Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios (1 Cor 2, 12), el Espíritu de su Hijo, que Dios envió a nuestros corazones (Gal 4,6). Y por eso predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24). De modo que si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema! (Gal 1,9).
El historiador Henry Sire, que recientemente se reveló como autor de The Dictator Pope, un libro que denuncia el estilo de gobierno supuestamente dictatorial de Francisco bajo en pseudónimo Marcantonio Colonna, ha sido suspendido por la Orden de Malta, a la que pertenecía y en cuya sede romana había residido varios años.
En su decisión, la Orden, intervenida hace algún tiempo por el propio Francisco, alega que Sire ha vulnerado el párrafo primero del segundo artículo de los estatutos de la Orden, que declara que el propósito de la misma es “el servicio a la fe y al Santo Padre”.
“El contenido del libro no refleja en modo alguno las posiciones y creencia de la Orden de Malta”, ha declarado al británico The Tablet la portavoz de la Orden. “El autor del libro no habla en nombre de la Orden de Malta. En especial, el capítulo sobre la crisis institucional en el gobierno de la Orden el año pasado se basa en una reconstrucción de los hechos sesgada y unilateral”. Sire tiene derecho a apelar la decisión.
El libro, publicado el pasado diciembre a expensas del autor, causó una considerable conmoción en las esferas vaticanas, al comparar el estilo de gobierno de Francisco con el de un típico dictador sudamericano, concretamente con el de su paisano, Juan Perón. Hace gala de una nutrida selección de fuentes al contar la historia de los primeros años del actual pontificado, así como de su vida antes de llegar a la Cátedra de Pedro.
De hecho, la publicación del libro despertó una enorme curiosidad por saber quién se escondía tras el nombre del noble romano que participó en la Batalla de Lepanto, barajándose el nombre incluso de personajes importantes de la Curia.
El pasado mes de diciembre, en declaraciones al Catholic Herald y aún bajo anonimato, Sire declaró que su propósito al escribir el libro era “simplemente mostrar la distancia que existe entre la imagen del liberal y democrático Papa Francisco y el verdadero carácter de este pontificado. Es algo que debería dar a todos los católicos motivos de preocupación”.
ROMA, 22 de marzo de 2018 ( LifeSiteNews ) - Los Caballeros de Malta han suspendido al historiador de alto vuelo Henry Sire por violar supuestamente su constitución, tras las revelaciones de que él es el misterioso autor de The Dictator Pope .
The Catholic Heraldinformó hoy que la Orden de Malta notificó a Sire su suspensión el miércoles.
La identidad de Sire como autor de The Dictator Pope fue confirmada el lunes, cuando Regnery Press publicó su nombre y antecedentes en una descripción on line del libro. Sire originalmente autopublicó el libro bajo el seudónimo de Marcantonio Colonna, una figura histórica mejor recordada por su servicio como almirante de la flota papal en la Batalla de Lepanto.
El lunes, Sire twitteó desde su cuenta oficial de Marcantonio Colonna: "Como dicen los franceses, l'heure est arrivée . A veces, una fiesta sorpresa es lo mejor ".
"Dirijo mi sombrero al gran almirante Colonna, cuyo nombre he intentado honrar", agregó.
Originalmente disponible sólo en Kindle, Regnery ahora publica una copia impresa y actualizada del libro titulado: The Dictator Pope: The Inside Story of the Francis Papacy.
El libro explosivo apareció por primera vez en diciembre. Ha sido elogiado por su erudición, con un comentarista respetado que dice que "el 90 por ciento de esto es simplemente incontrovertible".
Según los informes, cuenta la historia detrás del escenario del papado de Francisco, de la vida de Jorge Bergolgio antes de su elección a la Cátedra de Pedro.
Henry Sire (HJA Sire) nació en 1949 en Barcelona en el seno de una familia de ascendencia francesa. Fue educado en el centenario Stonyhurst College de los jesuitas y en Exeter College, Oxford, donde obtuvo un título de honor en Historia Moderna.
Es autor de seis libros sobre historia y biografía católica, incluido uno sobre el famoso jesuita inglés, escritor y filósofo padre Martin D'Arcy, SJ.
Monseñor Viganò ha presentado su dimisión al Papa como responsable de comunicación del Vaticano y Su Santidad ha aceptado su dimisión.
No cabía otro resultado, después del torpísimo e indignante intento de engañar al mundo manipulando maliciosamente ni más ni menos que una carta del Papa Emérito Benedicto XVI. El único destino posible de quien es sorprendido en una maniobra tan vergonzosa es acabar en la calle. O, quizá, no.
No, Viganò se va, pero se queda. Esta comedia parece no ir a acabar nunca.
La carta de dimisión enviada a Su Santidad y hecha pública por la Santa Sede es ya bastante preocupante. Es larga -350 palabras para decir “dimito”-, y en ella monseñor dice que se va porque toda la polémica que ha rodeado su trabajo “desestabiliza la gran y compleja reforma que usted me había confiado”.
Con todo el respeto, monseñor: aquí no se trata de nada complejo, y mucho menos, grande, sino de algo tan simple y mezquino como lamentira descarada. Es bastante estupefaciente que en una misiva tan relativamente larga, un ministro de la religión del perdón, en Cuaresma, haya sido incapaz de confesar el fallo -mintió- y expresar su arrepentimiento. Leyéndola sin contexto, uno nunca sabría que intentó engañar a todo el mundo usando una carta de rechazo de Benedicto XVI, sino que pensaría que todo es causa de un terrible malentendido.
Pero si extraña es la carta de dimisión de Viganó, la del Papa aceptándola no es menos intrigante. El Papa tenía todas las razones del mundo, y unas cuantas más, para responder con un lacónico “¡aceptada!”, después de semejante ridículo internacional. En su lugar, contesta diciendo que acepta la dimisión “haciendo un gran esfuerzo” y tras una reflexión “prolongada y atenta”.
Por más que le doy vueltas no veo muy bien qué hay que reflexionar aquí y cómo podría dudarse más de dos segundos en aceptar una dimisión tan justificada.
Pero la guinda, para el final. Como decíamos, Viganò se va, pero se queda. En la misma carta en que se acepta la dimisión, se le nombra ‘asesor’ de su sucesor, Lucio Adrián Ruiz.
Viganò era una apuesta personal del Papa, el flamante líder del flamante equipo que iba a llevar las anquilosadas comunicaciones vaticanas al S. XXI, y parece natural que le disguste que las circunstancias le obliguen a cambiarlo.
Francisco, hay que reconocerlo, tiene una forma bastante peculiar de gobernar la Iglesia. Exige lealtad absoluta y es, a su vez, extraordinariamente leal a su gente, a los elegidos. Y no lleva bien que le fuercen a deshacerse de ellos.
Lo de Viganò ha sido demasiado descarado y ha pisado demasiados callos, todos los medios internacionales sintiéndose engañados por el secretario de Comunicación, inadmisible para un Papa tan mediático.
Pero ha logrado mantener a otros colaboradores rodeados por el escándalo. Ahí sigue Monseñor Ricca, disponiendo en los dineros de la Iglesia (en el IOR), pese a todo lo que ha dado que hablar.
Ahí está el Obispo Barros, que sigue al frente de la diócesos chilena de Osorno, pese a las protestas vociferantes de las víctimas de abusos. Sobre todo, ahí sigue su mano derecha en Américan Latina, el Cardenal Maradiaga, Arzobispo de Tegucigalpa, pese al escándalo de sus oscuros manejos financieros y de las graves acusaciones de naturaleza sexual contra su ‘número dos’, Pineda.
Si algo no es Francisco es formalista. No es su estilo. De hecho, la camarilla de íntimos colaboradores del Colegio Cardenalicio, el llamado C9, tiene a menudo un peso que supera el de las congregaciones en asuntos en las que estas serían las formalmente competentes. Válgame todo lo anterior para justificar una sospecha: que Viganò no se ha ido, sencillamente Francisco ha consentido en cambiarle la etiqueta, el título, el nombre de su cargo, esos formalismos que le impacientan, pero que seguirá siendo el hombre de comunicación de Su Santidad a todos los efectos importantes.
Señor, todo el mundo observa -y así se ve en todas las imágenes- cómo el papa Francisco muy raramente se arrodilla ante la Eucaristía. Algunos han comentado que esto se debe a alguna discapacidad física, pero él ha demostrado en varias ocasiones que es perfectamente capaz de arrodillarse, como cuando lavó los pies a musulmanes en Jueves Santo.
Se han cometido muchos disparates litúrgicos ... aunque lo peor del caso es que Roma no ha intervenido, condenándolos. El Vaticano condena, en cambio, a quienes son fieles a la Tradición de la Iglesia (aquí, aquí, aquí, aquí, aquí y un sinfín de etcéteras).
Ciertamente es como para quedar perplejos ... sí, perplejos, pero no desesperados, porque tenemos tus palabras y la seguridad de que las puertas del Infierno no prevalecerán contra tu Iglesia (Mt 16, 18) y sabemos, por la historia, que siempre has hecho surgir santos en aquellas épocas de crisis, como es la nuestra, en la que parece que la Iglesia se va a pique y todo vaticina su desaparición, humanamente hablando, en el curso de dos o tres generaciones, como mucho, debido a los ataques, más fuertes que nunca, a los que se ve sometida.
Y sin embargo, tales acontecimientos adversos, por alarmantes que puedan parecernos (¡y lo son!) no deben ni pueden constituir nunca una justificación, en la que podamos escudarnos, para perder nuestra fe y nuestra confianza en Tí, porque Tú fuiste muy claro y advertiste a todos aquellos que quisieran seguirte: Ya sabéis que "si me persiguieron a Mí, también os perseguirán a vosotros" (Jn 15, 20). Es más: "Se acerca la hora en la que quien os dé muerte piense que así sirve a Dios" (Jn 16, 2). Y también: "Os digo esto para que cuando llegue la hora os acordéis de ello, de que ya os lo anuncié" (Jn 16, 4). De manera que no tenemos por qué escandalizarnos, pues tal es nuestra condición por el mero hecho de ser cristianos y discípulos tuyos. San Pablo nos lo recuerda igualmente: "Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecución" (2 Tim 3, 12).
Si tuviéramos fe todo esto que ocurre debería de constituir un motivo de alegría, tal y como sucedió con los primeros cristianos, comenzando por tus apóstoles. Éstos se enfrentaron al Sanedrín, el cual les había ordenado expresamente que no enseñasen en Tu nombre, y respondieron al Sumo Sacerdote: "Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech 5, 29). Y cuando les azotaron, ordenándoles nuevamente que no hablaran en el nombre de Jesús, "se retiraron gozosos de la presencia del Sanedrín por haber sido dignos de sufrir ultrajes a causa de su nombre" (Hech 5, 41) ... O sea, ¡a causa de Tí! ¡Concédeme, Señor, ya desde ahora, la fe y la fortaleza que necesito para que, llegado el momento, si tal fuese tu voluntad, que prefiera la muerte antes que renegar de tu amor! Esta gracia la pido también para todos los que, al igual que yo o mucho mejor (con toda seguridad) se esfuerzan en ser católicos de verdad y fieles a Tí en todo.
Reconozco que me he desviado un poco del tema del que hablaba contigo, el referente a la Liturgia; así que continúo. En mi opinión -que no vale mucho, pero tengo el aval de que es conforme con lo que siempre se ha practicado durante casi dos mil años en la Iglesia- se hace preciso volver a la misa Tradicionalla cual, como bien dijo Benedicto XVI (el actual cardenal Ratzinger) en Summorum Pontificum, nunca ha sido abolida.
Pienso, por otra parte, que se le está dando demasiada importancia al Concilio Vaticano II ... ¡Y no debería de ser así! Es el concilio número veintiuno. Ha habido veinte concilios anteriores. Y ninguno ha negado aquello que ha sido definido dogmáticamente por el Concilio anterior, conscientes de que tales definiciones dogmáticas estaban realmente inspiradas por el Espíritu Santo.
Lo curioso del Concilio Vaticano II es que nació como un Concilio meramente "pastoral", con la intención expresa y el propósito de no dar ninguna definición dogmática nueva. Por desgracia, los hechos son incontrovertibles y están dejando aflorar lo que, a modo de cizaña - y como caballo de Troya- estaba ya muy bien escondido -y disimulado- en varios documentosde dicho Concilio (documentos cuyo estudio profundo lleva a la conclusión de que suponen una ruptura -y no una continuidad- con la Tradición anterior) cuya puesta en práctica por el actual Pontífice (que cuenta, en realidad, aunque no lo parezca, con la aquiescencia de todos los Pontífices habidos en el Vaticano, desde el papa Juan XXIII en adelante) está llegando a una situación límite que es ya, prácticamente, insostenible.
Mucho se ha escrito sobre el CVII, pero hay un libro de especial interés cuyo título es Concilio Vaticano II: Una explicación pendiente, del cardenal Brunero Gherardini[fallecido en septiembre del pasado año 2017]cuya lectura es de gran provecho (aquí y aquí) en todos los sentidos, para tener las ideas claras y saber a qué atenernos, para aprender a discernir, como bien dice el papa Francisco ... y en esto tiene toda la razón, si tal discernimiento se usa, como debe ser, con vistas al conocimiento de la verdad que es lo que, en definitiva, cuenta. Esto es muy importante, porque si la Iglesia hiciera suyas las ideas del mundo, entonces la Verdad no estaría en ella. Sería bueno, a este respecto, releer el Conmonitorio, de san Vicente de Lerins (aquí).
The Benedict who wrote The Letter isn’t the real Benedict…
WHAT a relief! I mean, if this hadn’t come to light, we might have been tempted to think absolutely ANYthing was possible! We might have been left posting ridiculous nonsense on Twitter about how he’s being coerced! Like, someone was threatening or blackmailing him! We might even have had to conclude he was being dishonest in that contradictory letter. We might have been stuck dissecting the minutiae of that thing and claiming that he would never use the word “concrete”… not never not nohow!
Thank God he’s really on our side after all, and the universe can go back to making sense.
-------
¡Por fin, sale la verdad!
El Benedicto que escribió la Carta no es el verdadero Benedicto .
¡QUÉ alivio! Quiero decir, si esto no hubiera salido a la luz, podríamos haber tenido la tentación de pensar, de modo incuestionable, que ¡ CUALQUIER cosa era ya posible! ¡Podríamos haber dejado una ridícula tontería en Twitter sobre cómo está siendo coaccionado! ¡O bien que alguien lo estaba amenazando o chantajeando! ¡Incluso podríamos haber llegado a la conclusión de que estaba siendo deshonesto en esa carta contradictoria!. Podríamos habernos quedado atascados diseccionando las minucias de esa cosa y afirmando que nunca usaría la palabra "concreto" ... ¡nunca, de ninguna de las maneras!
Gracias a Dios, él está realmente de nuestro lado, después de todo, y el universo puede volver a tener sentido.
Nota de la Redacción: Se afirma que el 11 de marzo pasado, en una carta dirigida a monseñor Dario Viganò, prefecto de la Secretaría para la Comunicación, el pontífice emérito Benedicto XVI hizo una apasionada apología del papa Francisco defendiéndolo de la acusación de que le falta formación teológica y filosófica. De manera inequívoca, la carta firmada por Benedicto sostiene que hay continuidad interna entre ambos pontificados. Esto ha suscitado graves interrogantes a los que es preciso responder. Agradecemos a nuestra columnista de The Remnant Hillary White que se haya tomado la molestia de comentar las más pertinentes en el texto que sigue. MJM.
*Nota del Traductor: El título alude a las famosas palabras que le dirigió Julio César a Bruto mientras lo asesinaban (¿tú también, Bruto?), manifestando su sorpresa al ver que éste también había participado en la conjura.
***
(Un artículo de indispensable lectura)
Hace poco, el director de una revista católica considerada conservadora me preguntó si estaría interesada en escribir un artículo sobre la dimisión de Benedicto XVI hace cinco años. Decliné, aduciendo que tenía la certeza moral de que nada de lo que iba a decir se ajustaría a la línea editorial de su publicación. Ha transcurrido un lustro, y en este tiempo he observado que son cada vez menos los que consideran que fue un acto valeroso aquel abandono del cargo pontificio. Las consecuencias de dicho actos han sido tan chocantes, incluso para aquellos que no tienen ningún reparo con Francisco, que son muy pocos los que se atreven a hablar con buenos modos del tema.
De hecho, cinco años después de la dimisión de Benedicto, la mayoría de los fieles católicos siguen preguntándose por qué razón un pontífice –un hombre que durante décadas ha tenido un contacto y experiencia muy directa de la suciedad que impregna la Curia y la Iglesia– de repente decide renunciar. ¿Cómo puede optar por jubilarse si sabe que su misión no está concluida? Tanto en aquel momento como desde entonces, y más en vista de lo que ha sucedido, se diría que uno de los aspectos más extraños de tan estrambótica situación es el carácter tan trivial, inapropiado y desproporcionado de los motivos aducidos para la renuncia.
Las absurdas respuestas a tan graves interrogantes suscitan inevitablemente sospechas de que lo que pasó fue ni más ni menos que Benedicto no se tomó el cargo de pontífice tan en serio como nos lo tomamos nosotros. No podemos menos que preguntarnos si tan triviales respuestas revelan alguna deficiencia profunda en la que no habíamos caído hasta ahora. ¿Será que nos equivocamos con respecto a él? De ser así, ¿es posible que nos equivocáramos hasta tal punto ?
En esencia, todo lo que se nos dijo entonces en cuanto a motivos fue que «estaba cansado». Se daba a entender en cierta medida que ya no se consideraba en condiciones de seguir viajando al extranjero, con lo que no podría asistir a la Jornada Mundial de la Juventud y actos semejantes. La trivialización de la renuncia papal iba de la mano con el concepto moderno de papa estrella del rock, porque pensábamos que Benedicto era un hombre y un católico demasiado serio para creer esas cosas. Dábamos por sentado que precisamente Benedicto XVI se tomaba el cargo pontificio en serio.
Desde entonces, todos los venenos que acechaban de cincuenta años para acá en el fango de la Neoiglesia no han dejado de eclosionar, y muchos católicos quieren saber cómo es que no le hemos oido que diga «esta boca es mía». Aquel hombre a quien creímos un paladín de la ortodoxia, a quien creíamos conocer. Errores, e incluso herejías y blasfemias, destilan a diario por la boca su sucesor, el cual, sin ninguna exageración, ha convertido al Vaticano en una cueva de ladrones. Todo lo que oímos es alguna declaración ocasional, cuidadosamente redactada, en el sentido de que todo va viento en popa. Lo contento que está con su decisión y lo feliz que se encuentra con su vida actual.
Al cabo de tres años de sistemático desmantelamiento de cuanto había intentado hacer en su pontificado, oímos las siguientes palabras dirigidas a Francisco por un Ratzinger al parecer totalmente despreocupado: «En vuestra bondad me siento a gusto y seguro». A cualquiera que estuviera acostumbrado a sus escritos debió de sorprenderle que fuera capaz de soltar semejante cursilada, pero el video no engaña:
Duración 2:55 minutos
Tan insólito cambio de estilo llevó a algunos a especular si no estaría sometido a presiones externas y no pudiera por tanto hablar con libertad. Pero no es eso lo que observamos. Se lo ve claramente contento y leyendo alto. «A lo mejor le dieron lo que tenía que leer», dirá alguno. Pues entonces, ¿a qué repetirlo? Si tiene algún escrúpulo, ¿por qué va a permitir que se lo muestre en una ocasión así leyendo una propaganda descarada? Si es una farsa, ¿por qué participar en ella?
En realidad, ninguno de los esperanzados comentaristas de blogs y otros medios sociales, que siempre me están diciendo lo mucho que lo extrañan, lo respeta en un sentido: no le creen. Algunos insisten en que dimitió coaccionado y por tanto no fue válida su dimisión. Pero innumerables veces nos ha dicho que nadie lo obligó, que dimitió por voluntad propia. Y desde luego, lejos de ser un prisionero aislado en el Vaticano, Benedicto recibe numerosas visitas, todas las cuales nos cuentan que a pesar de su fragilidad se lo ve contento y jamás expresa una crítica. Todavía no hemos sabido que haya escondido una nota pidiendo socorro en la bandeja del almuerzo.
Es indudable que asistimos a una situación sumamente extraña y sospechosa a todas luces. Aquí hay algo que no cuadra, es cierto. Todas las preguntas han recibido la callada por respuesta, o han recibido respuestas frívolas y jocosas como las siguientes:
–¿Por qué dimitió?
–Ratzinger: Es que estaba cansado y no me sentía en condiciones de divertirme con los muchachos en la JMJ.
–Si ya no es papa, ¿cómo es que todavía viste de blanco?
—Ratzinger: Es que no encontraba una sotana de mi talla.
–¿Por qué sigue llamándose Benedicto XVI si ya no es papa?
—Ratzinger: Estee… bueno, soy emérito.
–¿De dónde viene eso de emérito? ¿Hay algún precedente en la historia de la Iglesia? ¿Qué sentido tiene canónica y doctrinalmente?
–Ratzinger: …
–¿Qué hay de esos disparates que dijo Ganswein de un munus dividido, con un miembro activo y otro contemplativo? ¿Quiere eso decir que ahora hay dos papas?
–Ratzinger: …
Y la pregunta tal vez más angustiosa que se le podría hacer:¿Cómo puede quedarse ahí con una sonrisa boba soltando tonterías y perogrulladas mientras un loco arroja a las ovejas por un precipicio? Hace unos días, mi amigo Steve Skojec, que lleva el portal tradicionalista y restauracionista OnePeterFive resumió la consternación de los que todavía sentimos un resto de afecto por (el hombre al que llamábamos) papa Benedicto. En este breve comentario Steve sintetiza toda la ira y el desgarrador desaliento que la mayoría seguramente nos sentimos reacios a expresar con claridad:
“Hoy se cumplen cinco años de que Benedicto XVI abdicara del trono petrino. Al hacer dejación de sus deberes como pastor de la Iglesia abrió camino al pontificado más desastroso de todos los tiempos: pontificado al que se niega a hacer frente de palabra, de obra o siquiera por medio de los más sutiles gestos.
Se lo puede querer por razones diversas, se lo puede echar de menos por contraste con el actual, pero no se lo puede disculpar de su responsabilidad. Abandonó a sus hijos abriendo la puerta a un padrastro abusivo, y no sólo observa en silencio cómo pegan y descarrían a sus hijos, sino que hasta parece alegrarse de ello.
Y sin embargo fue el mejor de los papas posconciliares, razón por la cual es el único que no será canonizado”.
¿Quién es el verdadero Joseph Ratzinger
Desde hace mucho tiempo ha habido vaticanistas que me han comentado, y en más de una ocasión, que es posible que no fuera quién nos imaginábamos. Sospecho que hay mucho de eso de lo que la mayoría puede imaginar. Creo que cometimos el error de fiarnos de la prensa. Estábamos encantados con la manera en que lo odiaban y temían los medios rabiosamente anticatólicos. Olvidamos que no saben nada de lo que es el catolicismo.
Lo que nunca nos dijo la prensa es que Joseph Ratzinguer era un su juventud un sacerdote y teólogo progresista, para lo que se entendía en 1962. Esta reputación se cimentó durante su labor como perito y asesor teológico en el Concilio de uno de los obispos más influyentes del bando progre, el cardenal Joseph Frings, arzobispo de Colonia. Lo que hizo famoso a Frings en aquel tremendo drama fue un discurso en el que criticaba a la Congregación para la Doctrina de la Fe y a su prefecto el cardenal Ottaviani por su actitud conservadora en los esquemas o documentos preparados por dicha congregación para orientar los debates de los obispos.
Tras el discurso, los prelados de la comisión preparatoria protestaron exigiendo que se abandonara dicho esquema, que había tardado años en elaborarse. Esto fue lo que se hizo, haciendo caso omiso de las inútiles objeciones de Ottaviani, y una coalición de obispos progresistas alemanes y franceses se apresuró a redactar nuevos documentos, alegrándose de que a todos los efectos habían tomado las riendas del Concilio a partir de ese momento, cuando éste no se había inaugurado todavía.
Desde entonces ha trascendido que fue Joseph Ratzinger, el progresista independiente al que el teólogo intelectual Frings había llevado a Roma como secretario, quien redactó el discurso.
Escribiendo en 1965, el cardinal Henri de Lubacrecuerda dicho drama con estas palabras:
«Joseph Ratzinger, perito del Concilio, era también uno de los secretarios privados del arzobispo de Colonia, cardenal Frings. Como estaba ciego, el anciano cardenal se valía de su secretario para escribir sus intervenciones. Pues bien, una de dichas intervenciones se hizo memorable: se trataba de una crítica radical de los métodos del Santo Oficio. A pesar de obtener una respuesta del cardenal Ottaviani, Frings mantuvo su crítica.
»No es exagerado decir que aquel día al Santo Oficio de siempre, tal como se conocía en aquel momento, lo destruyó Ratzinger en colaboración con su arzobispo.
»El cardenal Seper, hombre que rebosaba bondad, inició la renovación. Ratzinger, que no cambió, la continúa.»
La reputación de progresista de Ratzinger no se basa en un incidente aislado, ni se limita tampoco a sus primeras obras.
Entre la gritería suscitada por su dirección de la Congregación para la Doctrina de la Fe pasó desapercibido que en 1982 había escrito una exhortación a la Iglesia para que no volviera jamás al Syllabus de Pío IX contra los errores. En su libro Teoría de los principios teológicos, Ratzinger planteó la cuestión de si se debería derogar el Concilio, y respondió recomendando demoler los bastiones que defendían a la Iglesia Católica de los embates del mundo moderno:
“La tarea no es, pues, ignorar el Concilio, sino descubrir el Concilio real y profundizar su auténtica voluntad, a la luz de las experiencias vividas desde entonces.
Y esto implica que no hay punto de retorno al Syllabus, que pudo constituir una primera toma de posición en el enfrentamiento con el liberalismo y el amenazante marxismo, pero que en modo alguno puede ser la palabra última y definitiva. Ni el abrazo ni el ghetto pueden resolver, a la larga, el problema de la edad moderna para los cristianos. Queda el hecho de que aquella «demolición de los bastiones» que ya en 1952 pedía Hans Urs von Balthasar era, en realidad, una tarea a plazo vencido.
[La Iglesia] tuvo que derribar viejos bastiones y confiarse únicamente al escudo de la fe, a la fuerza de la palabra, que es su único poder verdadero y permanente. Pero no puede calificarse de derribo de bastiones al hecho de que ahora ya no tenga nada que defender o a que pueda vivir de otras fuerzas distintas de aquellas de las que nació: la sangre y el agua del costado abierto del Señor crucificado”.
Suya era la tesis –fundamental en la ideología conservadora– de que el verdadero Concilio, en tanto que se llevara debidamente a la práctica, sería la salvación de la iglesia y del mundo, idea que nunca abandonó.
Qué contradictorio debió de parecerles a los que recordaban esta anécdota que a Ratzinger se lo nombraría luego para el cargo que había destruido y que se ganaría en los medios informativos fama de archiconservador. Empieza a esbozarse una explicación, o al menos una línea de investigación, de por qué se avanzó en realidad tan poco mientras ejerció el cargo. Con un perro guardián de la fe tan archiconservador como Ratzinger en la Congregación para la Doctrina de la Fe, ¿cómo es que actualmente nos encontramos en esta situación?¿Qué hizo para contener el estallido de neomodernismo que se propagó desncontroladamente incendiando el mundo católico durante el reinado de Juan Pablo II?
¿Qué hizo el supuesto silenciamiento de Hans Küng por parte de la Congregación de Ratzinger para impedir que Küng se convirtiera en un célebre sacerdote-teólogo favorito de los medios de difusión por su odio al catolicismo? A Küng nunca se lo suspendió de su condición sacerdotal a pesar de sus manifiestas herejías. ¿Alguien recuerda el nombre de algún otro a quien se lo corrigiera siquiera a ese nivel? Poquísimos.
De lo que sí nos acordamos es de muchos, muchísimos, que dedicaron la vida y el ejercicio de su profesión sacerdotal a denigrar y socavar la fe católica: teólogos, intelectuales, religiosos, sacerdotes y cardenales de todo el mundoque jamás oyeron una palabra de protesta por parte de Roma. Es más, la escandalosa jauría de estafadores que en el episcopado son enteramente producto del pontificado de los archiconservadores Juan Pablo II y el perro guardián de la fe Benedicto XVI.
¿Qué nos llevó a pensar que Ratzinger, en su crucial misión de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, era un baluarte de la ortodoxia? ¿Sencillamente que nos hemos alejado hasta tal punto de la Fe de antes que ya no tenemos un concepto realista de esa Fe nosotros mismos para hacer la comparación y emitir una valoración objetiva? El progresista que acabó con Ottaviani hereda su cargo y se gana el apodo de archiconservador…
La verdad es que Ratzinger siempre sostuvo que jamás había cambiado de opiniones teológicas. Él mismo afirmó que habían sido intelectuales y antiguos colegas suyos como Küng y Kasper los que habían avanzado más en el terreno de la izquierda ideológica después de los años sesenta mientras él se había mantenido en su sitio. Tal vez ahora, como la solución de las aparentemente contradictorias piezas del rompecabezas, podamos aceptar por fin su palabra a este respecto. Quizás el estamento académico de la teología se ha vuelto tan corrupto que un hombre que en 1963 estaba considerado progresista, y que sigue manteniendo las mismas ideas, nos parecía en 2005 un paladín de la ortodoxia católica tradicional.
¿Fue ese el motivo de su dimisión? ¿Que simplemente su concepto de la Iglesia, del papado, nunca fue lo que creíamos los católicos? Quizás encontremos una insinuación de la respuesta en las memorias del P. Silvano Fausti S.J., publicadas en 2015 por el diario La Stampa, que había sido confesor y director espiritual del cardenal Carlo Maria Martini, padrino de la Iglesia Católica liberal europea y, según dice, miembro de la mafia de San Galo, el cual -según el cardenal Danneels- conspiró durante años contra el papa Benedicto.
Fausti afirmaba que el papa Benedicto se reunió con Martini en el palacio episcopal de Milán en junio de 2012. Según Fausti, Martini instó a Benedicto a dimitir. Al parecer, cuando fue elegido papa en 2005, Martini le dijo que su misión principal sería reformar la Curia. Y en 2012 se había visto que era imposible.
¿Por qué razón iba Benedicto a aceptar consejos de un hombre como Martini, padrino de la derecha liberal del catolicismo europeo? A mí me parece que un hombre como Ratzinger ni se plantearía la cuestión. Estaban considerados colegas intelectuales. Los dos eran hermanos en el episcopado. Eran miembros del mismo club. Cualquier parecido con discrepancias ideológicas entre ellos era, esencialmente, producto del discurso mediático. ¿Por qué razón no iba al Pontífice a aceptar consejos de su más respetado colega en el colegio cardenalicio?
¿Por qué es cardenal Walter Kasper?
Una de las piezas más llamativas del rompecabezas más arriba aludido es la evidente incapacidad de los prelados conservadores para descubrir, no digamos enfrentarse con eficacia, a esos enemigos declarados de la fe que tienen infiltrados en el episcopado y el colegio cardenalicio. Para la gente de la calle, es increíble que después de tantos años de escucharlos y leerlos Ratzinger mantuviera relaciones tan cordiales con hombres como Walter Kasper y Carlo Maria Martini, supuestos cerebros de la Mafia de San Galo.
Cuando en su primer discurso pronunciado en un Ángelus en 2013 Francisco dijo a la muchedumbre cuánto le gustaban los escritos de Walter Kasper, muchos de los que llevábamos bastantes años de observadores de las actividades vaticanas empezamos a caer en la cuenta de adónde nos llevaba el nuevo pontífice. Aunque Jorge Bergoglio fuera un desconocido para el mundo católico en general,Walter Kasper era un notorio hereje, experto vocero mediático del ala ultraliberal de la Iglesia posconciliar.
En un artículo sobre la obra del mencionado cardenal, Thomas Jansen, redactor-jefe del portal Katholisch.de, señaló hace poco que Walter Kasper no podría haber hecho tanto daño sin la ayuda directa de Juan Pablo II y del papa Benedicto. La monstruosa debacle causada por Amoris laetitia es obra de Kasper tanto como de Bergoglio. Hablamos de un hombre que durante cuarenta años jamás se ha tomado la molestia de disimular sus opiniones heterodoxas y que ha dedicado buena parte de su vida a fomentar precisamente los resultados que estamos viendo.
Señala Jansen que Kasper ya había tratado de proponer en 1993 que se pudiera administrar la Comunión a los divorciados vueltos a casar. Lo hizo junto con Karl Lehman, otro mafioso de San Galo. Lo impidieron Ratzinger y la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Pero esto plantea un nuevo interrogante: si Ratzinger sabía de sobra qué clase de elemento era Kasper, ¿cómo es que lo primero que hizo no fue agarrarlo por una oreja y expulsarlo del episcopado? ¿Por qué no, como mínimo, le aplicó el mismo tratamiento que a Küng, silenciarlo? No hace mucho Kasper se quejo nuevamente ante la prensa de que lo tilden de hereje. Pero es una verdad muy patente: es hereje. Todo el mundo sabe que lo es porque llevamos décadas oyéndolo proclamar sus herejías a bombo y platillo desde todas las tribunas.
Después de combatir sin disimulo la Fe, en vez de destituirlo, silenciarlo, reducirlo al estado laico o excomulgarlo, o ambas cosas, Juan Pablo II va y lo nombra cardenal. No olvidemos que en 1993 Ratzinger había frenado su plan para introducir en la Iglesia una ideología precursora de Amoris laetitia. Y sin embargo no se lo destituyó, reprendió ni corrigió en modo alguno. Ni se lo apartó de puestos influyentes. Todo lo contrario. En 1994 se integró a Kasper en la Curia vaticana nombrándosele director adjunto de la Comisión Internacional para el Diálogo entre Luteranos y Católicos. En 1999, subió un peldaño más, cuando se le nombró secretario del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, cargo ecuménico en el que pudo dar rienda suelta a su indiferentismo religioso. Y en 2001 se lo creó cardenal diácono con la tremenda responsabilidad que supone tener voto en los cónclaves.
Benedicto le permitió seguir siendo cardenal. Y como para dar un último toque al caramelo envenenado de la participación de Benedicto en la creación de un nuevo paradigma católico, se dice ahora que Benedicto decidió adrede su dimisión para que su antiguo colega intelectual pudiese participar en el cónclave de 2013.
Jansen señaló, y Maike Hickson lo citó en un artículo de OnePeterFive:
“El cardenal Kasper alcanzó con las justas a entrar en el último cónclave, porque acababa de cumplir 80 años. Pero como la fecha de fallecimiento (o abdicación, como en 2013) de un papa es decisiva, todavía pudo participar en la elección y votar (algunos observadores señalaron que fue un gesto generoso para con Kasper que Benedicto XVI decidiera retirarse a tiempo.)”
Disculpe, Maike, pero no me parece que sea una cuestión accesoria. ¿Es de extrañar que haya tantos católicos descontentos?
Cardenal Ratzinger, papa emérito Benedicto o como usted mismo se quiera llamar, tengo una duda que me muero por que me aclare: ¿por qué sigue siendo cardenal ese hombre? ¿Por qué sigue siendo obispo? ¿Por qué se le consiente que siga diciendo que es «un teólogo católico»? ¿Por qué usted, al parecer a propósito, hizo posible que pudiese participar en el cónclave para decidir quién sería su sucesor?
¿No hay nadie más interesado en saberlo? ¿Verdad que todos queremos saber por qué Hans Küng sigue siendo sacerdote? ¿Por qué se le permitió al cardenal Mahoney retirarse con una buena reputación? ¿Por qué un hombre como Gumbleton, homosexual practicante que pagó a su ex amante para que no hablara, no fue excomulgado? A ver, nombres que todos recordamos de buenas a primeras, como mi propio obispo de Victoria, el ocultista Remi de Roo, Raymond Hunthausen de Seattle, Favalora de Miami, Matthew Clark de Rochester, Derek Worlock de Liverpool … A veces me pregunto cómo será de larga la lista al final.
Los católicos llevamos cincuenta años queriendo saber por qué nunca se ha hecho nada, por qué se consintió a esos lobos en el episcopado, atacando año tras año a la Iglesia. ¿Cómo es que tantas veces hemos visto a esos hombres, intelectual y moralmente contemporizadores, promovidos a cargos superiores a pesar de su descarado aborrecimiento de la Fe católica?
Se acabó eso de que «en la Iglesia cabe todo»
Ross Douthal, del New York Times, se encuentra entre los que están comenzando a hacer estas preguntas. Maike Hicson lo cita al escribir sobre esta extraña situación en la que cada uno de los prelados que integran la Mafia de San Galo, Kasper incluido, se esforzaron por la derogación definitiva de la doctrina moral católica:
«Rasgo distintivo de la tregua efectiva de la Iglesia en la contienda entre conservadores y progresistas fue que el propio Juan Pablo II concediera el capelo rojo a la mayoría de ellos, promoviéndolos a pesar de estar en desacuerdo con su enfoque restauracionista.»
Cuando la prensa habla del catolicismo, es frecuente que califique a Kasper como «una de las más destacadas figuras del catolicismo liberal», que es como lo describe la versión inglesa de Wikipedia. Y además, que eso es importante para los católicos, que debemos aceptarlo como la realidad de los tiempos que vivimos. Que hay una facción liberal y otra conservadora, yque ambas son católicas.
Steve Skojec me dijo que fue un error que estuviéramos dispuestos a seguir la corriente de la farsa del papa emérito. «A mí me parece –me explicó– que todos nos dejamos llevar por esa comedia, y no debimos hacerlo.» De hecho, empiezo a pensar que ha sido un grave error que la mayoría de los católicos aceptaran de buen grado la farsa del catolicismo postconciliar.
Al seguir la corriente pensando que podíamos ser católicos tradicionales en este nuevo paradigma que incluye a los católicos liberales les hemos ayudado a perpetrar uno de los fraudes más monstruosos de la historia de la humanidad. Por culpa de esta mentalidad esquizofrénicaque impregna la jerarquía eclesiástica desde 1965 todos hemos llegado a aceptar la premisa subyacente de que en la Iglesia cabe todo, que hay lugar para gente de las opiniones más diversas, que temas como la liturgia son cuestión de preferencia personal … que dos cosas totalmente contrarias pueden ser verdad de fe católica.
La esquizofrenia es el modelo según el cual han operado hasta ahora los conservadores, y por el que han llegado a considerar a Ratzinger un paladín de la ortodoxia. ¿Y qué han conseguido con eso? Crear las circunstancias que permitieron a la camarilla de Kasper maniobrar con vistas a instalar hace cinco años a su hombre en el trono de San Pedro.
Así, toda esa jerga de tolerancia y de acogerlos a todos se ha terminado y ha comenzado la purga de religiosos, seminaristas, sacerdotes e intelectuales católicos fieles y creyentes. No podía ser de otra manera. Ellos, al menos, no caen en esa demencial contradicción, y entienden –en muchos casos proclamándolo a los cuatro vientos– que el Nuevo Paradigma y la Iglesia Católica no son una misma cosa. Y la única que queda es su Neoiglesia.
Durante cinco décadas hemos jugado el juego de los anglicanos: en tanto que no se hable de ello no hay ningún problema. El Santo Oficio de Ottaviani y su esquema fueron el último suspiro de la Iglesia de siempre.Y, como dijo más arriba De Lubac, la mató Joseph Ratzinger. Durante mucho tiempo los papas han fingido que no se había producido ningún cambio esencial, mientras que a su alrededor la institución era absorbida por el Nuevo Paradigma, hasta que sólo quedó el Papado.
A una de las cosas de las que he hablado se le puede aplicar lo de que Dios escribe derecho con renglones torcidos, y causa un enorme alivio, con relación a la era bergogliana: que por fin podemos dejar atrás la absurda situación de la era de Wojtila y Ratzinger. Todos esos años se nos pidió que fingiéramos estar viviendo la nueva primavera del Concilio, mientras observábamos cómo esos lobos disfrazados de ovejas devoraban el rebaño.
Al menos ahora podemos finalmente dejar de aparentar que todo va de maravilla con el Nuevo Paradigma de la misericordia conciliar.
Para quienes aún alberguen dudas, Bergoglio no es causa de espanto, ni siquiera de sorpresa: no es sino el resultado final. Este pontificado no es anómalo. Era la única consecuencia posible, y ha sido tanto obra de Joseph Ratzinger como de Walter Kasper.