está presente Satanás.

Sin embargo, entre Jesús y San Juan no había ningún problema de comunicación. San Juan sabía que podía preguntarle cualquier cosa a Jesús y sabía que le iba a entender. Sabía que no hacía falta largas y farragosas explicaciones. Más se entendían con el corazón que con las palabras; lo que podía faltar en las palabras, el cariño lo suplía. También entre San Pedro y San Juan hay una comunicación perfecta: el resultado del amor que se profesaban. Con señas, San Pedro le insta a San Juan que le pregunte a Jesús quién iba a traicionarle. San Juan, en voz baja y con discreción, y seguro que sin muchas palabras, le hace la pregunta, y Jesús no tarda en responder. Así es la comunicación entre los que se quieren.

“Lo que vas a hacer, hazlo pronto”. Pero ninguno de los que estaban a la mesa supo por qué le dijo esto.Jn. 13, 28

Los demás no entendían este lenguaje en que se había metido ya el diablo. La oscuridad y la confusión hizo que no se percataran de lo que Judas estaba a punto de hacer. Si no, uno se imagina que hubieran hecho todo lo posible por pararle.

Suficiente por hoy.
misatradicional

jueves, 26 de marzo de 2020

Coronavirus: Cuando se quiere más al supermercado que a Dios… tenemos un problema (Miguel Ángel Yáñez)



Colas en los supermercados para acumular alimentos, “peleas” por conseguir mascarillas, angustia por no contraer el virus, naciones enteras confinadas en sus casas, las iglesias cerradas; un espectáculo casi apocalíptico.

Me pregunto si todo este histerismo no es más que la eclosión repentina de la podredumbre de la sociedad actual. Durante décadas, mientras por un lado se promocionaba la cultura de la muerte con el aborto, la eutanasia y la manipulación de embriones, se ha querido echar la vista a un lado sobre el gran “problema” de la muerte de uno mismo. Un “asunto” que nadie puede eludir, pero que esta sociedad liberal y hedonista -con la inestimable colaboración de la iglesia postconciliar eliminando por completo los novísimos de su predicación- se ha encargado de anestesiar las conciencias para que todo el mundo actúe como si fuéramos a vivir eternamente, estuviéramos todos salvados o, en el peor de los casos, tras la muerte sencillamente no hubiera nada. Se ha querido negar pragmáticamente la realidad a la que todos nos enfrentaremos, sumiendo a las almas en un materialismo atroz agnóstico, ateo o, cuando no, decididamente anticristiano.

Decía Papini que “los hombres, al alejarse del Evangelio, han encontrado la desolación y la muerte”. Y eso, exactamente, es lo que ha pasado; todas esas almas que viven de espalda al Evangelio, que viven como si Dios no existiera, como si la muerte de uno mismo y el “después” no fuera un problema “vital” a plantearse, de repente se han encontrado de sopetón con una variable que no controlan, con un microscópico virus que en 24h ha desmontado su engaño y su farsa. El mundo que tanto aman se desmorona como una baraja de naipes, encontrándose con que ese problema que no querían ver, no pueden evitar verlo, y eso les genera auténtico pánico, porque su alma no tiene otro asidero donde agarrarse excepto las bandejas de un supermercado y una mascarilla de papel. La soberbia y altanería del hombre “moderno” ante Dios y la muerte de repente se ha encontrado con el gran “problema” que quería ignorar de bruces e inesperadamente.

Fue San Alfonso María de Ligorio quien dijo que “el hombre en las cosas del cuerpo actúa como un sabio, pero como un loco en las cosas del alma”. Y así es. Esta histeria vital se encuentra con almas huecas, vacías, carentes de contacto con Dios y lo sobrenatural, y su reacción se ciñe al mero instinto de supervivencia humano. Resulta muy triste observar como personas que viven en flagrante estado de pecado mortal, andan asustados por no tener mascarillas, pero no por encontrar a un sacerdote para confesar. Hacen todo tipo de esfuerzos por encontrar un rollo de papel higiénico en el supermercado, pero no dedican ni un minuto de su vida a poner su alma en paz con Dios, justo cuando piensan que pueden correr peligro.

No quiero decir con esto que no sea normal tener miedo humano ante lo incierto y querer ser precavido, lo que quiero transmitir es que con mayor medida deberíamos tener esa precaución y cuidado por nuestra alma, porque nada ocurre sin el consentimiento de Dios… esto tampoco.
 
Miguel Ángel Yáñez

NOTICIAS VARIAS 26 de marzo de 2020